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Capítulo II
Historia del príncipe Vardanes de Macedonia

Durante el trayecto, el caballero le pidió a Bellamonte que él y su señora le contaran su historia. Este, dado el socorro recibido anteriormente de aquel, no pudo negarse y la condesa, con un guiño, le mostró su aprobación para que así lo hiciera. A continuación, le contó toda la historia y, en el curso de la narración, la argentina noche se fue perdiendo por los territorios del Occidente y el nuevo día fue ascendiendo por el Oriente para, con un esplendor fastuoso, ocupar el puesto de aquella. Se encontraron con diferentes gentes que se admiraban de verlos, porque los ropajes del caballero atraían de tal manera las miradas que en las aldeas incluso los niños los perseguían. Habían decidido no detenerse hasta haber alcanzado los confines del país, que no podían estar ya muy lejos. Para pasar de alguna manera el tiempo, Bellamonte le pidió al desconocido que también él les contara su historia, el cual, tras pensarlo un poco, comenzó así:

—Es mucho lo que me pedís, señor marqués, pues con ello habré de renovar mi dolor y avivar antes de tiempo la ira que pienso dejar estallar a su debido tiempo. No obstante, este dolor y esta ira se han convertido hasta tal punto en perseverantes compañeros que no notaré gran transformación en mi ánimo si os cuento las tristes circunstancias que me fuerzan a vagar por el mundo. Tendréis que disculpar, mi estimado marqués, y vos, apreciada señora, que trate de finalizar mi relato con tanta premura como me sea posible. Así pues, no me interrumpáis, os lo ruego, para que así no tenga que detenerme demasiado en ello, por mucho que os resulte asombroso que una persona como yo vaya por ahí de manera tan anónima. Mas, ¡ay!, cruel princesa, tu injusticia es la causa de todo ello. Con todo, no quisiera resultaros molesto con mis lamentos. Suficiente es que lo sea yo para mí.

»Sabed pues, apreciados amigos, que esta persona a quien veis ante vosotros es el mundialmente conocido príncipe y heredero al trono Vardanes de Macedonia. Mi señor padre, el rey Absimaro, vive todavía, y yo podría haber vivido en el más feliz entorno en nuestra corte si la Fortuna no me hubiera arrancado de mi placidez. Cierto es que en tales circunstancias no habría llegado a ser tan famoso, pero tampoco tan desdichado. Pues la fama de la hermosura de la princesa cretense Aurora me indujo a emprender un viaje a la corte de Cortina50. Llegué allí, se me recibió como a un rey y vi a la princesa: verla y amarla fue todo uno en mi interior. A partir de ese instante perdí todo sosiego y pasaba las noches en vela entre lamentos y suspiros. Puesto que mi nombre todavía era desconocido, puesto que todavía no se conocían mis cualidades, aún no podía osar dar a conocer el fuego de mi pasión. Algunos torneos en los que resulté vencedor dieron pie a que mi amor comenzara a ser más osado. Sabía que gracias a mi brazo y a mi espada podía ganarme el favor de una princesa y de ese modo intenté hacerme con ese favor.

p. 144»El rey Codro, el señor padre de mi divina princesa, sentía cierto afecto por mí, y su afecto debía compartirlo yo con su tío, el emperador desterrado de Trapisonda, Cosroes, cuyos servicios le eran tan gratos que lo quería casi tanto como a su propio hijo, Pallantes. A este Pallantes, un príncipe que había cobrado fama en todo el mundo por sus hazañas, lo estimaba yo como a un hermano. Nunca estábamos el uno sin el otro y le hice partícipe de mi amor. Fue él quien dispuso todo para que yo pudiera hablar a solas con su hermana. Esta salió una tarde fresca a dar un paseo por los jardines reales. Yo me aproximé a ella junto con su hermano, quien pronto tomó de la mano a la princesa de Pirante y me dejó con la sin par Aurora. «Excelencia, ¿qué opináis –comenzó diciendo– de las diversiones de esta corte y de los caballeros, y en especial del emperador de Trapisonda?». «Yo no sé –respondí yo– qué es lo que vuestra alteza quiere saber de mí con esta pregunta. Mas si me preguntara lo que opino de la persona más perfecta de esta corte, puedo ciertamente deciros que la considero digna de ser venerada por todos los príncipes del mundo». «Responde el príncipe a mi pregunta de manera absurda –replicó ella–, no era esto lo que quería saber, sino solamente vuestra opinión sobre el emperador Cosroes». «Excelentísima princesa –dije yo–, ¿puede uno tener a su alteza ante sí y hablar de Cosroes? No solo atraéis las miradas hacia vuestra perfección, sino también los pensamientos, y no se puede hablar de otra cosa cuando se está con vos. Quisiera que el emperador de Trapisonda ocupara mi lugar. Os diría lo mismo y, además, que venera tal perfección. Con cuánto placer os lo diría si se me permitiera y si dispusiera yo de la inmortalidad o una corona imperial con el suficiente lustre me ciñera la cabeza, de tal manera que la ira de la divina Aurora, por causa de una osadía tal, no alcanzara la virulencia que debe alcanzar si quien se atreve es un príncipe de Macedonia». «Oh, vuestra excelencia no me conoce lo suficiente –respondió la hermosa princesa– si cree que privilegios tan grandes como los que habéis nombrado pueden cegarme hasta el punto de no ver la diferencia existente entre las virtudes de Cosroes y las de Vardanes. ¿No os estaréis burlando del buen emperador porque ya no tiene el prestigio que podría otorgarle su corona?». Le aseguré que era lo contrario y todavía pasaron algunas pláticas de las cuales pudo inferir mi ardiente pasión.

»Mi querido marqués, os podría seguir entreteniendo con estas conversaciones, pero tan solo servirían para aumentar mis cuitas. Dejadme pasarlas por alto y sabed que el término de todas ellas fue finalmente la declaración de reciprocidad de nuestro amor. Al menos creía yo que también ella me amaba, pues así me lo aseguraba. Al mismo tiempo, mi amistad con el príncipe heredero se iba afianzando cada vez más y Cosroes se había vinculado hasta tal punto al rey que a este nunca lo veían sin la compañía del emperador de Trapisonda. Tenían asimismo muchas conversaciones secretas cuyo propósito no solo no me inquietaba, sino que ni siquiera podía preocuparme porque me encontraba junto al príncipe Pallantes en el campo de batalla contra los epirotas51. Esta fue la primera vez que mis armas salieron vencedoras en batalla real, pues expulsamos a los epirotas de Creta y nunca se nombraba al príncipe Pallantes sin que mi nombre se pronunciara junto al suyo. Regresé de esta manera cubierto de gloria a Cortina y coloqué mis laureles a los pies de la magnífica Aurora.

»Poco tiempo después, el rey Codro hizo que se reclutara a mucha gente, dispuso un ejército de sesenta mil hombres y se rumoreaba que pensaba dirigirlo contra los epirotas y conquistar sus tierras. Sin embargo, cuando las tropas se encontraban ya dispuestas para la marcha, se descubrió que el objetivo era en realidad el rey sirio Admeto, el cual había expulsado de su trono a Cosroes.

p. 145»Esta me pareció ser la explicación para las conversaciones secretas entre el emperador y el rey cretense. No tardaron demasiado en confiarme el gobierno de los pueblos conquistados: o bien el rey no quería exponer a su heredero, o Cosroes estaba demasiado desalentado como para batallar de nuevo contra un enemigo a quien ya una vez había tenido que entregar su imperio. Sea como fuere, me embarqué así con el ejército en calidad de comandante para dirigirnos a Trapisonda. El conde Antenoro y el comandante de Trapisonda Megabizo me acompañaron como subcomandantes. Mi gozo era indescriptible por tener la oportunidad de ataviarme con laureles tan merecedores de obtener recompensa y decidí que, tras lograr el triunfo, cortejaría abiertamente a la sin par Aurora. La despedida, que fue secreta, fue tan emotiva y tan amorosa que nuestra pasión se acrecentó. Nos regalamos el uno al otro nuestros retratos y, estimado amigo, os puedo mostrar el suyo. –Sacó entonces el príncipe de debajo de su coraza una cadena de oro de la cual colgaba la imagen espléndidamente pintada de una joven muchacha, y se la mostró al marqués y a la condesa. Después de que hubieran contemplado la imagen, el supuesto Vardanes la besó, la guardó y prosiguió con su quimérico relato:

»Entenderéis ahora cuánto motivo tenía para venerar como a una diosa a esta hermosura y con qué disgusto me separé de ella. Pero, ¡ay!, ¿tenía yo motivo para pensar que esta despedida sería definitiva? Pero voy a pasar por alto estos tristes recuerdos que me corroen el corazón. Desembarqué felizmente en Cilicia52. Todo el país se encontraba ya en estado de alarma. Habían llegado noticias de mi venida y antes de que pudiéramos atracar en un puerto seguro me topé con el comandante real sirio Kemuel y un ejército de cien mil hombres. Los sirios luchaban con denuedo y en el príncipe Kemuel encontré a un soldado experimentado. No obstante, el flanco izquierdo enemigo había quedado desarbolado por el ataque del conde Antenoro, lo cual Sosares, el hermano de Kemuel, vengó sobre el príncipe Megabizo de tal manera que este tuvo que retroceder hasta donde yo estaba. Dispuse que el conde Antenoro abandonara la persecución del enemigo. Regresó y arremetió contra el comandante real por los costados. Al mismo tiempo, yo lo acosé tanto que no habría podido oponer resistencia durante mucho tiempo. Los pensamientos acerca de la princesa redoblaban mi valentía. Una parte de mis hombres daba apoyo al príncipe Megabizo para que Sosares no lograra hacerlo retroceder más. Finalmente, los sirios tuvieron que abandonar el campo de batalla. Kamuel cedió ante lo inevitable y huyó. Sosares batallaba a la desesperada, mas cuando se expuso a una batalla singular conmigo, salió perdiendo. Partí su cabecera y todo su flanco resultó liquidado. Los enemigos perdieron más de cincuenta mil hombres en el campo de batalla, mientras que yo no tuve que lamentar más de veinte mil pérdidas. La consecuencia fue la rendición de Issus, un excelente puerto, y ahora ya había puesto yo pie en tierra firme53.

p. 146»Pese a todo, esta batalla me había debilitado sobremanera y tuve que mantenerme retirado. Yo y el príncipe Megabizo hicimos entonces circular algunos manifiestos en nombre del rey Cosroes. No obstante, antes de que pudiéramos extraer provecho alguno de dichos manifiestos, recibimos la noticia de que Cambul, el hijo del cham de los tártaros, se disponía a auxiliar con un poderoso ejército al rey de Siria y que ya se encontraba en Frigia54. En este punto no podía hacer otra cosa que dejar al príncipe Megabizo con diez mil hombres en Issus y avanzar con treinta mil hasta Panfilia para enfrentarnos a los tártaros55. Eran casi el doble de fuertes que yo, mas yo no los temía. Confiaba en mis cretenses, que eran todos gentes excelentes. Cuando ya nos encontrábamos cara a cara y ambos bandos ya estaban dispuestos, se hizo anunciar un tal Heroldo, enviado del príncipe Cambul. Este príncipe pensaba que el líder de las huestes cretenses era Pallantes, con quien una vez había tenido varias disputas en la corte de Cosroes, y así lo desafió. Mi audacia me impulsó a presentarme en ese instante como el príncipe heredero de Creta. Sin embargo, cuando se lo expuse a mi consejo de guerra, el conde Antenoro quiso disuadirme de ello, pues Cambul era según él de un tamaño y una fuerza gigantescas. Yo, por mi parte, recordé que el príncipe tártaro había perdido ya una vez en un torneo contra Pallantes, y estaba por ello seguro de mi victoria. Así que hice saber al tártaro que el príncipe Pallantes acudiría al día siguiente lo suficientemente temprano como para castigar su osadía. A la hora acordada me personé en el campo de batalla acompañado por mis generales más brillantes y mil cretenses. No tardó en llegar el gigantesco Cambul con un acompañamiento similar, y comenzamos el combate. Cambul se dejó la victoria y la vida en mis puños. A continuación, yo y mis gentes nos abalanzamos sobre los atemorizados tártaros y los hicimos retroceder hasta sus tiendas. Mi ejército se posicionó detrás de mí, como había ordenado, y entré en el campamento. Tuvo allí lugar un terrorífico baño de sangre. Los tártaros resultaron sacrificados como animales y pocos de ellos lograron escapar a mi espada.

»De esta manera, Siria se quedó sin esta poderosa ayuda. A mí apenas si me había costado unos pocos miles de hombres y volvía ya a partir hacia Issus cuando de camino se me unieron de nuevo casi diez mil panfilios. Allí me encontré con el príncipe Megabizo, el cual se encontraba con un ejército la mitad de numeroso que el mío. La gente acudía en masa desde todas las partes de Trapisonda y cada ciudad a la que íbamos me hacía entrega de las llaves cuando todavía me encontraba a diez millas de allí. Cuando llegué a Capadocia, podía ya dividir mi ejército en dos, con 80.000 hombres en cada fracción. Una la dirigió el conde Antenoro hacia Helesponto y el mar Negro y yo, con la otra, me dirigí hacia Trapisonda. Mi nombre era ya muy famoso y temido. Me sentía tan lozano por el efecto de las cartas de mi adorada princesa que no temía a ningún peligro. El rey Absimaro, mi señor padre, se alegró tanto por mi fama que me hizo partícipe de su regocijo mediante la aportación de tres mil de los caballeros macedonios más intrépidos, los cuales puso a mi disposición. En la frontera de Trapisonda me recibió el príncipe Kemuel con más de 150.000 hombres, que había reclutado en los reinos de Trapisonda, Cólquida, Iberia, Pequeña Armenia y Mesopotamia56. La batalla duró desde la mañana hasta la tarde. Al final, la suerte cayó de mi lado, pues varios regimientos enteros del ejército enemigo cambiaron a mi bando. El mismo Kemuel resultó muerto en esta batalla y mientras que entre sesenta y setenta mil de sus hombres permanecieron fieles, treinta mil cambiaron a mi bando para ocupar el lugar que habían dejado las 20.000 pérdidas. La esplendorosa capital de Trapisonda no resistió mucho tiempo. Se rindió y el príncipe Megabizo dispuso que los habitantes rindieran de nuevo homenaje a su emperador.

p. 147»Cosroes mismo llegó poco después acompañado por 30.000 cretenses. Entró en la ciudad y no solo encontró gran parte de este extenso reino sometido de nuevo a su cetro, sino también dos poderosos ejércitos a su servicio, pues el conde Antenoro se me unió al poco con sus 800.000 hombres*, puesto que había ido reemplazando con presteza las tropas de ocupación y las demás pérdidas. Y yo mismo, con mis 10.000 soldados, me encontraba entre las tropas de Trapisonda. Cosroes no quería quedarse de brazos cruzados, sino mostrar también que no temía a su enemigo. Marchó así conmigo y con 120.000 hombres hacia Mesopotamia, donde el rey Admeto, con ayuda de los árabes y armenios, había conseguido reunir un potente ejército de 250.000 soldados y nos estaba esperando. Amenazaba con asolar toda Trapisonda. El conde Antenoro, entretanto, marchó hacia Cólquida e Iberia, y Megabizo se quedó en Trapisonda e intentó recuperar para nosotros de nuevo la Pequeña Armenia.

»La batalla entre nosotros y el rey sirio fue inclemente. Yo salvé dos veces al emperador de la muerte y una vez de caer apresado. Dos veces reorganicé nuestro ejército y, de no ser por mí, Cosroes habría dejado el triunfo en manos de los sirios. Mas, al final, Admeto tuvo que retirarse de la batalla con 30.000 de los mejores soldados de su ejército después de que aquella se hubiera prolongado más de 24 horas sin tregua. Lo siguieron aún muchos más y no se detuvieron hasta que alcanzaron el Éufrates, aunque, como sé, consiguió regresar con no más de 100.000. El príncipe árabe Oromedon había permanecido allí y sus huestes tuvieron que regresar a casa a causa de ciertos disturbios internos. El rey de Armenia, por su parte, hizo uso de la prudencia, selló la paz con Trapisonda y ordenó a sus tropas que regresaran de inmediato de Mesopotamia. Cosroes se dirigió con todo su boato hacia su capital para gozar allí del sosiego y del deleite de la felicidad que le habían proporcionado mi audacia, mientras que Admeto, iracundo y maldiciendo su infortunio, abandonó todas las posesiones imperiales para reunir todas las tropas que le quedaban en Siria y recuperar con ellas lo perdido.

»Sin embargo, mientras intentaba hacerlo llegué yo allí a Siria con 50.000 cretenses y otros tantos de Trapisonda. Admeto tenía 180.000 hombres dispuestos, las últimas fuerzas de su reino, y la batalla se prolongó tres días enteros. ¿Mas cómo podía él oponerme resistencia, a mí, que acudía con prisas por recoger mis laureles para después ponerlos a los pies de mi sin par Aurora?

»Recibió un golpe en la cabeza y en un solo instante mi puño lo despojó de la victoria, de la corona y de la vida. El extenuado pueblo sirio se mostró entonces más que dispuesto a jurar fidelidad al monarca de Trapisonda y Creta. Yo tomé posesión en nombre de ambos y además se me nombró virrey. Para ayudar a la recuperación del país, se les exhoneró del pago de la mitad de los tributos, con lo cual me gané el favor del pueblo hasta el punto de que este me amaba incluso más que a su anterior rey Admeto.

»Yo, sin embargo, me despedí de ellos para volver a Cortina. Bajo la protección de mis macedonios y de 10.000 cretenses emprendí camino hacia allí. La recepción fue grandiosa e hice allí mi entrada triunfal: toda Cortina ardía aquella noche con fuegos de regocijo que oscurecían las estrellas del cielo y el inenarrable botín que traía conmigo hizo que el rey Codro sintiera aún mayor aprecio por mí.

p. 148»No pude ver a mi princesa. Había partido hacia un palacio de recreo y percibí que nos impedían por todos los medios que habláramos. Todo ello me causó gran desasosiego, pero no fue óbice para que solicitara una audiencia privada con el rey. Se me concedió, y yo le hablé al rey de la siguiente manera: «Clementísimo señor, vuestra majestad tendrá a bien disculpar mi osadía si, abusando de la misma, le imploro compasión en una enfermedad que sin lugar a dudas puede acabar con mi vida. La curiosidad por ver a la princesa, hija de vuestra majestad y famosa por sus divinos dones, me trajo a esta corte. Las limitadas destrezas que se han visto en mí eran resultado de mi intento de complacer a vuestra majestad, y todo cuanto he tenido el honor de llevar a cabo al servicio de vuestra majestad no eran más que intentos de resultar algo más digno al favor de la excelentísima y muy estimable princesa. Creo, clementísimo señor, que vuestra majestad tendrá a bien tomar en consideración que la corona macedonia no será demasiado pequeña para la cabeza de su alteza serenísima Aurora, ni que ella perderá nada de su esplendor por causa de la mano de quien se la ofrece, una persona realmente apreciada por los macedonios, que ha prestado algunos servicios a esta corona con la suya propia. Considerando al hombre, ni yo, ni mucho menos cualquier otro, sea quien fuere, podemos considerarnos dignos de esta unión». El rey parecía estar sumido en sus pensamientos, pero me respondió: «Me asombra, príncipe de Pela –pues este es el nombre con que se conoce al príncipe heredero de Macedonia–, que no expusierais ya vuestro propósito en el momento de vuestra llegada a esta corte. Temo no poder darle al príncipe Vardanes una respuesta adecuada. Es un honor para mi hija recibir una propuesta tal, mas mi palabra real, que ya di al emperador de Trapisonda, me impide poder tomar en consideración esta petición que tan agradable me resulta. Ella es ahora la emperatriz prometida de Trapisonda, y en cualquier momento llegarán los emisarios de Cosroes que se la lleven. Ya sabía de vuestras intenciones a través de la misma princesa, pero ninguno de los dos querrá que yo falte a mi palabra. De su alteza lo espero como favor y de mi hija, como muestra de obediencia».

»Creo que me alcanzó un relámpago súbito cuando oí estas palabras, y Codro tuvo el tiempo suficiente para decir cuanto tenía que decir, pues yo estaba petrificado. Por fin pude balbucir que no podía permanecer en un país en el que había sufrido la pérdida más irreparable del mundo y que humildemente le rogaba que me dispensara de mis obligaciones para marchar hacia Pela a morir en paz, si es que ello me resultara posible. A duras penas logré contener las más graves maldiciones contra el de Trapisonda y contra él. El rey de Creta estaba, de alguna manera, conmovido. Me tomó compasivo las manos y dijo: «Seguiremos necesitando al príncipe Vardanes. No piense vuestra ilustrísima que la dispenso, puesto que os estoy dando la libertad para que os repongáis algo de este, como veo, gran dolor. Vuestra ilustrísima es virrey de Siria y no puedo prescindir tan fácilmente de vos. Marchaos, pero regresad en cuanto os hayáis sosegado. Mi hija la princesa no os tratará con mayor extrañeza que ahora cuando sea emperatriz de Trapisonda».

»A continuación solicité que se me permitiera hablar una vez más con la virtuosa Aurora, mas rechazó mi petición por precaución, como dijo, para no aumentar mi dolor. Si mi amigo el príncipe heredero se hubiera encontrado en casa, habría logrado hablar con la princesa, pero así no podía lograrlo solo, pues hasta mi partida nos vigilaron a mí y a mis macedonios hasta tal punto que no podíamos dar un paso sin que pronto se supiera. Le escribí una carta a la princesa, a la cual todavía espero respuesta, me despedí del rey y embarqué hacia Pela.

p. 149»Llegué allí laureado pero corroído por un pesar funesto que fue la causa de que al final sufriera una penosa enfermedad. El rey Absimaro, que ya es muy anciano, no quería separarse de mí tras mi recuperación. Yo, sin embargo, partí en secreto y ahora estoy en camino hacia las tierras que he de regir cual virrey. Allí es mi intención levantar a todo aquel que pueda empuñar un arma. No me faltarán entre 40 y 50.000 macedonios y los reyes de Asiria y Armenia también ven con ojos de envidia la ventura de Trapisonda. Así pues, seré lo suficientemente fuerte como para mostrarle a Cosroes que soy mucho más digno de Aurora que él. Me vengaré y después de haberlo sacrificado a mi furibundo amor, gozaré de Aurora o moriré a sus pies.

Con un profundo suspiro terminó el quimérico príncipe su relato y no dejó ninguna duda entre nuestros aventureros de que, en su cabeza, no todo debía de encontrarse en el estado natural en el que debía hallarse.

50.Pese a que en el texto la ciudad aparece como Cortyna, Neugebauer probablemente hace referencia a la ciudad cretense de Gortina, ciudad al sur de la isla que durante la Antigüedad se disputó la hegemonía insular con Cnosos.

51.El Reino de Epiro fue uno de los múltiples estados helénicos de la Antigüedad, y estaba localizado entre Iliria, la cordillera del Pindo y el mar Jónico. En el año 232 a.C. quedó sometido al Reino de Macedonia, y en el año 167 a.C. paso a formar parte de la República Romana.

52.En la Antigüedad, la región de Cilicia se correspondía con la costa meridional de la península de Anatolia, y se extendía de la costa de la actual Alanya (Kalonoros) hasta Asia Menor y las fronteras de la actual Siria. Durante la época romana fue una entidad política propia.

53.Issus o Iso, cerca de la actual Alejandreta (Iskenderun en turco) fue uno de los puertos más importantes de Cilicia. En Iso tuvieron lugar tres importantes batallas, la batalla de Iso (333 a.C.), en la que Alejandro Magno derrotó a Darío III de Persia; la Segunda Batalla de Iso (194), que enfrentó al emperador romano Septimo Severo y a su rival Pescenio Niger; y la Tercera Batalla de Iso (662), entre el Imperio Bizantino y el Imperio Sasánida.

54.El emperador de los tártaros era conocido cómo cham. La región de Frigia, también en Asia Menor, se encontraba en el centro de la península de Anatolia, entre las actuales provincias de Ayfon, Eskisehir y Ankara.

55.Panfilia, que se convertiría en provincia romana en el año 133 a.C., se ubicaba en el sur de la península de Anatolia, limitando geográficamente con Licia al oeste, Cilicia al este, el Mediterráneo al sur y Pisidia al norte. Actualmente se corresponde con la provincia de Antalya en Turquía.

56.Por Iberia ha de entenderse una región oriental del Reino de Georgia en el siglo IV a.C., y en ningún caso la Península Ibérica. Este era el nombre utilizado por los griegos y romanos para referirse al reino georgiano de Kartli, y se denomina habitualmente como Iberia caucásica para distinguirla de la Península Ibérica.

*N. del T.: cifra incorrecta en el original. Como se ha podido leer poco antes, se había dividido el ejército en dos partes, con 80.000 soldados en cada una de ellas.