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Capítulo VI
De cómo Ricardo en el camino a Billerecay se encontró a un anciano peregrino, quien le dio un anillo invisible con el que engañó a un posadero, así como el truco con el que burló a uno de Bedlam y a un hojalatero.

Ricardo, como habéis oído en el capítulo anterior, iba con un recado para la dama Dulcina, pensando por cierto que si volvía a Billerecay el viejo Thomasio mandaría encarcelarlo por haberle robado el caballo, y empezaba a tener sus dudas sobre si la orden de los escuderos andantes lo protegería de la horca. Para evitar tal desgracia, decidió que vendería el caballo a la primera ocasión que tuviera y con ese dinero se mantendría hasta conseguir un trabajo más seguro que el de la caballería andante. Utilizando por ello caminos secundarios como los más seguros, a esa hora en la que el ojo ardiente y brillante del día lanza sus rayos abrasadores sobre la tierra reseca, se sentó al abrigo de un roble frondoso y, con muchas ideas en la cabeza pero sin saber qué hacer, vio que se acercaba un anciano peregrino, quien, pasados ya sus años mozos, parecía encontrarse a las puertas de la muerte. Este peregrino, al que la fría edad había transformado en hielo sus canas grises, le dijo:

—Ricardo, escudero del famoso caballero andante Sir Billy de Billerecay, me envía la diosa Fortuna con el anillo invisible del famoso nigromante Trebia, con el que podrás prestar a tu amo un servicio que superará a todos los que cualquier otro escudero jamás haya realizado para el mejor caballero andante que haya ceñido espada.

A continuación, le dio instrucciones para usar el anillo: al ponérselo en el dedo no lo vería nadie pero, tan pronto como se lo quitara, se haría visible como cualquiera; con ello podría complacer y ser complacido con festines varios. Sucedió al mismo tiempo que algunas mozas pasaban por allí para ir a ordeñar las vacas. Para probar la virtud del anillo, Ricardo se lo puso en el dedo y se lanzó a besarlas, lo que las hizo chillar, pues sentían sus labios pero no veían su cuerpo. Él estaba tan contento que no podía creer que el anillo fuera de verdad, no atreviéndose a fiarse de sus propios ojos, temiendo que se tratara solo de un sueño agradable o de su imaginación; sin embargo, un argumento infalible lo convenció de que estaba despierto: tenía mucha hambre. Mientras, el anciano peregrino había desaparecido, así que Ricardo decidió antes que nada encontrar algo para llenar su estómago y se metió el anillo en el bolsillo de modo que en el momento adecuado le fuera útil para no tener que pagar.

p. 53No había andado mucho cuando llegó a una señorial posada donde, desmontando, ordenó al mozo de cuadra que cuidara bien de su caballo y que le diera tanta avena como pudiera comer; y, entrando en la posada como si fuera hombre de cierto rango, pidió una habitación y un vaso de vino canario, y de ambas cosas dispuso rápidamente56. Preguntó cuáles eran las mejores viandas que tenían en la casa para tomar un tentempié y ordenó que pusieran un capón al fuego para sentirse bien acogido; mientras se asaba, el posadero y él se bebieron dos o tres vasos de vino. En cuanto el capón estuvo listo, se lanzó sobre él con un apetito extraordinario y de la misma forma lo regó con el vigoroso vino canario. Entonces llegó el asunto más importante, el pago de la cuenta, que por los gastos del caballo y los suyos propios ascendía a siete chelines. Metiéndose la mano en el bolsillo como si fuera a sacar el dinero, Ricardo se puso el anillo y al instante se volvió invisible. La desaparición repentina del cliente y de su cuenta dejó a todos tan asombrados que se quedaron pasmados de pura sorpresa. Ricardo, mientras tanto, se fue al establo y, sacando a su caballo, lo montó y se alejó a galope tan rápido como pudo. Esto hizo que el mozo de cuadra jurara gritando como un afilador que el caballo se había desatado solo y que se había escapado con la silla de montar puesta, pues no veía a nadie cabalgando sobre él. Tanto el posadero como la posadera, y con ellos el mozo de cuadra, llegaron a la conclusión de que no podía haber sido otro que el diablo, que habría venido en forma de huésped para castigar a la anfitriona por hacer trampas al cobrar* y al mozo de cuadra por poner grasa en la dentadura de los caballos y por robarles medio cuarto de fanega de avena con un falso fondo57.

Mientras tanto, Ricardo había conseguido librarse del peligro y se felicitaba a sí mismo con orgullo por el truco con el que había engañado al posadero. Ahora no temía a nadie, sabiendo que su anillo era una garantía segura contra cualquier peligro. Sin embargo, como su caballo no era tan invisible como él, decidió dejarlo en algún sitio y a este fin llegó a un acuerdo con un granjero para que se lo cuidara una semana, al final de la cual volvería para pagarle. Emprendió su viaje entonces hacia Billerecay sin temor a los cepos58, la cárcel o el patíbulo. En el camino se cruzó con uno de Bedlam* y un hojalatero que justo venían de tomarse un vaso bien lleno de ron en la taberna*. Se unió a ellos de buena gana con la idea de hacer otro experimento con el anillo y, al preguntarles dónde se bebía el mejor licor, algo que los hombres suelen saber muy bien, le ofrecieron al instante una respuesta que fue muy de su agrado: «Jefe, si nos invitas a unos cuantos vasos, te ayudaremos a conseguir un licor muy potente cuyas burbujas brillantes y danzarinas desafían cualquier miedo y elevan los corazones afligidos al nivel máximo de alegría y júbilo».

Ricardo aceptó de buena gana la propuesta y así, uniéndose a ellos, fueron por un camino secundario hasta llegar a un lugar del bosque donde había una cabaña con techo de paja, paredes de barro y una chimenea de arcilla. Aunque no había cartel fuera, tenía uno dentro que rezaba así:

p. 54

Se sirven cervezas que harían hablar a un gato y tan famosas que ni York, Chester, Hull, Nottingham, Darby o Gravesend podrían igualarlas en los brindis.

Allí se sentaron y empinaron el codo supernaculum* hasta que se emborracharon; Ricardo prometió pagar todo, pensando que, cuando llegara el momento, escaparía gracias al anillo invisible. Pero la Fortuna se volvió en su contra pues, tratando de aprovecharse de los otros dos, se emborrachó tanto que se quedó profundamente dormido, como también les pasó a los otros dos. En este estado deplorable estuvieron roncando cuatro o cinco horas. Por fin, el hojalatero se despertó y, viendo a sus dos camaradas dormidos y recordando las promesas doradas que Ricardo les había hecho, pensó desplumarlo antes de que el pájaro volara y, hurgando en sus bolsillos, no encontró nada más que el anillo, una navaja y un fajo de papeles. Vio que el anillo estaba tan gastado como sus ollas, por lo que estuvo a punto de tirarlo y pensó que con la navaja debería cortarle la garganta por haberlo engañado con falsas esperanzas. Pese a ello se lo puso, y en ese instante apareció la posadera que llegaba para ocuparse de sus clientes pero, al no ver al hojalatero, que con el anillo se había vuelto invisible, empezó a azuzar a los otros dos para saber qué había sido de él. El hojalatero pensó que estaba loca por preguntar teniéndolo delante y por eso exclamó: «¿Qué c–––? ¿Está esta vieja tan ciega que no puede verme?»*. La mujer, oyendo su voz pero sin ver a nadie, gritaba preguntando: «¿Pero dónde estás, dónde estás?». Él le arreó tal golpe en la oreja que la hizo caer sobre Ricardo, quien despertó de su sueño y, oyendo al hojalatero maldecir y pregonar que la posadera no podía verlo, pensó que le habían robado el anillo y, palpándose el bolsillo, se dio cuenta de que así había sido en efecto y casi se desmaya del susto, pero, reponiéndose, dijo al hojalatero: «Querido hermano, dame tu mano». Cuando este así lo hizo, le quitó hábilmente el anillo del dedo y con la misma facilidad se lo puso en el suyo, con lo que el hojalatero se volvió visible de nuevo, pero a Ricardo no había quien lo viera por ningún sitio.

La posadera, al ver hacer tales trucos de magia, pedía a gritos su dinero con tales voces que despertó también al de Bedlam, quien preguntó por su amo.

—Creo que tu amo –dijo ella– es el diablo, porque el hojalatero y él están jugando al ratón y al gato*, ahora te veo ahora no te veo, y aquí hay siete chelines y seis peniques que pagar y este demonio ha conseguido escaparse, cosa que me sorprende porque ninguno de vosotros dos lleváis cruz alguna para poder asustarlo

Mientras intentaban encontrar una explicación para la situación, Ricardo se escapó de allí con rumbo a Billerecay; cómo consiguió llegar lo explicaremos en el próximo capítulo.

iEn el original se utiliza la expresión «with a crotchet chalk», que describiría cómo se anotaban con tiza las cuentas y la posibilidad de engañar a los clientes borrando y escribiendo otra cantidad.

iiEn el original, «a bedlam», es decir, un individuo que había estado o acabada de salir del conocido hospital y manicomio (véase nota 30), aunque la palabra también se utilizaba en la época como sinónimo de ‘mendigo’.

iiiEn el original se utiliza el término «rum-bozz» (bebida de ron) y se juega con la palabra «Bowzingken» para nombrar a la taberna, construida con los términos bowzing (boozing/driking), ‘emborracharse’, y ken para referirse a un tipo de local donde se bebe mucho.

ivEs un préstamo del latín combinado con el inglés que se utiliza con sentido cómico y que significaría ‘beber empinando el codo, hasta la última gota’.

vEn el original, Winstanley indica que se evita una posible expresión soez mediante un guion largo («What a p–––?»), probablemente «What a pox?», siendo el término pox (sífilis) muy utilizado en muchas imprecaciones o expresiones que indicaban irritación o impaciencia. Se ha decidido traducir de manera similar, evitando una posible expresión soez en castellano.

viEn el original, «Dock out Nettle». Dok (acedera) es una hierba o planta salvaje que suele crecer cerca de las ortigas (nettle) y sus hojas ayudan a aliviar el dolor de la picadura de las ortigas. La expresión está tomada de un conocido poema infantil con distintas versiones («Nettle out: Dock in / Dock remove the nettle sting»; o «Out nettle, in Dock / Dock shall have a new smock»), que explican qué hacer cuando pica una ortiga: frotar con la acedera para quitar el efecto de la ortiga. En el contexto, la posadera ve que ambos Ricardo y el hojalatero aparecen y desaparecen («in and out»), como el picor de la ortiga al aplicar la acedera.

56.Canary es el nombre que recibía un tipo de vino dulce en esta época isabelina, originario de las Islas Canarias, aunque se fabricaba en las Islas Británicas desde el siglo XV, que se consideraba bebida de aristócratas, escritores y mercaderes.

57.La fanega inglesa («peck» en el original) es una unidad de medida de capacidad para grano, legumbres, etc. Una fanega de centeno pesaría 32 kg aproximadamente.

58.Los cepos («stocks» en el original) fueron hasta mediados del siglo XIX un método de castigo para delitos menores, con el que se aprisionaban los pies o las manos de los castigados mediante una estructura de madera y eran así expuestos como objeto de mofa y burla en espacios públicos como plazas o mercados.

Chapter VI
How Ricardo in his journey towards Billerecay met with an aged palmer, who gave him an invisible ring, with which he cheats an innkeeper; as also what a trick he served a bedlam and a tinker.

Ricardo, as you heard in the former chapter, being sent on an arrand to the Lady Dulcina, bethought* himself by the way that if he returned back to Billerecay, old Thomasio would apprehend him for stealing of his horse, and therefore began to doubt whether squire errantry would protect him from the gallows. To prevent which disgrace, he resolved upon the first opportunity to sell his horse, and with the money to maintain himself until he could get into a safer* service than that of knight errantry. Wandering therefore through bypaths as his most ready way, at such time as the days bright burning eye cast scorching rays upon the parched earth, he sat him down under the covert of a broad spreading oak, and being full of thoughts not knowing what to do, he spied coming towards him an aged [90] palmer, one who seemed by the downfall of his mellow years that nature had brought him near to the door of death. This palmer, whose cold age had frosted his grey hairs, said to him:

“Ricardo, squire to the famous knight errant Sir Billy of Billerecay, I am sent to thee from the goddess of Fortune, with the invisible ring made by the famous necromancer Trebia, whereby thou shalt perform to thy master such services as shall exceed all those which were ever done by any squire to the best knight errant that ever wore sword.”

Then did he instruct Ricardo in the use of the ring, how putting it on his finger he could be seen by nobody, but, as soon as it was off he appeared as visible as any other, by which he might both please and pleasure himself in diverse feasts. It happened at the same time some maids going by to milk their cows, Ricardo to try the virtue of his ring, putting it on his finger, fell to kissing the maids, which put them to the squeak, feeling his mouth but seeing nobody. Ricardo was so far transported with joy of this ring that he could scarcely believe so great a truth, not daring to trust his own eyes, but fearing it to be only some [91] flattering cream or vain vision; yet by one infallible argument he found himself to be awake, which was that he was thoroughly and hungry. In the meantime the old palmer was vanished away; wherefore Ricardo resolved, the first thing he did to seek out for belly timber, putting his ring in his pocket, that at a convenient time it might serve to discharge his reckoning.p. 53

He had not gone long in his way before he came to a stately inn, where alighting, he commanded the hostler to look well to his horse, and give him as many oats as he would eat; and walking into the house, with as much state as if he had been a man of some special note, he called for a room and a pint of Canary, with both which he was quickly accommodated. Then asked he what provision they had in the house with the best of which taking a small repast, he commanded a capon to be laid to the fire for his better accommodation; during the time while it was roasting, the host and he drank two or three pints of sack. The capon being ready he fell to it with an extraordinary stomach, and with as quick a dispatch washed it down with the brisk Canary. But now the main matter of [92] all, the reckoning came to pay, which for his horse and himself amounted to seven shillings. Ricardo putting his hand into his pocket as if to draw out his money, slipped on his ring, whereby in an instant he became invisible. This sudden flight of their guest, with the loss of their reckoning, put them all into such amaze that they stood senseless transformed with wonder. Ricardo in the meantime slipped into the stable, and getting out his horse, mounted him, [and] galloped away as fast as he could. This made the hostler to swear like a coulter that the horse should untie himself and run away with the saddle on his back, for they could see no man that rode thereon. And now both host, hostess, and hostler, concluded it was no other than the devil, who had come thither in the likeness of a guest to punish her for false scoring with a crotched chalk and the hostler for tallowing of horses’ teeth and cheating them of their oats by a half peck with a false bottom.

In the meantime, Ricardo was gotten quite out of danger; hugging himself in conceit for the trick he had served the innkeeper, and now he fears no colours, knowing his ring a sure preservative [93] against all dangers. But because his horse was not so invisible as himself, he resolved to leave him behind, and to that purpose bargained with a farmer for a week’s keeping, at the end of which he promised to come again and pay him. Then taking his journey towards Billerecay, fearless of stocks, prison, or gallows, on the way he overtook a bedlam and tinker, who had newly been taking a lusty cup of rambooze* at the Bowzingken.* With these Ricardo willingly consorted, minding to make some further experiments with his ring; so asking them where the best liquor was to be had, as men very well knowing that way, they soon returned him this pleasing answer: “Master, if you will give us half a dozen, we will help you to such nappy liquor whose dancing sprightly bubbles defy degenerous* fears, and raise up poor afflicted hearts to the highest degree of mirth and jollity.”

Ricardo willingly embraced the motion, and so joining company, they struck down a bypath until they came unto a woodside, by which stood thatched cottage with loam walls and a clay chimney, and though it had no sign without,* it had that within which a sign signified, viz. p. 54

Beer which would make a cat [94] speak, and such transcendent ale, that York, Chester, Hull, Nottingham, Darby, nor Gravesend with a toast, could parallel it.

Here did they sit and tipple supernaculum* until such time as they all grew boozy; Ricardo promising to pay for all, thinking when the reckoning came to pay to escape away with his invisible ring. But his fortune had like to have proved very bad, for in striving to suddle* the other two, he got so drunk himself that he fell fast asleep, as also did the other two. In this swinish condition they lay snoring four or five hours, at last the tinker awaked, and seeing his two comrades’ fast, and remembering the golden promises Ricardo had made, he thought to reesle* the nest before the birds were flown; and diving into his pockets, he found nothing there, but only the ring, and a knife, and sheaf, which ring he thought to have been as brazen as his kettles, and therefore was about to throw it away, and with the knife to have cut his throat for cheating him of his golden expectation. Howsoever the ring he put on his finger, when instantly the hostess came in to look after guests, but not seeing the tinker, who by wearing the ring was become [95] invisible, she fell to jogging the other two to know what was become of the tinker? The tinker judged her to be mad to ask for him before his face, and therefore said: “what a P----- is the old Jade blind she cannot see me?” The old woman hearing his voice, but seeing nobody, asked: “where are ye, where are ye?” With that he gave her such a box on the ear as tumbled her down upon Ricardo, whose fall awaked him out of his sleep, and hearing the tinker to curse and ban because his hostess could not see him, he thought he had gotten away his ring, and feeling in his pocket, found it so indeed, wherefore he was ready to swound away with fear, but recollecting himself he called to the tinker, saying, “Honest brother give me thy hand,” which the tinker doing, he nimbly slipped the ring from off his finger, and as nimbly put it on his own, whereby the tinker again became visible, but Ricardo was nowhere to be seen.

The hostess seeing such juggling tricks, began to call out for her money, with such a loud voice as waked also the bedlam, who asked* for his master.

“I think,” said she, “your master is the devil, for the tinker and he are in dock out nettle, [96] sometimes seen and sometimes not, and here is seven shillings and six pence to pay, and now the young devil is fled, which I much marvel at, for I think none of you both have any crosses about ye to scare him away.”

Whilst they were thus arguing the case, Ricardo slipped away from them, taking his course directly towards Billerecay, where how he sped* we shall declare in the next chapter.

ibethought] obs. To think over (a thing) with a view to decision or action.

iisafer] more safer 1694, 1699.

iiirambooze] hist. A type of alcoholic drink made with wine, eggs or milk, sugar, and other ingredients.

ivBowzingken] A pun on the words “boozing” (drinking deeply) and “ken” (A house where thieves, beggars, or disreputable characters meet or lodge).

vdegenerous] obs. Degenerate.

viwithout] lit. and arch. On the outside or outer surface; externally.

viisupernaculum] rare. To the last drop, to the bottom.

viiisuddle] dial. Soil, sully, defile.

ixreesle] risle 1694, 1699.

xasked] asking 1694, 1699.

xisped] arch. Prosper, succeed.