Capítulo IX

—Realmente, señor poeta –dijo el capitán–, que todos aquellos que desean que haya en Madrid fábricas de todo debieran dar a usted público testimonio de su agradecimiento. Ahora sí que pueden los hombres esmerarse, satisfechos de que no quedará su memoria sepultada en el olvido, porque harto miserable sería la suerte de aquel que nunca en su vida se hallase con dos pesetas, y el que las tenga puede decir con Horacio:

Exegi monumentum aere perennius…
quod non imber edax, non Aquilo impotens
possit diruere114

»Y todo lo demás de que no me acuerdo. Dígolo, porque bien creo que por dos pesetas se atreverá usted a componer un par de hexámetros latinos o media docena de endecasílabos castellanos, en los cuales se exprese el nombre, patria y mérito del contribuyente, con lo cual sobrado tiene cualquiera para que sea inmortal su fama. Pues ¿qué diré del felicísimo pensamiento de hermanar los versos con la filosofía? ¡Ojalá que siempre hubiesen hecho otro tanto nuestros mejores poetas! (Hablo de los antiguos, que de los modernos no me atrevo a decir otro tanto desde que se estilan discursos filosóficos en verso.)115. Digo que por sola esta ocurrencia le levantaría a usted una estatua.

—Aun bien –respondió el poeta– que no ha muchos días que estuve yo con otros viendo una flamante, y no faltó entre los circunstantes quien exclamase que se habían desperdiciado en estatuas muchas piedras que fuera asaz mejor haberlas destinado a ruedas de molino o muelas de atahona. Yo, señor capitán, no necesito estatuas; de lo que he menester es de dinero. Y viniendo a lo de mi fábrica de versos, si con haberla establecido no he dado gusto a todos, sé que no habrá quien pueda quejarse con fundamento, porque ni mi fábrica arruinará la agricultura, ni despoblará la Mancha, ni encarecerá la leña, ni etcétera ni etcétera. Y también entra aquí la razón general de que no se extraiga dinero del reino, porque de poco tiempo a esta parte han dado en usarse elogios del Diario de Bouillon y de las Noticias Literarias de Florencia116, y los elogios de mi fábrica no solo tendrán la ventaja de ser en verso, contra el cual no hay carcoma de tiempo ni olvido, sino que saldrán mucho más en conveniencia; y con todo extenderán más el nombre del elogiado, que es a lo que principalmente debe atenderse en materia de elogios. ¿De qué sirve, por ejemplo, que el diarista de Bouillon echase el resto en elogiar al autor de los Discursos Filosóficos? ¿Quién lee en España su Diario? Vel duo vel nemo117. Cuando por una friolera hubiera yo compuesto un elogio en verso de romancillo y, dándoselo a los ciegos para que lo cantasen alternando con el Mambrú, cátalo cantusado118, y esta fuera la hora en que del mérito del autor pudiera decirse:

Omnibus et lippis notum et tonsoribus esse119.

p. 70»Por lo que hace a hermanar la filosofía con los versos, no se verificará hasta de aquí a cuatro días, los mismos que me ha pedido de término el orador que compone y ha de recitar la oración de estrena de la cátedra de filosofía.

—Pues en verdad –replicó el capitán– que siempre en España han andado bien tirados los oradores, y ahora pienso que no anden tampoco muy de sobra120.

—Allá será eso por los barrios de usted –le contestó sonriéndose el poeta–, por los míos se halla un orador a cada paso. Sin ser yo hombre de muchos conocimientos, apenas había pensado en oración de estrena (apertura, abertura, o lo que sea) cuando me hallé con cuatro amigos que a porfía vinieron a ofrecerme sus habilidades, de modo que por evitar quejas fue menester echar pajas entre los cuatro, y en verdad que le tocó la chica (la paja quiero decir) a uno que no es rana, aunque no dudo que todos cuatro lo harían bien, porque saben su cacho de latín y son valencianos.

—Con esa añadidura, oradores podrían ser de la misma Cámara de los Comunes.

—Así lo creo yo, y aun lo creen ellos –respondió el poeta–. Pero porque no se nos vaya todo en flores, quiero que ustedes vean alguna cosa de la fábrica de casa. Esos cuatro tomazos en folio son parte de un suplemento al Diccionario de la Lengua Castellana, suplemento que se ha de componer todo de voces nuevas y que, si Dios no lo remedia, ha de pasar de veinte tomos, para los cuales me suministrarán materiales más que suficientes las traducciones, principalmente las del francés, y entre estas las de obras de física. Aquellos otros legajos que están más allá son el borrador de una disertación en que pruebo que la lengua castellana de día en día se va perfeccionando más, y que con gran facilidad podemos darle toda la perfección que en ella cabe. Ya hemos adelantado (y este es uno de los ejemplos de que me valgo), ya hemos adelantado algún tanto sobre nuestros mayores diciendo por rodeo gálico golpe de ojo, cuando ellos por atajo castellano decían ojeada o mirada. Pues ¿cuán fácilmente, pregunto, no podemos adelantar lo que resta, explicando por golpe de tal y golpe de cual las demás voces castellanas de la misma clase, de manera que reírse a carcajadas sea reírse a golpes de carcajo; dar las ultimas boqueadas, dar los últimos golpes de boca; recibir una bofetada, recibir un golpe de bofe?

Riéronse los oyentes, y el poeta continuó:

—Otro de los trabajos que tengo ahora entre manos es un comento de los Discursos Filosóficos, aquel libro que juntamente con las Soledades de Góngora se deja ver entre los legajos de la referida disertación, y las notas que hasta ahora llevo puestas están en un medio pliego de papel entre las hojas de uno de los dos libros. Regístrelos el que quiera ver las tales notas, que sin duda las hallará.

—Que me place –dijo el capitán.

Y llegándose adonde estaban los dos libros, los alzó del suelo y comenzó a registrarlos, leyendo de paso algunas cosas que no debían de darle mucho gusto, según torcía el hocico. Al cabo vino a dar con el papel que decía el poeta y lo leyó en voz alta, y se vio que decía:

Notas a los Discursos Filosóficos sobre el hombre

Las ponía el Fabricante de versos de la calle del Príncipe, allí mismo:p. 71

Dedicatoria al varón virtuoso, página 7121

A ti, en quien la porfía
de las tercas pasiones se quebranta,
cayendo mustias a besar tu planta.

Nota. A más moros, más ganancia; a más ganancia de translaciones, más hermosura en los versos. En estos tres tenemos, pues, un grupo de metáforas muy donoso. Tenemos tercas y con porfía a las pasiones, para lo cual será menester figurárselas personas, y no personas como quiera, sino de Aragón o de Vizcaya. Primera metáfora, ¿la veis? Pues ya no la veis, porque esta porfía de las señoras pasiones se quebranta en el varón virtuoso, y para eso se convierte la porfía en ola del mar, y el varón virtuoso en peñasco. Segunda y tercera metáfora, ¿las veis? Pues ya no las veis, porque las pasiones caen mustias, miradlas hechas flores, y cuarta metáfora. Pero caen a besar la planta del varón virtuoso, vedlas mudadas en qué sé yo qué, y tendremos por lo menos quinta metáfora. Esto sí que es entender de achaque de figuras retóricas, y váyanse noramala los que quieren por el contrario que sigamos la metáfora una vez comenzada.

¿Qué pretendéis, retóricos impuros,
que así de esto os burláis122? Id en buena hora,
id y adorad vuestras ideas vagas
y caducos sistemas.
Dilo tú, dilo tú, Themis llorosa

(Dedicatoria, página 13)123

Mas, ¡ah!, que ni aun quejarse su voz osa.

Nota. Bien dijo el que dijo que la poesía es una pintura parlante124. Yo no puedo leer este Dilo tú, dilo tú, sin que se me represente un combate de dos héroes del Manolo, digo, de dos muchachos del Avapiés que, echado adelante el pie izquierdo y el brazo derecho en alto, se desafían con Da tú, da tú; mas, ¡ah!, que dar primero ninguno osa125.

Sembrados mil groseros edificios

(Discurso 2, página 58)

por el campo espacioso, como brillan
engastados los fúlgidos luceros
por el cerúleo cielo en clara noche.

Nota. El diablo somos los poetas. En un momento hacemos a nuestro albedrío grande lo pequeño y pequeño lo grande. Tenemos una piedra más que filosofal para mudar en oro finísimo de tíbar cualquier cabello, aunque parezca cola de buey bermejo126. Y tenemos otra piedra antifilosofal para transformar el oro finísimo en estiércol. Pero estas son gracias comunes a todos los poetas; hay otras reservadas solis presbyteris, y de ellas es la gracia de hallar término de comparación entre groseros edificios y los fúlgidos luceros que engastados brillan por el cerúleo cielo en clara noche. ¡Ah, fúlgido, cerúleo, célico poeta! 127 ¡Y qué bien se conoce que estabas picado de la mosca divina ! En vano se buscará entre todos los poetas antiguos y modernos quien pueda en punto a comparaciones competir contigo, excepto Montalván, que de un lloro femenil dijo:

Bajó como pintada mariposa
un diluvio de lágrimas o estrellas128.

p. 72

Déjese ahora al juicio de los doctos el decir cuál sea más estupenda comparación, tu siembra de groseros edificios con el engaste de los fúlgidos luceros, o la bajada del diluvio con la bajada de la pintada mariposa.

No había más notas, y acabándolas de leer:

—Todo esto está bien –dijo el capitán–, pero me parece, señor poeta, que es obra larga la que usted ha emprendido, y más que no bastará ir notando tantos primores como debe de haber en este libro, sino que será necesario explicar algunas cosas, pues yo en lo poco que he visto de él las he hallado que sin explicación no pueden pasar. Tal es un lugar de la dedicatoria, en donde del varón virtuoso se dice:

Al filo o la cadena,
antes que a la maldad abono impuro,
darás gozoso la garganta o mano129.

»El cual abono impuro me huele a estiércol; aunque este reparo importa poco, pues cerca tenemos a la fragante Arabia, según que hablando con el mismo varón virtuoso dice más adelante:

Ya las regiones ricas
de la fragante Arabia o el cercano
yerto Trion visites vagabundo130.

»Visite enhorabuena cuanto quiera, y líbrelo Dios de dar en manos de algún cantero que con toda su virtud le dé mejor destino, pues el de virtuoso vagabundo no sé yo si pasará en la fragante Arabia o en el cercano yerto Trion. Pero ¿no me dirá el señor anotador de dónde está cercano este Trion yerto? Porque si el autor habla de la Arabia, es falso, testigos los mapas, y si habla de España (patria del varón virtuoso) tampoco dice verdad, testigos los mismos.

—De manera –respondió el poeta anotador– que hay que distinguir entre geografía antigua y geografía moderna. Usted sabrá la antigua, y así estará firme en que la Bahía de Hudson se halla parte en la zona fría y parte en la templada septentrional. Pues según la geografía moderna está de patitas la tal bahía en la zona tórrida, por señas que hace sin embargo de ello tanto frío que si para beber se llegan los labios al vaso se queda el pellejo pegado, y aun un hombre que, para impedir que se saliese la cerveza, puso un dedo en la rotura de un barril, tuvo el cuitado que dejar por allá parte del tal dedo (ita el autor del Diccionario Geográfico Histórico de las Indias o América, lo mismo es)131. Ahora bien, si la bahía de Hudson ha podido dar un brinco desde la zona fría hasta la zona tórrida, ¿qué dificultad hay en que el yerto Trion, que estaba lejos de Arabia y de España, haya dado otro brinco y se haya puesto cerca de la una o de la otra, o de la otra y de la una?

—Doblemos esa hoja, que en ese punto quedo satisfecho –respondió el capitán–. Los que no sé qué disculpa admitan son los versos sueltos. A mí por lo menos me parecen tan perversos

Que más bien quisiera ver
un toro suelto en el campo,
que en tal hombre un verso suelto
aunque sea desde un tablado132.

»Jamás he visto semejantes transposiciones. Pone un nominativo y luego, al modo que van enlazándose las cerezas, va enlazando oraciones y más oraciones, de manera que el verbo de la primera se ha de ir a buscar siete u ocho versos más adelante, y de aquí es que es necesario tomar aliento tres o cuatro veces para poder leer cualquiera de sus períodos poéticos. Yo creo (salvo meliori) que se propuso imitar a Góngora, y se salió con ello, porque en no poner nombre sin epíteto, venga o no venga, en trastornar las palabras, en toda la textura de los versos, es gongorino. Vaya para prueba un par de ejemplitos:p. 73

De los Discursos Filosóficos

Sembrados mil groseros edificios
por el campo espacioso, como brillan
engastados los fúlgidos luceros
por el cerúleo cielo en clara noche,
no a la soberbia ostentación o a aquella
que en la urbana ambición halló disculpa
civil magnificencia dedicados,
mas solo al beneficio de la vida,
a mil familias inocentes* daban
mansión a su inocencia conveniente133.

De las Soledades

Era del año la estación florida,
en que el mentido robador de Europa,
media luna las armas de su frente
y el sol todos los rayos de su pelo,
luciente honor del cielo
en dehesas azules pace estrellas;
cuando el que ministrar podía la copa
a Júpiter mejor que el garzón de Ida
naufragó y desdeñado sobre ausente
lagrimosas de amor dulces querellas
da al mar.

De los Discursos Filosóficos

La opinión insolente con altiva
cerviz, cual si se abrieran a sus ojos
las íntimas entrañas de las cosas,
o cual si a sus decretos inclinara
su torno el mundo o se rasgaran leves
los velos celestiales a su vista,
con ella hasta el retrete penetrando
donde tienen las causas su principio,
libre pronuncia134.

De las Soledades

A pocos pasos lo admiró no menos
montecillo, las sienes laureado,
traviesos despidiendo moradores
de sus confusos senos
conejuelos que, el viento consultado,
salieron retozando a pisar flores,
el más tímido al fin más ignorante
del plomo fulminante.

p. 74»Cotéjense lugares con lugares, y no se hallará más diferencia que la de ser más frecuentes, más violentas, más descomunales las trasposiciones de los Discursos Filosóficos. En los dos ejemplos tenemos en el primer verso los nominativos edificios y opinión; y sus respectivos verbos, daban y pronuncia, se hallan en el verso nono. Véase, pues, si podrán alcanzarlos con un par de galgos.

—De manera –respondió el poeta– que si ahí les tocó a los verbos estar a la cola, tengan paciencia y váyase por cuanto les toca el mismo lugar a los nominativos. Escuche usted:

Era un espacio de esplendor dudoso
iluminado apenas: clara sombra
u oscura claridad, cual tibio pasa,
amortiguado entre celajes pardos,
el brillo de la luna en turbia noche,
casi indecisos a la vista daban
menos despierta personajes varios135.

»¿Qué tal?

—Más que bien –respondió el capitán–, eso se llama pintar de mala mano y querer suplir las faltas del dibujo a fuerza de almazarrón. ¡Qué hojarasca!

La turbia noche: ¡gran cosa!,
el tibio brillo: mejor.
¡Escogidos epitetos!,
ambos de la orina son136.

—¡Lo que hace el no entenderlo! –respondió el poeta–. Pues sepa el señor capitán, para su gobierno, que desde que se usan versos no los ha habido que obren los portentosos efectos que estos mismos versos sueltos de que abomina. Como gramático, como filósofo, como poeta, como hombre de bien juro que por estos ojos vi lo que diré. Vi, digo, un enfermo de no dormir, al cual los médicos inútilmente habían aplicado cuantos remedios sabían y, como ya desahuciado pidiese un libro, por su dicha le llevaron ese de los Discursos Filosóficos. Comenzó a leer en él por los versos sueltos y, ¡oh maravilla!, luego, luego echó a roncar.

—Según eso –dijo el capitán– no mintió el que dijo que no había libro tan malo que no tuviese algo de bueno. Y usted debería publicar esa anécdota en el Diario137, porque ¿quién sabe si se tratará de retratar al tal autor? Y en tal caso le estaría bien el que se supiese que es poeta soporífero, para que así como al pie del heroico Ercilla se pone una trompa, y al del burlador Quevedo una ridícula carátula, a pie del retrato suyo se pusiese un lirón u otro tal símbolo del sueño138.

—Nada de eso es menester –respondió el anotador139–, porque la madre del enfermo, atribuyendo a milagro el repentino sueño de su hijo, mandó hacer de cera unos ojos dormidos y me los entregó para que cuidara de que se colgasen junto al santo aquel abogado del sueño, que yo sabría qué santo era. Y los tales ojos colgaré yo de la estatua del autor de los Discursos filosóficos, de la estatua que le he de levantar con el sobrante del producto de esta fábrica de versos. Y volviendo a sus versos sueltos, creo que ni el explicarlos ni el ponerles notas me ha de costar mucho trabajo. Alguno más me costaría el ajustarlos a la medida de mi fábrica, porque realmente los hay que se resisten a ella, tales como:p. 75

Responde: en juicio al areópago arrastra.
Nacido al mundo racional criatura140.

»Pero no soy reparón, y me hago cargo de que si los dedos de las manos no son iguales, sin embargo de que son de un tiempo mismo, no es extraño que no sean iguales los versos de unos discursos escritos (dice el autor) en diversos tiempos y con distintos fines, bien que él mismo dice, si no me engaño: Estas consideraciones me pusieron la pluma en la mano para escribir los Discursos que doy al público, cuando apenas era yo capaz de manejarla en asuntos frívolos141. ¿A cuál de estas dos declaraciones querrá que nos atengamos? Atengámonos a ambas, porque sin duda escribió los Discursos en diversos tiempos, pero siempre se verificó que los escribió cuando apenas era capaz de manejar la pluma en asuntos frívolos, cuanto más en los que son por sí tan serios y delicados. Pues escribiéselos cuando los escribiese, digo –respondió el anotador– que ojalá no se hubiera acordado de que había consonantes en el mundo. Ojalá hubiera escrito siempre versos sueltos, no hubiera escrito entonces:

Del oro altivo la abundancia fiera142

»Haciendo que alguno exclamase:

¡Oh, ley del consonante agria y severa143,
a más tú nos obligas que a los otros
del oro altivo la abundancia fiera!

»Ni hubiera tampoco dicho hablando de la tierra:

Ya si con la república que ofrece
sobre la hermosa faz de cultas flores
el humano deleite favorece144.

»Que hasta ahora no sé yo que ni con microscopios se haya hallado en las flores faz hermosa ni fea. Ni sé tampoco que haya nadie llamado cultas a las flores que las abejas pacen. Y todo esto hizo decir a tan gran poeta la fuerza del consonante, la misma que le hizo hablar en otros lugares con más que enigmática oscuridad, como cuando hablando de la tierra, dijo:

Ya si en sabrosos frutos afianza
a la vida, en la fértil primavera,
del aterido invierno la esperanza.

»Y como cuando exclamó:

¡Sociedad, sociedad! La justa tasa
que aplicaste al discurso de la vida
con su altura tal vez no se compasa145.

»En donde, así como en otras muchas partes, tendré yo, su anotador, que callar mi pico, o poner por escolio general el textecito qui possit capere, capiat, pues de cada uno de los tales lugares puede decirse lo que el autor a otro propósito:p. 76

Lóbrega sombra en tenebrosa noche,
cuando cubierto de preñadas nubes
lúgubre esconde su semblante el cielo,
no es comparable a la en que eternamente
este triste lugar está sumido146.

»Y aquí de paso es de advertir (pues ya que se confiesa lo malo, no debe disimularse lo bueno) que estos versos pueden en caso necesario servir de conjuros, pues no hay duda que a los mismos diablos pondrán miedo esta lóbrega sombra, esta tenebrosa noche, estas preñadas nubes, este lúgubre cielo.

»Pero el señor escolar se retira, sin duda creerá que va de veras. Pues en verdad que se priva de oír una cosa buena, porque voy a leer un soneto que me han encargado esta mañana, y repito que es cosa buena, ya que por otra cosa no sea, por lo extravagante, pues contiene una protesta que un tal don Quijote el Escolástico hace de seguir siendo esclavo de su señora Dulcinea, a pesar de verla enteramente transformada; y la tal Dulcinea es o la filosofía escolástica o la Summa de Roselli, que esto no me lo explicaron bien.

Ya había don Quijote salido a la calle, cuando oyó que le nombraba el poeta, y que hablaba asimismo de la filosofía escolástica y de Roselli. Parose, y sospechando si sería alguna burla que le querrían hacer los follones modernos, se volvió a entrar en el portal, a tiempo en que el poeta había ya sacado su papel y comenzaba a leer este soneto:

Maguer, señora, que con artes ruines
tu cuerpo hermoso y bien organizado
en corpachón grosero han transformado
los modernos follones malandrines.
Maguer que han vuelto en bárbaros latines
tu lenguaje por puro ponderado,
y tu cabello de oro y no dorado
de rojos bueyes en cerdosas crines.
Maguer que el ámbar gris que despedías
ajos crudos se ha vuelto en un instante,
y en nada eres tú ya la que solías.
Maguer de todo, de tan buen talante
tu esclavo me verás, como me vías,
hasta la fuesa siendo fiel andante.

Escolástico

—El soneto –dijo el capitán–, a lo que yo entiendo, no está del todo desgraciado, pero el sujeto que dio el asunto gasta demasiada ociosidad. ¡Qué rareza figurarse un don Quijote escolástico! Y digo figurarse porque no creo que haya hombre tan loco que, en el tiempo en que estamos, pretenda resucitar la filosofía escolástica. Dicen, señor poeta, que no hay ateístas de buena fe, y yo tengo para mí que otro tanto puede decirse de los escolásticos. Su terquedad no procede, no, de falta de convencimiento; procede de la mala vergüenza de confesar que han perdido miserablemente el tiempo, y que, si quieren saber, han de comenzar a estudiar de nuevo.

p. 77—De ese errado parecer han sido y son muchos –dijo don Quijote–, y el ponerme yo ahora a persuadir lo contrario fuera obra larga. Lo que yo sé decir es que el don Quijote escolástico de que se habla no es ninguna persona imaginada o supuesta por algún ocioso, sino que es persona real y existente. Lo que con razón me maravilla es que ande ya en bocas y en plumas de poetas, cuando me consta que no ha dos días aún que salió de su casa, y que todavía no le ha sucedido aventura que pueda haberlo hecho conocido.

—Pero por la cuenta lo debe ser de usted –dijo el poeta.

—Sí lo es –respondió don Quijote–, lo conozco tanto como a mí mismo. Pero ¿a qué viene el hablar por rodeos? Yo soy. Mi persona y no otra es la de don Quijote el Escolástico, el que con ayuda del cielo, que nunca falta a los buenos, ha de conducir a felice fin la empresa que ha cargado sobre sus hombros, el que ha de resucitar los felicísimos tiempos de la caballería peripatética, cuando de la filosofía podía decirse unus pastor et unum ovile147, el que defenderá la Suma Filosófica de Roselli, el que dará tapaboca a sus enemigos, los descomedidos modernos. Y diga el mundo lo que quiera, y haya o no militares* incrédulos que nieguen que hay escolásticos que lo sean de buena fe.

—¡Válame Dios, –exclamó el poeta– y qué ventura tan grande se me ha venido, sin saber cómo, a las manos! Dadme, valeroso caballero –y en diciendo esto se arrojó a los pies de don Quijote–, dadme vuestra diestra y permitidme que la bese mil veces por lo menos, ya que, por no estar puesto en uso el besar las lenguas, no puedo tener la satisfacción de besar la vuestra, esa lengua que ha de restituir su honor a la señora Filosofía Escolástica. Reconocedme por humilde esclavo de tan gran señora, que, ya que no tengo la dicha de ser caballero escolástico de profesión, lo soy en el afecto, tanto que, cuando veo a cualquiera de vuestra clase, recibo más gusto que el que pudo tener la materia primera uniéndose con la forma. Y por el contrario miro a todos esos sofistas que llaman filósofos modernos con más horror que el que tiene la naturaleza al vacuo.

Bene, bene –respondió don Quijote–, vivat, vivat: dignus est qui entret in nostro docto corpore148. Levántese usted, señor poeta, y ocupe primero mis brazos y luego su asiento, que yo huelgo lo que no es decible de que no se haya dejado llevar de la corriente de la novedad, y el señor capitán puede ver que no va el partido escolástico tan de capa caída como le parece, puesto que todos los días se refuerza con gente nueva. Aquí, aquí ha visto por sus mismos ojos declararse esclavo de la señora Filosofía Escolástica a quién sino al fabricante de versos de la calle del Príncipe, al alumno de Apolo, al favorito de las musas, el cual no dudo yo que esté pronto a profesar la caballería escolástica, siempre y cuando tenga proposición de ser armado caballero. Y ojalá le imitasen en pensar tan sanamente los militares, que yo entonces me atrevería a darles un consejo, porque ¿qué fruto saca un militar de todas sus fatigas y servicios? Pasados los años de su juventud, años de locura, en los cuales halla premio suficiente en traer vestido de dos colores y botón que relumbra, se halla con un sueldo que por más que lo estire no bastará a cubrir sus urgencias y, si sus achaques o su edad lo obligan a retirarse del servicio, ve que de su corto sueldo se le quita una gran parte. ¡Qué fortuna tan diferente la de un caballero escolástico! Pero quédese esto aquí, porque quizá no faltará en el corro quien trate de locura o de otra cosa peor mi celo.

Mientras así se explicaba don Quijote, el capitán lo miraba de hito en hito y entre sí decía:

p. 78—(Vaya que hoy sin duda da locos el calendario, y yo tengo la fortuna de tropezar con los dos mayores y más extravagantes que ha habido, hay y habrá. Parece que los dos han sido hechos en una misma turquesa149, y cada uno de ellos debe al otro el que no puedan llamarle sin par en locura, pero ¿quién me quita reírme a costa del loco escolástico, como me he reído a costa del loco poeta? La dificultad está en el modo de entrarle. Veré si puedo por este lado). Deje usted, señor don Quijote, que me maraville primero de lo que acabo de ver y oír, y luego le responderé que cuantos consejos pueda darnos en ese punto nos parecerán dictados por la prudencia misma, tan lejos están de pasar plaza de locura. Yo mismo muchas veces (¿y qué militar no?) he hecho todas esas reflexiones, y he venido a sacar en limpio que nosotros y nuestros padres, y nuestros padres y nosotros, no supimos, en cuanto a elección de carrera, lo que hicimos; y lo peor es que a los más no nos queda otro arbitrio que el de decir, como los condenados, ergo erravimus, porque nos llega tarde el desengaño. Esto supuesto, vuelvo a pasmarme de que usted haga alarde públicamente de su profesión, cuando yo creía que era llegado el tiempo en que los escolásticos no osarían parecer ante los ojos de la gente, o que por lo menos se guardarían de irritar a sus enemigos los filósofos modernos. Estos tienen muy en la memoria las censuras, las persecuciones, los encarcelamientos que padecieron Gassendo, Descartes, Galileis y cuantos principiaron a vengar a la razón de los ultrajes que por tantos siglos sufría150. ¿Dejarán, pues, que se les vayan de las manos las ocasiones de pagar a los escolásticos en la misma moneda? ¿Consentirán que un don Quijote escolástico no solamente trate de resucitar los antiguos tiempos de su filosofía, sino que se jacte de defender la misma Suma Filosófica? Pero yo quiero que por todo esto pasen los modernos, y que, satisfechos con tener de su parte a la razón, ni quieran molestar los tribunales con controversias que solamente deben decidirse en el tribunal de ella, ni procuren a los escolásticos otras penas que las del escarnio y de la mofa pública que han sufrido en otros países y están cerca de sufrir en el nuestro. Yo supongo que todo suceda así, pero, condenada la Suma Filosófica, ¿resta a los escolásticos, aun para con el mismo vulgo, otro recurso que el de protestar que la insuficiencia de un mal abogado no debe perjudicar a una buena causa, que la filosofía escolástica no es como la pinta Roselli, y que si ellos elogiaron a este fue atendiendo más al celo que mostró que a la defensa que hizo?

»Mía fe, señor don Quijote, aun cuando Roselli hubiera esforzado todo lo posible su defensa, deberían abominar de ella los escolásticos por el gravísimo daño que les ha ocasionado; pues ¿qué será si a este daño se añade el ser la defensa en sí misma capaz de echar a perder la mejor causa? Siempre la del escolasticismo me había a mí parecido desesperada, pero cuando vi los desmedidos elogios con que los escolásticos ensalzaban a su abogado, creí que, ya que la causa no permitía otra cosa, le habría dado por lo menos alguna apariencia, supliendo a fuerza de colores la falta de verdades y buenas razones. Y esto no porque ignorase yo que ni la oratoria, ni otra alguna arte en que entre el buen gusto, puede morar en uno con el escolasticismo, sino porque estaba enteramente persuadido de aquella máxima que las pasiones son un arte de la naturaleza, cuyas reglas son infalibles, y que el hombre más infacundo con pasión persuade más que el más elocuente sin ella151. En esta inteligencia cojo el tomo segundo de la Suma Filosófica, ábrolo acaso por el artículo de los movimientos opuestos y, comenzando a leer por las notas, es decir, por lo más ponderado de la obra, en tres páginas hallo* tres tan notoriamente disparatadas que el más miserable pedante se avergonzaría de que se las imputasen. Sigo leyendo, en el mismo y en otros lugares, y veo que el autor en todos los de la obra es el mismo, conviene a saber, un hombre a quien su pasión, en vez de suministrarle armas para defenderse, se las suministra para degollarse, un sofista que con la más necia satisfacción quiere hacer pasar las más claras verdades por sueños ridículos, y los sueños más ridículos por claras verdades. Véase, pues, qué autor tan digno de ser defendido por todo un andante escolástico.

Atento estuvo don Quijote a todo este razonamiento del capitán, y no menos atentos se mostraban éste y el poeta aguardando su respuesta. Hízoles esperarla un rato, y al cabo, sin perder nada de su gravedad, con voz pausada la dio en los términos siguientes.

i inocentes] inocente. En el apartado ERRATAS se repara el fallo del original.

ii o no militares] o no militares o no militares.

iii hallo] arreo hallo.

114 ‘He levantado un monumento más duradero que el bronce […] que no podrá derruir la lluvia pertinaz, el Aquilón impotente […]’ (Horacio, Odas, III.30).

115 Centeno se refiere a los Discursos filosóficos sobre el hombre de Juan Pablo Forner publicados en Madrid: Imprenta Real, 1787 (edición por la que cita), cinco en total y escritos efectivamente en verso. A partir de aquí Centeno emprende un comentario satírico demoledor, en clave filológica, de esta obra de su principal adversario literario, tanto que deja a un lado el objeto primero de su Quijote el Escolástico, la Suma de Roselli.

116 La publicación de los Discursos filosóficos sobre el hombre de Forner fue muy bien acogida en el Journal encyclopédique ou universel de Bouillon, que le dedicó un artículo en su número de febrero de 1788 (pp. 408–415), luego reeditado, en su traducción al castellano, en el número 137 del Espíritu de los mejores diarios, de 14 de julio del mismo año, pp. 154–157 (Elisabel Larriba, «L'attrait de la presse espagnole des Lumières pour l'information internationale: El Espíritu de los mejores diarios que se publican en la Europa [1787-1791]», Nouveau Monde Éditions, 2013, pp. 64–77, esp. pp. 73–74 y n.). Las Novelle letterarie pubblicate in Firenze (1740–1792), fue un semanario fundado por Giovanni Lami, que recogía informaciones varias, de teología, historia, derecho o ciencias.

117 ‘Dos como mucho’ (literalmente ‘dos o nadie’). Por el contexto y la formación clásica de Centeno, parece obvia la referencia a la primera de las sátiras de Persio, In scriptores ineptos [Contra los malos escritores]: «¡Oh, curas hominum!, ¡oh quantum est in rebus inane! –Quis leget haec? –Min tu istud ais? –Nemo hercule. –¿Nemo? –Vel duo vel nemo. Turpe et miserabile. Quare? […]».

118 La célebre canción Mambrú se fue a la guerra es versión española de una original francesa compuesta tras la batalla de Malplaquet (1709), en la que los franceses, que fueron derrotados, creyeron muerto al general inglés conde de Malborough. En El Apologista universal y con el propósito de criticar las versiones sacras de textos profanos, Centeno se refiere a Mambrú en términos similares a los que utiliza aquí (XIV, 267). Cantusar: ‘canturrear’.

119 La expresión proverbial (literalmente ‘ya es conocido de todos los ciegos y los barberos’, o sea, ‘conocido de todos’, dada la facilidad para propagar noticias de unos y de otros) deriva del verso de Horacio en Sátiras I.VII.3.

120 Tirados: ‘escasos’.

121 En realidad, la cita se encuentra a caballo de las pp. VI y VII de la impresión madrileña.

122 Discurso II, p. 72. Centeno cambia intencionadamente «filósofos» del original por «retóricos»: «¿Qué pretendéis, filósofos impuros».

123 En realidad, se trata de la p. XIII.

124 Más que al célebre «ut pictura poesis» horaciano (‘la poesía es como la pintura’), la alusión de Centeno parece remontarse a «la poesía es pintura que habla» («y la pintura poesía muda») de Simónides de Ceos.

125 Centeno se refiere al célebre sainete de Ramón de la Cruz, parodia de la tragedia neoclásica, en la que Manolo, recreación del soldado fanfarrón, y otros compinches de los bajos fondos madrileños, asimismo prototipo de la cobarde bravuconería, asumen los modos, básicamente verbales y metaliterarios, de los héroes clásicos. Lavapiés era uno de los barrios más populares y castizos de Madrid.

126 «Oro de tíbar» es hoy expresión desusada que indicaba el oro muy puro.

127 Esto es, ‘solo para los escogidos’, como el propio Forner, capaz, en este comentario demoledor de Centeno, de conciliar (supuestamente) en sus versos las realidades e imágenes más dispares, vulgares unas, elevadas hasta el ridículo otras.

128 Los versos pertenecen al soneto «Corre con pies de sonorosa plata» de Juan Pérez Montalbán (1602–1638). Ya Baltasar Gracián afea al poeta, novelista y dramaturgo el «lunar» de la «pintada mariposa» en un poema que, a no ser por ello, le resulta perfecto (Agudeza y arte de ingenio, discurso L).

129 La cita está en pp. VII-VIII.

130 En p. IX.

131 Centeno se mofa de la magna y afamada obra de Antonio de Alcedo (1735–1812), Diccionario geográfico-histórico de las Indias Occidentales o América… (Madrid: varias imprentas, 1786 y 1789, en 5 ts.). Las contradicciones climáticas y las anécdotas que menciona nuestro autor se registran, en efecto, en el t. II (Madrid: Imprenta de Manuel González, 1787), p. 393.

132 Centeno parafrasea los versos 57–60 del poema mitológico burlesco de Luis de Góngora «Aunque entiendo poco griego» (o Fábula de Hero y Leandro), eliminando la referencia a Boscán; en su inmediato contexto dicen así: «Cualquier lector que quisiere/ entrarse en el carro largo/ de las obras de Boscán/ se podrá ir con él de espacio,/ que yo a pie quiero ver más/ un toro suelto en el campo,/ que en Boscán un verso suelto/ aunque sea en un andamio» (cito por la edición de Antonio Carreño, Romances, Cátedra, 1982).

133 En la p. 58 de la edición madrileña.

134 En p. 64.

135 Del Discurso IV, pp. 127-128.

136 Como en otras ocasiones, los versos burlescos son del propio Centeno.

137 Aunque la mención del «Diario» pueda tener carácter genérico, Centeno alude seguramente al Diario (Journal… ) de Bouillon, vid. n. 74. En cualquier caso, el diario por excelencia (el primero cronológicamene de los españoles) es el Diario de Madrid, nombre que toma desde principios de 1788 el anterior Diario noticioso, curioso, erudito y comercial, público y económico, fundado en 1758 por Francisco Mariano Nipho,

138 Alonso de Ercilla (1533-1594) es el autor del poema épico La Araucana, que relata la guerra de Arauco, entre los españoles y los mapuches. Aunque autor de una obra extensa y variada, Francisco de Quevedo (1580-1645) fue valorado en su época, y lo sigue siendo en gran medida, ante todo como satírico (Los sueños) y festivo.

139 El narrador se refiere al poeta, quien, como ya se ha dicho antes, es el anotador de los Discursos Filosóficos.

140 El primer verso en el Discurso II, p. 79; el segundo es el primer verso del Discurso IV, p. 107.

141 Discurso preliminar, p. 27.

142 Discurso I, p. 38.

143 Como indica Ignacio Arellano, «el comentario metapoético sobre la fuerza del consonante es otro motivo habitual en las burlas literarias»; cfr. su Antología de la literatura burlesca del Siglo de Oro, II: Poesía de los segundones (Universidad de Navarra, 2019, Biblioteca Áurea Digital 53), en particular la edición del poema «Sobre los consonantes» de Baltasar del Alcázar, y especialmente las pp. 78 (de donde tomo la cita) y 79; en esta última menciona el caso del poeta que, condenado en el Sueño del infierno de Francisco de Quevedo, lamenta las consecuencias de sus comprometidas rimas. Dada la proximidad a nuestro texto («¡Oh, ley de consonantes dura y recia!»), me parece muy posible que Centeno conociera el precedente de Quevedo y también que, dada la genialidad de este, el motivo y la literalidad del verso se hubieran convertido en proverbiales cuando nuestro autor escribe.

144 Discurso I, p. 38, al igual que la cita siguiente.

145 Discurso I, p. 50.

146 Centeno adapta el último verso de la cita a sus intenciones: «aquel triste lugar está sumido» (Discurso III, p. 84)

147 ‘Un pastor y un rebaño’, cfr. Evangelio de san Juan X.16.

148 La expresión «digno es de entrar en nuestra docta corporación» tiene un obvio carácter burlesco, acaso deudor de un célebre pasaje del Enfermo imaginario de Molière (del tercer intermedio).

149 Turquesa: «molde para hacer diversas cosas» (DRAE).

150 Centeno cita aquí tres de los pilares del pensamiento científico, todos ellos enfrentados a la escolástica: el astrónomo, matemático y filósofo francés Pierre Gassendi (1592–1655), autor de Disertaciones en forma de paradojas contra los aristotélicos (1624); Galileo Galilei (1564–1642), condenado por la Iglesia por su defensa de las teorías copernicanas, y René Descartes (1596–1650), considerado el padre del racionalismo moderno, autor del Discurso del método (1637).

151 Se trata de una de las reflexiones (la número 8) de François de La Rochefoucauld (1613-1680; Reflexiones o sentencias y máximas morales… (trad. de Narciso Álvaro, París: Casa de Masson y Hijo, 1824, p. 3).