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Capítulo IX
Carácter rarísimo, que se presenta en la escena

Envidiosa Carlota de las prendas de su prima, sintió mucho gozo de lo que esta se había ridiculizado en Bath; supo, con la mayor complacencia, que Tíncel la había pintado en las concurrencias de un modo que no la favorecía y dio noticia de esto a Glanville, quien se determinó a estorbarla que compareciese en público. No fue cosa difícil, porque Arabela únicamente salía por dar gusto. Carlota, que se vio, por aquel medio, libre de todo miramiento embarazoso, compareció en el público con más jovialidad, escuchó cuantas bufonadas se dijeron a cuenta de su prima y no se quedó corta en contribuir a ellas con cuanta hiel pudo mezclar. Las mujeres se desataron contra Arabela porque era más hermosa que todas y solo se reunieron para reír a costa suya. La célebre condesa de *** se halló en una de aquellas tertulias y tomó el partido de Arabela contra todos, y logró imponer algún silencio, así por el decoro y dignidad con que se explicaba, como por el concepto que se tenía de su mérito148. Se conocían pocas competidoras de esta dama en cuanto al talento y aventajaba a todas por su entendimiento y vasta lectura. Fue testigo del esplendor con que Arabela se presentó en el baile, a pesar de las sátiras con que la zahirieron, y la estudió lo suficiente para conocer que había en ella un buen caudal de ingenio, obscurecido con las ideas novelescas. Aquel descubrimiento promovió en ella la lástima y la impulsó a tomar la resolución generosa de libertar a tan bella mujer de las maliciosas zumbas a que se exponía. Alabó mucho la condesa el juicio de nuestra heroína, su hermosura, su gracia y su candor, y explicó delicadísimamente el cómo una joven dotada de imaginación viva, sola, sin guía y sin conocimiento del mundo podía concebir ideas tan originalmente extrañas, y para minorar las ridiculeces de Arabela, confesó que, cuando muchacha, se había también ella sumido en la lectura de las novelas heroicas y empezado a tener un modo de pensar muy parecido al de aquella señorita; el que no se le desvaneció hasta que se la presentaron ocasiones de ver el mundo y necesidades de conformarse a sus estilos149, y añadió a esto la condesa, que quería conocer a Arabela, a quien visitaría como más antigua residenta en Bath. Carlota contó a su hermano cuanto se había dicho en la concurrencia y le procuró con ello una satisfacción muy lisonjera. Conocía mucho, por su reputación, a la condesa de *** y concibió dulces esperanzas de que el trato y conversación de una mujer de aquel mérito causaría muy buenos efectos en el ánimo de Arabela.

Cumplió con su palabra la condesa, pues, dos días después, escribió una carta a Arabela anunciándola que tendría la honra de irla a ver después de comer. Así que llegó, la salió al encuentro nuestra heroína y la abrazó ansiosamente, como pudiera, a una amiga antigua que regresa de un viaje largo. Glanville, embarazadísimo, estudió la fisionomía de la condesa y sacó, por conjetura, que no la desagradaba aquella familiaridad. p. 214

—No podréis creer, extranjera amable –la dijo Arabela–, la impaciencia con que deseaba veros: me han hablado mucho de vuestras virtudes y os aseguro que me ha hecho tanta impresión que no vacilaría en viajar desde un extremo del mundo al otro, para daros una prueba de la sinceridad de mi afecto.

El barón, sorprendido, pegó un repullo al oír tal cumplimiento y Glanville se mordió los labios, sin atreverse a levantar los ojos150; pero la condesa, con dulzura y decoro, la contestó así:

—La satisfacción que siento en conoceros, preciosa Arabela, es tanta que me da a sospechar alguna desgracia próxima. La vida es un tejido de placeres y de amarguras, y sucede muy a menudo que los unos son precursores de las otras.

Embobada estaba Arabela, viendo un estilo semejante al suyo; pero Glanville, incomodadísimo porque sospechó a la dama con gana de divertirse y el barón, creyéndola de buena fe, tan extravagante como su sobrina.

—Verdad es –repuso Arabela– que la virtud está expuesta a los caprichos de la suerte. Las desventuras de Estatira o Casandra (porque los dos nombres tuvo) y la adversidad que experimentó Candaza y las aflicciones de Mandana prueban que las personas de mayor ilustración no están a cubierto de los golpes de la fortuna.

—Convengo –replicó la condesa– en que las princesas que acabáis de nombrar fueron desgraciadas, pero olvidáis a una que lo fue tanto como esas; olvidáis a Elisa, princesa de los Partos.

—Perdonad, señora –interrumpió Arabela–, no pienso del mismo modo. La princesa de los Partos puede sin duda incluirse en la clase de las desventuradas ilustres, pero lo fue más que ella la divina Cleopatra: ¿qué males sufrió a que no estuvo Cleopatra expuesta? Si Elisa, por la tiranía de su padre, estuvo para dar la mano a un hombre que aborrecía, la hija de Antonio se vio en el mismo caso con Tiberio, príncipe cruel, tan odiado de ella como de todo el mundo; si Elisa cayó en poder de un pirata, Cleopatra fue cautiva de un bárbaro y, en fin, si Elisa padeció la pena de ver en prisiones a su amado Artabano, por orden de Augusto, Cleopatra vio las angustias mortales de Coriolano condenado a una muerte ignominiosa.

—Preciso es confesar –dijo la condesa– que fueron grandísimas las desdichas de esos personajes. Mientras más se medita en las peligrosas aventuras a que estuvieron expuestas en sus tiempos, más parece que debemos felicitarnos de haber nacido en un siglo en que los modales, los estilos y las costumbres son tan diferentes. Personas hay que no pueden persuadirse a que haya habido princesas que navegasen por esos mares disfrazadas en trajes varios, que fuesen robadas con violencia, que habitasen en los bosques, que viviesen en islas desiertas y que todo esto lo hiciesen por huir de unos insolentes raptores. Como unas cosas así no han sucedido desde dos mil años acá, hacen creer al mayor número que son cuentos forjados a placer.

Arabela se paró al oír este discurso y no tuvo por conveniente decir lo que pensaba, pero su silencio, su ademán y sus ojos manifestaron lo que pasaba en su alma. Creyó la condesa haberse propasado algo para una conversación primera y se aprovechó diestramente de la ocasión de promover otra, y así que se dejó aparte el heroísmo, lució Arabela su talento y acreditó, con lo sólido de sus reflexiones, el juicio y discernimiento de que estaba dotada.

148 La posibilidad de que esta condesa cuyo nombre se evita pueda estar inspirada en un personaje real lo planteó Lady Mary Wortley Montagu (Dalziel 412), aristócrata y escritora británica (1689–1762), autora de una correspondencia muy interesante. Precisamente en una carta dirigida a su hija es donde aparece esta sugerencia no concretada.

149 ‘cuyo modo de pensar no se le desvaneció’.

150 ‘pegó un brinco’; repullo es un «movimiento violento del cuerpo» (Aut).