Traducción
Original
Capítulo V
Ricardo parte con una carta para Dulcina. Mientras tanto, Sir Billy, en defensa de la princesa tantabilana, se enfrenta a un monstruoso gigante al que valientemente derrota.
A la mañana siguiente, tan pronto como Aurora se levantó de la cama del anciano Titono y esparció la luz de sus ruedas color azafrán51, el ágil Ricardo, sacudiéndose el sueño de esos vapores de seda que atan los sentidos, se levantó de la cama y, tras un desayuno abundante, dijo a su señor que estaba listo para cumplir el encargo de entregar la carta en las preciadas manos de la bella Lady Dulcina, alias Joan Grumball.
—Y no dudéis de que os traeré una respuesta conforme a vuestros deseos. Ni me atribuiré el honor de vuestras hazañas, aunque en muchos combates me haya llevado los mismos golpes que vos, sino que lo que quiera que corresponda a vuestra alabanza será solo y exclusivamente vuestro.
Si la mente de Sir Billy no hubiera estado tan ocupada con asuntos de caballería andante, se habría dado cuenta fácilmente de que su escudero se estaba riendo búrdamente de él, pero atribuyéndolo todo al deber y al respeto que este profesaba a su valor, quedó satisfecho con estas alabanzas, aunque fueran tan ridículas. Y así, entregándole la carta con reiterados elogios para la dama de sus afectos, se despidió de él, quien, montando en Pugnoto, su fiel corcel, y dejando la armadura al cuidado de su amo, que prometió esperarle hasta su regreso, emprendió el viaje hacia Billerecay, donde lo dejaremos por un tiempo mientras nuestra pluma se queda con su amo.
Los criados del juez, queriendo engañar a nuestro caballero andante, vistieron al mozo de cuadra con ropa de mujer y le pusieron anillos, brazaletes y otras joyas de modo que pareciera una auténtica princesa por la que tenía que hacerse pasar, asistido por otros dos jóvenes que iban a la escuela de la ciudad y que actuarían como sus hermanos. Así ataviados, el administrador de la casa los llevó al jardín por donde paseaba Sir Billy, ensimismado en las perfecciones de su Dulcina. Llegando hasta él, la princesa Nicosia (pues así la llamaron) se arrodilló y le habló de esta manera:
p. 48—Renombrado caballero, cuyos valientes actos el mundo admira y teme por igual, que nacisteis para el consuelo de todos los que están en apuros y para terror y castigo de delincuentes arrogantes, si alguna vez la pena, ese pobre consuelo de la calamidad, se ha apoderado de vuestro corazón, os ruego que tengáis compasión de una princesa afligida a la que la tiranía injusta ha separado de su morada natal.
Cuando acabó de decir todo esto, Sir Billy, que era igual de cortés que valiente, no permitió que permaneciera de rodillas más tiempo y, levantándola del suelo, le dijo:
—Princesa sin igual, aunque mi honor de caballero podría exigir tales formalidades por vuestra parte, sabed que la cortesía reside en aquellos corazones heroicos que están más dispuestos a ofrecer favores que a recibir agradecimientos; por lo tanto, hacedme saber vuestras peticiones, la manera en la que habéis sido agraviada, y no dudéis de que con la ayuda de mi brazo invencible se os hará justicia.
—Señor –dijo ella–, mi país natal es Tantabilus, cuyo infeliz príncipe es mi padre, infeliz por tener una hija cuya belleza y crianza podrían haber sido su consuelo, pero se volvieron causa de su perdición, pues habiendo (no sé cuán merecidamente) la Fama anunciado mis perfecciones a través de diversos países, al fin llegó a oídos de un conocido mago llamado Diábolo, amo de un castillo encantado que se encuentra en los confines de Arduro, desde donde envió una carta a mi padre para desposarme. Le amenazaba diciendo que, si se negaba, me tomaría por la fuerza y que, en lugar de esposa, me haría su concubina. Mi padre se enfadó mucho al recibir este mensaje, pero yo mucho más, pues me convertiría en su alter idem o segundo ser. Cuando comprendí lo que quería o, mejor dicho, lo que exigía, estallé en un ataque de ira tan violento como el que poseyó al loco Orestes cuando perdió su buen jucio al ver el retrato de Alecto, o que me demudó como a Medea cuando mató a sus propios hijos52, solo tenía que verme el rostro para satisfacer su curiosidad al respecto; juré que antes me enterrarían en una tumba que compartir cama con tan repugnante ser. Mi padre, al verme en tan profundo arrebato, me consoló todo lo que pudo, prometiéndome que arriesgaría su corona y pondría en peligro su vida y su reino antes de que yo cayera en manos de Diábolo. Envió una rotunda negativa con el mensajero, que la llevó a su amo, quien, lleno de indignación por el rechazo a su petición, amenazó con vengarse del peor modo en que pudiera hacerlo. Para ello hizo acopio de todas las fuerzas que pudo y, como tenía dinero de sobra, contrató a un poderoso gigante al que nuestro pueblo temía tanto que las gentes huían al verlo como las palomas temblorosas ante el águila que desciende en picado, o como la liebre temerosa del galgo que la persigue. De manera que al final echó a mi padre de su reino hacia el país de Licaón53, donde le envió un mensaje para que en dos meses le hiciera llegar un paladín para luchar con su gigante: si lo vencía, le devolvería su reino de nuevo, pero, si el gigante vencía al caballero, yo quedaría a su voluntad y disposición. Así que, dignísimo caballero, conociendo la fama de vuestras memorables aventuras y vuestra dedicación jurada al honor de la caballería, mi padre envía a su afligida hija, acompañada de estos mis tristes hermanos, para implorar vuestra ayuda contra ese gigante cruel, sin dudar de que, con la bondad habitual de los caballeros andantes, socorreréis a la inocencia en peligro y someteréis el orgullo de ese osado gigante, lo que hará vuestra fama eterna y que vuestro nombre sea recordado con honor por la posteridad.
p. 49Sir Billy prestó mucha atención a este discurso y, como si la desgracia de la princesa tantabilana hubiera infundido nuevo vigor en su pecho, juró por la maza de Marte que al gigante no le quedaba mucho de vida; pero entonces dudó si debería acometer la aventura antes de que volviera su escudero; a lo que el juez al que llamaba sabio Frestón le dijo que no debía descuidar tal oportunidad en la que tanto su propio honor como el de la princesa estaban en juego, que los dos meses en los que el combate iba a tener lugar pasarían muy rápidamente y que, si se topaba con alguna dificultad, él mismo le ayudaría como había hecho al librarlo de la prisión encantada de madera. Así animado y convencido, Sir Billy decidió enfrentarse al gigante al día siguiente.
Mientras pasaban estas cosas, otros sirvientes habían fabricado un gigante de monstruosa estatura y de más monstruoso semblante aún, de tal modo que su aspecto era capaz de intimidar a cualquiera, excepto al que tuviera un valor tan invencible como el de Sir Billy. Este gigante iba armado con un hacha que se correspondía con su estatura y estaba hecho de tal manera que alguien detrás de él podía hacerle mover el arma, sacudir la cabeza o cualquier otra acción de su cuerpo como si estuviera vivo; para hablar, un tronco hueco que le atravesaba la cabeza hasta la boca dejaba salir lo que le hicieran decir. Además, delante de él habían cavado un agujero cubierto con una trampilla y cualquiera que la pisara caería irremediablemente.
A la mañana siguiente, para hacer que Sir Billy luchara con más brío, le prepararon una taza de rico caldo que le llevó a la cama la hija del sabio Frestón, una dama de incomparable belleza que hubiera tentado a cualquiera excepto a aquel que tuviera un corazón de hielo; pero los caballeros andantes son siempre igual de castos que valientes y su perfección no produjo en Billy llama más grande que la que una luciérnaga emite en una noche de fría brisa.
Tras este refrigerio, se levantó de la cama y, al reunirse en el salón con el sabio Frestón, le preguntó que quién había sido aquella dama que con forma de ángel se le había aparecido y que si existían ángeles femeninos o no «pues esto», dijo, «no puede ser una ilusión porque siento en el estómago los efectos reconfortantes del caldo». El sabio Frestón le dijo que era la dama Muriel, enviada por la sabia Urganda, Señora de la cueva de la Fortuna, que siempre ayudaba a los caballeros encargados de la defensa de las damas en apuros54.
Billy entonces pidió su armadura, diciendo que no cejaría hasta haberse enfrentado con el gigante y que quería que el sabio Frestón lo acompañara para ser testigo de su valor, a lo que este accedió de buen grado, asegurándole que no solo iría él, sino que también lo acompañarían sus sirvientes; así que, montándose en los caballos, llevaban recorrida media milla cuando (según habían acordado antes) llegó uno cabalgando hacia ellos, tan rápido como el ciervo ágil o como el corzo saltarín que atraviesa los campos floridos, quien les anunció que el gigante que perseguía a la princesa tantabilana se encontraba a un cuarto de milla de allí, donde estaba esperando la llegada de cualquier paladín que se atreviera a enfrentarse a él en defensa de la dama, y también que estaba resuelto a probar el combate a pie y esperaba que su enemigo se aviniera a ello.
—No –dijo Billy–, nunca podrá decirse que debo mi victoria a haber luchado con ventaja, pues, aunque él tuviera la fuerza de Hércules, que conquistó todo lo que se propuso, o aunque se unieran dos de esos gigantes, no temería yo enfrentarme a ambos, puesto que no se ha sabido nunca de un gigante que matara a un caballero andante, sino que siempre el caballero venció al gigante.
p. 50Mientras así hablaba, llegaron al lugar donde estaba el falso gigante. Sir Billy desmontó, dejó su caballo a uno de los sirvientes y, desenvainando la espada, se dirigió directamente hacia él, pero antes de que llegara al lugar donde habían tendido la trampa, el mozo que estaba detrás del gigante a través del tronco se dirigió a él con estas palabras:
—Abstente, orgulloso caballero, de avanzar más, a no ser que lo hagas de rodillas suplicando perdón por tu vida; pues si lo haces (atiende bien a lo que te digo) te cortaré la cabeza y la pondré en una estaca para asustar a los pájaros; tu cuerpo lo cortaré en trozos finos para que los cocineros hagan empanadas con las que engañar a sus clientes hambrientos; tus brazos y piernas los arrojaré a los campos para que los cuervos y buitres los devoren; y tus tripas y entrañas a los cerdos para llenar con ellas sus panzas hambrientas.
Pero Sir Billy no se amedrentó en absoluto ante un discurso tan arrogante, siguió avanzando hasta que llegó a la trampilla que, cediendo, hizo que se escurriera hacia el fondo del agujero y, mientras caía, pedía ayuda al sabio Frestón. Los sirvientes, viéndolo caer, dieron un grito como el rugido de una manada entera de leones o como si descargara toda la artillería del cielo y, al acercase corriendo, uno que iba más adelantado que el resto, se tropezó y cayó tras Sir Billy, quien, gritando con más fuerza que antes, pedía: «¡Socorro! ¡Socorro!». Tan pronto como Sir Billy llegó al fondo, logró ponerse en pie y, oyendo al otro caer como una tromba tras él, imaginó que era ciertamente el gigante, quien, al recibir los golpes de Sir Billy, gritó con todas sus fuerzas: «¡Asesino! ¡Asesino!». El anciano juez, al oír los gritos, hizo que retiraran la trampilla y, cuando Sir Billy pudo con la luz ver al adversario a sus pies, le dijo:
—Entrégate, vil malhechor, reconoce el daño que has hecho a la princesa tantabilana y te salvaré la vida; si no, te trataré de la misma manera en la que me amenazaste, porque es de justicia dar a cada uno lo que se merece.
El juez, viendo el peligro en el que se encontraba su ayudante, llamó a Sir Billy para rogarle que detuviera su mano, diciéndole que él se encargaría del gigante; y, sabiendo que resultaba peligroso demorarse, echó una cuerda en el hoyo, proponiendo a Sir Billy que se agarrara para que pudieran subirlo, y que dejaran al gigante quedarse allí para que se muriera de hambre y se pudriera en tal calabozo.
Sir Billy aceptó de buena gana la proposición, ya que daba por descontado que el gigante estaba casi vencido y así, agarrándose a la cuerda, subió con doble motivo de gozo, uno por haber vencido al gigante y otro por ser liberado de tan oscuro calabozo. El sabio Frestón lo felicitó por su victoria con grandes muestras de alegría, mientras que los sirvientes se llevaban el falso gigante. Pero, sobre todo, la princesa tantabilana ensalzó su valor invocando al cielo, diciendo que lo que había hecho en su defensa iba más allá de lo que nunca habían hecho Amadís de Gaula, Huón de Burdeos, Palmerín de Inglaterra, Palmerín de Olivia, don Belianís de Grecia o cualquier otro caballero andante que hubiera luchado antes en defensa de damas agraviadas. Sir Billy, muy complacido por estas alabanzas, se pavoneaba como un cuervo en una cuneta y dijo:
—Excelentísima princesa, lo conseguido con mi valor queda infinitamente lejos de vuestro merecimiento y, en cuanto a vuestro enemigo el mago Diábolo, si se niega de nuevo a entregar la corona a vuestro padre, hacédmelo saber porque mi venganza sobre él y los suyos será tan severa que hasta los tigres y panteras serán misericordiosos comparados con la crueldad con la que los abatiré.
—Señor –dijo la princesa tantabilana–, me considero tan inferior a vuestros numerosos méritos que no puede honrar vuestro nombre el contarme entre vuestras más humildes servidoras.
p. 51Sir Billy aceptaba todas estas alabanzas como reconocimiento y estaba tan orgulloso de la victoria sobre el gigante como el rey macedonio cuando venció a Darío55, y dijo que, si los dioses le prolongaban la vida, liberaría al mundo de todos los gigantes y odiosos monstruos como estos.
Mientras se prodigaban así las alabanzas al valor de Sir Billy, se montaron en los caballos para volver a casa del sabio Frestón y durante todo el camino no se oyeron más que elogios para Billy, quien los agradecía tanto que todo el que lo veía notaba enseguida que irradiaba felicidad. Sin embargo, habiendo seguido allí uno o dos días sin haber tenido noticia alguna de Ricardo, cayó en una profunda melancolía y (como les suele ocurrir a los enamorados) frecuentaba lugares solitarios y, teniendo dudas sobre la respuesta que recibiría de su amada Dulcina, entre la esperanza y la desesperación exhaló este soneto:
Entre la Esperanza jovial y la Desesperación sombría,
me debato asombrado, sumido en extraña perplejidad,
la Esperanza parece indicar que bueno será el día,
y la lúgubre Desesperación me anuncia tempestad.
Aventúrate, dice la Esperanza; la Desesperación, ¿dónde vas?
La Esperanza me anima, la Desesperación tira hacia atrás.
Ánimo, me dice la Esperanza; la Desesperación me hace dudar.
Confía en mí, dice la Esperanza; la Desesperación la llama vanidad.
No retrocedas, dice la Esperanza; la Desesperación grita, hay que parar.
Trabaja, dice la Esperanza; la Desesperación solo muestra inanidad.
Buena suerte, dice la Esperanza; la Desesperación al revés avisa.
La Esperanza me hace vivir, la Desesperación a morir me incita.
Así, entre las dos, vivo al borde de la muerte,
esperando el gozo, pero temiendo al azar esquivo,
de vos depende el brindarme una feliz suerte,
liberarme de este trance en que estoy cautivo.
¡Ay! De rodillas os lo imploro, sacadme de este duelo,
mantened mi esperanza o en la desesperación muero.
En estas meditaciones dejaremos a Sir Billy un rato para contaros cómo su escudero Ricardo iba de camino a ver a Dulcina.
51.Titono es el mortal hijo de Laomedonte, rey de Troya. De gran belleza, enamoró a la diosa Eos (Aurora en la mitología romana), quien pidió a Zeus que lo hiciera inmortal. Zeus le concedió el deseo, pero no le concedió la juventud eterna, y por ello simboliza la ancianidad.
52.Son dos referencias a la locura de la mitología griega: Orestes era el hijo de Agamenón y Clitemnestra. Al matar a su madre con su amante Egisto, las Erinias (entre ellas Alecto, encargada de castigar los delitos morales) quisieron vengarse del matricidio persiguiéndolo y haciendo que se volviera temporalmente loco. A su vez, Medea, queriéndose vengar de Jasón, que la abandona para casarse con Creúsa, mata a sus propios hijos y enloquece.
53.Licaón en la mitología griega era rey de Arcadia. Su exagerada pasión por la religiosidad le llevó a realizar sacrificios humanos, sacrificando sobre todo a los extranjeros. Simboliza la violación de la ley de la hospitalidad. Zeus lo castigó convirtiéndolo en lobo.
54.Urganda, también llamada «Urganda la desconocida», es un personaje importante en Amadís de Gaula y también aparece en el Quijote (en uno de los poemas burlescos iniciales y en el capítulo XLIII de la primera parte). Para Amadís, don Quijote y Sir Billy esta sabia actúa como referente de la ayuda al caballero andante.
55.Winstanley hace referencia a la famosa victoria de Alejandro Magno tras la batalla de Gaugamela contra el rey persa Darío III, que significó el hundimiento del Imperio persa (331 a.C.).
Chapter V
Ricardo is sent with a letter to Dulcina. In the meantime Sir Billy encounters with
a monstrous giant in defence of the Tantabilan Princess, whom he manfully
overthrows.
Next morning no sooner had Aurora arisen* from aged Tithona’s bed and scattered the light from off her saffron wheels, but the nimble knight Ricardo shaking off sleep from those silken fumes that do bind the senses, arose from his bed, and having taken a lusty* breakfast, he then told his master he was ready to perform his commandment in delivering his letter to the fair hands of his beautiful Lady Dulcina, alias Joan Grumball.
“And question not but to bring you an answer according to your desires. Nor shall I arrogate any of the honour of your achievements to myself, though in many of the encounters I bore equal [76] blows with you, but whatsoever is due to your praise therefore it shall be wholly and solely yours.”
Had not Sir Billy’s mind been wholly taken up on thoughts of knight errantry, he might easily have perceived how grossly his squire had abused him; but he imputing it all to duty and respect which he bore to his valour, was contented with praise though never so ridiculous. And therefore delivering him the letter, with many commendations reiterated to the mistress of his affections, he took his leave of him, who mounting on Pugnoto, his trusty steed, leaving his armour behind him to the care of his master, who promised to stay till his return, he took his journey towards Billerecay, where we leave him for a time, the whilst our pen shall wait upon his master.
The justice’s servants minding to put a trick upon this our knight errant, dressed up the footboy* in woman’s apparel, adorning him with rings, bracelets, and other jewels; so that he seemed to be a complete princess, which part he was to act, attended on by two youths who went to school in the town and were to personate her brothers. [77] These being accoutred in this manner were by the steward of the house conducted to Sir Billy, who was walking in a garden, contemplating of the perfections of his Dulcina. Being come before his princess Nicosia (for so was she called) [and] kneeling upon her knees thus spoke to him:p. 48
“Most renowned knight, whose valiant acts, the world both admires and dread, who were it born for the comfort of all in distress and for the terror and punishment of presumptuous offenders. If ever pity, that poor comfort of calamity, creep into your heart, I beseech you take compassion of a distressed princess whom unjust tyranny hath banished from my native habitation.”
Having proceeded so far, Sir Billy, who was as courteous as he was valiant, would not permit her any longer to kneel, but raising her from the ground, he said:
“Most peerless princess, although my honour of knighthood might claim such observance at your hands, yet know that courtesy harbours in heroic breasts, who are readier to give benefits than to receive thanks; let me therefore know your requests, wherein you have been wronged, and question not but by the help of my victorious arm you shall be righted.” [78]
“Sir,” said he, “my native country is Tantabilus, my father the unhappy prince thereof, unhappy in having such a daughter, whose beauty and breeding might have been a comfort unto him, although it proved the cause of his undoing; for Fame having (how worthily I know not) blazed abroad my perfections thorough divers countries, it came at last to the ears of a great magician named Diabolo, the lord of an enchanted castle, standing on the confines of Arduro, from whence he sent a letter to my father, desiring to have me in marriage, which if he refused, he threatened to take me by force, and instead of a wife to make me his concubine. This message was ill resented by my father, but much more by me who was to be his alter idem, or second self; for when I understood what he desired, or rather to say more truer, what he demanded; I broke forth into such a violent passion as possessed the mad Orestes when he was distraught* his wits, who had seen the picture of Alecto, or with what manner of countenance Medea killed her own children, needed but take my face for the full satisfaction of his knowledge in that point; vowing rather to be buried in a grave than bedded with such a loathsome person. My father seeing [79] me in such a deep passion, comforted me all he could, vowing to lay his crown at stake, and venture both his life and kingdom, ever he should obtain me at his hands; and so sending away the messenger with a flat denial, he returned again to his master, who full fraught with indignation to have his suit rejected, threatened revenge in the highest manner that could be inflicted. And to that purpose raised what forces he could, and having store of money, hired to his aid a mighty giant, of whom, our people were so afraid that they fled before his face like trembling doves before the swooping eagle or the timorous* hare from the pursuing greyhound. So that in fine he drove him quite out of his kingdom, into the land of Lycaon, whether he sent him a messenger, that if in two months’ time he could provide him a champion that would fight with his giant, if he overcame him, he would restore his kingdom again unto him, but if the giant overcame his champion, then should I be at his will and disposal. Now most worthy knight, hearing the fame of your memorable adventures, and how you have vowed yourself to the honour of chivalry; my father sent me his distressed daughter, accompanied with these my sorrowful brothers, to [80] crave your aid against this cruel giant, not doubting but of your accustomed goodness as former knights errant have used to do, you will succour distressed innocence and quell the pride of this daring giant, which will be for your eternal fame and memorize your name with honour to all posterity.”p. 49
Sir Billy gave a great attention to this discourse, and as if the wrongs of the Tantabilan princess had infused fresh vigour into his breast, he swore by the truncheon of Mars that the giant had not long to live; but then he began to think with himself whether he should perform his adventure before the return of his squire; to which the justice under the name of the Sage Freston, told him that he should not neglect such an opportunity wherein his own honour, with that of the princess’ preservation, were so highly concerned. That the two months’ time wherein the combat was to be performed ran on apace, and that if he should meet with any disaster in the performance thereof, he would be aiding and assisting to him as he was in his deliverance from the enchanted wooden prison. Hereupon Sir Billy animated with these persuasions, resolved to set upon the giant the next day.
Whilst these things were acting, some other of the servants had fashioned the representation of a giant, of a monstrous bulk, but more monstrous countenance, so that his very looks were able to daunt anyone, but he who had such an invincible courage as Sir Billy. This giant was armed with a pole axe answerable to his stature, and so framed that one behind him could make him to move his weapon, shake his head, and any other action of his body as if he were alive; then for speech, a hallow trunk through his head into his mouth, delivered what they would speak by him. Before him they had dug* a pit, covered with a trap door, on which whosoever trod was sure to fall therein.
The next morning, to make Sir Billy the more hearty to fight, there was made for him a quart of rich caudle, which was carried up to his bed side by the Sage Freston’s daughter, a gentlewoman of an incomparable beauty, which might have tempted any person, unless such a one whose heart was cloistered in ice, but knights errant are always chaste as well as valiant, and her perfections wrought in him no greater flame than the [82] glow worm shoots at the cold breast of night.
Soon after this refection* he rose from his bed, when meeting in the hall the Sage Freston, he demanded of him what damsel it was that in the shape of an angel appeared to him that morning, and whether there were any she angels or no? “For this,” he said, “could not be an illusion, because I feel by my stomach the comfortable effects thereof.” The Sage Freston told him it was the damsel Muriell, sent by the wise Urganda Lady of the Fortunate Cave, who was always a great help to knights that undertook the defence of distressed ladies.
Billy then called for his armour, saying, he would not turn his head until he had confronted the giant, desiring the Sage Freston to go along with him to bear witness of his valour, to which he willingly condescended, saying, he would not only attend him himself, but also that his servants should go along with them; so mounting their horses they rode about the space of half a mile, when (as it was concluded on amongst them before) one came riding towards them as swift as the nimble hind or skipping roe trips it on [83] the flowery lawns, who brought them word that the giant in pursuit of the Tantabilan princess was come within a quarter of a mile of that place, where he stayed for the coming of any champion that should oppose him in defence of the lady, as also that he was resolved to try the combat on foot, and therefore desired that his enemy would do the same.
“No,” said Billy, “never shall it be said that I owe any part of my victory to advantage, for had he the strength of Hercules who conquered all that ever he fought withal, or two such giants joined together, yet would I not fear to encounter with them both, since it was never known that a giant did kill a knight errant, but always the knight did beat the giant.”p. 50
With such manner of discourse, they came to the place where the mock giant was. Then Sir Billy alighting from his horse gave him to one of the servants to hold, and drawing his sword, marched directly towards the giant, but before he came to the place where the trap door was laid, the fellow that was placed behind the giant thorough his trunk, delivered these words unto him:
[84] “Forbear proud knight to advance any further, unless it be upon thy knees to beg pardon for thy life; for if thou doest (mark what I say) I shall cut off thy head and fix it on a pole to scare birds, thy body will I slice into thin pieces for cooks to make pies withal to cheat their hungry customers; thy arms and legs will I throw into the fields to be devoured by ravens and vultures; and thy guts and garbage to the swine, to fill therewith their hungry paunches.”
But Sir Billy nothing daunted at those proud speeches, kept on still his pace until he came upon the trap door, which giving up, down he slipped into the pit, all the way as he was falling, calling upon the Sage Freston for help. The servants seeing him fall, gave a shout like to the roar of a whole herd of lions or such as the artillery of heaven discharged along the cleaving sky, and running with hasty steps to the place, one more forwarder than the rest was caught in his own device, and slipped in after Sir Billy, who louder than he shouted before, cried out for “help, help.” Sir Billy was no sooner down but he recovered his legs, and hearing the other come thundering after him, he imagined it verily to be the [85] giant, who all the while Sir Billy was belabouring him, cried out with might and main, “murder, murder.” The old justice hearing this outcry, caused the trap door to be removed, when by the light Sir Billy could see his adversary at his feet, to whom he said:
“Yield thyself, vile miscreant, and acknowledge the wrong thou hast done to the Tantabilan princess, and I will save thy life, else look to be served in the same manner thou threatenest to use me, for most just it is to render to every one according to his deservings.”
The justice hearing the danger this man was in, called to Sir Billy, desiring him to hold his hand, and he would engage for the giant; and knowing delay dangerous, he let down a rope into the pit, desiring Sir Billy to take hold of it that they might draw him up, and let the giant remain there, and starve and rot in the dungeon.
Sir Billy willingly embraced the proffer, as accounting the giant quite vanished, and so taking hold of the rope was drawn up, to his double joy, one of having conquered the giant, and the other for his deliverance from that dark dungeon. The Sage Freston congratulated his victory with great expressions of joy, whilst in the meantime the servants had conveyed the [86] mock giant away. But most of all the Tantabilan princess extolled his valour unto the skies, saying, what he had done in her defence was far beyond whatever was performed by Amadis de Gaule, Huon of Bourdeaux, Palmerin of England, Palmerin d’Oliva, or Don Belianis of Greece, or any other knight errant whatsoever who had fought in defence of wronged ladies. Sir Billy tickled with these praises strutted like a crow in a gutter, saying:
“Most excellent princess, whatever hath been performed by my valour comes infinitely far short of your deservings, and as for your enemy the magician Diabolo, if he refuses to surrender the crown again to your father, let me but know of it, and I shall take such sharp revenge on him and his that tigers and panthers shall be accounted merciful in respect of the cruelty I will show upon them.”
“Sir,” said the Tantabilan princess, “I am so far beneath the riches of your merits it can be no honour to your name to rank me in the number of your humblest servants.”p. 51
Sir Billy thought all these complements spoken to his commendation, and therefore was as proud of this victory over the giant as the Macedonian monarch for the conquest of Darius, saying [87] if that the gods prolonged his life, he would free the world from all such giants and hateful monsters.
All their discourse tending thus highly to the applauding of Sir Billy’s valour, they mounted their horses to return to the Sage Freston’s, all the way they rid nothing sounding forth but panegyrics of Billy’s praise, which were so welcome to him, that who so viewed his looks might perceive thereby how inwardly his heart was contented. But having continued there a day or two, and hearing no news at all of Ricardo, he fell into a deep melancholy, and (as is the use of lovers) frequented solitary places, and being doubtful what answer he should receive from his beloved Dulcina, betwixt hope and despair he breathed forth this sonnet*:
‘Twixt cheerful hope and comfortless despair,
Strangely perplexed, full sore amazed I stand,
Hope seems to show the weather will be fair,
And dark Despair says tempests are at hand.
Venture says Hope, Despair doth bid me slack;
Hope pricks me on, Despair doth pull me back,
Have well says Hope, Despair doth bid me doubt,
Trust me says Hope, Despair says hope is vain,
Shrink not says Hope, Despair cries, not so stout,
Labour says Hope, Despair doth show no gain.
Good hap says Hope, Despair says contrary,
Hope bids me live, Despair would have me die.
Thus ‘twixt these two at point of death I live,
In hope of good, yet fearing forward chance,
In you it lies a happy hap to give,
To bring me out of this despairing trance.
Oh, help me then, that thus on knees do cry,
Assure my hope, or in despair I die.
In these meditations we will leave Sir Billy for a while to tell you how his squire Ricardo sped in his journey to Dulcina.
iarisen] arose 1694, 1699. arch. To come above the horizon.
iiLusty] obs. Pleasant to the taste.
iiifootboy] hist. A boy, usually in livery, employed in place of or to assist a footman.
ivdistraught] arch. Driven to madness; mentally deranged.
vtimorous] arch. Feeling fear; frightened, apprehensive, afraid.
vidug] digged 1694, 1699.
viirefection] rare. A portion of food or drink; a light meal.
viiisonnet] obs. A lyrical love poem.