Capítulo I
En un lugar una jornada corta de Madrid, vivía un hombre alto de cuerpo, magro de cara, nariz filosófica y ojos hundidos. Era mediano gramático, y tenía doce años de estudios de filosofía española, y digo española porque (como luego veremos) ha ya días que nuestra dichosísima península es la depositaria de un tesoro tamaño como la filosofía escolástica, que es cabalmente de la que voy hablando. De estos doce años, pues, como iba diciendo, había estudiado los seis por el padre Alcántara, y los otros seis por el padre Goudin12. Y en este tiempo, gracias a su ingenio pronto y vivo y a la buena explicación de sus maestros, llegó a convertir en sustancia propia todo lo que, según sus respectivas escuelas, con tanto acierto han escrito aquellos dos célebres maestrazos. Con tales disposiciones, bien seguro de la victoria, jamás huyó el cuerpo a ninguno de tantos escolares como pasaban pidiendo limosna por su lugar, y que en él, lo mismo que en todos, solían ser coco y espantajo de los estudiantes de capa y redecilla13. Bien podía cualquiera de aquellos tunantes ponerle la proposición menos obscura, menos dudosa, menos equívoca que supiera, que sobre la marcha, como quien no hacía nada, le desmandaba veinte o treinta entre distinciones y subdistinciones, que dejaban al pobrete abrumado sin saber lo que le sucedía, y sin apelación al dices, instabis, urgebis, machacabis primo ni secundo, porque sus distincioncitas estaban concebidas con tanta sotileza que no era para el plato de hombre nacido el entenderlas, cuanto más el impugnarlas14.
En su clase o general no digo nada; quien haya visto un gran mastín que acierta a pasar por una calle, y sale una caterva de gozques ladrando uno por aquí y otro por allí, y el mastín sin dignarse de mirarlos sigue su camino, hasta que los gozques, viéndose muchos y creyendo cobardía lo que es meramente desprecio, arremeten juntos a besarle la cola, que entonces el generoso perro vuelve de repente y, dando una manotada a unos y a otros, deja la calle barrida de gozques y en silencio; quien esto haya visto (repito) hágase cuenta que ha visto a nuestro hombre disputando con sus condiscípulos, que todos eran gozques para con él. En efecto, jamás ninguno se le atrevió cuerpo a cuerpo. Solían, al cabo de haberse juntado muchos, proponerle de montón algunas dificultades, mas con un tono de voz tan sumiso que publicaba bien el miedo de que estaban poseídos. Dábales larga, y ellos, creyendo que les había llegado la suya, comenzaban a estrecharlo. Pero, cuando más enardecidos estaban, después de haber tomado su polvo con mucha cachaza15, hétele que revolvía sobre ellos con la ordinaria arma de las distinciones, que los dejaban sin más recurso que el de morder de rabia los bancos. Estas habilidades, acompañadas de un genio naturalmente terco, unas manos y unos pies incansables en hundir tablas a puros puños y patadas y, lo que es más que todo, una extraordinaria fuerza de pulmones para argüir mucho y recio, le habían hecho el Francisco Esteban de las aulas de filosofía16.
p. 36Érase, ya se deja entender, corto recinto para el lucimiento de tantas prendas un lugar de ochocientos vecinos. Hacíase de día en día más necesario el buscar teatro capaz donde poder dar a conocer tan estupendos primores. Cuando finalmente oye decir, a no sé quién, que las escuelas eran para los escolásticos lo que los torneos para los caballeros andantes, es decir, teatros donde el disputar y quedar vencedores era sumamente glorioso, y que, del mismo modo que los caballeros se presentaban de torneo en torneo, combatiendo frecuentemente por hermosuras que nunca habían visto, debían los escolásticos ir de escuela en escuela haciendo alarde de su habilidad y disputando (para mayor fineza) sobre cosas que no entendiesen, no fue menester más que esta noticia para que se determinara a salir por esos mundos buscando aventuras a guisa de un don Quijote escolástico. Empero, antes de salir a campaña, quiso como buen discípulo tomar las órdenes de su maestro. Fue al aula a tiempo en que se trataba la cuestión de Utrum, si Dios hubiera formado un número infinito, ¿sería este número par o impar? Voceaba el argumentante, voceaba el que tenía la defensa, y voceaban todos tanto que ni el maestro entendía a los discípulos, ni los discípulos entendían al maestro, ni el diablo que los entendiera a todos. Cansados al fin, cesaron para tomar aliento y volver con mayor fuerza a la disputa, y entonces don Quijote dirigió la voz a su maestro y en breves palabras le expuso su determinación, dijo17, y el buen anciano atónito con la novedad del caso apenas creía lo que estaba viendo. Bajose de la cátedra y vínose para el nuevo don Quijote, cruzó los brazos sobre sus espaldas, descansó la cabeza en sus hombros, y en esta postura estrechándolo consigo:
—Bendito seas –decía– una y mil veces, no ya discípulo mío, sino hijo mío de mis entrañas, bendita sea la madre que te parió, benditos los pañales en que te envolvieron, benditas las paredes que te oyeron llorar. ¿Llorar dije? No dije bien. No naciste tú llorando, naciste arguyendo, como convenía al que había de ser la espuma, la flor, la nata de todos los escolásticos. Sí, que naciste en esta edad de hierro para resucitar la de oro, y, en un tiempo que por desgracia de nuestra patria comenzaba a verificarse en ella el antiguo dicho de que el escolástico es un animal de quien todos los animales se ríen, has venido tú a resucitar los nominales y realistas, y a poner en olvido los invencibles, los irrefragables, los universales, los iluminados, con toda la caterva de los famosos caballeros escolásticos del pasado tiempo18. Marcha, aguija, corre, vuela a do te llama tu buena ventura, y cuenta con que tendrás siempre a tu lado a tu maestro, si no materialiter, formaliter; si no categorematice, sincategorematice19.
—Y yo –respondió un tanto enardecido don Quijote– estaré siempre agradeciendo vuestros favores, si no extensive, intensive; si no reduplicative in recto, reduplicative in obliquo20.
Con esto se salió del general y comenzó a andar por la campaña, como se dirá en los capítulos siguientes.
Notad que esta promesa no la podemos ver cumplida, porque en este manuscrito faltan dos capítulos. Seguiremos, pues, leyendo el cuarto, porque sin duda el que me deparó este curioso papelito juzgó que los capítulos segundo y tercero no eran del caso presente, y por tanto los omitiría*.
i Este último párrafo aparece en cursiva en el original, por tratarse de una intervención de carácter extratextual: el cliente o Teniente del Apologista está limitándose a leer (transcribir y editar) el papelito, cuadernito o Suplemento a la Suma que había encontrado entre las páginas de la obra de Roselli; con esa referencia a «quien le deparó el papelito» veo menos un juego de Centeno, con la añadida complejidad de una figura más en la transmisión de la obra (personaje que habría recortado el Suplemento original) que un descuido. Dado que en otras partes las intervenciones del Teniente o editor no están marcadas tipográficamente, lo cual indica que el seguimiento del recurso del manuscrito hallado es común y poco riguroso (hipótesis por la que me inclino), mantengo esta indefinición con el uso de la letra redonda, como advierto en los criterios de edición.
12 Centeno se refiere al Curso completo de filosofía del franciscano Domingo de San Pedro de Alcántara: Integer philosophiae cursus, ad mentem subtilis, Marianique doctoris tripartitus (Madrid: t. I, Viuda de Juan García Infanzón, 1729; t. II, Miguel de Rézola, 1729, t. III, Manuel Martínez, 1731; y t. IV, 1734). A su vez, el dominico francés Antoine Goudin (1639-;695), ferviente tomista, escribió Philosophia thomistica juxta inconcussa, tutissimaque divi Thommae dogmata, ampliamente difundida en Francia y España, donde se recogían las teorías escolásticas en forma abreviada. Se utilizaba en nuestras aulas universitarias bien avanzado el siglo XVIII, desde luego en Salamanca, donde siempre contó con gran predicamento (al igual que en las escuelas regentadas por su orden), tal como recoge con su habitual sarcasmo José Marchena en El Observador (1787): «Vaya, vaya, me interrumpió el anciano doctor, usted está infatuado con los principios del Observador, vengase usted, si quiere desengañarse, a Salamanca, y empiece su carrera desde las Súmulas de Goudin» (discurso quinto).
13 La redecilla es «prenda de malla, en forma de bolsa, y con cordones o cintas para recoger el pelo o adornar la cabeza», según el DRAE. Capa (entendemos que larga) y redecilla formaban parte del atuendo castizo, con un significativo valor ideológico reaccionario, el mismo que había tratado de corregir Esquilache y que ocasionó el motín con su nombre.
14 Literalmente, la traducción de la fraseología de la disputa escolástica podría ser: ‘Dirás, instarás, urgirás, machacarás, ni en primer lugar ni en segundo’. A la gradación escolástica Centeno añade de su cosecha el «machacarás», barbarismo trasladado, según su costumbre, directamente del castellano. La voz sotileza está recogida en el DRAE como desusada. Dado que en nuestro texto predomina el término actual, puede pensarse que el arcaísmo (en otro lugar encontramos sotil), cuando se usa, tenga carácter satírico, aunque me parece más probable que estemos en la última fase de convivencia de ambas voces.
15 Centeno se refiere al polvo de tabaco o rapé, extendido desde la aristocracia a otras capas sociales a lo largo del XVIII.
16 Esto es, un auténtico matón de la filosofía escolástica universitaria. Francisco Esteban de Castro, mejor conocido como Francisco Esteban el Guapo, fue, en efecto, un famoso bandolero cordobés de la segunda mitad del siglo XVII, cuya vida desatada en crímenes tremendos corrió en romances y pliegos sueltos; José Vallés lo hizo protagonista de su comedia El más temido andaluz y guapo Francisco Esteban, sus andanzas se tradujeron al portugués y Manuel Fernández y González le dedicó un folletín que lleva por título su nombre: El guapo Francisco Estevan (Madrid, 1871).
17 No creo que en el original falte el parlamento de nuestro Quijote escolástico, ni que se trate de un error tipográfico (no recogido en el apartado Erratas, al final de la obra), sino que aquí «dijo» tiene valor absoluto.
18 Con la presentación redentora del Escolástico como quien «resucitará los nominales y realistas» Centeno alude a la continuada controversia filosófica, surgida a partir de la traducción al latín de los Praedicamenta de Porfirio por Boecio y especialmente virulenta en la Edad Media, en torno a los universales o conceptos generales (la idea de árbol) frente a los particulares (un árbol concreto) y la discusión consiguiente sobre la realidad de los primeros. En el seno del escolasticismo la manera de resolver la cuestión separó a los respectivos defensores en nominalistas y realistas; grosso modo, para los primeros (Guillermo de Occam, entre otros) todo lo existente es particular, mientras para los segundos (Anselmo de Canterbury) los universales no son meras conceptualizaciones sino realidades objetivas. Por otra parte, entiendo que «con toda la caterva de los famosos caballeros escolásticos del pasado tiempo» acompaña a «nominales y realistas» y que «los invencibles, los irrefragables», etc. que el Escolástico hará olvidar son los pensadores de la modernidad ilustrada.
19 ‘Materialmente, formalmente, categoremáticamente, sincategoremáticamente’. «Se enuncia algo materialiter cuando se dice que pertenece al objeto completo»; «se enuncia algo formaliter cuando se dice de un modo propio, de acuerdo con su significado preciso. Una definición de una cosa formaliter es una definición de la naturaleza específica de la cosa. Un término entendido formaliter es un término entendido como tal». Ferrater Mora, s.v. formaliter. En cuanto a los dos últimos términos, el Diccionario de Centeno los explica así, s.v. categoremático: «Se trata de aquellos términos lógicos o gramaticales que tienen significado por sí mismos. Se oponen a los sincategoremáticos, que solo adquieren significado cuando van ligados a otros términos categoremáticos. Por ejemplo, términos categoremáticos pueden ser los siguientes: perro, llave, justicia, papel. En cambio, términos sincategoremáticos son las disyunciones, pronombres, adverbios, todos ellos solo tienen sentido si van unidos a otros términos. Por ejemplo, la conjunción “y” no significa nada por sí sola».
20 ‘Extensivamente, intensivamente, directamente, indirectamente’. «Extensive et intensive: se dice de la cualidad y cuantidad. La extensión de la cualidad indica el número de los sujetos en quienes ella se encuentra, como cuando se dice que el calor reina en tales o cuales comarcas. La intensidad, intensive, marca el grado de la cualidad, como cuando se dice que se ha tenido un calor de 20 a 30 grados»; «reduplicative: un término se toma reduplicativamente cuando se le añaden las partículas ut, prout, quatenus, inquantum o duplicando el mismo término o añadiéndole otro, de manera que determine el sentido del primero, como cuando se dice: el animal como animal (ut animal) no puede raciocinar, el Cristo como hombre (inquantum homo) ha sufrido, etc.»; «obliquum: In obliquo… se emplea esta locución para expresar en una proposición alguna cosa que no es el sujeto, pero que se refiere a él. In recto… esta expresión designa, al contrario, el sujeto que recibe en su ser concreto los atributos y las denominaciones…». Vid. Vocabulario de términos escolásticos, s.v. extensive et intensive, reduplicative y obliquum; para mayor claridad respecto a los dos últimos términos, Diccionario de Centeno, s.v. concepto recto u oblicuo.