Capítulo VI

Retirose, que no debiera, el de lo verde y don Quijote se quedó solo y combatido de diversos pensamientos. Parecíale que no había sido mucha cordura el poner fin a su primera salida, hallándose en parte donde en esto de aventuras escolásticas podría meter las manos hasta el codo, sin temor de haberlas con químicos ni encantadores. Afligíase por tanto el buen caballero, y de buena gana atropellara por su protesta, si hallara medio de poderlo hacer; que si bien había leído que en la caballería peripatética hay modos y bulas de composición para todo, tenía por peor el remedio que la enfermedad, si al cabo había de estarse con los brazos cruzados, aguardando a que llegase la bula de Roma.

En estas dudas tuvo por más acertado el retirarse a su lugar, y con esta resolución comenzó a caminar hacia la Puerta de Alcalá. Pero no bien habría andado cuatro pasos, cuando tropezó en el inconveniente, para él grandísimo, de pasar frente por frente de la Cátedra de Química. Parose, pues, en el medio de la calle, y como el día era uno de los calurosos del mes de agosto, y la hora la de medio día, a poco rato comenzó a sentirse fatigado del sol, a que se agregaban ciertos barruntos de hambre. Mas ¿qué remedio? Sabía por las historias de su caballería que todos los que la profesan tienen como tales franca entrada en cualquier parte, sin que jamás ninguno haya pagado posada ni otra cosa, debiéndoseles de fuero y de derecho cualquier buen acogimiento que se les hiciere; en tanto grado que ni aun las generales leyes del agradecimiento hablan con ellos, pues con decir entre dientes «Dios os lo pague» tienen cumplido, y «Cristo con todos». Pero aquí era el ir y venir con el pensamiento sobre si debería o no gozar de estos privilegios, no hallándose en actual ejercicio de la caballería. Porque entrarse en cualquiera casa, sin estar de ello asegurado, era exponerse a topar algún codicioso y mal hostalero que quisiese obligarlo al pago de casa y mesa; y antes se dejara desollar que dar lugar a que se perdiese aquel tan antiguo y justo fuero. En esta perplejidad hubiera dado un brazo por tener a mano alguno de sus autores con quien consultar el caso. Y como para buscar la verdad no conocía más que dos medios, el uno cerrar los ojos y seguir por el carril abierto por sus pasados, y el otro poner silogismo sobre silogismo y tenerse tieso hasta que madama la Verdad, vencida de sus voces, se le viniese a las manos, a falta de aquel primer medio tomó este segundo. Puso, pues, su duda en términos de cuestión escolástica y, a imitación de Roselli, dijo primero que no y luego resolvió que sí, trayendo en pro y en contra más copia de sotiles y conducentes razones que de iporques alega un abogado de créditos.

p. 53Hay quien dice que también citó autoridades de doctores, especialmente del Angélico y del Sutil76, pero, si así fue, el autor de esta historia se lo dejó en el tintero, y solamente escribió lo que se verá; si bien hay ocasión de sospechar que no puso el soliloquio de don Quijote íntegramente o porque no quiso o porque no se atrevió o porque no fue en su mano, que todo pudo suceder. En resolución, lo que en la historia se lee es lo siguiente:

Sit quaestio: utrum dominus Quixotus, cum in actu non sit eques ambulans peripateticus, debeat frui privilegiis de non soluendo neque propter mensam, neque propter hospitium.
Videtur dicendum quod non: quia cum dicimus equites peripatéticos huiusmodi frui priuilegiis, loquimur de illis quatenus equitibus in esse, pro illo nunc et in actu: dominus autem Quixotus, cum finem posuit primae suae egressioni, non est eques ambulans peripateticus in esse, pro isto nunc et in actu. Nec valet quod dicas esse equitem in fieri, et quidem in potentia propinqua; nam ex hoc solum inferri potest habere etiam privilegia illa in eadem propinqua potential, ab ea autem ad actum non valet consequentia.
Sed nihilominus sit propositio: dominus Quixotus, etiam cum in actu non est eques ambulans peripateticus, debet gaudere privilegiis de non soluendo neque propter mensam neque propter hospitium. Probatur primo ratione qua in re non absimili utitur P. Roselli. Dominus Quixotus, postquam finem posuit primae suae egressioni, est in quiete. Hoc non negabunt adversarii: si enim in quiete non esset, esset in motu; et si esset in motu, esset ambulans; et si esset ambulans, gauderet privilegiis ambulantium; sed per aduersarios non gaudet, ergo per illos non est ambulans, seu est in quiete.
Nunc bene: quando affirmamus dominum Quixotum esse in quiete, vel loquimur de quiete in termino ad quem, vel de quiete in termino ex quo. Et quidem si de quiete in termino ex quo, concedant necesse est adversarii dominum Quixotum gaudere dictis privilegiis: nam his gaudent peripatetici ambulantes, seu qui sunt in motu; sed dominus Quixotus est in quiete in termino ex quo incipit motus, ergo dominus Quixotus est in quiete in termino ex quo incipiat gaudere. Qui incipit gaudere, gaudet; sed dominus Quixotus íncipit gaudere, ergo dominus Quixotus gaudet. Nec aliud dicendum, si loquimur de quiete in termino ad quem: nam, vt advertit reverendus admodum vir supra laudatus, quies in termino ad quem est motus perfectio, seu perficitur motus in ipsa quiete in termino ad quem. Unde inferendum motum equitis ambulantis in ambulationis cessatione perfici; et si in cessatione motus perficitur, perficietur etiam in illa eques ambulans ad cuius essentiam motus huiusmodi pertinet. Iam ergo quam absurdum non erit denegare equiti ambulanti perfecto, id est domino Quixoto, qui finem primae suae egressioni posuit, privilegia quae conceduntur equiti ambulanti non perfecto, seu equiti qui actu est in motu77?

Tela cortada tenía para no acabar en una semana, y más que había dejado de sentir las fatigas del calor y las molestias del hambre, embebecido y transportado todo en su cuestión. Pero quitole la gana de continuar un coche que a toda carrera vino sobre él, y que por poco no lo envió a disputar al otro mundo. Salvose en fin como pudo, maldiciendo de todo corazón el coche, las mulas y aun más adelante.

p. 54—¡Válgate el diablo –decía– por follones de cocheros que no deben de saber otro camino que aquel que ven ocupado de gente honrada! ¡Y válgate el diablo otra vez por diferencia que hay entre hombres y hombres! ¿Que un artesano sin educación no ha de ser osado a verter dos gotas de agua, y que estos buenos señores con toda su cortesanía no solamente nos han de llenar de polvo y lodo, sino que, amén de eso, nos han de traer a cada paso entre el coche y el suelo, que es peor que entre la espada y la pared? ¿Qué más? ¿Han de llevar a la zaga un racimo de lacayos, de volantes y de cazadores (de moscas, de gangas o de qué sé yo), y entre tantos ociosos no ha de haber uno que vaya delante, avisando a las gentes que se pongan en cobro78? Pues mándoles yo, que en boca de otros serán muy urbanos y muy corteses, pero en la mía serán siempre los más groseros y desatentos hombres del mundo, que la verdadera cortesía no consiste en vanas ceremonias y aparentes exterioridades.

Todo este largo razonamiento hizo don Quijote, y al margen de esta historia se lee:

Que cuando así pasase, podía muy bien el historiador haber excusado el referirlo; porque estas quejas de los coches son más comunes que el canto de los gallos a media noche, y el repetirlas es por tanto detenerse en vulgaridades. Además de que con quejarse nada se remedia.

Así el anotador; pero yo el editor digo que no me hacen fuerza sus razones, porque si en el hospital hay muchos enfermos de tabardillo79, natural cosa es que haya muchos que de él se quejen. Y con todo, si alguno fuese nuevamente con la misma dolencia, sería extremo de crueldad el no permitirle igual desahogo, pretextando que eran muchos los que se quejaban de lo mismo, y que el hacerlo no era medio para guarecer de su enfermedad.

Últimamente, don Quijote se entró en el zaguán más inmediato, que acertó a ser portal de mesón y, como todos los que allí había durmiesen, con deseo de hacer otro tanto se acomodó lo mejor que supo sobre un arquetón viejo, y dentro de breve rato comenzó a roncar. Y aquí, cortando el hilo de la narración, exclama el autor de esta historia:p. 55

Duerme, venturoso don Quijote mío, porque saques verdadero el refrán de cobra buena fama y échate a dormir. Duerme, que con no menor satisfacción puede hacerlo aquel que se ve libre del mal que tenía que aquel que se halla en posesión del bien que deseaba. Estaba yo a toda priesa previniendo con qué bizmarte*80 y cómo defenderme, porque no recelaba sino que por instantes veía descargar una grande tempestad de palos sobre tus espaldas y una no menor lluvia de censuras sobre tu historia, sed Dii meliora81: que si tú hasta el presente no has encontrado duques que te regalen, tampoco has tenido encuentros con graves religiosos que te traten de loco; y si yo, tu historiador, no he hallado Condes de Lemos que me protejan, tampoco he tenido que hacer con pedantes Avellanedas que me llamen envidioso y manco82. Y por decirlo de una vez, hasta ahora ni tus espaldas necesitan bizmas, ni mi escritura apologías; ventura no pequeña, andando tú y escribiendo yo en tierra de tantos yangüeses y de tantos perversos críticos83. Por tanto, muy conforme a prudencia sería el que durmiésemos hasta llegar más allá de los siete durmientes84, no sea cuento que si tratamos de segunda salida nos avenga venírsenos todo el mal junto, como al perro los palos.
Este es mi modo de pensar. Empero importunos amigos piden, por el contrario, que se prosiga la tela comenzada, y para ello arguyen que no habrá quien apruebe que un bravo peripatético que salió a campaña contra sus enemigos, casi sin haber venido a las manos con ellos, se retire a su casa y permanezca en ella quieto y sosegado, dando lugar a que aquellos malandrines con su acostumbrada altanería se aclamen vencedores, porque no se ven de todo punto destruidos. El caballero peripatético –añaden– que tal ejecutare, se hará indigno de tan glorioso nombre. Por el contrario, ¡qué idea no nos daría de su valor! ¡Qué cosa tan conforme a su carácter no haría si, haciendo segunda salida, se mostrase en una cátedra aterrando a los sofistas modernos, no ya con generalidades, sino descendiendo a cuestiones particulares, y probando (para herirles en lo más vivo) que con todos sus instrumentos y observaciones no han adelantado cosa que merezca nombrarse, de modo que la buena física (bien así como las demás partes de la verdadera filosofía) debe buscarse en los libros escolásticos, y especialmente en la Suma Filosófica de Roselli! Esto es lo que correspondía que hiciese el segundo don Quijote, esto lo que convenía que escribiese el segundo Cide Hamete Benengeli.
Cata aquí, valeroso andante mío, con cuánta satisfacción mis buenos amigos disponen lo que tú debes ejecutar y lo que yo debo referir. Y se han en esto no de diverso modo que aquellos que desde la talanquera aconsejan que se llame al toro de este lado y que se le embista de otro85. Y esto y mucho más pueden ellos ordenar a todo su sabor, porque aunque su traza salga mal no han de ser sus cuerpos los que lo sientan.
Vosotros, pues, imperiosos amigos, sabed que echáis la cuenta sin la huéspeda. Que don Quijote y su historiador tienen sus almas en sus cuerpos y sus libres albedríos como el más pintado; y que ni al primero le ha venido en voluntad de hacer segunda salida, ni al segundo le ha pasado por pensamiento el escribir una larga historia. Así que contentaos con lo que veréis en este apéndice, y advertid que nunca salieron bien cosas hechas precipitadamente y de mala gana.

i bizmarte] vizmarte.

76 Doctor Angélico es, para la Iglesia católica, Santo Tomás de Aquino; el sobrenombre de Sutil le corresponde al beato Juan Duns Escoto (1266-1308), otro de los máximos representantes de la escolástica medieval. La ironía en el uso de estos calificativos por parte de Centeno remite a Erasmo: «… entonces precisamente fruncen su teológico entrecejo, mientras atiborran los oídos de magníficos epítetos: doctores solemnes, doctores sutiles, doctores sutilísimos, doctores seráficos, doctores santos, doctores irrefragables. Después, ante la muchedumbre ignorante, se dedican a lanzar silogismos mayores y menores, conclusiones, corolarios, suposiciones enormemente frías y sutilezas superescolásticas» (Elogio de la locura, LIV, p. 126).

77 ‘Sea esta la cuestión: si don Quijote, aunque de hecho no sea caballero andante peripatético, debe disfrutar de los privilegios de no gastar de su bolsillo ni por la mesa ni por el hospedaje.
Parece inferirse que no, porque cuando decimos que los caballeros peripatéticos disfrutan de este tipo de privilegios, hablamos de aquellos caballeros en esencia, ahora y de hecho: en efecto, don Quijote, al poner fin a su primera salida, no es ya caballero andante en esencia, en el sentido de ahora y de hecho. Ni vale decir que es caballero en ciernes ni en potencia inmediata, pues solo se puede inferir tener aquellos privilegios en la misma potencia inmediata, pero de esta al acto no sirve la consecuencia.
Pero, a pesar de todo, sea esta la proposición: don Quijote, aunque de hecho no sea caballero andante peripatético, debe disfrutar de los privilegios de no gastar ni por la mesa ni por el hospedaje. Se prueba en primer lugar por el argumento que en asunto no diferente utiliza el padre Roselli: don Quijote, después de poner fin a su primera salida, está quieto. Esto no lo negarán los adversarios: en efecto, si no estuviera inmóvil, estaría en movimiento; y si estuviera en movimiento, estaría andando; y si estuviera andando, gozaría de los privilegios de los andantes; pero para los adversarios no goza, luego según ellos mismos no está andando, sino que está parado.
Ahora bien, cuando afirmamos que don Quijote está quieto, o hablamos de reposo en términos de hacia o en términos de desde. Y ciertamente, si se dice estar quieto en términos de desde, los adversarios deben conceder que don Quijote disfruta de los susodichos privilegios, pues de ellos disfrutan los andantes peripatéticos o en movimiento. Y don Quijote está quieto en el término desde el cual empieza el movimiento, por lo que don Quijote está quieto en el término desde el que empieza a disfrutar. Quien empieza a disfrutar, disfruta. Y don Quijote empieza a disfrutar, luego don Quijote disfruta. Y no se puede decir otra cosa si hablamos de estar quieto en términos de hacia, pues, como advierte el muy reverendo varón arriba alabado, el estar quieto en términos de hacia es el final del movimiento, o sea, el movimiento se consuma en el reposo mismo en términos de hacia. De donde se infiere que el movimiento del caballero andante se logra en el cese de la andanza; y si en el cese se alcanza el movimiento, el caballero andante alcanzará también todo aquello que corresponde a la esencia del propio movimiento. ¿Qué absurdo no será, por tanto, negar al caballero andante perfecto, esto es, a don Qujote, porque puso fin a su primera salida, los privilegios que se conceden a un caballero andante imperfecto, o sea, a un caballero que de hecho está en movimiento?’

78 Un volante es un «criado de librea que iba a pie delante del coche o caballo de su amo, aunque las más veces iba a la trasera» (DRAE). «Ponerse en cobro» significa ‘ponerse a resguardo’.

79 Tifus.

80 De bizma (como más abajo), ‘emplasto reconfortante’.

81 ‘Mejor lo permitan los dioses’.

82 Sabido es que el Conde de Lemos fue protector de Miguel de Cervantes y que Alonso Fernández de Avellaneda, en el breve y desmedido prólogo de su Segundo Tomo del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha (1614) arremete sin ahorrar descalificaciones (las que cita Centeno y otras) contra el autor en cuya obra se inspira.

83 Para los yangüeses, véase la nota 68.

84 Nuestro autor se refiere a la leyenda cristiana de los siete durmientes de Éfeso, que sobrevivieron a la persecución del emperador Decio durmiendo plácidamente en una cueva durante dos siglos.

85 «Y se han»: ‘y se comportan, actúan’.