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Capítulo III
Diversos acontecimientos tristes

El blondo Febo había conducido ya su carruaje hasta la cima más alta del Olimpo, sus corceles espiraban un doble fuego expulsado de los inmortales orificios de la nariz en dirección a este nuestro mundo inferior y las llamas en los hogares de las cocinas parecían desafiar al fuego divino..., hablando en plata, era mediodía cuando nuestro distinguido grupo atravesó las puertas de una pequeña ciudad que conformaba la frontera entre estos territorios y los de otro príncipe.

Decidieron tomar aquí el almuerzo y se dirigieron a la hospedería más cercana. Allí se encontraban ya varias personas y, entre otras, una joven baronesa que había enviudado hacía un año y que todavía no tenía ni veinte años, pero sí muchas posesiones. Las gentes de la ciudad, atraídas por la inusual figura del príncipe Vardanes y de su caballerizo, el caballero Heraldo, se amontonaban ya en tropel delante de la posada preguntándose qué tipo de comediantes serían aquellos, si actuarían ellos mismos o harían representaciones con marionetas, y qué tipo de piezas representarían. La respuesta del posadero de que no eran comediantes, sino gentes de paso, redobló su curiosidad por saber de dónde procedían para llevar aquellos atuendos tan extraños y, así, la afluencia fue cada vez mayor. Dentro de la casa también causaron expectación y la baronesa no encontró sosiego hasta que se llevó aparte al ayuda de cámara, al que interrogó acerca de quiénes eran sus señores, en especial los que iban vestidos a la manera romana, a lo cual recibió la siguiente contestación:

—Ni yo mismo acierto a decir quién es el señor dorado, pero por cuanto he oído se hace llamar Vardanes, príncipe de Macedonia. El otro se llama el caballero Heraldo y es su caballerizo o escudero. Mi señor, el del jubón adornado con oro, es el Caballero de Laideval, si bien su verdadero nombre es el de marqués de Bellamonte. La señora que lo acompaña es la condesa de Villafranca, y su doncella de cámara Lisette. Yo, por mi parte, me llamo Du Bois y soy el ayuda de cámara de él, y finalmente el de la cabeza descubierta, a quien he tenido que prestarle mi sombrero, es un escritor de libros que viaja con nosotros.

De esta respuesta dedujo la baronesa que todos los de aquel grupo quizá no estuvieran bien de la cabeza, o simplemente que eran todos unos locos. Sentía compasión por el príncipe y el marqués, personas cuya apariencia había causado una cierta impresión en su fervorosa alma y a los que consideraba dignos de su conquista. Pronto descartó sus intenciones en el caso del primero. El segundo, sin embargo, no le parecía tan insensato y, puesto que consideraba que era de buena cuna, creyó que realizaría la mejor obra del mundo si intentaba hacerle recobrar el juicio.

p. 151Mientras todo esto sucedía dentro de la casa y el populacho todavía alborotaba ante la puerta, tres jinetes que llegaron espoleando a sus caballos disolvieron de repente la congregación, se aproximaron a la posada, hicieron atar a los caballos y preguntaron por dos personas cuya descripción se correspondía con la del príncipe Vardanes y el caballerizo Heraldo. Estos tres jinetes eran dos criados con espléndidas libreas comandados por un hombre que tenía un aspecto como de antiguo oficial. Cuando este hombre supo que las personas descritas se encontraban allí, accedió a la sala sin anunciarse y se dirigió al príncipe:

—Por el amor de Dios, vuesa merced –dijo–, ¿adónde creéis que vais con vuestro divertimento? Estáis causándole enorme pesadumbre a vuestro señor padre y os convertís en el hazmerreír de la gente. Si vierais cómo vuestros ridículos ropajes han atraído al pueblo delante de esta casa, os avergonzaríais. Y vos, Herr von B*** –dijo dirigiéndose al caballerizo–, aun alentáis a su merced en sus escenificaciones novelescas. Al joven señor se le puede disculpar, porque quizá toda esta insensatez sea una secuela de su última enfermedad. Vos, sin embargo, sois una persona sana y os mostráis con este aspecto. Podéis creer que encontraréis iracundo al señor.

Heraldo se mostraba avergonzado, mientras que Vardanes estaba consternado y airado. Finalmente le espetó a aquel extraño:

—Príncipe de Ródope, podéis decirle a mi señor padre que no tengo la intención de dar media vuelta. Parto hacia Siria y los motivos los conocéis tan bien como mi padre. Si, no obstante, podéis conseguir que me envíe un ejército de unos 50.000 hombres, me haréis el más grande favor. No deseo escuchar nada más, y nada más tengo que decir –y diciendo esto se marchó de la sala con Heraldo, o con Herr von B***, y se encerró en su alcoba. El desconocido levantó la vista al cielo y se encogió de hombros. A continuación observó a las personas que había a su alrededor, que permanecían atónitas por esta insólita escena.

Se sirvió la comida y se sentó a la mesa con los demás, no sin antes haber visto por el ojo de la cerradura al imaginario príncipe de Pela tumbado en su cama dialogando con su caballerizo, que estaba de pie ante él. Más tarde, mientras comían, no pudo evitar saciar la curiosidad de la baronesa con una breve aclaración de todos los hechos.

p. 152—Este joven señor –contó– es el único hijo varón del conde viudo von C*** y el otro es un joven Herr von B***, a quien por sus pocos medios aquel ha convertido en su paje. Este Herr von B*** estaba tan repulsivamente fascinado por la lectura de novelas que más de una vez deseó que regresara la época de las historias que allí se contenían. Su alma se ocupaba solamente con las absurdas invenciones de Talander, Melissantes y Meletaon y le robaban gran parte de su tiempo57. Como consecuencia, desatendió por completo la instrucción y el aprendizaje de otras ciencias, y las advertencias que yo, como su preceptor, les hacía al joven conde y al paje se perdían en el viento. Este último infectó con esta peste al primero y la mayor parte de su tiempo la pasaban representando la historia de Bellandra, de la fiel esclava Doris, de Arsinoe y otros libros de insensatez similar con los ropajes con los que los veis ahora ataviados58. Más tarde, para desgracia de todos, el joven conde se enamoró de la hermana menor de la condesa de F*** También ella le correspondía su amor, pero pasado algún tiempo se supo que su señor padre ya la había prometido a un joven barón amigo de la familia. El casamiento tuvo lugar y mi joven señor cayó enfermo de unas fiebres que le trastornaron del todo la cabeza, hasta el punto de que de tanto en tanto perdía por completo la razón. Finalmente logró sanar, pero como veis, de qué manera. Durante su enfermedad, había leído la historia de Talander sobre la princesa cretense Aurora59. La ira contra el esposo de su amada le insufló todo tipo de argumentos beligerantes y vengativos. Todo ello lo habrán podido percibir en sus discursos. En definitiva, lo escucharon con mayor atención cuando comenzó a hablar del viaje a Siria, mas Herr von B***, quien se encontraba ante este azar tan deseado por él, encontró los medios para ayudarle a escapar ayer, aproximadamente a esta hora. ¿Pero cómo podían pasar desapercibidos con esta novelesca vestimenta? Los he venido persiguiendo, si bien no he podido alcanzarlos hasta ahora.

Mientras los allí congregados todavía ponderaban la asombrosa narración del señor preceptor y el marqués se disponía a dictaminar su juicio acerca de las novelas alemanas, que él conocía de manera tan extraordinaria, se presentaron en la sala el burgomaestre y algunos consejeros de la ciudad. Había hablado aquel antes con el posadero y este los había hecho pasar.

—Señoras y señores míos –dijo–, no me tomarán a mal que les ruegue que no abandonen esta casa hasta que yo les dé permiso para ello. En virtud de la responsabilidad de mi cargo y en cumplimiento de mis obligaciones he dispuesto que se anuncie y disponga que se aposten ante cada una de las puertas de esta casa dos centinelas que impidan la salida de cualquier persona.

Todos se quedaron asombrados ante una proclamación como esta. La hermosa condesa se sobresaltó y el gran Bellamonte se enfureció sobremanera. Sin la intercesión de la baronesa y las trabas del preceptor se habría abalanzado sobre el burgomaestre de aquella pequeña ciudad. Este, en cambio, se marchó a toda prisa. El nombre del héroe, que a menudo se escuchaba durante toda esta escena, y las delicadas palabras de consuelo que dedicaba a su querida Villafranca despertaron las suspicacias del preceptor en lo referente a la sensatez de aquel, y comenzó a sospechar que pudiera ser que el marqués de Bellamonte y su príncipe Vardanes tuvieran algunas cosas en común.

57. Talander es el pseudónimo empleado por August Bohse (1661-1742), uno de los principales autores del género heroico-cortesano en Alemania. Melissantes es el pseudónimo empleado por Johann Gottfried Gregori (1685-1770), geógrafo, cartógrafo, historiador y autor de novelas heroico-cortesanas. Meletaon es el pseudónimo empleado por Johann Leonhard Rost (1688-1727), astrónomo y autor de novelas como su Schau-Platz der gelährten und galanten Welt (1711) o Die Unglückseelige Atalanta (1717).

58.Bellandra es la protagonista de la novela Die getreue Bellandra (1708), de Rost. Doris es la protagonista de la novela Die getreue Sclavin Doris (1696), de August Bohse. Arsinoe es la protagonista de la Unglückselige Prinzessin Arsinoe (1687), también de Bohse.

59.Protagonista de la Aurorens königlichen Prinzessin aus Creta Staats-und Liebes=Geschichte, también del mismo autor. La trama de esta novela se corresponde de manera bastante exacta con la historia de Vardanes, si bien el protagonista se llama Heraldo, como el caballerizo de Vardanes.