Capítulo VIII

Entró, pues, don Quijote, y entrar y acabarse las voces fue todo uno, porque los que las daban, al ver de repente aquella figura vestida de negro, creyeron que tenían sobre sí algún alguacil, y con el susto se les pegaron las lenguas a los paladares, sucediéndoles en su engaño lo que a los polluelos, que habiendo visto a algunos de sus hermanos en las garras del ave de rapiña, tienen por milanos a cuantos pájaros ven volar, y aun a la menor sombra se cosen con la tierra. Finalmente, los pollos de nuestro cuento se desengañaron de que don Quijote no era lo que su temor les había figurado, y así volvieron como de primero a su contienda, para inteligencia de la cual es de presuponer que en aquel mismo portal había tenido su puesto una calcetera y, como ésta adoleciese de una grave enfermedad, tuvo ocasión de ocuparle el sitio un zapatero de viejo; viniéronle luego a éste las tres fiestas, domingo fiesta de guardar, lunes fiesta de toros, martes fiesta de resultas, y en uno de estos días llegó al portal un estudiante y, viéndolo desocupado, de un voleo lo transformó en taller científico, erudito y comercial, fijando a la puerta para noticia del público el cartel de que va hecha mención.

En aquel día, pues, se habían juntado los tres, y de aquí la contienda, porque la calcetera pretendía que aquel puesto era suyo con exclusión de otro cualquiera; el zapatero decía por su parte otro tanto; y el poeta trataba a la calcetera de furia infernal, al zapatero de cíclope, y a los dos juntamente de blasfemos y sacrílegos, pues osaban llamar portal y profanar con puestos de oficios el mismo Monte Parnaso, habitación en efecto de las hermanas nueve98. En esto estaban cuando entró don Quijote, hacia el cual se llegó la calcetera diciendo:

—A fe que este buen señor me sacará verdadera, porque, por nuevo que sea en Madrid, no dejará de haber oído que en este portal ha tenido de largos tiempos atrás su puesto Frasca la calcetera, la que lavaba las medias de seda al médico del enviado de Turquía.

—Ahora, buena mujer –dijo don Quijote–, me desayuno yo de que el enviado de Turquía traía médico, y de que este gastaba medias de seda. Yo ni os conozco ni os he oído nombrar, ni hay para qué, porque no vengo buscando a vos ni a ninguna otra calcetera, bien sea de turcos, bien sea de cristianos.

p. 63—Apostaré yo –saltó el zapatero– a que el señor mi amo a quien busca es a Miguel Alonso, zapatero del gremio de la manzana, que soy yo mismo, el propio (si mal no me acuerdo) que en este propio sitio compuso a su merced unos zapatos (por más señas que eran de becerro), y habrá esto cuatro meses dos días más o menos, porque fue antes de que sucediera en la taberna de la Magdalena aquella revuelta que ha sido causa de andar yo tres meses a sombra de tejado, y en este tiempo se acomodaría aquí esta señora, por donde ahora quiere decir que es en este sitio tan antigua, y cuán antigua, y que mientras ha estado enferma se lo he usurpado yo. Que así le dé Dios salud como ella dice verdad. En fin, ya tengo quien vuelva por mi causa y haga ver que no soy hombre que asiento pie en falso, sino que camino siempre la verdad por delante. Así que la señora calcetera del Turco y el señor poeta (o lo que sea) pueden levantar el campo y mudar los trebejos a donde más les cumpliere; que este puesto no ha pertenecido, ni pertenece ni pertenecerá a otro que al hijo de mi madre. ¿No es verdad lo que llevo dicho, señor escolar?

—Tanto es lo que habéis ensartado –respondió don Quijote– que en ello habrá de las verdades y de las mentiras, aunque en todo caso serán estas últimas las más. Yo lo que sé deciros es que no ha un día que estoy en Madrid, y que ni uno ni medio he estado antes de ahora, conque allá veréis cómo esto se ajusta con los zapatos que de becerro o de novillo me compusisteis cuatro meses ha. Pero yo gasto el tiempo y la saliva en responderos, y no debiera, porque a palabras necias… y lo demás que sabréis. En resolución, a lo que vengo aquí es a ilustrar mi entendimiento, pues tengo entendido que debe de haber una cátedra de filosofía en estos contornos.

—Sí la hay –dijo el poeta, que en mitad del portal estaba sentado en su silla con una mesilla por delante–, y está ahí abajo a la falda del monte, en aquella gruta que se descubre hacia la mano izquierda —y esto decía apuntando con el dedo hacia una puertecilla que había en un rincón del portal—, pero la tal cátedra no se abre hasta de aquí a cuatro días. La que está ya abierta es la de gramática, y está en la misma falda a la parte opuesta —y así era la verdad, que estaba abierta otra puertecilla que al otro lado del portal había—. También se halla corriente la fábrica de versos, de la cual en esta cumbre, que es la del Parnaso, soy a un tiempo director y fabricante, aunque si va a decir verdad, yo no hago más que llevar la pluma al divino numen que me inspira, de forma que de los versos que escribo puedo decir:

Que no son obra de mi genio solo,
yo los escribo, díctalos Apolo99.

»Si necesita, pues, alguno el señor escolar, bien los quiera latinos bien castellanos, diga cuáles, cuántos, de qué precio y a qué asunto, y será servido. Y entretanto no dé oídos a esos dos monstruos: hablo de la calcetera y del zapatero contrahechos; y llámolos monstruos y contrahechos, porque bajo de ese disfraz de calcetera se oculta la maldita Discordia, que no contenta con tener alborotada la Europa entera, quiere derramar también su ponzoña en el Parnaso; y el igualmente fingido zapatero es un hijuelo de la tierra, fraterculus gigantum, que intenta sacrílego remover a las musas de su asiento, así como sus hermanos mayores intentaron arrojar a las deidades del Olimpo, pero también este nuevo encelado hallará fuerte diestra que le dé su merecido, arrojándolo al Etna cavernoso100. Y la Discordia reflexione que ya solamente tiene dominio sobre los hombres; que no estamos en los tiempos de Homero, cuando de ella mejor que de la fama podía decirse Ingrediturque solo et caput inter nubila condit, porque entonces reinaba también entre las deidades101.

p. 64—¡Se verá loco por el término! –dijo el zapatero–. Pero ya que sus consonantes, o lo que el diablo quiera, le hayan carcomido el seso, fuérase loco para sí mismo y no quisiera hacernos locos a los demás. Al fin estotra mujer, en mentir cuando le tiene cuenta, no hace cosa que no sea muy común; pero venirnos con que este portal es monte, y querer sostener este desatino con otros desatinos iguales o mayores, es cosa que haría perder la paciencia al santo Job, cuanto más a mí, que no soy sufrido en demasía. Por lo cual mándoos yo, don mentecato, que si no os coséis la boca y luego luego desocupáis el sitio, me atendré al refrán de el loco por la pena es cuerdo. ¿Pues el otro sopista que viene buscando cátedras de filosofía102? No dijera otra cosa si entrara en una taberna. En fin, Dios los cría y ellos se juntan, y este es el fruto que sacan ordinariamente los padres de gastar su dinero en poner sus hijos a los estudios, donde de ciento uno aprende algo que valga la pena; que de los noventa y nueve, unos aprenden a ser malos con arte, y otros se hacen tontos porfiados que a todo se oponen, queriendo meter a los demás los dedos por los ojos, que no parece sino que a los suyos los enseñan a ver las cosas al revés de como son.

—Por vida mía, hermano murmurador –dijo don Quijote–, que no habrá suela que se os resista, si tan afiladas como la lengua tenéis las herramientas del oficio. Noramala para vos, ¿pensáis que es lo mismo hablar de los estudiantes y de los estudios que de los cordobanes y de la suela? En los estudios no se enseña a nadie a ser malo con arte o sin ella, ni a ver las cosas al revés. Lo que se enseña es el modo de volver tontos a los idiotas, haciéndoles creer lo contrario de lo que están viendo. Así que aunque esta cátedra no lo fuera, me sería muy fácil el haceros confesar que lo era. Y si no, tentaos la cabeza, que por más que juréis que la tenéis lisa y llana, voy a hacer ver que está llena de tropezones, escuchad:

Lo que no habéis perdido tenéis;
es así que no habéis perdido cuernos de venado:
luego cuernos de venado tenéis103.

Dijo don Quijote, y el zapatero que no entendía de chanzas escolásticas:

—A ese argumento –le respondió– sé yo una respuesta que le viene de molde.

Y ateniéndose al refrán de quien da pronto, da dos veces, se acercó y le cruzó muy bien cruzada la cara con el tirapié, y luego se salió del portal precipitadamente; aunque nadie se curaba de seguirlo, que el poeta se contentó con echarse las manos a la cabeza, exclamando a grandes voces:

—¿No hay por aquí un sátiro, un fauno ni un silvano que castigue la insolencia de un animal tan temerario? ¿Que todo ha de ser arrojarse al agua en pos de las fugitivas ninfas, y no ha de parecer ninguno cuando es menester?

—No hay para qué desear que parezcan –dijo don Quijote–, que, si de vengarme tratara, cumplida venganza me darían mis silogismos. Yo, señor poeta, tengo para mí que esto ha sido en pena de mi pecado, porque no debo tomármelas con otros que con caballeros armados como yo. El yerro ha estado en creer que en castellano podría argüir con gentes de baja ralea, pero este suceso me servirá de desengaño. En resolución, vuelvo a decir que no hay que tratar de venganza.

—Según eso –respondió el poeta– libre estoy del juramento que secretamente hice por Apolo, y fue de no descansar hasta haber inventado unos versos que hiciesen el mismo efecto que los yambos de Archíloco104.

p. 65—Digo –respondió don Quijote– que si el tal juramento fue simpliciter de vengarme, no es obligatorio, pues yo me doy por vengado; pero sí será obligatorio si en él secundum quid, implicite* o explicite, se incluyó deseo de volver por el decoro de esta cátedra y Monte Parnaso; y más que ha intervenido derramamiento de sangre.

Y así era la verdad, que de las narices había comenzado a caerle sangre hilo a hilo, lo cual advirtiendo la caritativa calcetera sacó un pañuelo y se llegó a limpiársela, diciendo:

—Como soy pecadora, que le está a usted bien empleado, para que no quiera sostener pretensiones de locos; y quiera Dios que no sea menester echar la soga tras el caldero, porque parece que aún prosigue en su tema de que este portal es cátedra y monte, y harelo yo mejor que el zapatero yéndome al alcalde de barrio, el cual los escarmentará para que otra vez sepan que no han de burlarse de las mujeres aplicadas.

Mientras esto pasaba, entró en el portal un capitán, el cual había estado por la parte de afuera leyendo el cartel, y había además podido percibir gran parte de la plática que acerca de la venganza del desaguisado zapateril pasó entre los dos valientes, andante y poeta. Y de lo visto y oído sacaba en limpio que o eran locos, o se burlaban. De cualquier manera que fuese, él se entró con intención de llevarles su humor adelante y, cuando entraba, la calcetera echó mano a guiar hacia la cabeza una parte del cabello que a la frente se le había caído, lo cual viendo el poeta exclamó:

—No tienes, infernal Megera, que avivar esas silbadoras serpientes que en torno de la frente traes enroscadas; que yo soy alumno de Apolo y ni de ti, ni de ellas, ni de sus silbos se me da un ardite105.

Y luego, enderezando su plática al capitán, continuó diciendo:

—Sea bienvenido el discípulo de Marte, que se me trasluce que quiere versos en alabanza de algún su amigo que se habrá distinguido en esas guerras, y los tales versos haré yo de bonísima gana y en muy breve tiempo, que quiero que sepa el señor militar que sé hacer poemas épicos en quince días.

A responderle iba el capitán, pero se le atravesó la calcetera, y dijo:

—No haga caso, señor, de los dichos de ese hombre, porque es loco rematado, y aun por la cordura del otro no daré dos blancas106. Uno dice que este portal es monte de qué sé yo, y otro que es cátedra de filosofía; conque vea usted qué par de cabezas…

—De manera, señora –respondió con mucha prosopopeya* el capitán107—, que no es tan fácil como a usted le parece el juzgar quién es o no es loco, porque frecuentemente acaece en el mundo lo que en la comedia, donde el más discreto y el más cuerdo suelen hacer los papeles del bobo y del falto de juicio; y si para graduar de tales a estos buenos señores no hay más méritos que los que usted ha dicho, desde luego puede ponerme también en el número de los mentecatos, pues realmente vengo en busca del Monte Parnaso y de una cátedra de filosofía.

—Pues según eso –dijo la calcetera– peor está que estaba. Vaya, que si posible fuera me habían de hacer creer que no estoy en mi puesto despierta y sana de todos mis cinco sentidos, sino que estoy soñando o desvariando en el hospital. Mire, por su vida, señor capitán, lo que dice; que no le está bien ni el apadrinar dichos de locos, ni el burlarse de una pobre mujer que ningún daño le ha hecho.

p. 66—No hay que mirar más que lo mirado –respondió el capitán–, y no sé qué es lo que llamáis apadrinar locos y burlarse; pero ya veo que os ha hecho tomar demasiada libertad la extraordinaria paciencia de estos señores.

—Aun bien –dijo la calcetera–, ¿qué más necesito tener yo, si al cabo mi puesto se ha de haber vuelto monte, que no se hiciera más con una varilla de virtudes108? Pero quisiera yo, señor capitán de mi corazón, de mi vida y de mi alma, que me dijera usted si este suelo y estas paredes son o no suelo y paredes de portal.

—Suelo y paredes bien pueden ser, pero de portal ni por pensamiento.

—Más que todo vale la seriedad con que usted lo dice. ¿Conque aquellas escaleras tampoco serán escaleras de portal para subir a los cuartos?

—Claro está que no lo son. Sí son escaleras –replicó el poeta–, pero no para subir a casa ninguna, sino para subir al templo de la inmortalidad, que son las mismas de que dijo el poeta:

Por estas escaleras se camina
de la inmortalidad al alto templo,
do nunca arriba quien de aquí declina109.

»Y para que el señor militar se desengañe, repare en que estas escaleras no tienen ni soga ni barandilla. Que si una cosa u otra tuvieran, a Perico de los Palotes le sería fácil subir por ellas hasta llegar al templo deseado, porque, subido el primer escalón (que no es difícil, en especial si hay alguien quien dé la mano), no habría más que cerrar los ojos y trepar y más trepar sin soltarse de la barandilla o de la soga, pero no es así. El que haya de llegar al templo de la inmortalidad ha de saber asentar el pie y ha de tener muy firme la cabeza. Y aquellos a quien faltaren estas circunstancias no harán más que subir y más subir y, mientras más fueren subiendo, más cerca estarán de caer en el abismo, porque

tolluntur in altum,
ut lapsu graviore ruant110

En esto se acercó la calcetera a la puerta y llamaba a un clérigo que por la calle pasaba, rogándole que entrase a resolver aquella duda, pues había allí tres hombres que con poco temor de Dios afirmaban que aquel portal no era portal.

—Donoso ruego, y más donosa duda por vida mía –respondió el clérigo–. Hermana, yo no tengo la culpa de que se os haya subido la calentura a la cabeza, y dígolo porque no creo que con sujetos de mi carácter querréis burlaros. De cualquier modo que sea, atended a lo que os importa y dejad a los demás hacer lo mismo.

Siguió el clérigo su camino y la calcetera se quedó diciendo:

p. 67—Vaya con Dios, la culpa tengo yo que lo llamé, cuando sé por experiencia que todos son secos y poco amigos de hacer un gusto a nadie. Aunque quizá fuera peor que entrara, pues quién sabe si el diablo del poeta tendrá sus puntas y collares de la mágica negra, y pondrá telarañas delante de los ojos a los demás para que no vean más que lo que él quiera111. Y si no, ¿cómo el estudiante y el capitán habían de asegurar con tanta seriedad que aquí hay cátedra y monte? A ellos les parecerá así, porque no sé yo qué fruto pueden sacar de burlarse de mí, aunque el estudiante ya sacó el fruto de que el zapatero le midiese la cara con el tirapié, y eso mismo apoya mi sospecha, pues ya hubiera él dado al diablo unas burlas que para daño suyo se tornan veras. Ni el capitán es de presumir que se burle siendo propio de los de su profesión el sacar la cara por las mujeres en casos y lances de más peligro; bien que esto debió de estilarse más en otros tiempos (si es que los antiguos romances y novelas no mienten), que ahora a buen seguro que ni el militar ni el que no es militar se den mal rato por defender a ninguna mujer, así nada más de porque es mujer; que ya, cuando lo hacen, saben ellos por qué lo hacen, con su sal y pimienta es, no a tontas y a locas por mujeres como yo, de quien nada tienen que esperar. De todos modos estás, Frasca, bien aviada. Ve, si no, a rogar a alguno que venga a sacarte de esta dificultad y lograrás que te trate de loca y de borracha, como ya en buenas razones te han dicho que desvarías, pues, si es burla, pensar que se han de reír de la fiesta es pensar en lo excusado.

Este soliloquio de la calcetera interrumpió don Quijote, que creyó ser propio de su profesión el desatar aquella duda y, llegándose a la calcetera, la cogió del brazo y, apartándola a un lado del portal, le dijo:

—Yo, fermosa señora, así en agradecimiento del servicio que me habedes fecho en tomarme la sangre, como en desempeño de mi cargo, debo deciros que aquellas escaleras me parecen escaleras y este portal portal; pero son tan extraordinarias las cosas que me suceden que las más veces no osaré asegurar si las cosas que veo son como las veo, y aun yo mismo no sabré decir si soy yo mismo, merced a los malos encantadores que me persiguen. Si queréis que se acaben estos ruidos, salid como quien no quiere la cosa a la calle, y al primer caballero peripatético que tropecéis decidle que revuelva algún comentador de Aristóteles; que si alguno afirmare que Aristóteles trata el punto y que resuelve que este no es monte sino portal, yo entonces a pie o a caballo lo defenderé contra todos los caballeros y escuderos del mundo. Y ahora quisiera yo tener presentes a todos aquellos que no quieren creer de cuánto provecho sean los caballeros peripatéticos. Aquí verían por sus propios ojos y palparían con sus mismas manos que para la resolución de las grandes dudas no se va ni al caviloso letrado, que más bien las aumenta que las deshace, ni al militar sin letras, que más entiende de cortar los nudos que de desatarlos. Así que, señora, no hay más que hacer lo que digo, que es el único medio de salir de esta dificultad.

—Pardiez –respondió la calcetera–, que el gentil hombre es más menguado que lo que yo creía. No faltaba por vida mía otra cosa que ir yo a hacer que otro revolviese libros para lo que puedo ver y veo por mis propios ojos. Adonde yo iré será a dar parte a un juez para que dé a las locuras suyas y de su compañero (pues ¿qué otra cosa pueden ser sino locuras?) el alojamiento que se les debe. ¿Pero no me dirá entretanto el señor capitán si este que a mí me parece meadero es realmente meadero de portal?

—¡Ah, blasfema! –exclamó el poeta al oírlo.

¿Cómo no llueve fuego prodigioso
Júpiter en tu dicho escandaloso?112

p. 68»¿Meadero de portal llamas a la fuente Hipocrene, al milagro de la coz divina113? Pronto, pronto, pónganse en cobro, que estoy viendo, señores, desgajarse el Olimpo y caer globos de fuego sobre esa sacrílega hembra, y puede caberles su parte, que yo libre estoy con el laurel que cerca mis sienes.

En diciendo esto se quedó temblando de pies y manos, y miraba hacia el techo con los ojos desencajados, aguardando el momento del espantoso castigo, con lo cual el capitán se desternillaba de risa y aun don Quijote no dejó de sonreírse. Sola la calcetera se daba más a Satanás y, reiterando sus amenazas, se fue a dar parte al juez.

Vaya bendita de Dios, que con los tres nos queda materia suficiente de risa, y más que pasó entre ellos un coloquio que merece capítulo separado.

i implicite] impliclte. En el apartado ERRATAS, al final de la obra, se consigna: «Página 34, línea penúltima, impliclte: implicite».

ii prosopopeya] prosopeya.

98 Las «nueve» son las nueve musas de la mitología griega, protectoras de las artes y de las ciencias: Calíope (épica y elocuencia), Clío (historia), Erato (lírica amorosa), Euterpe (música), Melpómene (tragedia), Polimnia (poesía religiosa), Talía (comedia), Terpsícore (danza) y Urania (poesía didáctica, ciencias). Su morada original parece que era el monte Helicón, próximo al monte Parnaso, pero cuando fueron llamadas por Apolo (dios multifacético, de la luz, la medicina, la música, la poesía o las artes), al que acompañaban como su séquito, establecieron su residencia en este, convertido así en solar por excelencia de la poesía y la música.

99 Centeno adapta el inicio de dos versos bien conocidos de La Raquel de Luis de Ulloa Pereira (1650), escrita en octavas reales: «[…] no por conceptos de mi genio solo / yo los escribo, díctalos Apolo» (son los vv. 7 y 8 de la primera octava real.

100 Fraterculus gigantum, literalmente es ‘hermanito de los hijos de la tierra’. En la mitología griega los gigantes, nacidos de la tierra, eran humanoides de fuerza extraordinaria y carácter agresivo, pero no de gran tamaño. Se enfrentaron a los dioses olímpicos, fracasando en su intento de reemplazarlos. Según relata la Gigantomaquia, aunque participaron numerosas deidades en la contienda, fue Heracles (Hércules) quien tuvo en el desenlace un papel decisivo. Al mencionar el Etna, Centeno sigue la tradición de considerar que los gigantes, tras la derrota, fueron sepultados bajo tierra y que a ello se deben las erupciones volcánicas.

101 De las distintas variantes de la Discordia (Eris) en la mitología griega, sin desdeñar su figura alegórica general, es muy probable que Centeno, pues lo cita, tenga presente la Discordia de la Ilíada de Homero, comisionada por Zeus para provocar a los aqueos. Es sabido que en el ciclo troyano Eris se sirvió de una manzana (la célebre manzana de la discordia), con la inscripción «para la más bella», para introducir la disensión entre las diosas, y cómo el juicio de Paris a favor de Afrodita y luego el rapto de Helena desencadenó fatalmente la guerra de Troya. La cita que cierra el párrafo, en efecto referida a la Fama, pertenece a la Eneida de Virgilio: «… camina por el suelo y oculta su cabeza entre las nubes».

102 Básicamente el refrán ya aparece en La Celestina (XIII): «Que aunque es algo loco, la pena le hará cuerdo», o, de manera literal, en el Tesoro, s.v. loco. Sopista: «Estudiante que seguía su carrera literaria sin otros recursos que los de la caridad» (DRAE).

103 Centeno incorpora a su narración un célebre sofisma, que explica Benito Feijoo en su Teatro crítico: «Otro sofista le probaba al mismo Diógenes que tenía armada la frente con aquel sofisma famoso entre los antiguos y que aun hoy sirve de diversión a los muchachos, a quien por su materia dieron el nombre de “cornuto”: Quod non perdidisti, habes; sed non perdidisti cornua: ergo cornua habes. A lo que Diógenes, tocándose la frente, respondió: En verdad que yo no los encuentro» (t. VIII, d. 1., parágrafo V).

104 Arquíloco de Paros, poeta griego del siglo VII a.C., ha sido considerado a menudo como el creador del metro yámbico. Aparte de anécdotas concretas (los versos satíricos de Arquíloco, enfurecido porque Licambe le había negado a su hija, habrían provocado el suicidio de este), la efectividad poética a la que alude Centeno parece probada por el carácter realista, subjetivo, en fin, inmediato, de su breve obra conservada.

105 Megera, etimológicamene ‘la celosa’, era la más desatada de las tres furias, erinias o euménides, diosas infernales del castigo y de la venganza divinos, que perseguía de manera implacable los crímenes contra la institución matrimonial. Las tres solían representarse con una cabellera entrelazada de amenazadoras serpientes, que les salían de la cabeza, como en el magnífico cuadro «Orestes perseguido por las furias», de W. A. Bouguereau.

106 Blanca: ‘moneda de escaso valor’.

107 Prosopopeya: «afectación de gravedad y pompa» (DRAE).

108 Varilla de virtudes: «varita mágica» (DRAE).

109 El terceto (con los cambios intencionados de «asperezas» por «escaleras» y de «asiento» por «templo») pertenece a la Elegía I de Garcilaso de la Vega: «Por estas asperezas se camina/ de la inmortalidad al alto asiento,/ do nunca arriba quien de aquí declina» (vv. 202-204).

110 Los versos pertenecen al poeta alejandrino Claudio Claudiano (370–c. 405; In Rufinum, 1.20–23) y, desde entonces y convertidos en proverbio, han sido utilizados a menudo como paradigma del revés de la fortuna que acecha a los que se encumbran: ‘son levantados en alto, para caer con mayor fuerza’.

111 Mágica: término habitual para ‘magia’ en nuestro siglo XVIII.

112 Los versos pertenecen de nuevo a La Raquel de Luis de Ulloa Pereira, vv. 375–376.

113 Centeno, en marcado contraste con el uso escatológico del portal, evoca el conocido mito de la fuente Hipocrene, ligada a las delicadas musas, y surgida del golpe de un casco (la coz) del caballo Pegaso, enviado por Poseidón para contener su crecida.