LIBRO XIV

Todos los que se encontraban entonces en casa de Hircan estuvieron hablando largo tiempo sobre las distintas cosas que habían dicho Clarimond y Philiris y admiraban sobre todo a este porque, sin que se le hubiera solicitado que se pronunciara sobre el tema, se había mostrado tan dispuesto que su intervención había parecido mucho más admirable que la de su adversario, a pesar de que no fuese tan larga. Se asombraban de su memoria, la cual era tan fiel que había respondido por orden a todos los argumentos de Clarimond sin apenas dudar. Lysis estaba encantado y, aunque el poeta Musardan no tuviera bastante ingenio como para reconocer el de los demás, consideraba oportuno seguir siempre las propuestas de quien había hablado en favor de las novelas. En cuanto al resto, eran, como os he dicho, de opiniones diferentes; pero el que estaba más a favor de Clarimond era Adrian que, tomándose su tiempo para dirigirse a él, le dijo:

—Señor, habéis hecho maravillas en vuestro discurso, no me parece que la parte contraria haya estado tan bien fundada en su causa, por eso estoy extraordinariamente disgustado de que no hayáis recibido la satisfacción que deseabais. Yo siempre he odiado, y grandemente, esas ridículas novelas que tanto habéis censurado.

—Se ha sido un poco injusto conmigo –dijo Clarimond–, pero espero ganar muy pronto lo que he perdido hoy. Anselme no ha querido chocar de golpe contra la opinión común, aunque estaba obligado a condenarla y, en cuanto al que ha pleiteado contra mí, os juro que solo lo ha hecho como un ejercicio de ingenio y que su corazón ha seguido pensando lo contrario de lo que ha proferido su boca. Ocurre así con todos los abogados que, por ganar dinero o por adquirir reputación, defienden todas las causas que les presentan, por muy malas que sean. No niego que Philiris haya aportado muy buenas razones contra las mías, pero ¿de qué sirven si solo pueden dar fe de la sutileza de su ingenio y no de la inocencia de los que ha defendido? Nunca se propusieron apoyar sus obras con consideraciones semejantes a las suyas pues, si las hubieran tenido, no le habrían hecho a su gloria el agravio de ocultarlas.

Al oír Lysis estas palabras, se volvió hacia Clarimond:

—¿Piensas de verdad eso? –le dijo–. Reconozco que, aunque has hablado en contra de lo que yo quería, ha aumentado mi estima por tu elocuencia más de lo que había hecho nunca, pero cuando he oído a Philiris ha sido completamente diferente.

—A pesar de todo, sigo manifestando –replicó Clarimond– que Philiris os mostrará bien pronto que tiene una opinión distinta a la que ha mantenido.

p. 412—Será una jugada extraordinaria –dijo Lysis sonriendo.

Carmelin vio entonces a Lisette, que se había acercado a decirle algo al oído a su ama, y quiso retenerla por la manga de la camisola. Lysis, al verlo, le dijo a Amarilis que no se podía dar largas a esos amores y que había que buscarles un final feliz. Lisette huyó de inmediato y Amarilis respondió por ella que sería muy dichosa de juntarse con Carmelin, pero que faltaba saber si tenía bienes suficientes para mantener un matrimonio.

—Siempre me ha asegurado que no debe nada –contestó Lysis–, así que lo considero rico. Es más, tiene buena voluntad de trabajar y poseer un gran rebaño de ovejas; por lo demás, respondo de sus virtudes y, si se quiere firmar un acuerdo, será el Amor el que haga de notario, el que levante el acta y el que guarde la minuta.

Amarilis dijo a este respecto que sería bueno demorarlo un poco, con el fin de que los dos enamorados supiesen si sus talantes eran compatibles. Mientras conversaban, Clarimond se alejó para ir a hablarle a Hircan, que había pasado a un estudio cercano al salón con todos los que hacían de pastores.

—Queridos amigos –les dijo–, de bastante entretenimiento nos ha servido ya Lysis. Sus locuras nos serían en adelante más inoportunas que agradables si permitiéramos que continuaran; por otra parte, es un asunto de conciencia seguir entreteniendo a un hombre en sus extravagancias que chocan con el buen juicio.

—Sois un gran orador –replicó Meliante–, queréis enseñarnos aquí los preceptos de la caridad, que conocemos tan bien como vos. ¿Por qué habríamos de dejar de gozar del humor tan agradable de Lysis? Si estuviera poseído por una locura dañina, tendríais motivo para querer curarlo, pero sus fantasías nunca le han llevado a hacerle daño a nadie.

—Si no hace ningún daño, tampoco hace ningún bien –dijo Clarimond– y, aunque su mente fuera capaz de grandes cosas si estuviera bien llevada, ha cogido tal vuelo que, si se le deja un poco más, no habrá manera de devolverlo jamás al buen camino. Si no tenéis en cuenta esto, haceos a la idea de que, aun cuando tuvieseis la intención de divertiros con este pobre pastor, no podríais hacerlo por mucho más tiempo, pues Adrian o Anselme se lo llevarán a París.

—Ahí es donde iremos a esperarlo –replicó Meliante–, será divertido manejarlo en la alta sociedad. Es preciso que una ciudad tan célebre disfrute de este entretenimiento.

—Eso no ocurrirá así –dijo Clarimond–, pues, en cuanto esté allí lo mantendrán encerrado, por miedo a que recorra las calles y escandalice a su familia. Aceptad que está a punto de partir y aprended pronto a privaros de la alegría que habréis de perder un día. Pensad que no habrá menos placer en volver cuerdo a Lysis que en volverlo insensato como deseáis hacer.

p. 413Hircan fue de esta opinión y Philiris también, de modo que hicieron cambiar de opinión a todos sus compañeros. Creyeron que sería muy bueno devolver el juicio al pastor y la esperanza que tenían de conseguirlo no era pequeña, al comprender que Lysis tenía buena cabeza por naturaleza y que no podía evitar mostrarlo en sus mayores extravagancias. Sus palabras y sus invenciones deslumbraban a todo el mundo y, si sus errores no le hubieran impedido emplear su sutileza en asuntos serios, no habría hecho sino cosas excelentes. Mientras estaban con esto, llegó un criado a decirle a Hircan que el ermitaño estaba en la puerta para pedir limosna. No se lo llamaba de otra forma porque no había más eremita que él en la región y era el mismo con el que se había encontrado Lysis en una ocasión. Cuando Hircan mandó que subiera, el pastor lo reconoció enseguida y fue a recibirle con muchas reverencias.

—Qué contento estoy de que os conozca mi primo –le dijo Adrian al ermitaño–, me gustaría que pudierais hacerle coger el camino de la virtud.

—No me cabe duda de que será muy virtuoso –respondió el ermitaño–, casi ha estado a punto de seguir la vida contemplativa como yo, pero creo que todo lo que hay de malo es que está siempre enamorado.

—Lo estoy y lo estaré eternamente –dijo Lysis en un tomo muy elevado–, es a Caritea a quien amo: mi primo lo ha visto, todos los pastores lo saben, las aves, los árboles, las rocas y las fuentes mismas no lo ignoran, pues todo lo que no tiene alma toma una para escucharme.

—Con tal de que vuestros amores tengan como objetivo un matrimonio fiel –dijo el ermitaño–, no me pondré nunca del lado de quienes lo censuran, ya que el matrimonio existe por institución de nuestro Señor que, tras la creación del mundo, le entregó Eva a Adán y san Pablo dice que vale más casarse que abrasarse, pero apartad de mí la concupiscencia ilícita si vuestra alma está manchada.

—El agua de la fuente más cristalina del mundo –contestó Lysis– no es tan pura como mi deseo, sé muy bien que la incontinencia arruina el cuerpo y la mente de los hombres y que es como las frutas que crecen en las cercanías del gran lago Asfaltites, que parecen buenas y maduras, pero no tienen más que ceniza por dentro245. Desde mi infancia encontré los dos caminos que se presentan al gran Alcida y dos mujeres me hicieron su respectivo discurso como a él, pero seguí a la que intentó llevarme por el áspero camino de la virtud, a pesar de que la otra me quisiera llevar por un camino más fácil. Camino ahora sobre espinas, cuando tantos otros lo hacen sobre rosas, pero por eso mismo alcanzaré la gloria que tantos héroes han buscado. Por ella es por lo que hay que sudar, por ella hay que ir desnudo del todo, solo con una maza que pueda domeñar a los monstruos enemigos del género humano: por ella, en fin, hay que dejar las delicias de esta vida y vivir en la tierra como si estuviéremos ya en el otro mundo; es decir, alimentarse la mayor parte del tiempo solo de hermosas meditaciones246.

El ermitaño se quedó deslumbrado con estas palabras porque las explicaba piadosamente e imaginaba que Lysis hablaba de la gloria del paraíso y que quería domeñar a los monstruos enemigos nuestros, que son los diablos. Se volvió, pues, hacia Adrian y le dijo:

—¿No os dais cuenta de la dicha que tenéis por tener un pariente tan docto? He oído a muy pocos predicadores que hablen mejor que él. ¡Cuánta fama y cuánto mérito no tendría si quisiera dedicarse a predicar!

p. 414—Estaría encantado de que se pusiese a ello –contestó Adrian–, si hubieseis oído otros discursos que nos hace, os habríais quedado pasmado. Os hablará durante tres horas sin parar y no sé de dónde saca todo lo que dice; las más de las veces es tan docto que no entiendo ni la mitad. Hay que hacerse a la idea de que no ha hecho más que leer toda su vida. Sucede que ha cogido un criado que es casi tan sabio como él, os diré más: creo que sus saberes son inútiles o, más bien, dañinos, pues solo sirven para cosas que no podría aprobar.

—¿Entonces es cierto? –le dijo el ermitaño a Lysis–. ¿Abusáis de los dones que os ha dado Dios? Amigo mío, ¿no queréis seguir los artículos de nuestra fe?

—Tengo fe en Caritea –replicó Lysis–, le he prometido ante el trono del Amor que seré siempre suyo.

—¡Ah, qué impiedad! –exclamó el bueno del anacoreta–. Cuando se os habla de Dios, vos habláis de sus criaturas como si las adoraseis en lugar de a él. Si no queréis dirigiros de golpe a su infinita majestad por miedo a vuestros pecados, encomendaos a algún buen santo que os saque de las penas del infierno.

—Es una hermosa santa a la que sirvo –dijo Lysis– y, ciertamente, bien me puede sacar de las penas del infierno, puesto que ella me ha metido con su severidad. Puede llevar a cabo otras cosas más difíciles. Todos los que están aquí darán testimonio de que, esta mañana, de muerto como estaba me ha devuelto la vida: tomad nota de este milagro.

—Mi primo es pagano –exclamó Adrian–, ¡ay de mí!, ya no cabe ninguna duda. Es peor que mahometano. ¡Ah, malditos sean los libros que lo han perdido!

Hircan y el resto de gentilhombres acudieron ante tal alboroto. En cuanto Clarimond supo de qué se trataba, se dio cuenta de que el ermitaño no era un hombre lo bastante hábil como para convertir al pastor. Por su parte, quiso probar si la intención que tenía de devolverle el buen juicio le podía salir mejor que a otro con los artificios que se había propuesto emplear.

—Tengo infinidad de cosas que comunicaros en presencia de esta honorable compañía –le dijo–, ahora es cuando quiero demostraros que soy realmente vuestro amigo, como os aseguré hace algunos días. Vuestros enemigos son Philiris y sus compañeros, a pesar de que hayáis pensado lo contrario. Han secundado hasta ahora vuestras fantasías y es eso lo que os ha puesto en el camino de la perdición. Desde que tenéis conocimiento habéis leído infinidad de libros fabulosos, que habéis considerado verdaderos por no encontrar a alguien que os sacase de vuestra mala opinión. No quiero ya ocultaros nada de lo que pienso, como hice en el pasado, buscando ganarme poco a poco vuestro favor para poder permitirme hablaros un día con franqueza. Hace nada acabáis de dar pruebas nuevamente de una de las extravagancias mayores del mundo: habéis hablado de vuestra amada como algo divino, aunque sabéis que es una joven mortal que bebe y come como nosotros. Habéis dicho que solo teníais fe en ella, ¿habéis olvidado entonces la fe de vuestros padres para convertiros en un idólatra?

Lysis, al ver que le presionaban con esto más fuerte de lo que habían hecho jamás, no fue tan extravagante como para no pensar en los buenos preceptos que le habían dado desde la infancia, así que se mostró casi totalmente cambiado desde este primer ataque de Clarimond. Se vio obligado a responderle que no tenía más Dios que el que había creado el cielo y la tierra, al que había adorado de la manera en que su padre le había enseñado; y que si le daba a Caritea nombres divinos solo era para acomodarse al estilo de los poetas, que había decidido imitar.

p. 415—Habéis hecho mucho más que eso –le dijo Clarimond–, habéis hablado todo el tiempo de infinidad de dioses antiguos, como si existieran verdaderamente, mientras que todo aquel que adore al gran Dios que nos ha dado el ser deja para las fábulas a todos esos diosecillos que se forjaron los hombres entre sus errores primeros. ¿No nos habéis dicho cien veces que había una Diana en los bosques con sus ninfas y hamadríadas y que había también dioses fluviales y ninfas de las fuentes? Habéis intentado hacérselo creer a todos con los que os habéis cruzado y os arrojasteis incluso al agua para ir en busca de las divinidades acuáticas. No sé si vuestros compañeros pastores eran tan tontos como para pensar que los hubiese en el mundo.

—No ha de parecer extraño que crea en tales divinidades –respondió Lysis–, lo he leído en libros que no han sido escritos por paganos, sino por cristianos que viven todavía hoy.

—Lo que decís puede ser –replicó Clarimond–, pero esos autores solo lo escribieron como una fábula y, si lo dudáis, sabed la opinión de Musardan.

Este poeta todavía estaba allí, de modo que reconoció que no cabía duda de que él y todos los que habían escrito libros hablaban de las divinidades antiguas como de algo mistificado que solo servía de adorno a su poesía, aunque era verdad que varios pueblos creían otrora en ellas con fervor.

—Ya veis lo que piensan aquellos que habéis seguido siempre –dijo Clarimond–: como habéis querido abrazar su doctrina, tenéis que creer lo que os dicen, no podéis saber mejor que vuestros maestros la lección que os dan. Por otra parte, debéis tener en cuenta que, como hay un Dios todopoderoso, todos vuestros diosecillos no lo pueden reemplazar.

—Puesto que deseáis que me sincere con vos –dijo Lysis–, quiero declararos algo que no le contaría a ningún otro: es que reconozco que en medio de los campos no hay en realidad divinidades, pero llamarlas así es una manera de hablar: solo son duendes que se encuentran allí bajo distintas formas y, para probaros que es verdad esto, no lo he leído únicamente en los poetas que consideráis mentirosos, también en autores que son filósofos y me atrevería a decir que incluso en los teólogos. Me sirve de testigo Agripa en su Filosofía oculta247. Se sabe que habla todo el tiempo como un buen cristiano y cita los pasajes de las Santas Escrituras; no obstante, como ha metido demonios en todos los elementos, a la hora de situarlos en la tierra y en las aguas, les da todos los nombres variados que saca de los poetas. Nos otorga faunos, dríadas, hamadríadas en los bosques, y náyades en las fuentes. No niega incluso que Saturno, Júpiter y los demás dioses estén en los cielos, donde tienen el poder que les atribuían los antiguos. Os dice también con todo detalle distintos nombres que se le han de dar y de qué manera invocarlos para sus obras. Ahora bien, no se invoca lo que no tiene poder: él los llama gobernadores del mundo, pero yo me conformaré con deciros que he comprendido que eran demonios.

—Así que Agripa es uno de vuestros autores –dijo Clarimond–, bien nos habéis ocultado que os habías complacido con su doctrina. Sabed que es también el hombre más impertinente que hayáis visto nunca: mezcla la teología con las fábulas y, a pesar de que quiere hacernos una magia cristiana y lícita, se sirve de la de Hermes y del resto de autores profanos248. Como en la magia de los antiguos se invocaba a los planetas y a otras divinidades inferiores, habla de la misma manera como si eso pudiera seguir siendo así y es tan grande la estupidez que suplica a todo el mundo que se lo perdonen como una falta cometida en la juventud. Esto lo he tomado de su libro sobre la vanidad de las ciencias.

—Clarimond tiene razón –dijo Philiris–, no se le puede objetar nada.

p. 416—Aun cuando Agripa no creyera que existen dríadas y náyades –replicó Lysis–, eso no quiere decir que yo deba ser de su parecer. ¿Acaso no recuerdo haber visto muchas divinidades campestres mientras estaba transformado en árbol?

—No lo estuvisteis nunca –dijo Clarimond–, os digo más: nunca nadie lo estuvo. ¿No recordáis los motivos que alegué en otra ocasión contra las metamorfosis? Os dije que, entre los paganos, ni siquiera el pueblo llano creía que pudieran hacerse y, además, que estas opiniones habían aumentado solo por casualidad. Os conté la historia de varias personas que, según se creía, habían cambiado de forma y, principalmente, la del ladrón que se habría transformado en cuervo. Os dije que los poetas habían dado crédito a esto en sus versos y, si no me equivoco, Philiris, Fontenay e incluso Carmelin apreciaban bastante mis argumentos. No sé si después han participado en vuestros errores.

—Recuerdo todo eso –dijo Lysis–, pero lo desprecio.

—También nos acordamos nosotros –dijo Fontenay–, pero no le concedemos ninguna verdad.

—Entonces dais pábulo a la impostura –respondió Lysis furioso.

—No es el único punto en el que se os quiere llevar la contraria –dijo Clarimond–, no os enojéis todavía, esperad un poco y tendréis muchos más motivos. Declaro que, como todas esas divinidades de las que nos habéis hablado no son más que ficciones, no tenéis razón alguna para hacer que tomen el traje de pastor todos los gentilhombres que están aquí, haciéndoles creer que así los haréis felices y que les haréis comunicarse con los inmortales. En cuanto a vuestra Edad de Oro, sabéis bien lo que os he dicho: no os he ocultado que, para hacer que vuelva, tendríamos que ser tan salvajes como lo son aún en el nuevo mundo. Nadie imagina que esa vida sea más loable que la nuestra.

—¡Cómo? ¿Lysis nos ha engañado entonces? –exclamó Philiris– No tenía que haber venido a su encuentro desde tan lejos. Si no sabe nada más que lo que ya he visto, los pastores de nuestra región saben otro tanto; quiero volver con ellos.

—Y yo –dijo Fontenay–, ¿permaneceré aquí con un impostor que me prometía maravillas si quería ser pastor para siempre? ¡Ah, primo Hircan, devolvedme mi traje rojo!

Polidor y Meliante manifestaron también que no querían ya ser pastores, así que Hircan les dijo que se tranquilizaran y que les daría a todos los trajes con los que habían llegado a su casa. Lysis, muy afligido con esta revuelta, les aseguró que se arrepentirían grandemente de haberlo abandonado, pero Clarimond le replicó que no debía estar convencido de eso y que iba a demostrarle que no había tenido nunca dicha alguna desde que era pastor, que no le había sucedido nada de lo que creía; y, luego, siguió hablando de esta suerte:

p. 417—Tenéis que daros cuenta de que sé vuestras aventuras mejor que vos mismo, pues he conocido no solo lo que creéis, sino también lo que creen los demás que os han engañado. En primer lugar, al llegar a Saint-Cloud, donde tomasteis el traje pastoril, Anselme os encontró mientras admirabais vuestras preciadas reliquias, pero no os criticó por ello y escuchó atentamente vuestra extravagante historia; ¿no pensáis, sin embargo, cuánto le extrañó que le dieseis importancia de los objetos más sucios del mundo y que, habiendo prometido seros de gran ayuda, como daros el retrato de Caritea, lo tomarais por el dios Pan? Jamás han dicho los poetas que ese dios silvestre tuviese algo que ver con la pintura, pero vos no pensabais que hubiera algo imposible para un dios.

»Por no hablar de las razones que alegasteis a vuestro tutor para explicarle que debíais ser pastor y que él debería serlo también si quería ser feliz. Bastante se rieron de otro despropósito: no hablo sino de la tontería que hicisteis al ir a asediar a un gordo aldeano con términos poéticos y novelescos. El poder que atribuisteis a Caritea le dio tanto miedo que él y todos sus conocidos estuvieron toda la noche en alarma, imaginando que se aproximaba el fin del mundo: no sé cómo no murieron de terror. Y si eso les hubiera sucedido, habríais sido vos la causa de su muerte y os habrían castigado como a los homicidas. Quisisteis interrogar a Eco y os engañaron sutilmente, pues, mientras os imaginabais que la Eco de los poetas os respondía, era Anselme, que está aquí y no lo puede negar. Bastante os demostró entonces cuánto se mofaba de las extravagancias de los poetas con las patrañas que sostuvo ante vos sobre la repetición de voces y las tres Parcas. Se burló también de la idea que teníais del sol, igual que he hecho yo después. Les dais mucho crédito a los poetas creyendo que hay dos soles, al tomar lo que dicen al pie de la letra. Debéis saber que no hay más que uno y que, si lo vemos por la mañana de un lado, aunque se ha puesto del otro, es porque no ha hecho sino pasar por debajo para iluminar el otro hemisferio, sin dormir en el mar como dicen vuestros impertinentes autores. Anselme quiso, no obstante, complaceros hasta el punto de prometeros además el retrato de Caritea. Omito la extravagancia que mostrasteis en la venta al querer comer solo cosas rojas: eso era voluntario y se os contentó como deseabais.

»Vos mismo comprobasteis que os habíais equivocado cuando Anselme os reconoció que no era conveniente hacer de pastor en Saint-Cloud y la mejor prueba de ello es que tanta chusma os persiguiera a pedradas. También os confundisteis cuando tomasteis a un campesino por un sátiro, pues ¿quién los ha visto en Francia, si no es en pintura o bien como disfraz en los dramas pastoriles y en los ballets249? ¿Dónde se han visto en el mundo incluso? Se habla de dos o tres únicamente, pero solo eran monstruos que no son corrientes en la naturaleza. En cuanto el retrato que os dio Anselme, ¿no veis que no lo hizo más que para burlarse de las descripciones que hacen los poetas? Vos mismo, ¿creéis que los rasgos de ese retrato metafórico se parecen a los del rostro normal de vuestra amada? Aunque podría hacerse con todas esas rarezas, Anselme no lo hizo, no es tan buen pintor como para que salgan buenos retratos de sus manos: es capaz solo de grabar con buril. No finjo por decir esto delante de él, pues ya se vanagloria de ello. Por burla fue también por lo que os permitió ser juez del pleito que sostuvo con Montenor y, aunque no hubieseis dictado sentencia en su favor, no habría dejado de ser rechazada la demanda de Guenièvre: fingía atribuir mucha autoridad a vuestras palabras. Vuestra serenata y la carta amorosa fueron a su parecer ridículas y os engañasteis vos mismo también cuando besabais el picaporte de la puerta de Leonor, dado que se os regaba con orina en vez de con agua de ángel. Dejo atrás otros muchos detalles, como los festones con los que pretendíais adornar el pórtico del palacio de Caritea y el encuentro con los mercaderes parisinos que tomasteis por corsarios. Os dejasteis engañar en todos ellos más de lo que cabría expresar.

p. 418»Cuando fuisteis una noche a casa de Caritea, resultó gracioso veros imaginar que se podía encender la vela con sus ojos. Si los poetas encuentran tantos y tan variados conceptos sobre las llamas que salen de los ojos de su amada, hay que tomarlos como impertinencias poéticas. No puedo dejar de reír recordando los inexplicables celos que tuvisteis el día después al encontrar a Cartitea dormida en el jardín. Estabais celoso de vuestra sombra y de los átomos y, con mayor motivo, de todo lo que la tocaba, como la hierba en la que estaba tumbada. Imaginabais que el sol hacía ruido yendo por el cielo y que las plantas lo hacían también al crecer; hicisteis luego infinidad de tonterías y, finalmente, el colmo de vuestra extravagancia fue que, estando cerca de Caritea en un patio, creísteis que el fuego de sus ojos os había quemado el sombrero, pero era un lacayo de Anselme el que lo había quemado con un espejo de fuego. Continuando con vuestra idea, os imaginasteis al día siguiente que erais todo de fuego y os sumergisteis en una fuente, en la que os habríais ahogado si no os hubieran retirado rápido. Estando después en París, fuisteis al Hôtel de Bourgogne, donde confundisteis la comedia con la verdad e hicisteis reír a todo el mundo más que ninguna farsa que se haya representado allí. Fue también una gran ocasión cuando creísteis que el retrato de un pastor imaginario era el vuestro y cuando asombrasteis al librero de la calle Saint-Jacques con vuestras palabras y acciones. Las palabras que cruzasteis con Cécile, cuando os quedasteis en su casa, fueron muy graciosas y resultó muy agradable ver que vinisteis a esta región pensando ir a la región de Forez. Ese engaño os es conocido, nada podéis replicar al respecto. Ahí está Anselme para corroborarlo y todo lo demás también, en el caso de que quisierais negarlo.

Entonces se adelantó Anselme y acabó confesando fríamente que era cierto todo lo que decía Clarimond, y eso le produjo a Lysis tal asombro que dejó seguir al otro con sus reproches.

—¿No recordáis tampoco –dijo Clarimond– que empecé a conoceros en nuestra casa por otro error en el que os sorprendí? Tomabais a mi madre por la sabia Felicia: ciertamente es sabia, pero no por ello es Felicia. Os engañasteis grandemente luego al pensar que yo sería de los vuestros y, después, al dar una serenata e imaginar que era una hamadríada quien os respondía, pues se trataba de nuestro amigo Hircan, que estaba avisado de nuestro propósito. El buen ermitaño aquí presente dará testimonio igualmente de que le hablabais como a un druida o un mago por haber leído en vuestros libros que los ermitaños se metían antaño en cosas de magia y no había pecado en ello. La mejor de vuestras equivocaciones fue cuando encontrasteis a Hircan y lo confundisteis también con un mago; y la damisela que nombrabais Sinope era una ninfa de las aguas. Y fue estupendo veros cuando os creísteis irreconocible porque ese hombre sabio os había transformado en mujer. Siendo criada en casa de Oronte, os acusaron de impudicia, os hicieron subir como prueba a una sencilla plancha que no podía quemar a nadie porque no había fuego debajo, me ofrecí para morir por vos y, después, como Leonor ordenaba que os quemaran, Hircan acabó por liberaros de la injusticia de vuestros enemigos; pero todo eso no era más que una comedia, pues se veía tan bien que erais Lysis que hasta los niños de la casa lo sabían y costaba impedir que os lo dijeran.

p. 419»Más tarde, al venir a mi casa con Carmelin, hicisteis tantas extravagancias que mi madre se quedó asombrada, pero paso todo eso para llegar a vuestra metamorfosis. Por haberos caído en un sauce hueco os figurabais que os habíais convertido en árbol, aunque nadie compartiera vuestra opinión. Lo que os reafirmó en ello fue que Sinope viniera a visitaros por la noche con dos sirvientas que se decían hamadríadas: una estaba aquí hace nada. En cuanto al dios Morin, que llegó después, era Hircan, Lucide era Amarilis y el ciprés era un ayuda de cámara. Las fábulas que os contaron estaban hechas a propósito para reírse de vos y todos los demás detalles de esa aventura no tenían otra intención. La segunda noche, Anselme, Montenor y yo nos disfrazamos también de dioses fluviales para ir a veros y, si no hablamos, fue por miedo a ser reconocidos. Después de que nos hubiéramos divertido bastante con vos y con Carmelin apareció Hircan ante vosotros con traje de mago. Anselme y yo hicimos de los dos vientos que abatieron el árbol Lysis, quien pensó luego haberse convertido en hombre, pues, de hecho, estaba encantado de volver a serlo. Y si no queréis creer todo esto, acordaos de las falsas barbas que encontrasteis aquí dentro hace unos días: eran las mismas que llevábamos al hacer de los dioses fluviales y el resto de nuestras ropas os las enseñarán también. Os sucedieron luego infinidad de cosas notables y tuvisteis, sobre todo, buenas intervenciones conmigo hablando de los poetas, lo que os llevó a enviar un cartel a París.

»Recibisteis una orden sin orden de vuestra amada y después quisisteis estar enfermo como ella; pero no hay nada tan admirable como la broma que os gastaron Philiris, Polidor, Meliante y Fontenay. Os hicieron creer que se habían hecho pastores por vuestra causa y hay que reconocer que era por causa vuestra, pero para divertirse. Philiris no es pastor de nacimiento, Fontenay nunca ha tenido ganas de abrazar tal condición y, en cuanto a Polidor y a Meliante, son menos de Persia que yo. Todas las historias que os contaron se forjaron a su antojo. Con Lucide y Sinope fuisteis muy crédulo al verlas, imaginando que eran dos pastoras distintas de las ninfas que ya habíais visto. Y Sinope se volvió a su casa, no se transformó en roca. Los campesinos de esta tierra os dirán que la peña que pretendíais hacer amar a Carmelin existe desde tiempos inmemoriales en el lugar en el que la hallasteis. La hamadríada que visteis a pleno día era Lisette vestida con cortezas. Los dos diputados de París que vinieron a vuestro encuentro estaban a sueldo y, por lo que se refiere al castillo encantado al que se os llevó en carroza, era una casa de Hircan que os enseñará cuando queráis. Nosotros éramos los que hacíamos de gigantes y de jorobados, y no erais más invulnerables que los demás. No fuisteis por el aire, ni de ida ni de vuelta, y os aseguro que Hircan no pensó nunca en ser mago. Cuando quisisteis también raptar a Caritea, solo encontrasteis un fantasma que las sirvientas de Oronte habían pergeñado; y, para concluir mi intervención, no tomasteis ningún veneno que pudiera haceros morir y, por consiguiente, los ojos de Caritea no os hicieron resucitar en modo alguno.

Después de que Clarimond pusiera fin a su discurso, Lysis estaba ya dispuesto a creerlo y, no obstante, le dijo:

—¡Cómo! ¿Quieres quitarme la gloria de todas mis hazañas? ¿Es posible que tanta gente honrada me haya engañado? Anselme ya me ha asegurado que lo había hecho, pero ¿debo creerlo de los demás?

—Aunque acabamos de despedirnos de vos como para regresar a la tierra de la que decíamos venir –respondió Philiris–, tengo que reconoceros que queríamos hacer con ello la última de nuestras ficciones.

—Y yo –dijo Hircan– nunca fui mago: os juro que es verdad todo lo que os ha dicho Clarimond y os daré todas las pruebas que os plazcan. Os enseñaré todos los trajes con los que nos hemos disfrazado para llevar a cabo nuestras bonitas aventuras y haré que sepáis de verdad quién soy en esta región y quiénes son estos gentilhombres que han fingido ser pastores.

p. 420Todos los que allí estaban le dieron, asimismo, a Lysis su palabra de que era verdad y a este le afectó de tal forma haber sido defraudado durante tanto tiempo que, a pesar de su extravagancia, se puso a llorar y luego, movido por la vergüenza, corrió hacia una habitación en la que no había nadie. Como Clarimond lo siguiera hasta allí, exclamó así en cuanto lo vio:

—¡Ah, Dios! ¿Con qué imposturas se han burlado de mi juventud?

—Vos queríais convencernos –dijo Clarimond– de que erais árbol y de muchas otras cosas más, no podíamos por menos de intentar engañaros también. Por lo demás, no os enojéis con nadie por haber empleado tantos engaños contra vos, pues nos veíamos todos obligados, ya que vos mismo erais el primero en engañarse y teníamos que engañaros de forma semejante si queríamos complaceros. Había que ceder ante los primeros arrebatos de vuestras fantasías por miedo a enfureceros si nos resistíamos demasiado. Yo he sido el que ha intentado desengañaros antes y habéis podido daros cuenta muy bien: así es como he dado pruebas de la amistad que me he jactado de tener con vos. Mostradme que he empleado bien el tiempo hoy y que no queréis vivir ya con los errores que os han nublado el cerebro hasta ahora.

—¿Qué tengo que hacer? –dijo Lysis–. Aconsejadme, pues, para no verme privado de todo.

—Os he expuesto hace nada –contestó Clarimond– los despropósitos de todos los libros fabulosos y, por una rara casualidad, todos los que han intervenido hasta ahora os han mostrado lo mismo, seguramente sin que fuera su intención. Todos los relatos de las divinidades campestres que contasteis una noche eran tan ridículos que deberían haberos impedido dar crédito a las transformaciones poéticas. Sobre las historias de los cuatro pastores os he dado ya en pocas palabras el modelo que en ellos se halla de cuatro tipos de novelas. Como Sinope ya os había hablado de metamorfosis, bastaba con que la historia de Fontenay describiera otra novela a la antigua, en la que se hablara de una náyade, de un enamorado de sí mismo como Narciso y de los artificios de un mago. La historia de Philiris constituía una novela llena de dulzura y de pasión, tal y como podría hacerse a la moda de estos tiempos, dando siempre nombres de pastores a los personajes que se introducen en ella. Los hechos de Polidor y de Rodogine eran un ejemplo de las fábulas que las viejas cuentan a los niños, de esas que llaman fábulas italianas porque las han inventado los italianos. Straparola las hizo de ese tipo en sus Noches placenteras y varios otros a imitación suya250. Las aventuras de Meliante siguen la moda de las novelas guerreras y no hay que olvidar tampoco que incluso Carmelin, al querer contaros su vida, os ha dado un ejemplo de esas novelas españolas donde se aprecian las bellaquerías de los pícaros y de los criados. No se puede negar que todas esas narraciones sobrepasan a las que les doy como modelo, pues, aunque no son tan largas, contienen mejores cosas y se ve por todos lados orden e invención. A pesar de ello, os aseguro que no dejan de ser extravagantes y dignas de desprecio: con esto quiero persuadiros de que no debéis entreteneros en leer semejantes cuentos, ya que los mejores no valen nada y, si los leéis, que sea para burlaros de ellos o, en todo caso, como un placer pasajero, sin figuraros que hay que vivir como las personas de las que se habla ahí dentro.

p. 421»Habéis querido imitar a los pastores, aunque no hay placer alguno en ser de esa condición. Bien se puede vivir en el campo sin llevar una vara de pastor. Ved cómo vive Hircan, ved cómo está Oronte y cómo estoy yo: residimos aquí, cazamos, pescamos, hacemos todo lo que nos gusta, ¿no es eso todo lo que deseáis? Y, si fuéramos pastores, tendríamos que cuidar de nuestro rebaño, lo que resultaría muy molesto. Tan pronto habría una oveja descarriada, que sería necesario buscar, como una que se llevaría el lobo, al que habría que perseguir; o bien enfermaría todo nuestro rebaño y tendríamos muchas dificultades para curarlo. ¿Qué forma es esa de alegrarse, como deseáis, con las distintas ocupaciones que no pertenecen sino a nuestros criados? Me diréis que los pastores que están en los libros no cuidan tanto de su rebaño y que, a menudo, se lo dan a otros para que lo cuiden o que no tienen en absoluto. Entonces me tendréis que reconocer que no es preciso guardar ovejas para vivir feliz ni, por consiguiente, vestirse de blanco y llevar una vara: la indumentaria de pastor no es necesaria para quien no ejerce la profesión de pastor y, cuando me deis ejemplos de algunos que han llevado un traje como el vuestro sin guardar un rebaño, os confesaré que vuestros libros son verdaderos, pero si tomaban ese traje era para acomodarse a las personas con la que trataban, lo que no os puede suceder a vos, visto que sois posiblemente el único pastor ilustre en Francia cuando empezasteis a serlo. Ahora bien, no me vengáis alegando que sabéis muy bien que no hay muchos de vuestra clase, pero que pretendéis poner de moda la vida pastoril, pues ¿de qué serviría? Os sigo diciendo que podéis gozar sin eso de todos los placeres de la tierra. Recordad los reproches que os hizo un día Fontenay cuando os comparó con don Quijote: habrá muchos que crean que lo imitáis y, aunque vuestras aventuras fueran mejores que las suyas, les seguirían pareciendo las mayores pruebas de vuestra locura.

Lysis pensaba profundamente durante esa intervención y, como su mente no estaba tan ofuscada como de costumbre, las advertencias de Clarimond no le resultaban desagradables.

—¿Después de privarme de mis compañeros –le dijo–, queréis quitarme el traje de pastor?

—Poco importa que yo os haya quitado a vuestros compañeros –contestó Clarimond– porque Philiris y los demás estarán más que nunca con vos y serán vuestros amigos eternamente; pero, por lo que hace al traje de pastor, a decir verdad, nadie opina que debáis llevarlo por más tiempo.

—Si solo me quitarais eso, poco sería –dijo Lysis–, pero me quitáis todas las pruebas de afecto que deseaba mostrar a Caritea y será mucha casualidad que no queráis quitarme además a la propia Caritea.

—Las pruebas de amor que le habéis dado hasta ahora a vuestra amada –dijo Clarimond– han sido demasiado extravagantes, hay que ponerse con cosas razonables y veréis que, si hacéis lo que os diga, obtendréis de ella todo lo que queráis, pues estoy muy lejos de prohibiros servirla. Por otra parte, para ayudaros a dejar el traje de pastor, sabed que no le gustáis así. Os dejo aquí algún tiempo para que penséis en ello.

p. 422Tras dejar a Lysis con estas palabras, Clarimond regresó en busca de la compañía. Le dijo a todo el mundo que había manejado tan suavemente a Lysis y este le había respondido en todo momento tan serenamente que pensaba devolverlo en poco tiempo al buen camino. Amarilis preguntó si estaría bien mandarle al ermitaño para que su presencia le inspirase algún respeto y recordase todavía más su deber, pero a nadie le pareció oportuno, por cuanto se debía dejar culminar a Clarimond el buen plan que había emprendido, así que el ermitaño se marchó poco después. Todos reconocían que el artificio que había empleado para devolverle a Lysis el buen juicio era tan agradable que todas las ocurrencias extravagantes del pastor no les habían proporcionado tanta satisfacción. Incluso Carmelin, que lo había oído todo, estaba encantado de que se hubieran dado a conocer a su amo verdades que tanto le había costado antaño intentar metérselas en la cabeza y, aunque no supiera qué vida iban a llevar en adelante juntos, no podía entristecerse al considerar que ya no habría nadie que quisiera engañarlos y que no se dejarían engañar tampoco. En lo que a él se refería, para poner remedio a todos los engaños que pudieran hacerle, se proponía no creer nunca que hubiera algo de cierto en encantamientos o metamorfosis a los que le convocaran, ni siquiera aunque le persuadieran de lo contrario todos los hombres del mundo.

En cuanto a Adrian, estaba tan contento de ver cómo se había empleado Clarimond en devolver la sensatez a su primo y cuánto provecho había sacado que le daba todas las gracias que se pudieran imaginar. Este, al no ver ya a Musardan, preguntó dónde estaba. Le dijeron que se había marchado para ir a dormir a Lagny, a pesar de que Hircan quiso retenerlo, y que el motivo de su partida era que Adrian, al saber que era un hacedor de novelas desde el momento en que entró y que Lysis había leído sus libros, le había cogido tal odio que lo había acosado todo lo que pudo y le había dicho no pocas injurias, a las que el autor no había sabido qué responder, viendo que a su enemigo le apoyaban tantas personas, así que había preferido marcharse. A Clarimond le fastidió bastante no haber asistido a esa disputa, pero lo que había hecho en ese tiempo valía mucho más. Se conformó con el relato detallado que le hizo el propio Adrian de lo que se había dicho y, cambiando de conversación, le explicó al buen hombre que la principal enfermedad de su primo era el amor y que era únicamente el deseo de servir bien a su amada lo que le había llevado a concebir todas sus aventuras a partir de las novelas, tal y como había reconocido con todo lo sucedido; de modo que se había convencido que se podía gustar a una muchacha sin hacer tales extravagancias: esa era la única manera de hacerlo juicioso del todo, pero no había que engañarlo si no querían volverlo totalmente insensato; por ejemplo, si le aseguraban que Caritea no iba a serle nada desdeñosa, ella no tenía que mostrarle desdén.

p. 423Hircan dijo entonces que había una forma muy fácil de hacerle un hombre honrado y era conseguir que se casara con la hermosa Caritea. Adrian quiso cerciorarse de quién era para saber si era un buen partido. Leonor dijo que era pariente cercana de su difunto marido y que la había tomado a su servicio porque, ciertamente, no era muy rica, pero que le daría algo como dote. Se le explicó a Adrian que, a pesar de que su primo tuviese muchos recursos, no podría encontrar un partido más ventajoso que este porque no iba a disponer de otra oportunidad, dada la reputación que tenía de no estar en sus cabales. Como a Adrian y a su mujer la alianza con Leonor se les antojaba muy honorable, además de las otras razones, dijeron que no consideraban desacertada la boda de Lysis y Caritea, con tal de que todos sus parientes estuvieran de acuerdo. Recordaron también haber visto esa mañana a la tal Caritea, que les pareció de muy buen carácter, de modo que les agradaba mucho. Así es como se habló en serio de casar a Lysis, con la convicción de que se volvería juicioso y, de hecho, así lo parecía. Al saber Leonor que era muy rico, comprendió que, en el peor de los casos, no estaría mal entregarle a Caritea pues, aun cuando siguiese con su mala cabeza, su locura no era peligrosa y no habría hecho tantas extravagancias si no hubieran hecho surgir la ocasión. Oronte se marchó con todos los suyos y Adrian se despidió de ellos, prometiéndole a Leonor que les hablaría de la boda a sus parientes y que les mandaría noticias. Clarimond subió entonces a la habitación de Lysis y le dijo:

—Vais a tener que reconocer que el momento en que empezasteis a despreciar vuestras opiniones pasadas os ha sido afortunado, pues, nada más oír hablar de que deseabais volver a la razón, todo el mundo ha jurado que obtendríais de Caritea todo lo que ansiabais. Leonor, Angélique, Adrian y Pernelle están con vos. ¿Quién va a haceros daño después de esto?

—Caritea misma –replicó Lysis.

—Ya veréis que no –dijo Clarimond.

Después de esto, Lysis se quedó pensativo y, a pesar de ello, le alegraba mucho saber que le eran favorables los que más influencia tenían en sus asuntos. Cuando llegó la hora de cenar, se sentó a la mesa con los demás, pero la vergüenza que tenía porque le hubieran engañado durante tanto tiempo aquellos en los que más confiaba lo había dejado tan abatido que no se atrevió a decir una sola palabra. Adrian y su mujer pensaban que era una buena señal y que iba a hacerse muy sensato, así que al día siguiente regresaron a París muy contentos, prometiéndole que obtendría de ellos todo lo que deseara, con tal de que ya no fuese pastor. Clarimond, en cambio, imaginaba que ese talante taciturno no era bueno y que era de temer que Lysis cayese de una desgracia en otra y de extravagante acabara en estúpido. Con el fin de ponerle remedio, había que apartarlo de las personas que le volvían tan tímido y vergonzoso. Le comunicó su propósito a Hircan, al que le pareció muy oportuno, así que Clarimond se llevó a Lysis y a Carmelin a su castillo. Nada más partir, Fontenay y sus compañeros se marcharon también para ir a Borgoña, donde tenían asuntos que resolver. Agradecieron infinitamente a Hircan haberles tratado tan bien durante tanto tiempo y haberles dado tan raras diversiones. Entretanto, Angélique le contó a Caritea que se había decidido casarla con Lysis. Esta le respondió que se burlaban de ella al querer darle un hombre que era el hazmerreír de todos allí donde estaba. Angélique le prometió que sería más sensato en adelante y que nadie más iría a persuadirle de que hiciera extravagancias. Sus maneras no desagradaban a Caritea, pues su cara era más hermosa que fea y, con tal de que no hubiera nada que reprocharle a su mente, no se apartaba demasiado de la decisión que habían tomado.

p. 424Una vez en casa de Clarimond, Lysis se encontró con que Montenor le había enviado desde la suya la ropa que acostumbraba a llevar en la ciudad y que Anselme no había olvidado guardar. Clarimond le dijo que tenía que ponérsela y que era, además, más apropiada para ese tiempo que la de los pastores. Su jubón estaba todo manchado y desgarrado: no había podido aguantar las distintas aventuras y, además, tenía tan poco forro que no le podía proteger del frío, de los vientos y de las lluvias que reinaban durante el otoño. Volvió a tomar ese traje que no se ponía desde tiempo atrás, pero se vistió con tanta lentitud que se notaba que le costaba decidirse en lo que hacía.

—Para qué mentir –le dijo a Clarimond–, me duele quitarme un traje al que me había acostumbrado. Imaginaba que llevarlo era un medio eficaz para gozar de todas los deleites de la vida. Esas ideas son difíciles de vencer.

—¿Entonces, no os habéis convertido aún? –dijo Clarimond–. ¿No habéis sido pastor bastante tiempo ya? Voy a daros el argumento más verdadero del mundo. Recordad que en todos vuestros libros de pastores solo los que cortejan van vestidos de pastores. De los que están casados no se habla que lleven a pastar rebaños. Tendrás que ser así si os casáis con Caritea, como espero. Es cierto que todavía no estáis casado, pero ¿qué os cuesta dejar el traje de pastor poco tiempo antes, visto que todos vuestros amigos os lo aconsejan?

La sutileza de Clarimond era muy aguda: quería devolver la razón a Lysis con la autoridad de los autores antiguos y volverlo sensato con las máximas de la locura. Lysis, sin embargo, empezó a sonreír y le dijo:

—Querido amigo, ¿no os percatáis de que, si en las novelas no se habla de que guarden rebaños los casados, es porque no se cuenta con ellos por nada del mundo*, visto que el propósito de esos autores es el de contar únicamente la historia de los jóvenes enamorados que han de casarse? Y, si veis a algunos padres de familia que se retiran a su casa, es solo en la vejez y cuando tienen hijos tan mayores como para guardar sus ovejas.

Al oír esto, Clarimond temió que Lysis siguiera con sus fantasías primeras, de modo que le replicó así, un poco rudamente:

—Digáis los que digáis, entiendo que dejáis de buena gana el traje de pastor. ¿Es necesario llevar uno para seducir a una enamorada? Mirad quien ha triunfado más en sus amores, ¿vos o Anselme? ¿Ha sido él pastor en algún momento para conseguir a Angélique? Si lo hubiera sido, no la tendría aún, y vos, mientras lo seáis, no tendréis nunca a Caritea. ¿No os he dicho que las muchachas de este tiempo no quieren a los pastores? Vos, que hacéis todo lo que podéis por agradar a vuestra amada, ¿no veis que le habéis desagradado hasta ahora?

Estos argumentos, tan bien escogidos y tan fáciles de concebir, acabaron por sacar a Lysis de su error y, para hacerle conocer todavía más la verdad, al ver que no decía ni palabra, Clarimond continuó de esta manera:

p. 425—¿Qué esperabais hacer al vestiros como un comediante? Os tengo que volver a recordar la desgracia que os ha traído. No habéis sabido sacar adelante ninguno de vuestros propósitos amorosos. Queriendo hablarle a vuestra amada o besar por lo menos la ventana a la que se asomaba, os caísteis desde lo alto de una escalera y tuvisteis la nariz totalmente ensangrentada, de modo que os cogieron por el cuello como a un ladrón o a un asesino. Vuestro disfraz de mujer no os sirvió de nada y vuestra metamorfosis todavía menos. Aun cuando alguien pudiera transformarse en árbol, ¿qué supondría eso para él? Os imagináis que hay honor y ventaja en ello, y ciertamente los poetas aportan ejemplos de varias personas, amadas por los dioses, que han cambiado de forma, pero ¿no veis también en los mismos autores que quienes habían cometido infinidad de crímenes eran transformados igualmente? No se sabe, pues, si la metamorfosis es un castigo o una recompensa y todo lo que se puede deducir es que solo se la puede considerar una ridiculez absurda. Por lo que se refiere a la liberación imaginaria de Panphilie, en la que pensabais haber realizado prodigios de valor y merecido estar entre los héroes más célebres que haya traído la memoria hasta nosotros, ¿qué maravillas habríais hecho si hubierais sido invulnerable como pensabais? Era solo por la convicción que teníais de serlo por lo que ibais tranquilamente al combate. Le ocurría lo mismo a Aquiles y a tantos otros guerreros a los que no se podía herir y a los que creíais imitar. Sean sus aventuras fabulosas o verdaderas, me río con ganas de quienes los toman por valientes campeones y comparan con ellos a todos los príncipes que desean ensalzar: si hubieran creído que podían recibir alguna herida, posiblemente habrían mostrado alguna cobardía natural y jamás habrían ido tan decididos a la batalla.

»Estoy convencido de que ya no pensáis en haceros el héroe, pero queréis hacerme saber que difícilmente os vais a abstener de seguir siendo pastor para darle a Caritea pruebas extravagantes de vuestro amor. ¡Cómo! ¿Queréis volver a contar las porciones que coméis y cuántas veces bebéis, con el fin de honrar a Caritea? ¿Querríais comer también cosas rojas y no estaréis a gusto si no estáis todo el tiempo orientado hacia el lugar en el que podría hallarse esa beldad? ¿Pensaréis de aquí en adelante en vuestras concordancias amorosas? ¿Solo comeréis lo que le guste a Caritea? ¿Toseréis cuando tosa ella y, si lleva el ojo vendado, vendaréis también el vuestro? ¿Para qué creéis que sirve, sino para que se burlen de vos? A una joven no se la enamora con todas esas tonterías, tenéis que servir a vuestra amada de otra manera. Vuestras pasadas acciones solo pueden resultarle inútiles. Y si creéis haber mostrado con ello cuán gentil erais, sabed que lo mostraréis mucho más si dejáis para siempre el traje de pastor. Ahí es donde quería llegar y pretendo haceros ver claramente vuestro error, pues no le habéis echado cuentas a la principal concordancia que se hace ahora necesaria, ya que deseáis entregaros a las concordancias. Caritea va vestida habitualmente como una joven de condición media y vos vais vestido de comediante*. Como ella no va vestida de pastora, vos no debeis ir vestido de pastor.

Al oír todo esto, a Lysis le dio vergüenza haber contrariado a Clarimond con algo que hubiera dicho. Los argumentos de este gentilhombre eran tan poderosos que decidió seguirlos en adelante. El temor a desagradar a Caritea dominó totalmente su mente, así que permitió que pusieran su traje de pastor en un lugar tal que no pudiera verlo nunca más. Habiendo encontrado también en su equipaje el retrato metafórico y todas las cosas que guardaba porque venían de su amada, se las dio tranquilamente a Clarimond para que hiciera con ellas lo que se le antojase. Solo faltaba que reconociese señales de sus antiguos errores y su esperanza era obtener muy pronto de Caritea favores que tuvieran mayores consecuencias que estas.

p. 426Visto que la lectura de las novelas había sido capaz por sí sola de proporcionarle fantasías tan variadas, junto con los engaños que le habían hecho, preciso será pensar que tenía una mente muy fácil de persuadir y que era tan sencillo hacerle odiar las extravagancias como sencillo había sido que las amara. Así pues, le confesó a Clarimond que se arrepentía de buena gana de todo lo que había hecho, pero que le había sido imposible abstenerse porque, aunque supiese la verdad, quería engañarse a veces para engañar también a los demás, con el fin de hacer más notables sus aventuras; por ejemplo, nunca había creído más que a medias que se hubiera transformado en árbol, ni otras tantas cosas extraordinarias. Se había vuelto finalmente de mejor humor del que había tenido jamás, como van las mentes de un extremo a otro. Clarimond se dio cuenta de ello y le dijo que recibía con toda la alegría del mundo el verlo hecho como el resto de los hombres; dicho esto, para limpiar su mente de todas las malas fantasías, le hizo un discurso sobre la divinidad, demostrándole que debíamos adorar a un solo Dios y no idolatrar a sus criaturas, que es preciso amar únicamente por su causa; en cambio, parecía que solo adorase a Dios a causa de su amada. Le enseñó también una física distinta de la que le había enseñado la poesía. Le explicó que los ojos de una beldad no eran soles que nos trajeran el día ni que pudieran reducir a cenizas los objetos sobre los que lanzaban sus miradas. Así le dio a conocer claramente los errores que cometía en toda clase de ciencias cuando tomaba a los poetas como garantes de todo lo que decía. Para instruirlo aún más le permitió entrar en su estudio y coger algunos buenos libros.

Pasaron cinco o seis días en conversaciones semejantes, durante los cuales Anselme e Hircan se mostraron muy preocupados por saber de sus noticias. Se alegraron cuando supieron que Lysis se comportaba como un hombre cabal, pues habrían tenido el corazón de un bárbaro si, tras obtener de él todo el placer que podían desear, quisieran seguir viéndolo en su extravagancia. Deseoso Clarimond de que todos fueran testigos del excelente médico de mentes que era, tenía ganas de llevar a su huésped a casa de sus comunes amigos, pero Lysis le dijo que le costaba mucho ir porque se daba cuenta de que había hecho una infinidad de locuras ante ellos y temía que le lanzaran pullas sobre ese asunto. Clarimond le juró solemnemente que nada de eso ocurriría y luego le dijo que todos se percatarían fácilmente de que una persona enamorada no es ella misma y de que había que disculpar las acciones pasadas como las alucinaciones de una fiebre alta. Fueron, pues, en primer lugar a casa de Hircan y luego a la de Oronte, y todos se asombraron al ver que Lysis no era ya el que había hecho ante ellos tantas ridiculeces. Estaba extremadamente triste, según su natural, y su humor era parecido al que había tenido en su primera juventud. No obstante, hablaba cuando le hacían hablar, pero sin reírse de ninguna manera de cualquier palabra jocosa que le pudieran decir. Es lo habitual entre los que tienen el cerebro voluble: si se ríen o se alegran solo es en el punto álgido de su enfermedad. Su alegría no es más que una extravagancia y su risa no pasa de la comisura de los labios, pero cuando el frenesí cede un poco, apenas hacen ya ruido y la mayoría de lo que se les dice les resulta indiferente. No me extrañaría que Lysis cambiara de amor al cambiar de humor, pero es de creer que su pasión tenía una causa distinta de la locura.

p. 427Se enteró a escondidas del lugar en el que se hallaba su amada y le permitieron ir a su encuentro. Le dijo que le pedía perdón si la había importunado antaño con sus palabras extraordinarias y que ya no le daría pruebas de amor en las que no siguiese las reglas de la razón. Ella, que tenía orden de Leonor de tratarlo con delicadeza, le respondió que estaría muy honrada en que la amara con tal de que su cariño no traspasara los límites de la decencia. Quedó tan satisfecho que imaginó que las miserias yo no estaban hechas para él y, ciertamente, no se equivocaba, pues, al mismo tiempo, Anselme recibió carta de parte de Adrian en la que le decía que todos los parientes de Lysis, algunos de los cuales conocían casualmente a Caritea, estaban de acuerdo en que la tomara en matrimonio, siempre que las fantasías pasadas no le volvieran más. Anselme le dio rápida respuesta en beneficio de Lysis y le pidió que viniera a Brie con todos los que deseara traer para celebrar la boda de su primo. El mensajero salió de inmediato y Lysis, cerciorado de su felicidad, estaba tan arrobado que no sabía cómo demostrarlo. Apenas dijo nada porque Clarimond le había prohibido sostener conversaciones inútiles cuando estuviera acompañado, por temor a que soltara por descuido alguna de sus anteriores declaraciones novelescas. Tanto apreciaba a este gentilhombre desde que supo que sentía por él un afecto sincero, que tenía siempre miedo a desobedecerle y solo con que lo mirara imaginaba que todas las palabras que le venían a la mente eran superfluas, de suerte que guardaba después silencio durante bastante tiempo.

Dos días más tarde llegó Adrian con otros dos primos de Lysis. Leonor los recibió con muchas atenciones en casa de Oronte. Cuando vieron a su pariente, creyeron no haber visto nunca a un hombre tan sensato; en efecto, había tal diferencia entre lo que había sido y lo que era que, si se le escapaba por costumbre alguna impertinencia insignificante, sus mentes groseras no eran capaces de reconocerlo. El contrato de matrimonio se formalizó sin que Lysis se enterara y solo se ocupó de firmarlo. Adrian cuidó por él de darle la forma debida porque, al estar arrobado de amor, no podía entretenerse en asuntos tan bajos como los de la fortuna. Caritea disponía de algún bien que le había dejado su padre y, aparte, Leonor le daba una casa de su propiedad que estaba cerca de la de Oronte. Allí habían decidido que residiera el matrimonio, pues, a pesar de que Lysis no fuera ya pastor, no quería de ninguna manera dejar el campo. Se dio un buen festín en los esponsales y en las nupcias, que se hicieron al día siguiente. Aunque la reunión no fue numerosa, no dejaron de divertirse mucho, pero nadie se metió con Lysis; como llevaba muy poco tiempo practicando el sentido común de los hombres, era muy peligroso enfurecerle. Al ver a su amo casado, Carmelin quiso gozar de un contento semejante. Lysis le había dado una pequeña suma en pago a sus buenos y agradables servicios y Lisette no se opuso. Lo casaron un día después y, aun siendo simplón e ingenuo, Oronte lo hizo procurador fiscal de su señorío, por encontrarlo lo bastante entendido para ese puesto.

p. 428Adrian y demás parientes regresaron a París con Leonor y Anselme, que se llevó a su mujer. Oronte les escribió al poco que los dos enamorados, que eran sus vecinos, llevaban una vida muy apacible y que solo faltaba encontrarle a Lysis un cargo cualquiera que lo dejara exento de impuestos*. Cuando le consiguieron uno, se consideró muy dichoso siendo gentilhombre campestre y los trajes que llevaba, de toda suerte de colores, no le complacían menos que el gabán rústico. Pese a ello, en cuanto oía balar a las ovejas, no podía evitar una cierta añoranza del falso placer que experimentó al cuidarlas. Se perdía también muy a menudo en los bosques leyendo algún libro, pero no se apegaba ya a los libros de amor: solo tenía libros de filosofía moral. Con todo, veía Clarimond que su mente recibía toda clase de impresiones con excesiva vehemencia y temía que cayese en alguna locura nueva y quisiera hacer de filósofo estoico o de filósofo cínico a conciencia. Había Lysis leído ya en Charron y en algún otro autor que había que aplicarse en engendrar hijos, no entregarse a ello con brutalidad, y que había formas seguras de tener hijos hermosos, muy diestros y con buena cabeza; pretendía respetar con Caritea el régimen de vida ordenado para ello y se abstenía de tocarla fuera del tiempo prescrito, pero Clarimond no quería que fuese nunca ni supersticioso ni extravagante y le quitó todas esas fantasías en cuanto supo que estaba condicionado por ellas. Le dijo que había que burlarse de esos filósofos que no se habían casado nunca y querían fantasear a su manera sobre el matrimonio, y luego le aseguró que para tener hijos perfectos bastaba vivir con templanza, dejando obrar a la naturaleza y, una vez que nacían los niños, la buena alimentación hacía el resto.

Clarimond y Oronte lo fueron apartando así de todo lo que no era adecuado y, a pesar de que muchos fueran a verlo con el propósito de devolverlo a sus locuras, les resultó inútil. No quiero decir que no le sucedieran aventuras divertidas después de la boda, pero sus amigos más cercanos fueron los únicos testigos y no es mi intención aumentar aquí mi historia: hay que dejárselo a quien quiera emplearse en ello, de modo que, al trabajar dos personas distintas sobre un mismo asunto, se juzgue quién lo ha hecho mejor. Solo me queda daros una satisfacción que se busca al final de todas las historias amorosas, que es saber qué ha sido de todos los personajes de los que se ha hablado. Sabréis, pues, que Fontenay y Polidor se casaron en Borgoña y que Meliante partió de viaje. Montenor y Clarimond continúan solteros, Leonor murió y, en cuanto a Hircan, Oronte y Anselme, siguen entendiéndose bien con sus mujeres, al igual que Carmelin.

Os he contado aquí todo lo que tenía intención de deciros sobre la original fortuna de mi pastor extravagante conforme a las memorias de Philiris y de Clarimond, que no han tenido tiempo de ponerlas en orden. Después de hojearlo, Lysis no se ha enfadado en absoluto al ver publicadas sus aventuras, por creer que, sean como sean, darán testimonio del cariño que ha sentido siempre por Caritea y que, por otra parte, servirá de ejemplo para la juventud, de forma que no disponga su vida con despropósitos que van contra el orden del mundo. No obstante, como os estoy hablando de una persona que vive todavía, no sé si algunos de los que hayan leído su historia tendrán la curiosidad de ir a Brie para comprobar si encuentran al tan afamado Lysis. Por eso, les advierto desde aquí que no deben molestarse y que, seguramente, no lo encontrarían, por cuanto está tan cambiado que ha dejado hasta el nombre que llevaba cuando era pastor. Además, ¿no desconfían de mí? ¿Cómo saben que no les he contado una fábula en vez de una historia, o bien que, para disfrazar las cosas y no dar a conocer a los personajes de los que he hablado, no les he dado los nombres que llevan normalmente, no he puesto Brie en lugar de otra provincia?

FIN

i La expresión usada en el texto es «en façon du monde», una negación reforzada muy poco frecuente e inusual más allá del siglo XVII. Su traducción aproximada sería ‘por nada del mundo, ni por asomo’.

ii En el texto, bateleur, ‘titiritero’; sin embargo, tomado peyorativamente, equivale a comediante.

iii En el texto aparece, específicamente, taille, ‘impuesto pagado al señor por siervos y plebeyos’. Existe el equivalente español talla, aunque era propio de la corona de Aragón.

245 Debido a los depósitos de asfalto que allí se encuentran, los antiguos griegos llamaban lago Asfaltites a lo que hoy se conoce como el mar Muerto, situado entre las fronteras de Israel y Jordania. La anécdota de que los árboles que crecen en sus orillas producen frutas de muy buen aspecto, pero se convierten en polvo cuando se muerden, procede del historiador romano de origen judío, Flavio Josefo (c. 37–c. 100).

246 Alcida era el sobrenombre que recibía el Heracles griego y, luego, el Hércules romano, con su desnudez y su maza características. Se trae aquí una referencia suya muy repetida desde el Renacimiento: la del héroe en la encrucijada, debatiéndose entre Virtus, que le presenta una vida de sacrificios, y Voluptas, que le brinda una de placeres, representadas ambas por dos mujeres. Huelga decir que se decantó por la primera, a la que se acoge también el personaje de Lysis.

247 Cornelio Agrippa von Nettesheim (14861535) fue un filósofo, médico y alquimista nacido en Colonia. Expone su doctrina en De occulta philosophia, cuya primera versión data de 1510. En ella aboga por un sincretismo de elementos neoplatónicos, neopitagóricos y cabalísticos, que se correspondería con una teosofía cristiana. Agrippa pasa del esoterismo al escepticismo con De incertitudine et vanitate omnium scientiarum et artium (1530), que se menciona posteriormente.

248 Referencia a Hermes Trimegisto, un personaje legendario de la antigüedad greco-egipcia al que se le atribuye una colección de textos conocidos como escritos herméticos. Hoy se sabe que fueron obra de diversos autores –de los siglos II y III d.C.– y son un ejemplo del eclecticismo de doctrinas filosóficas y religiosas propias del período helenístico tardío.

249 La presencia de sátiros y demás trasuntos mitológicos, tanto en los dramas pastoriles como en danzas y ballets –interpretados estos por los propios nobles–, es un hecho contrastado y muy frecuente en el primer tercio del siglo XVII en buena parte de Europa.

250 Le piacevoli notti [Las noches placenteras] son historias variadas publicadas a nombre de Francesco Straparola entre 1550 y 1553. Se inspiran en el Decamerón de Boccaccio y fueron traducidas pronto al francés (en 1560 la primera parte y en 1573 las dos partes) y reeditadas con frecuencia (no menos de 7 veces en el siglo XVI y 3 en el XVII) hasta su prohibición.