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Capítulo VII
De cómo Ricardo entregó la carta a Joan Grumball, con su respuesta y varias hazañas de Ricardo con su anillo invisible.

Era ese momento del día en el que el celeste auriga de dorados cabellos ponía fin a su carrera diurna haciendo bajar a sus jadeantes corceles hacia la colina occidental, cuando el famoso escudero andante Ricardo entró en la ciudad de Billerecay, dirigiéndose a la casa de Joan Grumballl, a la que entregó la carta de Sir Billy con mucho respeto, contándole tales historias del valor de su amo, de su honor como caballero y del gran afecto que sentía por ella que el corazón de Joan comenzó a derretirse como un gramo de mantequilla al sol. Pero, como no sabía leer, hizo buscar a un maestro de escuela de la otra punta de la ciudad para que leyera la carta, uno que le tenía buena voluntad y que justo en ese momento estaba escribiéndole una carta para explicarle el afecto que sentía por ella. Crispín, al leer la carta de Sir Billy y comprender que tenía como rival a un caballero, quedó muy preocupado, pero Joan Grumball estaba tan contenta con las dulces palabras que había recibido de Sir Billy que quedó entregada a él en cuerpo y calzas, y no paraba de hacerle preguntas a Ricardo sobre él. A todas respondió este con un lenguaje tan elevado, exagerando tanto el arrojo de Sir Billy, el respeto que todos le tenían y el amor leal que sentía por ella, que Joan se sintió cada vez más y más atrapada en las ramas de lima del amor, promentiéndose y declarándose suya para siempre.

Crispín, dándose cuenta por estos presagios de que probablemente su cortejo no obtendría sino una fría recepción, para vengarse de Ricardo, cuyos discursos le iban a arrebatar el corazón de Joan, fue en busca del viejo Thomasio y le dijo que aquel que había ayudado a su hijo a robarle los caballos estaba en ese mismo momento en casa de Joan Grumball, que podría apresarlo fácilmente y así saber qué había sido de su hijo y de los caballos.

Thomasio, rápido como un rayo, haciéndose acompañar por un alguacil, fue a la casa de Joan Grumball y, agarrando a Ricardo, le amenazó con todos los castigos que se le ocurrieron en ese momento, como ahorcarlo, quemarlo, ahogarlo, matarlo, apuñalarlo y otras veinte clases de muerte más, si no le decía dónde estaban su hijo y sus caballos. Ricardo no se amedrentó en absoluto ante ese tono tan autoritario sino que, con la intención de engañarlo, le dijo que su hijo se había convertido en uno de los hombres más importantes del mundo, que reyes y reinas anhelaban su ayuda, que caballeros y damas imploraban su socorro, que normalmente mataba a media docena de gigantes para desayunar y teñía su espada con la sangre de monstruos y dragones todos los días; que su amo se encontraba en ese momento en el castillo del sabio Frestón, donde la excelsa princesa de Tantabilus lo cortejaba, aunque él se había jurado sólo servir a su hermosa Dulcina. En resumen, que su amo era un caballero y él era su escudero y que, por lo tanto, según dictaban las leyes de la caballería andante, no se les debía importunar ni molestar dondequiera que estuvieran.

p. 56Pero Thomasio, sin querer que le distrajeran con tales tonterías, encargó al alguacil que lo llevara ante un juez de paz, a lo que Ricardo consintió de buen grado y hacia allí se dirigieron de inmediato. El juez, habiendo escuchado las alegaciones de ambas partes, convenció a Thomasio para que se fuera con Ricardo y consiguiera por las buenas que su hijo volviera de nuevo y que, si se empeñaba en no volver, le quitara los caballos, lo que sería una buena manera de acabar con su caballería andante, y para que se fueran juntos de la mejor manera posible, pidió una botella de vino para brindar por su amistad. Tan pronto como pusieron la botella en la mesa, Ricardo tomó las riendas de la situación y, poniéndose el anillo invisible, se acercó a la mesa sin miedo y, metiéndose la botella de vino bajo el abrigo, salió con ella sin que nadie averiguara cómo lo había hecho. El juez y Thomasio quedaron asombrados al ver que la botella se había esfumado sin que nadie la hubiera cogido, pero mucho más al no ver a Ricardo. Y entonces, recordando las historias tan raras que les había contado sobre Billy, llegaron a la conclusión de que tanto el amo como el sirviente se habían convertido en magos y, por ello, se preguntaban qué más fechorías iban a sufrir.

Mientras tanto, Ricardo se fue tranquilamente a casa de Joan Grumball con la botella de vino, sin quitarse el anillo hasta que entró en la casa para que nadie lo viera. Allí le contó cómo había engañado al juez y que por ello debía irse lo antes posible a donde estaba su amo. A Joan le gustó mucho la broma, pero más le gustó la parte que le tocaba del vino y, brindado a la salud de Billy, pidió a Ricardo que se quedara mientras se hacía con una carta para responder a su amo, que redactó el maestro de escuela de la ciudad con estas palabras:

Mi querido caballero,

La alegría con la que yo, Joan Grumball, dama de vuestos afectos, he recibido vuestra carta debería expresarse mejor con la imaginación que con palabras, pues al saber del amor ardiente que me profesáis, expresado con tal elocuencia retórica, me ha ocurrido como al mendigo que, al encontrar de repente un valioso tesoro, apenas puede creer lo que ven sus ojos y teme que sea un sueño o un grato engaño. Aun habiéndome ocurrido a mí, mi querido caballero, difícilmente puedo creer a mis propios oídos y mucho menos imaginar que un héroe tan famoso como vos se convierta en el imán de mis afectos. Sabed que estoy enamorada hasta los trancos tanto como vos. Y no me consideréis frívola por haberme rendido tan pronto, porque ¿qué corazón puede resistirse ante el empuje de vuestra elocuencia, siendo vos conquistador tanto de afectos como de gigantes? Se me hará el tiempo interminable hasta que vuelva a saber de vos y mucho más hasta que os vea; hasta entonces me declaro,

Vuestra, en sentida amistad,

Joan Grumball.

p. 57Habiendo recibido la carta, Ricardo prometió que tendría mucho cuidado en entregarla; y ella, por su parte, le prometió que, cuando se convirtiera en la dama de su caballero, sería una buena señora para él y le ayudaría de vez en cuando con una moneda*, de lo que el caballero no debería enterarse nunca. Ricardo partió satisfecho con estas promesas, aunque decidió mantener en secreto la virtud del anillo invisible.

Pero no estaba tan interesado en regresar con su amo como en hacer de las suyas con el anillo invisible, pues pensaba que resultaba mejor negocio que el de su amo matando a gigantes o socorriendo a damiselas y damas afligidas. Y la Fortuna le fue muy favorable, pues no había andado mucho cuando su estómago (que estaba generalmente hambriento) le hizo parar en una posada para poder reponerse. Allí un par de recaudadores de impuestos estaban sentados, cenando una paleta de cordero y un capón después de haberse apropiado ese mismo día de todos los bienes de un pobre hombre a cambio de un precio ínfimo, bienes que habían vendido y malversado a su antojo para arruinarlo totalmente y pagarse sus lujos y borracheras. Iban a medias con los compradores de los bienes confiscados, lo que significaba, en realidad, que se quedaban con la mayor parte. Ricardo, dándose cuenta del tipo de canallas que eran y de cómo vivían arruinando a otros, decidió tenderles una trampa; y, por ello, viéndolos sentados frente a la comida sin antes haber bendecido la mesa, como hombres desconocedores de cualquier virtud, al instante se pone el anillo, oculta el capón en su abrigo, dando a cada uno de ellos un puñetazo en la boca que, aunque no supieron de dónde venía, lo sintieron con fuerza; y, pensando cada uno que el otro le había golpeado, este agarra la paleta de cordero y con ella golpea a su compañero en la cara y aquel, medio cegado por la grasa y con toda la ropa manchada, para vengar la afrenta, cogió la bandeja y, lanzándosela a la cabeza, le hizo caer sobre un banco; este, medio aturdido por la caída, poniéndose en pie de nuevo, cogió la barra de pan y se la rompió en la cabeza al otro, quien, a su vez, cogió una jarra de cerveza y, estrellándola contra la cara de este, lo atacó con la vasija como si tuviera la intención de dejarle la cara como la de una momia. Ricardo permaneció allí todo el rato, riéndose con ganas al ver cómo se gritaban el uno al otro e incluso tuvo alguna que otra oportunidad de darles varios golpes en la cara y, como ellos no sabían de dónde procedían, se lanzaban de nuevo el uno contra el otro. Para completar su venganza, viendo un par de tijeras en la ventana, las cogió y les fue cortando mechones de pelo, de manera que, cuando dejaron de pelear y se separaron con las narices ensangrentadas, los rostros magullados y el pelo despeluchado, tenían un aspecto de lo más lamentable.

Pero entonces empezó otra nueva pelea. Había desaparecido el capón y ambos oficiales juraban a una que había sido obra del posadero mientras que ellos se peleaban. Este a su vez los llama canallas tramposos y les dice que se han peleado a propósito para robarle su comida y engañarlo con la cuenta, pero jura que, aunque hubieran causado daño a su compañero, no le harían lo mismo a él con trucos; así que envía a buscar a un alguacil, jurando que pagarán tanto la carne como la bandeja. Ricardo, cuando vio que el asunto llegaba a ese punto, se marchó de allí con su trofeo, dejando que ellos resolvieran la riña como pudieran. No se había alejado mucho cuando (como si hubiera nacido para castigar a granujas) se encontró con un tratante de caballos, uno que se había despedido de la honestidad por no ser la compañera idónea para su vocación. Ricardo lo aborda y le ofrece una cena regada con vino en la siguiente ciudad a la que lleguen, lo que el tratante de caballos acepta encantado, intrigado por esta nueva amistad, pensando que había dado con un tonto del bote forrado de dinero, a quien decidió dejar seco antes de que se separaran. Así que continuaron hasta la siguiente ciudad y, entrando en una posada, pidieron un capón, que les sirvieron de inmediato, y los vasos de vino empezaron a circular con alegría.

p. 58Así estaban de contentos cuando entró un hombre que había estado en la otra posada y que había visto a Ricardo entrar pero no salir. Y, recordando cómo habían desaparecido el capón y la bandeja, y viendo esos mismos instrumentos en la mesa, acusa a Ricardo de haberlos robado, lo que produjo un gran alboroto. El tratante de caballos, que había pensado aprovecharse de su compañero, temiendo quedarse sin blanca si se le asociaba con él, fue el primero en atacar a Ricardo con recriminaciones. La posadera, viendo que tenía clientes tramposos, estaba igualmente ocupada exigiéndoles el dinero que debían, de manera que se organizó un tremendo barullo. Ricardo se dio cuenta de que todo aquel revuelo se volvería en su contra y pensó que era hora de marcharse, así que, poniéndose el anillo invisible, cogió las sobras del capón, se las tiró a la cara a la posadera y, con la misma intención, le lanzó la bandeja al tratante de caballos, quien, medio ciego y mortificado por el dolor, comenzó a chillar de manera espantosa y, para que el chivato no quedara indemne, Ricardo cogió una olla de cuarto59, lo derribó con ella y luego salió triunfante.

Tan pronto como se fue, la posadera, recuperándose un poco, se abalanzó sobre el tratante de caballos diciéndole que había llevado al diablo a su casa; pero, dejando aparte al diablo y a todos sus secuaces, juró que le haría pagar todos los daños antes de que se marchara. El tratante de caballos explicó que él se lo había encontrado por casualidad y que podía comprobar por su cara magullada y por los golpes recibidos en la cabeza que no era uno de sus cómplices. El otro tipo, que había estado todo este tiempo inconsciente, volviendo un poco en sí, empezó a despotricar contra él aún más que la posadera, de modo que el pobre tratante de caballos, que había recibido más golpes que los otros dos, no sabía qué hacer porque, a pesar de todas sus explicaciones, creían que él había sido el socio del diablo en todo aquello y que, por lo tanto, debería pagar por él si no lo hacía comparecer.

El tratante de caballos se encontraba al borde de la desesperación y sin saber qué hacer: a ratos rezaba, a ratos lanzaba juramentos con todas las maldiciones que se le ocurrían, sin tener la menor idea de quién era aquel personaje con el que se había encontrado; pero de nada le sirvieron todos sus juramentos y quejas; al contrario, avisaron a algunos vecinos y decidieron arrojarlo al río para ver si era una bruja; pero, mientras se disponían a hacerlo, el dueño de la otra posada con los oficiales, habiéndose enterado de cómo el capón y la bandeja había llegado hasta allí, venían a buscarlos. Estos oficiales, que conocían al tratante de caballos, como suelen conocerse los de la hermandad de la iniquidad, le consiguieron un indulto hasta que se pudiera tratar el asunto con más calma.

Y entonces todos comenzaron a contar sus desgracias y a mostrar sus heridas, y viendo cómo se había hecho todo, llegaron a la conclusión de que no podía haber sido otro que el diablo para castigarlos por sus faltas. Entonces el posadero comenzó a echarles en cara a los oficiales su lenguaje soez y su crueldad, las acciones deshonestas que llevaban a cabo para que la gente cayera en sus garras y, aprovechando que los tenía allí, les hizo saber con cuánta desmesura las ponían en práctica. Los oficiales, por su parte, recriminaron al posadero y a la posadera sus cuentas falsas, cómo sumaban con trampas y cómo aprovechaban que la gente estaba casi bebida para llevarse las jarras antes de que estuvieran vacías y las llenaban de espuma de nuevo para que las pagaran como llenas; cómo daban además información a salteadores de caminos* y hombres de esa calaña sobre el tipo de huéspedes que llegaban a la posada. Al tratante de caballos también lo acusaron de varios engaños relacionados con su profesión, de modo que, si le hubieran hecho un retrato, os habríais dado cuenta por sus atributos que no era sino un redomado granuja.

p. 59Mientras tanto, el supuesto diablo Ricardo había logrado alejarse de sus garras y los dejó lamentándose por sus pérdidas. Estaba decidido a llegar al día siguiente donde estaba su amo y por ello se dirigió directamente a la casa del granjero donde había dejado su caballo. Pero se le presentaba un nuevo problema, pues no tenía dinero para pagarle; pero esa dificultad duró poco, pues, al pasar por la casa de un usurero, oyó ruido de dinero tintineando sobre la mesa y, como estaba abierta la puerta, se puso el anillo invisible y entró. Estaba allí un pobre hombre que había pedido prestadas diez libras a su usurero y había ido a pagarle, y una vez liquidado el pagaré y cancelada la deuda, el usurero metió el dinero en su bolsa. Ricardo lo observó todo con atención y, al ver que ponía la bolsa sobre la mesa, la cogió inmediatamente. El usurero, cuyos ojos, al igual que su corazón, estaban siempre pendientes del dinero, viendo que su bolsa había desaparecido con tal facilidad, quedó tan confundido como lo estaría un perro al ver un pastel moviéndose y comenzó a invocar a Aquel a quien rara vez tenía en mente*, temiendo que el diablo, que creía que se había llevado su bolsa, volvería después a por él. Así que hizo promesa de que cambiaría de vida, que nunca más sería inflexible a la hora de incautar los bienes si el inquilino se demoraba un día, ni obligaría al prestatario con pagarés a que tuviera que pagar casi diez o doce chelines por cada cien. Y, además, para no fallar en su propósito y mantenerse así alejado del peligro, construiría una casa de beneficiencia para ayudar a los que hubiera arruinado con su extorsión.

Diréis que habría sido buena idea ahorcar a este usurero mientras prometía todo esto, no fuera a ser que hiciera como aquel capitán de barco que en una ocasión de gran peligro prometió a Nuestra Señora poner en su altar una vela tan grande como el mástil principal del barco y que, cuando uno de sus compañeros le advirtió que había prometido algo imposible, contestó: «Bah, tonto», dijo, «hay que hablar con ella así en momentos de necesidad, pero si conseguimos llegar a tierra, haré que se contente con una vela de seis peniques»*.

Pero Ricardo era algo más escrupuloso en sus acciones, así que, una vez a salvo y fuera de la casa del usurero, se guardó algo del dinero en el bolsillo, esperó a que saliera el pobre hombre y le dio el resto, aconsejándole que se portara como un buen marido con ese dinero y que rezara por el Escudero del Anillo Invisible y por su buena fortuna. Y así, dejando al pobre hombre más que contento, se dirigía hacia la casa del granjero cuando, al pasar por una pradera, vio a una moza ordeñando una vaca y cantando dulcemente esta canción:

Cuando pedí por primera vez un deseo al Amor
no me importó que caso no me hiciera,
y pensé que siendo libre estaría mejor,
pues estando a su merced acaso feneciera.
¿Pues qué sirve a los pobres amantes de alimento
sino pena, angustia, dolor y descontento?
Pese a ello, mi mente aún no se llega a decidir
(pues las mentes de las doncellas son cambiantes),
pero si un servidor fiel llegara a conseguir,
cuyo amor fuera inagotable y constante,
dejaría enseguida que el Amor me venciera,
y dueño y señor de mis afectos lo hiciera.
Los corazones de las doncellas no son fáciles de robar,
obstinados, duros, por impresiones no se dejan arrastrar,
pero tiernos y delicados los dardos de Cupido los tornarán,
pues en sus corazones huella inmediatamente dejarán.
No hay fuerte tan inexpugnable que no pueda ganarse,
ni hay mente tan inalterable que no pueda cambiarse.

p. 60Ricardo se quedó asombrado con la cautivadora armonía de su voz y la comparaba con la melodía del poeta tracio Orfeo, que atraía con sus canciones a bestias, plantas y piedras para que lo siguieran, o incluso también con la melodía de los coros seráficos60. Era todo oídos mientras escuchaba la canción y tan grata le resultó que inundó su corazón y quedó prendado. Sin embargo, decidió sopesar primero si era posible que los escuderos andantes tuvieran su propia dama al igual que los caballeros; muchos argumentos de peso a favor y en contra pasaron por su cabeza; pero el amor se impuso sobre ellos de tal manera que quedó a merced de sus afectos, así que, tan pronto como dejó de ordeñar la vaca, la abordó de esta manera:

—Hermosísima señora, la atrayente armonía de vuestra voz angelical tanto ha cautivado mi corazón que me he convertido en un servidor rendido a vuestras virtudes y, por lo tanto, entre todos los días de mi vida, considero este como el más feliz por haber tenido el honor de veros por primera vez. No penséis que os habéis encontrado con un cualquiera que intenta así conseguir el beneficio de vuestra gracia; pues sabed que soy nada menos que el escudero andante del renombrado caballero en armas, el invencible y victorioso Sir Billy de Billerecay, cuya fama empieza a resonar por todo el mundo y cuya historia se escribirá con osada pluma y quedará registrada en el libro de la Fama. Permitidme que os inste, por tanto, a aceptarme como vuestro siervo, con lo que podréis llegar a ser tan famosa como Dulcina, la dama de mi amo y, con el tiempo, la esposa del gobernador de una ínsula.

p. 61La pobre doncella, que nunca antes había tenido noticia de la retórica amatoria más allá de una balada o de expresiones en la jerga de los labradores como «A fe mía, Joan, que te amo»; lo miró fijamente como si se hubiera quedado petrificada y por fin le dijo: «Os pido, señor, que no uséis palabras tan difíciles, asustáis a mis vacas y se agria la leche». Ricardo, dándose cuenta de que no había entendido nada, se inclinó hacia ella con la intención de hacerle una reverencia, pero la moza ágilmente lo evitó amenazándolo con chillar si se acercaba más; por lo que, esperando lograr su objetivo, Ricardo se puso el anillo invisible. La moza, viendo que desaparecía de repente y sintiendo algo en sus labios pero sin ver nada, tiró el cubo de la leche y corrió a su casa tan rápido como sus piernas se lo permitieron, de modo que pronto estuvo fuera del alcance de Ricardo, quien, viéndola huir, pensó que perseguirla sería en vano y siguió el camino previsto hasta que llegó a la casa del granjero.

Ahora bien, resultó que esta doncella a la que así había cortejado era la hija del granjero, quien, al ver acercarse a Ricardo, chilló como si estuviera viendo algún espíritu o duende y, como ya había contado lo que había ocurrido mientras ordeñaba, gritó ahora: «¡Este, este es el diablo que me perseguía!». Pero el granjero, como ya conocía a Ricardo, intentó convencerla de lo contrario, diciéndole que era el hombre que había dejado el caballo a su cuidado. Y así, entrando en la casa, después de alguna que otra explicación, Ricardo le contó al granjero el afecto que le tenía a su hija y, para ganarse su confianza, cómo él era el escudero de un caballero andante que conquistaba reinos a placer, que él mismo llegaría a ser al menos gobernador de una ínsula; y sobre lo que le había ocurrido a su hija, era tan solo cosa de encantamiento, a lo que los caballeros andantes y sus escuderos estaban acostumbrados.

El viejo granjero se maravilló de sus palabras y lo miró entonces como un hombre al que había juzgado de manera diferente desde el principio, y por ello le dio su consentimiento sin reservas, muy contento por tener al gobernador de una ínsula como yerno; pero, cuando le contó esto a la hija, ella lo miró con tanto desdén como Penélope al ser cortejada por el mendigo Iro61.

—Sí, hombre, ¡por mis fogones! –dijo–, por lo que me toca, este escudero andante no serviría ni como sota de bastos del rey ni de la reina de corazones, así que dejad que sea su amo el que conquiste reinos e ínsulas para quien quiera, pero este cualquiera, este abracadabra, nunca será marido mío.

Esta respuesta fue como un jarro de agua fría para Ricardo, pero, consolándose con las palabras del padre, pensó que el tiempo la haría cambiar de opinión y, en cualquier caso, no habría sabido qué hacer con una esposa en el caso de que la tuviera. Por ello, decidió que ella sería su dama y que la llamaría Dowzabella, nombre que prometió que haría tan famoso con sus hazañas como el de Sabra, la amada dama de san Jorge, o Philotheta, la dama de Monteleón, Caballero del Oráculo.

—Lárgate, loco –dijo la moza–, y usa tu fuerza para varear un peral o tu energía para ser el mejor en un partido de fútbol; y no juegues con espadas, que con esas armas estás fuera de tu elemento, y dedícate al mayal, cuyo uso te conviene mucho más.

—Mi queridísima Dowzabella –dijo Ricardo–, no seáis tan cruel conmigo en vuestro hablar.

p. 62—¡Anda! –dijo la moza–, pero ¿qué tenemos aquí? Me bautizaron como Mary y me dicen Moll, y ¿tengo ahora que llamarme Dowzabella? Pues te deseo que, para tu desgracia (si es que hay alguna tan loca como para casarse contigo), que tu esposa de escudero andante consiga que te nombren Caballero de la Orden de los Cornudos*. Y sin más, señor, ahí tienes el camino para irte porque el espacio libre que dejes me vendrá mucho mejor que tu compañía.

Ricardo, al oír estas palabras, pensó que quedarse allí más tiempo sería en vano, así que pagó al granjero por haber cuidado su caballo y, esperando que a Dowzabella le quedara mejor opinión de él, montó en su corcel y emprendió el regreso a donde estaba su amo.

iEn el original, «Bitt», un tipo de moneda de las colonias británicas del Caribe, de plata, con valor de 8 céntimos, que llegó a ser igual a la moneda inglesa de plata de cuatro peniques.

iiEn el original, «paddlers», un término que designa a ladrones que roban a pie y no a caballo.

iiiEn el original, «began to call upon him» (empezó a invocar a aquel). Se traduce el término en mayúscula, como referencia indirecta a Dios, al que el usurero no solía tener en cuenta y que será quien pueda protegerle del diablo. De ahí que haga promesas para cambiar de vida. Unas líneas más abajo se recoge una referencia directa a «our Lady» (Nuestra Señora) en la anécdota del capitán de barco. Son de las pocas menciones religiosas que hace Winstanley en la novela.

ivEn el original, «six to the Pound» (seis a la libra), indica el poco valor que tendría el exvoto.

vEn el original, «Knight of the Forked Order», una expresión que, como indica el Oxford English Dictionary, equivale a los términos horned, cornuted, cuckolded o cuckold (cornudo). La moza, ante la retórica de Ricardo para engatusarla, y rechazando el nombre de Dowzabella, le desea que su posible mujer le engañe y le proporcione con ello este título sardónico con ecos de orden de caballería.

59.Según indica el Oxford English Dictionary, el cuarto es una unidad de capacidad de líquido igual a la de un cuarto de galón. Un galón son 4,5 litros aproximadamente, de manera que la olla que coge Ricardo tendría una capacidad aproximada de 1,125 litros.

60.Orfeo, héroe mitológico, era hijo de Apolo y de Calíope. El sonido de su lira calmaba a las fieras y resultaba tranquilizador para todo el que estuviera alrededor. Los coros seráficos son los primeros en la jerarquía de los ángeles. Dionisio Areopagita en el siglo VI extrajo de diferentes pasajes de la Biblia nueve coros y los serafines son los primeros. Siguen los querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, arcángeles y ángeles.

61.Iro o Arneo era el mendigo que entregaba los mensajes de los pretendientes a Penélope en la Odisea de Homero (canto XVIII). Se le presenta como personaje burdo, de gran apetito y contrito ante Ulises, contra el que pierde una pelea.

Chapter VII
How Ricardo delivered his letter to Joan Grumball, with her answer to it and several exploits performed by Ricardo with his invisible ring.

It was at such time of the day when the curl pate waggoner of heaven had well near finished his diurnal course, and was driving his panting steeds down towards the western hill, when the renowned squire errant Ricardo entered into the town of Billerecay, bending his course directly towards the house of Joan Grumball,* to whom he delivered Sir [97] Billy’s letter with much obsequiousness, telling her such stories of his master’s valour, his honour of knighthood, and of the great affection he bore to her, that her heart began to melt towards him, even as a pound of butter melts before the sun. But seeing* she could not read herself, she sent for a journeyman schoolmaster* to the further end of the town to read it, one who bore good will unto her, and was at that present inditing a letter to make her know the affection he bore her. Crispin having read it over, and understanding he had a knight to his rival, was very much troubled, but Joan Grumball was so well pleased with the sugar-candy words he sent unto her that she vowed herself unto him both body and breeches, asking Ricardo many questions concerning him; all which he answered in such lofty language, amplifying his prowess, the respects all people showed unto him, with the faithful love he bore unto her, that she was more and more entangled in the lime twigs of love, vowing and protesting herself his for ever.

Crispin by these presages finding his suit like to have but a cold reception, to avenge himself on Ricardo, by whose [98] speeches he thought Joan’s heart was estranged from him, he therefore ran to old Thomasio, telling him his son’s partner in stealing away his horses was at that instant at Joan Grumball’s, whom he might easily take, and by that means know what was become of his son, as also of his horses.

Thomasio quick as lightning taking a constable along with him, went to Joan Grumball’s, and seizing upon Ricardo, threatened him with all the punishments he could reckon up as hanging, burning, drowning, killing, stabbing, and twenty other kinds of death besides, if he told him not where his son and horses were. Ricardo nothing daunted at his domineering, but intending to put a trick upon him, told him that his son was become one of the greatest lords in the world, that kings and queens craved his assistance, and lords and ladies implored his help; that he commonly killed half a dozen giants for his breakfast, and bathed his sword in the blood of monsters and dragons every day. That his master was at that present in the Sage Freston’s castle, where the most excellent princess Tantabilus courted his love, but that he had vowed himself only to the [99] service of his beautiful Dulcina. In sum, that his master was a knight, and he was his squire, and that therefore by the laws of knight errantry, they were not to be troubled nor molested wheresoever they came.p. 56

But Thomasio being minded not to be put off with such nonny-noes, charged the constable to carry him before a justice of peace, to which Ricardo willingly consented, whether they immediately addressed themselves. The justice having heard the allegations on both sides, persuaded Thomasio to go along with Ricardo and see by fair means to bring his son home again and, if he were so obstinate he would not return, to take away their horses, which would be a means to spoil their knight errantry, and that they might go the more lovingly together, he called for a bottle of sack to drink them into unity. The bottle was no sooner set on the table but Ricardo vowed himself master thereof, and thereupon slipping on his invisible ring, he boldly steps to the table and, clapping the bottle of sack under his coat, marched away with it not being discerned by any. The justice and Thomasio were stricken into a wonderful amazement to see the bottle go [100] away without hands as they thought but much more when they missed Ricardo. And now remembering what strange stories he had told of Billy, they concluded that both the master and the man were turned conjurers and therefore dreaded what further mischief might by his means be showed unto them.

In the meantime, Ricardo was walked to Joan Grumball’s with his bottle of sack, never pulling off his ring till he came within the house that not anyone might take any notice of him. Here did he tell her what a trick he served the justice, and that therefore he must make all the hast he could to his master. Joan was very well pleased with the jest but much more with her part she had in the sack, and having drank a health to Billy, she desired Ricardo to stay so long till she got a letter in answer to his master, which by the schoolmaster of the town was performed for her in these words:

My dearest Knight,

With what joy I Joan Grumball the lady of thy affections received your letter may better be expressed by imagination than words for, hearing of the ardent love that you bear unto me, set forth in such [101] rhetorical elocution, it fared with me as with a beggar, who on a sudden finding a rich treasure, can scarce believe his own eyes but fears it is a dream or some fond illusion. Even so my dearest knight did it happen unto me, hardly could I believe my one ears, much less imagine that so heroic renowned a champion as thou art wouldest become the loadstone of my affections. But know that I am as much overhead and ears in love as thou. Nor do not think me light for yielding so soon for what heart can hold out at the battery of thy eloquence, thou being a conqueror of affections as well as giants. I shall think the time long till I hear from thee again, much more till such time I see thee; till when I subscribe myself.

Thine in endeared* friendship

Joan Grumball.

p. 57

Ricardo having received the letter of her, promised to be very careful in the delivery of it; and she for her part promised him that, when she came to be his knight’s lady, she would be a good mistress unto him and help him now and then to a bit* which her knight should never know of. Ricardo with these promises went away well satisfied yet resolved [102] with himself to keep secret the virtue of his invisible ring.

But he was not so mindful of returning to his master as to act some waggeries with his invisible ring, which he thought was a better trade than his master’s killing of giants or relieving distressed damsels and ladies. And fortune was very favourable to his intentions herein, for he had not gone far but his stomach (which was most commonly craving) invited him into an inn to refresh himself, where a couple of bailiffs, or shoulder slappers, were sitting down to dinner with a shoulder of mutton and a capon, having the same day seized on a poor man’s goods for an inconsiderable value, which they sold and embezzled away at their pleasure to the utter ruin of the poor man and maintenance of their luxury and drunkenness; going shares with the buyers of their seized goods, which by this means they make the greatest part their own. Ricardo understanding what harpies they were, how that they lived by others’ ruins, resolved to put a trick upon them; and therefore they being set down to their victuals without saying grace, as men unacquainted with any goodness, he presently [103] slips on his ring and conveys the capon under his coat, giving to each of them a blow on the mouth with his fist, which though they perceived not from whence they came, yet felt they it smart to some purpose; and each, thinking the other had struck him, the one snatches up the shoulder of mutton, and therewith struck his fellow on the face, who half blinded with grease, and his cloths all besmeared with dripping, to revenge the affront, got up the platter and, throwing it at the others head, beat him over a joint-stool, who half dazzled with the fall, yet recovering his legs, took the loaf and therewith broke the others’ head, who in requital snatched up a flagon of beer and, dashing it in his fellow’s face, he so laid on him with the pot as if he intended to make mummy of his flesh. Ricardo all this while stood by, laughing heartily to see how they mauled each other and still at opportunity served lending to each of them some blows on the face, which they, not knowing from whence they came, sought to retaliate upon one another. Ricardo to make his revenge more complete, spying a pair of scissors in the window, took them and cut off their locks of hair; so that when [104] they were parted fighting, what with their bloody noses, battered faces, and craped hair, they looked most ruefully.

But now another quarrel began to arise, the capon is missing, and the two bailiffs joining in one swear that the host had cozened them of it whilst they were fighting. He on the other side calls them cheating rogues and that they quarrelled on purpose to steal away his platter and defraud him of his reckoning but vows though they had undone his neighbour, they should not undo him with their cheating tricks; and thereupon sends for a constable, vowing he would be paid both for his meat and the platter. Ricardo seeing matters brought to this pass, marched away with his prize leaving them to wrangle it out as they could. Now he had not gone far, but (as if he had been born for the punishment of knaves) he overtakes a horse courser, one who had shaken hands with honesty as no fit companion for his calling. Him Ricardo accosts,* proffering him a dinner and wine to wash it down at the next town they came at, which the horse courser kindly accepts, wondering at this new friendship, and thinking he had got some young cully flushed with [105] money, whom he was resolved to milk dry ever he parted with him. So away they went to the next town, and entering an inn, called for accommodation* to their capon, which was presently brought them, and the glasses of wine trolled about justly.p. 58

Whilst they were thus in their jollity, there came in a man from the former inn, who had seen Ricardo’s coming thither, but not his going away. And remembering how the capon and platter were missing and seeing such utensils upon the table, he challenges Ricardo with it, whereupon a great contest arose. The horse courser who had thought he had gotten a prize of his companion, fearing it would prove a blank if he were brought in partners of his stealth, began with the first to fall foul on him. The hostess, seeing she had got cheats to her guests, was as busy in calling for money for their reckoning so that the whole house was on a sudden in a great uproar. Ricardo, knowing that all their stir was aimed at him, thought it high time to shift for himself and thereupon, slipping on his invisible ring, took the remainders of the capon and threw it in his hostess’ face and sent the platter on [106] the same arrand to the horse courser, who therewith half blinded and sadly mortified, began to cry out in a hideous manner; and that the informer might not go scot-free, he also up with a quart pot and therewith knocked him down and then triumphantly marched away.

No sooner was he gone, but the hostess a little recovering herself, falls foul upon the horse courser, saying, he had brought the devil into her house; but notwithstanding the devil and all his imps, she swore she would make him pay for all the harms was done before he went. The horse courser excused himself, saying, he met with him by chance, and that she might see by his battered face and broken head, he was none of his confederate. The other fellow, who had laid all this while in a swound, being now a little revived, began to rail upon him more than the hostess, so that the poor horse courser, though more battered than the other two, could not tell what to do, for notwithstanding all the excuses he could make, nothing would be believed but that he was the devil’s partner in all this mischief and therefore should suffer for him if he did not produce him.

[107] Now was the horse courser at his wits end, not knowing what course to take; sometimes he prayed, sometimes he swore, wishing all the imprecations upon himself he could reckon up, if he knew the least who it was came with him; but let him use what oaths and protestations he would, they could gain no credit with them; but sending for some of their neighbours to help them, they resolved to throw him into the river to try him for a witch; but whilst they were preparing to do it, the host of the former inn, with the bailiffs, hearing how their capon and platter was conveyed thither, came to seek for it. These bailiffs knowing the horse courser, as most commonly brethren in iniquity are acquainted together, got a reprieve for him till the matter could be more deliberately discoursed.

And now they began to reckon up their mischances and to show their wounds and, considering the manner how it was done, they concluded it could be no other than the devil to punish them for their sins. Then began the host to tell the bailiffs of their swearing and cruelty, how many ungodly practises they used to get people in their clutches, and [108] having them there, how unconscionably they used them. The bailiffs on the other side tell the host and hostess of their false reckonings, scoring with a crotched chalk, and when people were near fuddled, carrying away flagons before they were half empty, and frothing them up again, making them pay for whole ones; as also how they gave information to paddlers and men of that profession, the quality of the guests that lodged at their houses. The horse courser was also accused of* diverse deceits in his occupation, so that if his picture be drawn to the life, you shall find him by his qualities to be no other than a cozening knave.p. 59

In the meantime their supposed devil, Ricardo, was gotten beyond the length of their clutches, leaving them to lament their losses; and now he was minded to return the next day to his master and to that end went directly to the farmer’s where he had left his horse. But a new trouble appeared unto him, for he had no money to pay for his horse keeping; but that difficulty was soon over, for passing by a usurer’s house, he heard money clattering on the table, and the door being open, putting on his invisible ring, he went in, where a poor man [109] who had borrowed ten pounds of this usurer was now come to pay it; which being told, and the bond cancelled, the usurer put it up in a bag of his own, all which Ricardo eyed very narrowly, and no sooner had he laid it on the table but Ricardo as soon took it away. The usurer, whose eye like his heart was always on his money, seeing his bag to creep away so insensibly, was quite confounded with amazement, as it would, move a dog to see a puddling stir and began to call upon him, who before was seldom in his thoughts, fearing the devil, whom he judged to have drawn away his bag, would next come for him; and therefore vowed a reformation of his course of life. That he would never more take the rigour of a forfeiture as soon as the day was past, nor under colour of bonds writing and procuration, make the borrower pay at least ten or twelve shillings in the hundred. Nay rather than fail, to be preserved from this danger, he would build an almshouse to maintain them who had been ruined by his extortion.

Now you will say it had been good hanging this usurer whilst he was in this humour, lest he should be of the same [110] mind with a master of a ship, who in a great extremity of danger, promised our Lady to offer at her altar, a candle as great as the main mast of his ship. And when one of his mates jogging him, told him he had promised an impossibility: “Tush Fool,” said he, “we must speak to her fair in time of need; but if ever I come ashore, I will make her be content with a candle of six to the pound.”

But Ricardo was somewhat more conscientious in his doings, for being got safe out of the usurer’s house, he put some of the money in his pocket, and waiting for the poor man’s return, gave him the rest, bidding him to be a good husband with it and pray for the Squire of the Invisible Ring for his good fortune. And so leaving the poor man overjoyed, he went towards the farmer's, when passing through a meadow, he saw a maid milking of a cow, who was sweetly singing forth this song:

When first on Love I cast my wanton thoughts
But yet not minding him for to obey,
For freedom sure I thought was better oughts*,
Than serving him his servitors doth slay.
For what to hungry lovers is relief,
But sorrow, anguish, discontent and grief.
[111] But yet my mind is not so fully set
(For maidens’ minds are subject unto change)
But if I could a faithful servant get,
Whose love would not be subject for to range,
I soon to Love should yield a due subjection,
And he should master be of my affection.
For maidens’ hearts they are not like to steal,
Obdurate, hard, will no impression take,
But tender, soft, when Cupid’s darts they feel,
Which in their hearts will soon impression make,
No fort so strong but may be won at last,
No mind so fixed but it may change as fast.p. 60

Ricardo stood amazed at the ravishing harmony of her voice, comparing it to the melody of the Thracian poet Orpheus when by his songs he attracted beasts, trees, and stones to follow him, or rather to the harmony of the Seraphic choirs; wishing himself all ear to listen to her song, the pleasingness whereof so insensibly crept into his heart that he became a thrall unto her. But first he began to consider whether squires errant might have their mistresses [112] as well as knights; and many weighty arguments pro and con passed in his thoughts; but love so over swayed them all that he became solely captivated to her affections, and therefore was she no sooner risen from milking her cow, but he accosted her on this manner:

“Most beautiful mistress, the attracting harmony of your angelical voice hath so captivated my heart that I am become a sworn servant to your virtues, and therefore among all the days of my life, I must account this the happiest wherein I had the honour first to see you. Nor think you have met with an ordinary person which seeks thus to gain an interest in your graces; for know I am no less than a squire errant to that renowned knight at arms, the invincible and victorious Sir Billy of Billerecay, whose fame begins to sound all the world over, and whose history is to be written with a brazen pen and enrolled in the book of Fame. Let me intreat you therefore to accept of me for your servant, by which you may come to be as famous as Dulcina, my master’s lady, and in process of time the wife to a governor of an island.”p. 61

[113] The poor maid who had never before been acquainted with any love-rhetoric above that of a ballad or in the ploughman’s dialect, “Vaith Joan I love thee”; stared upon him as one stricken into a sudden amazement; at last she said to him: “Pray sir do not use such hard words, you scare my cows and spoil my milking.” Ricardo finding he was not rightly understood, went towards her, thinking to salute her; but the wench as nimbly avoided him, threatening to cry out if he approached any nigher* to her; whereupon slipping on his invisible ring, he thought to gain his purpose that way. The wench seeing him so vanish on a sudden and feeling such smattering about her lips, without perceiving anything, threw down her milk pail and ran homewards as fast as her legs could carry her, so that on a sudden she was gotten out of Ricardo’s sight, who seeing her fled, thought it in vain to pursue her but went on in his intended journey until he came to the farmer’s.

Now so it was that this maid whom he had so courted was the farmer’s daughter, who seeing Ricardo coming, squeaked out as if at the sight of some spirit or hob-goblin; having before declared [114] how she was served a milking and now crying out: “This, this is the devil that haunted me.” But the farmer himself knowing Ricardo, persuaded her to the contrary, telling her it was the man that had left his horse with him. And so entering into the house, after some discourse, Ricardo told the farmer of the affection he bore to his daughter, and the better to gain his good will, how he was the squire to a knight errant, who conquered kingdoms at his pleasure, and how himself should be a governor of an Island at least; and for that which had befell his daughter, it was only things done by enchantment, to which knights errant and their squires are very subject.

The old farmer wondered at his words, taking him now for another manner of man than at first he judged him to be, and therefore freely gave him his consent, as overjoyed to have the governor of an island for his son-in-law; but when this was motioned to the daughter, she looked on it with as much disdain as Penelope courted by the beggarly Irus.

“Now by my firkins,” quoth she, “for ought I know, this squire errant may be no better than the knave of clubs to the King and [115] Queen of Hearts, and therefore let his master conquer kingdoms and islands for whosoever he will, but this skipjack, this hocus pocus* shall never be any husband of mine.”

This answer was something a cooling card to Ricardo, but comforting himself upon her father’s words, he thought that time might alter her mind, and for the present he knew not what to do with a wife if he had her. He therefore resolved she should be his mistress and to bear the name of Dowzabella, which name he promised to make as famous by his acts as that of Sabra the beloved mistress of St. George, or Philothea the lady of Montelion, Knight of the Oracle.

“Away you fool,” said the wench, “and spare your strength to throw a cudgel at a pear tree or your activity in being the best man at a match at football; and meddle not with a sword as a weapon out of your element but betake you to a flail as most fit for your employment.”

“My dearest Dowzabella,” said Ricardo, “be not so cruel to me in thy expressions.”p. 62

“Heyday,” said the wench, “what have we here; I was christened Mary, and they call me Moll, and must I now be named Dowzabella? Now I wish that for your [116] pains (if anyone will be so mad as to marry me) that your wife from a squire errant, will advance ye to be Knight of the Forked Order. And so sir the way lies plain for you to be gone, for your room will be more acceptable to me by far than your company.”

Ricardo hearing these words, thought it in vain to stay any longer there and therefore paying the farmer for keeping his horse, desiring Dowzabella to retain a better opinion of him, he mounted his steed and returned towards his master.

iJoan] Jone. All further cases have been regularized.

iiseeing] being 1694, 1699.

iiischoolmaster] schoolmaker 1694, 1699.

ivendeared] arch. Affectionate, cordial.

vbit] bitt 1694, 1699. Colloq. A small coin or “piece” of money.

viaccosts] obs. To travel alongside of.

viiaccommodation] accommodations 1694, 1699.

viiiof] for 1694, 1699.

ixoughts] obs. Good, worthy.

xnigher] arch. Near.

xihocus pocus] obs. Trickster, juggler.