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Capítulo II
Triunfo de los más delicados sentimientos

Por esa época, Herr Johann había estado un día en el mercado y parecía bastante aturdido a su regreso. Du Bois, como leal sirviente, no podía soportar ver a su señor tan pensativo durante tan largo tiempo, o quizás no podía permanecer tanto tiempo en silencio como el que su señor pasaba pensando. Es por ello por lo que no hace falta que os diga que se dirigió a él.

—¡Ay! Du Bois –respondió, exhalando un gran suspiro–, hoy he visto a la persona más hermosa del mundo. ¡Ay, si acaso su alma y su porte llegasen a ser tan bellos como su cuerpo y su ademán! ¡Si acaso fuese la persona con la que se me pretende emparejar! No puedo, empero, aguardar tal dicha. Esa preciosidad no tiene un pelo de tonta. Si resulta no ser de la ciudad, tal y como me parece, ha de ser sin duda el Fénix de las doncellas de nuestro país. He de confesarlo, mi querido Du Bois, me he sobrecogido al verla. Jamás he visto una muchacha tan bella y tan delicada. ¡Me he quedado completamente asombrado! Sí, tan asombrado que se me olvidó preguntar por su nombre… Quizás no vuelva a verla de nuevo. ¡Ay, desgraciado de mí!

Conforme hablaba, suspiraba en un estado de gran confusión, pero, cuando volvió en sí, recordó todo lo dicho con gran satisfacción por haber exhalado suspiros con tal regularidad y, ya calmado, continuó el monólogo en el mismo tono, como si siguiera estando tan alterado como antes. El pobre Du Bois vio las pocas ganas que tenía de hablar con él, por lo que se metió con su Marie en la cocina, ya que prefería hablar toscamente a no hacerlo.

Justo después llamaron a Herr Johann, y la voz no era otra que la de su tío. Glück subió al lugar donde este se encontraba.

—Me hubiera gustado, mi querido sobrino –le dijo–, que hubieseis recibido la visita de Herr von Fr***. Es el hermano de la muchacha de la que hemos hablado, y deseaba poder presentaros. En cualquier caso, ya he acordado con él que le haremos una visita, y que lo haremos cuanto antes. Podríais ir ahora mismo a buscarlo, pero pronto partirá de nuevo junto a su hermana y a su madre.

Herr Johann se sonrojó, su tío se dio cuenta y se rio.

—Parece que la hermana os ha provocado este sonrojo. Es bastante virtuosa, os lo aseguro, y tened en cuenta que yo mismo me entendí muy bien con alguna que otra muchacha hace treinta años…

p. 29El joven Glück sonrió de manera forzada, lo que le dio una apariencia ciertamente irrisoria. Afirmó que seguiría los consejos de su señor tío y se refugió en una veintena de palabras vacías y en algunos irrelevantes gestos que hizo con la cabeza para librarse de él.

Una vez en libertad, dio rienda suelta a su verdadero estado de ánimo, así como a la grandilocuente resolución de hacer efectivas algunas decisiones que deseaba llevar a cabo en el futuro. Llamó a su sirviente y le dijo:

—Du Bois, debemos esquivar esta horrible encrucijada. Se ha resuelto que debemos visitar cuanto antes al tal von Fre***, al que todo el mundo tiene por uno de los tipos más vulgares del país, con el objetivo de sellar mi perdición. ¿Qué puedo hacer contra mi tío? Es mi tutor y tiene en sus manos todos mis bienes: puede obligarme a hacer lo que quiera. Viajaré a París. No podrá adivinar la verdadera causa por la que me separo de él, ya que piensa que muestro una cierta inclinación hacia el matrimonio. Sígueme, Du Bois, quizás tenga la suerte de volver a encontrar a la encantadora belleza del mercado. Si, tal y como es mi intención, consigo encontrarla, será la única dueña de mi corazón. No me faltarán hazañas, y para que el nombre que he adoptado en lugar de mi nombre común se haga famoso, solo hará falta que esa belleza sea condesa o marquesa.

—¡Pardiez! –gritó Du Bois–. Supongo que esta condesa o marquesa, o lo que sea, también tendrá una doncella de cámara, y esta doncella también ha de ser igual de delicada, y yo la amaré, y quizás algún día me case con ella. ¡Eso me gusta! ¡Viajaré con vos! ¡Ya estoy listo! ¡Hasta la vista, Marie! ¡Bestia sin gusto! ¡Hasta la vista también a tus ricas tortitas! Quién sabe si la doncella no las hará también tan buenas…

—¡Hasta la vista, necio! Despedíos de vuestras estupideces –le interrumpió el señor Johann– y ensillad los caballos.

—¿Tan pronto? –dijo Du Bois, apocado.

—Sí, quiero salir ahora mismo –fue la respuesta de su señor– y puedes acompañarme, si así lo deseas.

—Os acompañaré hasta el fin del mundo, excelencia, pero parece que os encolerizáis a la mínima. Permitidme comer un poco del pastel de mijo que tengo preparado abajo para el desayuno, os lo pido humildemente.

Du Bois podía decir lo que quisiera. Herr Johann había apoyado ambos brazos en la mesa y parecía sumido en sus pensamientos. Cuando lo vio en esta disposición, Görg se escabulló y se fue a la cocina, y encontró a su señor exactamente en la misma posición cuando le comunicó que los caballos ya estaban ensillados.

Poco después, comenzaron a cabalgar con la intención de no volver hasta que hubieran visto París y hubieran inmortalizado sus nombres mediante sus notables hazañas para complacer a sus amadas y a su fama. El viaje los llevó al bosque habitual, el fiel depositario de importantes observaciones por parte de Glück, al cual también ahora había de confiársele en sagrado silencio el desprecio por la nobleza y otros privilegios que atentan contra el decoro.

p. 30Creo que casi estoy empezando a hablar en ese tono que ya he empleado anteriormente y que tan adecuado resultaba para narrar las hazañas del marqués. Mis lectores se alegrarán indudablemente al ver terminada de una vez una digresión que resultaba tan de mal gusto como innecesaria. Sin duda, su paciencia se estará agotando y pensarán: «¡Qué demonios, pero si en esta novela se dice que se habla de un marqués, este autor está loco! ¡Nos promete los hechos del marqués de Bellamonte y desde el inicio comienza a entretenernos con las estupideces de un aprendiz de comerciante!». Sin embargo, tanto este marqués como todos los impacientes lectores quizás puedan aprender algo de esto y no juzgar a nadie sin reflexionar un poco antes… pero bueno, quizás esté llevando esta pequeña maldad demasiado lejos. En realidad, esta narración aparentemente innecesaria, sin sobrias premisas morales, ya era de por sí suficiente como para poner a prueba la paciencia de mis curiosos lectores.

En este punto, mis lectores podrán continuar de una vez con la historia anteriormente interrumpida y comprobar la necesidad de la digresión, retirando por ello todos los vituperios que sin duda habrán vertido ya sobre mí, cuando les diga que el aprendiz de comerciante, Herr Johann Glück, y el marqués de Bellamonte son en realidad la misma persona, y que nunca he tenido en mente hacer dos personajes de ello. Glück quiso hacerse llamar por este nombre, viajar y presentarse con él en París, y hacer famosas sus hazañas. Justo en el momento que ya habíamos mencionado anteriormente, se encontraba tumbado a la refrescante sombra del frondoso bosque, en la mullida y crecida hierba, mientras que Du Bois había dejado que los caballos paciesen a unos veinte pasos de distancia7. Si yo hubiera podido adivinar lo que pensaba o aquello que se decía a sí mismo, no dudaría en notificarlo, pero admito gustosamente que no soy un La Calprenède8.

7.Recuérdese que la narración, tras la apelación a la musa épico-cómica, comenzaba con Glück tumbado a la sombra de unos árboles en el bosque, por lo que en realidad estamos ante una digresión de carácter analéptico que ocupa un capítulo y medio, algo que habla bien a las claras de la complejidad narrativa que Neugebauer emplea en su novela siguiendo el modelo de Fielding y los imitadores franceses de Cervantes anteriormente mencionados.

8.El narrador se refiere a Gautier de Costes, señor de La Calprenède, quizás el autor de novelas heroicas más célebre e influyente durante la primera mitad del siglo XVIII. Entre sus obras se encuentran Cassandre (1642-1650), Cléopâtre (1646-1657) y Faramond, ou l’histoire de France (1661-1670). Las obras de La Calprenède serán ampliamente criticadas y satirizadas por autores que pueden ser englobados claramente en el concepto de tradición cervantina como Henry Fielding, Charlotte Lennox, o C.M. Wieland.