Traducción
Original
Capítulo IV
Sir Billy, armado caballero, sale en busca de aventuras. Su encuentro con las marionetas gigantes, su encarcelamiento en un castillo de madera encantado y la hospitalidad del sabio Frestón.
Mientras Sir Billy y su escudero actuaban así con toda la pompa de la caballería, el anciano Thomasio, que volvía de pagar sus rentas al propietario, informado de la huida de su hijo y (lo que más le importó) de dos de sus mejores caballos, estalló en tan triste lamento que habría conmovido a un corazón de sílex. Maldecía el día en que llevó a su hijo a la escuela, pero, aún más, el haberle comprado libros de caballería andante, diciendo que todos eran pura hechicería y por lo tanto indignos de ser tolerados en una comunidad bien gobernada. Viendo entonces que no podía castigar a su hijo, decidió vengarse a través de sus libros, pero como era ignorante en todo lo que se refiere al saber, se reunió con Sir John, el cura de la parroquia, para revisarlos y para arrojar al fuego los que este censurara.
Billy había guardado toda su biblioteca en un baúl muy grande con cerradura, cuya llave llevaba siempre consigo, así que el anciano Thomasio tuvo que romperlo para abrirlo. El primer libro que cogieron fue Sir Bevis de Southampton.
—Este –dijo el cura– es el padre de todos nuestros novelistas ingleses. Trata de un caballero que vivió en la época del rey Guillermo el Conquistador, pero contiene por cada metro de mentira un centímetro de verdad*.
—A fe mía –dijo Thomasio–, dicen que un mentiroso es tan malo como un ladrón, así que al fuego irá aunque haya dado muerte a gigantes y dragones.
Los siguientes que tenían a mano eran la primera y segunda parte del Amadís de Gaula en inglés.
—El original de este –dijo el cura– es francés y tiene más de treinta partes, pero en inglés solo hay seis.
—Y por la reja de mi arado –dijo Thomasio–, que más de cinco ya es demasiado, así que irá con su compañero Sir Bevis a la hoguera.
p. 42—A continuación –dijo el cura– aquí está Palmerín de Olivia en tres partes, Primaleón de Grecia en tres partes, Palmerín de Inglaterra en tres partes y Palmendos en una. Todos estos forman una misma historia de un emperador de Constantinopla, llamado Palmerín de Olivia, su hijo Primaleón y su nieto Palmerín de Inglaterra, y de otros.
—A fe mía –dijo Thomasio–, que estos Palmerines y Amadises fueron conocidos por sus espadas siempre dispuestas a cortar y acuchillar, lo que provocó gran conmoción en el mundo, pero los pondremos juntos en un mismo fuego, a pesar de que fueron individuos tan grandes en su época.
—El siguiente –dijo el cura– es Don Belianís de Grecia, que podía cortar a dos o tres gigantes por la mitad de un solo tajo.
—Aunque fuera Aquiles de Grecia44 –dijo Thomasio– debería ir al fuego y, si tuviera a mano al autor de su historia, debería también acompañarlos por sus abominables mentiras.
—El siguiente –dijo el cura– es Paladín de Inglaterra, otro también de origen francés, pero más recatado en su expresión que Don Belianís.
—Su recato –dijo Thomasio– no lo justifica, así que va entero al fuego aunque sea un francés tan grande como Carlomagno45. ¿Y qué hay, Sir John, de este que tiene una cortina dibujada sobre las letras del principio?
—Este –dijo el cura– merece ser salvado, pues es la historia de Argalus y Parthenia, escrita por el divino poeta, el señor Francis Quarles46.
—¿Por qué? –dijo Thomasio–. ¿No fue ese Argalus un caballero andante?
—¡Oh, no! –respondió el cura–. Se lo consideraba modelo de virtud y ejemplo de amor auténtico y de magnanimidad.
Estas palabras permitieron al noble Argalus librarse del fuego, pero el siguiente libro que cayó en sus manos tuvo peor suerte. Era el Espejo de príncipes y caballeros en nueve partes, para el que Thomasio no tuvo piedad, diciendo que el fuego purgaría todas las mentiras que abundaban en ese y en otros libros de caballería andante. Fue al fuego, como también los Cuatro hijos de Aymon, Arturo de la Gran Bretaña, Arturo de la Pequeña Bretaña, Valentine y Orson, Parismus y Parismenos, Monteleón el Caballero del Oráculo, Ornatus y Artesia, Los siete paladines de la cristiandad, Guy de Warwick, Cleocretón y Cloriana, Chinón de Inglaterra, Galien de Francia, Aratos príncipe de Grecia, Tom de Lincolnshire el Caballero de la Rosa, Huón de Burdeos, Pheander el Caballero Modesto y todos los demás libros de este tipo, de los que no iba a dejar ni uno. Además, no estaba ninguno de los de género más refinado, como la Arcadia de la condesa de Pembroke, Bentevolio y Urania, El ilustre Bassa, el Gran Ciro, Astreo, Palexander, Eremena, La virgen desterrada, Coralbo, Ariana, Clelia, Casandra, Cleopatra, Faramond, Ifigenia, el Gran Escipión y algunos otros. Estos, según creo, o no se habían escrito en su época o eran demasiado caros para comprarlos. También había algunos libros de poesía, pero como toda la rabia de Thomasio iba contra la caballería andante, dejó que esos se escaparan del fuego, aunque creía que no eran buenos para nada, excepto para ponerlos debajo de las empanadas de cordero o de las tartas de manzana.
p. 43Mientras todo esto ocurría, Sir Billy seguía con sus aventuras de caballero sin poder imaginar el juicio de fuego al que se enfrentaban sus caballeros andantes en casa. Pensaba que iba a pasar mucho tiempo hasta que pudiera encontrar alguna aventura que colmara su ambición, pues estaba plenamente convencido de que, ahora que se había hecho caballero, ningún poder podría soportar la fuerza de su brazo invencible. Mientras tanto, su escudero rezaba con devoción para que se encontraran con otro castillo parecido al anterior donde dar algún tipo de satisfacción a su panza, que no dejaba de gruñir cada cinco o seis horas reclamando algún tipo de suministro. Habiendo recorrido unas tres o cuatro millas, llegaron a una ciudad con mercado donde se celebraba una feria, en medio de la cual había una señorial posada donde se iba a representar un espectáculo de marionetas, para lo cual habían colgado un cartel donde se leía esto:
En este lugar se verá la lucha entre el pequeño David y Goliat, el gigante de Gath, así como la de otros gigantes a los que dieron muerte los sirvientes de David47.
Billy, al leer el anuncio y enterarse de que los gigantes estaban dentro, decidió enfrentarse a ellos; de modo que, bajándose del caballo, lo dejó en manos de Ricardo mientras él iba a matar a los gigantes, y siguiendo a la muchedumbre llegó a la puerta donde una mujer sentada recogía el dinero de los que iban a ver el espectáculo. Sabiendo que los caballeros andantes tenían el privilegio de entrar en todos los lugares sin dinero, Billy se negó a pagar, por lo que le impidieron el paso, ante lo cual, enfurecido, sacó su espada y amenazó con matar a cualquiera que se le opusiera; y así, sin encontrar mayor resistencia, irrumpió en la sala donde los gigantes estaban colocados en una mesa listos para el espectáculo. Apenas Sir Billy los vio, arremetió contra ellos tan rápido como un rayo con su fiel espada Rosero, provocando tal estrago que el director del espectáculo, descompuesto, salió de allí corriendo y gritando: «¡Socorro! ¡Socorro! ¡Asesino! ¡Asesino!»; ya que le habían destrozado sus gigantes antes de que hubiera empezado la pelea.
Estas horrísonas voces alertaron inmediatamente a una turba de gentes revueltas que entraron corriendo y cayeron sobre Billy, atacándolo igual que él había hecho con las marionetas. Él, sin embargo, actuó con tal valentía que dos o tres veces los hizo batirse en retirada, hasta que por fin llegó el alguacil con seis u ocho ayuantes armados, que le ordenaron en nombre del Rey que se estuviera quieto. «Tú, malvado nigromante», dijo Sir Billy, «te desafío a ti y a todos los gigantes del mundo». Y con estas palabras se arrojó sobre el alguacil con todas sus fuerzas, dándole tales golpes como los de Héctor cuando hizo estragos entre los griegos48. Pero ¡ay!, ¿qué puede hacer el valor por sí solo contra una multitud?, al mismísimo Hércules se le podría derrotar si le superaran en número. Uno de los guardianes se le acercó por detrás de forma cobarde y lo derribó con su alabarda, y así quedó tendido en el suelo nuestro joven Bevis, nuestro Amadís, Palmendos, o como queráis llamarlo. Mientras tanto, la gente afuera había prendido a Ricardo y le preguntaban que quién era el loco con el que había llegado y la razón por la que iban así ataviados con armaduras.
—Ese héroe magnánimo que habéis visto –dijo Ricardo– es el invencible caballero en armas, Sir Billy de Billerecay, y yo su escudero don Ricardo, nacido para ser gobernador de una ínsula cuando mi amo pueda conquistarla; la razón por la que vamos con armaduras es porque es costumbre de caballeros y escuderos andantes.
Esto hizo que la gente pensara que eran un par de locos y por ello, poniendo a buen recaudo sus caballos, metieron tanto al caballero como a su escudero en la jaula49.
Billy, encerrado en ese habitáculo de madera, comenzó a enfurecerse:
p. 44—Viles malhechores –dijo–, prole de víboras y sapos venenosos, enemigos de la bondad y rivales de la verdadera caballería, no penséis que con vuestros malditos hechizos habéis encantado mi cuerpo, pues sé que con la ayuda del sabio Frestón me libraré de vuestro encantamiento y entonces me vengaré de vosotros, convirtiendo las altas torres de vuestros edificios, que parecen rivalizar con las pirámides de Egipto, en polvo, como la gloriosa ciudad frigia del rey Príamo, ahora cubierta de maleza apestosa y charcos repugnantes; mandaré al destierro a vuestras esposas e hijos, y os dejaré en una situación tan intolerable que ni los tormentos de Sísifo, Tántalo o Edipo serán comparables con los que os infligiré50.
Estas furiosas palabras hicieron que los jóvenes lo abuchearan, mientras Ricardo estaba sentado suspirando al ver cómo sus esperanzas sobre la ínsula se habían transformado en una jaula, lo que su amo, pese a todo, le explicaba como resultado de un encantamiento:
—¿No has leído –decía– cómo los siete paladines de la cristiandad, habiendo matado a los gigantes que pertenecían a Leoger, el Caballero del Castillo Negro, fueron arrojados por un mago a una cama de donde no pudieron moverse hasta que los liberaron los tres hijos de san Jorge?
—Pero –dijo Ricardo– no creo que haya sido un mago el que nos ha metido en esta jaula, sino un oficial como el que tenemos en Billerecay, al que llaman alguacil, porque tenía en la mano un bastón de mando* que prueba que es una autoridad.
—Eso –dijo Billy– se debe a tu ignorancia, porque no sabes que un mago puede tomar la forma que quiera. ¿Acaso no toma de vez en cuando el diablo la apariencia de un prestamista, o de un usurero, o a veces de un oficial de los que persiguen a los vagabundos? Bajo esas formas comete muchas fechorías, pues un hombre solo no puede actuar de una manera tan vil, sólo el diablo cuando adopta esas formas.
Mientras el caballero y su escudero así conversaban, llegó el alguacil para llevarlos ante un juez, lo que hizo llorar a Ricardo con amargura; pero Billy estaba tan convencido de sus ideas que ya podríais haber movido la Tierra de su centro o detenido al sol en su curso diurno, que no lo habríais hecho cambiar de opinión, ni que pensara que los libros de caballería andante no eran verdad, sino que eran tan ciertos como la voz del mismo Júpiter. El juez, aunque era serio y firme en su oficio, gustaba mucho del jolgorio y las bromas inofensivas, y cuando se le informó de todo lo que había ocurrido, se sorprendió de la extravagancia ilimitada de los unos y la simplicidad inofensiva de los otros. El dueño del espectáculo se quejó amargamente del daño que había sufrido:
—Ni siquiera después de una batalla –dijo– habríais visto las extremidades cercenadas de los masacrados cadáveres tan dispersas como en esta escaramuza: un brazo aquí, una pierna allá, mi gigante Goliat en particular estaba tan destrozado que su cuerpo deshecho no sirve ya ni para hacer espantapájaros.
Al oír la palabra espantapájaros, Ricardo dio un paso adelante y dijo: «Mi señor ha tenido muy mala suerte enfrentándose a espantapájaros gigantes».
Le contó entonces al juez los golpes que ambos habían recibido al enfrentarse al espantapájaros gigante, tal y como se contó en el segundo capítulo.
p. 45El juez quedó tan complacido con este relato que decidió seguir con la broma; así que, ofreciéndole al director del espectáculo diez libras por los daños, le dijo a su oficial que ya no lo necesitaba e invitó al caballero y a su escudero a su propia casa, donde los agasajó como si fueran miembros de la realeza, lo que hizo que Ricardo empezara de nuevo a tener buena opinión sobre la caballería andante, porque el comer le resultaba con diferencia mucho más placentero que el combatir. Y entonces Sir Billy empezó también a dar muestras de ir entrando en razón poco a poco y a ser capaz de hablar sin enfurecerse, así que el juez le pidió que le honrara dándole cuenta de su vida, para que sus actos heroicos fueran conocidos en el futuro y dejara el relato de su vida como ejemplo a imitar en la posteridad.
—Señor –dijo Billy–, la cortesía es una de las virtudes inherentes al caballero andante y, después de haber recibido yo y mi escudero tantos favores vuestros, no puedo hacer menos que, como agradecimiento, ofreceros un recuento imparcial de lo que deseáis, que, sin embargo, no es más que el principio de lo que pretendo llevar a cabo con mi brazo invencible.
»Sabed entonces –dijo–, dignísimo gobernador de esta famosa ciudad, que el lugar que será siempre honrado por ser el de mi nacimiento es la ciudad de Billerecay en el condado de Essex; dichosos mis padres por haber engendrado un hijo de tal maganimidad como la que los dioses me han otorgado, destinado a guardián de la inocencia y vengador del mal. En mi floreciente juventud tuve la fortuna, como les ha ocurrido a otros caballeros andantes, de quedar cautivado por la hermosura de la bella Dulcina, cuna, semblante e imperio de la belleza; en ella, la naturaleza y el arte se han superado para engendrar esa excepcional perfección que trasciende al poder de lo creíble. Por el amor de este inigualable dechado, este Fénix de perfección, sobrellevo las tareas de esta orden de la caballería andante, sin dudar de que, gracias a mi brazo invencible, haré su nombre tan famoso como lo fue el de Cloriana, la amada señora del renombrado caballero Cleocretón, Príncipe de Hungría.
El juez lo elogió mucho por su decisión.
—Pero –dijo– valentísimo caballero, me pregunto si durante todo este tiempo habéis hecho partícipe de vuestros proyectos a la dama de vuestros afectos, quien sin duda estará deseando conocer vuestros logros. Además, siempre ha sido costumbre de los caballeros andantes emplear a sus escuderos para tales embajadas, por lo que vos, teniendo a una tan sin par Nonparelia como dama, no deberíais, en verdad, privarla de ello.
—Pues entonces, por el honor de mi condición de caballero –dijo Sir Billy–, mañana por la mañana, tan pronto como Febo dore las cimas de las montañas con sus rayos refulgentes, enviaré a mi escudero Ricardo con una carta para esa reina del amor, la bella Dulcina.
A continuación, pidiendo tinta, pluma y papel al juez, porque los caballeros andantes nunca llevan encima nada sino boca para alimentarse y espada para luchar, le escribió estas palabras:
p. 46
Carta de Sir Billy a Dulcina
Más que bella Dulcina, alegría de mi corazón y diosa de mis afectos, por cuya influencia mi brazo se vuelve irresistible y los gigantes caen al primer golpe de mi valor. No dudo de que la fama de mis hazañas habrá llegado a vuestro conocimiento antes que esta, mi carta, por la que sabréis de mi proceder victorioso. Todo gracias a vuestra incomparable belleza, que considero inigualable. Dejo que mi fiel escudero os relate los detalles de mis aventuras: cómo por vuestra causa sufrí el estar preso de un malvado nigromante que tenía una vara encantada y cómo fui liberado de sus horribles encantamientos con la ayuda del sabio Frestón, en cuyo castillo permanezco ahora hasta que reciba vuestra respuesta, que espero con impaciencia. Hasta entonces, adiós, elixir de toda belleza, la única y más original de todas las hermosas criaturas. Vuestro siempre leal caballero,
Sir Billy de Billerecay.
Una vez acabada la carta, se la enseñó al juez, a quien, a partir de ahora, como Sir Billy, llamaremos sabio Frestón, que la celebró enormemente como la mejor obra de ingenio que ningún arte podría haber creado jamás y le dijo que el corazón de tal dama debía ser más inquebrantable que el mármol, si tal lenguaje no fuera capaz de ablandarla. Billy quedó muy contento con sus palabras y, llamando a su escudero Ricardo, así le dijo:
—Mi fiel escudero, debo ahora emplearte en un asunto de peso que estoy más que decidido a llevar a cabo, sabiendo que tus habilidades responden a tus buenas intenciones. A partir de ahora te nombro mi embajador, nuncio o mensajero, para que entregues esta carta en mano a ese compendio de la verdadera belleza, cuya mirada radiante ciega todo ojo que la mira, y al que la observa mantiene asombrado bajo la embobada tiranía del amor y la maravilla. Me refiero a la bella Dulcina, la señora de mis afectos y dueña única de mis empresas; cuida de hacerlo con un atuendo y pose dignos del sirviente de tan ilustre caballero, de manera que después pueda ser relatado por aquel que escriba mi historia con el reconocimiento de tu fama eterna.
Ricardo quedó muy sorprendido ante la exhuberante retórica de su amo, pero era reacio a alejarse de aquel lugar tan hospitalario donde, en vez de luchar, se comía en abundancia y donde no se acuchillaban sino lomos de carne, paletas de cordero y capones bien cebados, es decir, todo lo que convenía a su estómago. Lo que más le preocupaba era que tenía que ir a no sabía dónde a entregar un mensaje a no sabía quién; así que, quejándose, le dijo a su amo que le ordenaba cosas imposibles, como encontrar a una dama que no existía más que en su imaginación.
—¡Oh, pedazo de ignorante! –dijo Sir Billy–. ¿No conoces a Joan Grumball, cuya apariencia es tal que podría llevar al mundo entero a la guerra y poner en riesgo todo lo que en él tiene valor por su belleza? Es ella, en efecto, esa Dulcina a la que tienes que dirigirte para ofrecerle mis servicios ante el altar de su belleza.
—¿Joan Grumball? –dijo Ricardo–. ¡Arrea! Esa es la moza más robusta de todo nuestro pueblo y vale tanto para llenar un carro de estiércol o llevar una carretilla como para trasportar grano con que echar de comer a los cerdos; pero en cuanto a belleza, en mi opinión, no puede compararse con Betty, la sirvienta de nuestro párroco; como tampoco se podrían comparar las blancas nalgas del señor Offly con las de la vaca pinta de vuestro padre. En cualquier caso, le llevaré la carta y no dudéis que la adularé como jamás el mejor escudero que haya servido a caballero andante lo haya hecho desde que la caballería andante se puso de moda.
iEn el original «an ell of lying to an inch of thruth». El término arcaico ell expresa una medida aproximadamente de la extensión de un brazo, mientras que inch es una pulgada. Se ha preferido traducir utilizando medidas del sistema métrico español.
iiEn el original el término es «painted staff» (vara pintada u ornamentada), una vara de metal o madera pintada o decorada que llevaban los oficiales civiles para representar la autoridad que ostentaban.
44.Thomasio tiene en mente a Aquiles, guerrero y héroe de la guerra de Troya que describe Homero en la Iliada.
45.Rey de los francos y lombardos, nombrado primer emperador del Sacro Imperio Romano-germánico o Imperio Carolingio en el año 800.
46.Este poeta inglés (1592-1644), conocido por su libro Emblems (1635), escribió en verso Argalus and Parthenia (1677), una adaptación de la historia de amor de los personajes de la Arcadia (1590), de Sir Philip Sidney, que le dan nombre.
47.David y Goliat, que también se donomina gigante de Gath, aparece en la Biblia, en el Libro de Samuel. David filisteo y Goliat apoyado por Israel se enfrentan, siendo menor David frente al enorme Goliat y David resulta vencedor a pesar de su estatura.
48.En la Iliada, Héctor es un príncipe de Troya, hijo mayor del rey Príamo y Hécuba, que durante la guerra defendió la ciudad frente a los aqueos. Murió a manos de Aquiles. Se hacen muchas referencias a él a lo largo de la obra.
49.El término en el original, cage, no se refiere a un calabozo o celda en una prisión, sino a una jaula (que podía ser de madera, como se indica más adelante) que podría moverse o colocarse en cualquier sala o habitación para encerrar y transportar a los acusados de delitos o crímenes de forma inmediata.
50.El mítico Sísifo, fundador y rey de Corinto, fue condenado a empujar una roca colina arriba eternamente. El esfuerzo resultaba inútil, pues al llegar a la cima la roca volvía a caer y debía empezar de nuevo la ascensión. Tántalo, hijo de Zeus, fue castigado a estar bajo un árbol lleno de frutas sin poder cogerlas. Y Edipo, rey mítico de Tebas, sufrió las consecuencias de haber matado a su padre y haberse casado con su madre, ignorando su identidad.
Chapter IV
Sir Billy being dubbed knight, marches forth to seek adventures. His encounter with
poppet giants, his imprisonment in a wooden enchanted castle, and entertainment by
the Sage Freston.
Whilst Sir Billy and his squire were thus acting the pageant knight, old Thomasio who was returned from paying his landlord his rent, being informed of the departure of his son and (what was most dear to him) two of his best horses, he broke forth into such a sad lamentation as would have grieved a heart of flint to hear it. Cursing the time that ever he put his son to school, but more, that ever he bought him any books of knight errantry, [saying], they were all composed of mere witchcraft, and therefore not fit to be suffered in a well governed commonwealth. And now seeing he could not come at his son, he resolved to be revenged on his books, but being ignorant in all sorts of learning, he associated to* him Sir John the curate of the parish to peruse them, and whom he condemned for faulty to be cast into fire.
Billy had locked up all his library in a very large chest, of which he carried the key always about him, and therefore old Thomasio caused it to be broken* open. The first book they laid hands on was Sir Bevis of Southampton.
“This,” said the curate, “is the father of our English romancers, made upon a knight who lived in the time of King William the Conqueror, but hath in it an ell of lying to an inch of truth.”
“And by my fay,”* said Thomasio, “a liar they say is as bad as a thief, and therefore into the fire he shall go, although he were a killer of giants and dragons.”
The next that came to hand was the First and Second part of Amadis de Gaule in English:
“The original of this,” said the curate, “is French, of which there is about thirty parts, but we in English have but six of them.”
“And by plough share,” said [61] Thomasio, “that is too much by above five of them, and therefore he shall accompany his fellow Sir Bevis in the fire.”p. 42
“Next,” said the Curate, “here is Palmerin d’Oliva in three parts, Primaleon of Greece in three parts, Palmerin of England in three parts, and Palmendos* in one, all these are one continued history of an emperor of Constantinople, called Palmerin d’Oliva,* his son Primaleon, and grandson Palmerin of England, and others.”
“By my fay,” said Thomasio, “these Palmerins and Amadises were notable cutting and* slashing blades, which made a great disturbance in the world, but we shall reconcile them all in one fire together, notwithstanding they were such big fellows in their time.”
“The next,” said the curate, “is Don Belianis of Greece, one who could cut two or three giants in two by the middle at a stroke.”
“Were he Achilles of Greece,” said Thomasio, “he should go to the fire, and if I had the author of his history, he should likewise accompany him for his abominable lying.”
“The next,” said the curate, “is Paladine of England, one also of French extraction, but more modest in his expression than Don Bellianis.”
“His Modesty,” said Thomasio, “shall not excuse him, but he shall to the fire, were he as big a French [62] man as Charlemain.* But what, Sir John, that book which hath a curtain drawn over the letters in the beginning of it?”
“This, said the curate, is worthy to be preserved, it being the History of Argalus and Parthenia, written by the divine poet Mr. Francis Quarles.”
“Why,” said Thomasio, “was not that Argalus knight errant?”
“Oh no,” quoth the curate, “but one who was premised for the pattern of virtue, and example of true love and magnanimity.”
These words gave the noble Argalus a reprieve from the fire, but the next they laid hands on felt a worser fate, which was the Mirror of Knighthood in nine parts, for which Thomasio would hear no excuse but said, that the fire would purge it from all its lies, wherewith that and other books of knight errantry do abound; whereupon it was cast into the fire; as also, the Four Sons of Amon, Arthur of Great Britain, Arthur of Little Britain, Valentine and Orson, Parismus and Parismenos,* Montelion* Knight of the Oracle, Ornatus and Artesia, The Seven Champions of Christendom, Guy of Warwick, Cleoctreon and Cloryana, Chinon of England, Galien of France,* Aratos Prince of Greece, Tom a Lincoln the Rose Knight, Huon of Burdeaux, [63] Pheander the Maiden Knight, and all other books of that nature, of which he would spare none; and indeed he had none of the more refined sort, such as the Countess of Pembroke’s Arcadia, Bentevolio and Urania, The Illustrous Bassa, Grand Cyrus, Astreo, Palexander, Eremena, The Banished Virgin, Coralbo, Ariana, Clelia, Cassandra, Cleopatra, Pharamond, Iphigenis, Grand Scipio, and some others. These I conceive either were not written in his time or [were] too dear for him to purchase. Some books of poetry he had likewise amongst them; but all Thomasio’s spite being against knight errantry, he let the books of poetry escape the fire yet judged them not good for anything unless to be put under mutton pasties or apple pies.p. 43
In the meantime while these things were acting, Sir Billy was pursuing his knightly adventurers, little thinking what a fiery trial his knights errant were put at home. And long he thought the time until he might meet with some adventure which might crown his undertakings, being fully persuaded that now he was made knight, no power whatsoever could withstand the force of his victorious arm. In the meantime his squire [64] was devoutly praying to meet with such another castle wherein to recruit his wambling belly, which was every five of six hours incessantly craving for a supply. Having thus rid about three or four miles, they came to a market town, where at that time was kept a fair, in the middle whereof was a stately inn, in which was a puppet show to be seen, to which purposed they had hanged out a painted cloth, whereon was this written:
Within this place is to be seen, the fight betwixt little David and Goliah the giant of Gath, as also of other giants killed by David’s servants.
Billy having read the writing and finding that giants were within, he resolved to encounter with them; so alighting from his horse, he gave him to Ricardo to walk, whilst he went to kill the giants, and following the multitude he came to a door where a woman sat to take money of them, who would see the show. Billy, knowing that knights errant were privileged to pass anywhere without money, refused to pay, [65] whereupon he was stopped from going in, at which incensed he drew his sword, threatening death to any who should oppose him; and so without any further opposition, ran into the chamber where the giants were placed upon a table ready to be shown. Sir Billy no sooner saw them, but quick as lightning he fell upon them with his trusty sword Rosero, making such havoc amongst them that the master of the show, like a man distracted, ran out crying “help, help; murder, murder”; for his giants were killed before the fight began.*
This hideous outcry presently raised a confused rabble, who running in fell upon Billy, belabouring him as he had done the poppets, who yet so valiantly behaved himself that twice or thrice he put them to the retreat, when at last came the constable attended with six or eight rusty billmen, who commanded him in the king’s name to keep the peace. “Thou wicked necromancer,” said Sir Billy, “I defy thee and all the giants in the world.” And with that fell upon the constable with might and main,* dealing such blows as Hector when he hewed down the Greeks. But alas what can single valour do against a multitude, Hercules [66] himself may be overmatched by number. One of the watchmen coming behind him, cowardly knocked him down with his halberd, and now there lay sprawling on the ground our young Bevis, our Amadis, Palmendos, or what you will please to call him. In the meantime the people abroad had seized on Ricardo, demanding of him what madman that was he came withal and for what reason they went so clad in armour?
“That magnanimous hero,” said Ricardo, “which you saw, is the victorious knight at arms, Sir Billy of Billerecay, and I his squire Don Ricardo, born to be the governor of an island when my master can conquer it; the reason why we go in armour is because it is the custom of knights errant and squires errant so to do.”
These words made the people to think they were a couple of madmen, and therefore securing their horses, they put both the knight and his squire in the cage.
Billy enclosed in this wooden tenement, began to rage exceedingly: p. 44
“Vile miscreants,” said he, “the offspring of vipers and poisonous toads, enemies to magnanimity and foes to true chivalry; think not although by your damned spells you have captivated my body, yet I question not but [67] by the help of the Sage Freston I shall be delivered from your enchantments. Then will I work my revenge upon you, laying the lofty battlements of your buildings which seem to vie* with the pyramids of Egypt, equal with the dust, like to that glorious Phrygian city of king Priamus, now overspread with stinking weeds, and loathsome puddles; your wives and children I will send into banishment, and bring you into such intolerable thraldom that the torments of Sisyphus, Tantalus, nor Oedipus, shall be comparable to those I will inflict upon you.”
These his raging words made the boys to hoot at him, whilst Ricardo sat sighing to see his hopes of an island come to a cage, which yet his master would needs persuade him was done by enchantment:
“Have you not read,” said he, “how the seven champions of Christendom having killed the giants which belonged to Leoger the knight of the black castle, yet by a magician they were cast upon a bed, from whence they could not stir until they were delivered by St. George’s three sons.”
“But,” said Ricardo, “I cannot imagine that he was a magician that put us into this cage, but such another man of office as we have at Billerecay, which they call a [68] constable, because he had in his hand a painted staff, which showed him to be a man in authority.”
“That,” said Billy, “proceeds from your ignorance, not knowing that a magician can transform himself into what shape he pleases; does not the devil sometimes take upon him the likeness of a broker, sometimes of a house courser, sometimes of a bum bailiff, under which shapes he acts so many rogueries, for no man of himself can do such wickedness but only the devil that assumes their shapes.”
Whilst the knight and his squire were thus discoursing, the constable came to fetch them before a justice, at which news Ricardo wept bitterly; but Billy was so firm in his determination that you might as soon have removed the Earth from its centre, or stopped the sun in his diurnal course, as to have caused him to alter his mind, or think that those books of knight errantry were not undoubted verity, and as true as the voice of Jove itself. The justice, though grave and solid in his office, yet was one who much delighted in mirth and harmless sport, who being informed of all what had passed, much admired at the ones’ boundless extravagancy and the others’ harmless simplicity. The master of the [69] show made a grievous complaint against him of the wrong he had sustained:
“Never,” said he, “after a battle did you behold the dismembered limbs of slaughtered carcases lie so scattered about as in this skirmish; here lay an arm, there a leg, especially my giant Goliah was so bemangled that his ruinated carcase was not fit for a scarecrow.”
At that word scarecrow, Ricardo stepping forth said: “My master never has so ill fortune as when he encounters with scarecrow giants.”
And thereupon told the justice of the blows they had received by encountering with the scarecrow giant, as is related in the second chapter.p. 45
The justice was so highly pleased with this discourse that he resolved with himself to further the humour; and so giving the master of the show ten pound for damage, he discharged the constable of him, and invited the knight and his squire home to his house, where he feasted them royally, which made Ricardo begin afresh to have a good opinion of knight errantry, for feeding was more agreeable to his nature by far than fighting. And now Sir Billy began a little to be more reconciled to reason and to discourse without raging, whereupon the justice desired [70] him to honour him so much as to give him an account of his forepassed life, that by that means posterity might be informed of his heroic acts, and by reading his life leave and example for posterity to imitate.
“Sir,” said Billy, “courtesy is one of the virtues inherent to knight errantry, and I having received so many favours from you for myself and my squire, cannot in gratitude do less than to give you an impartial account of what you desire, which yet howsoever is but only the beginning of what I intend shall be performed by my victorious arm.”
“Know then,” said he, “most worthy governor of this famous city, that the place which will be for ever honoured by my birth, is the town of Billerecay in the county of Essex; my parents happy in producing a son of such magnanimity as the gods have endued me with, to be the preserver of innocence, and avenger of wrongs. In my blooming youth it was my fortune, as other knights’ errant have been, to be captivated by the beautifullooks of the fair Dulcina, the mine, the magazine,* the commonwealth of beauty; one upon whom nature and curious art have done their best to sum that rare perfection which transcends the power of belief. For the [71] love of this peerless paragon, this Phoenix of perfection, have I taken* upon me this order of knight errantry, not doubting but by my victorious arm to make her name as famous as was that of Cloriana, the beloved mistress of the renowned knight Cleocreton Prince of Hungary.”
The Justice commended him highly for his resolution:
“But,” said he, “most valiant knight, I wonder that in all this time you do not acquaint the divine lady of your affections with your proceedings, who no doubt must needs think long to hear of your achievements. Besides, it was always the custom of knights errant to employ their squires on such embassies, therefore you having such a peerless nonpareil to your lady, cannot in civility to her omit such a thing.”
“Now by the honour of my knighthood,” said Sir Billy, “next morning no sooner shall Phoebus guild the mountain tops with his refulgent beams, but I shall send my squire Ricardo with a letter to that queen of love, the beauteous Dulcina.”
And thereupon borrowing pen ink and paper of the justice, because knights errant never carry anything about them, but only mouths to eat, and swords to fight, he wrote to her in these words. p. 46
Sir Billy’s Letter to Dulcina
Most beauteous Dulcina, the joy of my heart, and goddess of my affections; by whose influence my arm becomes irresistible, so that giants fall down at the first stroke of my valour. I make no question but the fame of my deeds will arrive to your knowledge before this my letter, by which thou maist understand how victoriously I proceed. And all by the power of your incomparable beauty, which I have and will maintain to be unmatchable. As for the particulars of my adventurers, I leave them to be related by my trusty squire Ricardo, as also how for thy sake I suffered imprisonment by a wicked necromancer, with an enchanted staff, and how I was delivered from his damned spells by the help of the Sage Freston, in whose castle I now remain till I receive an answer from thee, which I shall expect with all impatience. Till then farewell, thou, elixir of all beauty, the first and best original of all fair copies, thine ever constant knight.
Sir Billy of Billerecay.
[73] Having finished this letter, he showed it to the justice, whom with Sir Billy we must now call the Sage Freston; who applauded it exceedingly, as the highest piece of ingenuity that art ever contrived; telling him, that that lady’s heart must be more obdurate than marble whom such language could not mollify. Billy was mightily pleased with his expressions, and calling his squire Ricardo unto him, he thus expressed himself:
“My trusty squire, I must now employ thee upon a weighty affair, which I am the more willing to do, knowing thy abilities answerable to thy good intentions, hereupon I have deputed thee my ambassador, nuncio, or messenger, to deliver this letter into the hands of that abstract of true beauty, whose radiant look strikes every gazing eye stark blind, and keeps the amazed beholder under the stupid tyranny of love and wonder. I mean the beautiful Dulcina, the mistress of my affections, and sole commandress of my undertakings; and see thou do it in a garb and posture worthy the servant of so illustrious a knight, that afterwards it may be enrolled by him that shall write my history with commendations to thy eternal fame.”
Ricardo was much surprized at his [74] master’s superabundant rhetoric; but loath to lose a place of so good entertainment, where instead of fighting was full feeding, and no gathing* nor slashing but only of loins of beef, shoulders of mutton, and good fat capons, all which suited extraordinarily well with his stomach. But what most of all troubled him was that he was to go he knew not whether to deliver a message to he knew not who; and therefore grumbling told his master that he commanded him impossibilities, to find out a lady of which there was none such but only in imagination.
“Oh thou lump of ignorance,” said Sir Billy, “knowest thou not Joan Grumball? whose form is such as might call the world to wars and make it hazard all its valour for her beauty; she it is that is the Dulcina thou art to go unto, and offer up my service at the shrine of her beauty.”
“Joan Grumball,” said Ricardo, “why she is the lustiest lass in all our town, either to fill dung carts, drive a wheel barrow, or carry grains to serve the hogs; but for beauty in my opinion she’s no more to be compared to Betty, our parson’s maid, than is Mr. Offly’s white hind unto your father’s brindled cow, however I will carry the letter to her, and doubt not but I will complement with her as [75] well as the best squire that ever served knight errant since knight errantry was in fashion.”
iassociated to] arch. Join in common purpose.
iibroken] broke 1694, 1699.
iiifay] obs. Faith.
ivPalmendos] Palmendas 1694, 1699.
vd’Oliva] D’ovila 1694, 1699.
viand] ond 1694, 1699.
viiCharlemain] Charlemagne.
viiiParismus and Parismenos] Listed again as if they were one single work. See note above in chapter I.
ixMontelion] Montelian 1694, 1699.
xAnthony Munday translated Galien of France, though no extant copy has survived.
xibegan] begun 1694, 1699.
xiiwith might and main] lit. With all one’s might.
xiiivie] arch. To contend or strive with in respect of (something).
xiv magazine] obs. A store of provisions, materials.
xvtaken] took 1694, 1699.
xvigathing] Possibly related to the proverbial phrase “tell it not in Gath” and variants, used to discourage the mention of something shameful or discreditable.