Capítulo II
Algo sobre un autor dramático
Se acercaba la hora de la cena cuando llegaron a dicho lugar. Allí encontraron caras conocidas: un aprendiz de comerciante peripuesto con una muchacha a la cual solo atendía para hacer ver su propia excelencia, porque no es que llevara ninguna intención real, pues ahora ya no va conforme a los nuevos usos de conducta desposar al objeto al que se le dice que ha cautivado nuestro amor, unas normas de comportamiento que solo pueden haber surgido de la mente de un petimetre. Bellamonte conocía a este adonis de rico jubón, quien en sí no tenía nada más de atractivo, pero que debía de resultarlo por la cadena dorada del reloj o la tabaquera de rapé con la que jugueteaba sin cesar. No obstante, solo lo conocía de vista y para el resto era completamente desconocido, al igual que el autor, el cual, por su parte, sí conocía bien a aquel, a la muchacha y al tercer hombre del grupo. Este tercer hombre había sido siempre objeto de las sátiras del autor, a pesar de que ni siquiera conocía a este enemigo. Lo llamaban Le Petit y también él era escritor.
Herr Le Petit era el compañero habitual de ese pisaverde de mercader, pues se tenía por poeta de corte y cuando su héroe deseaba recitarle algo a una muchacha, Le Petit tenía que cantarlo para expresarlo así de manera más conmovedora. Su patrón, a cambio, le daba dinero con el que le compraba al poeta la fama y hacía como si él mismo hubiera compuesto los poemas. Pero principalmente este autor era tan bueno para el teatro como lo seguía siendo el viejo Labelphie, el cual hacía piezas de teatro para los comediantes ambulantes30. El autor conocía el punto débil de Le Petit y conocía sus circunstancias. Siempre llevaba en el bolsillo una sátira contra él.
Se llevó aparte al marqués.
—Señor mío –le dijo–, creo que necesitáis algo de esparcimiento. Mirad a ese hombre. Se llama Le Petit y se tiene por el mejor dramaturgo de todo el país. Por mi alma os juro que iría peor vestido que yo si tuviera que ganarse el pan con sus piezas, pero así consigue más con una miserable oda que yo con todo un poema épico. Y, pese a todo, para sus canciones son demasiado buenas las gaitas y las liras incluso si las canta una hermosa criatura, entiéndase, de los conocidos del señor aquí presente. Por suerte llevo una pieza conmigo a la que he añadido algunos comentarios y que he llevado a la imprenta por cuenta de algunos amigos. Esta ha de ser la ocasión que quisiera darle para que me reconozca.
Bellamonte consideró que la noche sería suficiente para abandonarse a sus pensamientos sobre la hermosa Villafranca y, así pues, no consideró que fuera un pecado el divertirse aquella velada. Se quedó observando a Herr Le Petit y encontró que la pequeña figura de aquel era tan similar a la de un gallo como la cara del príncipe de Condé lo era a la de un águila, tras lo cual apenas si pudo contener la risa31.
p. 105El autor prosiguió diciéndole con malicia al marqués:
—Señor mío, volviendo a la conversación que hemos mantenido en el camino, me permito preguntaros si habéis visto representar la tragedia titulada Belisario32.
Bellamonte lo captó. Respondió con un no y le pidió que le diera más información al respecto. El autor prosiguió:
—Puedo aseguraros que era muy triste y me da la impresión que tuvo por autor a un asistente del tribunal criminal. Uno percibe toda la pieza como poco más que interrogatorios penales por alta traición y considero que es muy probable que se hayan seguido las reglas de mover a compasión y temor, según las prescripciones de Aristóteles, condenando a muerte a mucha gente.
Le Petit escuchaba esta alocución del autor con una íntima satisfacción que solo es comparable a lo que yo mismo sentiré con los halagos que se otorgarán a la presente obra. Él era el autor del Belisario y se regocijaba enormemente al escuchar un elogio, tanto más cuanto los comediantes no querían darle más que un tálero por esta tragedia porque no había tenido apenas público y además este la había abucheado. Se podía ver cómo se envanecía y se levantaba de la silla.
—Os estoy muy agradecido –dijo poniendo cara de perfecto escritor– por vuestro elogio del Belisario. Yo escribí esa tragedia y la considero una de mis mejores piezas.
—Soy yo quien estoy en deuda con la Fortuna –replicó el autor– por tener la dicha de conoceros. Vos debéis de responder al nombre de Le Petit, pues este es el famoso nombre gracias al cual se conocen en este mundo Belisario, Cleopatra y Zenobia –El poeta lo confirmó y escuchó los desenfrenados elogios con gran satisfacción–33. Los entremeses en Belisario –continuó diciendo aquel– están muy bien inventados y encajan allí de la manera más natural. No obstante, y no me toméis a mal que me atreva a juzgaros, la catástrofe de la Cleopatra me resulta más trágica y conmovedora que la de Belisario.
—Tenéis razón –respondió Le Petit–, Cleopatra se suicida ante la mirada de los espectadores y se coloca la serpiente en el pecho de tal forma que todo el mundo lo ve. Esto es obviamente dramático, y asimismo era mi intención que le sacaran los ojos a Belisario en escena, mas esto no era sencillo de llevar a cabo.
—Es cierto –respondió el autor–, mas si yo fuera un gran señor, deberíais ofrecerme una escena como esa, y no escatimaría en gastos cada vez que se representara la obra para disponer de un babuino domesticado. Comprenderéis que en la escena Belisario no tendría por qué hablar. Al babuino lo vestiría con los ropajes de Belisario y haría que le sacaran los ojos. Los espectadores no notarían desde la distancia si se trata del rostro de una persona o de un mono.
Le Petit dio su aprobación a esta idea y añadió que le habría gustado disponer de otro bello decorado para el Belisario, en el cual le habría añadido una escolta de cincuenta personas al emperador Justiniano, pero que los comediantes no se habían mostrado de acuerdo a pesar de que tenía ya hasta treinta mancebos de zapatero y de pañero a su disposición.
p. 106—Eso habría sido algo realmente sublime –dijo el autor–. ¡Os lo aseguro! ¡Oh, soy un gran partidario de lo sublime! –Y en este punto no pudo disimular su vanidad de escritor–. También yo me he dedicado a la poesía –prosiguió– y me encantan sobremanera las epopeyas. Justo hoy he comenzado a escribir una, la he titulado El triunfo de los pigmeos sobre las garzas34. Es, de hecho, sublime, aquí mismo tengo el comienzo.
Se habría puesto a leérsela si Le Petit no lo hubiera interrumpido:
—Oh, encontrará otras huellas de lo sublime en mis poemas. Por ejemplo, en el Flaminio aparece un barbero, una señal inequívoca de la fastuosidad del comandante35. He imitado de manera excelente a Shakespeare, quien en Hamlet lleva a escena a sepultureros y en Mario a un boticario, aunque no para ser sublime, como yo, sino más bien para estimular el deleite de los espectadores36.
El autor, que antes había tratado con insidia a Herr Le Petit, se puso casi furioso cuando este lo interrumpió en la lectura del comienzo de su epopeya, y comenzó a hablar en voz alta:
—Señor mío, yo también he escrito la epopeya Catón, en cuyo último libro se encuentra un aprendiz de cocinero que debe hacerle una sopa envenenada al héroe y que es tan sublime como vuestro barbero37.
Herr Le Petit se dio cuenta de que el autor decía esto con gesto algo despectivo. Comenzaba a subirle la bilis y frunció la nariz.
—Sin embargo –respondió este–, de gentes de juicio probado no he oído opiniones demasiado favorables.
—Oh, sí, os prometo –replicó el autor– que por mi Catón he recibido más de un tálero, y vuestro Belisario…
—En lo que a ello respecta –gritó Le Petit–, diría yo que vuestro Triunfo de los pigmeos no valdría mucho más. La gente se reirá del contenido…
—Acordaos de la oda –le dijo riendo el autor–:
¿Quién puede verte, hijo de dioses,
Sin quedarse totalmente asombrado?...
Y los comentarios… ja ja ja. Soy yo el que hizo dichos comentarios, mi buen Herr Le Petit, y os aseguro que causaron mejor impresión que la misma oda. Aquí, señor –se dirigió al marqués de Bellamonte, que lo había escuchado con placer–, aquí tenéis un ejemplar de esta oda y de las anotaciones. No habréis leído nada igual hasta ahora. –Y al mismo tiempo le lanzó al héroe un par de pliegos impresos.
30.Los traductores de esta obra han sido incapaces de encontrar referencia a dramaturgo alguno llamado Labelphie.
31.Se refiere a Luis II de Borbón-Condé (1621-1686), duque de Enghien, príncipe de Condé, par de Francia y general francés durante la Guerra de los Treinta Años. Acogió en su corte a escritores como Boileau, Molière o Racine. Sus memorias aparecieron tras su muerte, en 1743.
32.Belisario (505-565), famoso general de Constantino I, azote de vándalos y ostrogodos y artífice de la expansión bizantina en el Mediterráneo occidental, fue un personaje histórico caro a los dramaturgos y libretistas dieciochescos. El tema de Belisario fue, por ejemplo, elegido por el comediógrafo veneciano Carlo Goldoni (1707-1793) para su primera tragicomedia, de título homónimo, representada por vez primera en el teatro San Samuele de Venecia en 1734.
33.Las figuras de Cleopatra y Zenobia, princesa de Palmira, fueron fuentes de inspiración recurrentes para la dramaturgia europea de los siglos XVII y XVIII. La historia de la faraona egipcia fue dramatizada por Corneille (1744), Lohenstein (1661), Dryden (1678), Colley Cibber (1724) y Marmontel (1750), mientras que los destinos de la princesa de Palmira, materia literaria desde la Edad Media gracias a figuras como Chaucer o Christine de Pisan, fueron dramatizados por Pedro Calderón de la Barca en La Gran Cenobia (1625), representada en 1720 en Halle. La figura de Zenobia también aparecerá en la ópera Zenobia und Radamista, representada varias veces en Leipzig, tal y como apunta Gottsched en Die Deutsche Schaubühne (1744).
34.Ver la nota veinte a este trabajo.
35.Esta supuesta obra toma como personaje principal a Cayo Flaminio, político y militar de la República romana durante el siglo III a.C., y que pasó a la historia por su famoso desafío al senado romano y por su muerte en la batalla del lago Trasimeno frente a las huestes de Aníbal.
36.No existe obra de Shakespeare que responda a tal título. En Romeo y Julieta (1597) hay un boticario que proporciona el veneno a Romeo. Quizás se trate, por lo tanto, de un error de imprenta y por Mario Neugebauer se esté refiriendo a Romeo.
37.La figura de Marcio Porcio Catón de Útica o el Joven, famoso por su suicidio ante la dictadura de Julio César, ya había sido dramatizada por Gottsched en 1731 en su obra Der sterbende Cato.