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Capítulo VIII
De cómo Ricardo entregó el mensaje a su amo y del desafío que hizo Sir Billy ante todos los presentes en honor a su señora Dulcina.

Sir Billy había estado esperando con gran impaciencia la llegada de su escudero, ansioso por saber cómo había sido recibida la carta por su amada Dulcina y deseando salir en pos de más aventuras en su compañía, cuando, para su gran satisfacción, llegó el escudero con la buena noticia de la amable acogida que le había brindado aquel inigualable monumento de belleza, tal y como Ricardo la retrató, exagerando sus perfecciones hasta el extremo de que parecía como si una mujer desaliñada se hubiera tansformado en una criatura angelical desde que Sir Billy la vio. Y para completar su alegría aún más, le entregó la carta. ¡Cuántas veces leyó y releyó el principio dirigido «a ese poderoso y magnánimo caballero en armas, el más temido Sir Billy de Billerecay!»; pero, cuando la hubo terminado, se sintió tan transportado de júbilo como si hubiera llegado a la cumbre de la felicidad.

—¿Y puede ser posible –dijo– que mi dama Dulcina haya reparado en las obras de su caballero? ¿Acaso la trompeta de la Fama hizo llegar mis elogios a sus oídos? ¡Cómo será entonces cuando lleve a cabo actos dignos de estar en el eterno collar de cuentas de la Fama!

Mientras así se felicitaba por su imaginada dicha, llegó su anfitrión el sabio Frestón, quien, al ver a Ricardo, lo recibió con grandes muestras de aprecio, preguntándole por el estado de la dama Dulcina y por cómo le había hecho llegar el mensaje; a todo lo cual contestó Ricardo con respuestas de lo más verosímil, según lo que creía que agradaría más a su amo.

p. 64—Cuando me acerqué a ese ideal de belleza –dijo–, ella rasgaba dulcemente el aire con una armoniosa voz y tan dulcemente la hacía salir que podía hacer bailar a las piedras y las ariscas bestias se paraban atentas para escucharla; entretanto, sus manos blancas (ante las que todo blanco es tinta) cosían con una aguja que se abría paso de arriba a abajo a través de la tela con tal grácil manera que parecía temer alejarse de la dama y querer volver rápidamente a su sitio de nuevo. De tal forma estaban acompasadas su voz y sus manos que las manos parecían trabajar atraídas por su voz y su voz se guiaba armoniosamente por sus manos. Pero cuando ese espejo de beldad reparó en mi presencia y en la debida reverencia con que me acerqué para entregarle mi mensaje, dejó de cantar y, con una sonrisa como la que Venus, reina de la belleza, dedicó a Anquises62, tomó la carta que le di. Permanecí impaciente hasta que leyó sus contenidos, que por sus palabras y su mirada entendí que le resultaron muy satisfactorios.

—Pero Ricardo –dijo el sabio Frestón–, todavía no nos has dicho qué canción estaba cantando tu dama y señora cuando te acercaste a ella.

—Oh –dijo él–, eso lo recuerdo bien porque la he visto escrita en forma de balada colgada en la pared de muchas tabernas, y empieza así:

Mientras que el rey Enrique este país gobernó,
la segunda con tal nombre,
además de la reina, a la que mucho amó
fue una dama noble y bella, etc.63

—En efecto –dijo el sabio Frestón–, supongo que sería esa o la balada de Chevy-Chase, ya que una es de amor, la otra de guerra, siendo ambas afines a la caballería andante.

—Pues, por el honor de mi condición de caballero –dijo Sir Billy–, no dudéis que con el tiempo llevaré a cabo hazañas que superarán a cualquiera de las de esos Percy o Douglas y daré así trabajo a todos los autores de baladas de épocas venideras que se hayan leído la historia que se escribirá sobre mi vida64. Así que, Ricardo, encárgate de organizar nuestra pronta partida, ya que los caballeros andantes no han nacido para dormir en mullidos lechos, sino para estar alerta buscando aventuras como hombres hechos de fuego y de tan intrépido y animoso espíritu que, al pensar en ellos, se revuelven los muertos en sus tumbas.

A Ricardo, que siempre había sido más adicto a comer que a combatir y que había decidido llegar a la tumba con todos sus huesos sin perder ninguno de ellos peleando, no le gustó en absoluto esa propuesta, ya que había recibido mejor trato de aquel caballero que de lo que podía esperar de su amo. Sin embargo, confiando en la virtud de su anillo invisible, del que no dudaba conseguir ayuda en caso de peligro, aceptó. Pero el sabio Frestón, queriendo saber lo que contenía la carta de Joan Grumball, dijo a Sir Billy:

—No pongo en duda, heroico caballero, que la dama de vuestros afectos, honrada de contar con tal siervo, haya colmado vuestras expectativas con su agraciada respuesta y os adule con su amor; y, si no fuera gran presunción por mi parte, me haríais feliz con la lectura de las líneas que proceden de tan meliflua pluma.

—No sería digno de tan magníficos favores como he recibido de vos –dijo Sir Billy– si os negara tan modesta petición.

Y enseguida le mostró la carta. Cuando la hubo leído, el sabio Frestón, preso de admiración, irrumpió a hablar profiriendo este tipo de expresiones:

p. 65—¡Oh, qué maravilla de ingenio natural! ¡Qué muestra de elocuencia! ¡Alma bendecida con el poder del lenguaje! ¡Décima musa a la que todas las musas admiran! ¡Monopolio de ingenio! ¡Rama del olivo de Minerva, verdaderamente digna del afecto del caballero más heroico del mundo entero! ¡Qué afortunado sois, Sir Billy, por la elección de tal dama, cuyas cualidades son tan extraordinarias que bien podría considerarse epítome de toda perfección!

Sir Billy estaba más que orgulloso de las alabanzas a su dama, pues verdaderamente estaba convencido de que era como la que el sabio Frestón había pintado, una maravilla de la naturaleza y la quintaesencia de la perfección. Dijo que ordenaría que se celebraran unas justas solemnes en la próxima corte de algún príncipe a la que llegara, donde con la fuerza de su brazo invencible defendería a su dama Dulcina como Fénix de la belleza y Nonparelia de esta era. En consecuencia, dio orden de partir a la mañana siguiente, pero Ricardo retrasó el viaje con un nuevo truco que inventó y que llevó a cabo de esta manera.

Sir Billy solía pasear todas las tardes por el jardín con las manos entrelazadas, la una con la otra, tan melancólico como un gato castrado, siendo tan habituales sus pensamientos en torno a la caballería que ya eran parte de su naturaleza. Mientras caminaba así, su fiel escudero se puso el anillo invisible y lo saludó con un garrotazo en los hombros, atizándole tan fuerte que Sir Billy pensó que estaba en medio de esas peleas imaginarias que había leído en sus libros de caballeros andantes y, desenvainando la espada, comenzó a devolver los golpes sin saber exactamente a qué; por fin escuchó una voz que le decía así:

Caballero, antes de que os vayáis
del lugar donde ahora estáis,
velad por la fama de vuestra dama
frente a quien contra ella vaya;
porque, si a ello os negáis, sabed
que muchos golpes recibiréis a la vez.

Sir Billy, oyendo la voz pero sin ver a nadie, pensó que era su imaginación, pero los golpes que sentía le confirmaban lo contrario; así que, para evitar recibir más, dijo:

—Quienquiera que seáis el que así me habla, os aseguro que vuestro deseo se cumplirá; pero permitidme que conozca de dónde llega este mensaje, para que, al terminar esta aventura, pueda saber por encargo de quién la acometí.

A lo que la voz contestó:

—Soy un espíritu enviado por la sabia Urganda, Señora de los Bosques, para advertiros que no debéis marcharos hasta que hayáis cumplido con su orden, de lo contrario os perseguirá y se vengará vayáis donde vayáis.

p. 66Y, habiendo dicho así, salió del jardín y, quitándose el anillo invisible, volvió donde estaba su amo, quien muy serio le contó su aventura, así que ambos fueron al sabio Frestón y le hicieron saber lo ocurrido, a consecuencia de lo cual todos se pusieron de acuerdo en que debería escribirse un desafío y enviarse mensajeros por todas partes para hacerlo público, y el propio Sir Billy lo compondría, lo que hizo con estas palabras:

Por la presente, el renombrado caballero en armas Sir Billy de Billerecay se encarga, por orden de la sabia Urganda, Señora de los Bosques, de proclamar y defender a la dama Dulcina como modelo de belleza por encima de todas las demás. Estas palabras certifican que el mencionado Sir Billy está preparado con la fuerza de las armas para así defenderla en el castillo del sabio Frestón contra cualquiera que se oponga, ya sea a través de justas, torneos, o cualquier otro ejercicio marcial propio de la caballería andante.

Firmado, Sir Billy.

Ocho días fue el tiempo designado para que tales ejercicios marciales tuvieran lugar; entretanto se enviaron mensajeros para que se anunciara en todos los pueblos de alrededor, donde muchos se preguntaban quién sería ese sabio Frestón y por las justas y torneos de los que pocos recordaban haber oído hablar, pero los mensajeros pronto resolvían el acertijo, contándoles las locuras de Sir Billy y cómo todo aquello estaba pensado por su amo como juego y diversión, con lo que muchos caballeros de los alrededores prometieron acudir y llevar a algunos de sus sirvientes vestidos como caballeros andantes para que se enfrentaran a él. Cómo se previnieron para su empresa lo oiréis en el próximo capítulo.

62.En la mitología griega Anquises es el príncipe troyano, padre de Eneas, que enamoró y atrajo a la diosa Afrodita (Venus en la mitología romana) conocida por su belleza perfecta y seductora y por su dulce sonrisa irresistible. La comparación resulta significativa, puesto que la escena narra el recuento idealizado que hace Ricardo como mortal de la supuesta belleza casi divina de Dulcina.

63.Se refiere a balada sobre la amante del rey Enrique II, Rosamond Clifford, titulada «A lamentable ballad of Fair Rosamond, King Henry the second’s concubine, who was put to death by Queen Elinor, in Woodstock Bower near Oxford», atribuida a Thomas Deloney (1543-1600).

64.Se refiere a los dos protagonistas de la balada del siglo XV «Chevy-Chase», que describe la caza en las colinas Cheviot Hills en la frontera anglo-escocesa y el enfrentamiento entre el inglés Percy, duque de Northumberland, y el escocés duque Douglas.

Chapter VIII
How Ricardo delivered his message to his master and of the challenge made by Sir Billy against all comers in honour of his mistress Dulcina.

Sir Billy had waited with great impatience the coming of his squire, desirous to know how his letter was entertained by his mistress Dulcina, as also wanting his company in pursuance of more adventures, when to his great satisfaction his squire arrived, with the joyful tidings* of the kind reception he had of that peerless piece of beauty as he styled her, aggravating her perfections to such a height as if she had been changed from a blowze* to an angelical feature since Sir Billy saw her. And to complete his joy the more he delivered him the letter from her, which having received how often did he read and read again the superscription of it, it being directed “to that puissant* and magnanimous knight at arms, the most redoubted Sir Billy of Billerecay”; but when he had read the contents therein contained, he was so transported with an extasy of [118] joy, as if he had been placed in the apogee* or zenith of all happiness.

“And can it be possible,” said he, “that my Lady Dulcina takes such notice of the actions of her knight? Has Fame’s trumpet already blown my praise unto her ears? What then will it be when I shall have performed such acts worthy to be eternized in Fame’s eternal bead roll?”

As he was thus applauding his own supposed happiness, his host the Sage Freston came in, who seeing Ricardo, welcomed him with great demonstrations of love, inquiring after the welfare of his Lady Dulcina and how he sped in his message unto her; to all which Ricardo gave very plausible answers, according to what he thought would best please his master. p. 64

“When,” said he, “I first came to that idea of beauty, she was sweetly breaking the yielding air with her harmonious voice, which so sweetly she breathed forth, as was able to make the rocks to dance and surly beasts stand attentive to hear her; the whilst her white hands (in whose comparison all whites are ink) was sewing with a needle, which with so pretty a manner made his passage to and fro thorough the cloth, as if it were loath to [119] have gone from such a mistress, but that it hoped to return thitherward* very quickly again. Thus did her voice and hands keep pace in an equal proportion, as if her hands were won by the attraction of her voice to work, or her voice were taught to sing by the harmonious consort of her hands. But when this mirror of beauty did cast and eye upon me, and with what a due reverence I approached to deliver my message unto her, she left off singing, and with such a smile as Venus the queen of beauty gave to Anchises, she received the letter from me, being impatient till she had read the contents thereof, which both by her words and looks I found to be very satisfactory unto her.”

“But Ricardo,” said the Sage Freston, “you have not as yet told us what song your lady or mistress was then singing when you came unto her?”

“Oh that,” said he, “can I well remember, for I have seen it in ballad glowed upon many an ale house wall, and it begins thus:

When as King Henry ruled this land,
The second of that name,
Besides his queen he dearly loved,
A fair and princely dame, &.

“Indeed,” said the Sage Freston, “I guessed it was either that or the ballad of Chevy Chase, as consisting the one of love, the other of war, being both concomitants of knight errantry.”

“Now by the honour of my knighthood,” said Sir Billy, “I question not but in time to perform such acts as shall surpass ever a Percy or Douglas of them all, and make work for all the ballad makers that shall live in succeeding ages, when they have once read the history that shall be written of my life. And therefore Ricardo let it be your care to provide for our sudden departure, since knights errant were not born to sleep out their time in the beds of ease but to be still seeking out for adventures, as men made all of fire, of such undaunted high erected spirits, as to make the dead quake in their graves to think of them.”

Ricardo, who was always more addicted to feeding than fighting, as one who had indented with the grave to bring all his limbs thither and not to lose one joint of them by quarrelling, liked not at all of this proposal, having found better entertainment from the gentleman than he could expect from his master; yet trusting to the virtue of his invisible [121] ring, by which he questioned not but to help himself in all his extremities, he freely condescended unto it. But the Sage Freston desirous to see what was contained in Joan Grumball’s letter, thus spoke to Sir Billy:

“I make no question most heroic knight, but the lady of your affections, who is so much honoured in having such a servant, has so pleased your expectation in her most gracious answer, as hath given you satisfaction in her love and loyalty unto you; and were it not an high presumption in me to beg such a boon,* I should think myself happy in the perusal of such lines as must needs fall from such a mellifluous pen.”

“I were very unworthy,” said Sir Billy, “of such transcendent favours I have received from you, should I deny you such a small request.”

And thereupon he showed him her letter, which when the Sage Freston had read, as it were in admiration, he broke forth into these expressions:p. 65

“Oh the excellency of natural wit! The magazine of eloquence! Rich soul of language, a tenth muse, whom all the muses’ court; the whole monopoly of wit, a branch of Minerva’s olive, well worthy the affections of the most heroic knight in the whole world. How happy art thou Sir Billy in the [122] choice of such a mistress, whose parts are so transcendent, she may well be styled the epitome of all perfections.”

Sir Billy was not a little proud of his lady’s praises, verily conceiting her to be such a one as the Sage Freston had painted her forth, the wonder of nature, and quintessence of perfection; saying, he would have a solemn joust proclaimed in the next prince’s court he came at, wherein by the strength of his invincible arm he would maintain his Lady Dulcina to be the Phoenix of beauty and the nonpareil of this age; and accordingly gave order to be gone the next morning, but that Ricardo stayed* his journey by a new devised trick, which he brought to pass in this manner.

Sir Billy used every evening to walk in the garden with his hands indented one with another, as melancholy as a gibbed* cat, his thoughts of chivalry being made so habitual to him, as it was now become part of his nature. In this posture as he was walking, his trusty squire slipping on his invisible ring, saluted him with a crab tree cudgel overthwart* his shoulders, laying it on so lustily that Sir Billy thought himself engaged in one of those imaginary [123] fights which he had read in his books of knight errantry, and drawing his sword began to strike, but knew not at what; at last he heard a voice which spoke to him in this manner:

Sir knight before thou dost depart,
From forth the place whereas thou art,
Thou must maintain thy lady’s fame,
Against any shall oppose the same;
Which if thou dost refuse, then know,
Thou shalt receive full many a blow.

Sir Billy hearing a voice, but seeing nobody, might have thought it an illusion, but that the blows which he felt assured him the contrary; wherefore to avoid receiving any more, he thus said:

“Whosoever thou art that thus speakest unto me, know thy mind shall be fulfilled. But let me desire to know from whence this message came, that when I have finished the adventure, I may know by whose appointment I undertook it.”

To whom the voice answered: “I am a spirit sent from the wise Urganda the Lady of the Woods, to warn thee not to stir whilst thou hast performed my command, else shall I haunt thee with revenge whethersoever* thou goest.” p. 66

And having thus said, he withdrew himself [124] without the garden gate, and slipping off his invisible ring, came walking towards his master, who with great earnestness told him of his adventure, and so both of them together went to the Sage Freston, and acquainted him with it, wherefore it was agreed on all sides that a challenge should be written, and messengers sent abroad into all parts to publish the same; which challenge Sir Billy himself would needs indite, which he did in these words:

Whereas the renowned knight at arms Sir Billy of Billerecay hath by the command of the wise Urganda the Lady of the Woods, taken upon him to justify and maintain his Lady Dulcina to be the paragon of beauty above all others. These are to certify that the said Sir Billy is ready by force of arms to maintain the same at the castle of the Sage Freston against any that shall oppose it, either by jousts, tournament, or any other martial exercise belonging to knight errantry.

Signed Sir Billy.

Eight days after was the time appointed when those martial exercises should be performed; in the meantime messengers were sent abroad to publish the same in all the towns thereabouts, which caused much wondering amongst many people, who this Sage Freston should be, and of jousts and tournaments, which few could remember ever to have heard of, but the messengers soon resolved the riddle, informing them of the mad whimsies* of Sir Billy, and how all was intended by their master for sport and divertissement, whereupon many gentlemen thereabouts promised to come, and to bring some of their servants accoutred like knights errant, to encounter with Sir Billy, but how they sped in their enterprise you shall hear in the next chapter.

itidings] obs. Pieces of news.

iiblowze] obs. A wench.

iiipuissant] arch. Mighty, potent, powerful.

ivapogee] apogean 1694, 1699.

vthitherward] arch. Towards that place; in that direction; thither.

viboon] arch. Favour; request.

viistayed] lit. To arrest the progress of, bring to a halt; to hinder from going on or going away.

viiigibbed] gybed 1694, 1699. obs. A (male) cat; a castrated cat.

ixoverthwart] obs. Placed or lying crosswise or across something else.

xwhethersoever] arch. whetherso.

xiwhimsies] whims. A capricious notion or fancy; a fantastic or freakish idea.