Capítulo I
Consuelo ante la pérdida de un amigo rico
Herr Glück y su Thomas se encontraban juntos aproximadamente un cuarto de hora después de la clandestina marcha del sobrino, momento en el que por fin quiso hablar con este. Llamó al patio, pero nadie contestó. Finalmente, uno de los mozos de la casa le comunicó que el joven, junto con su sirviente, había salido hacía ya un buen rato por la puerta trasera, marchándose a toda prisa. El tío de Bellamonte se quedó tan atemorizado como el joven y asustadizo campesino que ve la silueta de un árbol en mitad del campo a medianoche, y caminaba arriba y abajo lleno de temor.
—¿Cómo? ¿Que se ha ido cabalgando? ¿Para abandonarme? ¿Qué opinas, Thomas?... Pero… Tiene que haber gato encerrado... No sé… –se decía a sí mismo todo el tiempo. La lluvia había amainado. Ya había esperado un par de horas cuando Thomas comenzó a maldecir a su hijo, al maldito condenado, y prometió que le daría una paliza de muerte.
Una vez que hubo dispuesto en su vieja y experimentada cabeza algunas reflexiones sobre la situación, Thomas se dispuso a hablar con su señor, pero Herr Glück permanecía demasiado sumido en sus propios pensamientos como para que resultase prudente interrumpirle, sobre todo porque Thomas ya había dado rienda suelta anteriormente a su preocupación y sus muestras de estima por Herr Johann.
—Mi señor… –dijo Thomas–. He estado reflexionando largo y tendido sobre las razones de la repentina marcha del joven señor… ¿No podría ser que se haya dirigido a la ciudad? Eso pensé, pero si hubiera sido así nos lo habría hecho saber. Quizás haya perdido algo en el bosque y ande buscándolo, pensé, y esto bien podría ser, por lo que volverá pronto, pues está acostumbrado a cenar en casa… o quizás… quizás tenga alguna queridita, alguna muchachita de este lugar –Aquí el viejo bribón comenzó a reírse mostrando sus dos grandes dientes, que se asemejaban a los de un cerdo y que eran los únicos que quedaban en su vacía boca.
Por su parte, Herr Glück también había hecho sus propias suposiciones. Si por algún casual le ocurriese algo a su sobrino, él sería el heredero de sus amplias posesiones, pero como no quería hacer nada de lo que no pudiese responder ante el mundo y ante Dios, decidió que las cosas siguiesen su propio curso, y hacer solamente aquello que se esperaría de él. Estas agradables reflexiones rebajaron algo su preocupación, y apenas pudo contener el deseo de que su sobrino permaneciese bien lejos.
p. 73—Thomas… –dijo Herr Glück–. Debemos dejar que Dios lo arregle todo, quién sabe a dónde se habrán dirigido esos dos jóvenes idiotas. Recuerdo –y estaba en lo cierto– que mi sobrino me manifestó su deseo de viajar a París hace un par de años, y siempre me he mostrado reacio a ello. Quizás se trate de esto, pues que sea tal y como él quiera. En algún momento tendremos noticias de él.
Tras decir esto se puso en pie con un gesto de satisfacción y se preparó para salir. El posadero le pasó la cuenta, y Herr Glück discutió un poco con él sobre la poco cristiana suma de la misma. Conforme se disponía a subir al caballo, entró en el patio de la venta un conocido comerciante que viajaba a una hacienda de recreo no demasiado alejada de allí. Este se alegró al ver a un conocido suyo de manera tan inesperada. El comerciante tuvo que acompañarle de nuevo a la taberna, a la que mandó llevar sus frasqueras, y allí se sentaron para pasar el tiempo disfrutando del zumo de la uva. Herr Glück era un gran amante del vino, pero no se excedía en su ingesta tan fácilmente cuando el gasto corría de su cuenta. En este caso, sin embargo, se permitió paladearlo, y de este modo hundir en el vino lo que quedaba de sus preocupaciones. Thomas también se llevó un par de vasos al gaznate, y todos quedaron tan satisfechos que no llegaron hasta la noche a la ciudad, y lo hicieron tambaleándose en sus caballos. Gracias a los vapores causados por el vino, que generalmente suelen aumentar aún más la pasión dominante en un hombre, Herr Glück pintó la ausencia de su joven e insensato sobrino con todas las ventajas. De hecho, cuando se fue a la cama, sus pensamientos se ocupaban del matrimonio y la continuación de la especie.
Por el contrario, Thomas no estaba tan satisfecho con el destino de su hijo como para no mostrarse algo disgustado, y su naturaleza más cabal pronto se vería recompensada. Pues cuando a la mañana siguiente andaba dando vueltas por ahí exigiendo algunas rentas a algunos deudores de su señor, y deambulando, entre otros lugares, por el mercado, delante de la tienda de un espadero vio un caballo que se asemejaba completamente al de su hijo. Se acercó y lo vio negociando por una buena espada.
—¿De dónde diablos vienes, Görge? –le gritó, y Görge se estremeció, pues conocía muy bien la voz de su padre.
—Que… rido pa… padre… yo… yo esta… yo estaba… –balbució.
—¿Dónde está nuestro Herr Johann? –le interrumpió su padre–. ¿Dónde os habíais metido, causándonos tanto temor? Tu madre ha estado llorando y gritando la mitad de la noche.
Al darse cuenta de que Görge parecía estar bastante abatido y asustado, Thomas no pudo contenerse y comenzó a insultarlo.
—¡Tú, maldito condenado! ¡Ladrón! ¡Bellaco! ¿Tenías que asustar a tus padres de esta manera? ¿Tenías que hacerlo? –El espadero se quedó pasmado ante tal aparición. Para terminar, Thomas le dijo:
—Tendrás que explicarle a nuestro señor por dónde habéis estado danzando tú y Herr Johann.
Tras decir esto, sacó a Görge de la tienda cogiéndole de la manga, y le pidió a un joven que llevase el caballo a casa tras ofrecerle una mísera recompensa (Moyennant deux souls)*.
De repente, el pobre Du Bois vio cómo su bello nombre quedaba transformado en el despreciable apelativo de Görge, y cómo su padre se lo llevaba a casa cogido de la manga. El espadero lo siguió con la espada en la mano gritando:
p. 74—¡Señor! ¿Qué hacemos con la espada? ¿Os pasaréis a buscarla? ¡No me podéis dejar tirado, ya habíamos acordado un precio por ella!
—Ya veis, señor, que… –contestó Görge mirando hacia atrás y con algunos movimientos de las manos.
—¡Vamos, muchacho! ¡A casa! –gritó Thomas–. Y respecto a vos, mi querido maestro herrero, os podéis quedar esa brocheta, pues no quiero que mi hijo tenga esa herramienta del diablo. Con esto tiene suficiente –dijo mostrando su viejo sable.
El maestro espadero empezó a encolerizarse y dijo:
—El que diga que mis espadas son brochetas y herramientas diabólicas es un hide***.
El resuelto Thomas hasta ahora no había conocido taberna en la que alguien se permitiera llamarle por un nombre tal, por lo que dejó escapar al pobre ayuda de cámara, que afligido dudaba si en realidad lo era, para poder pegarle al artesano un golpe en los morros tal y como el que podría esperarse del puño de un cochero o de uno de los mozos de la casa. Esta fue la señal para el comienzo de una batalla, que continuó con el golpe de la empuñadura de una espada sobre la cabeza de Thomas.
Lamentablemente me encuentro ahora mismo en un estado de ánimo en el que no me veo capacitado para describir un combate, por lo que prefiero dejar que este termine pronto en lugar de alargarlo durante al menos un cuarto de hora e introducir a otros personajes como combatientes. Haré por lo tanto bajar a la señora de la casa, quien, tras escuchar el ruido, procedió a separar a su marido de Thomas, al que un par de honradas personas también le prestaron este servicio.
Observad que presto termino con un asunto cuya narración podría haber despertado bastante interés si no hubiera sido tan egoísta como para negarle el paso a la posteridad a las circunstancias de esta acción, algo que sin embargo sí se le concederá a las astillas del leño del patio de la condesa de Villafranca.
Una vez que esta pelea se hubo zanjado tanto como quise que se llegase a zanjar, Thomas agarró a su hijo del hombro y caminó con él en dirección a la residencia de Herr Glück. Cuánto le hubiera gustado al buen Görge escabullirse en los momentos en los que su padre andaba ocupado en otra cosa… si hubiera tenido su caballo…, pero… aquel ya lo había puesto en camino antes hacia casa, y ¿qué podía hacer sin caballo? Encomendó su causa a Dios y al Destino, y se resignó a que se le hubiese reconocido y a que se le llevase de vuelta a casa, pues, a decir verdad, los hechos heroicos que antaño había admirado habían perdido en su mente mucho de su valor, ya que su pobre espalda siempre se había llevado la peor parte en ellos. Solamente sentía algo de pena por su querido señor, al que tendría que abandonar. Sus marquesiles proyectos habían comenzado a desvanecerse, y ya se veía más que satisfecho por quedarse en casa tranquilamente. Mientras se encontraba sumido en estos pensamientos, su padre lo condujo finalmente hasta Herr Glück, que se encontraba en su escritorio. En el camino no le dedicó muchas más palabras que algunos reproches e improperios.
p. 75El viejo señor había estado ocupando sus pensamientos en su sobrino, y continuaba consolándose con sus brillantes esperanzas, cuando de repente le vino a la cabeza lo que la gente diría cuando se conociese la precipitada marcha de este. ¿Acaso no pensarían que se lo había quitado de encima? ¿Podría llegar a tener problemas por esto? Comenzaba a desear poder encontrarlo de nuevo y ahorrarse todos estos desvelos cuando Thomas y Görge se presentaron ante él en la habitación. Medio intencionadamente, pero también medio a regañadientes, pero sobre todo completamente sorprendido, los miró y les dijo:
—Tú, bellaco, ¿así que ahora vuelves a casa? ¿Dónde está Johann? El maldito muchacho no merece ser mi sobrino, no me ha causado más que sustos y disgustos.
—Mi se… señor… –tartamudeó Görge–. No pue… puedo decí… decírse… lo…, él me… me ha…
—¡Maldito perro! –gritó Herr Glück–. ¡Quieres ponerte a hablar de una vez! ¡Dime dónde está! ¿Dónde habéis estado? ¿Qué habéis hecho?
El pobre ayuda de cámara estaba totalmente aterrorizado ante la vehemencia del viejo Glück, y no deseaba otra cosa que su señor entrase por fin en razón y abandonase las aventuras, de las que él ya estaba bien cansado, a pesar de que a veces el recuerdo de Lisette le asediaba. Aun así, no quería traicionar a su señor.
Finalmente, hizo de tripas corazón y dijo:
—Mi señor… me gustaría contaros todo, pero mi amo me lo ha prohibido bajo amenaza de cortarme el cuello y querría…
Mientras tanto, el viejo Glück vio colgar del zurrón de Görge el cordel dorado del monedero de Herr Johann, por lo que se decidió a tirar de él, a lo que naturalmente siguió el monedero entero.
—¡Ladrón! ¡Sinvergüenza! –gritó, completamente agitado e iracundo–. ¿Qué significa todo esto? ¡Sin duda has asesinado en secreto al pobre muchacho para robarle su dinero!
—Mi señor –le interrumpió Thomas–. Espero que no estéis acusando a mi hijo, que siempre se ha comportado piadosa y honradamente, de…
—¡Thomas! ¿Acaso no veis?
—Bien lo veo, mi señor, pero… ¡Görge, habla de una vez!
El pobre diablo estaba completamente aterrorizado, y ya se imaginaba al verdugo, la rueda y la horca. Apenas pudo contar tartamudeando cómo su señor le había dado el monedero con las monedas de plata para comprar una espada.
—Es cierto –añadió Thomas–. Yo mismo me lo encontré en la espadería. Menudo bellaco, quería que se le pagase la espada, pero conseguí evitarlo. Me llevé algunos golpes, pero seguro que mis bofetadas aún le duelen. ¿Tú qué opinas, Görge?
—Hay algo que no comprendo –continuó el viejo Glück–. Johann ya tiene una espada, ¿para qué necesitaría…? Cuenta, Görge, cuenta todo por lo que ya te he preguntado, hijo mío… o de lo contrario vas a ver…
p. 76El bueno de Du Bois, que ya había renunciado a este famoso nombre, vio que no le quedaba salida alguna, por lo que decidió ser sincero y contar todo lo que sabía.
—Mi señor… no sé cómo podría llegar a contaros si no… Escuchad. El ilustrísimo marqués de Bellamonte y yo llegamos antes de comer a un bosque, y vimos cómo un noble se veía asediado por unos asesinos. Le ayudamos y recuperamos su monedero. Después mi ilustrísimo señor quiso continuar buscando bellas hazañas, pero tanto vos como los campesinos nos lo impidisteis. Esto no le gustó a mi ilustrísimo señor, y por eso me dijo: «Du Bois, debemos continuar con nuestra empresa», y esa fue la razón por la que os abandonamos ayer en la aldea. Como llovía, entramos en otra aldea, y allí encontramos a la condesa de Villafranca, una joven y encantadora dama, mi señor, que nos llevó a su casa de campo. Tenía una elegante doncella de cámara, que me gustó mucho más que nuestra Marie, pero también estaba con ellas una vieja carabina, que se parecía al mismísimo diablo. Esta se había dado cuenta tanto de que mi ilustrísimo señor amaba a la joven condesa como de que yo sentía lo mismo respecto a su doncella de cámara, y quizás tenía razones para evitarlo. En suma, cuando me iba a la cama me vi repentinamente aterrorizado por un horroroso fantasma con cadenas, que se peleó atrozmente conmigo hasta que derribó la puerta a golpes. Después, el señor marqués se batió con el fantasma, y lo persiguió hasta el patio, donde se desvaneció. Mientras tanto, yo ya había visto otros dos espectros, y, aterrorizado, me vestí rápidamente. En el patio me encontré al señor marqués peleándose con todo un regimiento de asesinos. Tendríais que haber visto qué golpes tan horribles les propinaba; pero no es que yo pelease menos. Finalmente, por medio de una argucia conseguí conquistar nuestros caballos, justo en el momento en el que la espada del señor marqués había quedado hecha pedazos. Nos pusimos de nuevo en marcha y cabalgamos por el bosque, donde pasamos la noche en la aldea de O***, que se encuentra dentro del mismo, y donde todavía permanece mi señor, quien me envió a comprar otra espada. Podéis hervirme o asarme, pero no puedo contaros nada más ni nada mejor.
El noble ayuda de cámara calló y el viejo Glück observó durante largo tiempo y en silencioso asombro los sinsentidos de Görge, pues por tales había tomado toda la narración.
—Que Dios se apiade de ti, joven –dijo finalmente–. Has debido hacer algo que te ha secado el cerebro, no entiendo nada de lo que has dicho, y tendrás que intentar hablar de otro modo, si es que puedes. Johann, el marqués de Bellamonte… tú, Du Bois, su ayuda de cámara… la condesa de Villafranca… su doncella de cámara… que estáis enamorados… un fantasma con cadenas y varios asesinos… todo esto son cosas incomprensibles. Pero tras pensarlo un poco, me parece que te has vuelto loco, y tu señor también ha de estarlo, pues de lo contrario no escucharía este tipo de cosas… qué más da. Los malditos libros por los que os encerrabais tan a menudo en la acoba y de los que hablabais sin cesar os han secado el cerebro, pero pondré bien lejos de vuestra vista esos condenados libros.
—No os cuento otra cosa que aquello que realmente ha ocurrido. En lo que se refiere a mi señor, no quiero hacerme responsable de su cordura. Quería batirse a cuchillazos, pero no tenía espada, por lo que pasó la noche en el bosque. En lo que me concierne, tengo todos mis sentidos de nuevo conmigo, pero como ocurre con el pastor y el rebaño, se juzga al siervo por su señor. Es cierto: ya no tengo tantas ganas de irme a la aventura como mi señor, pero es que me han dado tantos palos, que creo que voy a estar sintiéndolos durante todo un mes. La noche pasada, los fantasmas llegaron incluso a tirarnos al suelo junto a una puerta, lo que hizo que mi señor se diera un golpe que le hizo sangrar por la nariz. Tuvo que lavarse antes de llegar a la aldea para que la gente no lo confundiese con un diablo o con un loco.
El ayuda de cámara calló, y el viejo Glück reflexionó sobre lo que iba a decir.
p. 77—¿Dices que Johann está en O*** ?
—Sí, me está esperando –contestó aquel, y el amor que el tío tenía por su sobrino pudo finalmente con él.
—Escucha, Görge. Si quieres que no crea que me has engañado, cabalga ahora mismo hasta la aldea y dile a tu señor que no has podido comprar una espada porque te robaron el dinero en el camino. Te seguiré de cerca, y no me importará gastar algunos táleros que voy a tener que dar por los caballos si con ello logro recuperar a mi querido sobrino. Si no te encuentro en la aldea, he de advertirte que no te me escaparás.
Görge quedó satisfecho con el trato, y se puso en marcha. Herr Glück y Thomas esperaron una hora más, y después comieron tranquilamente para dirigirse posteriormente a O***, ya que los caballos no se encontraban particularmente agotados esa mañana.
*En francés en el original, 'pagando/abonando/mediando dos monedas'. El sou fue una moneda francesa que deriva su nombre del solidus romano.