Prólogo
¿Quién, quién nos lo dijera, amados conclientes? ¿Podía pasarnos por la imaginación? Ahora, de repente y sin saber cómo, nuestro Apologista comienza a sentir el gravísimo peso que ha cargado sobre sus espaldas y, a pesar del celo que le anima por nuestra defensa y de la destreza que forzosamente ha de haber adquirido en las lides hasta aquí reñidas, se ve en la precisión de confesar que el ser Apologista Universal es carga que no pueden ya sufrir sus hombros por sí solos, y que le es por tanto indispensable tomar en su ayuda a alguno de sus clientes. Sí, amigos, con esta novedad nos hallamos, y con la de… ¿pero cómo acertaré yo a decíroslo? La elección… ¿me entendéis? La elección ha recaído por su dicha en este vuestro concliente, aunque indigno. Por recibida la enhorabuena, paso a contaros el cómo y el cuándo. Es, pues, el caso que, yendo yo a dar las pascuas a nuestro Apologista, me recibió con una agradable sonrisa, «y sin duda –dijo– que la fortuna está hoy de buen gusto, porque en mejor ocasión no podía haberte traído por aquí». Esto diciendo, me dio una palmadita sobre las espaldas, me cogió de la mano, hízome sentar, sentose y destosiéndos2:
p. 32–Ya, amado cliente –continuó–, sabes, y sabe todo el mundo, que desde el punto en que me vino el felicísimo pensamiento de hacerme vuestro Apologista, no he perdonado medio ni fatiga para manifestar el tiernísimo* amor que os profeso. Una gallina que, recibiendo en sí el agua, cubre con alas de piedad a sus hijuelos, fomentándolos a costa del calor de su corazón, no es ciertamente (aunque yo lo diga) adecuado símbolo de lo que he hecho con vosotros. No estoy arrepentido, si bien no ha faltado entre mis clientes algún polluelo ingrato que ha correspondido a mi ternura con el pasatiempo de picotearme y quererse subir a las barbas3. En fin, soy más bien vuestra madre que vuestro Apologista y, aunque así no fuera, camino sobre el seguro pie de que un apologista es para cien clientes, y cien clientes no son para un apologista†. Pero estamos en el caso de que sois ya más que los de Egipto, y aun más que los abogados de colegio. En cada casa tengo un cliente y un ciento en cada esquina, aunque no se cuenten las de la Puerta del Sol4. Más lástima es que, a proporción del aumento de mi rebaño, se ha aumentado también el de los lobos. Detrás de cada mata se oculta una manada de critiquillos y, si no fuera por mi vigilancia, ¡guay! del simple escritorcillo que se anduviese en flores. Empero yo, con todo mi celo, soy un hombre solo que no puedo acudir a tantas partes a un tiempo. Mis fuerzas no llegan adonde mis deseos y, por otra parte, harto infeliz sería el hortolano que, empleando su vida en plantar, no llegase a coger fruto alguno de sus árboles, además de que soy mortal y, según todas las apariencias, la raza de mis clientes ha de ser eterna en España5. Finalmente es gusto mío habilitar a alguno de vosotros para que pueda ayudarme. Esto supuesto, en la elección no he tenido mucho que titubear. Todos tus compañeros han contribuido con eruditas producciones a la gloria de la patria, y tú, entretanto, pareces nacido únicamente para hacer número e, indolente sobre todos los indolentes, ni aun das muestras de ser racional. Si en otro tiempo se distinguió el hombre de los demás animales en ser animal pensador, en el día se distingue en ser animal escritor. Así que, hijo mío, es necesario que vuelvas de ese letargo y, al lado de tu Apologista, comiences a defender a tus conclientes. ¿Te encoges de hombros? ¿Arqueas las cejas? Pues en verdad que no tienes por qué hacerlo. No, no pretendo yo hacer lo que aquellos menestrales que, a título de maestros examinados del gremio de tal, se están con los brazos cruzados, o se andan con la capa al hombro, y comen, beben y triunfan a costa del trabajo de los oficiales y del dinero del pobrete que tiene que pagar, aun más que el trabajo de estos, la holgazanería y señorío del maestro. El cargo de Apologista Universal será siempre de mi inspección, y de la tuya por ahora el desempeñar aquellas defensas que me parezcan fáciles y proporcionadas a tus fuerzas, con la facultad que asimismo te cometo de declarar que este o aquel escritor, o estos y aquellos escritores, son mis clientes natos, de mérito, etcétera. Comenzarás a ejercer tu cargo defendiendo la Suma Filosófica del padre Roselli, cosa facilísima, pues estás fuera del día con defender y ensalzar la filosofía escolástica, y hacer esto en España es cosa aun más hacedera que el alabar a Atenas en Atenas, proverbio de las cosas fáciles. No tienes que izquierdear6, lo que digo se ha de cumplir al pie de la letra, so pena, no lo haciendo, de ser borrado del catálogo de mis clientes; y declaro que no te se despacha título ni exige media-annata por no ponerte en necesidad de que te empeñes para el pago, que sería lo mismo que ponerte en ocasión próxima de no portarte con la pureza y desinterés que requiere un encargo tan delicado7.
p. 33Diciendo y haciendo echó a correr, dejándome sin más recurso que el de seguirlo con la vista, inútilmente, pues no se dignó siquiera de volver el rostro a mirarme. Desapareciose en fin, y yo me quedé lleno de confusión. Por una parte me estimulaba a aceptar el nuevo empleo la terrible amenaza de que dejaría de ser cliente si lo rehusaba. Añadíase el deseo de hombrearme con vosotros, los demás clientes, todos escritores, pero echaban por tierra estas consideraciones lo desconocido del rumbo que debía seguir y el miedo que me ponían los critiquillos, raza de aves de rapiña que, apenas oyen cantar una rana, ya están encima con pico y garra abiertos. En suma, yo venía siendo (y de camino aprovecharé unos versecitos que oí días pasados a un ciego), venía siendo, repito
Un tierno pichoncito, al cual su madre
por hacerlo volar le niega el cebo,
y si bien de seguirla le espolea
y de volar el natural deseo,
su falta de experiencia, su ignorancia
de la región inmensa, el justo miedo
de carniceras aves lo detienen,
con alas ya, en el nido a su despecho.
En tales dudas se me pasó toda la mañana, y sería ya la una de la tarde cuando, más por la costumbre que por la gana de comer, me encamino hacia mi casa, y apenas comienzo a subir la escalera, repentinamente me siento lleno de una complacencia tan grande que no parecía sino que el corazón quería salírseme del pecho. Entro en mi cuarto y veo sobre una mesa la causa de una novedad tan extraordinaria. Veo en el libro, cuya publicación debo defender, una obra publicada con la mira de restablecer la verdadera y antigua filosofía, digna de ser propuesta por modelo a los verdaderos amantes de la filosofía cristiana. Obra en la cual se hace ver con doctrina también de los modernos que la filosofía antigua, sobre ser la más útil y verdadera, es la única que puede conducir para el estudio de la teología, y que el verdadero método de estudiarla es el que usan los buenos escolásticos. Todo esto y mucho más vi en la Suma Filosófica del padre Roselli, recién comenzadita a imprimir en casa de Cano8.
Ahora, cuando yo vi una obra semejante y no me caí muerto, dígase que mienten cuantos han dicho que una desmedida alegría puede matar a un hombre. Pero para que se verifique que no hay alegría cumplida, vino a turbar mi contento el escrúpulo de que no podía yo en conciencia defender la publicación de esta portentosa obra, porque, según el tenor de mi comisión (decía yo), debo emplearme únicamente en defensas fáciles, y el defender al padre Roselli (diga lo que quiera nuestro Apologista) es cosa dificilísima, por no decir imposible, porque ¿cómo no ha de serlo el defender a un autor que se propone un fin para cuya consecución no bastan ni con cien leguas las fuerzas de su ingenio? Por los dos tomos hasta aquí publicados (uti ex ungue leonem, seu ex auriculis asinum) podrá conocer cualquiera que el ingenio de Roselli es sólido, elevado, metódico y claro; que su erudición es increíble, y que el celo de sus sabios editores corre parejas con aquel ingenio y aquella erudición9. ¿Pero bastará todo el ingenio, toda la erudición, todo el celo del mundo para restablecer la verdadera y antigua filosofía? ¡Ah!, por nuestra desgracia estamos en unos tiempos en que la libertad de pensar y elegir cada uno según su antojo se ha apoderado de los ingenios y es forzoso, una de dos, o no conocer el siglo en que vivimos, o carecer de sentido común para dudar que el restablecer la filosofía escolástica es empresa igual en todo y por todo a la de resucitar la caballería andante. Mas entre tantos escolásticos, ¿no tendrás tú, dichosa patria mía, un don Quijote?
p. 34Mientras así exclamaba seguía ojeando la Suma Filosófica, y a pedir de boca hallé cuanto deseaba en este cuadernito intitulado Suplemento a la Suma Filosófica. Primera salida de don Quijote, segundo de este nombre. En este papelito, que quiero leeros10, vais a ver un campeón que toma a su cargo enderezar los tuertos y desfacer los agravios hechos a la filosofía peripatética; que no solo defiende la publicación de la Suma Filosófica, sino que por medio de ella hace triunfar a España de la malignidad extranjera. Veréis cubierto con el yelmo de Mambrino el lenguaje de nuestros cofrades los escolásticos11 y, lo que es el colmo de nuestras dichas, el último punto a que pudo encumbrarnos, no la liberalidad, no el favor, sí la prodigalidad, sí el despilfarro de la fortuna: veréis con ocasión de la Suma Filosófica acrecentado nuestro número con una lucida tropa de sabios y no sabios, como quiera, sabios gravísimos con muchas campanillas de opinión, de anteojos y de mucho tabaco. Harto es según esto lo que tenéis que escuchar, por lo mismo no se nos vaya todo en flores, orejas alerta, que ya comienzo a manejar mi lengua.
* Así en el original, en vez de ternísimo.
† Mantengo la cursiva del original por la voluntad evidente de convertir la afirmación en aforismo o sentencia chistosos.
2 Aunque inusual hoy, el DRAE recoge el sentido inequívoco del témino: «Toser sin necesidad, o fingir la tos, ya previniéndose para hablar, ya para que sirva de seña».
3 Pasatiempo, en cursiva en el original, remite inequívocamente al Pasatiempo de D. Juan Pablo Forner en respuesta a las objeciones que se han hecho a su Oracion apologética por la España (1787). La Oración apologética, obra de verdadera desmesura en la respuesta a Masson, despertó la sátira de Centeno y Forner replica a nuestro Apologista con este pasatiempo nada breve, pues ocupa 180 páginas.
4 Aunque de la Puerta del Sol que conoció Centeno apenas quede la Casa de Correos (1766-1768), pues desaparecieron en el XIX, entre otros edificios notables, la iglesia del Buen Suceso y el convento de San Felipe el Real, con su célebre mentidero, basta ver el cuadro de Luis Paret La Puerta del Sol en Madrid (1773) para comprender, por la confluencia de calles y abundancia de chaflanes, el chiste de nuestro autor.
5 Hortolano es término desusado y con esa condición todavía recogido en el DRAE.
6 Aunque como desusado, el DRAE sigue admitiendo el término: «apartarse de lo que dictan la razón y el juicio», aquí en el sentido de ‘remolonear, desentenderse del encargo’.
7 «Anata es lo mesmo que añada, y así media anata vale los medios frutos de un año» (Tesoro). Por su precisión cito la Wikipedia: «La anata o media anata (del latín annata) es un antiguo impuesto instaurado por Real cédula el 18 de agosto de 1631. El impuesto gravaba los cargos públicos y las concesiones o mercedes remuneradas por la corona, obligando al beneficiario al pago de la mitad de los emolumentos correspondientes al primer año […]».
8 La cita, en cursiva en el original como es habitual en Don Quijote el Escolástico, recoge literalmente distintos fragmentos del extenso anuncio o prospecto que de la suscripción de la Summa philosophica se publicó en el número 95 de La Gaceta de Madrid, el martes 27 de noviembre de 1787.
9 El proverbio latino, bastante extendido, podría traducirse como: ‘por sus garras (se conoce) al león, por sus orejas al asno’, si bien el uso de la primera parte del mismo se ha hecho célebre por una conocida anécdota: el matemático Johann Bernoulli, quien habría propuesto en vano la resolución de dos enigmas a los grandes científicos de su época, identificó a Isaac Newton en el anónimo que encontró la respuesta, y justificó tal identificación precisamente con esas palabras…
10 Obsérvese la oralidad aún vigente de la literatura: a menudo uno lee para que otros escuchen.
11 En el Quijote original el yelmo del rey moro Mambrino, cuyas propiedades maravillosas se presuponen pero no se expresan, es objeto apetecible para el protagonista, de modo que tan pronto como puede se hace con él (aunque sea mediante la conquista de la bacía de un pobre barbero: parte I, esp. cap. XXI); en las dos ocasiones en que el yelmo se menciona en nuestro Don Quijote el Escolástico se pone de manifiesto su principal cualidad, la protección. Ahora bien, si en la literatura caballeresca original (el ciclo de Orlando, fundamentalmente) el yelmo significa defensa para el caballero que lo lleva, hasta el punto de volverlo invulnerable, en la obra de Centeno se trata más bien de un amparo que irradia en general hacia los escolásticos a su cargo y cuidado (del Centeno irónico, de su Quijote, de la propia Summa).