Introducción
Charles Sorel: polígrafo y crítico de la literatura de ficción

Tomás Gonzalo Santos

1.Un docto entre la burguesía

Como señalaba su biógrafo Émile Roy ya en 1891 (1–16), se conoce poco de la vida de Charles Sorel; entre otras cosas, por deseo propio, ya que se encargó de fantasear siempre sobre ella, desde su fecha de nacimiento hasta sus orígenes, de modo que toda precaución es poca antes de dar por buenos los datos biográficos que va dejando en sus obras. Se hace necesario contrastarlos, como hizo Roy, con los que arrojan los documentos relativos a la nobleza francesa, conservados en el Cabinet des Titres de París, y cotejarlos con los testimonios –más bien escasos– de amigos y enemigos. Así, se sabe que su abuelo fue magistrado en una pequeña ciudad de Picardía y su padre se instaló en París, donde compró un estudio de procurador en el Parlamento y se casó con la hermana del lector de Luis XIII y primer historiógrafo de Francia, Charles Bernard. El matrimonio disponía de algunas tierras y rentas, además de una casa de campo rodeada de bosques, y tuvo dos hijos, Françoise y Charles. Tras la muerte de los padres, este, que permaneció soltero, compartió con la familia de su hermana la gran casa paterna situada al lado del Louvre.

Sorel cursó estudios de Derecho, que no llegó a culminar y, durante su primera juventud, intentó abrirse camino en la corte con ayuda de protectores importantes como el conde de Cramail –con el que acabaría colaborando en varias obras– que lo introdujo en el círculo de poetas libertinos integrado, entre otros, por Théophile de Viau y Boisrobert. Desistió pronto de sus aspiraciones cortesanas y, tras comprar el cargo de historiógrafo que había ocupado su tío, volvió con los suyos para llevar una vida que se podría calificar de burguesa, dedicado a la escritura. Y, sin embargo, los Sorel –y Charles, en particular, más por juego que por una reivindicación real– pretendían estar emparentados con la nobleza más antigua del reino, incluso con Agnès Sorel, de origen picardo, favorita de Carlos VII de Francia y célebre por su belleza. Lo cierto es que la estirpe de Sorel o Soreau a la que se vinculaba estaba asentada desde tiempo atrás en el valle del río Morin, el lugar en el que transcurre la mayor parte de su obra Le Berger extravagant [El pastor extravagante]. Allí gustaba de visitar a sus parientes y allí se encuentra el señorío de Soigny, un título que se adjudica indebidamente a Sorel en alguna ocasión –probablemente con su consentimiento– y acabará dándose por bueno en el siglo XVIII, una vez deformado en Souvigny, que es el que incorpora Émile Roy en el título de su biografía1. En realidad, su familia pertenecía a la denominada noblesse de robe, integrada por quienes habían llegado a la nobleza desde la judicatura.

p. 5Su íntimo amigo Guy Patin, en una carta datada de 1653 (Béchade 3), fija el nacimiento de Sorel en 1599, que pasa por ser la fecha más probable, aunque se han barajado otras y en el acta de defunción figure 1602. En esa misma carta lo describe como «un hombrecillo rechoncho, con una narizota afilada, que mira de cerca, de cincuenta y cuatro años de edad, que parece harto melancólico y no lo es en absoluto» (Roy 13)2. Ese «mirar de cerca» se identificaba en la época con la miopía, que bien podía haberse agudizado en su caso por su dedicación compulsiva a la lectura y se asoció, en el caso de Sorel, con su capacidad de observación. Se dispone de un grabado con un retrato suyo que no desmiente lo dicho por Patin. Antoine Furetière, otro de los grandes novelistas franceses del XVII que fue su amigo durante un tiempo, pero con quien acabó enemistándose, coincide en el físico pero lo trata mucho peor, satirizándolo:

Esa nariz, que se podía denominar con pleno derecho su eminencia pues iba siempre vestida de rojo, había sido hecha aparentemente para un coloso; y, sin embargo, se le había dado a un hombre de estatura bastante escasa. No es que la naturaleza hubiera hecho perder nada a este hombrecillo, ya que todo lo que le había quitado de altura se lo había devuelto en gordura, de suerte que estaba bastante metido en carnes, pero muy mal repartidas. Su pelo era el más desagradable del mundo (147–148).

Y en el retrato moral que hace Furetière se ensaña aún más con él, pero da algunas pistas de su carácter que concuerdan con su actividad como crítico3.

Sorel fue uno de los pocos autores de su tiempo en defender a quienes, como él, vivían de su pluma; oficio difícil en unos momentos en que empezaban a escasear los mecenas (Brisette 75–139). Esto le permitió gozar de una cierta libertad de pensamiento, de la que siempre hizo gala, pero le obligó a escribir sin descanso toda su vida, preparando más de una obra a la vez y a un ritmo frenético, a juzgar por el número y la extensión de los volúmenes que se saben suyos4. Estuvo en nómina de algunos de los editores más importantes y, al principio, cosechó un éxito notable, sobre todo con la Histoire comique de Francion (1623) y ya menos con el Pastor; sin embargo, al decantarse por obras eruditas, acabó siendo considerado veneno para la imprenta. No obstante, haciendo de la necesidad virtud, llega a proponer una apología de la pobreza que podría haber suscrito el mismo Cervantes. La privación, afirma en 1671, ha hecho nacer a los buenos autores, «que no habrían escrito nunca si no se hubieran visto obligados por el desorden de sus asuntos. No hay que quejarse de un mal que produce un bien. La pobreza fue estimada siempre como la madre de las artes; son el hambre y la necesidad las que aguzan el ingenio para las invenciones hermosas» (Connoissance 41). Y hablaba con conocimiento de causa: el cargo de historiógrafo le fue retirado en 1663, de modo que el pobre Sorel tuvo que vender la casa familiar y pasó los últimos años de su vida con estrecheces, acogido por un sobrino, hasta su fallecimiento en 1674.p. 6

2.La edad de oro de la influencia española

Buena parte de la actividad literaria de Sorel se desarrolla bajo el reinado de Luis XIII (1610-1643) y la regencia de Ana de Austria (1643-1651), considerada la edad de oro de la influencia española en Francia. Y en ese período todavía prevalece la hegemonía española en Europa –primero militar y política, y luego cultural– que, habiendo comenzado en el segundo tercio del siglo XVI, se extendió durante más de un siglo hasta mediado el XVII e hizo de España el granero literario del que se surtió Francia. En la narrativa empieza con la traducción de La cárcel de amor, de Diego de San Pedro, en 1526, que conoció múltiples reediciones y nuevas ediciones, a la que seguirán otras en esa vena sentimental a lo largo de todo el siglo XVI; continúa con la traducción del Amadís de Montalvo en 1540 y culmina con la de la Diana de Montemayor en 1578, reeditada en cuatro ocasiones antes de que finalizara el siglo. Estas obras fueron leídas, en un primer momento, en español por las élites, luego traducidas, reeditadas cuando fue el caso y, finalmente, imitadas. Así se fue perfilando un tipo de novela encuadrada en distintos subgéneros, sentimental, caballeresca o pastoril, pero todos ellos de corte idealista. Y esta vertiente fue la dominante en esa época entre los franceses, sobre todo en el ámbito de la ficción (Gonzalo Santos, «Modelos» 571–579)5.

En ese escenario aparece el Quijote que, señala Maurice Bardon (107), fue leído, muy apreciado e imitado durante esa época, pero lo cierto es que se enfrentaba a un horizonte de expectativas poco favorable, como bien apuntaba Cioranescu (11), uno de los primeros en hacerlo. La novela causó extrañeza y llamó la atención, desde luego; sin embargo, como indica el propio Bardon (208–209), los imitadores y adaptadores franceses se quedaron con la parte sentimental, pastoril y amorosa de la novela; y, en cuanto al héroe, lo tomaron como un fantoche que movía a risa, a imagen de los fanfarrones con los que se venía caricaturizando a España y a los españoles. En ese contexto, se comprende que las primeras versiones del Quijote en Francia, muy tempranas, correspondan a dos episodios no quijotescos; y en textos bilingües, un proceder al que estaban acostumbrados los lectores franceses desde el pasado siglo, de La cárcel de amor a la Diana. Se trata de Le Curieux impertinent. El Curioso impertinente. Traduict d’espagnol en françois par Nicolas Baudouin (1608), una historia interpolada de naturaleza sentimental (I.33); y, un año después, un episodio pastoril: el Homicidio de la fidelidad y la defensa del honor. Le Meurtre de la fidélité et la defense de l’honneur. Où est racontée la triste et pitoyable aventure du berger Philidon (Fosalba 49–62). Este constituye una adaptación un tanto libre del suicidio de Grisóstomo por el desdén de la bella Marcela (I.12–14)6.

Y, en ese escenario, César Oudin, hispanista avant la lettre, profesor de lenguas, intérprete y lexicógrafo, tras publicar un buen puñado de libros para la enseñanza del español, emprende en 1610 un viaje de seis semanas a España para conocer aún mejor la lengua y sus gentes (Zuili 278–289). Allí compra, entre otros libros, la Galatea y la primera parte del Quijote, que luego traduciría (el primero ya en 1611 y el segundo en 1614). Su admiración por la lengua española le llevará a una traducción de este último en exceso apegada al texto y construcciones del original. La segunda parte sería traducida por François de Rosset en 1618, quien ya había versionado las seis primeras Novelas ejemplares de Cervantes en 1614–1615. Esas son las ediciones del Quijote que, salvo un puñado de privilegiados capaces de leerlo en el original, manejaron los franceses de la época. Y de esas traducciones dispuso, muy probablemente, el joven Sorel, lector compulsivo de obras de ficción y atento a todas las novedades editoriales, que acabaría imitando la obra cervantina. Él es el único que parece haber escapado a la recepción restrictiva del Quijote en suelo francés, la cual había obviado la parte crítica y satírica que este contenía.p. 7

3. La novela, un género libre de reglas

Como apunta Maurice Lever (11–19), en la Francia del XVII y en un mundo como el literario plagado de reglas, la novela, a diferencia de la poesía y el teatro, fue el género más libre, quizás el único que escapó a ellas, y lo fue por el profundo desprecio que merecía a ojos de los doctos7. El anatema de estos no le impidió, paradójicamente, a la novela ser el género más apreciado por el público, como demuestran los más de mil títulos publicados. ¿Dónde se reclutaban los lectores para tan elevado número de volúmenes? Entre la nobleza parisina y de provincias, inicialmente, a las que se une a partir de 1620-1630 una clase que intenta emular a aquellas en todos sus gustos, la alta burguesía, compuesta de financieros, magistrados, abogados y, más ampliamente, profesionales liberales. Y, en torno a 1660, se irá incorporando a ese público la burguesía media. En realidad, habría que hablar también, y sobre todo, de lectoras, puesto que son mayoría entre los liseurs de novelas, término que no cuenta con equivalente español, si no es como devorador de libros, entre los que cabe colocar al propio Sorel.

¿Cuáles son los géneros narrativos más apreciados a comienzo del siglo? Las novelas de caballerías, que sobreviven al extraordinario éxito alcanzado en el siglo XVI en toda Europa, pero conocen un descrédito progresivo que las pone en manos de lectores cada vez más jóvenes. Las historias trágicas, novelas cortas truculentas inspiradas en las Novelle (1554–1573) del italiano Bandello, que tendrán un afortunado renacer en las Histoires tragiques (1614) de François de Rosset –luego traductor de la segunda parte del Quijote, como hemos visto–, con no menos de treinta y cinco reediciones en el siglo XVII. Y, sobre todo, los libros de pastores a partir del modelo fijado por la Diana de Montemayor, pero gracias, en especial, a la obra cumbre del este género en Francia: la monumental Astrée de Honoré d’Urfé, cuya primera parte había aparecido en 1607, la segunda saldría en 1610 y la tercera en 1619, pero que acabaría contando con varias continuaciones póstumas a manos de otros autores y lograría en toda Europa (salvo en España) un éxito solo superado por los Amadises.

A ellos hay que añadir las llamadas Astrées devotas, que tienen un único responsable, el obispo Jean-Pierre Camus (1582–1652), cuya trayectoria ha estudiado Vittoria Gastaldi (1964). Este constituye un caso muy particular, pues guarda un gran paralelismo con el de Sorel. Su postura frente a las novelas es de repulsa general, dada su condición de eclesiástico; en su caso, las objeciones planteadas a este género tan en boga son fundamentalmente de orden moral, y sobre este punto no cierra nunca los ojos: estos libros causan estragos entre los lectores, reclutados cada vez más jóvenes, casi desde la infancia. El bueno de Camus hizo mucho más que multiplicar esas llamadas al lector para apartarlo de su lectura: consideraba tan peligrosas las novelas al uso que concibió un remedio excepcional para combatirlas, emprendiendo una cruzada que le permitiera darles batalla en su propio terreno, la literatura de ficción. Así lo recrea Sorel, buen conocedor de la producción literaria: «El difunto obispo de Belley había emprendido la tarea de escribir historias bastante agradables, pero todas llevadas a la devoción, para divertir e instruir a los lectores al mismo tiempo, con el propósito de hacer tantas que se encontraran por doquier y eso impidiera a muchos detenerse en las novelas corrientes» (Connoissance 154–155). El objetivo que perseguía el prelado era el de inundar el mercado de historias edificantes y así contrarrestar los efectos nefastos de tanto libro frívolo o peligroso como proliferaba bajo el epígrafe de novela. En el origen de tal decisión, como revulsivo, se encuentran desde los Amadises –cuyo declive entre el público se atribuye abusivamente‒ pasando por L’Astrée, hasta lo que se dio en llamar por antonomasia Astrées libertinas, apelativo que englobaba no solo a los libros de pastores, sino a los libros de amor en general que hacían hincapié en las escenas eróticas de su ilustre modelo.

p. 8En todo caso, esta falta de reglas para la novela es la que le permite a Charles Sorel llevar a cabo dos atrevidas propuestas a raíz de dos obras novedosas que, venidas de España, cuestionaban el horizonte de expectativas de los lectores franceses: la primera, el Lazarillo de Tormes, modelo de novela picaresca traducido por primera vez ya en 1561; la segunda, un modelo en sí mismo, de extraordinaria repercusión, el Quijote de Cervantes. Veremos así a un joven Sorel que, con apenas veinte años cumplidos, ha publicado ya la primera versión de una obra impropia de su edad, la Histoire comique de Francion, inspirada en el modelo picaresco; un joven que, antes de llegar a los treinta, ya se lo ha leído todo y dado a la imprenta un artefacto que pone en cuestión buena parte de la ficción desde Homero hasta d’Urfé: El pastor extravagante. ¿Qué ocurrió entre una y otro para que pasase de una más que notable propuesta narrativa a cuestionar todo el género? A ello se intentará dar respuesta en el posterior estudio del segundo, pero se puede adelantar que bien podría haber sido la lectura o, cuando menos, una relectura atenta del Quijote, la que lo puso en esta nueva vía.

En cierta medida, Sorel intentará hacer con la ficción lo que François de Malherbe (c. 1555-1628) estaba haciendo con la renovación de la poesía8: ruptura con la tradición literaria del humanismo y con el grupo renacentista de la Pléïade, ataque a Homero y a Virgilio, aversión a las ficciones poéticas (Van Tieghem 13–18); aunque no tanto en la defensa de la claridad de la lengua, que había de ser la de la corte para Malherbe, ni en el rechazo de los términos populares que el novelista apreciaba sobremanera; y menos aún en la contención verbal, léxica y sintáctica que el poeta predicaba (Adam 29-43). Vienen a coincidir, fundamentalmente, en el ataque que emprenderá Sorel en el Pastor contra los clásicos y contra el poeta de la Pléïade, Ronsard, así como en la crítica a la poesía de su tiempo por el abuso que en ella se hacía de la mitología.

4. Las ficciones sorelianas

Como se ha señalado, Sorel jugó siempre con su biografía, desde la fecha de nacimiento hasta el resto de su vida, de la que se conoce muy poco, y este juego lo acabará llevando a toda su obra, al punto de ocasionar un problema de autoría que parece consustancial al autor. Así, enreda las pistas continuamente en un ejercicio de mistificación que va de principio a fin de su carrera: o bien no firma sus obras, como el Francion y el Pastor de 1627–1628; o bien las firma con distintos alias –seguramente por imperativo legal a partir de un momento dado–, como la edición de este último de 1633-16349. Se podría pensar que era para protegerse de las reacciones airadas a las críticas furibundas que vertía en ellas; pero, en realidad, la paternidad de estas dos al menos era sobradamente conocida. Con todo, dado lo prolífico de su obra, esto hace prácticamente imposible fijar con certeza toda su producción y dar por suyos algunos de los textos que le han sido atribuidos. A modo de ejemplo, Le Tombeau des romans [El sepulcro de las novelas] (1626), firmado por un tal Fancan, se ha venido adjudicando total o parcialmente a Sorel, y es más que probable que participara en él porque presenta bastantes puntos en común con el capítulo XIII del Pastor y coincide con el programa que expone en el prefacio a la segunda parte de este.

Vistas las dificultades para determinar las obras escritas por Sorel en solitario, a la hora de fijar su corpus de ficción, lo más prudente será recurrir a las que reconoce prácticamente como suyas en un opúsculo incorporado al final de La Bibliothèque Françoise (1664) y titulado L’Ordre et l’examen des livres attribués à l’auteur (391–411). En este apéndice incluye novelas largas y cortas, «verosímiles» y «heroicas», «cómicas y satíricas», publicadas anónimas o con heterónimos, y parece renegar de las dos primeras por ser obras juveniles. Son las siguientes:p. 9

Histoire amoureuse de Cléagénor et de Doristée (1621);

Le Palais d’Angélie, par le sieur de Marzilly (1622);

Les Nouvelles françoises, où se trouvent les divers effets de l’Amour et la Fortune (1623)10;

Histoire comique de Francion (7 primeros libros en 1623 y una 2ª edición con 4 libros nuevos en 1626);

La Vraie histoire comique de Francion (3ª edición, con cambios significativos y un libro más, en 1633)11;

L’Orphize de Chrysante (1626);

Le Berger extravagant, où parmi des fantaisies amoureuses on voit les impertinences des romans et de la poésie (6 primeros libros en 1627, segunda parte con los libros VII a XII en 1627 y tercera parte con los libros XIII y XIV, más 14 Remarques [Apostillas], en 1628);

L’Anti-roman, ou l’Histoire du berger Lysis, accompagnée de ses remarques (1633–1634);

La vraie suite des aventures de la Polyxène du feu sieur de Molière, suivie et conclue sur ses mémoires (1634)12;

La Maison des jeux, où se trouvent les divertissements d’une compagnie par des narrations agréables et des jeux d’esprits et d’autres entretiens d’une honnête conversation (1642)13;

Les Nouvelles choisies (reedición de las Nouvelles françoises con cambios y dos nuevos relatos, en 1645);

Polyandre, histoire comique (1648)14.

Lo cierto es que Sorel comenzó a apartarse paulatinamente de las obras de creación por considerarlas frívolas, para pasar a escribir tratados de historia, de divulgación científica y de crítica literaria. A partir de los años 40 sus incursiones en la narrativa se reducen a la Maison des jeux (que el propio autor incluye entre los romans comiques), dos relatos para la redición de una obra en la que había demostrado tener bien aprendida la lección de las Novelas ejemplares, las Nouvelles françoises [Novelas francesas]15, y la novela inacabada Polyandre, con la que quiso volver al género cómico, que cosechó un fracaso estrepitoso y supuso su abandono definitivo de la ficción16.

5.El Francion, anticipo del Pastor extravagante

A falta de datos acerca de la vida de Sorel, sobre todo hasta llegar a la juventud, la atrevida Histoire comique de Francion (1623) puede servir –con las reservas oportunas– para recomponer cuál pudo ser su formación y, de paso, comprobar cómo apunta ya en ella la vena crítica que estallará en el Pastor. En el Francion da cumplida cuenta de la singular atracción provocada por dos géneros que se habían sucedido en el favor del público: la novela de caballerías y la de pastores, con el retraso considerable que suponía el que la moda en ambos casos hubiese partido de España. En efecto, aun cuando el personaje de Francion no sea enteramente autobiográfico, las inquietudes que definen su adolescencia y juventud coinciden con las de la generación nacida con el siglo, la del propio Sorel (Serroy, «Collège» 63–76). Pues bien, si existe en el adolescente, en el colegial, una afición absorbente esa es la de la lectura; y, en primer lugar, la lectura de los Amadises: «Era, pues, mi pasatiempo leer libros de caballerías y he de deciros que eso me aguijoneaba el coraje y me daba deseos sin igual de ir a buscar aventuras por el mundo» (Francion 174–175).

Aunque en franco declive entre el público adulto, los Amadises contaban con los alicientes necesarios para seguir interesando en alto grado a lectores extremadamente jóvenes, cuyas reacciones aparecen tan finamente analizadas que no cabe ignorar la parte de vivencia personal que suponen. Prendido en las redes de esta quimera, Francion –Sorel– se deja arrastrar hacia ensoñaciones fantasiosas, hábilmente reflejadas por el uso del pastiche, en que cae con toda naturalidad: «[…] harto deliciosamente y, a veces, me venía a la imaginación que era el doncel mismo que besaba a una fermosa infanta» (175). Si bien es consciente de que se trata exclusivamente de una ficción, no puede sustraerse, como tantos otros lectores, a la tentación caballeresca, al deseo imperioso de llevarla a la práctica: «[…] que era preciso actuar de tal suerte que en adelante lleváramos un tren de vida parecido al que estaba descrito en mis libros» (175).

p. 10El Francion da cuenta también de la atracción por lo pastoril, aunque el carácter burlón del personaje –como el del propio Sorel– no parece el más indicado para que sea realmente sentida. En cualquier caso, aparece en el transcurso de sus aventuras convertido temporalmente en pastor, anticipándose así en unos años al pastor Lysis, protagonista del Pastor extravagante. Hay que reconocer que, a diferencia de este, la adopción de tal condición no es en absoluto vocacional, sino que obedece a imperativos de la intriga. Francion, gentilhombre venido a menos, cumple en principio las funciones de un pastor real, pero el narrador propone de entrada una justificación que denota su filiación libresca: «Que nadie se asombre si aceptó tal condición: con ello no hizo nada que no fuera digno de su gran coraje. Los hombres más ilustres del mundo se entregaron antiguamente a un ejercicio similar para vivir con mayor tranquilidad de espíritu» (367). En realidad, Sorel lleva aquí a cabo una fina burla en clave irónica de uno de los presupuestos básicos del género pastoril, y esencialmente de L’Astrée. Esta dejaba sentado en el prefacio a la primera parte (1607) que sus pastores eran gentilhombres y damas, los cuales «no habían tomado esta condición sino para vivir más dulcemente y sin coacciones»; luego se convertirá en un tema recurrente de la novela, en la que príncipes y damas ansían adoptar esa vida; y, finalmente, intentarán llevarla a la práctica ‒más o menos en serio‒ no pocos aristócratas, desde madame de Montpensier hasta la mismísima María Antonieta (Gonzalo Santos, «Miroir» 237–258).

Francion dedica su tiempo libre a componer versos a la amada, como es obligado entre pastores literarios; sin embargo, continúa minando desde la base la convención misma del género al revelarse como un epicúreo, algo incompatible con los amantes platónicos o cuando menos fieles que campaban por la novela de d’Urfé. No obstante, hay que contar en su descargo que la lección de libertad y felicidad que descubre en la vida pastoril parece tomada efectivamente en serio, aunque sea en los términos de búsqueda del placer ya señalados: «¿Qué ocasión para aburrirse tenía pues Francion, aunque hubiese pasado de gentilhombre a pastor, si gozaba de los placeres más gratos del mundo?» (370). Con todo, el primer cuestionamiento explícito de lo pastoril aparece en el encuentro de Francion con la burguesa Joconde, sorprendida en el campo con un libro en la mano: «Es este un libro que trata de los amores de pastores y pastoras». Dada la referencia y por los juicios posteriores, solo puede tratarse de L’Astrée, de la que –como señalamos– habían aparecido tres volúmenes hasta la fecha. El episodio trae la confirmación de Francion como devorador de libros, al igual que su creador («difícilmente habrá alguno bueno que no haya leído»), pero su papel se reduce aquí al de mero provocador, pues, después de los elogios, pasa a criticar –adelantándose al Pastor– la obra por inverosímil; una crítica puesta en boca de Joconde: «Si la curiosidad no me empujara a ver el final de las aventuras que se describen aquí, no tendría el valor de acabar de hojearlo todo porque me agrada mucho la verosimilitud y no sabría encontrarla en una sola de las historias que pueda ver en tal libro» (380–381).

p. 11A la lectora le sobreviene, pues, el sempiterno escrúpulo de verosimilitud que se esgrimirá una y otra vez a medida que avance el siglo, especialmente entre la burguesía. Tal aprensión refleja sin duda alguna el sentir del propio Sorel: toda esta crítica guarda un tufillo que desborda al personaje que la emite y la situación misma, máxime si se considera que la definición –ex cátedra– de la novela que propone poco después es impropia de la ingenuidad de la joven. No en vano se perfila tras ella la silueta del futuro historiógrafo de Francia: «La historia verdadera o fingida debe representar las cosas lo más cerca posible de lo natural». La objeción de inverosimilitud que se infiere de esta interpretación se centra en la inconveniencia del lenguaje y propósitos empleados por sus personajes. Y todo ello en unos términos que se convertirán en lugar común de la crítica a lo pastoril: «Los pastores son aquí dentro filósofos y hablan de amores de la misma forma que el hombre más galante del mundo» (381-382); que no hace sino confirmar el eco que obtendrá este reproche en un amplio sector del público. A ello contribuyó sin duda el temprano dictamen de Sorel en el Pastor extravagante.

Sorel, que había empezado por publicar anónimamente la Histoire comique de Francion en 1623, suavizará esta crítica en las ediciones aumentadas y anónimas también de 1626 y 1633, tras el proceso abierto contra Théophile de Viau. En las Remarques [Apostillas] al Libro XIV del Pastor extravagante es de los pocos –además del obispo Jean-Pierre Camus– en defender, aunque tibiamente, a su amigo, acusado de libertino y encarcelado por algunas obras satíricas «que bien podía haber hecho y, además, la reputación que tenía de llevar mala vida hacía mucho en su contra» (III.14. 734). Los círculos libertinos con los que se mezcló Sorel en su juventud practicaban un libertinaje muy atrevido, epicúreo y filosófico, que alcanzaba a la religión y a la política. Sorel entabló amistad con ellos, pero se apartó prudentemente tras la caída en desgracia de Théophile y se acercó a los llamados libertinos eruditos. Así, se apresura a suavizar y eliminar en las reediciones del Francion todo lo que contravenía a la moral biempensante y no se lo permite ya en el Pastor extravagante, aunque deje en los personajes de Hircan y de Sinope (que viven en concubinato) y en alguna historia secundaria (como las de Guenièvre y Clarice) alguna huella de ello.

El radicalismo de Sorel se va a quedar en lo libresco, al punto de que se podría afirmar que lleva a cabo en el Pastor extravagante un ejercicio de libertinaje literario, en el que se permite atacar las convenciones de los géneros narrativos en vigor y a los autores clásicos considerados como modelos irremplazables. Esta obra, extensísima e irregular, publicada en tres volúmenes entre 1627 y 1628 con cerca de dos mil páginas en papel de la época, cuenta la historia de un joven parisino que pierde la razón a fuerza de leer novelas y, sobre todo, libros de pastores, por lo que ‒emulando a don Quijote‒ decide retirarse al campo y tomar esa condición. La historia se convierte así en un pretexto que encauza una parodia centrada en un principio en la literatura pastoril, para dar paso luego a una crítica demoledora de la literatura de ficción en general, desde los poemas épicos de Homero y Virgilio, pasando por la mitología, hasta la novela de corte idealista. Todo ello va acompañado de infinidad de alusiones y juicios literarios, en un ejercicio metaliterario que oscila entre el homenaje y la burla, entre la diatriba y la apología; ejercicio que, junto al uso reiterado de la paradoja, acaba por cuestionar el género novelesco, como verá quien leyere la traducción que sigue a esta introducción o consultare el estudio que viene tras aquella.p. 12

6. Sorel, polemista, historiógrafo y eurdito

La obra del polígrafo infatigable que fue Sorel resalta por su variedad y en ella figuran no pocos panfletos y discursos que ponen de relieve sus dotes para la polémica, aunque su autoría no siempre resulte fácil de probar por las razones ya expuestas. Entre los primeros destacaremos el Rôle des présentations faites aux grands jours de l’éloquence française [Registro de las alegaciones presentadas en el juicio extraordinario a la elocuencia francesa]: este libelo anónimo de diez páginas, datado en 1634, denota desde el título mismo que se trata de una parodia del lenguaje y aparato judiciales; una retórica que Sorel conocía muy bien, como ha dejado acreditado en no pocos de sus escritos, empezando por el Pastor17. Se trata de una sátira de la Académie française un año antes de su creación oficial. Y, en ella, el requisitorio final lo lleva a cabo el único personaje alegórico de la asamblea, «le sieur de l’Usage» [el señor del Uso], que propone un compromiso razonable con el apoyo del notario del Pueblo: que le sean sometidas antes de ser validadas todas las decisiones del tribunal de la lengua y que tal cosa se haga en la corte donde fija su sede (Rosellini, «Entreprise» 193–195). Esto significa que ha de ser el uso y no las normas preestablecidas las que rijan el devenir de la lengua, y ha de tomarse como un aviso a las posibles actuaciones de la Académie18.

El panfleto se atribuye hoy a Sorel, que figuraba entre los contrarios a que se creara esta institución, pero cabe añadir una razón de peso que puede dar su participación como segura. Entre las numerosas alegaciones que presentan ante el tribunal de la lengua todos aquellos que quieren reformarla en algún punto, las mojigatas pretenden que se prohíba el término concepción si no va precedido de inmaculada. Pues bien: el Pastor extravagante incluye una discusión muy similar sobre ese término y con la misma voluntad satírica (X. 312). El libelo fue reeditado en 1650 y en él matiza y suaviza Sorel, según su costumbre, algunas de las apreciaciones anteriormente vertidas (Nédélec, «Deffences» 197–211). Veinte años después revisará la utilidad de la institución en su Discours sur l’Académie de 1654, en el que se muestra menos punzante y aparenta cierta neutralidad, buscando la equidistancia entre defensores y críticos, pero su ironía lo delata cuando alega a esos nuevos reformadores una objeción aplastante, visto «que, al querer quitarnos el uso de cantidad de palabras útiles en nuestra lengua, si deseáramos complacerlos, al final nos veríamos obligados a hablar solo por signos» (Discours 42–43). Las cuestiones lingüísticas interesan, pues, muy pronto a Sorel, que volverá con detenimiento sobre ellas en sus obras críticas de altos vuelos: en la Blibliothèque françoise (1664) y, en particular, en el tratado cuarto de la Connaissance des bons livres (1671).

También se atribuye a Sorel con bastante fundamento Le Jugement du Cid, composé par un bourgeois de Paris, Marguillier de sa paroisse [El juicio del Cid], un opúsculo datado en 1637 y que consta de 16 páginas. Con él habría entrado en la célebre Querella del Cid desatada por Georges de Scudéry ‒y animada, según se ha dicho siempre, por el mismísimo Richelieu‒ contra la tragicomedia de Pierre Corneille, la obra maestra del genial dramaturgo. Sorel interviene en defensa de Corneille y lo hace con mejores armas que este, pues, aunque reconoce algunas de las torpezas cometidas, eso no le impide apreciar las enormes expectativas que generaba y el placer que proporcionaban sus representaciones al público, un aspecto sociológico al que Sorel siempre estuvo atento.

p. 13En cambio, La Deffense des Catalans (1642) es una obra de circunstancia en favor de la política real, acompañada de una reflexión sobre los derechos del rey sobre Cataluña y el Rosellón, y reconocida en este caso por el propio Sorel en la Bibliothèque françoise entre sus discursos políticos e históricos. El texto ha sido traducido por Soledad Arredondo (2001), que lo identifica, al igual que Jean-Pierre Leroy («Défense» 171–300), como obra de propaganda. La polémica en la que se inscribe adquiere carácter trilingüe, pues viene motivada por la rebelión de Cataluña contra la corona española tras el asesinato del virrey en 1640, la proclamación de una república catalana bajo la protección de Richelieu ‒que proporciona apoyo militar a los rebeldes‒ y la designación de Luis XIII como Conde de Barcelona: es el comienzo de la llamada «guerra dels segadors» (Riou, «Deffense» 77–94).

Tal y como apunta Daniel Riou («Historien» 145–157), la obra de Sorel, que no se preocupaba en absoluto del estilo y escribía a vuelapluma, fue muy desigual. En ella, junto a las obras de creación y de circunstancia ya vistas, se entregó a la tarea de escribir obras de erudición, entre las que destacan las que responden a su muy temprana vocación de historiador, redactadas apenas unos años después de sus primeras ficciones. Comienza remontándose mucho tiempo atrás con la publicación en 1629 de una Histoire de la monarchie française desde los primeros reyes francos hasta el año 752, con un segundo volumen en 1633 que llega hasta el 840. La obra no obtuvo ningún éxito, por lo que se pasó a la historia contemporánea, completando en 1648 la Histoire du roi Louis XIII escrita por su tío Charles Bernard –al que había sucedido en el cargo de historiógrafo de Francia–, seguida en 1662 de una Histoire de la monarchie française sous le règne de Louis XIV, que abarca de 1643 (muerte de Luis XIII) hasta 1661 (muerte de Mazarino y asunción del poder gubernamental por Luis XIV). No es descartable que la dedicación a la historia por parte de Sorel tuviera que ver con su deseo de medrar, que consideraría más fácil de conseguir a partir del nuevo cargo que como autor de ficciones, vistas con malos ojos por la cultura oficial y que persistía en no reconocer.

En todo caso, la crítica ha venido repitiendo desde Émile Roy (343–345) un juicio muy negativo sobre sus obras históricas. A partir de él se ha dado por hecho que no reunía las cualidades para ser ni un buen historiador ni un buen historiógrafo: a diferencia de su tío, que había ejercido sus funciones –incluida la de lector real– a conciencia y seguía al rey en todas sus expediciones, Sorel era un mal cortesano, que creía haber cumplido terminando las obras inacabadas de su predecesor y solo aparecía por la corte regularmente para cobrar su estipendio. Hoy, sin embargo, se le juzga desde una perspectiva más ecuánime y fundada (Rosellini, «Histoire» 69–95) que lleva a tomar en cuenta el celo patriótico con el que Sorel asumió esta tarea, así como el reconocimiento de historiógrafos posteriores; pero también el dilema que atenazaba a Sorel entre la aspiración a la autonomía del hombre de letras y la dependencia cada vez mayor del poder real. Ello explica, tal vez, que se le retirara su asignación inopinadamente en 1663, pero no hay que excluir sus posiciones radicales en muchas materias, incluida su animadversión a la Academia Francesa, además de su historial como novelista con obras como el osado Francion o el mordaz Pastor; publicaciones que, aun atemperadas con el tiempo, levantaron, a buen seguro, no pocas ampollas.

p. 14Su segunda empresa erudita, y más personal que la anterior, llevará por título general La Science universelle y consistirá en un proyecto enciclopédico, que le exigirá ingentes esfuerzos y conllevará una odisea editorial que se extenderá a lo largo de tres decenios. El primer tomo, titulado La Science des choses corporelles, apareció en 1634, recién publicadas las versiones revisadas del Francion y de Pastor extravagante, rebautizado este como Antiroman. Este volumen formaba parte de un proyecto crítico y razonado que pretendía abarcar todo el saber humano, tanto en el ámbito de las ciencias (matemáticas, ciencias físicas o naturales, geografía, etc.) como en el de las humanidades (filosofía, lengua, literatura, etc.), y que no llegó a culminar. En el prefacio de la edición en cuatro volúmenes de La science universelle de 1668, explicita Sorel el objetivo de la misma, que no es otro que el de alcanzar la verdadera filosofía, denominada «ciencia universal» e inseparable de un método de aprendizaje y de seguimiento de las ciencias presentadas como innovaciones19. El proyecto le supuso convertirse en una suerte de legislador científico, función para la que no estaba preparado, y no resiste el análisis desde una perspectiva actual, pero hay que situarse en el contexto de la época. Así contemplada, la tarea aspira no solo al aprendizaje del saber, también al de la sabiduría: reviste, pues, una intención moral que no parece haberle interesado en sus primeras obras; sin embargo, como afirma Fausta Garavini («Itinéraire» 432–439), todo cabe dentro de la obra de este polígrafo. Con toda probabilidad La Bibliothèque françoise y De la Connoissance des bons livres debían formar parte de tal empresa, pero, afortunadamente, vieron la luz por separado aunque tardíamente.

7. De censor de libros a guía de lectores: Sorel completa el proyecto del Pastor

Aunque, a partir de cierto momento, dejase prácticamente de cultivar el género novelesco como creador, Sorel continuó interesándose por los problemas de la novela hasta el final de su vida. De entre las numerosas obras y opúsculos de este incansable polígrafo20, hay que resaltar dos contribuciones que abordan estos problemas y datan ya de la vejez: La Bibliotheque françoise de 1664 (reeditada en 1667) y De la Connoissance des bons livres, publicada en 1671. Estas obras completan la empresa crítica acometida por Sorel ya en el Pastor extravagante (Arredondo 65–84) y, al mismo tiempo, pueden servir de presentación a dicha empresa, al abordarla desde una perspectiva teórica y con una visión más amplia.

Como muestra Michèle Rosellini («Entreprise» 187–213) en un artículo muy detallado sobre la obra crítica de Sorel, este renuncia con La Bibliothèque françoise a ser el juez –implacable, debe añadirse– en que se había erigido a lo largo del Pastor para convertirse en guía de los potenciales lectores. El programa lo lleva a cabo mediante una selección de los títulos que componen el catálogo y un examen de los mismos como un simple escritor que se permite ejercer su derecho a comentar los libros de los demás, con la intención de que los lectores se orienten entre la multitud de libros disponibles, pero sin arremeter contra su proliferación, como hacía en el prefacio del Pastor. El capítulo IX, que completa el anterior dedicado a las historias verdaderas, lo dedica a las narraciones fingidas, que organiza en: «Fábulas y alegorías», «Novelas de caballerías y pastoriles», «Novelas verosímiles y novelas cortas», y «Novelas heroicas y cómicas». Luego redacta para cada género una reseña que se ocupa tanto de la historia como de las muestras actuales. El objetivo declarado de este catálogo comentado es, pues, doble: por una parte, dar a conocer la riqueza de la literatura en lengua francesa y, por otra, proporcionar a los lectores referencias que les guíen en la maraña de libros que se publican, y contribuir así a su formación tanto intelectual como moral (Rosellini, «Entreprise» 201–206)21.

p. 15Mientras escribía La Bibliothèque françoise Sorel –conforme a su manera de trabajar– ya estaba preparando el siguiente, pues en la conclusión de aquella anuncia el libro venidero: este será De la connaissance des bons livres, que verá la luz en 1671. Organizado en cuatro tratados, en él amplía el enfoque de la obra anterior para conseguir del lector que sea capaz de captar el valor intrínseco de los libros y no solo su utilidad. En el primer tratado se ocupa inicialmente de la materialidad del libro, tomando en consideración el título, nombre y cualidades del autor, epístolas dedicatorias, etc., por la información que pueden aportar, pero lo hace con un afán satírico que remite a lo que ya había hecho en el Pastor extravagante con esos mismos materiales. Luego, en el segundo capítulo, emprende Sorel un «Juicio de los libros por sí mismos y cuáles son los que se pueden leer según los temas», en el cual pretende que el lector tenga criterio propio, exento de prejuicios.

Para el segundo tratado de la Connaissance –que es el que más nos interesa, pues concierne al género narrativo– se sirve de la clasificación que ya había establecido en la Bibliothèque, pero con una disposición procesal que recuerda a la llevada a cabo en el libro XIII del Pastor, ahora sin abogados de una y otra parte. Después de abordar los pros y los contras de la Historia, pasa a ocuparse de la «Censura de las fábulas y de las novelas», seguida de una «Defensa de las fábulas y de las novelas» y rematada con una «Conclusión de la censura de las novelas», a modo de veredicto de este proceso en el que hace de juez y parte. En él da la primacía a la invención sobre la imitación, a la innovación sobre la tradición y a la imaginación sobre la memoria. El tratado termina con la «Preferencia de la Historia a las fábulas y de las novelas»; sin embargo, el paralelo culmina con una fórmula ambigua que deja en manos del lector la libertad de entregarse a la lectura de novelas, con tal de que sepa distinguir las mejores entre ellas. El tratado tercero versa sobre la poesía y la comedia, mientras que el cuarto lo hace «De la manera de hablar bien y de escribir bien». Este es el más largo de todos, pues ocupa más del 40% del volumen; a pesar de ello, el autor reduce la lección al respeto del decoro, de las convenciones de los géneros y de la corrección lingüística, confirmando así una tendencia que ya había acreditado desde el Pastor: su interés se centra más en los lectores que en las obras mismas (Rosellini, «Entreprise» 207–211).

Un análisis en profundidad de ambas obras nos permitirá verificar si la opinión de Sorel sobre la literatura de ficción difiere de las impresiones de juventud, o si estas se han precisado y ha superado la ambigüedad que exhibe en el Pastor, provocada por los condicionamientos del momento. Comprobamos así que Sorel, al gozar de una perspectiva más amplia, puede abarcar las renovaciones que se fueron produciendo en los géneros literarios a lo largo del siglo. Ello le permite constatar cómo, huyendo de la inverosimilitud de los libros de caballerías, el gusto de los lectores se decantó hacia un tipo de novela en principio antagónico del anterior, los libros de pastores: «Eso nos hizo pasar de un extremo al otro […] se llegó a los amores entre pastores cuyas acciones se consideraron más factibles y más agradables (Bibliothèque 175).» Tal oposición aparece ya relativizada, pues Sorel no ha dejado de percibir los elementos que el nuevo género hereda de su predecesor. En un primer momento, no obstante, dada la incidencia confirmada de los Amadises como modelo de conducta sobre los jóvenes nobles («parecía que toda la nobleza debiera formar sus propósitos sobre las aventuras extrañas de estos falsos valientes»), cabría pensar que el cambio iba a ser brutal, lo que hacía temer efectos desastrosos entre los nuevos lectores, «relegados de golpe a una de las condiciones más bajas de la vida humana, que es la de llevar a pacer a las ovejas en los campos. Se pensó hacer la invención más agradable quitando a los pastores su rusticidad habitual y haciéndoles hablar y actuar según la moda de la corte» (Connoissance 13–15).

p. 16El peligro está definitivamente conjurado, la rusticidad es solo aparente; sin embargo, la objeción fundamental y sempiterna radica precisamente en ese punto: la acusación de inverosimilitud se cierne definitivamente, sin cambios substanciales desde el Francion y el Pastor. Como consecuencia de ello, un nuevo género va a aparecer y a reemplazar paulatinamente a estos en el favor de los lectores, género que se conoce en Francia como romans héroïques22 [novelas heroicas]: «Pero como ese tipo de narraciones parecieron tan poco verosímiles como las de los caballeros andantes, nos dieron finalmente novelas un poco mejor adaptadas a las costumbres ordinarias de los hombres, y a las cuales han querido hacer pasar como imágenes de la Historia» (Connoissance 15). Mas la severidad del crítico no perdona tampoco a estas: a pesar de que eliminan ciertos absurdos del género pastoril crean otros nuevos que contravienen aún más las leyes de la verosimilitud. Frente a esta visión negativa, desde presupuestos rigurosos, de un género que le sigue atrayendo y que conoce muy bien, la novela de d’Urfé ocupa un lugar de excepción. Ahora sin reticencias de ningún tipo, el más que sexagenario autor proclama abiertamente las excelencias de L’Astrée «obra exquisita cuyas aventuras son de carácter verosímil y los discursos son agradables y naturales» (Bibliothèque 176); reconociéndole, por lo menos parcialmente, esa credibilidad que tanto le había regateado, y comprendiendo a la perfección el papel casuístico que, respecto a la intriga amorosa de la novela, representan las historias secundarias; así como la magistral integración de estas en la estructura de aquella, tal y como repetirá luego con mayor entusiasmo en la Connoissance23.

En definitiva, si Sorel fue el primero en emprender con el Pastor extravagante una crítica sistemática de los puntos flacos de la literatura de ficción sobre los que no cierra los ojos y si a él le corresponde el dudoso honor de haber lanzado las primeras piedras contra la novela, su criterio se va a precisar con el tiempo. A cuarenta o cincuenta años vista puede juzgar por comparación y muchas objeciones, esencialmente estéticas, han desaparecido o se han suavizado; sobre todo las que concernían a la novela de d’Urfé, su primera diana. Tras la parodia del Pastor se escondía el ascendiente de un género y una obra que marcaron su juventud. Este ascendiente se traducirá ya en la vejez en franco homenaje de un lector erudito y, a pesar de sus ínfulas nobles, óptimo representante de un sector del público que, superados los reparos iniciales, pasó a engrosar la lista de los lectores virtuales de la novela: la burguesía.

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1 El primero en cometer el error fue, según parece, el padre Jean Lelong en su Bibliothèque historique de la France, contenant le catalogue de tous les ouvrages tant imprimez que manuscrits qui traitent de l'histoire de ce royaume (Gabriel Martin,1719).

2 La traducción es nuestra, al igual que las del resto de citas traídas de textos franceses, incluidas las que provienen de las obras de Sorel.

3 «Nunca vi a un hombre más maledicente ni más envidioso, no encontraba nada bien hecho a su antojo. Si hubiera formado parte del consejo de la creación, no habríamos visto nada de lo que vemos actualmente. Era el mayor reformador para mal que haya habido jamás y corregía todo lo bueno para empeorarlo. No hay una reunión de gente ilustre que no haya intentado desacreditar; incluso, para esconder mejor su veneno, aparentaba elogiar cuando censuraba en realidad […] Su vanidad natural había aumentado por cierta reputación que había tenido en su juventud a causa de algunas obritas que habían conseguido algún éxito. Esto fue una gran desgracia para los libreros: hubo varios que cayeron en la trampa, pues, después de que abandonara el estilo que cuadraba a su genio para hacer escritos más serios, escribió varios libros que nadie leyó salvo su corrector de imprenta. […] Con estas buenas cualidades este hombre se ha hecho un buen número de enemigos, que le preocupan bien poco, pues odia a todo el género humano y nadie es ingrato con él porque le pagan con la misma moneda» (Furetière 148-149).

4 Sobre la cuestión de la autoría en Sorel y su relativa independencia respecto del poder se puede leer con provecho el estudio de Olivier Roux (2012).

5 En el teatro será la comedia española la que acapare la atención de público francés, al punto de que llegarán a adaptarse decenas y decenas de obras; adaptaciones que se concentran en el segundo tercio del siglo.

6 Esta muerte no podía por menos de evocar entre el público francés el suicidio fallido de Celadón ante el rechazo de la ingrata Astrea, pues así comienza L’Astrée de Honoré d’Urfé. También es pastoril la primera historia del Quijote llevada a la escena francesa en 1628, probablemente, y editada en 1630: Les Folies de Cardenio, de Pichou, en la que don Quijote y Sancho aparecen tardíamente y como personajes secundarios (Yllera, «Quijote» 38–46; Couderc 33–49).

7 Acerca de la constitución de una crítica y una teoría de la novela en Francia durante el siglo XVII es recomendable consultar el artículo de Camille Esmein-Sarrazin (145–156) y, sobre todo, el profundo y documentado análisis de Alicia Yllera («Teoría» 95–118).

8 Malherbe, poeta discreto y desprovisto de imaginación, pero con gran sentido de la mesura, no dejó ningún tratado con su doctrina, aunque sí un puñado de discípulos que difundieron y pusieron en práctica sus ideas: a ellos hay que recurrir para conocerlas, así como a los Commentaires del propio Malherbe a la edición de 1600 de las Premières œuvres de Philippe Desportes y al Orlando furioso de 1603 (Peureux 455–468).

9 Anna Lia Franchetti (34) apuntaba a este respecto que la ley de 1629 pasó a prohibir la publicación de libros sin nombre de autor ni de impresor. Esta circunstancia habría llevado a Sorel a buscar heterónimos para la edición del Francion de 1633 y la del Pastor como Anti-roman en 1633-1634.

10 Para las Nouvelles de Sorel se puede consultar el apéndice de Raymond Picard a la edición de Nouvelles du XVIIe siècle (1280–1288).

11 Vid. el capítulo «Le roman des trois Francion» del sugerente ensayo de Pierre Lepape (109–128).

12 Sobre las vicisitudes que conocieron las continuaciones de la novela de Molière des Essertines vid. Gabrielle Verdier («Romanesque» 357–384).

13 Fausta Garavini (Science) es de los pocos estudiosos, junto con Michèle Rosellini y Olivier Roux, en poner en relación las ficciones sorelianas con sus obras de ciencia.

14 Aparte del Francion, que ha sido reeditado con relativa frecuencia, varias de sus novelas cuentan con ediciones recientes, algunas críticas, que dan fe del interés renovado ‒estrictamente académico‒ por Sorel: Les Nouvelles choisies, ed. Daniela Dalla Valle (Champion, 2005); Polyandre. Histoire comique, ed. crit. Patrick Dandrey y Cécile Toublet (Klincksieck, 2010); L'Anti-Roman, ed. crit. Anne-Élisabeth Spica (Champion, 2014); La Bibliothèque française, ed. Filippo d'Angelo (Champion, 2015); y La Maison des jeux, ed. Marcella Leopizzi (Champion, 2017–2018), 2 vols. Gabrielle Verdier ansiaba en un artículo de 1991 esas reediciones para un conocimiento cabal de la complejidad que conlleva la obra soreliana («Roman(cier)» 85–97).

15 El término francés nouvelle corresponde a novela corta, mientras que roman se refiere a novela en su sentido amplio, pero siempre sensiblemente más larga que la nouvelle.

16 Patrick Dandrey analiza en su contribución sobre el Polyandre (385–412) la interpenetración que se produce en buena parte de las obras de Sorel entre la ficción propiamente dicha y el comentario.

17 El término grands jours se aplicaba a las sesiones extraordinarias de una delegación del Parlamento, celebradas en algunas ciudades, desde la Edad Media hasta el fin del Antiguo Régimen, para que se presentaran recursos de apelación a asuntos juzgados en primera instancia por magistrados locales o a asuntos excepcionales.

18 Se anticipa así al buen uso que prescribirá Claude Favre de Vaugelas, uno de los mejores gramáticos del XVII francés, en el prefacio de sus Remarques sur la langue française (1647).

19 Vid. a este respecto la contribución de Isabelle Moreau en Charles Sorel polygraphe (95–114).

20 El volumen colectivo ‒arriba mencionado‒ coordinado por Emmanuel Bury y Éric van der Schueren (2006), reeditado por la editorial Hermann en 2017, ha intentado dar cuenta de esta inagotable actividad y de la enorme producción de Sorel.

21 Sobre la Bibliothèque françoise se puede consultar también, además del estudio de Garavini (Science), el artículo de Jean-Pierre LeroyBibliothèque Françoise» 3–24) y la contribución más reciente, de Claudine Nédélec (177–192).

22 Los representantes principales de este género, que pone damas y caballeros, o príncipes y princesas, allí donde antes había pastores y ninfas ‒y quedó muy marcado por las técnicas narrativas sabiamente empleadas en L’Astrée‒ son: Polexandre de Marin le Roy de Gomberville (c. 1600–1674), con distintas versiones entre 1629 y 1632; los novelones de Gautier de Costes, señor de La Calprenède (1609–1663), con su Cassandre (1642–1645) en diez tomos y su Cléopâtre en doce (1646–1657); y, la mejor de todos, Madeleine de Scudéry (1607–1701), digna sucesora de d’Urfé, con su Artamène ou le Grand Cyrus (1649–1653) y La Clélie, histoire romaine (1654–1660), ambas en diez volúmenes (Coulet 161–183).

23 «Pero es preciso que la Arcadia antigua y todas las demás comarcas campestres claudiquen ante la región de Forez; en una palabra: es preciso que todos los libros de pastores sean considerados inferiores a L’Astrée del marqués d’Urfé. Obra agradable en la que hay tantas historias engastadas, de distintos tipos y que vienen a propósito del tema, que se puede decir que el autor ha introducido toda suerte de aventuras que imaginarse pueda y que es una novela que contiene otras muchas novelas» (Connoissance 148).