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Presentación

Ninguna autora ha tenido más influencia que la inglesa Charlotte Lennox (1729/30-1804) en el proceso de refiguración del hidalgo manchego que transforma la novela cervantina en el mito quijotesco. Lennox tuvo que escribir para ganarse la vida, siguiendo así el camino abierto por Aphra Behn, la primera escritora profesional de la literatura inglesa, lo que explica su abundante producción. Destaca en ella un buen puñado de novelas que le otorgan un papel prominente tanto en el surgimiento del género como en la feminización del mismo que tendrá lugar en la Inglaterra del siglo xviii. De ello da prueba el título de su novela más famosa, The Female Quixote (1752), traducido tan acertadamente por Bernardo María de Calzada como Don Quijote con faldas (1808), en la que traslada esa feminización a la novela cervantina. El resultado tendrá enorme impacto y largo alcance: sin la mujer Quijote de Lennox no se explica la larga nómina de heroínas quijotescas que proliferarán después, no solo en la literatura inglesa (la más famosa es la protagonista de Northanger Abbey, de Jane Austen, pero hay muchas más), sino también en otras literaturas europeas –algunas tan importantes como la Madame Bovary de Gustave Flaubert– e incluso americanas. Así lo atestiguan dos obras que darán al quijotismo femenino una dimensión transatlántica (y que aparecerán próximamente en esta colección): Female Quixotism (1801), de la estadounidense Tabitha Gilman Tenney, y La Quijotita y su prima (1818-1819), del mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi. Si hace ya décadas que la historia literaria inglesa colocó a Lennox en el lugar que merece, después de muchos años de olvido, como se explica en la introducción que sobre su vida y obra ha escrito Cristina Garrigós para este volumen, ya va siendo hora de situar The Female Quixote en el lugar que le corresponde en la tradición cervantina occidental, como intenta hacer el largo estudio que acompaña a la traducción de la obra.

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La novela cuenta la historia de Arabela, quien crece leyendo las narraciones de amor y aventuras escritas por autores franceses del siglo xvii, pero ambientadas en tiempos y lugares de la historia antigua, de ahí que la protagonista les atribuya un carácter histórico sobre el que se construye su quijotismo: Arabela asume que el mundo circundante responde a los parámetros literarios de sus lecturas e imita el comportamiento de las heroínas que las protagonizan. La sucesión de errores y malentendidos a los que tal imitación da lugar, aunque sin llegar nunca a las alucinaciones que caracterizan al hidalgo, genera una trama quijotesca al servicio de la parodia del género literario imitado; pero ello no es óbice para que, de manera simultánea, Arabela protagonice con su primo Glanville una trama romántica que sigue muy de cerca la de las narraciones que son el blanco paródico. Esto genera una curiosa ambivalencia en la que late una doble lección aprendida del Quijote. Por una parte, Lennox reproduce los tres núcleos o motivos de la fórmula narrativa cervantina: el sujeto quijotesco, las aventuras imitadas y el contrapunto panzaico. Al hacerlo, nuestra autora transforma a la lectora quijotesca, que ya había hecho su aparición impresa, particularmente en Francia, en una mujer Quijote, la primera de la literatura, aunque su quijotismo es ahora formativo en vez de deformativo, es decir, no es la monomanía que altera de manera permanente una identidad o personalidad ya formada, sino un error juvenil transitorio que es parte de un proceso de formación, crecimiento o maduración. Por otra parte, Lennox sigue a Cervantes –y a sus emuladores franceses e ingleses– no solo al reescribir el mito, sino en la manera de concebir la novela: su método narrativo, en la estela del francés Marivaux, puede describirse como un realismo que no solo es antiliterario u oposicional frente a la literatura que parodia, sino romántico en cuanto que la integra dentro de sí, como se aprecia en la romantización a la que somete al sujeto quijotesco; y su método satírico, en la estela de Fielding, se sirve de ese sujeto quijotesco que ahora es admirable además de ridículo para censurar al mundo circundante que no está a la altura de su idealismo, de modo que su mujer Quijote ya no es blanco sino instrumento satírico.

La protagonista de Lennox, sin embargo, no es en esta traducción que presentamos al lector mujer Quijote sino Quijote con faldas, pues, como ya hemos dicho, se trata de la realizada a principios del xix por Bernardo María de Calzada, sobre quien el lector puede encontrar cumplida información en la introducción de José Montero Reguera. La traducción de Calzada posee el valor de su carácter histórico, pero contiene también algunas notorias traiciones (traduttore, traditore), como ya le recriminaron algunos lectores de la época. ¿Tiene sentido, entonces, recuperarla para el lector de hoy, sobre todo existiendo una traducción del siglo xxi, obra de Manuel Broncano, mucho más ajustada el texto original? Lo tiene, y no solo por la cercanía temporal de su castellano al inglés de Lennox, que la dota de una mayor adecuación estilística, o por la firme vocación de hacer accesible lo que no lo es, de recuperar lo olvidado más que de reproducir lo sabido, que inspira a la Biblioteca del Quijote Transnacional, sino precisamente por esa dimensión transnacional que nombra esta colección y que Don Quijote con faldas encarna a la perfección. Efectivamente, la mayor parte de carencias en la traducción de Calzada, particularmente su omisión y compresión de numerosos pasajes –de las que resulta una reducción de la extensión de la novela, aunque sin que falte en ella nada importante–, no son propias, sino que proceden de la versión francesa que le sirvió de fuente. Al verter al castellano la traducción al francés de la novela, obra de Isaac-Mathieu Crommelin y publicada en París en 1801 como revisión de una primera versión que el mismo traductor había dado a la imprenta en 1773, Don Quijote con faldas ilustra como pocos títulos de esta colección el proceso de difusión transnacional del Quijote: este se reescribe primero en inglés, la reescritura se traduce luego al francés y desde esta lengua acaba retornando al castellano. p. 3

Hay dos aspectos de interés en este proceso que merece la pena destacar. Por un lado, la transferencia de la hegemonía cultural europea, al menos en lo que a la tradición cervantina se refiere, desde Francia a Inglaterra: si en el siglo xvii Francia se sitúa a la vanguardia de la imitación narrativa del Quijote –de manera que las novelas de Sorel, Scarron o Furetière (y todavía Marivaux a principios del xviii), se traducen al inglés o a otras lenguas europeas y condicionan las producciones cervantinas posteriores–, desde mediados del xviii son autores ingleses como Richardson, Fielding o la propia Lennox los que abren nuevos caminos para la novela cervantina y se traducen a otras lenguas, el francés entre ellas, convirtiendo a la literatura inglesa en el nuevo centro de irradiación de la tradición cervantina. Por otro lado, esta nueva posición de la literatura inglesa en el sistema literario europeo se hace evidente en la obra de Calzada: si bien The Female Quixote se traduce desde el francés porque esta sigue siendo la lengua de cultura hegemónica en España (así ocurre con casi todas las novelas inglesas, por ejemplo las de Richardson), el desembarco de esta novela en España permite incorporar a la cultura hispánica una interpretación más avanzada y una imitación más elaborada del Quijote que las que se habían producido previamente en nuestro país. Al comparar la obra de Lennox con la serie de imitaciones quijotescas que habían empezado con el Fray Gerundio de Campazas (1758) del padre Isla y que proliferan en el último cuarto del siglo xviii (una de las primeras es el volumen anterior de esta colección, Don Quijote el Escolástico, en cuyo estudio puede encontrarse un completo repaso de todas ellas), es fácil constatar su superioridad tanto en la concepción del sujeto quijotesco, que recupera la dignidad perdida en estas, como en el desarrollo de la novela cervantina, que la rescata de la simplificación operada por los imitadores españoles. En ese sentido, podemos decir que este Quijote vestido con los ropajes ingleses y femeninos de Lennox está más cerca del original cervantino que sus derivaciones hispánicas. Ello pone en valor el papel fundamental de la traducción y los traductores en la tradición cervantina, máxime si tenemos en cuenta que, como todo invita a suponer, la traducción de Calzada pudo surcar los mares y llegar a América, donde aparecería esa Quijotita de Lizardi pocos años después.

Todo ello convierte a este Don Quijote con faldas que presentamos aquí, cuidadosamente editado y anotado por José Montero, en un auténtico nodo transnacional. Pero, más allá de este valor que justifica su recuperación, creemos que un lector ajeno al texto original de Lennox puede quedar plenamente satisfecho con la traducción de Calzada. Si, consciente de las limitaciones que se comentan en los dos apéndices que la acompañan (Catherine Jaffe analiza la aculturación y masculinización que experimenta el texto de Lennox y Alexia Dotras realiza un detallado cotejo de diferencias entre original y traducción), ese lector sintiera la necesidad de hacerse una idea más exacta de The Female Quixote, puede acudir a la traducción de Broncano o incluso al texto original inglés que, más pronto que tarde, publicaremos en el portal web donde están alojados todos nuestros Quijotes, en línea y en abierto (https://quijotetransnacional.es). Si este lector curioso tiene la paciencia y las ganas de acudir a esas otras fuentes, habremos conseguido nuestro propósito de interesarlo por el apasionante proceso de transmisión transnacional que esta colección intenta sacar a la luz. Pero nos sentiremos igualmente satisfechos con un lector menos inquieto que se limite a leer el texto de Calzada para disfrutar con las ocurrencias de esta heroína inglesa del siglo xviii, divertirse con su quijotesca manera de leer el mundo como si fuera una novela y, tal vez, incluso reconocerse en tal forma de lectura. Y el que esté libre de esa culpa que tire la primera piedra.

Pedro Javier Pardo
Director de la bQt