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Capítulo XIV
De cómo Sir Billy fue acogido en la casa del juez. Su apología de la Edad de Oro, con su desafío de combate al juez de instrucción en defensa de la caballería andante.

El juez al que se dirigían era un caballero muy jovial y engreído, lo que hizo que el alguacil estuviera más que dispuesto a llevarle a Sir Billy; por el camino, para calmarlo con sus fantasías, le dijo que el señor del castillo al que iban era descendiente en línea directa por parte de padre del famoso Monteleón, Caballero del Oráculo, y por parte de madre del renombrado Amadís de Gaula; que todos los valerosos héroes mencionados en el Espejo de príncipes y caballeros estaban emparentados con sus antepasados y que también don Belianís de Grecia, Parismus y Pheander, el Caballero Modesto, eran primos de sus bisabuelos. Ricardo escuchó todo aquello con gran atención y, al oírle nombrar solo parientes extranjeros, preguntó al alguacil que cómo era que sus antepasados habían viajado a lugares tan remotos y no se habían quedado en su propio país, y que, si así lo habían hecho, qué parentesco tenía este señor del castillo con Guy, conde de Warwick, o con Bevis de Southampton.

—Esto lo sé por la tradición –dijo el alguacil–, pues se dice que está recogido en las Crónicas de Miconicón que el conde Terry, hijo de la hermana de Guy, era sobrino de Euphrosina, la tía de los bisabuelos del señor del castillo, y que Saber, el tío de Sir Bevis, era sobrino segundo del conde Terry.

—Habláis –dijo Sir Billy– como alguien bien versado en el estudio de la caballería y, en efecto, he pensado a menudo que soy descendiente de Valentín u Orsón, don Flores de Grecia, Palmerín de Inglaterra, o algunos de esos renombrados paladines cuyos nombres destacan en el libro de la Fama, porque siento que se encienden en mi pecho esas chispas de fuego que mueven a las personas nobles a realizar acciones valerosas.

En ese momento llegaron a la casa del juez donde, antes de que los interrogaran, el alguacil puso al juez en antecendentes sobre el carácter de Sir Billy y sobre el tipo de conversación que había tenido con él, lo que divirtió enormemente al juez; pero, como tenía gran respeto por la justicia, primero se encargó de los dos cadáveres que le habían llevado y envió al herrero y a su socio a la cárcel tras interrogarlos, reteniendo a Sir Billy y tratándole con el respeto que creía que correspondería a un caballero andante.

Mientras el juez había estado interrogando a los prisioneros, Sir Billy se había entretenido mirando algunos cascos antiguos, coseletes y lanzas que estaban colgados en la sala, pensando que resultaban adornos mucho más decorativos que los mejores tapices83. Una vez que se fueron los demás, invitaron a Sir Billy a un banquete de varios platos de temporada; pero, antes de sentarse, inició una larga apología de la frugalidad como preámbulo para hablar sobre la enorme necesidad de la caballería andante, pronunciando con voz templada estas palabras:

p. 95—Tres veces dichosa fue la época que llaman la Edad de Oro, no porque el oro fuera abundante, sino por las vidas inocentes e inocuas de los que vivieron en ella, contentos con lo que la naturaleza producía; se alimentaban de las raíces de la tierra, nueces y bellotas, una comida exquisita, y para beber recurrían a manantiales cristalinos: la tierra les proporcionaba rosas y flores sin la ayuda de jardineros y las abejas, en lugar de aguijones, llevaban miel en la cola. Esas palabras fuente de discordia, meum y tuum, no se conocían. Los hombres se contentaban con ropa hecha con la lana tal como se tomaba de las ovejas y la usaban sólo para abrigarse, pues la vanidad era entonces algo extraño en la Tierra. Los corderos comían tranquilos cerca del león y el cálido Céfiro exhalaba permanentemente aires de primavera84. En aquellos días no había guerras de nación contra nación, ni los hombres se atrevían a cruzar el océano en una frágil barcaza en busca de ganancias inciertas. No hacía falta que se dictaran leyes amenazadoras pues no existía el concepto de ofensa. La justicia era entonces ciega efectivamente y no aceptaba sobornos. No había necesidad de cinturón de castidad* porque la lujuria era entonces un vicio desconocido. Pero cuando la corrupción aumentó y empezaron los sobornos y violaciones por doquier, cuando el más fuerte empezó a oprimir al más débil y los grandes ladrones se sentaron en el banquillo para culpar a los pequeños; cuando las damas inocentes no podían protejer su virtud frente a las agresiones de hombres malvados y viciosos; cuando, en fin, el vicio se impuso, entonces se inventó esta valiente y virtuosa orden de la caballería andante, cuyo oficio es aliviar a los oprimidos, socorrer a las damas, ayudar a los huérfanos, rescatar a los que están en prisión y doblegar el orgullo de los tiranos. A esta noble orden pertenezco yo y, aunque difamada y perseguida por malvados magos y hechiceros, no existe otra orden, vocación, ni profesión en el mundo tan necesaria para la humanidad como esta; y, aunque no deseo hacerme portavoz de mis méritos, además del testimonio de mi escudero Ricardo sobre lo que hasta ahora he llevado a cabo, el autor de mi historia (pues todo caballero andante tiene un historiador que relata sus acciones) mostrará a los siglos venideros los nobles hechos que he realizado.

Todos los presentes aplaudieron el discurso de Sir Billy y afirmaban que era una lástima que la tan necesaria orden de caballería hubiera permanecido inactiva tanto tiempo, y que la edad venidera sería dichosa si leyera con admiración los nobles logros realizados por su brazo invencible. Tales palabras hincharon a Sir Billy con tanto orgullo que, como un globo, estaba a punto de estallar de vanagloria. Animado por las inmerecidas alabanzas, accedió a sentarse con ellos al banquete, en el que apenas se alimentó de tan ocupado como estaba alimentando los oídos de sus oyentes con relatos de sus aventuras. Mientras tanto, el juez ordenó que fueran a por el juez de instrucción* lo más rápido posible por temor a que Sir Billy, que era testigo principal en el proceso, tuviera el capricho de irse en cualquier momento y, por ello, con el objeto de retenerlo, le habló con estas palabras:

—Renombradísimo caballero, que, aunque joven en años, sois anciano en fama y experiencia de armas, cuyos méritos superan todo elogio que pueda haceros; si el divino Homero, uno de los primeros sacerdotes de las musas, hubiera sido contemporáneo vuestro, ¡qué orgulloso habría estado de usar un tema tan sublime para inspirar su imaginación, un tema digno del propio Apolo y de todo el coro de sus hijas!85 ¡Cuán agradecido estoy a las estrellas que han dirigido vuestros pasos hasta mi morada! Espero que, al igual que Ulises relató sus viajes y aventuras a la reina Dido86, recibamos de vuestra propia voz la relación de vuestras nobles hazañas, con las que la Fama ha sido tan liberal en su difusión.

p. 96Sir Billy no necesitaba estímulo para lanzarse a hablar de esos asuntos, su lengua estaba siempre lista para salir corriendo tras cualquier cosa que le pareciera contribuir a su propia alabanza y, por eso, sin más dilación, comenzó un largo discurso sobre sus inicios en la caballería andante: cómo se enamoró de una hermosa dama llamada Dulcina; cómo eligió a Ricardo como su escudero y su primer encuentro con un enorme gigante en un campo de maíz, al que venció por la fuerza de las armas; cómo fue armado caballero por el señor de un castillo y cómo, para liberar a cierta reina, tuvo que enfrentarse a otro gigante poderoso, aventura en la que, por la envidia de ciertos malvados magos, cayó en una cueva profunda de la que fue liberado por el sabio Frestón; y así continuó divagando sobre todas sus aventuras, que ya conocéis por la historia que estamos contando, siempre culpando de todas sus desgracias a la maldad de los nigromantes y encantadores, eternos enemigos de los caballeros andantes.

—Y, sin embargo –dijo–, su malicia no va a impedir que cumpla mi venganza contra esos malvados, malhechores, gigantes y hechiceros hasta hacer desaparecer a toda su estirpe de la faz de la Tierra.

Apenas había terminado Sir Billy su discurso, cuando llegó a la puerta un tipo diestro en hacer trucos, de esos que llamamos un hocus pocus o hictius doctius*, quien, sabiendo que el juez era un hombre jovial, pensó que mostrando su arte podría conseguir algo de dinero allí. El juez, que conocía su ocupación, se alegró mucho de contar con él para entretener a Sir Billy y poder mantenerlo allí hasta que llegara el juez de instrucción. Así que lo llevó donde estaba el grupo y le pidió que demostrara lo que sabía hacer. Sir Billy nunca había visto ninguno de estos trucos de manos antes y, por ello, quedó admirado y casi en trance, maravillado y fascinado. Ricardo permaneció de pie todo este tiempo y, viendo a su amo tan sorprendido, ideó otro tipo de diversión parecida a la del malabarista y, poniéndose el anillo invisible, mientras Hocus dejaba sus cajas de hojalata y las bolas sobre la mesa y buscaba en el bolsillo otros instrumentos de trabajo, Ricardo las cogió y se las guardó en el bolsillo. Hocus, al ver que sus cajas y bolas habían desaparecido por arte de magia*, se sorprendió aún más que Sir Billy con sus trucos; pero, pensando que alguno de los presentes lo había hecho para divertirse, sin querer acusar a ninguno en particular, decidió desenmascararlo con astucia y, sacando una caja sorpresa*, algunas fichas y un dado con los que hacer más trucos, los dejó sobre la mesa con aire despreocupado, pero sin quitarles el ojo para saber quién los cogería. Ricardo se dio cuenta de su intención y, aún así, sin temer las consecuencias, se acercó con audacia a la mesa e hizo desaparecer rápidamente los objetos. El malabarista, viendo que el resto de sus cosas se iban así, sin manos que las cogieran, se quedó de piedra, mirando con los ojos como platos, como si su mente estuviera en trance. Finalmente, juró que había algún mago entre ellos cuyas artes superaban con mucho a las suyas, puesto que él solo hacía de diablo en broma, pero que alguien allí lo estaba haciendo en serio a su costa. Al oír esto, todos rompieron a reír de tal manera que parecía que habían terminado para siempre con toda la melancolía del mundo. Esta risa desbordante hizo que Hocus se enfadara aún más que antes y empezó a proferir juramentos como un afilador, pues, al haber perdido sus instrumentos de trabajo, no iba a tener más remedio que cerrar el negocio.

p. 97Y entonces una nueva broma se le ocurrió a uno del grupo, pues convenció al malabarista de que Sir Billy le había quitado sus cosas y que, para recuperarlas, no había más remedio que encararse con él, algo que no debía temer porque Sir Billy, aunque fanfarroneaba mucho, no era más que un sopazas*, un tazón de leche desnatada, cuyos pies eran su mejor defensa y su retórica su mejor arma. El malabarista, envalentonado, se acercó a Sir Billy y le dijo:

—Señor, entiendo que se ha llevado mis pertenencias y le ruego que me las devuelva sin más tonterías pues, si se niega, le haré tal demostración de mi ira e indignación que le hará maldecir el día en que me conoció.

Sir Billy, al escuchar estas amenazas de alguien al que consideraba muy por debajo de sí, le respondió enfurecido:

—Vos, malvado encantador, indigno de vivir sobre la faz de la Tierra, que tenéis un pacto con el infierno y una alianza con el diablo para convertiros en su esclavo, no penséis que podréis escapar a mi furia con vuestros encantamientos maléficos, pues, si tuviérais tantas manos como Briareo y en cada una de ellas hubiera una espada87, aun así me enfrentaría a vos, pues mi valor es tal que no conozco el miedo, sino que lo aprenden aquellos que a mí se enfrentan.

Y así, desenvainando la espada, comenzó a cargar contra Hocus, quien, viendo que Sir Billy iba en serio, pensó que su mejor socorro serían sus piernas y corrió tanto que sus pies apenas tocaban el suelo, escapándose más veloz que Dafne al huir de los abrazos de Apolo88; a lo que los presentes reaccionaron gritando de tal manera que tembló el edificio; los gritos cortaron el aire como el rugido de toda una manada de leones o, si fuera posible, más fuerte que la algarabía de diez funerales irlandeses.

Sir Billy, al ver que aquel huía con tanta rapidez, pensó que sería en vano seguir persiguiéndolo y se volvió, sintiéndose tan importante como el macedonio vencedor de Darío. El juez, reuniéndose con él, lo felicitó por su triunfo, elogiándolo tanto como si aquello hubiera sido el decimotercer trabajo de Alcides89; también los otros, uno a uno, buscaron palabras apropiadas para magnificar su hazaña, aunque había sido una tarea tan insignificante que, si el malabarista hubiera tenido al menos el valor de un abejorro, más una docena de palabras amenazantes en la boca, le podría haber hecho frente con una vara de junco.

Para entonces el juez de instrucción había llegado a la casa y se organizó el jurado para las pesquisas sobre las dos personas muertas. El primer testigo interrogado fue Sir Billy, a quien se le pidió que contara con detalle lo que sabía y dijo lo siguiente:

p. 98—Debéis saber, cortés caballero, que soy de profesión caballero andante, una orden que, de entre todas, es la más beneficiosa para la humanidad y que, si fuera tan apreciada como se merece, animaría a muchas almas nobles a profesarla, pues, al aniquilar por su poder viril a todos los tiranos y opresores de los pobres, no habría necesidad de abogados, procuradores, ni fiscales, quienes, simulando ofrecer justicia a las gentes en sus litigios, los perjudican más con sus extorsiones y honorarios que con lo que reciben de las partes a las que demandan. En pos de estas aventuras de caballero, tuve la fortuna o, mejor dicho, quiso la suerte que llegara a un viejo castillo en ruinas, acompañado de mi escudero Ricardo y un anciano caballero, uno de los Caballeros del Esfuerzo; en este solitario lugar al que entramos para protegernos de los rayos ardientes del refulgente sol, fuimos testigos de un espectáculo triste y doloroso, una mujer ahorcada y un hombre aún colgando, con poca esperanza de vida en ambos casos; apenas habíamos tenido tiempo de verlos cuando un tipo robusto y grande salió corriendo de allí, casi volando, con mucha prisa, tan rápido como un arroyo impetuoso o una flecha alada. Cuando ya se había ido, descolgamos al joven, que estaba casi al borde de la muerte, aunque con nuestra ayuda recobró de nuevo la vida, pues ahí lo véis, de pie ante vosotros, pero en cuanto a la mujer, que era la dama de sus afectos, a pesar de todos nuestros esfuerzos, no fue posible convencer a su espíritu sombrío de que volviera a su cuerpo, pues la luz de la vida se había extinguido en ella.

—Mientras nos esforzábamos sin resultado en reanimar a la doncella, el villano asesino que había huido regresó de nuevo con otros dos compinches que habían planeado con él esta carnicería y, lanzándose sobre nosotros, pensaron que nos convertirían en fácil bocado para las fauces de la muerte y que con sus garrotes firmarían nuestro pasaporte* para el otro mundo; pero yo, adivinando sus intenciones, desenvainando mi espada e invocando la protección de Lady Dulcina, me lancé sobre ellos y, en un instante, dejé a dos en el suelo, de los cuales la muerte, que abastece a los cementerios, se quedó con uno; al otro, poco después de que se recuperara, lo trajimos hasta aquí, así como al tercero que, aunque huyó de mí, fue apresado por mi escudero Ricardo y por el Caballero del Esfuerzo, junto a otros que vinieron en nuestra ayuda, aunque, si yo hubiera estado solo, la fuerza de mi brazo invencible habría sido suficiente para haberlos derrotado a todos.

Todos los presentes aplaudieron con entusiasmo el valor de Sir Billy, como un auténtico hijo de Marte que desprecia la muerte y llega a la tumba triunfante. Después fueron interrogados el sastre, así como el anciano Gerión y Ricardo; como coincidían todos en el mismo relato, el jurado decidió que la muerte de la doncella había sido asesinato premeditado y que la del hombre había sido en defensa propia.

p. 99El juez, como era un generoso anfitrión, invitó a cenar al juez de instrucción y al jurado, así como a Sir Billy, Ricardo y el anciano Gerión, en reconocimiento por lo que habían hecho. Después de la cena, el juez de paz y el juez de instrucción se enzarzaron en una seria discusión, el de instrucción siendo de la opinión de que la orden de los caballeros andantes era algo superfluo, ocioso e innecesario, pues, al ser las leyes del dominio público, los males podrían ser reparados y los oprimidos podrían ser aliviados mucho mejor con la ley que con las espadas, las cuales en muchas ocasiones, por falta del debido conocimiento de un caso, hacían mucho más mal que bien. En cuanto a los libros de caballerías, los consideraba muy perjudiciales para un país bien gobernado, en el que los hombres deben ocupar su tiempo en algo mejor que en leer fantasías y hechos imposibles, pues muchos de ellos incitan al relajo y a la vanidad más que ofrecen pautas para una vida virtuosa. A esto el juez de paz respondió que los caballeros andantes habían recibido en otras épocas el reconocimiento de los sabios, tal como se hizo con Hércules, cuyas andanzas y matanzas de gigantes y monstruos no eran otra cosa que caballería andante y, por ello, se le honraba como a un dios; y, en cuanto a la lectura de libros de caballerías, ¿qué perjuicio podría ocasionar leerlos? Pues, siendo algo sabido que son fabulosos y fantasías, no engañan a nadie, ni se convence a nadie de que son de verdad; más bien al contrario, cuando las mentes del vulgo no están ocupadas en temas tan placenteros como esos, opinan sobre asuntos que les conciernen menos y se convierten en jueces críticos del Estado y de la Iglesia de los que forman parte y, por ello, se ha considerado una buena estrategia entretener la imaginación de los hombres leyendo ese tipo de novelas.

—Podrían inventarse muchas otras maneras –dijo el juez de instrucción– de entretener la imaginación de los hombres que no fuera esta tan destructiva de leer tales libros, los cuales, cuanto mejor escritos están, más peligrosos resultan, pues algunos jóvenes los leen con tanta atención que se imaginan a sí mismos como aquellos que leen; supongo que tal es el caso de este joven que, leyendo libros de caballerías, ha creído ser un caballero andante. A este tipo de personas tan arrogantes no se les debe seguir la corriente en su locura, sino más bien castigarlos con severidad y, si eso no los corrige, entonces o que se les envíe a Bedlam o que sean azotados y arrastrados por un carro, hasta que la locura se les pase a base de latigazos90.

Sir Billy sintió tal rabia mientras escuchaba esto que el torrente helado de su sangre fría se incendió con un fuego como de llamas de azufre ardiente, revolviéndose y echando humo como un trozo de terciopelo pegajoso.

—Monstruo de entre todos los hombres malvados –dijo–, a quien no puedo nombrar sin escupir después por miedo a envenenarme, ¿no puede vuestra malicia desahogarse en otra cosa que no sea hablando en contra de la muy noble orden de la caballería andante? No sé si es mayor vuestra envidia o vuestra arrogancia, ni el castigo que corresponde a vuestra gran presunción, pero no escaparán impunes estas cómplices tuyas si mi fiel espada no me falla, y por tanto si sois tan valiente con las manos como habéis sido pródigo con la lengua, os desafío a combatir conmigo en buena lid; y, si os negáis a hacerlo, proclamaré que sois el caballero de salón más cobarde que jamás ciñó espada, valiente solo de palabra, pero en una pelea con el enemigo dispuesto a huir de vos mismo.

p. 100El juez de instrucción, que era un hombre diestro en las armas y de coraje a la altura de su destreza, despreciando que tal petimetre cuestionara su valor, estaba decidido a escarmentarlo y, por ello, le dijo que, aunque consideraba indigno responder a alguien tan insignificante, no obstante para que su temeridad no tomara por miedo lo que solo era desprecio, le daría satisfacción en cualquier momento, lugar o arma que eligiera; y le advirtió de que cumpliera su palabra o, de lo contrario, sería una vergüenza para la orden que profesaba.

—Pues yo –dijo Ricardo–, escudero del renombrado caballero Sir Billy de Billerecay, desafío al escudero del caballero que va a luchar con mi señor, con cualquier arma que proponga, siempre que sea un arma como las que usaban los antiguos escuderos de los caballeros andantes.

Este inesperado desafío de Ricardo dejó a todos atónitos a la par que contentos, ya que querían por todos los medios que la diversión continuara. A la sazón servía al juez de instrucción un joven de la edad y estatura de Ricardo, quien, al escuchar el desafío, rogó a su amo que le dejara aceptarlo, por lo que, al serle permitido, le dijo a Ricardo que le respondería con las armas de su elección en el momento y lugar en que sus amos lucharan. Acordado así todo aquello, decidieron entonces la hora y lugar; Sir Billy hubiera preferido tener quince días más para que en ese tiempo se enviaran mensajeros al extranjero y se anunciase el combate al sonido de la trompeta en todas las ciudades con mercado y grandes reuniones de gentes; pero el juez de paz y el de instrucción, que no querían que se hiciese pública esta diversión privada, no lo aceptaron; así que al final se decidió que tendría lugar dos días después en un gran prado detrás de la casa del juez, tiempo durante el cual los cuatro combatientes se prepararon para el enfrentamiento. Cómo se comportaron en él ambas partes os lo contaremos en el próximo capítulo (con la ayuda de las sagradas nueve91) de manera completa y detallada.

iiEn el original, «coroner», cargo de un oficial de un condado, distrito o municipio cuya función original era velar por los derechos de la propiedad privada de la corona y más tarde se convirtió en el encargado de determinar las causas de muertes violentas o por accidente. Si bien su equivalente en inglés moderno sería ‘forense’, dado el sentido médico que tiene este término hoy en día, se ha optado por traducirlo como «juez de instrucción», para estar más en consonacia con el sentido judicial de la época, pero diferenciándolo del justice o justice of peace, es decir, el juez local o juez de paz, del que hay varios ejemplos en la obra. Como se verá, actúa con su propio tribunal (que generalmente constaba de 12 miembros) para aclarar las circunstancias de los casos investigados.

iEn el original, «Italian padlock» (literalmente ‘candado italiano’), un término utilizado desde tiempos medievales para designar cinturones de castidad, que son, como explica el Diccionario de la Real Academia, utensilios de metal o cuero con forma de cinturón con cerradura y una tira curva que cubría los genitales de la mujer, utilizados para impedir que tuviera relaciones sexuales.

iiiLa fórmula correcta es hiccius doccius. Ver nota en el capítulo IX sobre el término hocus pocus, aquí utilizado como nombre del personaje, por lo que se ha mantenido.

ivEn el original, «hi presto», aunque la expresión correcta sería hey-presto, que mantiene el original italiano presto. El Oxford English Dictionary la define como frase con la que conjuradores y magos anuncian una transformación instanténea o mágica.

vEn el original, «Jack in the box». Es una expresión que describe al muñeco sorpresa que salta de una caja cuando esta se abre.

viEn el original, «honeysop», un término ya obsoleto que indica un trozo de pan mojado en miel. También el término sop se refiere a un bobo o persona débil, de ahí la traducción.

viiResulta interesante el uso del término passport en el original en este siglo y contexto. Muy diferente al documento oficial de la era contemporánea, hace referencia al documento existente desde época medieval requirido para pasar a través de la puerta o reja de la muralla de una ciudad o de un territorio.

83.El coselete era una coraza no muy pesada y de cuero propia de los soldados de infantería.

84.Céfiro en la mitología griega designaba a la deidad del viento suave y gentil del oeste que anuncia la primavera.

85.Referencia a Apolo, ya mencionado como dios del Sol anteriormente. Aquí se hace referencia a él como dios de la música y al coro de sus hijas (las musas Cefiso, Apolonis y Boristenis). Apolo también se representaba con el grupo de las nueve musas, hijas de Zeus y Mnemósine, que formaban parte de su séquito y cantaban en las fiestas de los dioses. Winstanley no hace mención a los hijos de Apolo, también famosos músicos como Orfeo o Lino.

86.En la Eneida de Virgilio, la reina de Cartago, Dido, recibe al troyano Eneas, que le cuenta las desgracias de la guerra de Troya y con quien tiene una relación amorosa. Winstanley confunde aquí a Eneas con Ulises, el protagonista de la Odisea de Homero.

87.Briareus, también llamado Aegaeon en la mitología griega, era un gigante de cincuenta cabezas y cien manos.

88.Winstanley se refiere al mito griego descrito en las Metamorfosis de Ovidio, donde el dios Apolo, enamorado de la ninfa Dafne, la persigue y esta, huyendo velozmente, pide ayuda a su padre, Peneo, deidad fluvial que la convierte en laurel.

89.Winstanley alude a la última hazaña de Alcides/Heracles/Hércules, que describe cómo el héroe capturó a Cerbero, el perro que guardaba las puertas del inframundo.

90.Hace referencia a la parte trasera de un carro de transporte (en el original «carts tayle»). El castigo para ladrones consistía en amarrarlos a esta parte del carro y golpearlos o darles latigazos, e incluso hacer correr al caballo arrastrando al ladrón por el suelo. La expresión cart tail person se aplicaba, por ello, a vabundos, ladrones y gente de mal vivir.

91.Se refiere a las nueve musas. Ver nota 22 con la descripción de todas ellas.

Chapter XIV
Sir Billy’s entertainment at the justice’s house. His oration in praise of the Golden Age, with his challenging the coroner to fight in defence of knight errantry.

This justice that they were going to was a very merry conceited gentleman, which made the constable the more willing to have Sir Billy to him; and by the way to sooth him up in his fancies, he told him that the lord of the castle whether they were going was descended in a direct line by the father’s side from the famous Montelion Knight of the Oracle, and by the mother’s side from the renowned Amadis de Gaul; that all the brave heroes mentioned in The Mirror of Knighthood were near of kin to his ancestors, as also that Don Belianis of Greece, Parismus, and Pheander, the Maiden Knight, were his great grand-father’s first cousins. Ricardo heard all their discourse with great attention, and hearing him nominate only foreign kindred, he asked the constable how it came to pass that his ancestors marched into such remote parts, and not rather into their own country, and if they did, what kin this lord of the castle was to Guy Earl of Warwick, or Bevis of Southampton.

“I have heard,” said the constable, “by tradition, and they say it is recorded in the chronicles of Miconicon, that Earl Terry who was sister’s son to Guy, was nephew to Euphrosina this lord of the castle's great grandfather’s aunt, and that Saber Sir Bevis his uncle was nephew in two descents to Earl Terry.”

“Thou speakest,” said Sir Billy, “as one well versed in the study of knight errantry, and indeed it hath [190] been often in my own thoughts that I am descended from Valentine or Orson, Don Flores of Greece, Palmerin of England, or some of those renowned champions whose names flourish in the book of Fame, because I feel in myself those sparks of fire kindled in my breast, which do stir up noble minds to valiant performances.”

By this time they were come to the justice’s house, where before they were examined, the constable acquainted him with the humour of Sir Billy, and what discourse he had had with him, which pleased his fancy extraordinarily; but having a great respect to justice, he first sifted out the business concerning the two dead corps which were brought before him, and upon examination sent the smith and his partner to prison, retaining Sir Billy still with him, and using such respect to him as he thought was most correspondent to a knight errant.

Sir Billy whilst the justice was examining the prisoners, busied himself with viewing some old helmets, corslets, and launces which were hanged up in the hall, being to his thinking far richer hangings than the best tapestry that could adorn it. And now the company being gone, Sir Billy was invited to a banquet of several dishes suitable to the season; but ever he would sit down to participate of it, he began a long oration in praise of frugality to usher in the great need of knight errantry, which with an audible voice he delivered in these words:p. 95

“Thrice happy was that time which men do call the Golden Age, not because gold was then plenty, but for the innocent and harmless lives of those that lived in it, being contented with those things which nature produced of itself. Their meat was the roots of the earth, nuts and acorns, dainty fare, and for liquors, they had recourse to the chrystal spring; the earth brought forth roses and [191] flowers of itself without the midwifery of gardeners, and the commonwealth of bees instead of stings carried honey in their tails. Those contentious words of meum and tuum were not known in the world. Men contented themselves with clothes made of the fleece as it came from the sheep, which they wore only for warmth, for pride was then a stranger on the Earth. The lambs fed securely by the lions’ side, and warm Zephyrus breathed forth a continual spring. In those days there was no bandying of war, nation against nation, nor did men dare in a thin ribbed bark to cross the ocean for uncertain gain. There was no need of threatening laws to be prescribed in brass, for men knew not what it was to offend. Justice was then blind indeed and could not see to take any bribes. There was no need of Italian padlocks, for lust then was a vice unknown. But after corruptions began to increase, that bribes and rapes were ripe in every place, when the stronger sought to oppress the weaker, and great thieves sat on the bench to condemn the little ones; when ladies innocence could not defend their chastity from the assaults of wicked and vicious men; when vice came thus to predominate, then was this valiant and chaste order of knight errantry invented, whose office is* to relieve the oppressed, vindicate ladies, help orphans, rescue those who are in prison, and pull the pride of tyrants down; and of this noble order am I, which howsoever maligned and opposed by wicked magicians and sorcerers, yet is there no order, calling, nor profession in the world, so necessary to human kind as this. And though I desire not to be the trumpeter of my own praise, what I have performed herein, besides the witness of my squire Ricardo, the author of my history, for every knight errant hath a historian to declare his acts, will in after ages make [192] known the noble performances which have been achieved by me.”

The whole company applauded Sir Billy’s speech, and said it was great pity so necessary an order of knighthood should remain dormant so long, and how happy the succeeding age would be that should read with wonder the noble achievements performed by his victorious arm. Which words puffed up Sir Billy with such a tympany of pride that like the bladder he was ready to burst with the wind of vainglory. And now being tickled with the undeserved praise, he willing to sit down with them at the banquet, where he could scarcely feed himself for feeding the ears of his auditors with discourses of his adventures, in the meantime the justice sent for the coroner to come with all the speed he could, for fear Sir Billy, who was a main witness in the business, might have a maggot in his head to be gone, and therefore the better to retain him, he spoke to him in these words:

“Most renowned knight, who though but young in years, yet art old in fame and experience of arms, whose desert outstrips all praise I can bestow upon thee; had the divine Homer, one of the muses’ first priests, been contemporary with thee, how proud he would have been of so sublime a subject to heighten his fancy; a subject adequate to Apollo himself, and his whole quire of daughters. How benign must I esteem those stars whose influence directed thy footsteps to my habitation, hoping that as Ulysses communicated his travels and adventures to queen Dido, so from his own mouth they should receive a relation of those noble achievements performed by him, whereof Fame had been so liberal in publishing of them.”p. 96

Sir Billy needed no spur to be put forward in such matters, his tongue was ever ready to run post in anything which he thought tended to his own praise, and therefore without any more entreaty he [193] began a long discourse of his entrance into knight errantry, how he became enamoured on a most beautiful lady named Dulcina; his entertaining Ricardo to be his squire, and of their first encounter with a tall giant in a corn field, whom he overthrew by main strength of arms; how he was knighted by the lord of a castle, and how in relieving of a certain queen, he encountered with another mighty giant, in which by the envy of certain wicked magicians he fell into a deep cave, from which he was delivered by the Sage Freston; and so ran on in a rambling narration of all his adventures, as you heard in the foregoing history; but still imputing all his misfortunes to the malice of necromancers and enchanters, who are always enemies to knights errant.

“Yet shall not their malice,” said he, “deter me from prosecuting my revenge against those wicked miscreants, giants, and sorcerers till I have rooted out the whole generation of them from off the face of the Earth.”

Scarcely had Sir Billy finished his discourse, when there came to the door a fellow cunning in showing tricks, such as we call a hocus pocus, or hiccius doccius,* who knowing the justice to be a merry man, thought by showing his art he might get some money there; the justice understanding his employment, was very glad of the occasion to divert Sir Billy, and keep him till the coroner came. He therefore brought the fellow to the company, and bid him for to show his skill. Sir Billy had never seen any of these legerdemain tricks before, and therefore his spirits were struck into admiration, and his soul entranced with wonder. Ricardo all this while stood by, and seeing his master struck into such an astonishment, thought to make some sport, as well as the juggler, and slipping on his invisible ring, when Hocus had laid his tin boxes, and balls on the table and was feeling in his pocket for some other [194] instruments of activity, he takes them up and puts them in his pocket. Hocus seeing his boxes and balls hey-presto* to be gone, was more amazed than Sir Billy was at his tricks; but thinking some of the company might do it to make themselves merry, and loth to challenge any in particular, he thought to catch them by craft, and therefore pulling out a jack in a box, some counters and dice to do more feats withal, he lays them as it were carelessly upon the table, yet still had a special eye who took them. Ricardo thought what was his drift was*, yet dreading not his policy, boldly steps to the table and quickly made them invisible. The juggler seeing the rest of his things to be gone thus without hands, stood like one that was stupefied, or like stags at a gaze, as if his understanding were in an extasy. At last, he swore there was some conjurer amongst them, whose art was far transcendent above his, for he did but play the devil in jest, but they had played the devil with him in earnest. At this the whole company burst out into such a laughter as if they had for ever banished all melancholy from their society. This exceeding mirth made Hocus more vexed than before, so that he began to swear like a coulter, for having now lost his tools, he might even shut up shop for anything he could do.p. 97

And now a new project of mirth came into the noddle of one of the company, who persuaded the juggler that Sir Billy had taken away his things, and that to get them again, there was no way but using him roughly, which he should not need fear to do, because Sir Billy whatever he bragged himself to be, was but a mere honeysop,* a dish of skimmed milk, whose feet was his best defence, and his tongue his best weapon. The juggler animated herewith, steps to Sir Billy and said:

“Sir, I understand you have gotten my things, and therefore pray give me them again [195] without any more fooling; which if you refuse to do, I shall make you such an example of my wroth and indignation as shall make you curse the time that ever you saw me.”

Sir Billy hearing such threatening words from one he thought so much beneath him, in great anger replied:

“Thou wicked enchanter, unworthy to live upon the face of the Earth, who hast made a league with hell and a covenant with the devil to be his servant, think not by thy wicked charms to escape my fury, for if thou hadst as many hands as Briareus, and in every hand there were a sword, yet would I encounter with thee, my valour being such as to know no fear in myself, yet to teach it others that have to do with me.”

And thereupon drawing his sword, began to lay on load upon Hocus, who seeing Sir Billy was in earnest, thought his best refuge to be his heels, running with such hasty steps as if his feet scarce touched the ground, being more swift in his flight than Daphne when she fled from the embraces of Apollo; whereupon the company gave such a shout as made the house to ring; their loud exclamations cleaving the yielding air like the roaring of a whole herd of lions, (or if it could be) greater than the noise of ten Irish funerals.

Sir Billy seeing his flight so swift, thought it in vain to pursue him any further, and thereupon returned in as great state as the Macedonian victor from the conquest of Darius. The justice meeting him congratulated his success, giving him as much praise as if it had been the thirteenth labour of Alcides; the other persons also each one in proper words sought to magnify this his enterprise, although an attempt so inconsiderable that had the juggler had but as much valour as a humble bee with a dozen of dangerous words in his mouth, he might have resisted him with a bull rush.

[196] By this time the coroner was come to the house, and a jury empanelled to enquire about the two dead persons. The first witness that was examined was Sir Billy, who being requested to tell his knowledge in the particulars, spoke as follows:p. 98

“You shall know courteous gentleman, that by profession I am a knight errant, an order of all others the most beneficial to mankind, which were it highly cherished as it is deserving, it would encourage many noble spirits to the profession thereof, by whose manly prowess all tyrants and oppressors of the poor being suppressed, we should have no need of lawyers, attorneys, nor solicitors, who pretending to right people in their causes, do them more wrong by their extortions and fees than they received by the parties against whom they sued. In the prosecution of these knightly adventures, it was my fortune or rather lucky chance to come to an old ruinated castle, attended only by my squire Ricardo, and an old gentleman, one of the Knights of Industry. Into this solitary receptacle being entered to shade us from the burning beams of the refulgent sun, we espied there a most sad and dolorous spectacle, a woman hanged, and a man hanging, with little hopes of life in either; which we had scarce leisure to view, when a lusty stout robustious fellow rushed from forth the place, and winged with haste, ran away as swift as the sweeping stream or winged arrow. He being gone, we cut the young man down, who was near entered into the territories of death, yet by helps that was used, he was brought again to the possession of life, as you see there standing before ye, but the woman, who was the lady of his affections, notwithstanding all endeavours which we used, we could never persuade her sullen soul for to re-enter into her body, but life’s candle was quite extinct in her.”

[197] “Whilst we were thus fruitlessly employed in the recovery of the maid, the murdering villain who had ran from us before, now returned again with two others who had been partners with him in his butcherly design, and setting upon us, thought to have made us a morsel for the jaws of death, and with their clubs have signed our passport into another world, but I perceiving what was their intentions, drawing my sword, and invocating the Lady Dulcina for aid, set upon the villains, and in an instant brought two of them to the ground, of which death, the grave’s purveyor, took possession of one, the other soon after recovered, whom we brought unto you, as also the third, who though he ran away from me, yet was brought back again by my squire Ricardo and the Knight of Industry, with some others who came into our assistance, although had I been alone, the strength of my victorious arm would had been* enough to have conquered them all.”

The whole company highly applauded Sir Billy’s valour, as a true son of Mars, that derides death, and meets with triumph in a tomb. Afterwards was the tailor examined, as also old Gerion and Ricardo, who agreeing all in one tale, the jury found the maids to be wilful murder, and the killing of the fellow done in their own defence.p. 99

The justice being a bountiful housekeeper, invited the coroner and jury, as also Sir Billy, Ricardo, and old Gerion to dinner, which he had caused to be provided for them [what] against they had done. After dinner the justice and coroner fell into a deep discourse, the coroner being of opinion that the order of knights errant was a needless, idle, unnecessary employment, for that the laws being so open, wrongs might be redressed, and the oppressed eased far better by the law than by their swords, which oftentimes for want of due knowledge of the case, did [198] far greater wrong than right. And as for books of chivalry, he judged them to be very prejudicial to a well-governed commonwealth, wherein men might bestow their time better than in reading figments, impossibilities, and in many of them incitements rather to looseness and vanity, than any instructions to virtuous living. To this the justice replied that knights errant have in former ages been applauded by learned persons, for such was Hercules, whose going about and destroying giants and monsters was no other than knight errantry, and for which they honoured him as a god; and then for reading books of chivalry, what prejudice could come by reading them? for the subjects of them being known to be fabulous and figments, no man’s faith is beguiled, nor any persuaded to believe them as a truth; rather on the contrary, where the minds of the vulgar are not busied in some such pleasant arguments, they fall upon matters which less concern* them, and become troublesome judges of the state and church wherein they live, and therefore it hath been accounted great policy to divert men’s fancies by reading such romances.

“Many other ways might be invented,” said the coroner, “to divert men’s fancies than this destructive one of reading such books, which the better they are written, the more dangerous they are, for some young people are so intentive* upon them that they imagine themselves to be such as they read of. And such a one I suppose this young man to be, who by reading books of knight errantry, would fool himself into a conceit that he is a knight errant. But such people so conceited ought not to be soothed up in their follies, but rather sharply reproved, and if that will not mend them, then either let them be sent to Bedlam, or whipped at a [199] cart’s-tail, until this foolish humour be whipped out of them.”

Sir Billy was in such a rage to hear these words that the icy current of his frozen blood kindled up in agonies as hot as flames of burning sulphur, fretting and fuming like a piece of gummed velvet.

“Monster of all wicked men,” said he, “whom I cannot name without spitting after it for fear of being poisoned; could thy malice vent itself in nothing but speaking against the most noble order of knight-errantry? nor know I whether thy envy or arrogancy be greatest in it, nor what punishment is equivalent to such high presumption; yet shall not thy male partners escape unpunished if my trusty sword fail me not, and therefore if thou art as valiant of thy hands as thou hast been prodigal of thy tongue, I challenge thee out into the field to fight with me; which if thou shalt deny to do, I shall proclaim thee the most cowardly carpet knight that ever wore sword, only valiant in voice, but at the sight of an enemy ready to run away from thy self.”p. 100

The coroner who was a man well skilled at his weapon and with courage answerable to his skill, scorning to be outbraved by such a princock, was resolved to chastise his folly, and therefore told him that though it were beneath him to answer one so inconsiderable, yet least his rashness should take that to be fear which was only contempt, he would answer him at any time, place, or weapon he should appoint; bidding him be sure in making his words good of what he had promised, or else he would be a shame unto the order he did profess.

“And I,” quoth Ricardo, “squire unto the renowned knight Sir Billy of Billerecay, do challenge the squire that belongs to the knight which is to fight with my master at any weapon he shall propose to fight withal, so it be such a weapon [200] as former squires to knights errant used for to fight withal.”

This unexpected challenge of Ricardo put all the company into a merry kind of amazement, endeavouring by all means to have the humour go forward. There was at that time attending on the coroner a young man much about the age and stature of Ricardo, who hearing this challenge, desired his master he might accept of it, which being granted him, he told Ricardo he should be answered at his own weapon at the time and place when their masters did fight. All things being thus agreed, they next consult of the time and place when and where it should be done; Sir Billy would have had a fortnight’s space, and that in the meantime messengers should be sent abroad to declare by sound of trumpet in all market towns and general assemblies of this their fight. But the justice and coroner not willing to have a private divertissement made so public, would not agree to it; so at last it was concluded to be the second day after, in a large meadow behind the justice’s house, during which time the four combatants prepared themselves for the encounter, which how it was performed on both sides, we shall in the next chapter (the sacred nine assisting in our endeavours) in full and ample manner declare unto you.

iis] it is 1694, 1699.

iihiccius doccius] Hictius Doctius 1694, 1699. A formula used by jugglers in performing their feats.

iiiHey-presto] Hi presto 1694, 1699. A formula used by magicians in performing their tricks.

ivwhat his drift was] what was his drift 1694, 1699.

vhoneysop] hist. and rare. A piece of bread dipped in honey.

viwould have been] had been 1694, 1699.

viiconcern] concerns 1694, 1699.

viiiintentive] obs. Devoting earnest attention or pains; paying regard or attention.