Capítulo XI

Cuenta la historia que otro día después de la salida de don Quijote, el cura de su lugar en compañía del sacristán se llegó a su casa, deseoso de saber las circunstancias del caso. Entrando pues, hallaron al ama en medio de una gran porción de libros, a los cuales con el palo de la escoba daba tan fuertes golpes que a tiro de ballesta se conocía que trataba de algo más que de quitarles el polvo. Paráronse a tal vista los dos, y el ama suspendiendo el golpeo:

—No hay duda –dijo– que vuesas mercedes me tendrán por loca, viendo lo que hago. Pero quizás me harán algo de más favor, cuando supieren que estos malditos libros tienen la culpa de que mi buen señor haya dado al traste con todo su juicio. Por causa de ellos, dejando el sosiego de su casa, se ha ido sin saber adónde, y Dios sabe lo que a la hora de ahora le habrá sucedido.

En esto comenzó a llorar tiernamente, y el cura procuraba consolarla, diciendo:

—Usted, señora ama, no se aflija, que no hay para qué. Si ahora, pecador de mí, llora, ¿qué guarda para cuando sepa que a su señor le ha sucedido alguna desgracia? Aunque yo confío en Dios que ni le habrá sucedido ni sucederá mal alguno. Antes espero que brevemente se volverá a su casa bueno y sano. Sano de cuerpo, que de juicio Dios puede hacerlo. Pero hablando de tejas abajo, quien de locura escolástica enfermó, tarde sanó, y más cuando esta enfermedad ha llegado a arraigarse, como en nuestro amigo. Mucho antes de que aconteciera lo que al presente, le dije yo a Roque –este era el nombre del sacristán– que me daba muy mala espina el ver que un hombre, por otra parte atento y bien criado, redujese todo a cuestión, y en las conversaciones más llanas y caseras encajase distinciones y latines macarrónicos más que llovidos. Pero cuando le oí decir mil males del tiempo que corre; cuando le oí que él había de resucitar los antiguos en que el buen caballero Mateo Aquilano, con estar gafo de pies y manos, se hacía llevar a argüir199; cuando añadía que había de ser en la caballería peripatética lo que don Quijote en la andante, entonces de todo punto desesperé de su cordura.

p. 95—Pues ¿qué hubiera sido, señor licenciado –dijo el ama–, si vuesa merced hubiese visto lo que hacía dentro de casa? Ya no era mi amo un hombre de blanda condición a quien era fácil dar gusto. Habíase hecho de algún tiempo a esta parte tan extravagante que solamente yo podía sufrirlo, en fuerza del mucho cariño que le he cobrado en tantos años que le sirvo. Cuantas veces se ponía a comer, otras tantas tenía que reñir por la comida, no ya diciendo esto está frío o caliente, salado o sin sal, sino ya ensartando latines, ya hablando castellano, pero de modo que el diablo que lo entendiera. Pues ¿qué diré, cuando a las diez de la noche me iba yo a mi cama y él se quedaba rodeado de esos libros, que quemados los vea yo, y luego a media noche me despertaba, y aun despertaba la vecindad, dando grandes voces y golpeando la mesa? Y si le preguntaban qué extremos eran aquellos, respondía que mucho mayores los merecía la singular victoria que había alcanzado, venciendo al Caballero Invencible, con otros muchos disparates y nombres de que ahora no me acuerdo. Así que vean vuesas mercedes qué es lo que ha de hacerse de estos descomulgados libros, que yo no quiero verlos delante de mí.

—Lo que ha de hacerse –respondió el cura– es llevarlos al corral y, si la señora ama tiene que cocer algunas madejas, empléelos en lugar de leña. Pero veamos antes si hay algunos que no merezcan este castigo.

Bajose, en diciéndolo, el cura, y cogió un corpulento tomo en folio, y abriéndolo dijo:

—¡Hola, acá está el caballero Escoto! A este le tocó el epíteto de sutilísimo, cuando los grandes epítetos andaban más baratos que los dones ahora200.

—Pero ello es –replicó el sacristán– que por lo menos esos antiguos eran escritores de veras, y una vez tomada la pluma escribían largo y tendido, no como sucede ahora, que casi no vemos más que escritorcitos de discursillos, cartitas, obritas en fin de veinte en libra.

—Tienes mil razones –respondió el cura–. Los libros son como las medias, que para ser buenas han de ser de peso, y váyase enhoramala el que dijo magnum librum magnum malum201, que al fin un libro grande ocupa mucho lugar, y de paja o de heno el estante lleno. Además de que, si estos antiguos hubieran escrito obritas ligeras, no sacaríamos el provecho que sacaremos ahora, bien sea vendiéndolos por arrobas para las fábricas de cartones, bien sea supliendo con ellos la falta de leña.

—Pues en verdad –dijo el ama– que no eran esos librotes grandes los que más leía mi amo. Los que a él nunca se le caían de las manos son aquellos más pequeños y nuevos, que no ha mucho tiempo que se los trajeron de Madrid, y ojalá que nunca hubieran acá venido, que me doy a entender que son los que principalmente le han vuelto el juicio.

—A ver, señora ama, qué libros son esos –dijo el cura.

Y viose que eran la Suma Filosófica de Roselli. Hojeolos el cura por varias partes, y luego dijo al sacristán:

p. 96—Cata aquí, Roque, la obra de que tanto hablaba nuestro amigo. Este Roselli es sin duda alguna aquel Caballero de la Rosa a quien alababa diciendo que había sido un don Quijote Escolástico en la especulativa, así como él lo había de ser en la práctica. Tú, pues, ayuda a llevar todo ese matalotaje al corral, que resuelvo que de todos esos libracos escolásticos se encienda fuego para quemar estotro en holocausto a la verdad202. ¡Y ojalá, como está en mi mano quemar estos, estuviera el hacer otro tanto con todos los que de su ralea hay en España! Todos son perjudiciales, aunque ninguno tanto cuanto la Suma filosófica: los demás autores escolásticos han pecado por la mayor parte de ignorancia; el autor de la Suma filosófica peca por la mayor parte de malicia y, si no se le cortan los vuelos, no será nuestro vecino el único don Quijote Escolástico que vea España. Haz, pues, brevemente lo que digo. Aunque mejor será sacar antes una pequeña apuntación que sea como muestra de los errores, ridiculeces y calumnias que llenan todas las páginas de la Suma filosófica, de manera que podamos dar razón de nuestros procedimientos aquí y en Flandes y no se nos pueda achacar pasión, ojeriza, ni cosa tal.

Este es el tomo segundo, en el cual se trata de la Física general. En haber cogido este, antes que otro, no ha habido más misterio que el de haber sido el primero que me ha venido a las manos. Por lo demás, todos seis son paño de una misma pieza, y cualquiera de ellos nos ofrece materia abundante con que llenar, no digo yo una breve apuntación, sino también un gran proceso. Coge la pluma, aunque yo no sé ni qué poner en el principio, ni qué reservar para la postre. Lo mejor será cerrar los ojos, y abrir este tomo segundo por donde acertare. Hase abierto, pues, por el artículo I, cuestión V, § 245203.

Enseguida fue el cura dictando y el sacristán escribiendo, hasta que aquel le mandó que parase y leyese lo escrito. Obedeció el sacristán, y leyendo se halló que decía de esta suerte:

Ad secundum distinguo antecedens, Corpus Christi est realiter praesens in Eucharistia sine actuali extensione extrinseca, seu in ordine ad locum, concedo, sine actuali extensione intrinseca, et in ordine ad se, subdistinguo: ex vi realis concomitantiae, nego, ex vi Sacramenti, concedo204.

Acabado que hubo de leer:

—Juro en Dios y en mi ánima –dijo el sacristán– que lo mismo lo entiendo que si estuviese en lengua turca. Y a fe mía que toda mi vanidad está fundada en entender razonablemente el latín, y en no ser de los más lerdos.

p. 97—¡Bueno estuviera –le contestó el cura– que por eso te creyeses en estado de entender la jerga escolástica! Otras circunstancias concurren en mí, y te aseguro que me he quedado in albis. ¿Qué mucho, si creo firmemente que el mismo Roselli no supo lo que se escribió? Riámonos, pues, de los benditos editores, que con tanta satisfacción afirmaban que el autor de la Suma filosófica descartaba de ella las sutilezas inauditas y las sofisterías. Que era lo mismo que decir que no había escrito como escolástico. Pero tate, que tenemos nota al canto: No se burlen (dice) de estas distinciones los filósofos modernos. Enhorabuena, yo ni entro ni salgo: ni soy filósofo moderno ni escolástico. Pero ¿por qué no han de burlarse los filósofos modernos si la cosa es ridícula? Porque deben tener presente que Hartsoeker en su Curso de Física entendió por espacio un ente compuesto de otros entes simples separables solo intrínsecamente, pero no separables extrínsecamente. Lo cual ¿quién podrá entender?205 ¡Bravo y rebravo! Conque no se burlen de mis distinciones incompresibles, porque fulano hace otra distinción también incomprensible. Si este salvoconducto vale, puede Roselli echarse a desatinar, asegurado de que, por grandes que sean los desatinos que escriba, siempre hallará con quien disculparse, puesto que, como decía ya el antiguo Varrón, ningún enfermo sueña en el delirio de su calentura cosa alguna tan ridícula, o tan extravagante, que no haya sido ya dicha por algún filósofo206.

—¿Y qué –preguntó el sacristán–, son por ese mismo estilo las demás notas?

p. 98—Algunas otras hay de la misma clase –respondió el cura–, pero estotras que ocupan las medias llanas son por la mayor parte o copias de lugares de santo Tomás, en los cuales se habla de líneas y círculos, o impugnaciones de los sistemas de Gassendo, Descartes, Newton, etcétera, o finalmente escaramuzas con Jacquier, Turre y otros207. En las notas de la primera de estas tres clases se me parece a un buhonero que limpia y vuelve a limpiar sus hebillas de plomo, colocándolas ya de este, ya de estotro modo, como si por más vueltas que les diese no hubieran siempre de parecer de lo que son. Ciertamente, por más que Roselli se afane, siempre constará que en el siglo trece se sabía poquísimo de matemáticas, y que era aun mucho menos lo que santo Tomás sabía de ellas. Ni es menos inútil el trabajo que se toma de impugnar los sistemas de Gassendo, Descartes, etcétera. Porque probado que hubiera que estos sistemas son monstruosos, ¿qué habría probado contra los modernos, cuyo sistema es no seguir sistema alguno? Pero probar que tales sistemas son monstruosos, mucho empeño era este para un escolástico. Conocíalo Roselli y, cuando se trata de venir a las manos, las más veces no hace otra cosa que copiar las impugnaciones que se hallan en mil autores modernos, y ¡ojalá que siempre hubiera obrado con igual prudencia! Pues cuando pone alguna cosa de suyo, su impugnación viene a parar o en una calumnia o en manifestación de una cerril ignorancia. De uno y de otro tendremos ejemplos. Entretanto los escolásticos, viendo impugnados los sistemas de física, ya creen que han triunfado de los filósofos modernos, porque así como aquellos que viven en una extrema pobreza suelen confundir la miseria particular de sus personas con la miseria general del tiempo, confunden ellos su modo de filosofar con el modo de filosofar de los otros. Vense a sí mismos divididos en varias tropas, obediente cada una a su jefe. Están hechos a pelear por el capricho de este tanquam pro aris et focis y208, llenos de estas ideas, se imaginan que los filósofos modernos son tropas de sistemáticos, y que destruidos los sistemas cayó por tierra la filosofía moderna. ¡Miserable ignorancia! Los filósofos modernos están tan lejos de seguir ninguno de los sistemas que impugna Roselli, es decir, ninguno de los sistemas generales de la física, que ni aun el nombre de sistemas quieren concederles. Un sistema, dicen, es una disposición de las diferentes partes que componen una ciencia o un arte, disposición ordenada de tal suerte que estas diferentes partes se vayan explicando unas por otras, y al cabo vengan todas a referirse a un primer principio cierto del cual únicamente dependan. Ahora bien, para ordenar de esta manera estas diferentes partes, es fuerza conocerlas todas y saber las relaciones que tienen entre sí. ¿Y este conocimiento podrá lograrse en una materia que esté fuera de nuestros alcances? De ninguna manera. ¿Podrá conseguirse generalmente en una ciencia en que haya de estas materias? Es imposible. Pues tal es puntualmente la física, la ciencia de la naturaleza: en ella nos proponemos dar razón de los efectos naturales, y de estos hay una infinidad que no se permiten a nuestras observaciones, o por el inmenso espacio que media entre ellos y nosotros, o porque dependen de un mecanismo tan sutil que carecemos de medios para descubrir entre ellos la más pequeña conexión ni dependencia. Esto pasa en muchas materias de la física. En las demás es verdad que podemos observar algunos efectos y compararlos entre sí. Es verdad que llegamos, a veces, a hallar entre ellos tal trabazón que sucesivamente los unos son explicación de los otros, hasta llegar a uno que es como principio de todos. Pero todo esto quiere decir que a fuerza de observaciones conseguimos reducir a sistemas algunos pocos efectos, quedándonos empero aún tan a los principios que ignoramos la causa de aquellos mismos efectos que nos dan razón de los otros. Véase, pues, si será o no quimérico el intento de formar un sistema general de física, porque si este se ha de fundar en un principio cierto del cual dependan todos los efectos y, para descubrir este principio no tenemos otro medio que el de ir subiendo de efecto en efecto hasta llegar a él, ¿cómo podremos conseguirlo, cuando de esta gran cadena de efectos apenas tenemos algunos pequeños trozos? Por tanto, para un filósofo moderno, en el nombre de sistema general de física lleva cualquiera doctrina filosófica inclusa una falsedad, porque si el autor de ella observó mucho los efectos naturales y los comparó unos con otros, habrá cuando más conseguido formar algún sistema particular, y podrá preguntársele: amphora coepit institui cur urceus exit209? Si no se curó, o se curó poco de observaciones, ni habrá formado un sistema general ni un sistema particular, sino que habrá levantado un castillo en el aire a la poca costa de hacer una suposición enteramente arbitraria, o de cazar al vuelo una idea general o una máxima abstracta e irle dando extensión, no ya haciendo nacer unos efectos, unos hechos con otros, sino haciendo nacer estos efectos de esta voz y aquellos de aquella. De esta y de aquella voz vacías de significado, que es un modo de explicar la naturaleza muy notable y al cual podemos llamar explicar por ensalmo, porque a la manera que en el curar por ensalmo no intervienen más remedios que palabras faltas de toda virtud, y aplicables por consiguiente a todas las dolencias, en este linaje de explicación hacen todo el gasto voces que de suyo no significan cosa alguna determinada, y que pueden por tanto a voluntad del que las usa explicarlo todo. ¡Gran pena, pues, para los filósofos modernos el ver impugnados los sistemas generales de física! Sin embargo, hacen una muy notable distinción entre la mayor parte de los tales sistemas y el sistema peripatético. Este ni directa ni indirectamente ha producido más que errores. Aquellos por lo menos han dado lugar al descubrimiento de algunas verdades útiles. Ejemplo de ello tenemos en el sistema cartesiano. Descartes intenta explicar la formación y conservación del universo por medio de solas las leyes del movimiento. Tanto basta para que su sistema, de suyo, no haga más que producir errores, pero Descartes por otra parte toma por principio una cosa que vemos, y alega además observaciones y experiencias y, haciendo por este medio nacer en otros la curiosidad de repetirlas y de hacer otras de nuevo, contribuye en cierto modo a los descubrimientos que estos observadores hacen. Las experiencias de Huyghens, de Bayle, de Mariote, de Newton, acerca del aire, del choque de los cuerpos, de la luz y de los colores, sean testigos210.

p. 99»Otro tanto puede decirse de casi todos los otros sistemas antiguos y modernos, excepto el de los peripatéticos. El de estos forma especie aparte, porque ¿cómo es posible que nos incline mucho ni poco a observar la naturaleza un sistema en el cual solamente se habla de materia primera, de formas sustanciales, de cualidades ocultas, de cosas en fin que no hemos visto ni podemos ver, ni hemos concebido ni podemos concebir? Y si no, preguntemos a Roselli cuáles son los principios de las cosas corpóreas, y nos responderá que son dos in facto esse, conviene a saber, materia y forma, y tres in fieri: materia, forma y privación. Dejo aparte el in facto esse y el in fieri

Pues ¿quién impugnó hasta aquí
ni el gruñir al jabalí
ni el rebuznar al menor211?

»Pero hágame ver cualquiera que se ha formado idea de una materia que sea primum subiectum ex quo aliquid fit per se et non secundum accidens212; de una privación que sea principio para ser; de una qué sé yo que me diga, pues creo que perdería el juicio si me detuviese en referir estas vaciedades. Sigamos, pues, abriendo nuestro tomo segundo, que a buen seguro que no nos falte* caza en cualquiera de sus páginas.

—Si yo no me engaño –dijo a esta sazón el sacristán– falta que usted hable de no sé qué escaramuzas que diz que en sus notas tiene este hombre con otros autores.

—Tienes razón –respondió el cura–. Dije que gran parte de las notas de este tomo segundo se reducía a escaramuzas con Jacquier, Turre y otros autores. No hay que hablar de los falsos testimonios que, por malicia o por ignorancia o por ambas cosas juntas, les levanta a cada paso. Aunque así no fuera, los filósofos modernos le darían las gracias a Roselli, y dirían que había trabajado a favor de ellos. Ya sabíamos, añadirían, que Jacquier y Turre son hombres, y como tales sujetos a errar; por eso ni a sus opiniones ni a las de hombre nacido damos más peso que el debido a las razones y experiencias que hacen en favor de ellas. Para probar nosotros que los escolásticos os equivocáis, basta probar que se equivocaron vuestros oráculos. Nosotros no tenemos otros oráculos que la razón y la experiencia. Probadnos que el filosofar por estas es delirar, y que el verdadero modo de filosofar es seguir ciegamente lo que dijo otro hombre, y entonces cantad el triunfo.

p. 100»Tenemos ahora abierto el libro por la cuestión 16, artículo I. Trátase de impugnar la opinión de Gassendo acerca de la gravedad de los cuerpos213. Supongamos (dice Gassendo) que una piedra se dirige a la luna, al sol o a las estrellas fijas. Luego que la piedra hubiere llegado, sin duda se quedará allí. Y si esto no se me concede, supóngase que son reducidos a la nada todos los cuerpos fuera de aquella piedra. En tal caso, no habiendo tierra, no habrá centro adonde la piedra pueda acercarse y, por consiguiente, aquella piedra dejará de ser grave. Fínjase ahora que vuelve a existir la tierra. La piedra en este caso bajará hacia su centro. Pues para que esta bajada se verifique, claro está que deberá la tierra arrojar de sí alguna cosa que atraiga y llame a sí la piedra. Verosímil es luego mi opinión. Esto dice Gassendo. Oigamos lo que dice Roselli. En primer lugar, saca que en el caso propuesto la piedra, según los principios mismos de Gassendo, será grave y no será grave. Mucho se me hace que Gassendo haya caído en tal inconsecuencia, porque era a la verdad hombre de pro y que sabía asentar el pie. En fin, si Roselli lo prueba, a él me atengo. Pues en el caso (dice) propuesto por Gassendo, la piedra, si no muda de naturaleza, forzosamente será grave, porque según Gassendo todos los cuerpos lo son. Si es grave la tal piedra, deberá caminar hacia bajo, pues esta es la idea de la gravedad según sus principios. Por otra parte, ¿quién creerá que salen de la tierra unos efluvios tan copiosos que lleguen no solamente a la luna y al sol, sino también a las estrellas fijas, que tan sumamente apartadas están de la tierra? Pues si no llegan tan lejos los efluvios de la tierra, la piedra no puede bajar según los principios de Gassendo, porque no hay efluvios que la traigan hacia la tierra. Conque tenemos que esta piedra no es grave, y antes teníamos que sí. ¿Puede darse cosa más absurda?214 La cosa más absurda del mundo, buen escolástico, es esa tu satisfacción, fundada en tu malísima fe* y crasísima ignorancia. Gassendo dice que todos los cuerpos son graves, habiendo tierra que los atraiga, porque esta es para él la idea de la gravedad. Pero en el caso de la piedra dirigida a la luna supone que es reducida a la nada la tierra, ¿cómo pues será entonces grave la piedra? Muerto el perro, se murió la rabia, y, destruida la tierra que atraía, la atracción se destruyó también. Si Gassendo hubiera sido escolástico, habría atribuido efectos a la privación. Pero no era escolástico, y no podía delirar por ese rumbo. En cuanto a lo demás, el buen Roselli se sale de la cuestión: Estando la piedra (dice Gassendo) en la luna, o en el sol, o en las estrellas fijas, si vuelve a existir la tierra, para que baje la piedra será necesario que de la tierra salga alguna cosa que la traiga hacia sí. ¡Ah, Señor! (opone Roselli), ¿y qué efluvios de la tierra han de poder llegar a una piedra que esté en las estrellas fijas? Pues hombre, si en eso hallas dificultad (respondería Gassendo), no esté la piedra en las estrellas fijas, esté en el sol o en la luna, que pues el sol puede enviar sus rayos a la tierra, también ésta podrá enviar sus efluvios al sol. Y si aun en esto hallas reparo, esté la piedra una vara distante de la tierra, que para mi suposición lo mismo es uno que otro.

p. 101»Síguese el segundo argumento con que piensa Roselli triunfar de la atracción de Gassendo: Si para la gravedad de los cuerpos nos atenemos (dice) a los efluvios dimanados de la tierra, mientras más sean estos efluvios, más gravedad tendrán los cuerpos. Es así que salen de la tierra más efluvios en el estío que en el invierno, y los cuerpos la misma gravedad tienen en un tiempo que en otro. Luego no va bien fundada la gravedad en los efluvios terrestres215. ¡Santo Dios! ¡Qué falta de pudor no es menester para poner un argumento semejante! ¿No ha dicho poco antes el mismo Roselli que Gassendo se figura la tierra como un gran imán que atrae los cuerpos por medio de unos efluvios, como aquellos con que ya antiguamente dijo Plutarco que atraía el imán al hierro? ¿Pues qué tienen que ver con estos efluvios magnéticos los efluvios o vapores que saca el sol de la tierra? Si hubiera Gassendo atribuido a estos vapores la virtud de atraer, ¿qué necesidad tenía de figurarse la tierra a manera de un gran imán? ¿No bastaba en tal caso figurársela como un conjunto de agua, de azufre, de materias capaces de arrojar vapores? ¿Y es posible que Roselli no acertase a distinguir entre efluvios magnéticos y vapores que saca el sol de la tierra? Increíble se me hace. Y más increíble que, alcanzando a distinguir estas dos cosas, se atreviese a proponer una sandez de este tamaño sin el fundado temor de verse hecho la fábula del mundo literario, y de mirar su obra convertida en cucuruchos

para clavo y pimienta, y todo cuanto
en inútil papel suele envolverse.

»Al fin tragado se lo tendría, pero consolaríase con saber que restan aún en la Europa hombres que mirarían su Suma con la misma veneración que un mahometano el Corán.

p. 102»Estamos en la cuestión 16, artículo 4216, donde desde luego tenemos que los cuerpos celestes ni son graves ni son leves. Aquí desearía que nos hubiese dicho qué nueva casta de cuerpos es esta. Yo hasta ahora no he visto cuerpo que no tenga gravedad, pues también la tienen aquellos que llamamos leves, sino que tienen menos que otros y en comparación con estos les damos tal nombre. Digo, pues, que no puedo concebir que haya cuerpos sin una propiedad que he hallado en cuantos cuerpos he visto. Propiedad que me parece por tanto inseparable de todo cuerpo. Pero si en esto nos detenemos, no daremos un paso en la física escolástica. Toda ella está llena de estos escollos de ideas indeterminadas e inconcebibles. Yo, pues, ya que no puedo figurarme unos cuerpos que no tengan gravedad, me figuro que me los he figurado, y paso adelante. Pregunto, ¿en qué funda Roselli esta su proposición de que los cuerpos celestes ni son graves ni son leves? Lo fundo (dice) en que estos cuerpos están destinados a moverse con movimiento curvilíneo uniforme217. Lo oigo. ¿Y este movimiento curvilíneo uniforme es circular, o basta que sea por cualquiera otra línea curva uniforme o regular? De eso prescindo (responde Roselli). Pues en ese prescindir se incluye una crasísima ignorancia de las matemáticas, porque en toda línea curva que no sea círculo hay unos puntos que distan del centro menos que otros. Luego todo cuerpo que se mueva por cualquiera curva que no sea círculo, se acercará en estos puntos al centro. Acercarse un cuerpo al centro sin tener una natural fuerza para ello no puede ser. Conque todo cuerpo que se mueve por curva que no es círculo tiene una fuerza natural de acercarse al centro. Esta fuerza natural, este ahínco de acercarse al centro, es lo que llamamos gravedad, luego todo cuerpo que se moviere por curva que no sea círculo tendrá gravedad. Y la tendrán por consiguiente los cuerpos celestes por la misma razón que da Roselli para figurárselos ni graves ni leves. Tan lejos está de haber repugnancia en ser un cuerpo grave y en moverse por línea curva. ¿Qué más? Los modernos que suponen en los planetas y cometas fuerza de impulso y fuerza de atracción (o de gravedad) infieren de esto mismo que los planetas y cometas se mueven describiendo líneas curvas. Y a la verdad, entendiendo por fuerza de impulso un movimiento como de derecha a izquierda, o de izquierda a derecha, y por fuerza de atracción o gravedad un movimiento como de arriba a abajo, o de abajo a arriba hacia un centro, no es necesaria mucha inteligencia de las matemáticas para conocer que, obrando con estas dos fuerzas continuamente a la par, describirán los planetas y cometas líneas curvas.

»Quisiera que, en defecto de Roselli, me desataran estos argumentillos sus «sabios» editores. Entretanto, por mostrarme liberal, quiero que Roselli tenga tiempo de reformar su dicho. Sea equivocación el haber prescindido de que los cuerpos celestes se muevan circularmente, o se muevan por cualquiera otra curva regular (deba haber dicho que los cuerpos celestes se mueven describiendo necesariamente un círculo), no por esto será menos absurda la proposición de que ni son graves ni son leves, porque el moverse circularmente es moverse en todos los puntos a igual distancia del centro. ¿Pues qué amor es este que obliga a los cuerpos celestes a no separarse del centro, alrededor del cual se mueven? ¿Qué misterio los hace caminar encorvándose y describiendo un círculo? ¿No podían caminar en derechura, describiendo una tangente? Sin duda que podían hacerlo. Y en caminar como caminan no hay ni otro amor ni otro misterio que el de su gravedad. Esta los inclina al centro. No llegan a unirse a él, es verdad, pero también lo es que se mantienen siempre a igual distancia, y esto naturalmente nos lleva a creer que ellos de suyo se llegarían, sino que* hallan en todos los puntos de su movimiento un impedimento igual y, ya que no pueden vencerlo, se contentan (digámoslo así) con no desviarse, caminando siempre a igual distancia de aquel centro a quien unirse anhelan. Pero no pongamos tan altas las miras de nuestro argumento. Por la calle pasa un muchacho que al son del aceitera y los dos cuartos va cantandop. 103

Ya se murió la mula de la Victoria,
y el padre cocinero anda a la noria.

»Sea el convento de la Victoria el convento de Roselli, y sea éste otrosí el padre cocinero, pregunto: ¿estando destinado a andar a la noria, no estará destinado a moverse circularmente? No hay duda. ¿Y su cuerpo dejará por eso de ser grave? Claro está que no218. Pues si el cuerpo de Roselli puede, siendo grave, moverse circularmente, también podrán hacer otro tanto los cuerpos celestes con la misma cualidad. Y para salvar su movimiento circular no tendremos necesidad de recurrir a la ridícula suposición de hacerlos ni graves ni leves contra lo que estamos viendo en todos los cuerpos, y aun contra lo que podemos concebir; porque tan imposible es el figurarnos unos cuerpos con una propiedad contraria a la que tienen todos los cuerpos sujetos a nuestro examen, como el figurarnos un color distinto de los que hemos visto.

—De manera –dijo el sacristán– que los cuerpos esos ni graves ni leves, a lo que yo entiendo, serán así a manera de telonio219, o por el estilo de aquella flor que cantaba el otro

Una flor que no se sabe
ni se topa aunque se busque,
flor duende que mete ruido
y, sin ser vista, se hunde220.

Y pardiez que ahora caigo yo en la cuenta de la utilidad grande que puede sacarse de la Suma filosófica, porque si el emperador de Alemania tuviera noticia de esos cuerpos celestes ni graves ni leves, según lo pájaro que es, para mi santiguada que se le pasase por alto el equipar media docena de globos aerostáticos 221, mandando en ellos artífices que cortasen y trajesen materia celeste, aunque no fuese más que para armar y vestir dos mil o tres mil hombres de tropas ligeras, ¡y montas que sería corta la utilidad222! Porque los cuerpos terrestres que abrigan y ofenden, como el paño y el hierro, embarazan al soldado con su pesadez lo que no es decible. Y los que no son pesados, como la muselina y la corcha, embarazarían con su inutilidad, porque ni sirven para abrigar ni para ofender. Pero esos cuerpos celestes ni pecarían por un lado ni por otro, puesto que ni son graves ni son leves.

p. 104—A ideas tan ridículas –dijo el cura–, y aun más ridículas que esas, dan lugar semejantes escritores con sus vaciedades. Y si tú entendieras de esto, hallarías cosas más absurdas, porque el buen Roselli (y esto es muy para notar) confunde el centro acerca del cual se mueve un cuerpo con el centro del cuerpo mismo que se mueve. Oyó que según Newton los planetas gravitan alrededor del sol. No entendió la doctrina esta y, sin embargo, con un atrevimiento muy común entre los escolásticos, se puso a impugnarla. Y para ello echó por el atajo, diciendo que los cuerpos celestes ni son graves ni son leves, sin advertir que sin gravedad cualquiera cuerpo se disolvería. Si el cuerpo este que llamamos tierra (dice Gassendo) no tuviera fuerza de atraer las partes de que se compone, dejaría de ser cuerpo, disolviéndose y tirando cada parte por su lado. No hay que temer eso (responde Roselli en nombre de los escolásticos) porque todas las partes que componen la tierra tienen cierto ahínco de caminar hacia un centro común; bien que no es en fuerza de atracción, sino en fuerza de cierta virtud innata, que es lo que llamamos gravedad. Me alegro de saberlo. Conque, en resumidas cuentas, tenemos que por confesión de los escolásticos el que la tierra no se disuelva ¿se debe a la gravedad que tienen las varias partes de que se compone? Pues pregunto, ¿no son los cuerpos celestes del mismo modo que la tierra un conjunto, un agregado de partes? ¿Pues qué poderosa liga las une todas a un centro, estorbando que cada cual tire por su lado? Si para que la tierra no se disuelva es necesario que tengan gravedad las partes que la componen, ¿por qué para que no se disuelvan los cuerpos celestes no será también necesario que la tengan las partes de que asimismo están compuestos?

»Lo más gracioso es que Roselli concede que las tales partes tienen peso y, con todo, erre que erre que no tienen gravedad, porque esta (dice) según los mismos newtonianos es diferente del peso, y enseguida por medio de una nota expresa que el peso según los newtonianos es una suma de gravedades223. ¡Bendito entre todos los escolásticos! Tú sin duda estabas desesperado, según te afanas en armarte el lazo, no quedándonos más trabajo que el de tirarte por él. Dime (así Dios te perdone), si yo tengo un doblón, ¿no tendré reales? Claro está que sí, porque por doblón no entendemos más que una suma de reales. Pues si las partes que componen los cuerpos celestes tienen peso, ¿cómo no han de tener gravedad, si el peso no es otra cosa que una suma de gravedades? Yo confieso, amigo Roque, que son los errores de Roselli tan monstruosos, tan a las claras sus inconsecuencias, que si alguno llegase a ver este extracto será punto menos que imposible el que no dude de su correspondencia con el original224. Pero tú, el que pensares de este modo, sábete que ni los filósofos modernos tienen necesidad de cohechar a nadie, ni yo soy hombre que me dejaría cohechar. Y por otra parte soy en este punto tan corto sastre que, aun cohechado*, no acertaría a hacer pasar un quid pro quo225, porque ni soy Roselli ni se me entiende de truncar pasajes, ni de claro y oscuro, ni finalmente de maestría alguna. Lo cual si creer sobre mi palabra no quisieres, siempre que gustares me tendrás pronto a dar razón de mi extracto.

p. 105»Viniendo al propósito, sigue Roselli y asienta que no se engañaron los escolásticos en afirmar que los elementos no gravitan en sus lugares propios226. Que es lo mismo que si dijéramos que la tierra no gravita encima de la tierra, ni el agua encima del agua, ni, en fin, ninguna porción de elemento encima de otra porción del elemento mismo. Esta es otra que bien baila. Pero ¿quién no ve que un hombre que llega a despeñarse es difícil que deje de rodar mientras haya cumbre? Por lo demás, yo le doy mil gracias a Roselli por su noticia, y más que estoy en ocasión de sacar partido de ella. Cuando se haya de reedificar la iglesia, me puede venir el señor alarife con que es necesario tanto y cuanto dinero para armar máquinas con que subir los materiales, que yo le haré ver que todas las máquinas son gastos excusados, y que sin una polea chica ni grande se pueden subir todos los materiales a cualquier altura227. Pues para subir, por ejemplo, las piedras, bastará con disponer otra piedra en forma de balanza; que, haciéndolo así, a buen seguro que las piedras pesen, porque si una piedra pesase encima de otra, encima de otra tendría gravedad (según lo anteriormente probado) y, si encima de otra tuviese gravedad, encima de otra gravitaría, lo cual no puede ser, porque una porción de elemento no gravita encima de otra porción del elemento mismo. Vaya otra cosita buena: ¿Quién dirá (pregunta Roselli en confirmación de su sentencia), quién dirá que el aceite gravita encima del agua? Porque si gravitara, se hundiera, en vez de nadar. ¡Adecuada idea de la gravedad! ¿Conque una columna no gravita sobre su basa porque no se hunde, un gran peñasco no gravita sobre la tierra porque no se sepulta en ella, un navío no gravita sobre el agua porque no se va a fondo? A Roselli se le manda mudar de un sitio a otro un pesadísimo facistol228. Se abraza con él, pero con todas sus fuerzas no logra su intento. Duro, pues, en las espaldas de Roselli, porque no forceja229. «¡Ah, Señor! (exclamaría), ya forcejo, y prueba de ello es el haber hecho saltar el libro que estaba encima del facistol, sino que este tiene más peso que el que pueden levantar mis fuerzas, y así, por más que forcejo, no lo puedo mudar». Pues, ¡ah, Señor! El aceite gravita encima del agua, y prueba de ello es haber hecho saltar el aire que estaba encima, sino que el agua tiene más gravedad que el aceite, y así, aunque este gravita, no puede echarla de su lugar. Quisiera no detenerme más en esta materia, pero se me hace cargo de conciencia el pasar por alto la levedad del fuego: El fuego (dice Roselli) es absolutamente leve230. No da la razón, pero añade que el fuego camina hacia arriba, y que esta propiedad no le puede venir de la opresión del aire, como malamente piensa Gassendo. Diole vergüenza el decir derechamente que el fuego sube por amor a su región, y lo dijo por este rodeo. Veamos ahora la sentencia de Gassendo y el argumento de Roselli. Siendo ley de la naturaleza (escribe Gassendo) el que dos cuerpos no puedan estar en un lugar mismo, es cosa naturalísima que el cuerpo menos grave ceda al más grave, siempre y cuando que concurran a ocupar un lugar mismo. De aquí es que echando una piedra en un vaso donde haya agua y aceite, la piedra ocupará el lugar del agua, el agua el lugar del aceite, el aceite el lugar del aire, cediendo de esta manera el menos grave al más grave. Y de aquí es también que el fuego camina hacia arriba, impelido, conviene a saber, de un cuerpo más grave que lo rodea, el cual es el aire. Eso no puede ser (arguye Roselli), porque mientras mayor es el fuego más sube y, siguiendo la doctrina de Gassendo, debería subir menos, pues claro está que un fuego grande opondrá mayor resistencia a la opresión del aire que un fuego pequeño. Este es el argumentazo de Roselli, fundado en una razón dada por Aristóteles, copiada por santo Tomás, y que él reproduce, por cumplir con su obligación de filósofo de viejo. Pero ¿cómo la reproduce? Callando que Gassendo se hace cargo de ella, y la disuelve con más facilidad que a la sal el agua. La razón esa (responde Gassendo) valdría contra mí, si fuera igual la fuerza de aire que impele a un fuego grande a la que impele a un fuego pequeño. Pero estando la tierra rodeada de aire, mientras de mayor volumen fuere el fuego, será mayor la porción de aire que lo impela, y por esto subirá un fuego grande más que otro pequeño en razón de las fuerzas componentes.

p. 106»Resta ahora anotar un excelente medio que para salir de cualquiera dificultad nos suministra Roselli. Va hablando de esta misma materia y tropieza con las experiencias del peso del fuego. No se altera por tanto el buen hombre, antes con mucha flema responde que es cierto que el fuego que por acá tenemos pesa, pero que no es de extrañar, pues al fin como fuego terreno es impurísimo y está mezclado con mil partículas extrañas; pero que este mismo fuego es absolutamente leve, en cuanto participa del éter purísimo231. Acuérdome ahora de que por una razón del todo semejante quiso sostener Briz la otra borrachera escolástica de que el aire no pesa232. Pero ¿no me diría Roselli si respiró o sintió alguna vez este éter purísimo de que participa el fuego, o si adquirió la idea de él por revelación o por sueño, que será lo más cierto? Entretanto, se me antoja a mí decir que el plomo es absolutamente leve. Y véngame cualquiera conque el llamar a una cosa más pesada que el plomo es el non plus ultra de las ponderaciones, que yo responderé que es cierto que el plomo de por acá es pesadísimo, lo cual no es de extrañar por ser un plomo muy impuro y que tiene mezcla de mil partículas extrañas, pero que aun este mismo plomo es absolutamente leve, en cuanto participa de una cosicosa purísima que se halla en el centro de la tierra. Respondiendo de esta suerte, a buen seguro que me saque nadie de mis trece, así como tampoco sacarán a Roselli como se mantenga firme en no creer la gravedad del fuego, ínterin que los filósofos modernos no le pesen el éter purísimo de que participa. ¿Qué más? Echando por esta vía se puede afirmar que con toda su tripa no pesa el más potente Eglón; y si alguno se nos viniere con la prueba de hecho de que lo tomemos a cuestas, todo está reducido a responder que es pesado en cuanto terreno, pero que es absolutamente leve en cuanto participa de un espíritu puro llamado alma. Y que mientras que no se nos probare que esta pesa, no estamos obligados a creer que es pesado hombre ninguno233.

p. 107»Más de lo que quisiera nos hemos detenido en esta materia, y será preciso aligerar el paso. Nos hallamos en la cuestión 23, artículo 2234, donde afirma Roselli que todo lo que se mueve es movido por otro realmente distinto. Muy bien, ¿pues quién da a los cuerpos el movimiento de gravedad? Se lo da (dice) el generante, de modo que los cuerpos graves no se mueven de suyo como principal causa de su movimiento, sino que esta causa principal es el generante. ¿Y qué generante es este, fuente de donde se deriva la gravedad de los cuerpos engendrados? Ese es el generante primero (responden los escolásticos). Pero hétele que su pastor Aristóteles restalla el cáñamo y vocea que su rebaño escolástico se descarría. Que si el mundo, según él, es eterno, ¿cómo puede ser que haya habido primer generante? Empero así nunca llegue el lobo a sus carneros, que se sirva el Estagirita disimular por esta vez, consintiendo, sin que sirva de ejemplar, que se aparte de sus pisadas el ganadillo. No sea el mundo eterno, haya habido enhorabuena primer generante, ¿forzosamente ha de haber habido generación en todos los cuerpos? ¿Ninguno ha de existir según y como salió de la mano del Criador? No es verosímil, pues si existe alguno, ¿quién le dio la gravedad? Se la dio el Criador (responderán los escolásticos). Y a fe mía que dirán bien, y fuera mejor que, sin andarse con bromas de primer generante, hubiesen desde luego respondido otro tanto a la pregunta general de ¿quién es la principal causa del movimiento de gravedad que tienen los cuerpos? Que si bien en buena física debe huirse todo lo posible el tener que recurrir a la mano omnipotente del Criador, sabido es que no hablan ni esta regla ni otras semejantes con los escolásticos. Siguen estos con su tema de que todo lo que se mueve es movido por otro y, como por otra parte dan el nombre de movimiento hasta a las operaciones de nuestra alma, hallan una terrible dificultad en explicar cómo es que nuestro entendimiento cuando entiende se mueve a sí mismo, y juntamente recibe la inteligencia. Para salir de este pantano, así como el albañil parte por medio el ladrillo que no cabe entero en una pared, dividieron ellos nuestro entendimiento en agente y pasivo, y esta distinción, no alcanzada por Condillac ni ningún otro moderno235, prueba concluyentemente que los escolásticos supieron y saben más verdadera metafísica que han sabido, saben ni sabrán los modernos con todas sus análises*, como más por extenso lo prueba el autor de los Desengaños Filosóficos (entre paréntesis: con haber dado por prueba esta distinción de entendimientos pudiera este pobre hombre haber ahorrado el inmenso fárrago de su obra). Como quiera, Roselli aun sale más airosamente de la propuesta dificultad: El entendimiento (dice, cuestión 23, artículo 2, § 771) entiende según que es puesto en acto por la especie inteligible. Y recibe la inteligencia según que es potencia. Con lo cual estamos fuera de la dificultad, porque el entendimiento como potencia sin especie se distingue realmente de sí mismo con especie, pues esta es realmente distinta del entendimiento236.

—¿Qué diablos de ensalada es esa? –dijo el sacristán.

p. 108—Espérese usted un poquito –respondió el cura–. Cuando yo estudiaba, hago memoria de haber visto esta misma explicación in terminis terminantibus237 en el autor que entonces dábamos (que no me acuerdo ahora cuál era su gracia). Como, pues, rogase yo al maestro que me la declarase porque no la entendía, «ni aun fuera bien –respondió– que vos la entendiérades». «Pues en verdad –repliqué yo– que si no fuera bien el yo entenderla, tampoco será bien el haberla escrito». «Es que se ha escrito –me satisfizo– para hombres graves, y que no se hallen en ocasión de abusar de ella». «Pardiez –insté yo con mi natural viveza– que la tal distinción es incomprensible, y así no sé yo qué abuso puedan hacer de ella ni los graves ni los leves». «¡Desbarbado –gritó entonces muy colérico mi buen maestro–, ignorante, loco! –aunque habiendo dicho desbarbado, el ignorante y el loco están de más, puesto que ciencia, juicio y barbas son voces sinónimas–, para que veas si puede o no abusarse de semejante distinción, óyeme. Supongamos que yo me descuido una mañana y tú, con el hambre ingénita a todo estudiante, das en tu estómago con mi almuerzo; que yo vengo y comienzo a reprehenderte y afearte el hecho, pero tú, acordándote de esta distinción, me respondes con gran cachaza: maestro mío, está muy bien que usted reprehenda el maleficio de haberle comido el almuerzo, pero la reprehensión debe caer sobre el culpado y yo soy persona realmente distinta de él, y, si no, vamos a cuentas. Usted me explicó tal día que el entendimiento como potencia sin especie inteligible es realmente distinto de sí mismo con especie. Pues ahora bien, su discípulo de usted, Simón, almuerza según que es puesto en acto por la especie almorzable, y recibe la almorzación según que es potencia. Su discípulo de usted, Simón como potencia sin especie almorzable, es realmente distinto de su discípulo de usted Simón con especie almorzable, porque esta es realmente distinta de su discípulo de usted Simón. Yo soy su discípulo de usted Simón con especie almorzable, y el que se comió el almuerzo fue su discípulo de usted Simón como potencia sin especie almorzable, luego yo soy persona realmente distinta del que se comió el almuerzo, quod erat demonstrandum*. Diga usted, señor bachiller sin grado, ¿se puede abusar de aquella distinción? Pero ya yo me guardaré de que usted abuse, encerrando todas las especies comibles bajo de siete llaves». Así mi maestro.

»Vamos nosotros a notar una contradicción, para que se verifique que en la Suma Filosófica hay de todo lo malo, como en botica. Afirma Roselli que el tiempo sigue el movimiento del primer móvil, de tal suerte que, mientras este exista, habrá tiempo. Afirma, asimismo, con santo Tomás, que el movimiento del primer móvil es causa de todos los movimientos, de modo que todo cuerpo que se mueve tiene que agradecérselo al primer móvil. Véase, pues, si habrá o no contradicción en afirmar que el tiempo se acabará (cuestión 12, artículo 3, § 489), pero que el movimiento en algunos cuerpos será perpetuo (cuestión 22, artículo 2, § 737)238. Porque si en algunos cuerpos no se ha de acabar el movimiento, ¿cómo ha de acabarse el del primer móvil causa de todo movimiento? Y si no se acaba el movimiento del primer móvil, ¿cómo ha de acabarse el tiempo?

—El primer móvil –dijo el sacristán–, el tiempo y todo creo yo que se ha de acabar antes que este fastidiosísimo extracto, y cuidado que ya estoy ahíto de escribir disparates.

—Por mucha gana que tengas de dejarlo, no tendrás más que yo –le contestó el cura.

Y enseguida abrió la Suma Filosófica con gran priesa, y con no menor comenzó de allí a poco a santiguarse y a decir:

p. 109—No, no puede ser. Yo aunque lo estoy viendo, no lo creo. ¿Cómo había de haber hombre que se atreviera a hacer una cosa como ésta? ¿Tratar a Gassendo, Muschembroeck y otros filósofos igualmente honrados de hombres que levantan falsos testimonios a Aristóteles, y a renglón seguido trasladar el texto en que este filósofo dice paladinamente lo que aquellos le atribuyen239? Esto no es creíble.

—No lo será para usted –dijo el sacristán–, que por lo que a mí toca, visto lo visto, ninguna cosa se me hace increíble en Roselli. ¿Pero ha de apuntarse eso que tanto se resiste?

—Sí se ha de apuntar –respondió el cura–, porque hasta aquí pudo llegar la ignorancia, o la mala fe, o las dos cosas juntas. Refiere Roselli que muchos filósofos modernos atribuyen a Aristóteles la opinión de que la celeridad con que los cuerpos bajan es proporcional a su peso. Enfurécese contra tales filósofos, los trata de calumniadores, y muy sobre sí los desafía a que le muestren el lugar en donde enseña Aristóteles la referida doctrina. Porque Gassendo (añade Roselli) cita el libro 4 De coelo, capítulo 2, en el cual escribe Aristóteles que un pedazo mayor de oro o de plomo se mueve hacia abajo con mayor celeridad. Y que lo mismo ha de decirse de los demás cuerpos que tienen peso. Pero de este lugar (continúa Roselli) no se infiere lo que pretende Gassendo, porque Aristóteles dice que un pedazo mayor de oro se mueve hacia abajo con más celeridad, pero no dice que esto sea desde una misma altura240. Pues hombre ciego, hombre falto de sentido común, escolástico de Satanás, si Aristóteles dice que un cuerpo de más peso se mueve hacia abajo con más celeridad, ¿qué más quieres? ¿A qué venia la impertinente añadidura de la altura misma? Como ello sea generalmente cierto que el cuerpo más pesado baja más aceleradamente que el menos pesado, siempre se verificará lo mismo, ora caigan los dos desde una altura misma, ora caigan de alturas diversas. Con la diferencia de que cayendo de una misma altura se notará más palpablemente la mayor celeridad del más pesado, llegando este más pronto a la tierra.

—Ya se ve –dijo el sacristán– que si mi pollino anda más que el de usted siempre andará más, bien sea que salgan de una misma parte, bien sea que salgan de partes diversas. Con la diferencia de que, saliendo de una misma parte, se advertirá mejor la ventaja que lleva el mío, porque dejará atrás al de usted. Creo que este es el caso, y por vida mía que estaría bueno que un sacristán liso y llano diese en el hito más bien que el padre Roselli.

—¿Y qué extraño es eso? –dijo el cura–. Más en disposición estás tú para aprender filosofía que todos los escolásticos presentes y pasados, aunque entren los sutilísimos, los iluminados con toda la demás caterva, porque un caminante que queriendo ir a un lugar toma el camino contrario, mientras más caminare, más se extraviará, por manera que, aunque caiga después en la cuenta, tendrá más que andar que si se hubiera estado durmiendo todo el tiempo que ha empleado en su camino. Y del mismo modo (decía el célebre Descartes) los que abrazan falsos principios de filosofar, mientras más se afanan en meditarlos y en sacar de ellos consecuencias, más se alejan de la filosofía. Y así, cuanto menos supiere cualquiera de lo que hasta ahora se ha llamado filosofía, tanto más bien dispuesto estará para aprender la verdadera.

—Huelgo de saberlo –dijo el sacristán–, pero supongo que hemos hecho punto final en el extracto.

p. 110—A eso vamos –respondió el cura–, solamente resta anotar dos noticias que prueban la grande erudición de Roselli. La una es acerca de la antigüedad de la química. La otra acerca de la pericia de santo Tomás en la mecánica. La química es antiquísima (dice). Véase en prueba de ello el Génesis 4, v. 22, en donde se dice que Tubalcaín fue malleator et faber in cuncta opera aeris et ferri241. Y cata aquí…* La otra noticia no es menos singular. Créese generalmente que las primeras obras que con rigor pueden llamarse tratados de mecánica o maquinaria son las de Guido Ubaldo y de Estevín, escritores del siglo decimosexto242. Créese igualmente que en el siglo decimotercio, y aún mucho después, la Universidad de París era la principal promotora de los desórdenes escolásticos, y bajo de estos supuestos se pensaba que el hecho de haber pedido la Universidad de París en el año de 1274 una obritas de santo Tomás, De aquarum conductibus, et ingeniis erigendis, probaba, cuando más, que aquella universidad como enteramente escolástica deseaba tener las obras de un escolástico243. Pues no señor. De este hecho se infiere que santo Tomás era perito en la mecánica. Y con este nuevo modo de argüir que nos suministra Roselli tenemos abierto camino para probar que Mahoma fue perito en la teología cristiana, porque en la teología cristiana se habla de Dios y Mahoma escribió un libro en donde se habla de Dios, el cual libro es buscado no por una, sino por todas las universidades mahometanas. ¿Es otro el modo de argüir de Roselli? En la mecánica (viene a decir) se trata de ingeniis erigendis; un jefe escolástico escribió (scholastico more) de ingeniis erigendis; una universidad escolástica mandó pedir esta obrita; luego el tal jefe escolástico fue perito en la mecánica. Pero yo quiero suponer que la Universidad de París fuese en el año 1274 enemiga del escolasticismo, y que fuese además doctísima en la mecánica, ¿sería bastante para probar que santo Tomás fue docto en la misma ciencia el mero hecho de pedir aquella universidad su obrita de ingeniis erigendis? ¿De que no una sino todas las universidades de teología cristiana pidiesen los capítulos en que Mahoma habla de Dios, inferiría nadie que Mahoma fue docto en la teología cristiana? ¡Valiente despropósito! En fin, la sentencia está dada, acompañe la Suma Filosófica a los demás libros escolásticos, hágase de ellos una hoguera, y déjenme a mí con don Quijote, si vuelto a casa se obstinare en defenderlos.

***

Aquí da fin la historia de don Quijote el Escolástico, y entiende su autor que, si escribiéndola no ha podido dar gusto a todos, lo dará por lo menos concluyéndola y despidiéndose. Y si, lo que no cree, hubiese alguno que deseare más quijotadas, hágase cargo de que mucho y malo el diablo que lo sufra. Y que, por otra parte, no puede escapar de ser mala una obra emprendida sin designio formado de antemano y escrita a todo correr de la imaginación y de la pluma.

Hasta aquí el texto del autor, pero léese a la margen una nota escrita de su mano en donde expresa que se queda con el dolor de haber en el discurso de su historia referido los elogios dados a varias obras modernas, sin poder expresar los nombres y apellidos de los elogiadores, para que supiesen los elogiados quién les hacía merced, y no que ahora se quebrarán las cabezas antes de averiguar quién era el capitán que entró en la fábrica de versos o el abogado que pasaba por la calle. Y yo, el Teniente del Apologista Universal, editor de esta historia, etcétera, queriendo de algún modo aliviar este su desconsuelo, abono desde luego las personas de los elogiadores, y tomo además bajo de mi protección a los elogiados, declarándolos clientes de mi jefe el Apologista Universal, y asegurándoles, allende de esto, que si no se contentaren con esta apología general et in abstracto, estoy pronto a escribirle a cada uno de ellos una particular nominatim in specie, in concreto ut sic et in individuo ut tale244.

FIN

i que no nos falte caza] que nos falte caza.

ii fe] fee.

iii Aquí debe entenderse ‘si no fuera porque’

iv Cohechado] coechado.

v Así en el original.

vi quod erat demonstrandum] q. e. d. (‘que era lo que se pretendía demostrar’).

vii Así en el original. A Centeno probablemente le baste con la cita bíblica para confirmar el disparate de Roselli y de ahí que la frase del cura se interrumpa, pues huelga comentar más. Acaso con la interrupción quisiera conseguir cierta espontaneidad coloquial y asimismo era consciente, según creo, de que estaba alargando en exceso su texto con cuestiones ociosas.

199 Gafo: «Que tiene encorvados y sin movimiento los dedos de manos y pies» (DRAE). La capacidad de este Matteo Aquilano la refiere Francisco Cascales, en sus Cartas filológicas (1626), citando a Giovanni Pontano, quien lo ensalza como ejemplo de fortaleza. Al parecer fue maestro de Filosofía en Nápoles y murió a finales del siglo XV.

200 Juan Duns Scoto, el Doctor Subtilis, es figura crucial en el pensamiento teológico escolástico; con su pulla sobre los epítetos alude a él y otros escolásticos, como Santo Tomás de Aquino; vid. nota 75.

201 Ateneo de Náucratis, en El banquete de los eruditos (III d.C) atribuye el dicho al gramático Calímaco: «El gramático Calimaco decía que un libro grande era igual a un mal grande» (cito por la traducción castellana de Lucía Rodríguez-Noriega Guillén, Banquete de los eruditos, Libros III-V Gredos, 1998, p. 7).

202 Matalotaje: «conjunto de muchas cosas diversas y mal ordenadas» (DRAE).

203 Centeno invierte el sistema de organización de la Summa: t. II, quaest. v, art. 1, p. 165.

204 ‘A lo segundo antecedente distingo: que el Cuerpo de Cristo está realmente presente en la eucaristía sin extensión actual extrínseca, o en relación al lugar, lo concedo; sin extensión actual intrínseca y en relación a sí, subdistingo: en cuanto a la fuerza de real concomitancia, lo niego; en cuanto a la fuerza del sacramento, lo concedo’ (sobre las fórmulas «negó», «concedo», véanse los reparos de Feijoo, Teatro crítico universal, t. VIII, d. 1, parágrafo VI).

205 Centeno traduce la nota 1 de Roselli: «Ne juniores philosophi haec irrideant, meminerint Hartsoekerum Cours de Physique l. 1. c. 1. spatium habuisse ut ens ex aliis simplicibus compositum, quae sint intrinsece tantum separabilia, non vero extrinsece; quae quis valeat intelligere?» (ibidem).

206 De la extensa obra de Marco Terencio Varrón (116–27 a.C.) solamente se conserva una breve parte. La afirmación («Postremo nemo aegrotus quidquam somniat tam infandum, quod non aliquis dicat philosophus») se recoge en lo que queda de sus Sátiras menipeas, fragmento 122.

207 François Jacquier (1711–1788) es autor de una obra diversa, entre la que destacan sus estudios matemáticos o los comentarios a Newton. Giovanni Maria Della Torre, físico italiano (1710–1782), es el padre De Turre para Roselli, quien menciona a menudo su Física general y sus Elementos de física (1767).

208 ‘Como quien defiende lo más sagrado’.

209 La pregunta proverbial completa dice: «Amphora cœpit institui, currente rota cur urceus exit?», esto es, ‘¿el ánfora empieza a formarse porque dándole vueltas al torno sale un cántaro?’. En su origen son los versos 21 y 22 del Arte poética o Epístola a los Pisones de Horacio.

210 Entre otros muchos avances, a Christiaan Huygens (1629–1695) debemos el descubrimiento de la naturaleza ondulatoria de la luz. Si en el caso de (Pierre) Bayle, escritor francés, no se trata de una errata, Centeno lo confunde con el inglés Robert Boyle (1627–1691), quien, aparte de otras investigaciones (los colores que cita nuestro autor), mejoró la bomba de aire y, en esa línea, desarrolló con Edme Mariotte (1620–1684), a quien Centeno menciona a continuación, la ley que lleva el nombre de ambos. Con «choque de los cuerpos» nuestro agustino se refiere seguramente a las tres leyes de la dinámica de Isaac Newton.

211 Los versos pertenecen a José Francisco de Isla, Cartas de Juan de la Encina (1732), varapalo satírico contra José de Carmona por su Método racional de curar sabañones: «Porque ¿quién ha de tener/ paciencia para impugnar,/ al que se empeña en errar/ todo lo que ha de saber?/ Entonces vendría a ser/ la misma paciencia error/ y la impugnación mayor/ Pues ¿quién impugnó hasta aquí/ ni el gruñir al jabalí,/ ni el rebuznar al menor?». Las categorías rosellianas para «in facto esse» (‘de hecho’) y para «in fieri» (‘al hacerse’), así como tales términos, le parecen tan abstrusos a Centeno que ocuparse de nuevo del asunto le resulta tan inútil y contraproducente como rebatir el gruñido de un jabalí o un rebuzno.

212 ‘Primer sujeto del cual algo sea por sí y no por accidente’.

213 En el t. II, p. 345 y ss.; la cita específica que sigue a continuación en p. 346: «Finge lapidem ad lunam, ad Solem , aut stellas fixas convolare; iam ubi venerit, permanebit; vel si permansurum nolis, finge universa corpora, praeter illum unum lapidem, in nihilum esse redacta; iam nullum erit centrum ad quod lapis possit accedere, ideoque lapis ille non erit gravis. Rursus finge terram restitui: ut lapis in ipsam tenderet, deberet terra in ipsum transmittere aliquid quo sentiretur et ad eam lapis alliceretur».

214 Centeno traduce ahora las reflexiones de Roselli de p. 347, que concluyen así: «[…] Idem igitur lapis esset et non esset gravis, quo nihil esse potest absurdius».

215 Este segundo argumento roselliano en p. 348.

216 En p. 361 y ss.

217 Summa philosophica, pp. 363–364.

218 Al final de la obra, en apoteosis satírica que es asimismo invectiva, Centeno llama directamente a Roselli burro, y con él a sus hermanos de congregación.

219 Telonio: término desusado hoy, «oficina pública donde se pagaban los tributo» (DRAE).

220 Centeno combina los dos primeros versos y los dos últimos de dos estrofas de Jacinto de Evia, Ramillete de varias flores poéticas recogidas y cultivadas en los primeros abriles de sus años (Madrid: Nicolás de Xamares, 1675): «Una flor, que no se sabe,/ ni se topa, aunque se busque,/ que creciéndola, se traga,/ y en no habiéndola, se curce.// Aquella flore, cosa y cosa,/ que las doncellitas pulen,/flor duende que hace ruido,/ y sin ser vista se hunde» [énfasis añadido].

221 Para mi santiguada: ‘por mi fe, o por la cruz’ (DRAE).

222 ‘Y anda qué…’. Autoridades: «Adv. que equivale a lo mismo que ‘ahí es decir’. Es voz rústica. Latín et quidem. Cerv., Quij, tom. 2, cap. 21: “Y montas que la guarnición es de tiras de lienzo blanco; voto a mí que es de raso”».

223 Summa philosophica, pp. 369 y 370.

224 Entiendo que «extracto» es el escrito (el acta) que está escribiendo el sacristán, a modo de prueba por la que se condena a que arda en el fuego la Suma. Dado que el extracto se elabora a partir de las observaciones escogidas por el cura (citas casi literales del dominico italiano y comentarios de nuestro agustino), Centeno insistirá en su carácter fidedigno.

225 ‘Una cosa por otra’.

226 Estas consideraciones disparatadas de Roselli y las que siguen en p. 366, n. 4.

227 Alarife: «arquitecto o maestro de obras, albañil» (DRAE).

228 Facistol: «atril grande en que se ponen el libro o libros para cantar en la iglesia» (DRAE).

229 Forcejar: «hacer fuerza para vencer alguna resistencia» (DRAE).

230 Las consideraciones de Roselli sobre el fuego, en p. 363 y ss.

231 En p. 365 y n. 3.

232 Centeno se refiere al dominico Juan Briz, profesor de teología y conventual en Santo Tomás de Madrid, autor de Mundus peripateticus restitutus, a nuperis eius impugnatoribus vindicatus (Madrid: Ibarra, 1758, en 2 tomos). En concreto, Briz se ocupa del asunto en el t. II, tratado VI: «De aeris gravitate tractat» (p. 160 y ss.).

233 Según el relato del Libro de los jueces, el obeso Eglón, rey de Moab, fue apuñalado por Ehud, quien no pudo retirar el arma homicida por el exceso de grasa de su víctima (III. 14-25).

234 En p. 443 y ss. del citado t. II.

235 A Étienne Bonnot de Condillac (1714–1780) se le considera el fundador del sensualismo o sensismo: partiendo del empirismo de John Locke evoluciona hasta considerar que no hay ideas innatas sino que todo nuestro conocimiento procede de las sensaciones, tal como expresa en su célebre Tratado del mismo nombre (1754).

236 «Ad tertium dicimus, intellectum intelligere, qua ratione est positus in actu per speciem intelligibilem recipere vero intellectionem, qua ratione potentia est: intellectus autem ut potentia absque specie, distinguitur re a seipso cum specie; hac enim ab intellectu reipsa distinguitur» (p. 448).

237 ‘En términos categóricos’.

238 «Ad primum respondemus, tempus esse aliquid finitum, non infinitum; habuit enim initium, et habebit finem […]»; «Motus igitur in aliquibus corporibus erit perpetuus» (pp. 285-286 y p. 434, respectivamente).

239 Pieter van Musschenbroek (1692–1761) fue un notable físico, quien entre otros avances descubrió la «botella de Leiden», antecedente de los condensadores eléctricos y que lleva el nombre de su ciudad natal.

240 Se trata de la cuestión 16, artículo 5, en p. 373, n. 1.

241 En p. 127, n. 4. El citado versículo del Génesis dice: ‘Y Zila también dio a luz a Tubalcaín, artífice de toda obra de bronce y de hierro’.

242 Guidobaldo del Monte, nuestro Guido Ubaldo (1545-1607), autor entre otras obras de Mechanicorum liber (Pesaro: Girolamo Concordia, 1577), es considerado uno de los primeros maestros de Galileo. En cuanto a Estevin, entiendo que Centeno se refiere al belga Simon Stevin (1548-1620), matemático, ingeniero e inventor, a quien se atribuye el hallazgo de los números negativos.

243 En p. 508, nota. Sobre las conducciones de agua y construcción de máquinas es, en realidad, una sola obra de la que apenas sabemos nada. En efecto, el 2 de mayo del año que señala Centeno, tras la muerte de Santo Tomás, los maestros de la facultad de Artes de la Universidad de París reclamaron al capítulo general de los dominicos este y algún otro texto que el propio Aquinate les había prometido (Pasquale Porro, «The University of Paris in the Thirteenth Century», Interpreting Proclus, ed. Stephen Gersh, Cambridge University Press, 2014, p. 267).

244 Si los clientes del Teniente del Apologista no se contentaren con esta defensa general ‘en abstracto’, está dispuesto a despacharle a cada uno de ellos ‘una expresamente en especie, bien concreta y a título individual’.