Historia de un asterisco
De cómo los Quijotes del mundo se dieron cita en una biblioteca

En 1769 Tobias Smollett, traductor del Quijote y novelista de trazas cervantinas, publicó un libro titulado La historia y aventuras de un átomo. En él narraba las peripecias de una de esas unidades mínimas de materia descritas ya por Demócrito, en su periplo por los cuerpos de los diferentes personajes que vertebran su relato, para así ofrecer un comentario satírico sobre ciertos sucesos históricos y la política inglesa del momento. Esta forma de abordar la historia desde la intrahistoria, lo general mediante lo particular, lo grande a través de lo minúsculo e incluso imperceptible, se me antoja una forma muy acertada de narrativizar la descripción de procesos y estados que, enfocada de manera más ortodoxa o académica, resultaría farragosa y aburrida. Por eso voy a servirme de ese asterisco que figura de modo prominente en este sitio web para narrar el largo proceso de gestación de la Biblioteca del Quijote Transnacional, asumiendo que tal relato es, a su vez, la mejor manera de dar cuenta de lo que esta colección es o aspira a ser. Tal planteamiento no es ajeno al de otro autor del siglo xviii inglés, este ficticio, el Tristram Shandy creado por Laurence Sterne (otro seguidor de Cervantes), quien, a la hora de contar su vida, decide que su punto de arranque no debe ser su nacimiento sino su concepción, y aun esta puede entenderse únicamente si se conoce todo aquello que la rodeó y precedió. Por ello, voy a contar no solo la historia de ese asterisco, sino también su prehistoria.

Esa prehistoria comienza con una chispa que nuestro asterisco, pese a no haber nacido todavía a su existencia como emblema de esta colección, representa icónicamente a la perfección. La chispa fue una idea muy sencilla: si queremos entender de verdad el proceso de reescritura del Quijote que lo ha convertido en un icono de la literatura y cultura occidentales, esto es, en un mito, hay que conocer bien los textos que lo han reescrito; pero el carácter plurilingüístico y multicultural de este corpus exige su traducción, edición y análisis para ponerlos a disposición de lectores y estudiosos. Así es como surgió un proyecto de investigación que aunaba a especialistas de diferentes áreas o ramas de la Filología y que se definió como transnacional y no simplemente internacional. Al hacerlo, quería llamar la atención sobre su voluntad de rastrear no solo el diálogo entre texto fundador y reescrituras, como se ha venido haciendo hasta ahora, sino también entre las propias reescrituras. O, en otras palabras, se trataba de reunir a los Quijotes de la literatura mundial en una biblioteca para ponerlos no solo a leer el Quijote, el ancestro de todos, sino también a leerse entre ellos, unos a otros. El proyecto se dio de bruces con la incomprensión de los evaluadores a la hora de obtener reconocimiento y financiación en varias convocatorias públicas a las que concurrió. Esta travesía del desierto fue desalentadora porque duró algunos años, demasiados, pero ayudó a forjar el carácter tanto del proyecto como de quien lo impulsaba y firma estas líneas.

En primer lugar, el fracaso contenía una lección de humildad y modestia que es la mejor vacuna contra la vanidad universitaria. En segundo lugar, contemplar ese fracaso como injusticia implicaba automáticamente una invitación a la resistencia o, como se ha dado en llamar ahora, resiliencia. Y esta voluntad de resistir, ejercida de forma prolongada a lo largo de los años, sirvió, en tercer lugar, para darle un carácter quijotesco al proyecto más allá de sus contenidos: a ojos de los evaluadores y quién sabe si también de colegas y hasta amigos, la insistencia en defender una idea que chocaba claramente con la realidad del juicio ajeno debía hacer parecer a sus defensores Quijotes ridículos; a nuestros ojos, sin duda velados por la visión Romántica que cambia la forma de ver al hidalgo a partir del siglo xix, éramos héroes de la voluntad en conflicto con el mundo prosaico y a veces ciego de la vida académica. Esta forma quijotesca de vernos que, en mi caso al menos, oscilaba de una a otra interpretación según el momento vital, estrechó los vínculos de amistad en los que ya se sustentaba el proyecto, pues la amistad estuvo ahí desde el principio como elemento nuclear, junto al interés compartido y el celo profesional. En este respecto, de entre todos los que forman parte del equipo investigador, sin cuyo trabajo esta colección no existiría, debo destacar a dos compañeros que vivieron conmigo todos los reveses, del primero al último, y cuyo apoyo fue decisivo a la hora de resistir. Uno es José Montero Reguera, viejo amigo de correrías cervantinas desde que nos conocimos allá por 1991 en un congreso celebrado en Alcalá de Henares (el primero de ambos, si no me falla la memoria), quien, pese a los muchos títulos y honores que ha acumulado en una dilatada y fructífera carrera, siempre ha acudido a mi llamada con una lealtad conmovedora. El otro es Alfredo Moro Martín, primero doctorando, luego discípulo y finalmente amigo, en el que se ve cumplida esa satisfacción que sentimos los padres cuando los hijos nos superan (hablo de paternidad académica, no se me vaya a entender mal, Alfredo me queda un poco mayor como hijo), que conservó la fe cuando yo ya la estaba perdiendo y gracias a cuya insistencia hubo un intento final coronado por el éxito.

Tal vez una de las razones para el fracaso de los intentos previos fuera el hecho de que el proyecto que se proponía no era solo investigador, sino también editorial. Ello era resultado de mi experiencia como director de Ediciones Universidad de Salamanca, donde vi claro, y así lo dejé por escrito en un texto publicado en la revista de la UNE en 2011, hacia dónde debía encaminarse la edición universitaria: había que construir un nuevo modelo que no intentara imitar el de las editoriales privadas o comerciales, como se había venido haciendo, sino que se sirviera de la financiación pública para hacer compatible la difusión en línea y en abierto con la explotación comercial en otros formatos, especialmente el papel. Era fácil intuir que para hacer viable este modelo tenía que ser eficiente, es decir, sincronizar los procesos de producción para optimizar costes, lo que exigía partir de un mismo archivo desde el que generar de forma automatizada los diferentes formatos del libro y canales de distribución; otra cuestión era saber quién podía estar en posesión de la tecnología necesaria para poder llevar a cabo esta idea. Cuando solicité el proyecto por primera vez, ya alejado del mundo editorial, seguía sin saberlo, y solo su concesión años después me obligó a intentar averiguarlo. Ahí entró en escena la más estrecha colaboradora que tuve en mi etapa al frente de EUSAL, Isabel de Páiz, cuya lealtad, una vez que abandoné la editorial, había convertido esa colaboración en amistad. Isabel, que creyó en la excelencia del proyecto desde la primera vez que le hablé de él, me puso en contacto con Marcos Ferreira Sanmamed, quien, tras una larga experiencia como editor digital en el Reino Unido, acababa de volverse a España para crear Publicaciones Académicas. En la primera conversación cara a cara que tuvimos, Marcos me explicó cómo se podía hacer lo que yo quería: era el mago que tenía la tecnología necesaria y, lo mejor de todo, nos la ofrecía a un precio asumible con nuestra escasa financiación, sin duda espoleado por el entusiasmo que le suscitó el proyecto en cuanto lo conoció. Ello permitía trabajar en la plataforma de edición electrónica y en el portal web que sería su envoltura externa de manera autónoma, es decir, desde el grupo de investigación. Así lo empecé a hacer con Publicaciones Académicas al tiempo que se iniciaban los trabajos de traducción, edición y estudio de los textos.

El proceso de gestación de la plataforma ha sido mucho más laborioso y largo de lo previsto (hemos descubierto por el camino que saber cómo hacer las cosas no siempre es lo mismo que poder hacerlas), pero, junto a muchos obstáculos y no pocas frustraciones, nos ha traído también alegrías, como la del nacimiento de nuestro asterisco a esta su cervantina existencia. Tal nacimiento está vinculado a una tercera idea que para mí era tan importante como las dos que vengo de formular: había que dar a la edición digital exactamente la misma importancia que dan a la analógica las editoriales que expresan su amor por los libros mediante el cuidado y la belleza de sus ediciones; había que añadir a la comodidad y universalidad de acceso que define la lectura en línea el placer de estar en un entorno bello y armonioso a través de un diseño de alto vuelo. Y aquí, de nuevo, entra en escena la amistad, en este caso la de Emilio Gil, fundador de Tau Diseño, y su compañera, Ninís Aler. Durante años, cada vez que pensaba en la biblioteca de Quijotes la imaginaba con uno de los diseños de Emilio, de hecho, con uno que ya había realizado por encargo mío para una colección de EUSAL, que quedó luego abortado. Pero ahora se trataba de delinear no una colección de libros físicos, sino un portal web, si bien este marcaría la línea gráfica de aquella, y en esa dualidad residía precisamente lo que yo quería de Tau para el proyecto: una identidad gráfica pensada no desde lo electrónico sino desde el papel, con la visión no de un diseñador de webs sino de libros. Ello lo diferenciaría claramente de lo que estamos acostumbrados a ver en páginas web y haría así visible la naturaleza diferencial de este proyecto. Por eso Emilio y Ninís empezaron a trabajar proyectando las cubiertas de los dos primeros libros para establecer esa línea gráfica que luego fueron extendiendo a las páginas web del portal, ayudados tan solo por algunos bocetos en los que les indiqué la distribución general de las secciones y la información que debería mostrar la web, pero también, me temo, distraídos por un aluvión de impertinentes peticiones por mi parte, que soportaron gracias a la paciencia que se tiene solo con los amigos y a su compromiso personal con el proyecto.

Faltaba, sin embargo, la página más importante, la de inicio, y entonces recordé un cartel que Emilio había realizado con motivo de alguna efeméride cervantina y del que me había hablado, para sugerirle que tal vez podíamos utilizarlo ahí. En ese cartel, una auténtica greguería visual que el lector puede ver si se asoma al domino www.quijotetransnacional.es, aparecía ya, pequeño pero llamativo y resultón, el asterisco. La forma circular de la mancha negra sobre la que destacaba en rojo nos hizo pensar que, clicando sobre él, la mancha se podría transformar en una bola del mundo en la que se desplegarían los títulos de los textos en sus países de origen, atrapando así visualmente la filosofía que estaba detrás del concepto de transnacionalidad y que se hizo más evidente cuando la bola del mundo empezó a girar sobre sí misma gracias al equipo de Publicaciones Académicas. Luego el asterisco apareció también en los puntos de la línea del tiempo cuyo diseño encargué a Tau (ya se ve que no he exagerado cuando me he referido a mi impertinencia), en la que se despliegan todos los títulos de la colección en orden cronológico y con sus fechas de publicación, y a la que Publicaciones Académicas volvió a dar movimiento, aunque no rotacional sino lineal. Y así es como ese pequeño asterisco que se coló de rondón en la web, procedente del recuerdo de un trabajo previo de Emilio y una conversación con él años antes, fue ganando protagonismo, todavía aún más al ir apareciendo cada vez que se quería dar paso a algo que estaba mejor oculto inicialmente, para finalmente acabar adueñándose de ella y convertirse, junto con la tipografía y los colores, en su rasgo gráfico más distintivo. No es de extrañar, por ello, que haya saltado también a los números que aparecen sobre el lomo de los libros en papel, para seguir siendo así en cierta manera la puerta de acceso a los mismos, como lo es también en la bola del mundo y en la línea del tiempo.

Este salto de lo digital a lo analógico que es el último capítulo de esta historia que vengo narrando tampoco ha sido sencillo (no podía ser de otra manera) y tiene una prehistoria de la que se debe dejar aquí testimonio. Llevé la idea de esta colección a dos editoriales universitarias, pues entendía que eran las únicas capaces de asumir el modelo editorial del que he hablado más arriba, una de ellas la misma que finalmente ha acabado asumiendo la edición en papel de la colección, y recibí dos nuevas negativas. Aprovechando el relevo en la dirección de EUSAL, hice un tercer intento que esta vez fue bendecido con una respuesta no solo positiva sino convencida, una premonición tal vez de la que daría el Ministerio meses después al proyecto de investigación. Ese convencimiento por parte de José Luis de las Heras, al que siempre agradeceré su disposición a publicar la colección incluso aunque no llegara el aval del Ministerio, permitió superar las dificultades con las que nos topamos a la hora de plasmar la colaboración entre el grupo de investigación y la editorial en un convenio. No fue la menor de ellas que lo hicimos durante lo más crudo de la primera ola de la pandemia. La salida prematura de José Luis de EUSAL y la llegada de un nuevo director, Jacobo Sanz Hermida, que podría haber dado al traste con ese convenio, ha acabado siendo el espaldarazo definitivo, como si, después de tantas adversidades, por fin los astros se hubieran alineado a favor. Apenas llegado al cargo, Jacobo entendió a la perfección las posibilidades de esta colección y ello hizo el entendimiento con él perfecto: no hay mejor manera de resumir el trabajo del buen editor, en este caso apoyado sobre su excelente conocimiento tanto del mundo del libro como de la investigación filológica y sobre su generosa comprensión de la idiosincrasia de la Biblioteca a la hora de negociar las condiciones efectivas de publicación. Por si ello fuera poco, ha conseguido convertir el proyecto investigador y editorial que puse en sus manos en un proyecto de universidad, haciéndolo llegar al Rectorado de la USAL, y hasta de país, si se me permite la exageración, al granjearle el apoyo y patrocinio del Instituto Cervantes. Ello me permite ser optimista sobre su futuro, y no solo en lo que a esta primera serie se refiere, sino a otras posteriores para las que no faltan títulos (la tradición narrativa cervantina es más rica aún de lo que se cree), independientemente del incierto resultado de las convocatorias públicas de investigación a las que seguiremos concurriendo.

Así fue como un pequeño signo gráfico que tiende a pasar inadvertido por su modestia, porque no significa nada en sí mismo ni tiene nada propio, solo la capacidad de hacer presente lo que está latente, de abrir puertas y franquear umbrales, ha terminado siendo el emblema de un proyecto investigador y editorial que se identifica plenamente con estas características y valores, como espero haber demostrado en esta breve narrativa. El asterisco, además, vincula los libros que dan entidad física a la colección con un portal web de existencia solo virtual pero que la convierte en algo más, en un proyecto innovador y creo que pionero en el panorama editorial español: hace accesible textos fundamentales para la compresión del legado cervantino en la literatura universal a cualquier lector del mundo, en la lengua de Cervantes (y, andando el tiempo, esperamos que también en lengua original), acompañados de estudios que iluminan ese legado, pero también volcándolos en cuidadas ediciones en papel para aquellos que no renunciamos al placer de la lectura en este soporte. Y este espacio tanto físico como digital conforma un edificio, hogar, biblioteca donde los Quijotes del mundo pueden darse cita y a cuya puerta, en este mismo momento, mientras escribo este párrafo final, algunos de ellos aguardan su turno para entrar, porque todos quieren venir a este lugar de encuentro, pero es mucho el trabajo requerido para poder abrir la puerta y dejarlos entrar. Precisamente por eso, detrás de ese asterisco está también latente todo ese esfuerzo que he venido describiendo: si clicamos sobre él con nuestra imaginación, aparecen no solo los investigadores que figuran y figurarán en los créditos de los libros, sino también todos los nombres que he desgranado. Era de justicia que estuvieran aquí, como personajes de este relato que es la presentación en sociedad de la colección, y no en forma de mero párrafo de agradecimientos, para poner así en valor su contribución. Dicho esto, es ya el momento de concluir esta historia que se ha extendido más de la cuenta porque largo ha sido el recorrido hasta llegar aquí, y el asterisco nos puede ser útil una última vez para ponerle fin. A tal efecto, imagínese rojo y pequeño, al igual que en la página web de inicio de nuestro portal, pero no sobre una mancha negra sino sobre un fondo gris, plateado para ser más exactos, haciendo de llamada a una frase que aparece igualmente al pie, pero que ahora dice: «Continuará».

Pedro Javier Pardo
Director de la bQt