Capítulo IV
Diálogo entre Arabela y Lucía
—Todo lo que puedo deciros, señora, es que nos asustamos mucho cuando os desmayasteis, que hicimos cuanto pudimos para que volvieseis y que, en fin, volvisteis.
—No es eso lo que te pido, sino que me digas lo que me sucedió mientras estuve desmayada, pues sin duda que acaecieron infinitas cosas extraordinarias.
—Os aseguro, señora, que ya os he dicho fielmente cuanto sucedió.
—Pero no me has hablado del desafío de Glanville con su competidor ni de los medios de que se valió para restituirme a mi cuarto.
—Vuelvo a aseguraros que no habéis salido de él y que no ha habido desafío.
—Te han, pues, prohibido que me lo cuentes… y tú conoces que no debo ignorar esta parte importante de mi vida.
—Os he dicho la verdad y no puedo…
—¡No puedes!
—Yo, señora, no sé cómo se forjan historias, pues si supiese, al instante haría una, porque así lo queréis, pero en cuanto os ha sucedido no hay el menor motivo de...
—¡No hay el menor motivo! ¿Así miras una aventura que admirará a los que leyeren algún día mi historia?...
—No os enojéis, ama mía, que os lo suplico y os diré que… yo… hay… os afirmo que no sé cómo contentaros…
—Escucha, buena Lucía: si algún príncipe o princesa te pidiese que les contaras lo que me ha sucedido, ¿no les dirías nada de la aventura de hoy?... Pues bien, supón que soy una princesa que te pide la narración de mis sucesos.
Arabela fijó sus ojos en Lucía y, después de haber esperado algún tiempo, la dijo:
—No te pido un discurso estudiado; vamos, empieza. p. 204
—Pero, señora, si no sé nada, ni de vuestro robo ni de vuestra libertad ni de desafíos ni tampoco he visto nada de todo eso…
—¡Vete, vete de mi presencia, mujer indigna de mi confianza! ¡Ya veo que has vendido tu silencio!
Pasmada Lucía del enojo de su ama, rompió en llanto. Arabela, naturalmente compasiva, la habló con dulzura:
—Te perdono –la dijo–, pero confíame en cuánto has vendido tus servicios, muéstrame la joya que te han regalado.
—Pues, señora, me dieron, a pesar mío, esta media guinea que os presento; me la encontré en la mano en el mismo instante que tirasteis de la campanilla: vi que el señor Tíncel iba a entrar en vuestro cuarto; quise impedírselo; se me opuso y, finalmente, di aquel chillido que os asombró tanto; y esto es, señora, todo lo que ha habido.
Se avergonzó Arabela de un regalo que no tenía ejemplo y la mandó salir del cuarto para ocultar su grandísima confusión. Poco después se resolvió a pasar al salón de concurrencia, donde encontró a su tío engolfado en una conversación, que será el asunto del capítulo siguiente138.
138 ‘abstraído o inmerso en una conversación’.