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Capítulo XV
El enfrentamiento de Sir Billy con el juez de instrucción. De cómo fue socorrido por Ricardo. La admirable descripción de su dama, con el contrapunto de Ricardo sobre el mismo tema.

Pronto la voz chismosa de la Fama extendió la noticia del combate entre Sir Billy y el juez de instrucción, de modo que en el día señalado se reunió allí una gran multitud para verlos. El anciano juez había agasajado el día anterior a Sir Billy; y su hija, una doncella de unos dieciséis años, lo animó todo lo posible dándole una cinta para que la llevara en su casco y diciéndole que, si vencía, se convertiría en su caballero y se consideraría la mujer más feliz del mundo teniendo tal siervo.

—Me siento en deuda con vos por vuestra bondad –dijo Sir Billy– y no dude, señora, de mi éxito, pues supone una vindicación de esos nobles caballeros, Amadís de Gaula, Sir Huón de Burdeos, don Belianís de Grecia, Palmerín de Inglaterra, Orlando furioso, don Flores de Grecia, Sir Guy de Warwick, Bevis de Southampton y otros muchos nobles héroes quienes, dedicados a las armas, murieron en el lecho del honor y cuya memoria este infame malhechor quiere difamar, y con palabras tan llenas de oprobio que serían suficientes para levantar de sus tumbas el espíritu de esos nobles fallecidos para vindicar su propio honor, si no fuera porque los hados me han elegido en estos tiempos tardíos para ser miembro de esa noble sociedad y castigar a todos aquellos que se dedican a vilipendiar tan ilustre, beneficiosa y honorable orden.

—Tenéis razón en lo que decís –contestó la doncella– porque, si cayeran en el olvido esas nobles órdenes, supondría un gran retroceso para la práctica de la virtud y, a falta de tales figuras, el mundo estaría infestado de tiranos, opresores y personas despiadadas, abundarían los dragones y monstruos por doquier, y los gigantes se multiplicarían de tal manera que el mundo habitable se convertiría en un desierto.

p. 102Mientras así hablaban, llegó un mensajero que avisó a Sir Billy para que se preparara para el combate, pues su antagonista estaba a punto de entrar en liza*; ante lo cual, Sir Billy se abrochó su armadura, aunque le resultó difícil porque las piezas eran despropocionadas y no encajaban bien unas con otras; y creyéndose así armado cap-à-pie, llegó al campo de batalla para enfrentarse a su enemigo, que lo esperaba ataviado con una cuera y sin otra armadura que su espada. Ricardo y el otro joven también llegaron equipados para la lucha y con una resolución a la altura del valor de sus amos. Había una gran expectación entre los espectadores, pues todos asumían la victoria del juez de instrucción, pero la mayoría tenía los ojos puestos en Sir Billy, quien avanzó con gran ceremonia, como Héctor, el príncipe troyano, ante las murallas de Ilión y, habiendo llegado junto a él, dijo:

—Entregaos prisionero a mi brazo vencedor, de lo contrario con vuestra vida pagaréis por la arrogancia de vuestras palabras.

—Yo no necesito favor alguno –dijo el juez de instrucción–, pero tened mucho cuidado pues, de lo contrario, el honor de la caballería andante quedará por los suelos.

Y acto seguido se lanzaron el uno contra el otro, Sir Billy con mucha fuerza y furia, el juez de instrucción con un valor que, unido a su destreza, superaba tanto a nuestro joven caballero andante que, a pesar de invocar a Lady Dulcina e implorar el socorro de todo el espejo de príncipes y caballeros, el juez de instrucción lo vapuleó de tal manera que, dejando de atacar con la espada, se enzarzó con él y, derribándolo, le arrebató la espada, diciéndole que no era digno de llevar ningún arma si no sabía manejarla mejor.

Este combate provocó más risa que admiración, pues Sir Billy había prometido mucho y hecho muy poco. Mientras tanto, Ricardo y el ayudante del juez de instrución habían empezado un combate más divertido. Ricardo, gracias al anillo invisible, no temía peligro alguno, lo que lo hacía muy atrevido desafiando al otro. Con mucho valor y decisión estos dos esbirros de Marte estuvieron combatiendo durante un rato, pero cuando Ricardo vio que su amo quedaba a merced del vencedor y a sí mismo claramente superado, pensó que ya era hora de volver a sus viejos trucos y así, dando saltos como si estuviera bailando para hacer reír a la gente y fingiendo que huía, se puso el anillo invisible y entonces, volviendo con gran determinación, cayó sobre el juez de instrucción quien, sintiendo los golpes y sin ver la mano que se los daba, lleno de un terror pánico, huyó tan rápido como el viento del este o como las flechas disparadas por un arco ruso. Ricardo, viendo que se escapaba demasiado rápido como para poder alcanzarlo, se volvió hacia el otro y, como quien está invadido por la cólera, cargó contra él con toda su fuerza y empeño. El joven, al ver cómo su amo se había escapado, pensó que no merecía la pena quedarse allí, sobre todo porque le llovían muchos golpes y muy rápido, así que se encomendó a sus pies. Ricardo lo siguió, ora golpeándole por la espalda, ora poniéndole zancadillas y haciéndole caer una y otra vez, lo que provocó una gran carcajada general al ver que amo y mozo, aun habiendo obtenido la victoria, huían, como parecía, de sus propias sombras. Sir Billy, que yacía inquieto e irritado por su deshonra, viéndolos huir, se imaginó que el sabio Frestón le había enviado ayuda y entonces, levantándose y cogiendo la espada que el juez de instrucción con las prisas había dejado atrás mientras escapaba, la blandió por encima de la cabeza diciendo:

p. 103—¡Venid todos, malhechores, enemigos de la caballería andante! ¡Venid, digo, y ved cómo el destino favorece a los seguidores de esta noble orden, a los que ningún arma poderosa ni encanto mágico pueden vencer, pues siempre hay alguien para socorrerlos en los momentos más difíciles! ¡Y vos, sabio Frestón, estoy en deuda con vos por vuestra ayuda en todas mis necesidades! ¡Cómo me habría sometido este vil monstruo si me hubiera vencido! ¡Cómo habría sido humillado el honor de la caballería andante si yo hubiera fallado en esta empresa! ¡Cómo se leerá a través de los siglos la historia que se escribirá sobre mí con admiración! ¡Qué peligros he soportado por el honor de la caballería andante!

Mientras así alardeaba, el juez de instrucción, que para entonces se había quedado sin aliento por la carrera, cuando se dio cuenta de que ya no recibía más golpes ni veía a nadie, avergonzado por su cobardía, volvió de nuevo con más furia e indignación que antes donde estaba Sir Billy y, lanzándose sobre él tan furioso como Aquiles sobre los troyanos que huían, habría acabado con él si Ricardo, viendo a su amo en peligro, no hubiera dejado de perseguir al joven y hubiera ido a rescatarlo. Sin perder tiempo, se lanzó sobre el juez de instrucción, dándole tantos y tan fuertes golpes como los que daba al palear el cereal antes de convertirse en escudero andante. El juez de instrucción, que notaba la fuerza de los golpes pero sin ver de dónde los recibía, quedó tan anonadado como un hombre enajenado o como los prisioneros cuando sintieron que se convertían en animales, de modo que, en vez de escapar de su enemigo, quería escapar de sí mismo. Sir Billy, que siempre era más valiente con la lengua que con las manos, al ver al juez de instrucción inmovilizado por el asombro, como si hubiera visto el rostro de la Gorgona92, se pavoneaba con palabras tan altisonantes que, si sus hechos se hubieran juzgado por ellas, cualquiera que lo hubiera escuchado lo habría tomado por un hombre de valor. Pero Sir Billy era de los que hablan mucho y hacen poco, pues el juez de instrucción, exasperado por sus palabras, se lanzó contra él y con fuerza tremenda lo derribó, y sin duda lo había matado allí mismo si Ricardo no se hubiera echado corriendo sobre él y se lo hubiera quitado de encima a Sir Billy, lo que permitió a su amo levantarse de nuevo. Los presentes, al verlos luchar así tan en serio, y temiendo que el asunto llegara a ponerse peor de lo que se pretendía, decidieron separarlos y, al darse cuenta de ello, Ricardo dejó a los dos combatientes y, poniéndose a cubierto de miradas, se quitó el anillo invisible y regresó cojeando todo el camino, como si hubiese quedado herido en el enfrentamiento. Esto dejó a todos los presentes más maravillados que antes, pues ¿cómo podía Ricardo estar herido si, por lo que habían visto, había huido antes de recibir herida alguna o cualquier otra cosa que le hubiera obligado a pararse?

Ricardo, según se aproximaba a ellos, se quejaba así:

—Maldito lugar donde ni caballero andante ni fiel escudero deberían poner los pies. Sin duda el príncipe estigio, ese enemigo de los humanos, frecuenta este lugar y ha hecho que sus malvados emisarios me den una paliza tal que mi cuerpo parezca el de una momia. Si pudiera ver al menos a ese negro príncipe del Aqueronte o a cualquiera de sus mensajeros del infierno que me sacaron así del combate, le demostraría que no temo enfrentarme a él; pero dar golpes y maltratar así a los hombres siendo invisibles es a la vez cobarde y abyecto, y muy contrario a las reglas de la caballería andante.

El juez de instrucción y su mozo, al escuchar las palabras de Ricardo, contaron cómo a ellos también les habían atacado así, mostrando sus cortes y tajos de espada en la ropa, con algunas heridas leves en el cuerpo, y declararon que no podía tratarse de otra cosa que no fuera un espíritu. Esto dejó a todos asombrados, excepto a Sir Billy, que intentaba convencerlos de que era un castigo del sabio Frestón, enemigo de todos aquellos que se oponían a la caballería andante y amigo especial en momentos de adversidad para los que profesaban las reglas de esa noble orden.

p. 104—Pero –replicó el anciano juez–, ¿cómo es que castiga a Ricardo, que es al menos un servidor de la caballería andante, igual que a los que se declaran enemigos de esa orden?

—Eso se lo tiene merecido –respondió Sir Billy– porque no hace muchos días, antes de que yo llegara aquí, su lengua insensata estuvo aireando unas opiniones despectivas sobre esta noble profesión; es más, de tal manera se apoderó la locura de él que quería persuadirme para que dejara las aventuras de caballero y pasara el resto de mis días tranquilo y ocioso. Menos mal que estoy dotado de un corazón incompatible con el miedo y mi carácter es tal que desprecia los peligros que harían temblar a un cobarde.

Ricardo tuvo que hacer un gran esfuerzo para no soltar una carcajada al escuchar a su amo hablar de esa manera tan ridícula y al ver cómo había conseguido que el juez de instrucción y su mozo creyeran tan firmemente que los habían golpeado los espíritus, pero, habiendo de esta manera dejado de lado toda idea de seguir peleando, el juez los invitó a todos a su casa y, para que pudiera haber una total reconciliación entre ellos, el juez de instrucción llevaba a Sir Billy de la mano y su mozo al escudero Ricardo. Allí dio muestra el juez de su carácter dadivoso por la gran acogida que les ofreció, pues fue como si Ceres y Baco hubieran elegido aquella casa para vivir93. La hija del juez, que antes había honrado tanto a Sir Billy, encantada con sus extravagancias, para seguir con la broma, lo agasajó con estas palabras:

—Nobilísimo caballero, cuyo valor sobrepasa mi capacidad de expresarlo, vasallo de la ciega Fortuna en valerosas hazañas y de ánimo tan seguro que no puede admitir pensamiento alguno de cobardía. Más bienvenida es tu presencia para mí que la de Ulises para la casta Penélope tras sus diez años de ausencia durante la guerra de Troya. ¡Qué dichosa es la dama que tiene a tan famoso paladín como siervo! ¡Más afortunada ha sido con su elección que Sabra, la hija del rey de Egipto, con san Jorge, que la hermosa Rosalinda con san Daniel de Francia o que la renombrada Philotheta con Monteleón, Caballero del Oráculo!

—En efecto –dijo Sir Billy–, la diosa de mis afectos es tal que para describirla debo servirme de las cosas más preciosas e invocar a la más sabia de las nueve musas para que me ayude. Su cabello, esa adorable madeja, cual rica y artística corona, se despliega como los cortinajes del aposento de la belleza. Su frente, esfera de beldad, se asemeja a una colina de nieve inmaculada sobre dos arcos de marfil. Sus ojos, esas dos joyas estrelladas, cautivan al amor y sus cejas son capaces de hacer milagros con sus mágicos círculos. Sus mejillas son como dos macizos de las más hermosas flores llenas de dulzura, como baños donde se mezclan leche y rosas. Sus orejas, esos vigilantes centinelas, no necesitan joyas que las adornen, pues por sí mismas son ya joyas. Su nariz es tal que el Céfiro se deleita jugando en ella. Sus labios son rubíes fundidos, donde el amor planta y recoge besos. Sus dientes, como murallas de marfil, custodian la lengua hecha de la miel más dulce. Exhala un aliento reticente a dejar una mansión tan deliciosa, que espera ser arrastrado de nuevo a ese paraíso bien vigilado. Su cuello se alza como un pilar de plata, más blanco que las torres de marfil pulido. Sus pechos, esos gemelos milagrosos, son como dos montículos entre los que reposan mil cupidos. Tiene una cintura tan recta y límpida como el bastón de Hermes o la vara de Circe. Su vientre, horno de la naturaleza, redondo, suave y mullido, es más tentador que el oro para un avaro usurero. Sus muslos son como suaves pilares de marfil, que mantienen el encantador armazón que ya he descrito. Sus rodillas, tan bien formadas que la naturaleza ahí observó la más perfecta simetría. Sus piernas, columnas de Cupido, más rectas que los muslos de Júpiter. Sus pies son tales que a su paso brota la belleza a su alrededor. En suma, ella es tal que podría servir de complemento a la madre de Cupido, cuya presencia convierte la noche más triste en día, el primer y mejor original de todas las copias hermosas.

p. 105Esta descripción de la dama sorprendió mucho a la hija del juez, pues parecía un ser para cuya composición la naturaleza hubiera tomado lo más selecto de otros varios a fin de crear uno de perfección completa; pero, sabiendo que los amantes son parciales en la descripción de los encantos de sus damas, para conseguir mejor información, y viendo a Ricardo solo y de buen humor, le pidió que le describiera con detalle los dones de la tan celebrada dama de su amo.

Ricardo, que estaba ya cansado de ser escudero andante y, habiéndose dado cuenta de que sus esperanzas de ser gobernador de una ínsula no iban a convertirlo ni en rey de una madriguera de topos y de que todos los proyectos y planes de su amo no eran más que simples quimeras y vanas imaginaciones, había decidido dejar ese tipo de vida vagabunda y, si no convencía a su amo para volver a casa, lo abandonaría a su locura. Por lo tanto, sin miedo a disgustarlo, decidió ofrecer a la dama una descripción más cómica pero más auténtica de aquella señora de perfecciones, que hizo de esta manera:

—Empezando por las partes superiores, su pelo –dijo–, cuelga por su cuello como serpiente que se arrastra, en curiosos rizos como de elfo. Su frente es como un campo de tierra recién arada o como la tierra reseca en los días más calurosos de verano. Sus ojos, dos pozos de molino que no cesan de echar agua, a cada lado de los cuales cuelgan dos monedas* u orejas de tan prodigiosas dimensiones que, si se cortaran y curtieran, proveerían de cuero a un zapatero durante un mes. Sus mejillas son como dos pliegos arrugados de pergamino y su nariz es comparable a la del retrato de Madre Shipton94. Su boca se abre y cierra como la de un morral y sus dientes son como un viejo cercado de campo. Sus labios se parecen a los de la dama con cara de cerdo y su voz es tan fuerte como el sonido de todas las campanas de St. Mary Le Bow95. Sobre su aliento, necesito la ayuda del poeta para describirlo96:

Cuidado con su aliento (espectadores no os acerquéis)
permanece flotando, ¡Dios guarde a los que aquí estéis!
Solo un beso y unas palabras suyas, dieciocho,
acabaron en España con la Inquisición.
Tres veces afortunados somos, cuando rememoro
los días pasados de persecución;
porque si fuera gratis matar, este duende horripilante,
a su paso mártires iría dejando por delante;
y si no lo hubiéramos evitado con nuestra oración,
a estas alturas ya habría llenado el aire de contaminación;
incluso Piel de Oso, llegado su último momento,
preferiría una jauría de perros antes que su aliento97.

En cuanto al cuello, es como una escalera de campanario y sus hombros son capaces de aguantar la mayor broma que se pueda hacer sobre ellos. Sus pechos son como dos pelotas de fútbol de escoria desgastada y sus curvas se parecen a las tablas de la prensa para queso. Se tardaría media hora en poder rodear su cintura, pues de alta y esbelta tiene lo que el eje de un molino de viento. Su barriga es como un tonel de Heidelberg y sus nalgas y muslos van a juego. En resumen, está hecha con lo más deforme de la naturaleza, un adefesio como una manzana de invierno arrugada y medio podrida.

La joven se rió a carcajadas con la descripción que hizo Ricardo de esta dama andante y pensó que era más acorde a la verdad que la de Sir Billy.

p. 106—Tal vez, Ricardo –dijo ella–, sea esta la razón por la que tu amo no lleva consigo el retrato de su dama, como antes acostumbraban a hacer los caballeros andantes, gracias al cual solían hacer alarde de su belleza en las justas y torneos frente a todos sus adversarios.

—No merece la pena –dijo Ricardo– ni que un pintor pierda el tiempo en modelo tan poco favorecido. Supongo que a mi amo más le atrae por lo que se imagina que por lo que realmente es.

Mientras así hablaban, el viejo Thomasio (padre de Sir Billy), que se había enterado del combate entre su hijo y el juez de instrucción (del que las trompetas de la Fama ya habían dado cuenta en su ciudad), decidió ajustar cuentas con él y hacer algo que pusiera fin para siempre a su caballería andante. Así pues, armado con la autoridad de un juez de paz y acompañado de tres o cuatro tipos fornidos, cogió a Sir Billy por sorpresa y, con semblante enojado y salpicado por rubicundos destellos de ira, como un jabalí perseguido al que tienen acorralado ansiosos sabuesos, le habló así:

—Bribón insolente, que sin vergüenza ni modestia andas por ahí con aires de caballero vagabundo, no te voy a tratar ni siquiera como a nuestros caballos; primero te encadenaré y, si eso no sirve y sigues sin rumbo, haré entonces que te metan en un lugar que iguala a jóvenes y viejos, pues ninguno tiene escapatoria; quiero decir (sí, señor) una cárcel, un sitio donde un jubón con botones está más pasado de moda que unos bombachos; donde la gente malgasta su vida como un traje viejo, cuanto más rápido, mejor; un lugar de aspecto miserable y con malos olores; un trozo de suelo tan maldito que un hijo se avergüenza de heredarlo de su padre. Y allí, sí, señor, irás si no atiendes a razones, a pesar de toda la brujería de ese dudoso escudero tuyo Ricardo, que con sus malvados hechizos me robó los caballos de la posada y a quien haré que castiguen de manera más ejemplar que a ti.

Ricardo escuchó todo esto, pero, confiando en el poder de su anillo, no temía lo que Thomasio pudiera hacerle. Pero Sir Billy quedó tan profundamente desconcertado ante esta repentina reprimenda como si hubiera mirado fijamente a la cara de la Gorgona, y se parecía a los prisioneros de Circe cuando se dieron cuenta de que se habían metamorfoseado en animales. Por fin, cuando recuperó el uso de la palabra, habló así al viejo Thomasio:

—Infeliz padre, nocivo para tu país y envidioso de la fama que está por venir, tu obstinación privará a las generaciones venideras del beneficio que podrían haber recibido con mi valor invencible.

Pero el juez, al ver que volvía a sus extravagancias y cansado ya de sus impertinencias, decidió enviarlo por la fuerza a casa con su padre y, por ello, le ordenó que se preparara y que se marchara de manera voluntaria o, de lo contrario, tomaría medidas que acabarían para siempre con su caballería andante.

p. 107Pero Sir Billy alegó que iba contra la ley de armas tratar injuriosamente a los caballeros andantes, que deberían ser recibidos con hospitalidad dondequiera que fueran, como hombres que se habían dedicado al bien de su país, y que estaban por encima de cualquier ley de jueces o decisión de cualquier magistrado, puesto que eran compañeros de reyes y príncipes, muchos de los cuales habían pertenecido a tal profesión. Sin embargo, el juez no le iba a permitir que siguiera desbarrando con sus extravagantes locuras, así que ordenó a sus ayudantes que lo prendieran y que también apresaran a Ricardo, para llevarse a los dos a la vez. Pero fue más fácil decirlo que hacerlo, pues no se veía por ningún lugar a Ricardo, que se había puesto el anillo invisible y que, visto que el juez iba a cambiar su forma de comportarse con ellos*, había decidido ajustar cuentas antes de irse y, por ello, mientras el anciano Thomasio se estaba quejando ante el juez, Ricardo, poniéndose detrás, le empezó a tapar y destapar la boca con la mano tan rápidamente que el anciano no podía articular más que «fa, fi, fum»*; así que el juez lo tomó por un viejo chocho y le pareció que el comportamiento de su hijo estaba más que justificado, pues había heredado la locura de sus padres, por lo tanto, le ordenó que se apresurara a llevarlo de nuevo a casa y que ambos se ocuparan mejor de sus asuntos o, de lo contrario, en lugar de compadecerse de ellos por su locura, recibirían latigazos por sus fechorías.

Ricardo escuchó muy atentamente el discurso del juez y, viendo que estaba más que dispuesto a darles de latigazos, decidió pagarle con la misma moneda; así que, acercándose a él, le agarró y retorció la nariz de tal manera que este rugió y mugió como un toro de Colchester. Todos los presentes quedaron horrorizados al ver al juez así atacado; mientras tanto, el viejo Thomasio daba gritos a Ricardo, llamándolo brujo, mago, nigromante, hechicero, adivino, encantador, diablo y todos los demás nombres oprobiosos que se le ocurrían.

El juez con todo esto estaba terriblemente asustado y ordenó que detuvieran inmediatamente a Ricardo pero, aunque lo buscaron por todos sitios, no consiguieron encontrarlo.

—Su señoría –dijo Thomasio–, este Ricardo es la mano izquierda del diablo, un auténtico brujo de Lancashire que puede cambiarse en la forma que le plazca y quién sabe si puede convertirse en pulga y así llegar saltando a la cama de vuestra hija. Os digo que es un peligro y, si se quedara embarazada, sería fácil adivinar quién es el padre.

Los que estaban allí no pudieron aguantar la risa ante las palabras de Thomasio, pero el juez estaba más enfadado con él que antes, pensando que todo aquello era cosa más de sinvergüenzas que de locos, y, por lo tanto, ordenó que pusieran tanto a Thomasio como a Sir Billy en el cepo mientras buscaban a Ricardo para que los acompañara, y que ya decidiría lo que hacer con ellos según creyera conveniente. Pero, como resultó que justo entonces el cepo estaba roto, el alguacil, para tenerlos en lugar seguro, los metió en la jaula, lo que enfureció a nuestro caballero andante tanto que juró por el ardiente bracamante del sangriento Marte que se libraría de ese cautiverio o perdería su vida en el intento. Y así, teniendo las ideas todas revueltas por la cólera, como el loco Orestes98, lleno de furia, se lanzó con todas sus fuerzas contra las barras de la jaula y, como otro Bayaceto99, se reventó la tapa de los sesos.

p. 108El anciano Thomasio, al ver lo que había sucedido, quedó tan asombrado y estupefacto como piedra que respira. El juez, al oír lo acontecido, se dirigió allí con su hija y el resto de la familia y, al contemplar el triste espectáculo, también quedaron atónitos. Como el juez de instrucción no se había ido aún, se formó un jurado y lo consideraron culpable de su propio asesinato, con lo que debería haber sido enterrado en el camino con una estaca atravesándole el cuerpo. Pero, por el honor de la caballería andante, siendo su último miembro y probablemente el que pondría fin a toda la orden, lo enterraron en el cementerio de aquella parroquia, acompañado de una extraordinaria multitud de gente, y sobre su tumba quedaron inscritos estos versos:

Bajo este trozo de tierra,
en mala hora ¡ay!
yace Billy de Billerecay.
A gigantes sometió,
a monstruos derrotó,
pero la muerte con él acabó.
En paz descansa aquí
quien no cesó, al vivir,
de dar problemas sin fin.

iEn el original «his antagonist was upon entering the lists», término que significa liza o lid y que define el espacio para el torneo o el lugar del combate.

iiEn el original, «souses», término histórico que alude a sou, una moneda francesa equivalente a cinco céntimos.

iiiEn el original, «justice was now about to order them sower sauce to their sweet Meat». El significado literal indica que ‘el juez estaba a punto de ordernarles salsa agria para la carne dulce’, es decir, que iba a cambiar el trato amable utilizado hasta entonces e iba a ser duro con ellos.

ivWinstanley deja como expresión entrecortada de Thomasio esas tres sílabas que son curiosamente cercanas al conocido comienzo de la rima infantil popular («Fy, fa, fum / I smell the blood of an Englishman»), donde un gigante canta aterrorizando al pueblo inglés y cuyas primeras líneas se recogieron por primera vez en un panfleto de 1596 de Thomas Nashe «Haue with You to Saffron-Walden». La rima completa se hizo popular con The Story of Jack Spriggins o Jack and the Beanstalk, que repite el canto conocido del gigante: «Fee, Fie, Fo, Fum / I smell the blood of an Englishman / Be he alive, or be he dead / I’ll grind his bones to make my bread» (Fa, fe, fi, fo, fu / Huelo la sangre de un inglés / Vivo o muerto / Macharé sus huesos para hacerme pan).

92.Hace referencia a la inmovilidad que afectaba a cualquiera que mirara directamente a la Gorgona. En realidad, en la mitología griega, las Gorgonas eras tres monstruos, hijas de Forcis y Ceto, divinidades del mar. Solo Medusa entre ellas era mortal, y aquel que osaba mirarla quedaba convertido en piedra.

93.Se hace referencia a la prodigalidad de la madre Naturaleza, Ceres, así como al rey del vino, Baco, aludiendo a la profusión de viandas y bebidas con las que el juez agasajó a sus invitados.

94.Mother Shipton es el nombre popular de Ursula Southeil, una famosa vidente y personaje curioso del siglo XV. Los grabados y representaciones sobre ella muestran una nariz prominente y fea.

95.La dama con cara de cerdo (en el original, «hog’s face gentlewoman») alude a una transformación por arte de brujería de una figura femenina muy conocida en la cultura popular en Holanda, Francia e Inglaterra desde 1630. Entre otras evidencias escritas, se publicó en Londres en 1640 la historia titulada A Certaine Relation of the Hog-Faced Gentlewoman Called Mistries Tannakin Skinker. La iglesia St. Mary-le-Bow, a cuyas campanas también se hace referencia (en el original «bow-bell»), es una de las más antiguas y grandes de Londres.

96.Ricardo elige el poema burlesco sobre Mistress Mollet de Richard Corbet (1582-1635), obispo de Oxford y Norwich, también conocido por su buen humor y su poesía satírica, que no se publicó hasta después de su muerte.

97.Protagonista de un cuento alemán publicado por primera vez en 1670 por Hans Jakob Christoph von Grimmelshausen y mas tarde recogido por los hermanos Grimm. Tiene diversas variantes, pero básicamente su protagonista vende el alma al diablo y permanece durante mucho tiempo sin asearse como un salvaje en la naturaleza.

98.Orestes en la mitología griega es el hijo del rey de Micenas, Agamenón, y de Clitemnestra. Mató al amante de Clitemnestra, Egisto, que había asesinado a su padre y, tras ello, enloquece y es perseguido por las Erinias, deidades que castigaban delitos familiares.

99.Bajazet o Bayaceto es el emperador de los turcos y personaje de la tragedia de Christopher Marlowe Tamburlaine the Great (1587) donde, derrotado por Tamburlaine, emperador de Asia central, es encerrado en una jaula como esclavo. Bayaceto muere golpeando su cabeza contra las barras de la jaula al enterarse de la última victoria de su enemigo. Hay otras versiones como la de Jean Racine, Bajazet (1672), o la de Nicholas Rowe, Tamerlane (1701).

Chapter XV
Sir Billy’s encounter with the coroner. How he was relieved by Ricardo. His admirable description of his mistress, with Ricardo’s counterbuff* thereto.

Soon had wide-mouthed tattling Fame dispersed the news of the combat betwixt Sir Billy and the coroner, so that at the day appointed there was a great concourse of people to behold the same. The old justice had the day before highly caressed Sir Billy; and his daughter a virgin of about sixteen years of age, gave him all the encouragement she could, bestowing a ribbon upon him to wear on his hat, telling him that if he overcame him he should be her knight, and that she should account herself the most happy woman in the world to have such a servant.

“I think my self extraordinarily engaged to you for your goodness,” said Sir Billy, “and doubt not madam of my success, it being in the vindication of those noble knights, Amadis de Gaule, Sir Huon of Bourdeaux, Don Belianis of Greece, Palmerin of England, Orlando Furioso, Don Flores of Greece, Sir Guy of Warwick, Bevis of Southampton, and abundance of other noble heroes, who spending their time in arms, died in the bed of honour, whose memory this foul miscreant seeks to deprave, and that with such opprobrious words, enough to raise the ghost of those deceased worthies out of their graves to vindicate their own honour, had not the fates allotted me in this latter age to be a brother of that noble society for the punishment of all those [202] who shall offer to vilify such a noble, profitable, honourable order.”

“You have reason in what you say,” replied the damsel, “for should such noble orders fall into contempt, it would be a great discouragement to virtuous enterprises, and then for want of such persons how would the world be pestered with tyrants, oppressors, and merciless persons, dragons and monsters would abound in every place, and giants so increase that the habitable world would be turned into a mere desert.”p. 102

Whilst they were thus discoursing, there came a messenger to Sir Billy to bid him make ready for the encounter, for his antagonist was upon entering the lists; whereupon Sir Billy buckled on his armour, which was something difficult for him to do, each piece being so ill proportioned to the other; and now thus armed, as he thought cap-à-pie, he marched into the field against his enemy, who was attending him, clad in a buff coat, with no other armour but his sword. Ricardo and the other young man came into the field, habited for to fight, and with a resolution answerable to the courage of their masters. And now a general expectation was fixed in the minds of the spectators, each promising to themselves an assured victory, but the eyes of most there present were fully fixed on Sir Billy, who marched in as great state towards the coroner as Hector the Trojan prince before the walls of Ilium, and being come near to him, he said:

“Yield thyself prisoner to my conquering arm, else shall thy life pay for thy tongue’s presumption.”

“I crave no favour,” said the Coroner, “but look to thyself, else will the honour of knight errantry lie in the dust.”

And thereupon they began to lay on at each other, Sir Billy with much strength and fury, the coroner with courage joined with skill, [203] by which he so much overmatched our young knight errant that notwithstanding he earnestly invocated his Lady Dulcina, and implored the assistance of the whole mirror of knighthood, the coroner so bestirred him that putting by the thrust of his sword, he closed within him, and striking up his heels, took his sword from him, telling him he was not fitting to wear any such weapon, without* he knew how to handle it better.

This combat gave more cause of laughter than admiration, Sir Billy having promised so much and performed so little. In the meantime Ricardo and the coroner’s man began a more mirthful combat between them; for Ricardo by virtue of his invisible ring feared not any danger he should be exposed unto, which made him so forward to challenge the other. With much courage and resolution these two pettitoes of Mars did fight it out for a while, but when Ricardo saw his master lie at the mercy of the conqueror, and himself hard bested, he thought it was high time for him to fly to his old shifts, and therefore skipping about in antic manner to make the people laugh and counterfeiting a flight, he slipped on his invisible ring, and then returning with great confidence, laid on load upon the coroner, who feeling the blows and not seeing the hand that gave him them, was struck into such a panic fear that he ran away as swift as the eastern wind, or shafts shot from a Russian bow. Ricardo seeing his flight too swift for him to overtake, turned to the other and as one that had all his thoughts bound up in choller, he laid on load with might and main. The young man seeing how his master had run for it before, thought it was in vain for him to stay behind, especially when blows came so thick and fast and therefore betook himself to his heels; Ricardo following him, sometimes striking him on the back, [204] and sometimes tripping up his heels, making him tumble over and over, which caused a great laughter in the people, to see the master and man after they had obtained the victory, to run away as they thought from their own shadows. Sir Billy, who lay fretting vexed with this disgrace, seeing them both run away, presently an imagination came into his head, how the Sage Freston had sent him relief, and therefore rising, and taking up his sword which the coroner for haste had dropped as he ran, he flourished it about his head, saying:p. 103

“Come all ye miscreants, foes to knight errantry, come I say and see how the Fate favours those who are followers of this noble order, against whom no strength of arms nor magical charms is able to prevail, having always some to succour them in their greatest distress. And thou Sage Freston, how am I bound to thee for thy special aid in all my necessities, how would this vile monster have domineered had he prevailed over me; how would the honour of knight errantry have been depressed had I miscarried in this action; how will after ages read the history that shall be written of me with admiration, what perils I have endured for the honour of knight errantry.”

Whilst he was thus vaunting, the coroner who had by this time run himself out of breath, feeling no more blows, nor seeing any one; ashamed of himself for this cowardice, he returned back again towards Sir Billy with more fury and indignation than before, and laying about him as furiously as Achilles on the flying Trojans, he would have given* Sir Billy a total overthrow had not Ricardo, seeing his master in such danger, left following the young man and come to his rescue, and seeing it was no time to delay, he laid upon the coroner, giving blows as thick and fast as when he threshed corn before he turned squire errant. [205] The coroner feeling the smart of the blows and seeing nothing by which he received them, was struck with a deep amazement, like a man gone a far journey from himself, or like unto prisoners when they felt themselves turned into beasts, so that instead of running from his enemy, he was ready to run away from himself. Sir Billy who was always more valiant of his tongue than his hands, seeing the coroner stand struck with astonishment, as if he had looked on the Gorgon’s face, began to brustle* up himself, speaking such gigantic words that if his deeds were to be measured by them, each one that heard him would have taken him for a man of valour. But Sir Billy was one of them who could speak much and do but little, for the coroner exasperated at his words, ran upon him, and by main strength overthrew him, and doubtless would have killed* him on the place had not Ricardo also run upon him, and tumbling him over Sir Billy, by that means gave his master leave to rise again. The company seeing them thus in earnest, fearing it would grow to more mischief than was intended, resolved to part* them, which Ricardo perceiving, he left the two combatants, and getting out of sight, pulled off his invisible ring, and returned back, limping all the way as one wounded in the encounter. This bred more wonder in the company than anything that had passed before, how Ricardo should come to be hurt, seeing, to their thinking, he ran away before he received any wound, or the least matter that should cause him to halt.

Ricardo, ever he came at them, began to exclaim on this manner:

“Accursed place, that even valorous knight errant, or faithful squire, should come into it; surely the Stygian prince, that general adversary of human nature, haunts this place, who by his wicked emissaries hath so belaboured me, [206] as if he intended to make mummy of my flesh; but could I but see this black prince of Acheron or any of those his infernal messengers which thus carried me out of the fight, he should see I would not fear to encounter with him; but thus to beat and misuse men unseen is both cowardly and base, and quite contrary to the rules of knight errantry.”

The coroner and his man hearing Ricardo’s discourse, declared how they were also served, showing several cuts and gashes of a sword on their clothes, with some slight hurts on their bodies, protesting it could be no other than a spirit. This made them all amazed but only Sir Billy, who would needs persuade them it was a punishment inflicted on them by the Sage Freston, who was an enemy to all those who opposed knight errantry, and a special friend in all times of distress to them who practised the rules of that noble order.p. 104

“But” replied the old justice, “how comes it to pass that Ricardo, who is at least a retainer to knight errantry, should also be punished by him, as well as these who are professed enemies of that order?”

“That is deservedly inflicted on him,” replied Sir Billy, “because not many days before I came hither, his foolish tongue was venting some speeches derogatory to that noble profession; nay, so far did his folly prevail with him that he would have persuaded me to have left off pursuing of knightly adventures, and to have spent the remainder of my days in ease and idleness, had I not been endowed with a heart betwixt whom and fear there’s an antipathy, my known disposition being such as to scorn those dangers which would make a coward tremble to think on.”

Ricardo had much ado to forbear laughing outright, to hear his master talk so ridiculously, as also to think how he had possessed the coroner and his [207] man with a firm belief that they were beaten by spirits, but by this means all thoughts of fighting any more being quite laid aside, the justice invited them all unto his house, and that there might be a thorough reconciliation betwixt them, the coroner led Sir Billy by the hand, and his man the squire Ricardo. Here did the justice express his bountiful nature by the great entertainment he gave them, which was such as if Ceres and Bacchus had taken up his house for their habitation. The justice’s daughter, who had before so graced Sir Billy, being extremely taken with his extravagancies, to follow on the humour, entertained him in these words:

“Most noble knight, whose prowess is far above my expressions, blind Fortune’s minion in valorous attempts, having a spirit of greater confidence than can give admittance to any thoughts of cowardice; more welcome is thy presence to me than that of Ulysses to the chaste Penelope after his ten-year absence at the siege of Troy. How happy is that lady which hath so renowned a champion to her servant, more fortunate is she in her choice than was Sabra the king of Egypt’s daughter in St. George, the beautiful Rosalind in St. Dennis of France, or the renowned Philotheta in that of Montelion Knight of the Oracle.”

“Indeed,” said Sir Billy, “the goddess of my affections is such a one that, should I go about to describe her, I must use the help of the most precious things and invocate the learnedest of the nine muses for my assistance. Her hair, that amorous cordage, like to a rich and artful coronet, shows like to curtains for beauty’s chamber. Her forehead, beauty’s sphere, shows like to a mount of bleached snow built upon two ivory arches. Her eyes, those starry jewels, such as might captivate love, and her [208] eye-brows, enough to work miracles with their magic circles. Her cheeks like two banks of fairest flowers enriched with sweetness, like mingled baths of milk and roses. Her ears those watchful sentinels, need no jewels to adorn them, her ears themselves being all jewels. Her nose such where Zephyrus delights to sport. Her lips are melting rubies, where love plants and gathers kisses. Her teeth like ivory pales, which enclose a tongue made up of sweetest honey. Her breath comes stealingly from her, as if it seemed loth to come forth from so delicious a mansion, but that it hoped to be drawn in again to that well closed paradise. Her neck shows like a silver pillar, more white than towers of polished ivory. Her breasts, those twins of miracle, are like two hillocks betwixt which a thousand cupids lie. A waste as strait and clean as Hermes’s rod, or Circes’s wand. Her belly, nature’s kitchen, round soft and plump, more tempting than gold to a greedy usurer. Her thighs like soft ivory pillars, supporters of that goodly frame I have already described. Her knees so well compacted that nature therein observed her choicest symmetry. Her legs, Cupid’s columns straighter* than the thighs of Jove. Her feet, such as with their pace do move a band of beauties. In brief, such a one as may serve for a foil to Cupid’s mother whose very looks can turn the saddest night to day, the first and best original of all fair copies.”p. 105

This description of his mistress struck the justice’s daughter into amazement, as taking her to be a piece whom nature in the composing had taken the choicest excellencies from divers others to make one every way* complete; but knowing lovers are partial in the description of their mistresses’ excellencies, that she might be the better informed, finding Ricardo alone and in a merry humour, she [209] desired him to inform her fully in the accomplishments of his master’s so celebrated lady.

Ricardo, who was almost weary of his squire errantry, and perceiving that his hopes of being governor of an island would not amount to be monarch of a mole hill, and that all his master’s projects and designs were but mere chimeras* and idle imaginations, was resolved therefore to leave off this kind of vagabonding life and, if his master would not be persuaded to go home, to leave him in pursuance of his folly. Being therefore fearless of his displeasure, he thought to give the gentlewoman a more comical but truer description of this lady of perfections, which he performed in this manner:

“To begin with her upper parts, her hair,” said he, “hangs down her neck like crawling snakes, curiously pleated into elf locks. Her forehead like a piece of new-furrowed land, or like the parched earth in the heat of dog days. Her eyes, like two mill pits continually running over, on either side of which hangs two souses* or ears of such a prodigious greatness that were they cut off and tanned would serve a cobbler a month for clouting leather. Her cheeks are like two shrimped skins of parchment, and her nose comparable to that in the picture of mother Shipton. Her mouth opens and shuts like a carrier pouch, and her teeth are like to an old park pale. Her lips resemble those of the hogs-faced gentlewoman, and her tongue sounds as loud as bow-bell. As for her breath, I must crave the help of the poet to describe it:

But for her breath, (spectators come not nigh,)
It lays about, God bless the company,
One kiss and eighteen words of her alone
Put down the Spanish inquisition.
[210] Thrice blessed we (quoth I) when I think on
The former days of persecution;
For were it free to kill, this grisly* elf,
Would martyrs make in compass of herself:
And were she not prevented by our prayer,
By this time she corrupted had the air;
The man in the bear’s skin, baited to death,
Would choose the dogs much rather than her breath.

Then for her neck, it is like a pair of stairs up to a belfry, and her shoulders able to bear the biggest jest that can be put upon them. Her dugs are like two ore-worn footballs, and her sides resembling the planks of a cheese-press. Her waste would waste half an hour’s time to go about it, being tall and slender as a windmill post. Her belly is like to the tun at Heidelberg and her buttocks and thighs correspondent thereunto. In brief, she is one made up of nature’s most deformities, a natural vizard, like a winter apple shrunk up together, and half rotten.”

The young gentlewoman laughed very heartily at Ricardo’s description of this lady errant, and thought it might be more consonant to the truth than that delivered by Sir Billy. p. 106

“That Ricardo,” said she, “perhaps may be the reason that your master doth not carry the picture of his mistress along with him, as formerly knights errant were wont to do, by which they used to vindicate their beauties in jousts and tournaments against all opposers.”

“It would not,” said Ricardo, “be worth a painter’s time to bestow so much cost on so ill-favoured a piece. And I suppose my master fancies her more by imagination than anything really what she is.”

Whilst they were thus discoursing, old Thomasio (Sir Billy’s father) having heard of the encounter his son was to perform with the coroner (to whose [211] town Fame had trumpeted the report), he resolved now to be even with him, and to take such a course as should for ever spoil his knight errantry. He therefore being armed with the authority of a justice of the peace, and attended by three or four lusty fellows, seized upon Sir Billy unawares; and with an angry countenance, scattered in ruddy flakes of wrath like to a chased boar whom eager hounds have at a bay, he thus spoke to him:

“Thou impudent rascal, which without restraint of shame or modesty does wander about under the notion of a knight vagrant; nor will I take that course with thee as we do with our horses; first I will shackle thee, and if that will not do, but that thou will still run at random, then will I have thee put in such a pound where old men and young men are much alike, for neither go far; I mean (sirrah) a prison, which is a place where a doublet with buttons is more out of fashion than trunk breeches, where people wear out their lives like an old suit, the faster the better; a house of meagre looks and ill smells; so cursed a piece of land that the son is ashamed to be his father’s heir in it. And thither sirrah shall thou go, if thou will not be ruled, maugre all the witchcraft of thy doubty* squire Ricardo, who by his wicked spells stole away my horses from the inn, whom I will cause to be punished in a more exemplary manner than thyself.”

Ricardo heard all these words, but trusting to the virtue of his ring, he feared not what Thomasio could do unto him. But Sir Billy was struck with such a deep amazement at this sudden surprisal, as if he had stared on the Gorgon’s face, and looked like Circe’s prisoners when they found themselves metamorphized into beasts; at last recovering the use of his speech, he thus spoke to old Thomasio: [212]

“Unhappy father, destructive to thy country, and envious to posterity that is to come, who by thy obstinacy will deprive after ages of the benefit they might have received by my unconquerable valour.”

But the justice seeing him to run into his former extravagancies, and being now wearied with his impertinencies, he resolved to send him by force home with his father, and therefore bid him prepare to go, and that willingly, or else he would take such a course with him, as should for ever spoil his knight errantry.p. 107

But Sir Billy pleaded it was against the law of arms to deal injuriously with knights errant, who ought to be hospitably received wherever they come, as men who had denoted themselves for the good of their country, and that they were above any law of justices, nor under the cognisance of any magistrate, as being fellows to kings and princes, many of which had been of that profession themselves. But the justice would not suffer him any longer to run on in his wild extravagancies, but commanded his servants to lay hold of him, and also to fetch in Ricardo, that they might be both packed away together; but this was easier commanded than performed, for Ricardo slipping on his invisible ring was nowhere to be seen; yet, considering the justice was now about to order them sower sauce to their sweet meat, he was resolved to have one bout with them before he went, and therefore whilst old Thomasio was making his complaint to the justice, Ricardo standing behind, clapped his hand on his mouth so often on and off that the old man could say nothing but fa fi fum; whereupon the justice, taking him to be an old doating fool, and that his son was the more excusable as taking his folly originally from his parents, he therefore bid him hie* him home again, and both of them ply their business better, or else instead of being [213] pitied for their folly, they might be soundly lashed for their knavery.

Ricardo listened very attentively to the justice’s discourse, and seeing he was so liberal of his whipping cheer, he was resolved to bestow a cast of his office upon him; so stepping unto him, he so pulled and tweaked the justice by the nose that he roared and bellowed like a Colchester bull. Now was the whole house in a great consternation, hearing the justice so to take on; old Thomasio all the while crying out upon Ricardo, calling him witch, wizard, necromancer, sorcerer, soothsayer, charmer, devil, and all the other opprobrious names he could reckon up.

The justice herewith was in a terrible scare, and commanded Ricardo should be immediately laid hold on, but being searched for in every place he could nowhere be found.

“Sir,” said Thomasio, “this Ricardo is the left hand of the devil, a right Lancashire witch, who can change himself into what shape he pleases, and who knows but that he may turn himself into a flea, and so skip into your daughter’s bed. I tell you it is a dangerous thing, and if she should prove with child, a man might easily guess who was the father.”

The whole company could not forbear laughing at Thomasio’s discourse, but the justice was more exasperated against him than before, thinking their whole design to be more out of knavery than simplicity, and therefore commanded that both Thomasio and Sir Billy should be set in the stocks, whilst Ricardo was looking up to accompany them, and then he would take such order with them as he thought fitting. But the stocks happening to be broken at that time, the constable to secure them put them both in the cage, which so exasperated our knight errant that he swore by the fiery falchion of bloody Mars, he would [214] either free himself from that captivity, or lose his life in the adventure. And so having all his thoughts bound up in choler, like mad Orestes, in a great fury, he ran with all his might against the bars of the cage, and like another Bajazet beat out his own brains.p. 108

Old Thomasio seeing what had happened, was struck into a marvellous astonishment, so transformed with wonder that he stood like to a breathing stone. The justice hearing what had happened, went likewise thither, as also his daughter, and the rest of his family, who beholding this dismal sight, were also marvellously astonished. The coroner being not yet gone, a jury was empanelled, who found him guilty of self-murder, whereupon he should have been buried in the highway, with a stake driven thorough him. But for the honour of knight errantry, and being the last and like* to be the last of that order, he was buried in the churchyard of that parish, accompanied with an extraordinary multitude of people, and upon his tomb were these verses inscribed:

Under this clod of clay,
Alas and well-a-day,
Lies Billy of Billerecay.
He giants did subdue,
And monsters overthrew,
Now death our knight hath slew.
Here let him rest in peace,
Who living did not cease,
Fresh troubles to increase.

icounterbuff] obs. A blow in the contrary direction; a blow given in return.

iiwithout] obs. Except that.

iiiwould have given] had given 1694, 1699.

ivbrustle] obs. To make a crackling or rustling noise.

vwould have killed] had killed 1694, 1699.

vipart] rare. Depart from; leave.

viistraighter] more straighter 1694, 1699.

viiiway] ways 1694, 1699.

ixchimeras] chimera’s 1694, 1699.

xsouses] dial. Ears.

xigrisly] arch. Horrible or terrible to behold or to hear.

xiidoubty] obs. Doubtful; dubious; hazardous.

xiiihie] obs. To bring quickly; to drive away.

xivlike] arch. Likely.