Presentación

Charles Sorel es no solo uno de los primeros y más importantes novelistas del siglo XVII en Francia, sino el primer y más decisivo imitador del Quijote en la prosa narrativa europea y hasta mundial. Al igual que no es descabellado decir que no habría existido género picaresco si al Lazarillo de Tormes no le hubiera sucedido el Guzmán de Alfarache, tampoco lo es afirmar que no puede entenderse el proceso de transformación de la novela cervantina en un mito sin la intervención de Sorel y su Pastor extravagante (1627-1628). Pues, en efecto, solo doce años después de la publicación de la segunda parte del Quijote, el polígrafo francés, autor de una abundante obra que se repasa en la introducción de este tercer título de la Biblioteca del Quijote Transnacional, publica un texto en el que se empieza a desarrollar el potencial para la reescritura de la historia alumbrada por Cervantes o, en otras palabras, la posibilidad de utilizar la trama quijotesca en nuevos contextos culturales para parodiar otros géneros literarios diferentes del caballeresco y para representar otras realidades diferentes a la del hidalgo manchego. Sorel, en suma, es el primero que, a principios de un siglo que no se tomará demasiado en serio el Quijote, es decir, que lo valorará casi exclusivamente por su condición cómica, le atribuye la seriedad, incluso la trascendencia, de haber inventado una herramienta capital para cartografiar nuevos territorios de la literatura y de la realidad.

La operación de traslación cultural o, en la terminología de un importante teórico de la reescritura, de transducción (por traducir tanto la lengua como el mundo posible que representa), es aparentemente sencilla. Don Quijote se convierte en un joven burgués parisino, Louis, quien, como aquel, decide hacer de sus lecturas, en este caso de índole pastoril, una forma de vida, para lo que adopta el sobrenombre de Lysis –o, lo que es lo mismo, una nueva identidad como pastor literario– y se traslada de la gran ciudad al campo para ocuparse de un rebaño de ovejas. La dificultad de dar movimiento narrativo al estatismo característico de la novela pastoril que imita Lysis la suple Sorel recurriendo a un grupo de nobles parisinos ociosos que alivian el aburrimiento de su retiro campestre divirtiéndose a su costa, a semejanza de los Duques cervantinos, mediante la invención y teatralización de una serie de aventuras inspiradas en los libros de pastores, y particularmente en la Astrea de Urfé, lo que tiene la virtud de confirmar a Lysis en su desvarío libresco. La progenie cervantina se completa con su amada, Catherine, criada de una dama noble y convertida en su Dulcinea, en este caso Caritea, en virtud del idealismo pastoril de Lysis; y por su Sancho Panza particular, esto es, un criado igual de glotón y cobarde, simple y sufrido que el del hidalgo, de nombre Carmelin.

p. 2La reescritura de Sorel tiene el acierto de identificar y reproducir los tres núcleos constitutivos de lo que, en parte gracias a su intervención, acabará convirtiéndose en la fórmula quijotesca: un imitador literario, un par contrastivo y una serie de aventuras imitadas. Pero, de acuerdo con la lógica reescritural de repetición y variación, introduce cambios importantes en los tres. En el primero, se observa un rejuvenecimiento del imitador literario que acabará dando lugar a un nuevo patrón tipológico que podemos denominar el héroe quijotesco, pues la juventud abre la puerta a la desaparición de los rasgos antiheroicos del hidalgo y, andando el tiempo, le permitirá asumir muchas de las características románticas de los héroes que imita. En el segundo, Sorel alfabetiza su modelo cervantino: los refranes sanchopancescos dan paso a una erudición hecha de lugares comunes que combinan una educación impensable en Sancho con la misma veta popular. Y en el tercero, detectamos un cambio decisivo: la serie de aventuras ya no tiene lugar en caminos y ventas, ni siquiera tienen índole peripatética, porque el género pastoril imitado no lo permite, pero es precisamente en ese carácter imitado donde reside la naturaleza quijotesca de las aventuras. Así lo confirman los calcos episódicos: el lector del Quijote podrá localizar en el Pastor los equivalentes del retablo de maese Pedro y la penitencia en Sierra Morena, de requesones y batanes, también de las farsas y burlas de los Duques, junto con motivos como la Edad de Oro y el escrutinio libresco, el banquete y los azotes de Sancho.

Tal vez uno de los aspectos más interesantes para ese lector sea la transformación de la locura en síndrome quijotesco, es decir, la forma en que la alucinación deja paso a la extravagancia del título, esa de convertir la literatura en vida o hacer de la vida literatura. Lysis escribe una novela con sus acciones porque tiene el convencimiento de que un autor las pondrá por escrito. De hecho, la búsqueda de ese autor en su entorno inmediato es uno de los rasgos más originales e interesantes de la peripecia del protagonista, como se pone de manifiesto en el extraordinario estudio de Tomás Gonzalo Santos que acompaña su magnífica traducción anotada. A ello hay que unir la aumentada capacidad o iniciativa creativa del protagonista, que lo lleva a simular su propia muerte o inventarse una aventura con todo lujo de novelescos detalles que él sabe perfectamente que no ha ocurrido. Esta autoconciencia quijotesca que hace de la imitación algo consciente y deliberado más que demente e incontrolado –sin duda inspirada en el don Quijote que, tras narrar lo supuestamente acaecido en la cueva de Montesinos, pide a Sancho que lo crea si quiere ser creído en su invención de lo que ha visto y hecho durante el vuelo de Clavileño (II.41)– hace del protagonista una perfecta imagen del novelista. Ello es totalmente coherente con la dimensión metaliteraria de la obra, pues toda ella es un prolongado debate literario que puede leerse como una enmienda a la totalidad: crítica de Sorel no se limita a la literatura pastoril, sino que se extiende a la de ficción en general, incluyendo ahí la mitología y hasta la poesía.

p. 3El desarrollo de dicho debate a lo largo de la novela la convierte en una especie de enciclopedia de la literatura de la época (Sorel incluye, además, diferentes géneros narrativos en forma de historias intercaladas, de nuevo a la manera de Cervantes), pero, al mismo tiempo, le confiere un carácter excesivo y hasta abusivo que hacen de ella un auténtico desafío para la lectura por su extensión y su carácter erudito. Por ello, y para que el lector no especialista pueda superarlo, ofrecemos en la edición impresa de la obra una versión aligerada de excesos eruditos y de otro tipo, en el cuestionable pero bienintencionado convencimiento de que mejora la ofrecida por el autor. La dualidad de soportes de esta Biblioteca del Quijote Transnacional se convierte así en un aliado de su ambición de trascender el ámbito académico, por ofrecer complementariedad y no mera duplicación: el lector puede encontrar la versión completa en línea y, en papel y tinta, la versión antológica que recoge bien por extenso la esencia narrativa y quijotesca de la obra, esa que le otorga un lugar de privilegio en la tradición cervantina occidental.

Para concluir, hay que dejar constancia del diálogo que este Pastor extravagante establece con las otras dos novelas ya publicadas en esta colección y que comparten la misma condición de inaugurar la reescritura del Quijote en la prosa narrativa de sus respectivos dominios lingüísticos, a saber, El paladín de Essex inglés (c. 1694) y El don Quijote alemán (1753). Todas están protagonizadas por Quijotes jóvenes, aunque con diferente grado de desvarío, a través de los cuales se parodian géneros populares y se plantea la cuestión de los peligros de la lectura, para en última instancia describir la realidad del momento de acuerdo con un nuevo realismo novelesco que se opone a la idealización literaria de los géneros parodiados. Con este tercer volumen de la colección se completa así una tríada de novelas quijotescas fundadoras, bien entendido que la francesa es, y por mucho, la primera de las tres, una cronología que no tiene nada de azaroso porque es muy sintomática del proceso transnacional de expansión del realismo cervantino y de conformación del mito quijotesco. Los novelistas franceses (Scarron, Furetière, Marivaux) fueron los primeros en entender la relevancia del Quijote para la novela moderna y en reescribir su historia para transformarla en mito, convirtiendo así a Francia en centro de irradiación cervantina para el resto de Europa durante todo el siglo XVII y principios del XVIII, cuando los ingleses (Fielding, Lennox, Smollett) tomarán el relevo. Todos tendrán cabida en esta colección, pero, antes que ninguno de ellos, aquí está, por el derecho que le confiere su carácter precursor, Charles Sorel.

Pedro Javier Pardo
Director de la bQt