Capítulo V
Entraron, pues, en la Cátedra de Química, y don Quijote comenzó a admirarse de tantas vasijas de vidrio, unas con cuellos largos, otras como bombas, estas de una figura, aquellas de otra, todas raras. Vio la pequeña fragua con sus fuelles, hornillas y todas las demás extravagantes baratijas de que está llena aquella confusa oficina. Ya creía hallarse en una botillería, ya en una botica, ya en una herrería. Hasta que preguntó a uno que debía cuidar de aquellas cosas qué significaban, y para qué servían aquellos trastos.
—Son –le respondió el químico– instrumentos de que nos valemos para las varias operaciones de resolver los cuerpos.
—¡Qué lástima! –exclamó don Quijote–. ¡Y cuánto dinero se habrá gastado en esto, y cuán en balde! Pues ahora tendrán que arrojar todas estas cosas a la calle, puesto que el padre Roselli demuestra que en esta facultad (la física en general) no basta el uso de instrumentos, por ser necesaria además de ellos principalmente la razón natural50.
—¡Ahí, que es un grano de anís la demostracioncilla! –dijo el químico–. No, no le habrá quedado descansado el cerebro al padre Roselli, y apostaré yo a que orinó sangre después que la hizo. Mire usted, hasta ahora pensábamos que había sido utilísima la invención de los anteojos, pero ya diremos que es una gran patarata, porque para usar de ellos es necesario principalmente tener razón, y tener alguna vista, conque hasta que se inventen unos anteojos que boniticamente vayan y se planten sobre las narices y vean por sí mismos, de manera que puedan servir a los burros, aunque sean ciegos, hasta que llegue, digo, este caso, no es nada lo hecho. Y del mismo modo, hasta que los filósofos modernos inventen unos instrumentos que por sí mismos hagan las operaciones y saquen de ellas las correspondientes consecuencias, no tienen que andarnos quebrantando las cabezas con sus invenciones y adelantamientos. Y en este punto de buena fe debemos creer y confesar que nos hacen gran ventaja los escolásticos, porque para saber su filosofía no es necesaria la razón natural*, puesto que se reduce a decir lo que otro dijo, y decir lo que otro dijo lo hace un papagayo, sin más razón que su efección genérica sensitiva, como dice el otro que Dios perdone. Así que, del mismo modo que serían inútiles los anteojos si se hubieran inventado para burros y ciegos, serían inútiles los instrumentos físicos y químicos si se hubieran hecho para los escolásticos. Pero se han hecho para hombres que saben usar de la razón y que no reconocen (en estas materias) otra autoridad que la de ella.
p. 45—Pues a la prueba me remito –dijo don Quijote– . Veamos cómo me resuelve usted este sombrero, de manera que queden separadas la materialidad, la formalidad, la entidad, la identidad, la virtualidad, la ecceidad y la sombrereidad, pero ya voy yo viendo que esta facultad se reducirá a cuatro jueguecillos de manos y algún otro retazo de mágica negra y, si no, ¿qué nombres son aquellos que están escritos en la pared? Flogisto, zing*, ¡Jesús mil veces!, parecen nombres de conjuro51.
—¡Pues en verdad –respondió el químico– que un escolástico debe extrañar cualesquiera voces por raras que sean! Si los químicos se valen de voces nuevas es para significar cosas no conocidas y que importa que se conozcan, no como los escolásticos, que para expresar cosas ya conocidas, o delirios de su imaginación, han formado un lenguaje más bárbaro que el de los caribes52.
—¿Y cómo –exclamó don Quijote– no se hunde la tierra y traga a este hombre? ¡Voto a tal, don patán, rústico, infacundo, químico de Satanás! Vos sois el bárbaro, el caribe y el bellaco, y cuenta con lo que habláis, que tantas veces va el cántaro a la fuente… y teneos en buenas, que lo que decís huele a chamusquina, porque es (como dice Roselli) renovar contra los escolásticos las antiguas invectivas y dicterios de Lutero y sus secuaces, objetándoles que siguen el estilo inculto y bárbaro de Aristóteles; siendo así que Cicerón da grandes elogios a este filósofo, y le llama por su elocuencia un río de oro; siendo así que cada facultad tiene su modo de hablar, sus voces y expresiones particulares; siendo así (como demuestra Roselli con textos expresos de San Agustín, San Juan Damasceno, el Niseno53 y otros Padres) que estas expresiones por la mayor parte, lejos de ser invenciones de los escolásticos, les han precedido muchos siglos; siendo así…
p. 46—Para estas ocasiones –le interrumpió el químico– se hizo el tate, tate. Sosiéguese el caballero escolástico, y vamos por partes. Y, en primer lugar, admiremos el motivo de interesar la religión a favor de la barbarie escolástica. Señor mío, si Lutero dijo que los escolásticos siguen el lenguaje inculto de Aristóteles, dijo un desatino muy garrafal, porque Aristóteles, aunque tachado de obscuro, fue un filósofo muy elocuente, además de que no habiendo los escolásticos saludado a Aristóteles, o habiéndolo visto solamente en Averroes, Alfarabio y otros comentadores árabes, o en malísimas traducciones latinas hechas por la mayor parte del mismo idioma, no pueden haber imitado el elegante estilo del griego, cuyas obras jamás leyeron en su original54. Pero pueden muy bien haber seguido (y así ha sucedido realmente) el lenguaje inculto de los referidos comentadores y traductores bárbaros, cuyos libros han sido los charcos cenagosos en que han bebido las doctrinas aristotélicas; y si fue esto lo que quiso decir Lutero, dijo una verdad al pie de la letra, y la verdad no creo que sea hereje, aunque esté en boca de Lutero. ¿Pero a qué viene el nombrar a éste y sus secuaces? ¿Han sido él y ellos los primeros o los únicos que han echado en cara a los escolásticos su barbarie? Antes de que a Lutero le saliesen las barbas, Hermolao Patriarca de Aquilea y Juan Pico de la Mirándula a boca llena los habían llamado sórdidos, rudos, incultos, bárbaros, scitas, teutones, qui (así se explica Hermolao) ne viventes quidem vivebant, nedum ut extincti vivant, aut si vivunt, vivunt in poenam et contumeliam55. Lo mismo que Hermolao y Pico han dicho antes y después todos los escritores de buen gusto, católicos y no católicos. Pero, ya se ve, toda causa desesperada no puede defenderse sin superchería, y para defender el lenguaje escolástico es fuerza sorprender al vulgo ignorante, haciéndole tener por otros tantos luteranos, o al menos sospechosos en la fe, a cuantos no puedan sufrir tanto barbarismo. Del mismo modo que para poner a cubierto la doctrina de los mismos escolásticos es necesario llamarla la filosofía cristiana, confundiendo además la filosofía moderna con el ateísmo o materialismo; y porque Voltaire y Rousseau, verbigracia, han abusado de la libertad de pensar y se han llamado filósofos modernos, hacen pasar por otros tales como ellos a los que no quieran sujetar su cerviz al pesadísimo yugo del Peripato56. Por lo demás, el decir que cada facultad tiene su lenguaje no puede servir de disculpa a los escolásticos, porque ¿fueron ellos por ventura los primeros que hablaron de filosofía? ¿No la habían cultivado muchos siglos antes los griegos y romanos? Por otra parte, la teología y la medicina tienen también su lenguaje propio, y sin embargo Cano y Boerhaave (por ejemplo) han escrito de las dos en buen latín. ¿Será porque nos han dejado los romanos más escritos de teología y medicina que de filosofía? ¿Y no han podido Ernesto y otros muchos modernos escribir de ella elegantemente, hablando en estilo ciceroniano aun de los mismos nuevos descubrimientos57? Pues ¿por qué no podrían hacer otro tanto los escolásticos? La respuesta es bien fácil: porque lejos de curarse de la elocuencia han sido siempre sus mayores enemigos, tanto que Mureto (cuidado que era católico y aun presbítero y ciudadano de Roma) no puede sufrir que se llamen aristotélicos, y aun no halla entre los filósofos antiguos ninguno de quien puedan tomar nombre, a no ser que se llamen epicúreos, porque de entre todos los filósofos de la antigüedad (añade el mismo) solamente de Epicuro es de quien sabemos que menospreciaba la elegancia58. Pero las expresiones de los escolásticos (dice usted con Roselli) por la mayor parte les han precedido muchos siglos, y se hallan en los santos padres. Créalo quien quisiere. Yo lo creeré cuando lo vea, y para verlo no basta que Roselli me cite cuatro o cinco expresiones escolásticas (o sean cuatro o cinco docenas de ellas) que se hallan en San Agustín, en el Niseno, etcétera, porque hasta ahora no he visto monte tan inculto que entre sus malezas no tenga una que otra flor, ni hablador tan ignorante, ni aun loco, que entre mil sandeces y términos chabacanos no diga alguna cosa bien dicha. ¿Qué maravilla, pues, que unos habladores eternos como los escolásticos, sin saber lo que se hacían, hayan usado entre un millón de barbarismos esta y aquella expresión de los santos padres? Ciertamente, si esto bastara para su defensa, con mayor razón defenderían su modo de hablar los habitadores de las Maravillas, pues en él no solamente se hallan varias sino muchas expresiones de Cervantes, de León y de otros autores de castizo lenguaje59. ¿Y qué es de la crítica? Santo Tomás (dice Muratori), tan venerable en materia de teología, en punto a filosofía no es de mayor autoridad que otro autor de los nominales, o de cualquiera otra secta filosófica60. Y los santos padres (digo yo), de tanta autoridad por lo que hace a religión, ¿en razón de escritores latinos son más que autores de tal y tal siglo? Los padres de la lengua latina son Cicerón, César, Terencio, etcétera, y aquel que escribiendo en latín imitare a estos será más digno de alabanza que el que imitare a san Gregorio Magno (por ejemplo), sin embargo de que este es un santo padre y aquellos unos escritores gentiles61. Varios santos padres han dicho iuramentum, abominatio, blasphemare: ¿no hablaré yo con más pureza la lengua latina si digo iusiurandum, res abominanda, exsecrari?
p. 47Mientras esto decía el químico, don Quijote revolvía los dos tomos de la Suma Filosófica sin darse por entendido, por lo cual juzgó oportuno el de lo verde salir a la defensa, y tomando la voz:
—Lo que yo sé –dijo– es que Cicerón elogia el estilo de Aristóteles, y enseña que a un filósofo no se le ha de pedir elocuencia, latinidad elevada ni suavidad en el decir, y el padre Roselli convence que muchos modernos son más reprensibles en esta parte.
—Dale con los elogios a Aristóteles –replicó el químico–. En las repúblicas civiles podrá suceder que un hijo contrahecho en alma y cuerpo disfrute de los privilegios y honores debidos a la fortaleza e ingenio de su padre. Mas en la república de las letras con tanta más razón serán despreciados por su rustiquez los escolásticos cuanto sea mayor el aprecio que deba hacerse de la cultura de Aristóteles, de quien se dicen descendientes. Veamos ahora el parecer de Cicerón, y de paso notaremos una superchería de que frecuentemente se vale Roselli, a saber, citar truncadas las sentencias de los autores, suprimiendo lo que antecede o sigue y ocultando las circunstancias en que se hallaban, y de este modo (que es bien fácil) les hace decir cosas que no están escritas. Dice Cicerón, en suma, que si halla elocuencia en un filósofo no la desechará, que si no la halla no será mucho lo que la desee. Pero ¿cuándo se explica así? Cuando tiene que responder a L. Torcuato, que le argüía que sin duda no era tan de su gusto Epicuro como Platón, Aristóteles y Teofrasto, porque en aquel no hallaba la elegancia que en estos tres. Responde entonces Cicerón que lo que reprobaba en Epicuro era la doctrina, no el estilo: Nam et complectitur verbis quod vult, et dicit plane quod intelligam; et tamen a philosopho, si afferat eloquentiam, non asperner; si non habeat, non admodum flagitem62.
p. 48»Ahora, ¿quién no sabe que en una disputa se habla más según la ocasión que según el modo de pensar de cada uno, concediendo o negando, por no entrar en discusiones importunas, mil cosas que en otras circunstancias no se concedieran o negaran? Más valiera que Roselli hubiese visto mil lugares que se encuentran en el mismo Cicerón en los cuales aconseja que se huya como de un escollo de una voz nueva no necesaria, o al menos no más proporcionada que las ya conocidas. ¿Y serán necesarias, o más acomodadas, las palabras nuevas y bárbaras aequipollere, propositiones affirmativae, inferre, y otras innumerables, que las palabras latinas y conocidas aequari, eiusdem notionis esse, propositiones aientes, argumentum ducere, colligere, etcétera? Puede suceder (confiesa el mismo Cicerón) que un hombre pueda manifestar en buen estilo aquello mismo que piensa, pero es de hombres que abusan destempladamente del tiempo y de las letras el publicar por escrito sus consideraciones, no pudiendo ni disponerlas ni adornarlas cuidadosamente ni deleitar de algún modo a los lectores. Mas yo me canso en vano. No requiera Cicerón elocuencia en un filósofo, tampoco se la pedimos a los escolásticos; no exigimos que nos deleiten con oraciones elegantes y suave decir, pero no podemos tolerar que nos molesten con expresiones bárbaras y lenguas balbucientes; no deseamos que vayan a la caza de voces sonoras y gasten el tiempo en tornear los periodos, mas no podemos disimular su lenguaje malsonante y desaliñado. Finalmente, lo mismo que requerimos en la comida requerimos en el estilo de los filósofos: no son de nuestro gusto la demasiada suntuosidad y delicadeza de los persas; sin embargo, doble más nos desagradan la estrechez e inmundicia de los cínicos63; sin echar de menos las vajillas de oro y plata, comeremos con gusto (y más si son buenos los manjares) en platos de barro, mas con tal que aunque de barro estén limpios y no exciten el vómito en vez de excitar el apetito. Y si se me arguyere que se deja entender con mayor facilidad el estilo descuidado de los escolásticos, responderé que acaso ellos unos con otros se entenderán maravillosamente porque un tartamudo entiende mejor a otro tartamudo. Por lo que hace a los demás, por versados que estén en la lectura de Cicerón y Terencio, por inteligentes que sean en el latín, no podrán comprender la significación de las voces escolásticas, aunque llamen en su ayuda todos los vocabularios, porque si fuera lengua lo que hablan los escolásticos, vaya con Dios; pero no es lengua, es una mezcla a manera de un cieno impurísimo nacido de las lagunas árabes y aumentado con inmundicias de todo género de voces bárbaras, extranjeras e inauditas. La condena del pésimo latín escolástico, ininteligible para los lectores de Cicerón o incluso para este, es constante en la obra de Centeno: «Vosotros que desde la niñez habéis aprendido sin maestro, sin arte y sin estudio mucha parte del idioma de la patria; vosotros que como por juguete llegasteis a saber que hubo en otro tiempo hombres que hablaron otra lengua, y tenéis particular noticia de muchas de sus voces por haberlas leído en algunos de sus libros, y que habéis formado de ellas otro género de lenguaje tan puro y tan sublime que no os entendería hoy el mismo Tulio («Apología de los sabios», Apologista universal, X, p. 173).
»Por último, intenta Roselli defender el lenguaje escolástico con decir que muchos modernos son más reprensibles en esta parte. A una defensa semejante no debería responderse con palabras, debería responderse con un garrote, nisi quod senex est psitacus negligit ferulam64. ¿No es una vergüenza que un filósofo defienda su partido del mismo modo que vuelven por su honor las verduleras en sus alteraciones? Los escolásticos son dignos de reprensión por su mal lenguaje; muchos de los filósofos modernos (dice Roselli) lo son más. Yo no hallo diferencia entre esto y aquello de
Por chismes que levantan a gente honesta
Juana me llama puta, más puta es ella65.
p. 49»Hablando seriamente, esta es la diferencia que hay en este punto entre escolásticos y modernos. Los primeros, como por principio de su secta, han despreciado la elegancia. Todos sus corifeos han escrito con mal método y peor lenguaje, y puntualmente aquellos comentadores de Aristóteles que han sabido menos de latinidad son los que en sus libros se ven citados y elogiados con más frecuencia. Por el contrario, si entre los modernos ha habido algunos (o sean muchos) que se han metido a escritores sin la correspondiente vocación, ha habido muchos más que los han silbado, y que no se han acordado de ellos sino para reprender sus faltas. En suma, los más célebres de entre los modernos, los que se ven por ellos apreciados, todos tratan la filosofía en aquel método y estilo en que debe ser tratada la primera de las ciencias humanas. Y con esto dejaremos esta larga disputa, bien entendido que me tendrá pronto cualquiera que se atreva a sostener el estilo y método de filosofar de los escolásticos, ni rehusaré defender que con la reimpresión de la Suma Filosófica se causa un gravísimo perjuicio a la nación, y se da pie a los extranjeros para que no sin fundamento se obstinen en el juicio tan poco favorable que hasta el presente han hecho de nuestra literatura.
Aquí concluyó el químico y, sin dar lugar a réplica, echó mano a una vejiga que junto a sí tenía, al parecer llena de aire. Comenzó a oprimirla, y de repente salió no algún poco de aire con algún sonido bronco, que era lo más que podía esperarse, sino que salieron unas llamas tan vivas y reales como pudiera arrojarlas una escopeta, por señas que encendieron unos papeles que estaban encima de una mesa cercana. Violo don Quijote y, sin poder ver* otra cosa, dejó caer la Suma Filosófica y, arrastrando el manteo, tomó las de Villadiego, saliéndose del mágico general más que de paso y no parando hasta bien cerca del Gabinete de Historia Natural66. Lo mismo hizo el de lo verde e, incorporado que se hubo con don Quijote, le tomó éste la mano y, apretándosela, le juró una y mil veces, por el signo de su señora la Filosofía Escolástica, que ni en su silencio ni en su huida había contravenido a aquellas dos leyes de la caballería peripatética que, so gravísimas penas, defienden y prohiben el darse por vencidos en las disputas y el volver las espaldas al enemigo; que le hacía saber que su silencio había procedido de traer a la memoria la ley de la caballería andante que veda a los que la profesan tomárselas con otros que con caballeros, que para él era decir que no debía disputar sino con hombres que hablasen en todo y por todo categóricamente; que de la huida no tenía que hablar, puesto que él mismo había sido testigo del encantamiento con que el maldito químico había sacado fuego de una vejiga; que no sabía lo que un caballero escolástico debía hacer en casos iguales, porque ni rastro de tales aventuras encontraba en los libros de caballería, y especialmente en la historia del ingenioso hidalgo manchego, norte y guía suya, pero que de ninguna manera llamase huida al haberse salido de la maldita cátedra, pues mentiría cuantas veces lo hiciese, y desde ahora para entonces lo desmentía, y aun se desmentía a sí mismo por haberse valido de la palabra huida, debiendo haber dicho «retirada»; que, de todos modos, a lo hecho buen pecho, y más que en adelante sería otra cosa, puesto que resolvía poner fin a su primera salida retirándose a su casa, y no volviendo a salir a campaña hasta estar perfectamente instruido en las leyes de la caballería peripatética y traer consigo el Fustis daemonum, obra de un escolástico67, en la cual hallaría barro a mano para libertarse de las violencias diabólicas y de todos y cualesquiera estratagemas* con que pretendiesen ponerle miedo los químicos injertos en encantadores; que ínterin se verificaba su segunda salida, protestaba, lo primero, que si no volvía a salir más no sería por falta de gana; lo segundo, que si acaso (lo que Dios no quiera ni permita) se sonare que ha habido yangüeses que han molido a palos al nuevo don Quijote, debe creerse desde ahora para entonces que habrá sido porque Dios lo quiera, que por lo que a él toca no es (Dios loado) ni manco ni cojo, ni tiene miedo a todos los yangüeses nacidos ni por nacer, ora vengan uno a uno, como es uso y costumbre de la caballería andante, ora todos juntos, como es uso de gentes de baja ralea68.
p. 50Últimamente protestó don Quijote que, aunque los editores de la Suma Filosófica han visto en ella un cuerpo hermoso y bien organizado, él no ha podido descubrir otra cosa que un mal adeliñado corpachón de aldeana rústica, chata, grosera, oliendo a cien leguas a los ajos y cebollas del cocinero plautino, aquel que mezclaba veinte caldos trasnochados en un puchero69; pero que no cree por esto que mientan los editores, a los cuales tiene por hombres tan verídicos como podía serlo el mismo Sancho Panza, sino que tienen la culpa los filósofos modernos, que han encantado a esta Dulcinea; así que si los editores quieren que parezca a los ojos del mundo la Suma Filosófica en su estado primitivo, como ellos nos la pintan, es indispensable que se den cinco mil azotes para deshacer este encantamiento. ¡Oh encantadores malignantis naturae! ¡Y quién os viera a todos presos por las agallas! Pero a despecho de ellos (aquí se le arrasaron los ojos de lágrimas), tú, España, tú, cara patria mía, continúa en distinguirte de todas las naciones de la Europa, sin que para removerte del propósito de restablecer la verdadera filosofía puedan ser parte la burla y el desprecio con que en los demás países ha sido escuchado este proyecto. Bien sabes tú que cuando el inmortal Colón propuso su pensamiento de descubrir un nuevo mundo no logró su celo en otros países más recompensa que grandes risadas y fama de locura. Segundo Colón te se presenta en Roselli: italiano es como el primero; nuevo mundo trata asimismo de descubrir en el orbe literario; mofado se ha visto hasta aquí; tenido por loco ha sido también de las demás naciones; mas todas estas circunstancias te avisan, si no me engaño, que sigas constante en habilitarlo para que lleve adelante su empresa, que de este modo harás tuya propia la gloria de su logro, así como hiciste la del descubrimiento de América, y créeme que el descubrimiento de esta no ha sido más abundante manantial de riquezas para tu república civil que será para tu república literaria el descubrimiento de que la filosofía escolástica es la verdadera filosofía. ¡Oh! Quieran los cielos conservarme la vida hasta que, viendo por el esfuerzo de mi valerosa lengua puesta fuera de opiniones la verdad de este nuevo descubrimiento, pueda decir a mis paisanos: ¡Valerosos españoles, nuevos méjicos y nuevos perúes se os presentan en la prima secundae y secunda secundae! ¡Arma, arma! ¡Guerra, guerra! Que en la conquista de los países escolásticos dejaréis tan atrás a los corteses y pizarros que sus batallas, comparadas con las vuestras, al admirado mundo parecerán de capas y gorras.
***
Aquí acaba la primera salida de don Quijote el Escolástico, y yo, en fuerza de los primores que me ha hecho conocer en la Suma Filosófica de Roselli, usando de la comisión que me ha sido dada por el Apologista Universal, declaro por sus clientes natos al padre Roselli, a sus editores, subscriptores, y todos y cada uno de los que hayan contribuido y contribuyan a su impresión materialiter y formaliter, intensive et extensive, in abstracto et in concreto, ut quo y ut quod70. Y mando a los demás clientes que los tengan por tales en todo y por todo, que así es la voluntad del Apologista Universal, y mía.
p. 51P.D. Acabado de imprimir este papel, entró en mi cuarto un mi amigo crítico a nativitate. Tomolo y comenzó a leer en él a saltos, caló su sobrecejo y entre dientes dijo que estaba muy frío, muy pesado, lleno de languidez de cabo a rabo, y lo que es más que todoa: Que su plan era harto vasto, su pormenor falto de acción y de interés, sin dichos espiritosos, pasajes finos ni rasgos vivaces, con poquísimo lepor y menos hilaridad71. A este tono fue mi amigo ensartando nulidades, y yo de nada me dolí porque creo firmemente que al volver de la esquina hallaré otro que eche por la acera contraria, y como aquel falló este papel está muy frío, falle este papel echa chispas, y donde el otro dijo está falto de acción y de interés, diga en acciones y en interés de ellas se las apuesta al banco. Además de que un medio paisano mío, muy ducho en esto de pescar fama a bragas enjutas72, me ha enseñado un secreto probado para ver mi obrilla ensalzada hasta las estrellas entre los extranjeros: haciendo (por el medio que yo, mi amigo y algún otro sabemos) que ciertos diaristas de entre ellos de rígidos Aristarcos se tornen Juanes de Buen-Alma73, y consientan que en sus diarios se inserten juicios o elogios de obras que no han visto, aun cuando haya fundadas sospechas de que la obra y el juicio de ella son hijos de un mismo padre. Y, por el siglo del mío, que sería yo bien sandio si, en llegando este caso, no pusiese mi papelejo de oro y azul concluyendo con una recomendación de mi mérito en estos términos: Tout ce que* nous venons de dire de monsieur Habela prouve combien il a de droits aux encouragemens du ministère espagnol. Nous ignorons quels sont ceux qu’il a reçus* jusqu’à présent, mais si le hazard des circonstances ou le manège de la envie… avoient contribué à le priver des récompenses qu’il a méritées*, ou même des secours que la médiocrité de sa fortune lui rendroit nécessaires*, nous osons lui annoncer un avenir plus heureux. Haz por leer, lector amigo, Le Journal Encyclopédique de fevrier à 1788, p. 41574, y visto que lo hayas
Ríete si no quieres que me ría*.
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a Si el señor lector gusta de estas y otras frases de última moda, sepa para su gobierno que tiene un almacén de ellas en el cuarto tomo de la traducción de la Historia de D. Juan Andrés. De allí se provee mi amigo, según me confesó. Yo no puedo recomendar bastantemente una traducción en la cual se habla a un mismo tiempo francés, italiano y un cacho de español, pudiendo llamarse traducción trilingüe acaso con más razón que el colegio de no sé dónde. ¡Eh la chosse nunca jamás veduta! [¡Es algo nunca visto!]75.
i no es necesaria la razón natural] no es necesaria no la razón natural.
ii Así en el original, en vez de zinc.
iii ver] ser.
iv Por la concordancia parece obvio que para Centeno estratagema era masculino; en el Diccionario de Autoridades, al igual que hoy en día, aparece como femenino.
v que] qui.
vi reçus] rezus.
vii méritées] merités.
viii nécessaires] nécesaires.
ix A renglón seguido, sin espacio alguno, en la misma p. 64, agotando el espacio que quedaba disponible, se incluye la fe de erratas: «Erratas. Página 19. línea 19. lo haya, léase le haya. P. 21. lín. 7. de sus manjares, léase de sus mayores».
50 Summa philosophica, t. II, quaest. I, art. 4, p. 31 y ss.
51 A los distintos términos citados de la ontología escolástica –«materialidad» (de materia), «formalidad» (de forma), «entidad» (de ente, lo que es o existe, categoría a su vez compleja en Aristóteles), «identidad» (la persistencia de la entidad), «virtualidad (de virtualitas, lo que existe en potencia, de existencia posible) «ecceidad» (la forma individualizadora según Duns Scoto)– de cuya confusión y falta de operatividad se burla Centeno, pues no ve manera de deslindarlos, añade siempre en clave paródica el de «sombrereidad» (de sombrero). Frente a ellos la nueva ciencia le parece inequívoca: de ahí la mención del flogisto («principio o agente que se creyó que intervenía en algunos procesos químicos, especialmente en la combustión», DRAE) y del zinc.
52 Entiéndase los indígenas de esta región centroamericana.
53 Agustín de Hipona (354–430), figura indiscutible del primer pensamiento cristiano, fue filósofo, teólogo y escritor muy prolífico y de enorme trascendencia. Entre sus obras destacan La ciudad de Dios o Las confesiones. San Juan Damasceno (675–749), doctor de la Iglesia y precursor de la escolástica, fue autor de Fuente del conocimiento, además de obras polémicas contra diferentes sectas y religiones. A su vez Gregorio de Nisa (c. 330–c. 394) es autor de escritos dogmáticos, exegéticos y ascéticos, entre ellos De virginitate.
54 El filósofo musulmán cordobés Averroes (1126–1198), además de por su obra propia, se señala por sus extensos comentarios al corpus aristotélico, de amplísima trascendencia. Se le adelantó en esta tarea Al-Farabi (872–950), motivo por el que Averroes lo denomina Segundo Maestro, tras Aristóteles.
55 Se trata de dos señalados humanistas italianos, enemigos declarados de la escolástica: Hermolao Barbaro (1454–1493), traductor y comentarista de Aristóteles y de otros autores clásicos, no llegó a tomar posesión del Patriarcado. La obra y la repercusión inmensas de Juan Pico della Mirandola (1463–1494) no pueden resumirse en nota, baste citar la relevancia de su Discurso sobre la dignidad del hombre. Como ocurre en el conjunto de su obra, la posición ideológica de Pedro Centeno queda muy clara en sus preferencias y animadversiones literarias. La cita en concreto pertenece a una de las cartas de Hermolao a Pico, conservada en las epístolas de Angelo Poliziano (Angeli Politiani operum, t. I: Epistolarum libros XII, Lyon: Sébastien Gryphe, 1546), lib. IX, ep. 3, p. 254: ‘que no vivieron de hecho, y mucho menos vivir, aunque se extinguieron, como castigo y deshonra’.
56 El Peripato es el «liceo o escuela de Aristóteles» (DRAE) y, por extensión, la doctrina aristotélica.
57 El teólogo dominico Melchor Cano (1509–1560), autor de De locis theologicis (Salamanca, 1563) y la Consultatio theologica, encarna lo más granado del pensamiento trentino español. Herman Boerhaave (1668-1738), médico, botánico y químico neerlandés, escribió su obra en latín. En el ámbito de la medicina, al que se refiere Centeno elogiando su latín humanista, destacan sus Institutiones rei medicae y los Aphorismi de cognoscendis et curandis morbis; entiendo que Centeno se equivoca en su nombre de pila, cuando lo castellaniza como Ernesto.
58 Aunque francés, Marc-Antoine Muret (Muret o Mureto por su lugar de nacimiento, 1526 – Roma 1585), de azarosa vida, obtuvo la nacionalidad romana y fue ordenado sacerdote. Fue autor de una extensa obra en latín, profesor de latinidad y de otras materias y estuvo siempre muy relacionado con los círculos humanistas de su época (Julio César Escalígero, Montaigne y Ronsard, entre otros).
59 El barrio madrileño de Maravillas (que tomó por extensión su nombre del convento de las Maravillas de monjas carmelitas), fue desde 1845 Universidad (al establecerse la Central en la calle de San Bernardo) y, desde la década de los 80 del pasado siglo, el actual Malasaña.
60 El humanista italiano Ludovico Antonio Muratori (1672-1750) es autor de una obra inmensa, de amplia repercusión en toda Europa, en la que no localizo esta referencia concreta. Entre nosotros fueron especialmente comentadas sus Riflessioni sopra il buon gusto intorno le scienze e le arti (1708), traducidas por Juan Sempere y Guarinos (1782).
61 Centeno es siempre clásico (y aun humanista) en sus preferencias literarias: Marco Tulio Cicerón (106–43 a.C.), sigue siendo modelo de oratoria (Catilinarias), con abundante obra filosófica (De finibus bonorum et malorum), política (De Re Publica) y retórica (De inventione). Además de militar y político (alcanzó un poder casi absoluto), Julio César (100–44 a.C.) fue orador y escritor de relieve, en particular en el terreno historiográfico (De bello gallico, comentarios sobre las campañas en la Galia). Junto con Plauto, citado asimismo por Centeno, Publio Terencio Afro (nacido c. 194 a.C.) representa el paradigma de la comedia latina, con obras como Heautontimorumenos, Andria o El eunuco. Entre los padres de la Iglesia, el monje y papa Gregorio Magno (540-604) ocupa un lugar destacado junto a Jerónimo de Estridón, Agustín de Hipona y Ambrosio de Milán. Compuso una Regula pastoralis, numerosas homilías y distintos comentarios (en especial sus Moralia, o Exposiciones al libro de Job); el canto litúrgico que promovió activamente lleva su nombre.
62 Las apreciaciones de Centeno son fieles y precisas respecto al texto de Marco Tulio Cicerón, De finibus bonorum et malorum, I.15: «[…] pues encierra en sus palabras lo que quiere decir y lo expone de manera completamente inteligible; además, yo no desprecio la elocuencia en un filósofo, pero, si le falta, tampoco se la exijo» (Del supremo bien y del supremo mal, trad. Víctor José Herrero Llorente, Gredos, 1987, pp. 58-59).
63 La magnificencia exquisita de los persas alcanzaba no solo a su comida. En contraste, también era proverbial el desprendimiento por parte de los cínicos de los bienes materiales, y es bien conocido el anecdotario en este sentido de Diógenes de Sinope (c. 410–323, Diógenes «el perro»), que comía verduras, abandonó la escudilla para beber con las manos o murió de una indigestión de pulpo crudo.
64 El proverbio, con una extensa tradición literaria, aparece en el comentario de Erasmo en sus Adagios, «Senex psittacus negligit ferulam» (‘el loro viejo se olvida de la vara’) (I.II.161). El texto latino de Centeno aparece de manera literal en el prefacio al Comentario a Temistio de Hermolao Bárbaro (vid. nota 55), Peripatetici Lucidissimi, Paraphrasis in Aristotelis… (Venecia: Jerónimo Escoto, 1570), p. 27.
65 Los versos aparecen en el Discurso crítico sobre el origen, calidad y estado presente de las comedias de España (Madrid: Juan de Zúñiga, 1750), p. 170.
66 Por las fechas en que escribe Centeno (1788–1789) el Real Gabinete de Historia Natural ocupaba el Palacio de Goyeneche, actual sede de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en la calle Alcalá. Centeno no llegó a ver la siguiente, flamante y efímera ubicación del Gabinete en lo que hoy es el edificio principal del Museo del Prado, pues Juan de Villanueva presentó sus primeros proyectos a Carlos III en 1785 y el inmueble continuaba inacabado durante la Guerra de la Independencia. En el Palacio de Goyeneche, cuya principal reforma neoclásica tuvo lugar en 1774, Carlos III pretendió aunar el estudio de las letras y de las ciencias, como revela la inscripción que puede leerse en el dintel de su entrada principal, y que despertará la atención de nuestro Quijote Escolastico un poco más adelante: «CAROLUS III REX/ NATURAM ARTEM SUB UNO TECTO/IN PUBLICAM UTILITATEM CONSOCIAVIT/ANNO MDCCLXXIV».
67 Centeno se refiere a la obra del franciscano italiano Girolamo Menghi (1529-1609), Fustis daemonum: adjurationes formidabiles, potentissimas et efficaces in malignos spiritus fugandos de oppressis corporibus humanis [El azote del diablo], uno de los manuales básicos de exorcismo.
68 En cuanto a la reutilización que hace Centeno de los yangüeses, interesan dos rasgos básicos: su humilde condición (son arrieros), que se manifiesta en sus modales groseros, y su elevado número; es por esto por lo que don Quijote delegará en Sancho, si es el caso, el enfrentarse de nuevo a ellos, pues «no son caballeros, sino gente soez y de baja ralea» (le dirá el hidalgo). En la pluma satírica de Centeno los yangüeses heredan esa traza, pues le sirve para calificar irónicamente a los muchos enemigos de su protagonista, esto es, entre otros, a sí mismo; en síntesis, nuestro autor recurre de nuevo al vituperio paradójico: los yangüeses son él y los demás avanzados de la Ilustración española.
69 Entiendo que Centeno se refiere a uno de los personajes habituales en las comedias de Plauto, el cocinero (Pséudolo, Aulularia), y que la referencia podía tener un cierto carácter proverbial, pues vuelve a repetirse en el capítulo X, esta vez referida a la mezcolanza que aprecia nuestro autor en los Desengaños filosóficos de Vicente Fernández Valcárcel. No encuentro, sin embargo, esta característica concreta del cocinero en los textos originales plautinos, acaso porque proceda de alguna de sus imitaciones, como el Querolus.
70 ‘Material y formalmente, intensiva y extensivamente, en abstracto y en concreto’ (vid. notas 19 y 20). En cuanto a ut quo y ut quod, no hay forma de traducir eso sin comentario en la deliberada gradación satírica de Centeno: «Ut quod…: esta expresión se dice del sujeto según que recibe los atributos o denominaciones que le son propias»; «Ut quo…: esta expresión designa la razón por lo [sic] que el sujeto recibe estas denominaciones» (Vocabulario de términos escolásticos, s.v. [A] quo).
71 Lepor es término latino: ‘gracia’, ‘donaire’.
72 El refrán «No se pescan truchas a bragas enjutas [‘secas’]», que Centeno modifica a su conveniencia, indicaba la imposibilidad de conseguir cualquier cosa de importancia sin esfuerzo.
73 Centeno se refiere al filólogo alejandrino Aristarco de Samotracia (c. 216–c. 144 a.C.), figura proverbial de la crítica rigurosa. Juan de Buen-Alma quiere decir ‘un buenazo’, ‘un alma cándida’ (en el DRAE se consigna la literalidad de ‘buen Juan’). Cándido María Trigueros escribió la comedia El gazmoño o Juan de buen alma, imitación del Tartufo de Molière, de la que hay edición crítica.
74 Le Journal Encyclopédique ou Universel de Bouillon publicó una elogiosa reseña no de Habela Patiño (Centeno) sino de su enemigo declarado, Forner, por sus Discursos filosóficos sobre el hombre. La cita está tomada literalmente del mencionado «diario», con el cambio de monsieur Forner por el pseudónimo de nuestro autor, monsieur Habela. El panegírico forneriano del Journal fue luego traducido en el Espíritu de los mejores diarios, n.º 137 de 14 de julio de 1788, pp. 155-157; el hecho de que Centeno cite en el original francés (y no en la traducción) es prueba de su conocimiento y de sus contactos con la literatura europea del momento (el extracto apareció en el Journal Encyclopédique, febrero de 1788, p. 415). Transcribo la traducción entusiasta del Espíritu de los mejores diarios: «Todo lo que hemos dicho hasta aquí del señor Forner prueba cuán acreedor es a las gracias con que fomenta a los literatos aplicados el ministerio de España. Ignoramos qué recompensas haya tenido hasta ahora, pero si la casualidad de las circunstancias y las intrigas de la envidia, de la que seguramente estará menos libre que otros, hubiesen contribuido a privarle de las recompensas que ha merecido o de lo que necesitase por la medianía de su fortuna, nos atrevemos a anunciarle un porvenir más feliz, siendo garantes de esta nuestra profesión las luces, la rectitud de un ministro que siempre ha protegido a los talentos distinguidos y el poco poder de los enemigos del señor Forner, que quizás le atacan con versecillos y pequeños in octavos, al paso que aun con toda la profundidad de un Malebranche o de un Leibnitz se hallará mucho más que alabar que digno de criticarse en su obra (Diario enciclopédico)» (157).
75 El jesuita Juan Andrés y Morell (1740-Roma, 1817) publicó en el exilio italiano su magna historia de la literatura: Dell’origine, progressi e stato attuale d’ogni letteratura (Parma: Stamperia Reale, 1782-1799, en 7 vols y 1 de adiciones), que luego traduciría al español su hermano Carlos Andrés, Origen, progresos y estado actual de toda la literatura (Madrid: Antonio de Sancha, 1784-1806); al vol. 4 de esta traducción se refiere Centeno. La frase lapidaria con la que termina su nota al pie sería un ejemplo práctico de esa traducción trilingüe.