Capítulo IV

Pensativo además llegaba don Quijote a la Fuente del Berro, siendo la admiración y aun el espanto de un anciano vestido todo de verde, que se hallaba por acaso junto a la misma fuente21. Miraba este y remiraba al nuestro, y no podía caer en qué significaban aquella su sotanilla, su manteo más largo, su libro debajo del brazo y sus anteojos sobre las narices, hasta que llegándose a él don Quijote:

—Bien, señor –dijo–, se conoce la maravilla que os causa mi vista en la atención con que me miráis. Yo soy para serviros un caballero escolástico, que vengo a enderezar los tuertos y desfacer los agravios hechos a mi señora Dulcinea, la Filosofía Escolástica. Si sabéis de algún desaguisado que le* haya sido hecho en esta tierra, no tardéis en decirme adónde, cómo y cuándo, que sobre la marcha me veréis sostener, a pesar de follones y malandrines, que la sin par filosofía escolástica es la reina de las filosofías, y que esa que llaman filosofía moderna no sirve ni aun para descalzarle el zapato.

—¡Ay, señor don Quijote! –exclamó después de mucha suspensión el de lo verde–. ¡Y cómo creo que su merced ha errado el golpe! Son muchos los españoles a quienes los aires infectos del norte han pegado el contagio de despreciar el escolasticismo. Dos días habrá que, en presencia de uno de estos contagiados, se me soltó por mi desgracia la expresión de que se interesaban la pureza de la religión y el bien de la patria en la conservación de la filosofía escolástica. ¡Si viera usted qué mofa hicieron de mí! No pararon hasta decirme que entre nosotros por nuestra desgracia podía libremente decir, y aun imprimir si quería, semejantes despropósitos, mas que a parte de Europa podía llegar donde, sin más prueba que un tal dicho, diesen conmigo en una casa de orates22. Así que, señor don Quijote, son necesarias grandes fuerzas y un ánimo invencible para llevar adelante una empresa como la que usted se propone. Bien que aquel a quien los cielos hayan dado tales fuerzas y ánimo haría la mayor de las hazañas en castigar la insolencia y temeridad de los seductores extranjeros y de los seducidos españoles. Y para lograrlo, tengo para mí que debería comenzar enderezando el tuerto que unos y otros han hecho a la princesa Micomicona, la Literatura Española, poniéndola por esos suelos, y colocando en el trono de sus mayores* a no sé qué otras nuevas y bastardas literaturas23. Esta aventura sería para el que la acabase gloriosísima, y no solamente por sí misma, sino también por la circunstancia de no haber podido salir con ella cuantos caballeros la han acometido.

p. 38—Pues esa aventura –respondió don Quijote– la tendrán los encantadores guardada para otro caballero, y este tal caballero no debo ser yo, que de ninguna manera puedo acometerla, y no porque me espante su dificultad, sino porque sería apartarme de mi propósito, que es de defender a la señora de mi corazón, la Filosofía Escolástica. Además de que para acorrer a la señora Literatura Española era necesario averiguar la cuita en que se halla, qué caballeros han intentado hacerlo, quiénes son sus enemigos, si son caballeros, si follones, si encantadores, si vestiglos, y estas cosas no puedo yo inquirirlas sin contravenir a las estrechas leyes de la caballería peripatética, que a todos y cada uno de los que la profesan manda que a ningún acontecimiento cometan la vileza de mendigar noticias de cosas que huelan a historia ni erudición; que si bien no he visto yo este precepto por escrito, lo saco de lo que han hecho los más famosos peripatéticos, y de que lo requiere así la imitación de la caballería andante, que expresis verbis ordena a los que la profesan andar siempre por encrucijadas, páramos y montes incultos24, alimentándose de bellotas, nísperos y otras frutas todas silvestres, sin osar meter siquiera un pie en huertos ni jardines, que tales se deben reputar en términos de caballería peripatética todas las otras partes de la literatura.

—Sea así en horabuena –dijo el de lo verde–, pero, si yo no me engaño, esos impedimentos tienen más de apariencia que de realidad, y puede estar el señor don Quijote en la firme creencia de que el hecho de defender a la Literatura Española redundará en pro de su señora, y no puede menos de serle de gran contentamiento, porque sé yo de buena tinta que entre las dos ha habido de dos siglos a esta parte una buena correspondencia e intimidad, tales que apenas en la familia de la señora Literatura Española se halla persona chica ni grande que no deba sus más lucidas galas a la señora Filosofía Escolástica. Pues las dos damas de honor, Oratoria y Poesía (por ejemplo), le deben aquellos conceptos angelicales, aquellos pensamientos agudísimos, aquellas sutilísimas sutilezas y demás adornos con que en el siglo pasado comenzaron a subirse de punto; y el señor Derecho, administrador de la casa y estados, está asimismo en obligación de agradecerle el buen método y lenguaje que en sus papeles de todas clases han usado y usan sus dependientes, las arregladas interpretaciones que han dado a sus órdenes, y, lo que es más que todo, aquel no contentarse con lo necesario y de su inspección, extendiéndose con una nimiedad increíble en preguntas, relación de casos y mil otras cosas enteramente de supererogación25; además de que, si bien se considera, la unión esta con la filosofía escolástica es la que ha acarreado tantos dicterios a la literatura española, porque ha de saber usted, señor don Quijote, que yo quise saber cuál podría ser la causa de esta enemiga que todas las naciones tienen a nuestra literatura. Los franceses e ingleses (reflexionaba yo) son dos naciones rivales y de carácter opuesto, aun en cosas pequeñísimas. Todos los días estamos viendo que si hoy sale un francés con una casaca baja de talle, mañana sale un inglés con otra que lo lleva rozándose con el sobaco; y sin embargo de este espíritu de oposición que hay entre las dos naciones, en punto a literatura guardan armonía y se elogian mutuamente. ¿Pues en qué podrá consistir que los que son justos apreciadores del mérito de sus rivales sean al mismo tiempo tan injustos para con la literatura de una nación que ni por razón de carácter, ni de intereses opuestos, les es tan contraria? La causa de esto quise, como llevo dicho, averiguar, y en resumidas cuentas hallé que la filosofía escolástica es la piedra del escándalo. Los españoles (leí en un autor extranjero que trata la materia) no merecen andar en dos pies, porque en medio de tanta luz gustan de permanecer en las tinieblas, porque siguen alimentándose de bellotas después de puestas en uso uvas y trigo, porque prefieren (quiero decir) la necia algarabía de los escolásticos (¡qué blasfemia!) a las útiles observaciones (¡qué mentira!) de los modernos.

p. 39»Conque cate usted aquí, señor don Quijote, que si se injuria a la literatura española es por razón de su unión con la filosofía escolástica, y es esto tan cierto que casi todos los defensores de la primera han pensado (¡qué falta de conocimiento!) que el mejor modo de hacerlo es afirmar que esta unión está ya deshecha, que en este siglo la literatura española ha dado de mano a las sutilezas escolásticas, de modo que aun respecto de España pudo a mediados de este siglo decir con verdad el francés Racine que había sido testigo de los últimos suspiros de Aristóteles26. En cuanto a lo demás, ni por todo el mundo quiero yo que usted quebrante el precepto escolástico de despreciar todo lo que no sea escolasticismo puro y neto. Sigo la misma opinión (que es también la de casi todos los hombres graves y gordos) de que ni el filósofo debe saber más que sus ergos, ni el legista verbi gratia más que sus iporques27. Juzgo digna de risa, o más bien de lástima, la presunción de algunos profesores (los más de ellos barbiponientes, o al menos hombres de pocas canas) que creen no solamente posible sino necesaria la unión de las ciencias y de las buenas letras, como si pudiese ninguno hacer lo que nosotros no hemos hecho y necesitar para su carrera lo que nosotros no hemos necesitado para la nuestra. Pero, sin que usted traspase su ley y sin desamparar yo mi opinión, podemos a fe mía adquirir las noticias necesarias. Aquí he de tener yo un papel que me llevaron esta mañana con especia, el cual en breves palabras nos instruirá en el asunto28. Vámonos acercando a la villa, que el andar no me estorba para leer. Este es el papelito y dice así, si usted no lo ha por enojo:

Había en el Toboso (y va de cuento) un sacristán, hombre de humor solemne. Este sacristán, estando un día en el campanario para tocar a las avemarías, dio los primeros golpes con el compás ordinario y, viendo desde la torre toda la gente, que estaba recogida en la plaza rezando descubierta, detúvose en el último golpe un gran rato y dijo a un compañero suyo: «¡Hola, mira cómo te los tengo!». ¡Válgate el diablo por Mr. Masson y qué bien ha querido representar a nuestro sacristán tobosesco! Siete años va a hacer que dio la terrible campanada de qué se debe a la España, y otros tantos años ha que a todos los españoles nos tiene descaperuzados aguardando su respuesta, y lo peor es que en tan largo tiempo no ha hecho otra cosa que reírse a carcajada suelta de nuestra impaciencia. Empero no le arriendo al pobrete la ganancia, que, si bien se ha divertido a nuestra costa, sendos latigazos hemos descargado sobre sus espaldas. Con todo, yo tengo para mí que ni nuestra nación se halla debidamente desagraviada, ni castigada suficientemente la injusticia de su infamador, porque, perdóneme Cavanilles, perdóneme Denina y perdóneme, si es menester, Forner, haber respondido con oraciones de muchas páginas a una pregunta de media línea ha sido abrir la puerta a la malignidad de nuestros calumniadores, para que nos apliquen aquello de quien mal pleito tiene a barato lo mete29. ¡Bonitos son ellos para no hacerlo! Así que no podemos gloriarnos de haber vengado el honor de nuestra nación hasta que hayamos dado a sus enemigos una respuesta breve como su pregunta, y que no admita réplica. O que por lo menos les dé tanto que hacer como a nosotros nos ha dado la tal preguntica. Pero ¿quién será el dichoso para quien los cielos tengan reservada la gloria de dar una respuesta semejante?30

—Yo soy ese dichoso –dijo don Quijote–, y si no a ver cómo esos malandrines se escapan de estos dos silogismos. Luego recorreremos el Barbara, Celarent; y por el asserit A, negat E, veremos en qué figura están hechos31. Dicen de este modo.

Arqueó su brazo derecho, hizo temblar la tierra de una patada, y dijo:

I

Illa natio quae habuit maiores homines in philosophia scholastica, habuit maiores homines in philosophia vera.
Sed natio Hispana est natio illa quae habuit maiores homines in philosophia scholastica; ergo natio Hispana est illa natio quae habuit maiores homines in philosophia vera32.

p. 40

II

Illa sola natio quae studet philosophiam scholasticam studet philosophia veram.
Sed natio Hispana est illa sola natio quae studet philosophiam scholasticam; ergo natio Hispana est illa sola natio quae studet veram philosophiam.
Maior propositio amborum silogismorum constat ex patre Roselli, qui dicit: philosophiam scholasticam esse et antiquam et veram, verum autem magis uno esse non potest. Minorem propositionem non negabunt extranei qui Hispaniae climatem conducere ad subtilitates scholasticorum dicunt. Etsi hoc enim illi dicunt in contumeliam, in gloriam nos suum dictum convertimus, et ut est in proverbio, facimus galam Sancti Benedicti.
Sed venies armatus de cuspide in albo, et dices: esse qui dicant Hispaniam in hoc saeculo dedisse de manu33 subtilitatibus scholasticis, respondetur mentiri illos per mediam barbam34, nam una hirundo non facit ver, et in fere omnibus scholis studentur hodie auctores scholastici, et studebitur per illos in omnibus sine exceptione, cum de toto imprimatur pater Roselli. Et si instes saltem Hispaniam voluisse dare de manu subtilitatibus scholasticis, respondeo distinguendo: Hispania saltem voluit dare de manu subtilitatibus scholasticis subiective, nego propositionem, obiective, subdistinguo. Hispania voluit saltem dare de manu subtilitatibus scholasticis obiective, si per Hispaniam intelligimus regem et suos ministros, transeat propositio; si per Hispaniam intelligimus suos habitatores in genere et simpliciter loquendo, nego tres et quator* vices.
Sed urgebis, gallum quemdam dicere se vidisse ad medietatem huius saeculi spirare Aristotelem: respondeo illum loqui secundum quid de Gallia et aliis regnis: in Hispania vero et vivit et regnat Aristoteles, et vivet et regnabit in saecula saeculorum.
Urgebis secundo35

—No tiene el señor don Quijote para qué cansarse más –le interrumpió el de lo verde– porque sería echar margaritas a los puercos. Los extranjeros no están los pobrecillos iniciados en los misterios escolásticos, y será necesario hablarles en términos vulgares. Allí pienso que están sentados unos franceses, aunque no sé yo si lo son, pues como parece que es ser deshonra ser españoles, procuran muchísimos afrancesarse en tales términos que se halla un hombre a cada paso perplejo, sin saber distinguir entre nación y nación. Pero vamos, que aquellos dos que están más abajo son franceses de Francia conocidos míos y declarados enemigos del escolasticismo. Arma, arma señor don Quijote, si es que ni quiere usted ver antes la Puerta de Alcalá, que es esa que se descubre ahí cerca, ni las fuentes del Prado, Jardín Botánico, etcétera36.

—No hay para qué detenernos en eso –le respondió–, porque sé yo que ni esas fuentes ni todas esotras cosas se hubieran hecho a haber gobernado escolásticos. Aligeremos el paso, que mis fuentes y mis jardines son los argumentos.

Aligeraron, en efecto, y a cuatro pasos de los enemigos enristró don Quijote la Suma Filosófica, y:

p. 41—Aquí –gritó– tienen ustedes, señores extranjeros, una obra que responde a la pregunta de ¿Qué se debe a la España? Ya no dirán que, para probar su derecho, necesita la señora Literatura Española andar saltando de siglo en siglo, registrar antiguos archivos y desenterrar muertos. Esta obra (que, para que más se renieguen, es una suma de filosofía escolástica impresa en la capital de España a últimos del siglo dieciocho) demuestra terminantemente que la señora de mi corazón, la Filosofía Escolástica, es la antigua y verdadera filosofía, la legítima reina de las ciencias humanas. Y esto demostrado, de su peso se deja caer que todas las otras literaturas han perdido cualquiera dignidad que pudieran tener, con el delito lesae maiestatis de haberse rebelado contra mi señora y haberla arrojado del trono que tantos siglos había que ocupaba; pero por el contrario que la señora Literatura Española, que la acogió benignamente, y a quien ella debe asimismo el haber quedado con vida: no solamente debe ser reintegrada en su dignidad antigua, sino que de princesa que era debe ser elevada a reina, empero siempre feudataria de la sin par Filosofía Escolástica. Sí señores, no hay que reírse. Véanlo ustedes en la misma Suma Filosófica. Desengáñense, confúndanse, pídannos perdón y, si quieren ser filósofos de verdad, frecuenten nuestras escuelas y escriban a sus paisanos que se dejen de cuentos y se vengan a Madrid, que yo espero que los editores de esta portentosa obra (olvidando cosas pasadas, como es propio de la generosidad española) tendrán la dignación de enseñarles la verdadera filosofía por esta obra tan preciosa y acabada en todas sus partes, que en el estilo y orden parece llega a tocar en lo sumo de la perfección; que es como un cuerpo hermoso y bien organizado, un tejido admirable de la verdadera doctrina filosófica, acompañado de unas notas vastísimas, las más juiciosas y sólidas, llenas de sabiduría y de una erudición increíble37.

—¡Buena va la danza, alcalde, y da el granizo en la albarda!38 –así se explicó el más joven de los franceses–. Ni usted, señor español, ni los editores de esa obra han sabido elogiarla debidamente. Cate usted el elogio que yo haría de ella, que puede mirarse como un retoque del suyo: confiese a voces el papel en el potro de la prensa los méritos de esta capilla; respire el aplauso a soplos, para que no lo desmayen los años; acuérdese el olvido que no es este libro de su jurisdicción; olvídese la memoria de los limitados dominios de su poder; estámpese a la posteridad esta obra, por honroso trofeo de nuestra España; además de que ella es el uno de las admiraciones, el soborno de los vivas, el hechizo de los ojos, el embargo de la lengua, la que fascina las suspensiones, la que arrebata las voluntades, el agradable embeleso de los sentidos, la que dispensa con piadosa tiranía los pasmos; solos los reverentes silencios pueden ser mudas expresiones de la gratitud, solo con éxtasis de la retórica puede declararse la veneración que se le debe. ¿Pues cómo puede dejar ninguno de rendir obsequios a este héroe, si no es que a influjos de emulación el mismo lucimiento lo deslumbre? Y más respirando toda la obra público aprovechamiento, por lo que debiéramos con Séneca dar las gracias a su celo innato: quia errores nostros discutit et lumen admovet, quo discernantur ambigua viae philosophicae39.

p. 42—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! –exclamó el otro francés–. ¡Y cómo en la majestuosa sonoridad de tus expresiones se echa de ver que te has criado desde pequeñito en España! ¡Fuego de Dios! Un necio eres en no aplicarte a componer oraciones para la apertura de nuevas cátedras. Acaso llegarías a competir con F***40. Empero quisiera que ni tú, ni los editores de Roselli, ponderarais tanto la Suma Filosófica, porque el prometer mucho es hacer que se crea poco (decía Horacio)41, y los que estamos en este pueblo (diría yo) que en viendo prometer mucho no deberíamos creer nada, según que todos los días estamos viendo parir los montes. No ha muchos días que vi yo un Aviso al público en que se decía que en tal parte se enseñaba una máquina de sombras con unas decoraciones las más vistosas, entretenidas y bien ejecutadas. Fui a verlas y me hallé con una insulsez de las mayores que he visto, y cuidado que en Madrid he visto insulseces de marca42. Otra vez pasaba por cierta calle y reparé en una coluna* que, entre muchos follajes y recolguines43, tiene una faja con un letrero que dice: Plus quam Salomon. Una ponderación tan estupenda me hizo reparar en la fachada, y es una fachada que pudiera deshonrar al mismo Churriguera44. Varias veces he oído decir: vivitos vivos, los más frescos que han venido a Madrid, con la sangre al ojo; me he llegado y eran unos besugos que apestaban a trescientos pasos. No quiero decir que se llevarán iguales chascos los que compren la Suma Filosófica, porque al de la máquina y a la de los besugos hacían ponderar tanto el interés de despachar su mercancía y hacer gente, y a mi Churriguera harían creer su ignorancia y depravado gusto que no daba lo debido a su obra si no la ponían por cima del templo de Salomón. Pero como los editores de Roselli no tienen interés en despachar la Suma Filosófica, ni en hacer gente, y por otra parte tienen dadas anteriores pruebas de su sabiduría y buen gusto, nadie podrá sospechar de sus alabanzas, antes bien todos creerán a pies juntillas que es la fuerza de la verdad la que los ha hecho prorrumpir en los hiperbólicos elogios que llenan el Prospecto o papel de enganche para la suscripción. De todos modos aténgome al multa fidem promissa levant.

—A lo que usted debe atenerse –dijo don Quijote– es a escribir a sus paisanos que se vengan a estudiar a nuestras escuelas, que en ellas encontrarán caballeros escolásticos que en un santiamén les harán ver el fuego en la más alta región del aire; y si son un tanto aficionados a la astronomía, les mostrarán la habitación de los cometas en el cóncavo de la luna45 y, en fin, les harán árbitros de visible e invisible, y todo esto sin salir siquiera del aula, y no que ahora diz que andan hechos de noche almas en pena espiando cuanto pasa en el cielo, con la desgracia de no haber podido descubrir ninguna de aquellas cosas ni de tantas otras que por acá sabemos de coro. Así que, por caridad de Dios (repito), que escriban ustedes a sus paisanos que vengan a estudiar a nuestras escuelas.

p. 43—En cuanto a eso –le contestó el francés– pierda usted el cuidado, que así lo haremos, y en consecuencia tapiarán a cal y canto las puertas de sus academias y observatorios, arrojarán al fuego las máquinas y demás embelecos con que ahora pierden miserablemente el tiempo, y por último se vendrán a estudiar la verdadera y antigua filosofía del Colegio de santo Tomás de esta corte. De modo que ya no tienen los españoles que sentir la ida de los turcos, porque ¿qué tendrá que ver el adorno que daban al Prado tres o cuatro docenas de estos con el adorno que le darán muchas millaradas de extranjeros desde la ligera Francia hasta la avara y ceremoniosa China46? Solo resta, señores españoles, que ustedes me expliquen cómo se han de entender las cosas de su país, pues yo mientras más estoy en España menos entiendo las cosas de ella. Hará un año que vine, y en la ciudad de Valencia oí alabar un nuevo método de estudios que para aquellas escuelas acababa de remitir la superioridad. Decían que se seguirían de él muchos bienes, y que era de desear se mandase observar otro igual en todas las escuelas del reino, porque, especialmente en punto a filosofía, era una mala vergüenza que se enseñase con nombre de tal una necia algarabía de voces, un embolismo enmarañado, una peste de los buenos ingenios, que estos son (añadían) los nombres que deben darse a la filosofía escolástica, que es la que hasta aquí se ha estudiado en España. Esto fue en Valencia47. Después en Madrid acerté a preguntar qué obra era aquella que se estaba edificando cerca del Jardín Botánico. Respondiéronme que un edificio para la enseñanza de las ciencias. Repliqué que si antes de ahora no se habían estudiado en España, y me contestaron que respecto de algunas podía decirse en efecto que no y que, por lo que hace a otras, para haberlas estudiado como se había hecho, hubiera valido más no haberse acordado de que había tales ciencias en el mundo, pero que el inmortal soberano que gobierna a España quiere que la nación despierte de su letargo y comience a saber la verdadera filosofía: aquella que venga a la razón de los ultrajes que por tantos siglos le han hecho los escolásticos; aquella filosofía que sirve para el uso de la vida y que tan poderosamente influye en el adelantamiento de todas las ciencias y artes. Que para la enseñanza y observaciones de esta filosofía se construía de orden de Su Majestad aquella obra; que no sería la menor prueba de su real magnificencia y del amor que tiene a sus pueblos; que ínterin que aquella obra se edificaba, se había establecido una cátedra de Química en la calle de Alcalá, pues como es propio de los deseos vehementes el no admitir demora, no habían podido admitirla los que Su Majestad y su sabio ministerio tienen de que se enseñe en España la filosofía moderna en todos su ramos48. Ahora bien, los escolásticos son jurados enemigos de esta filosofía que podemos llamar de la superioridad, tiran a desacreditarla por todos los medios imaginables y hacen los últimos esfuerzos para detener sus progresos; y, sin embargo, no solamente se imprimen obras de filosofía escolástica, sino que se trata de llamarla la verdadera y cristianan filosofía. Conque, ¿cómo he de entender yo estas cosas?

—Vámonos, vámonos –dijo don Quijote al de lo verde–, no oigamos más blasfemias. Baste el triunfo conseguido, y más que, apenas he oído eso de la Cátedra de Química, siento que se me prepara alguna gran aventura. Lléveme usted allá, y digan los franceses lo que se les antoje, que no fuere razón gastar saliva en responder a unos follones semejantes, que ni entenderán de quididades, ni de ubicaciones, ni sabrán concebir la materia en estado de privación deseando la agregación de la forma, ni más ni menos que el estómago hambriento de Sancho Panza deseaba la agregación de las perdices y conejos que le hacía retirar el doctor Pedro Recio49.

Con esto, sin despedirse de los franceses, piano piano, se encaminaron a la Cátedra de Química, donde les sucedió la aventura que se dirá en el capítulo siguiente.

i le] lo. La errata se advierte y se corrige en la fe de erratas al final de la edición.

ii de sus mayores] de sus manjares. Como en el caso anterior, la errata se enmienda en la fe final.

iii Así en el original, en vez de quattuor.

iv Así en el original.

21 La que fue en época de Felipe IV la Quinta de Miraflores y hoy Quinta de la Fuente del Berro se sitúa entre la calle Enrique D’Almonte y la M-30. En cuanto a la filiación del personaje, entiendo que el de lo verde remite al Caballero del Verde Gabán del Quijote cervantino (II.16) y, desde este, al Caballero Verde de la tradición artúrica. Aparte de esto, parece posible que Centeno, con la mención de la vestimenta verde, aluda bien a un atuendo característico de una institución o de un grupo que no identifico o a un rasgo personal en la manera de vestir de alguno de sus adversarios. Como la caracterización de ambos personajes (el de Cervantes y el de Centeno) es antagónica, pues el primero responde a un modelo encomiable de imitación y el segundo al de un desvariado escolástico de finales del XVIII, me inclino por considerar que Centeno, con la referencia al de lo verde original, pudo pretender la crítica por contraste con ese modelo que figuraba en su imaginario y en el de sus lectores.

22 ‘En un manicomio’.

23 Esta primera referencia en el texto a la princesa Micomicona, esto es, en la loca interpretación de nuestro don Quijote, la literatura española, está muy bien traída, puesto que el protagonista intenta reponerla en el trono que literaturas no escolásticas o no barrocas le han usurpado. En efecto, en el Quijote cervantino, el cura y el barbero le hacen suponer al protagonista, con la colaboración necesaria de la propia Dorotea, que ella es Micomicona, legítima heredera del reino de Micomicón, del que un malvado y descomunal gigante se ha adueñado; el hidalgo manchego se comprometerá a devolverle su trono (Don Qujote de la Mancha I.28–30).

24 Expresis verbis: ‘expresamente’.

25 Esto es, ‘fuera de su obligación’, con el inequívoco sentido de ‘superfluas’.

26 Por la fecha que menciona, Centeno no se refiere al dramaturgo Jean Racine (1639-1699) sino a su hijo, el poeta Louis Racine (1692–1763).

27 Semantización satírica de la reiteración en el ámbito de la jurisprudencia de la argumentación «y porque…. y porque».

28 Especia: «Cualquiera de las drogas con que se sazonan las viandas, y se da sabor y gusto a los guisados, cuales son clavo, pimienta, canela, jengibre, azafrán, etc.» (Autoridades); entiendo que Centeno aplica el término con carácter metafórico para referirse a la especial gracia del relato en cuestión.

29 Meter a barato: «Se dice cuando con voces todo se ofusca y revuelve» (Tesoro, s.v. meter).

30 Nicolas Masson de Morvilliers (1740–1789) fue uno de los redactores de la Encyclopédie méthodique y seguramente a poco más se habría reducido su mérito literario si no fuera porque perpetró en tan magna obra, de 206 volúmenes, el artículo dedicado a España (incluido en Géographie moderne, t. I de la Encyclopédie, pp. 554–68, 1782), un ataque intempestivo a la ciencia y al arte, incluso al carácter, españoles. Su pregunta retórica «Pero ¿qué se le debe a España? Y desde hace dos siglos, desde hace cuatro, desde hace diez, ¿qué ha hecho España por Europa?», provocó la encendida respuesta de buena parte de nuestra intelectualidad y hasta un conflicto diplomático. Las réplicas apologéticas en pro de la nación española fueron, de ordinario, tan desmedidas y poco afortunadas como la provocación de Masson: ignoraron los aspectos positivos que recogía en su articulito (algunos rasgos de nuestro temperamento, los avances indudables de las últimas décadas, cierta visión esperanzada para nuestro futuro) y, sobre todo, aprovecharon para apuntalar una imagen reaccionaria del país, si bien, en una lectura positiva, la polémica sirvió para iniciar el debate sobre el estado de la ciencia española. El botánico valenciano Antonio José de Cavanilles replicó con sus Observations de M. l'abbé Cavanilles sur l'article Espagne de la Nouvelle Encyclopédie (1784). En su Réponse à la question Que doit-on à l´Espagne, discurso ante la Academia de Berlín (1786), el ilustrado italiano Carlo Giovanni Maria Denina defendió la cultura transalpina y española, a la vez que atacaba la francesa como deudora de las primeras, aun reconociendo su valía. Finalmente, la Oración apologética por la España y su mérito literario (1786) de Juan Pablo Forner es paradigma de la desmesura.

31 Debemos a Aristóteles la primera teorización del silogismo, en sus Analíticos primeros, y será a lo largo de la Edad Media, y particularmente durante la larga pervivencia de la escolástica, cuando se complete lo que conocemos como lógica primitiva, antes del revisionismo a que será sometida por el racionalismo de Descartes y otros. En síntesis, el razonamiento por silogismo, de carácter puramente deductivo, consiste en dos enunciados o premisas, de los que se infiere un tercer enunciado o conclusión. Tomemos uno de los silogismos más citados: «Todos los hombres piensan (premisa mayor y predicado de la conclusión: P), yo soy un hombre (premisa menor y sujeto de la conclusión: S), luego pienso (conclusión)». Como puede observarse, en las dos premisas existe un término medio o común a ambas (M: «hombre»), mientras que en la conclusión desaparece, componiéndose una frase cuyo sujeto es el término no común de la segunda premisa o menor: «yo»; y el predicado el término no común o mayor de la primera: «pienso». El esquema del citado silogismo en cuanto a su estructura es, pues: MP, SM > SP. Dependiendo del lugar que ocupa el término medio o común en las premisas mayor y menor se producen cuatro combinaciones llamadas figuras; el silogismo utilizado como ejemplo corresponde a la primera figura. Asimismo cada uno de los enunciados de un silogismo puede variar en cantidad (universal o particular) y cualidad (afirmativo o negativo), resultando cuatro clases: A (universal afirmativo), E (universal negativo), I (particular afirmativo), O (particular negativo) (A, I derivan de Adfirmo; EO de Nego). De la combinación de las cuatro figuras con la cantidad y la cualidad resultaban numerosas combinaciones posibles o modos, aunque solo 19 de ellos son válidos. A fin de recordar esos 19 modos válidos del silogismo, distribuyendo adecuadamente figuras y modos, se recurría a fórmulas mnemotécnicas. Centeno menciona los dos primeros modos del recitado o cantado de la primera figura, que completo es: Barbara, Celarent, Darii y Ferio. Como puede apreciarse, lo que se memoriza en verdad son las vocales de tales vocablos, a saber: AAA, EAE, AII, EIO.

32 ‘Aquella nación que tuvo los mayores hombres en la filosofía escolástica tuvo los mayores hombres en la filosofía verdadera. Ahora bien, la nación española es aquella nación que tuvo los mayores hombres en la filosofía escolástica; luego la nación española es aquella nación que tuvo los mayores hombres en la filosofía verdadera’.

33 Dar de mano a, según el DRAE, es ‘dejar’, ‘abandonar’, modismo que Centeno traduce de manera literal, con el propósito jocoso y paródico que le caracteriza.

34 El DRAE todavía recoge la expresión «mentir por la barba», ‘mentir con descaro’, entiendo que asimilable a «mentir por la mitad de la barba», giro que Centeno traduce directamente al latín.

35 ‘Solo aquella nación que estudia la filosofía escolástica estudia la filosofía verdadera.
Ahora bien, la nación española es la única nación que estudia la filosofía escolástica; en consecuencia, la nación española es la única nación que estudia la verdadera filosofía.
La proposición mayor de ambos silogismos se la debemos al padre Roselli, quien dice que la filosofía escolástica es antigua y verdadera y, ciertamente, verdadero no puede ser más que uno. La proposición menor no la negarán los extranjeros, que afirman que el clima nos inclina a las sutilezas de los escolásticos. Aunque esto lo dicen ellos ciertamente como un ultraje, nosotros convertimos su dicho en alabanza y, siguiendo el proverbio, hacemos gala del sambenito.
Pero vendrás armado de punta en blanco, y dirás que hay quienes dicen que España en este siglo ha dado de mano [‘abandonado’] las sutilezas escolásticas. Se les responda que mienten por la mitad de la barba, porque una golondrina no hace verano y en casi todas nuestras escuelas se estudian hoy los autores escolásticos y se estudiará por ellos en todas sin excepción, cuando se imprima al completo la obra del padre Roselli. Y si insistes cuando menos en que España haya querido dejar de mano las sutilezas escolásticas, subjetivamente niego la proposición, objetivamente subdistingo. Que España quiso al menos dejar de mano las sutilezas escolásticas objetivamente, si por España entendemos el rey y sus ministros, pase la proposición. Pero si por España entendemos sus habitantes hablando simple y genéricamente, lo niego tres y hasta cuatro veces.
Pero insistirás en que cierto francés ha dicho que él vio a mediados de este siglo expirar a Aristóteles. Te respondo que él habla refiriéndose a Francia y a otros reinos. En España, en efecto, vive y reina Aristóteles y vivirá y reinará por los siglos de los siglos.
Insistirás en segundo lugar…’

36 Centeno recoge en su sátira, con satisfacción no disimulada, la gran transformación de Madrid llevada a cabo por Carlos III: Puerta de Alcalá (1778), Real Jardín Botánico de Madrid (1781), el magno proyecto del Salón (Paseo) del Prado (a partir de 1763), con sus fuentes y jardines… Vid. asimismo El Apologista universal, XI, esp. p. 197 y ss.

37 Pedro Centeno entresaca fragmentos del prospecto de la obra publicado en La Gaceta de Madrid, citando literalmente, con mínimos retoques para facilitar el engarce y que no alteran el desmedido elogio del original.

38 La expresión, hecha a mi ver de dos, se comenta parcialmente en el Diccionario de Autoridades (s.v. danza: «Frase de estilo familiar con que se suele murmurar de alguna disposición que es, o nos parece, desordenada»), registrando su uso en El desdén con el desdén de Agustín Moreto. En cuanto a su sentido, para el francés las declaraciones de nuestro Escolástico no hacen al caso, están completamente fuera de lugar.

39 ‘Porque disipa nuestros errores y trae la luz que hace distinguir los equívocos de la vida filosófica’. La cita, en efecto, procede de Séneca, De naturalibus questionibus, libro I, Praef.2: «[…] altera errores nostros discutit et lumen admovet quo discernantur ambigua vitae». Centeno añade, acaso con intención, philosophicae al original; y vale la pena notar que el contexto del prefacio de Séneca puede funcionar aquí por contraste, pues el filósofo cordobés distingue entre filosofía humana o terrenal, a la que se refiere la cita, y la divina: si estoy en lo cierto, don Quijote el Escolástico sería así todo un paladín de la filosofía natural, evidente sarcasmo.

40 Con F Centeno se refiere probablemente al polígrafo Juan Pablo Forner, su enemigo íntimo.

41 El francés recogerá la cita latina original más adelante («Multa fidem promissa levant», ‘Demasiadas promesas minan la confianza’, Epístolas 2.2); cfr. Jerónimo Martín Caro y Cejudo, Refranes y modos de hablar castellanos con los latinos que les corresponden (ed. consultada, Madrid: Imprenta Real, 1792, pp. 200–201 y 271).

42 En el siglo XVIII florecen buen número de avances, convertidos en espectáculos públicos, itinerantes y callejeros, que consideramos precedentes de la moderna cinematografía. Es el caso del tutilimundi o ‘mundonuevo’, así como de la linterna mágica (con orígenes en el XVII) o de la máquina de sombras (chinescas), entre otros. Este último procedimiento, basado en interponer objetos o partes del cuerpo entre una fuente lumínica y una superficie, y al que se refiere Centeno, aunque conocido desde muy antiguo, se difundió por Europa de manera especial desde finales del XVIII. Cfr. J. E. Varey, Los títeres y otras diversiones populares de Madrid: 1758–1840. Estudio y documentos, Tamesis Books, 1972, esp. p. 30.

43 Recolguín, no recogido en el DRAE, es «algo que pende por adorno en el propio cuerpo o en una habitación», según informa el Diccionario Corito (disponible en internet), quien señala que se trata de una voz muy difundida en Extremadura, la patria, recordemos, de nuestro Pedro Centeno.

44 Seguramente Centeno está criticando el barroquismo del Convento de Santo Tomás de Aquino (o Colegio de Atocha), ya desaparecido, en alguna de cuyas columnas se había pintado esa expresión, pues en términos muy similares se expresa Antonio Ponz en su Viaje de España (t. V, Madrid: Joaquín Ibarra, 1782, 2ª impresión, p. 70), hasta el punto de que pudiera pensarse que nuestro autor tiene muy presente el texto de Ponz al escribir el suyo. La fachada en cuestión, tan excesiva, le parece a Centeno, con su ironía habitual, que pudiera ser indigna hasta del propio José Benito de Churriguera Ocaña (1665–1725), epítome para los neoclásicos del mal gusto barroco; en cualquier caso, la fachada de la iglesia del citado convento fue obra de Jerónimo y Nicolás, hijos del anterior. En el convento dominico, dedicado a los estudios teológicos, llegaron a establecerse ocho cátedras, lo que explica la alusión desdeñosa de Centeno al estudio en su seno de «la verdadera y antigua filosofía» que viene a continuación.

45 Se trata, en efecto, de lugares comunes de la pseudociencia escolástica, bien conocidos; véase, si no, cómo concluye su discurso «Guerras filosóficas» fray Benito Jerónimo Feijoo: «Creo que no hay peripatético de mediano juicio que, examinando los argumentos que hay para negar la existencia de la esfera del fuego en el cóncavo del cielo de la luna, no los reconozca invencibles. Con todo, rarísimo se halla que en el exterior se aparte de la opinión común de la Escuela» (Teatro crítico universal, tomo II, discurso 1; asimismo t. I, d. 10 y t. II, d. 12, parágrafo V, párrafo 16).

46 Desde la ligera Francia hasta la avara y ceremoniosa China: el Memorial literario de febrero de 1788 recoge puntualmente el Extracto de la oración inaugural que en la abertura de la Real Escuela de Química establecida en esta Corte a expensas del Rey nuestro Señor leyó D. Pedro Gutiérrez Bueno, catedrático interino de dicha escuela, en el día 2 de enero, y lo hace citando de manera literal extensos fragmentos; a uno de ellos pertenece el que, con sorna por sus ínfulas y retórica, repite Centeno (son las pp. 302-309; la cita en p. 308).

La que hoy es calle del Marqués de Cubas fue calle del Turco hasta 1900 y, desde su inicio en la Calle Alcalá, corre paralela al Paseo del Prado. Recibió su nombre porque allí se ubicaba la casa del embajador otomano; imagino, pues, que Centeno se refiere a la presencia del personal de la embajada en ese espacio social de moda en que se convirtió este paseo madrileño en el siglo XVIII. Con independencia de esto, justo en las fechas es que presumiblemente está escribiendo nuestro autor su Don Quijote el Escolástico, esto es, en septiembre de 1787, llegó a España en misión diplomática el embajador otomano Ahmet Vasif Effendi: las necesidades culinarias del séquito que le acompañaba (unas 50 personas) y de las que se hizo cargo la Real Hacienda son ciertamente de fábula y no extraña, por tanto, que tanta magnificencia en ese y en otros aspectos dejara su huella en los madrileños y en un observador como Centeno (María de los Ángeles Pérez Samper, «La alimentación en la corte española del siglo XVIII», Cuadernos de Historia Moderna, anejo II, 2003, pp. 153-197, para nuestro caso pp. 182–184).

47 Como siempre, Centeno es preciso en la cronología. La reforma de la universidad de Valencia, básicamente de su plan de estudios y de su economía, se pone en marcha en 1786 (recordemos que El teniente se publica en 1788) a instancias de Floridablanca, con el tesón del rector Vicente Blasco y los auspicios de Francisco Pérez Bayer, y debe comprenderse en el proyecto general regio de control y renovación del conjunto de las universidades españolas. No sin dificultades se introducirán las enseñanzas prácticas, nuevos libros de referencia más actuales y la escolástica cederá el paso a la teología positiva. Al respecto, vid. José L. y Mariano Peset Reig, «Reforma de estudios en la Universidad de Valencia. El plan de estudios del rector Blasco en 1786», Actas del primer congreso de historia del País Valenciano, Universidad de Valencia, 1976, vol. III, pp. 767-777, esp. p. 776. A la reforma de los estudios de Valencia y de otros centros punteros se había referido Centeno ya en El Apologista universal (X, p. 176 y ss.; XI, pp. 192, 195).

48 El proyecto de creación de una Academia General de las Ciencias se inició con Fernando VI y el marino Jorge Juan, y cristalizará con Carlos III y Floridablanca con el encargo al arquitecto Juan de Villanueva de levantar el edificio que albergaría después el Museo del Prado. Entretanto, como relata fielmente Centeno, se acometió la puesta en marcha del Laboratorio de Química, ubicado en la antigua botica del convento de Carmelitas Descalzos, con entrada desde la calle Alcalá, a cuya inauguración, con el discurso inaugural de Pedro Gutiérrez Bueno, nos hemos referido en una nota anterior. Cfr. Ramón Gago, «La enseñanza de la química en Madrid a finales del siglo XVIII», Dynamis, vol. 4, 1984, pp. 277-300, esp. p. 286 y ss.

49 Quididad (del latín escolástico quidditas y este a su vez de quid, ‘qué’, ‘qué cosa’) es el carácter propio de un elemento, su esencia o sustancia. Ubicaciones (de ubicationes y este de ubi, ‘dónde’, en dónde’, en términos someros, indica «la relación de una cosa con el lugar» (Vocabulario de términos escolásticos, s.v. ubi). La teoría hilemórfica de Aristóteles, heredada por la escolástica, sostiene que todos los seres físicos se componen de materia y forma, inseparables la una de la otra; de ahí la burla de Centeno de que la materia ‘desea la agregación de la forma’. Como en otras ocasiones, Centeno es certero en sus referencias al Quijote original: el doctor Pedro Recio, médico personal de Sancho Panza, lo somete a una dieta rigurosísima en los episodios de la ínsula Barataria; las referencias a conejos y perdices son expresas en el texto, con cita latina incluso en el caso de las segundas, y de las más destacadas entre las muchas privaciones que Pedro Recio dispone (II.47 y ss.). Vid., para terminar, Erasmo: «… van diciendo [los filósofos escolásticos] que perciben las ideas, los universales, las formas abstractas, las materias primas, las quidditates, las ecceitates, cosas tan sutiles que ni Linceo, a mi parecer, podría distinguirlas” (Elogio de la locura, LII, p. 110 y LIII, p. 112).