Capítulo X

—Larga y enojosa cosa sería, sin duda, el ponerme yo ahora a responder punto por punto a lo que acabo de oír. Sin embargo, yo pasara gustoso por todo el fastidio de una tal respuesta si se me hubieran opuesto silogismos o autoridades; mas no habiendo de uno ni de otro, podría responder que todo lo dicho son palabras que se las lleva el viento, y con esto tendría cumplido. Pero para que ni a mi silencio pueda darse en ninguna ocasión interpretación menos honrosa, ni con razón o sin ella pueda decirse que a un escolástico le faltaron nunca jamás palabras, en pocas respondo que pues la Suma Filosófica es la piedra del presente escándalo, y los puntos sobre que más carga la mano el escandalizado son la nota mandada poner al tomo segundo, y otras notas claramente disparatadas que diz que se hallan a renglón seguido en el mismo tomo segundo, artículo de los movimientos opuestos, todo está reducido a defender yo todo el tomo segundo in genere, y las tres notas mencionadas in specie; y así se verificará que si una puerta se cierra, otra se abre, quiero decir, que si en los tribunales comienzan a dar con la puerta en los ojos a los escolásticos, estos dirán que en buena hora se puso a llover, habiéndoles deparado el cielo un don Quijote Escolástico que sabrá cubrirlos con el yelmo de Mambrino, y apelar de todos los tribunales humanos, y del mismo tribunal de la razón, al tribunal de los argumentos. Sentareme, pues, y el señor capitán me argüirá o, al contrario, se sentará el señor capitán y yo le argüiré.

—Soy contento –respondió el capitán–, siempre que sea bajo de dos condiciones: la una, que, pues yo no sé ni latín escolástico ni silogismos, se ha de argüir en castellano y en prosa corriente; la otra, que pues todo lo que yo responda o arguya ha de ser tan claro que lo entienda cualquier niño que pase por la calle, ha de ser igualmente inteligible lo que el señor don Quijote diga asimismo, arguyendo o respondiendo. De manera que se dé por vencido cualquiera de los dos luego que tenga que recurrir a algún término o distinción que carezca de la expuesta claridad.

—Eso sí que es claramente –respondió don Quijote– no tener gana de argüir, pues, guardando exactamente esas condiciones, dudo yo que todos los escolásticos presentes y pasados pudieran sostener que ahora es de día, sin embargo de que no son más de las tres de la tarde. En fin, para que se vea la gana que tengo de venir a las manos, me allano desde luego a que no disputemos en latín ni en forma silogística, y no se me hable sobre el asunto más palabras, que harto es lo que cedo de mi derecho, y sabe Dios si algún día me lo pondrán por capítulo de residencia mis cofrades. Conque si acomoda el partido, haldas en cinta y lenguas a la obra152.

—Por aceptado el desafío –dijo el capitán–, y pues en la primera de las tres notas impugna Roselli la definición de los movimientos directamente opuestos dada por los comentadores de Newton, aquí estoy yo que la sostendré mejor que lo digo.

p. 80—Pues allá voy –dijo don Quijote–, pero sepamos antes que hay tres diversas castas de movimientos, como lo enseña el mismo Caballero de la Rosa. Estas tres castas son de movimientos ad quantitatem, ad qualitatem et ad ubi153. Ahora, la contrariedad puede considerarse en los movimientos de cinco maneras: primera, entre el movimiento ex sanitate y el movimiento in sanitatem; segunda, entre los movimientos ex sanitate y ex aegritudine; tercera, entre los movimientos in sanitatem et in aegritudinem; cuarta…154

Acabara su relación si no le tirara de los hábitos el capitán, diciéndole que lo diera por dicho, que

Non surdis Orpheus, non lippis divinus Apeles155.

—No será razón –añadió– que saque usted a lucir sus primores entre gente que no entiende de ellos. Allá se las haya a usted y a Roselli con sus motus ad ubi, expresión que será sin duda a sus orejas

Más apacible que al villano oído
el dulce son del rábano mordido156.

»Los que no profesamos la caballería escolástica tenemos, señor don Quijote mío, unos oídos tan así que nos descalabra esa su música, para nosotros música del cieno, que hace ruido desapacible y nada significa. Y lo que cuento de nuestros oídos entiéndase también de nuestra vista, que es tan poco perspicaz que no podemos percibir esos movimientos ad quantitatem y ad qualitatem. Y así cuando oímos a los escolásticos hablar de movimientos ab albedine in nigredinem, ab albedine in calorem, etcétera, se nos antoja que un borracho o uno que tiene la cabeza vuelta se queja de que se mueven el techo y las paredes y de que las luces están cabeza abajo157. En dos palabras, nosotros no conocemos más movimientos que los locales, o translaciones desde un sitio a otro sitio, y así son para nosotros movimientos directamente opuestos aquellos que van a partes opuestas, llevando rumbos iguales o por lo menos paralelos. Bajo este supuesto puede el señor don Quijote argüir lo que guste.

—Sí argüiré –respondió–, porque al buen pagador no le duelen prendas. Que si bien un caballero escolástico no está obligado a saber de paralelas, sabido es que como tal caballero puede argüir sobre cualquier cosa, entiéndala o no la entienda, sea la cosa sustancia o accidente, entidad o semi-entidad, movimiento per se in aliquid o solo per accidens158, además que no todos los tiempos son unos, y en el presente (gracias al Caballero de la Rosa, que nos ha abierto este camino) los escolásticos entendemos ya la farándula geométrica, y sabemos de líneas y de coluros. Argüiré pues, mas advierta antes el señor capitán que los escolásticos, cuando hablan de movimientos, ni están beodos ni tienen la cabeza vuelta, y antes de pronunciar una tamaña blasfemia pudiera, a fe mía, haber considerado que no ignoraría yo el refrán de piensa el ladrón… y la sentencia aquella de que al que tiene tericia todas las cosas se le antojan amarillas159. Dígolo porque su merced, como buen moderno, llevará que se mueve la tierra, y del primero que resucitó esa opinión no faltó quien dijese:

Pero yo con Oweno juzgaría
que acabó de cenar o navegaba
cuando le pareció que se movía160.

p. 81»Que también yo sé de versecillos. Pero quédese esto aquí y daré al mundo pruebas de que no todos los de mi profesión son rústicos y descorteses, que si antes han sido tales, ya (Dios loado) hay entre ellos quien en ser espejo de urbanidad y cortesía puede competir con los caballeros andantes. Vamos ahora al caso. Pero, ¡oh, siglo más que de hierro!, publícase que hay en la plaza bueyes que corren y matan hombres, y ved aquí que no hay zapatero que no arroje su tirapié ni sastre que no deje sus agujas por ir a ver el dignísimo espectáculo. Y entretanto se halla un caballero escolástico en campaña con los filósofos modernos, va a echar por tierra con solo un dilema los molinos de viento que estos follones han edificado con sus ponderados cálculos y observaciones, y se ve obligado el pobre caballero a triunfar en silencio, privado del estímulo que le daría la esperanza de mil vítores y festivas aclamaciones. Mas no ha de ser así. Por vida de mi señora, que no desplegaré mis labios como el señor capitán no haga venir su compañía para que presencie nuestro combate, y en el ínterin voy a rogar al sobrestante de la obra más inmediata que para el mismo efecto dé suelta a los peones161, que tal es la fuerza y virtud de la caballería escolástica que hasta los soldados rasos y los peones de albañil son personas capaces de admirar y de celebrar los triunfos de los que la profesan.

—Y aun solo a ellos y hombres tan sin letras como ellos pueden admirar las voces, las patadas y los esparavanes162 –respondió el capitán–. Pero ¿pensará el señor don Quijote que con poner esos reparillos huirá el cuerpo a la dificultad principal? No será así, por vida mía. Tomados están los puertos y, una de dos, o ha de argüir o, mal que le pese, ha de confesar que teme venir a las manos con el menor discípulo de los filósofos modernos, porque el miedo de que no se extienda la fama de su triunfo es miedo sin fundamento, empeñando yo, como empeño, mi palabra de hacer que se ponga en La Gaceta al lado de los triunfos de los rusos, aun cuando sea menester acortar algún capitulito de las sociedades económicas163. ¡Ea pues! O confesar que a los escolásticos no se les entiende de achaque de movimientos, o impugnar las doctrinas que acerca de ellos enseñan los modernos.

—A eso último voy –dijo don Quijote–, y eso de confesar que ignoran alguna cosa quédese para los filósofos modernos. Un caballero escolástico no podrá hacerlo sin pecar contra las leyes de la caballería que profesa, y sin ignorar que en Aristóteles y sus comentadores se halla todo lo que se puede saber. De manera que aun las respuestas a las razones y experimentos nuevos están en sus obras, more prophetico. Véase, si no, cómo el Caballero de la Rosa dice en la cuestión 16, artículo 2.1.2, § 603: Ad secundum respondemus cum… experimentum Hugenii praesuponere… porque este Hugenio apostaré yo a que es algún nuevo herejazo que podía entrar en la misma letanía que el Lebtniz y el Obest de quien hablan los escuderos o editores del Caballero de la Rosa164; y claro está que, siendo así, mal podría hallarse la respuesta a su experimento de un autor del siglo trece, si no fuera como llevo dicho. Yo estoy tan convencido de ello que tengo ánimo de escribir una prima primae ad mentem Aristotelis contra el globo aerostático, y una prima secundae sobre tomar el tabaco ad modum Aristotelis.

p. 82»No se ría usted, señor capitán, o, por mejor decir, ríase ahora que le vaga165, que dentro de un sí es no es más será tiempo de llanto que de risa. No, no me he olvidado de la definición de los movimientos opuestos. Dijo usted que eran los que se dirigen a partes opuestas por rumbos iguales o por lo menos paralelos. Pues pregunto ahora: si las direcciones de esos movimientos fuesen en el principio iguales o paralelas, y luego dejasen de serlo, ¿serán directamente opuestos los tales movimientos? Cuidado con pensar bien la respuesta, porque si se me responde que sí, ergo para ser directamente opuestos los movimientos no es necesario el que lleven direcciones iguales o paralelas; si se me responde que no, ergo apenas hay oposición directa de movimientos, pues apenas hay movimiento cuya dirección no turbe alguna causa exterior. Desembarácese usted de este argumentillo, que, como lo haga, yo le doy permiso para que a carcajada suelta se ría de todos los caballeros escolásticos en general, y de mí en particular.

—Así lo haré –respondió el capitán–, pero, por mucho que me ría, no será tanto cuanto me reí cuando llegué a ver ese mismo argumento en el padre Roselli o (como usted dice) en el Caballero de la Rosa. Es el gran reparo que pone a los comentadores de Newton, y lo opone con una satisfacción tan grande que será milagro que el día que lo pensase no tuviese que aflojarse la correa, y aún quiera Dios. Sin embargo, el tal argumentillo en un lógico de quince días era digno de las disciplinas, y si no a la prueba:

»Juan y Pedro (reduciremos a este ejemplo el caso de la pregunta para mayor claridad), Juan y Pedro caminan el uno a oriente y el otro a occidente, llevando rumbos paralelos. Siguen en esta dirección una milla, y luego la pierden, torciendo uno o ambos el camino. Pregunto (dice Roselli), ¿los movimientos de Juan y Pedro son directamente opuestos? Y antes de responder véanse bien vistos los modernos, porque si me responden que sí, que son movimientos directamente opuestos, darán en este escollo, y si me responden que no lo son, darán en el de más allá. Pues, para no dar en uno ni en otro, responden que sí y que no, que son movimientos opuestos hasta la mitad, y que desde ella en adelante no lo son. La razón (añadirán) se salta a los ojos. Según nuestra definición son movimientos directamente opuestos los que se dirigen por rumbos paralelos a partes opuestas. Juan y Pedro se mueven una milla por rumbos paralelos a partes opuestas (oriente y occidente), luego sus movimientos hasta la milla son directamente opuestos. Mas Juan y Pedro, llegado que han a la milla, pierden la dirección paralela, luego desde la milla en adelante sus movimientos no son directamente opuestos. Y en general, los movimientos a partes opuestas que supone Roselli son paralelos en el principio, luego en el principio son opuestos directamente. Después se apartan del paralelismo, luego después no son directamente opuestos. Este modo de responder es tan obvio que a cualquiera que no fuese escolástico se le habría ofrecido. Y respondiendo así, sin duda que puede Roselli echar en escabeche su dilenma* o argumento cornuto166.

p. 83»Pero demos de barato que nos hallamos entre los cuernos del toro roselliano167: no hay remedio, o hemos de responder que los movimientos en cuestión son directamente opuestos, o que no lo son. Pues digo que no son directamente opuestos. ¡Ah!, pues entonces (concluye Roselli) apenas se verificará oposición directa de movimientos, porque apenas hay movimiento que no sea turbado en su dirección por alguna causa exterior. Sobre eso, reverendísimo mío, hay mucho que decir y, en primer lugar, ¡qué pena para el género humano el que sea rara la oposición directa de movimientos! ¿Perderemos (así Dios te salve) mucho en no llevar a menudo caminos contrarios, porque no tropezaremos sino rara vez?; ¿en que no soplen muchos vientos encontrados, porque serán pocos los torbellinos?; ¿en que no se encuentren frecuentemente unas nubes con otras, porque entonces serán raras las grandes tempestades? ¿Y quién te ha dicho que apenas hay movimiento que no sea turbado en su dirección por alguna causa exterior? Supongamos que, en vez de haberte alistado en la milicia religiosa, te hubieses alistado en la milicia profana y te hallases de centinela en un espaldón paralelo a la muralla de una plaza sitiada168. Pregunto: si advirtieses que desde la muralla te disparaban una porción de bala, ¿te daría gana de reír? Yo creo que no, y que te llenarías de pavor, como todo hijo de madre. Pues en verdad, Roselli, que apenas tenías que temer, pues para que las balas te tocasen al pelo de la ropa era necesario el que llevasen un movimiento recto no turbado, y según tu misma doctrina apenas hay movimiento cuya dirección no turbe alguna causa exterior.

—Lo que yo sentiría –dijo a esta sazón don Quijote– es que el señor poeta, que está con tanta atención escuchándonos, se fuese al gran visir de los turcos y le pusiese en el pico eso que usted acaba de decir, porque ¿quién podría averiguarse con los señores musulmanes, si hechos escolásticos cayesen en la cuenta de que es fantástico el miedo que se tiene a los cañones169? ¿Qué baterías, qué murallas, qué ciudadelas bastarían entonces a contener su furia? Bien que si su majestad imperial se aconsejase conmigo, todo estaba reducido a enviar a España por una media docena de caballeros escolásticos que enseñasen a sus guerreros la misma doctrina, y quizás, y aun sin quizás, caballero escolástico habría que él solo bastase a hacer este milagro. Y vosotros, guerreros, ¿hasta cuándo pensáis estar engañando al mundo? Si os preguntamos por qué para hacer la guerra apenas usáis otras armas que las de fuego, y por qué trescientos años ha apenas se valían de ellas, nos respondéis que esta es una de las muchas mudanzas que trae consigo la serie de los años. Os engañáis o pretendéis engañarnos. Para valerse de las armas más a propósito todos los tiempos son unos, y el haber sustituido el cañón y el fusil en lugar de la lanza y de la espada no ha sido por ser los tiempos diversos, sino por ser diversas las personas. Los que peleaban en aquella edad de oro eran todos escolásticos, y como tales sabían que habiendo apenas movimiento cuya dirección no turbe alguna causa exterior, apenas puede haber bala que llegue al lugar o persona contra quien se dirige. Por otra parte, eran hombres de veras y no entendían de guerrillas galanas. Pero vosotros, los que hacéis profesión de guerreros en esta edad de hierro, o por despreciar la doctrina de los caballeros escolásticos habéis caído en el error de temer las armas de fuego, o sabiendo que apenas pueden dañar seguís valiéndoos de ellas, porque vuestra cobardía no os permite venir a las manos con los enemigos. Pero ya os ha llegado vuestro sanmartín. Bien podrá ser que de aquí en adelante haya generales que se estén cuatro años delante de una plaza, que para no embestirla se disculpen con que tienen tales y cuales baterías, tantos y cuantos cañones, que logren con estas apariencias engañar a su nación y a su monarca. Todo esto puede suceder. Mas no sucederá que nos den papilla a los escolásticos, que sabemos por Roselli que todos los cañones del mundo solamente pueden poner miedo a hombres o más ignorantes que los rocines o más cobardes que las liebres. ¿Qué tal, señor capitán, digo algo o me quiebro la cabeza? ¿Es inútil la física escolástica, sí o no? Y esto es que la Suma Filosófica está encantada, que, si no, ahí fuera ello el provecho que se sacaría de su lectura.

p. 84—Ahora sí –dijo el capitán– que el señor don Quijote ha dado en el hito. La Suma Filosófica está encantada, y ni más ni menos todos los caballeros escolásticos, pero el desencantar a estos es cosa tan sumamente fácil que basta con querer para conseguirla, sin haber necesidad de vapulamiento* ni de cosa que lo valga. Algún rato más difícil me parece a mí desencantar la Suma Filosófica, porque, a lo que he visto, coge el encanto de pies a cabeza todas las notas del tomo segundo. No, no es fácil que hubiese hombre que se atreviese a estampar iguales despropósitos. Después de la disparatada nota en que se impugna la definición que de los movimientos opuestos dan los newtonianos, se siguen en la hoja inmediata dos notas aun más primorosas. No son contrarios dos movimientos (se lee en la Suma Filosófica, quaestio 19, artículo I, § 681) porque principien de partes contrarias. No pongo dificultad en que escribiese esto Roselli, ¿pero cabe en su ingenio sólido, elevado y claro la nota que por vía de explicación se añade al margen? ¿Es creíble que yendo a poner un ejemplo de dos movimientos que tienen principios contrarios, pusiese un ejemplo de dos movimientos que tienen un mismo principio? La avaricia y la prodigalidad (se dice en la nota) son dos vicios mutuamente opuestos y, sin embargo, si un avariento y un pródigo hicieren actos de justicia, sus movimientos no serán contrarios. Más valiera que fueran contrarios, naciendo de un mismo principio. Entre los escolásticos es muy común la cantilena de medicus cantat, sed non ut medicus, sed ut musicus170. ¿Tan nuevo eras en el mundo escolástico, malaventurado anotador que tal nota pusiste, que no la habías oído? La avaricia y la prodigalidad son dos vicios opuestos, es verdad, pero ¿hacen actos de justicia el avariento y el pródigo como tales, o los hacen como justos?

p. 85»En la otra nota no solamente manifiesta el maleante encantador su ignorancia sino también su mala fe: Es falso (escribe con gran satisfacción) lo que enseña Descartes de que el movimiento no es contrario del movimiento, sino que el movimiento es contrario de la quietud. Si este malandrín hubiera puesto el texto de Descartes, no hubiera tenido valor para impugnarlo. Pero el señor don Quijote me perdonará el fastidio de que yo lo refiera, pues lo tengo muy en la memoria: Es de notar (escribía Descartes) que un movimiento de ninguna manera es contrario de otro movimiento igualmente veloz. De modo que en esto de movimientos hay solamente dos contrariedades: una entre el movimiento y la quietud… o también entre la celeridad de un movimiento y la lentitud de otro, otra entre el rumbo del movimiento hacia una parte y el rumbo del mismo hacia la parte opuesta. Veamos ahora cómo nuestro anotador impugna esta doctrina: Es falso (dice) lo que enseña Descartes cuando escribe que el movimiento no es contrario del movimiento sino que el movimiento es contrario de la quietud, porque o habla de la quietud que es término ex quo principia el movimiento, o de la quietud que es término ad quem el movimiento se dirige. Si habla de la quietud que es término ex quo, concedemos que es contraria del movimiento. Pero infiérese de esto mismo que el movimiento es contrario del movimiento, pues si dos cuerpos que están parados se movieren y se acercaren a dos sitios opuestos, opuestos serán sus movimientos. ¿Qué respondería Descartes a un argumento de esta clase? Reiríase en primer lugar de la distinción entre quietud ex quo y quietud ad quem. Si ambas son quietudes, ambas serán contrarias del movimiento, o no lo será ninguna. Es necia, pues (escolástica diría él), semejante distinción. Por lo demás, el razonamiento es excelente: si dos cuerpos se mueven a partes opuestas, serán opuestos sus movimientos, luego el movimiento es por su naturaleza contrario del movimiento. Estas son las consecuencias que enseña a sacar el fárrago lógico de los escolásticos. Estas las verdades para cuyo conocimiento preparan a la razón sus importunas sutilezas. De dos cuerpos que se mueven a partes opuestas, como oriente y occidente, no puede inferirse que un movimiento sea por su naturaleza contrario del otro (que fue lo que negó Descartes cuando dijo que un movimiento no es contrario del otro movimiento igualmente veloz). Lo que se infiere es que la dirección, el rumbo, el camino del un movimiento es u opuesto o contrario a la dirección, al rumbo, al camino del otro. Y esto con sobrada claridad lo dijo también Descartes. Es verdad que dos movimientos que se dirigen a partes opuestas por rumbos iguales o paralelos se suelen llamar indiferentemente movimientos directamente opuestos y movimientos contrarios. Pero cualquiera conoce que el epíteto contrarios recae sobre la dirección, no sobre la naturaleza de los movimientos. Cualquiera echa de ver que el movimiento de Juan que va a oriente es tan movimiento como el de Pedro que camina a poniente, y que cada uno de ellos es contrario de la quietud del caminante de quien es movimiento. Vergüenza es pararse en cosas tan claras, pero se trata de hacer conocer las notas de la Suma Filosófica al señor don Quijote Escolástico y a su compañero.

p. 86»Vamos ahora a la quietud que es término ad quem; de la cual (así el anotador) no puede decirse que sea contraria del movimiento, porque esta quietud es remate del movimiento, es decir, que este se termina en la tal quietud. Siendo pues el movimiento causa de la misma quietud, no puede ser contrario de ella, porque ningún opuesto es causa de su opuesto. ¿Podrá embrollar más el abogado más abogado? El movimiento no es contrario de la quietud, porque esta es remate del movimiento. Luego según eso podremos asegurar que ni la hambre es contraria de la hartura, ni la vida de la muerte, ni la luz del día de las tinieblas de la noche; porque la hartura es remate de la hambre, la muerte es remate de la vida, las tinieblas de la noche son remate de la luz del día. En cuanto a lo demás de que el movimiento es causa de la quietud y ningún opuesto es causa de su opuesto, parece que el anotador quiso hacer lo que los poetas conceptistas, que otros llaman poetas escolásticos. Suele uno de estos ponerse a dificultar, muy de propósito, que la nieve es contraria del fuego. ¿Cómo, pues, podrá ser que la nieve de Clori le abrase al mezquino de Tirsis las entrañas?171 No hay duda que para sacar al poeta de su apuro el remedio único sería llegarse uno y tirarle de la manga, advirtiéndole que la nieve enfría y el fuego calienta. Pero esto no se entiende del fuego de la nieve poéticos, porque estos ni enfrían ni calientan. Así pues, un opuesto no puede ser causa de su opuesto. Pero esto no se entiende de las causas escolásticas y el movimiento es causa escolástica de la quietud. Cate usted, señor don Quijote, las notas de la Suma Filosófica.

—Las notas de la Suma Filosófica encantada ha de decir usted –replicó don Quijote–, porque las notas de la Suma Filosófica eran vastísimas, las más juiciosas y sólidas, llenas de sabiduría y de una erudición increíble. Sed sic est que las notas esas solamente tienen la cualidad de vastísimas, esto es, larguísimas y cumplidísimas, ergo solamente en cuanto larguísimas y cumplidísimas serán las notas de la Suma Filosófica primitiva. De todos modos, usted debería lastimarse de la desgraciada transformación que han padecido, y no que se está divirtiendo en referir e impugnar las necedades que les han añadido los encantadores; y ¿quién sabe si habrá algún Sancho a quien aún ahora parezcan juiciosas y sólidas esas notas mismas que a nosotros nos parecen tontas y cimentadas en falso? Y vosotros, sabios editores, ¿qué hacéis que no os dais los tres mil y quinientos azotes recetados para su desencanto? ¿Sufriréis que malas lenguas estén achacando a la Suma Filosófica las sandeces y vaciedades que son obra de los perversos encantadores? ¡Ea, que no! Yo espero que con toda brevedad acabaréis el tal vapulamiento, y más que quizá tendréis que comenzar luego con otra igual tanda de azotes a cuenta mía, pues también debo de estar encantado. Dígalo si no el señor capitán, que unas veces hace que se conforma con las alabanzas a la caballería escolástica y otras blasfema de ella, y no se desmandara de esta suerte en presencia mía a no creerme encantado, porque, ya que otra cosa no le contuviera, contendríale el miedo del castigo que yo daría a su temeridad.

p. 87—Es el caso, señor don Quijote, que también parece que me ha cabido alguna parte de encantamiento –dijo el capitán–. Mía fe que si blasfemo de la caballería escolástica es sin querer o, por mejor decir, es a despecho y pesar de mi corazón y de mi lengua. Voy a emplearla en alabanza de tan ilustre profesión, y se me anuda la voz en la garganta. Trabajo por hablar, y al cabo de muchos esfuerzos vengo a pronunciar ajos, y lo que quería decir era cebollas. Vea usted si es trabajo el mío. Pero consuélame el saber que esta dolencia de encantamiento se cura, según usted, con azotes en posas ajenas. Y consuélame también el conocer que, ya que los encantadores se divierten en hablar por mi boca, no me han quitado el ser el primero a quien maravilla, pasma, aboba un nuevo descubrimiento matemático que se halla en la Suma Filosófica, descubrimiento tal que, si yo hubiera sido su autor, no me contentara con sacrificar cien bueyes al numen tutelar de las matemáticas. Veo a usted colgado de mi boca, esperando qué nuevo descubrimiento será este, y aun temiendo acaso que después de tantas ponderaciones venga a ser el parto de los montes. No, señor don Quijote mío, no hay que temer, hablo de veras; solamente que soy un tanto apasionado de Newton y de don Jorge Juan, y temo por la fama de los dos, luego que haga público lo que voy a decir172. ¡Pobres geómetras! Todos hasta aquí habéis tenido por artículo de fe matemática que para formar un ángulo son necesarias dos líneas. Como que el ángulo, según vuestra definición, es la abertura formada por dos líneas que concurren en un punto. ¡Pobres geómetras! Sabed, miserables, que hay ángulos formados por una sola línea. Pero mejor que yo os lo dirá el padre Roselli: Motus autem circularis magis est unus quam rectus, sicut linea recta magis est una quam linea habens angulum (el movimiento circular es más uniforme que el recto, así como una línea recta es más uniforme que una línea que tiene un ángulo)173. Y no me digáis que por esta línea habens angulum pudo entender una línea que entra o concurre con otra a formar un ángulo. Semejante interpretación se opone a su sentencia, porque o la línea que concurre a la formación de un ángulo es recta o es curva, y, si es curva, o es regular o irregular. Ahora pues, si es recta o curva regular, tan uniforme es como la recta más uniforme, porque ¿qué tiene que ver con la uniformidad de una línea su concurrencia a la formación de un ángulo? Y si la tal línea que concurre a formar el ángulo es irregular, es ciertamente menos uniforme que una línea recta, pero es menos uniforme de suyo, y no por venir con otra a formar el ángulo, de suerte que será igualmente menos uniforme en el caso contrario de ser la recta la que concurra a formarlo. Todo esto quiere decir que, para salvar la proposición de que una recta es más uniforme que una línea habens angulum, es necesario que por esta línea habens angulum entendamos una línea que de por sí sola lo forma, pero eso, me replicáis, es incomprehensible. Lo será para vosotros, que todo lo queréis ver por vista de ojos, y para convenceros de que dos y dos son cuatro (que es una verdad de perogrullo) vais a hacer garabatos en el papel o en la pizarra. Id, os ruego, siquiera un par de años a una cátedra de filosofía escolástica, que en ella os enseñarán a elevaros sobre la imaginación y a no dejaros llevar de los objetos sensibles tanto como os dejáis llevar ahora. Entonces formaréis idea de los mismos no entes, y comprehenderéis que para formar un ángulo basta con una línea. Lo peor será que los escolásticos no se contentarán con este primer paso dado por Roselli, sino que se adelantarán a sacar de su descubrimiento un sin número de consecuencias. Asentarán, verbi gratia, que para formar un cuadrilátero basta el concurso de dos líneas, cada una de las cuales tenga un ángulo, y a este tenor irán cercenando líneas a todas las figuras, y con esto vínose a tierra la geometría de ahora, y con ella todas aquellas ciencias que la tienen por cimiento.

p. 88—¿Ha de creer usted –dijo don Quijote– que siempre he pensado que, para conocer a fondo el mérito de la Suma Filosófica, es necesario saber algo más que filosofía? Yo creo que, si la leyéramos teniendo alguna tintura de las matemáticas, hallaríamos mil portentos. Como quiera, con solo ese descubrimiento nos basta para dar tapaboca a los modernos. ¿Qué descubrimientos (nos dicen estos) debemos a vuestra filosofía al cabo de tantos siglos que ha reinado despóticamente en Europa? ¿Qué descubrimientos? Muchos (respondo yo) le debéis, aun cuando no se cuente más que uno, que dará lugar al nacimiento de unas nuevas matemáticas. Un tal descubrimiento siempre acarreará, cuando no más, tanta utilidad como todos los vuestros, pues si se atiende al modo de que ha sido hecho, no hay términos de comparación. Vuestros descubrimientos por la mayor parte han sido fruto de repetidas observaciones y experiencias, de largos viajes y costosas expediciones literarias, del auxilio de muchos instrumentos, y nuestro Roselli para mí tengo que hizo su descubrimiento calamo currente174, sin más expedición literaria que subir y bajar de su cátedra de filosofía ni más instrumentos que la cuchara y el tenedor. ¿Pero dónde me extravío yo a ponderar lo glorioso que tal descubrimiento será a todo el escolasticismo, olvidándome entretanto de mostrar mi reconocimiento al bienhechor que me ha dado tan agradable noticia? Concédame usted, señor capitán, que le dé sesenta besos cuando menos.

Diciendo esto, se acercó al capitán con ánimo, a lo que pareció, de darle los besos que decía. Pero quiso por la cuenta dárselos a la francesa y, como ninguno de los dos debía de estar ducho en esta usanza, vino a suceder lo mismo que cuando dos van a tropezarse y, queriendo evitar el encuentro, lo repiten media docena de veces a cada lado. Sucedió, digo, que cuando don Quijote iba a besarle la mejilla derecha, le iba a presentar el capitán la izquierda, y se hallaron nariz con nariz. Iba don Quijote por deshacer la equivocación a besarle la izquierda, y por deshacer la equivocación iba el capitán a presentarle la derecha, y se volvían a encontrar. De este modo se estuvieron cabeceando un rato, y ya los sombreros de ambos rodaban por el suelo, y aún don Quijote seguía con su tema, y siguiera más si no le llamara la atención el poeta que entró precipitadamente de la calle. Al ruido volvió la cara y dejó en paz la del capitán, y el poeta, sentándose gravemente en su silla, la mesa por delante

—No hay que temer –dijo–, que a todos alcanza la inmunidad del monte Parnaso. Ahí viene la endiablada calcetera con dos alguaciles, no sé si de Eaco, de Minos o de Radamanto175, aunque bien sé que juez de inferior categoría no se atreverá a enviármelos. Dejadlos estar conmigo, y no hay que temer.

Al acabar el poeta estas razones, entraba la calcetera capitaneando los alguaciles, ella muy ufana y ellos muy severos, y sus varas muy afianzadas, y el más viejo de los dos

—¿Quién es –preguntó– el que diz que tiene aquí una cátedra?

—Antes de responder –le contestó el poeta– debo advertir que si respondo es de mera gracia, pues en rigor podría y debería declinar jurisdicción, reclamando a la corona poética por mí y por estos señores, que a todos se extiende la sombra del laurel sagrado. Pero quiero ceder de mi derecho, y digo que yo soy el catedrático y el poeta.

—Pues usted, señor catedrático y señor poeta, me mostrará la orden en virtud de la cual haya ocupado este portal, y ha de ser la tal orden de juez competente.

p. 89—Aun ahí será el diablo –dijo el capitán–, porque no se trata de haber puesto aquí alguna máquina de gatos, ni de sombras, ni algún despacho de sebo simpático176. Trátase, como quien no dice nada, de una cátedra de filosofía y una fábrica de versos, y no sé yo quién deba dar su permiso para tales cosas, a no ser que toque darlo al Apologista Universal o a su Teniente.

—¡Buenas trazas lleva! –replicó el poeta–. Encargada tengo yo una sátira contra los dos (si es que el Apologista y su Teniente son dos).

—Dos son –respondió al capitán–, aunque cada uno de ellos hallará su misma persona en la persona del otro por la regla de amicus est alter ego177.

—Pues digo –continuó el poeta–, que voy a componer una sátira contra ellos, por encargo que me han hecho. Que a mí no me son conocidos para bien ni para mal. Y la sátira ha de dirigirse contra su pereza y ociosidad, pues por la cuenta comenzaron a ser apologistas de los escritores de mérito, y se han echado a dormir ahora que hay un ciento de ellos que están clamando por apología. Esta es la materia que me han señalado, pero me dejaron en duda acerca de si el Apologista y su Teniente son dos personas o una con dos nombres. Mas pues el señor capitán asegura que son dos, será así como lo asegura. Y entonces su pereza vendrá quizá siendo el caso del refrán uno por otro y la casa por barrer. Tornando al propósito de antes, digo que tengo para mi cátedra y fábrica el permiso, y aun mandato de quien únicamente puede darlo. Aunque mejor será que callen barbas y hablen cartas178.

Dijo, y echando mano a la faltriquera sacó un papel más mugriento que limpio, y continuó:

—Esta es la orden, la cual fue publicada por bando y yo he cuidado de ponerla por escrito, expresando dónde, cómo y cuándo la oí. Atención, y se verá.

Con estas prevenciones y la de destoserse, comenzó a leer estos versos:p. 90

Allá a la media noche en el silencio
luciendo estaba entre menores astros
lab plateada luna oscuramente;
y yo en mi estudio, inquieto y desvelado,
ya me sentaba, ya me paseaba,
ya en un pie me ponía, ya en entrambos,
el consonante del noveno verso
de una maldita décima buscando.
Uña no me quedó que no royera,
y la cabeza ya por más de un lado
tenía de rascarme ensangrentada,
cuando confuso, triste, despechado
hago temblar de un golpe mesa y libros,
y de Febo y las Musas renegando,
a Dios, digo, poetas, a Dios, locos,
de vuestra estrecha religión me salgo.
Esto hecho, me siento, me esperezo,
cierro los ojos y, extendiendo un brazo
sobre el otro, me quedo dulcemente
dormido sin saber cómo ni cuándo.
En esto me parece que me veo
al pie de un alto monte, que el Parnaso
sería por la cuenta; yo a su falda
estaba, como digo, y a mi lado
izquierdo mucha gente se veía,
toda formando corro, como cuando
del gran Francisco Esteban las hazañas
algún ciego en la plaza está cantando179.
Yo, pues, me fui llegando poco a poco,
y, cuando cerca estuve, con cuidado
apliqué los oídos y oír pude
clara y distintamente aqueste bando:
don Febo, por la gracia de la Poesía,
monarca de las musas, del Parnaso
y del Pindo, archiduque de la Aurora,
marqués de la gran fuente del caballo,
conde de los oráculos de Delfos
y señor del de Delo; a todos cuantos
pueda pertenecer, nuestros poetas
de cualquier clase, condición y estado;
épicos, líricos, trágicos y cómicos;
villancieres180, copleros, saltambancos181,
etcétera: salud y consonantes.
Sepades que, queriendo a mis vasallos
dar muestras del aprecio que me debe
el mérito de aquellos que inspirados
de mi numen divino al alto templo
de la inmortalidad van aspirando,
y queriendo otrosí que desde ahora
cese el error aquel vulgarizado
de que pobre y poeta son sinónimos;
movido allende de esto de que estamos
en unos tiempos en que las deidades
todas, cual más, cual menos, tienen trato;
puesto que Venus vende sus ternuras,
que vende el fiero Marte sus soldados,
que vende Proserpina los sepulcros,
y en fin todo se vende, quiero y mando
que se ponga una fábrica de versos
en la calle del Príncipe, al cuidado
de mi alumno el poeta… aquí su nombre,
del cual habrá de ser preciso cargo
dar por el precio que ajustar pudiere
los versos que le fueren encargados,
bien castellanos sean, bien latinos.
Y si así lo cumpliere, lo tomamos
bajo de nuestro amparo. Y esta orden
publíquese del modo acostumbrado.

______________________________________________

b ¿Quién a la luna plateada ha hecho/ lucir en el silencio oscuramente? Este es el cuadro más bello (le tableau plus beau) que he visto en los poetas españoles. Filoatleias en sus Reflexiones sobre la Poesía182.

p. 91Acabó sus versos el poeta, a pesar del alguacil preguntador que por dos veces intentó interrumpirle, y no pudo, impedido de la risa que le causaba semejante extravagancia. Reíanse igualmente todos los demás, pero ya le pareció al alguacil que aquello pasaba la raya, y así, recobrando su seriedad, dijo al poeta:

—Tiempos y lugares hay de burlas, mas con la justicia en ningún tiempo ni lugar puede parecer bien. Muéstreme usted incontinente la orden que le he pedido, y si no véngase conmigo.

—Voto a tal –replicó don Quijote– que no ha de ir, porque es miembro de la caballería peripatética, y aquí está el mismo don Quijote Escolástico, que sabrá sacarlo de las manos de los caldeos, cuanto más de las de dos miserables alguaciles.

—Dejémonos –dijo ya muy encolerizado el alguacil–, dejémonos de quijoterías, y hágase brevemente lo que digo, donde no, por la vara que empuño que lo echaré todo a trece183.

—Por mí –respondió don Quijote– aunque lo echéis a doce, pero el poeta no ha de salir de aquí.

—Sí saldrá, y vos delante –gritó el alguacil.

Y se adelantó a echarle mano, pero recibiolo don Quijote con un revés que le echó a rodar la peluca y el sombrero, y ya desde este instante todo fue turbación. Don Quijote, por sí o por no, se llegó a un rincón del portal y se armó de varios libros que tenía allí el poeta. Este, viendo tan honrada determinación, se le agregó, armado asimismo de otros libros. Y el alguacil por su parte, recogidos sombrero y peluca, distribuyó entre su gente los que habían quedado sobre la mesa, y luego, echando mano a la puertecilla de la calcetera para que le sirviese de rodela184, se acomodó entre la puerta de la calle y la pared, desde donde (con gran risa del capitán que todo lo miraba desde la escalera) mandaba su tropa:

—Aprovechad, hijos, los primeros golpes, porque el que comenzó bien tiene andada la mitad del camino para vencer. ¿Qué os detenéis? No os amedrenten los enemigos, que nunca los poetas ni estudiantes fueron valientes sino de lengua. Y sobre todo aquí estoy yo.

—Lo mismo que si no estuviera nadie –dijo la calcetera–. En verdad que bien sabéis guardaros.

—Lo mismo, doña deslenguada, hacen todos los buenos generales –respondió el alguacil–. Más haré yo desde aquí, mandando mal, que vos desde ahí peleando bien. En resolución, menos palabras y más obras. Y a ellos. Pero tate, que no es de hombres prudentes querer hacer por fuerza lo que pueda conseguirse buenas a buenas. Usted, señor poeta, y usted, señor su compañero, ¿se vendrán con nosotros?

—¿Por qué no? –respondió don Quijote–. Ahí vamos.

Y le tiró dos cáscaras (no se dice si de nuez o de avellanas), viendo lo cual la calcetera, ciega de cólera, alzó un tomo de la traducción del Sigaud, y se lo tiró a don Quijote, el cual, esquivando diestramente el golpe, le respondió con La Óptica del Cortejo185. Descargó enseguida el poeta y, respondiéndole el alguacil combatiente, se hizo general el fuego, digo el arrojar de los libros. Iban unos y venían otros; este desmoronaba la pared, aquel daba una gran tamborilada en la rodela del alguacil comandante, el cual se agachaba, pero no pudo libertarse de los Discursos Filosóficos que le tiró el poeta y que, dándole en la frente (¡efecto prodigioso de sus versos!), en comprobación de lo antes dicho, comenzó a bostezar y no fue ya más hombre para seguir mandando. Mas no por eso desmayó su animosa tropa, antes la calcetera con gran furia arrojó a la vez dos tomos de cierta obra nueva de jurisprudencia, y fue tal el golpe que en el vacío le dieron al poeta que vino a tierra desalentado. Acudió don Quijote a su venganza, y con un tomo de la Colección de Novelas Escogidas le dio un coscorrón tan fuerte a la calcetera que la obligó a salirse de la línea de combate186. Quedaban ya solos en ella don Quijote y el alguacil, que falto de municiones se bajó al suelo a cogerlas, mas no le dio lugar don Quijote, que vino sobre él y de un manteazo187 lo hizo sentar de culo. Estúvose así un rato y luego se levantó, y dejando embargado el portal con todas sus anexidades y conexidades, dijo que iba a buscar un piquete de soldados que viniesen a prender los delincuentes, y no había quedado en pie más delincuente que don Quijote, que iba aquellas calles adelante que se las pelaba188.

p. 92Por lo que hace a la pérdida, contaremos en la clase de heridos a la calcetera, en la de contusos al alguacil combatiente, en la de extraviados a don Quijote, en la de dormidos al alguacil comandante, en la de desmayados al poeta, que si bien estas dos últimas clases de dormidos y desmayados no se suelen poner en las relaciones de otras batallas, sábese que es por olvido. En cuanto al campo de batalla, bien pronto se llenó de gente. Pero dejemos que vayan a tomar el pulso al dormido y al desmayado, y dejemos también al capitán que con gran disimulo baje de la escalera y se meta entre los venidos, y vamos a los trofeos. Recogiéronlos dos muchachos, y en otra calle brindaron con la venta de ellos a un abogado que pasaba, acompañado de un pasante; aceptó el desafío y se entraron en un portal a ver qué libros eran. Y el pasante abrió dos y dijo:

—Estos son La educación conforme a las máximas del cristianismo, leyes y costumbres de España189.

—¡Ahí está la educación! –dijo el abogado–. En ese libro hay cosas buenas, pero a mí lo que más me gusta es lo que el autor puso de suyo. Tuvo razón a fe La Gaceta cuando dijo que había en tal obra cosas que en vano se buscarían en otra parte. Yo por lo menos en ninguna otra he hallado que los pajes deben saber leer y escribir perfectamente, con buena ortografía, y la aritmética vulgar. También han de tener inteligencia de la lengua latina, algunas noticias de la retórica, de la lógica y demás partes de la filosofía, del derecho natural y de gentes, con la economía civil y el conocimiento y uso de los mapas… Aunque parecen muchos estos conocimientos, no son bastantes, atendido que de pajes se suele subir a los primeros empleos de mando y de gobierno190. Solo echo de menos aquí dos cosas: una que expresase si esto último de los empleos de mando y de gobierno lo decía por vía de pulla; otra que, además de todas aquellas zarandajas, requiriese en los pajes ojos rutilantes, refulgentes y salidos. De otra me acuerdo no menos original. Va hablando el autor de que los padres no deben distraer de la carrera (modo de vivir es) eclesiástica a los hijos que se inclinen* a ella, y sean castos y de buenas costumbres, y añade: Mas como en las religiones hay un continuado y extraordinario ejercicio de mortificación y obediencia, bien se podrá seguir la inclinación que muestre un muchacho (cosa de muchachos es) al estado religioso, aunque sus costumbres no sean tan regulares como hemos dicho191. Que es lo mismo que si dijéramos: según el autor de la Educación, los que se dediquen a la milicia han de ser valerosos y robustos, mas como en Orán y Ceuta son continuos y extraordinarios los lances para los cuales se necesita de valor y robustez, se podrá entrar en uno de sus regimientos fijos a un muchacho, aunque su valor y robustez no sean tan grandes como hemos dicho. También muestra el autor gran talento para traducir, diciendo que cuando Molière corrigió la escena cómica, atacó las modas, pero no chocó contra el gusto común192.

—Este que se sigue –continuó el pasante– se intitula Desengaños Filosóficos, y me dan ganas de comprarlo, porque el título no puede ser mejor193.

—Si por títulos te guías, emplearás grandemente tu dinero –dijo el abogado–. Suele decirse que en las hosterías dan gato por liebre; pues ya me contentaría yo con que en las librerías sucediera otro tanto, porque, al fin, de carne de liebre a carne de gato no hay tanta diferencia como de ciencia a ignorancia, de vida y milagros a sueños y despropósitos, et sic de ceteris. Viniendo a esa obra, quedé cuando la leí muy cansado de no sé cuántas docenas de números que lleva al principio por vía de advertencia. Con todo vi lo bastante para poder decirp. 93

Que su autor debe ser sin duda alguna
famoso cocinero literario
que sabe revolver como el plautino
en un puchero mismo veinte caldos.
Y que sus Desengaños filosóficos
son una copia fiel del primer caos,
en el cual lo caliente con lo frío,
lo seco con lo húmedo, lo blando
con lo duro, y las cosas no pesadas
con las de peso estaban batallando.

»Aquí se ven confundidos los filósofos modernos con los libertinos; allí los incrédulos con los prudentes. Acá se intenta convencer con casitos que cuenta Gumilla en el Orinoco ilustrado, acullá con los dichos de un tal don Perneti. Hasta la audiencia que dio el rey del Pegú a los holandos (de Holanda holandos, así como de Irlanda irlandos) sale a plaza194.

—Aquí tenemos dos tomos del Semanario erudito195 –dijo el pasante.

—¡Gran proyecto el de esa obra! –respondió el abogado–. Así hubiera correspondido la ejecución.

—Pues de estos dos tomos –replicó el pasante– no hay que quejarse, puesto que contienen obras de Macanaz.

—Si así fuera, los pondría yo sobre mi cabeza –le satisfizo el abogado–. Díjose que habían de contener obras de Macanaz cuando se trataba de llamar suscriptores, y luego, cuando se entregaron, se advirtió que eran obras que se le atribuían, y hubiérase dicho con más verdad que eran testimonios levantados a la buena memoria de tan honrado patricio. Aunque yo no acierto a distinguir entre esas obras que se le atribuyen y las que en el Semanario se dan por suyas. ¿Cómo he de creer que Macanaz dijese (en la Confesión para descargo de su conciencia) que por no haberse conformado con lo que él tenía tratado había perdido España los reinos de Bohemia, Borgoña, Lombardía y Cerdeña, de Inglaterra, Gibraltar, Menorca y Holanda*, y en el nuevo mundo más países que en toda Europa?196 ¿Eran estos reinos y países chochos de canela que tenía Macanaz en el bolsillo y que podía regalarlos a quien se le antojase? Y con esto no veamos más libros. Vosotros, muchachos, no os canséis en buscar compradores, que quizá no los hallaréis, sin embargo de que insipientium infinitus est numerus197.

Siguieron el abogado y el pasante su camino y los muchachos se cargaron los libros, y Dios sabe el destino que les habrán dado. Lo más para sentir es que entre los no vistos se cree que estaban la traducción de Cullen, el Examen crítico sobre la influencia de la filosofía en las buenas letras y otras obritas que llevan el hierro del D.D.A.M., y últimamente las Reflexiones sobre la Poesía de Filoatleyas198. Todas las cuales obras están traducidas en lenguaje tornasolado de última moda, que tiene fondo de francés y alguno que otro viso a lo lejos de castellano. Y la última tiene además el mérito de haber sido copiada de una curiosa colección de manuscritos selectos que para los menesteres de su oficio tenía el eruditísimo cuisinier de cierto embajador.

Por lo que hace a don Quijote, no ha sido posible adquirir noticia chica ni grande de su paradero, aunque se cree con fundamento que se habrá refugiado a sagrado. Como quiera que sea, yo tengo cumplido con el oficio de historiador de sus aventuras escolásticas, dejándolas, como las dejo, referidas a todo mi leal saber y entender. Y ahora, por no dar lugar a que por causa mía se pierdan las antiguas y loables usanzas de los historiadores, paso a referir varias cosas que, si no son parte del principal asunto, no puede por lo menos decirse que son harina de otro costal.

i Así en el original.

ii Así en el original, derivado de vapulear.

iii se inclinen] se inclinan. En la ya mencionada sección ERRATAS se enmienda el original.

iv Holanda] Orlanda

152 Haldas en cinta: «remangarse la falda o la túnica» (DRAE).

153 «Respecto a la cantidad, la cualidad y el lugar»; Roselli está siguiendo a Santo Tomás: Summa philosophica, t. II, quaest. XVIII, art. I, p. 400.

154 Roselli, siguiendo de nuevo al de Aquino, dice literalmente: «Ratio contrarietatis in motibus, ut docet S. Thomas, potest multiplici modo accipi: 1. Ex accessu ad aliquem terminum et recessu ab eodem, sicut motus ex sanitate contrarius dicitur ei qui est in sanitatem. 2. Ex contrarietate terminorum ex quibus incipit motus , sicut motus ex sanitate contrarius est ei qui est ex aegritudine. 3. Ex contrarietate terminorum ad quos est motus, sicut motus in sanitatem contrarius est ei qui est in agritudinem…» (Summa philosophica, t. II, quaest. XIX, art. I, p. 410). Podríamos traducir del siguiente modo: ‘La razón de la contrariedad en los movimientos, como enseña Santo Tomás, puede entenderse de múltiples modos: 1. Por la aproximación a algún término y el alejamiento del mismo, como el movimiento desde la salud se dice contrario a aquel que va hacia la salud. 2. Por la contrariedad de los términos desde los cuales empieza el movimiento, como el movimiento desde la salud es contrario a aquel que parte de la enfermedad. 3. Por la contrariedad de los términos a los cuales se dirige el movimiento, como el movimiento hacia la salud es contrario a aquel que va hacia la enfermedad…’.

155 ‘Ni es para lo sordos Orfeo ni para los legañosos el divino Apeles’. Se trata del lema latino utilizado por Vicente García de la Huerta en la segunda edición de sus Obras poéticas El lema fue utilizado asimismo en un soneto satírico dedicado «a los criticastros de Huerta, aludiendo al epígrafe de sus obras» y atribuido a Jovellanos, aunque José Caso González y otros dudan de su autoría (ed., Poesías de Gaspar de Jovellanos, Instituto de Estudios Asturianos, 1961, pp. 382 y 392).

156 Los versos (con la justificable modificación de la última palabra) pertenecen a la canción 162 de las Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos («Murmuraban al poeta la parte donde amaba, por los versos que hacía»), de Félix Lope de Vega: «…más apacible que al villano oído/ el dulce son del rábano partido» (vv. 179-180); Lope refunde una canción previa, publicada en las Flores de poetas ilustres, de Pedro de Espinosa (Valladolid, 1605): véase la ed. de Juan Manuel Rozas y Jesús Cañas Murillo, Rimas humanas y divinas… (Castalia, 2005), p. 306.

157 Hagamos un poco de justicia a Roselli: el italiano, siguiendo a Santo Tomás como hace habitualmente, diferencia, en virtud de los términos de partida y de llegada, entre movimientos contrarios, iguales y dispares. Y así, ‘de la negrura a la blancura’ sería un movimiento del primer tipo; ‘de la blancura al calor’ pertenecería al tercero (t. II, quaest. XIX, art. II, p. 413, nota 1)

158 Centeno se bula de nuevo de Roselli y en consecuencia de las teorías físicas de Santo Tomás que este sigue: el de Aquino niega ‘el movimiento en sí’ y solo reconoce el que tiene lugar ‘por accidente’ (Summa philosophica, t. II, quaest. XVIII, art. I, p. 403, nota 3).

159 Corrupción de ictericia (DRAE).

160 Los versos pertenecen a Bernardino de Rebolledo y Villamizar (1597–1676), Conde de Rebolledo, en concreto a sus Ocios (Rafael González Cañal, Edición crítica de los «Ocios» del conde de Rebolledo, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 1997, terceto II, vv. 314-357, p. 355.). Sobre esta interesante figura de nuestra preilustración, cfr. Rafael González Cañal, «El conde de Rebolledo y los albores de la Ilustración», La literatura española en tiempos de los novatores (1675-1725), Criticón, vol. 103-104, 2008, pp. 69-80. Conocido como «el Marcial británico» o «el Marcial inglés», John Owen (c. 1560–1622) es autor de una muy difundida obra epigramática en latín (Rafael González Cañal, «Los epigramas de John Owen y el Conde de Rebolledo», en cervantesvirtual.com.)

161 Sobrestante: ‘capataz’ (DRAE).

162 Esparaván: «Se llama también cierto género de enfermedad, mui familiar en las bestias, cerca de las rodillas y corvas, que las entorpece, y a veces las manca, si con tiempo no se remedia, de que hai dos especies […]» (Autoridades).

163 La Gaceta de Madrid, precedente del actual Boletín Oficial del Estado, fue una publicación periódica oficial de muy larga trayectoria (1697–1936). Las reales sociedades económicas de amigos del país, extendidas por toda Europa, fueron asociaciones de derecho público creadas en la segunda mitad del siglo XIII, con especial impulso durante el reinado de Carlos III, y surgidas del deseo, en el contexto ilustrado, de impulsar la economía, la educación y la cultura en su ámbito, ya fuera local, comarcal o regional. Se mostraron, en particular algunas de ellas (la Matritense, la Real Sociedad Bascongada, la Sevillana o la Aragonesa), muy activas en su iniciativa (también en el terreno literario), de ahí la alusión de Centeno a su extensa presencia en La Gaceta.

164 Con «more prophetico», esto es, ‘de modo profético’, Centeno se burla con su protagonista de estas supuestas anticipaciones escolásticas a los nuevos descubrimientos. En concreto menciona al filósofo y científico racionalista Gottfried Wilhelm Leibniz (1646–1716) y a Christiaan Huygens (Hugenio, a quien me referiré en una nota posterior) y a un Obest que no identifico. Para entender por completo la broma de Centeno con la cuestión adivinatoria necesitamos la cita completa de la Summa: ‘Al segundo argumento respondemos con Santo Tomas que el experimento de Hugenio presupone…’ (Summa philosophica, II, p. 356). Es decir, Centeno oculta, seguramente por precaución, el nombre de Santo Tomas, pero es obvio que ese con Santo Tomás que escamotea justifica su sátira contra Roselli. Y esto le da pie para insistir en el asunto, según su costumbre, cuando el Escolástico afirma que tiene intención de escribir sendas obras basándose en Aristóteles, una contra el globo aerostático (de invención tan reciente como 1783, gracias a los hermanos Montgolfier) y otra sobre el hábito tabaquista (el tabaco, introducido en Europa a principios del XVI, comenzaba a hacer furor en la época). Las denominaciones concretas de tales textos son asimismo parodias de la arquitectura externa de obras escolásticas (en particular de la segunda parte de la Summa Theologiae de Santo Tomás): ‘Primera parte de la primera parte según Aristóteles…’, ‘Primera parte de la segunda parte…. al modo de Aristóteles’. En verdad, abundan los lugares en la Summa en que Roselli usa y abusa del more prophetico, uno de los pilares de su disparatada obra. Ciertamente, nos dice, en época de Santo Tomás no se había inventado el microscopio, pero el de Aquino, mediante la razón, ya percibió la existencia de los cuerpos minúsculos. De modo que faltaban instrumentos, pero sobraban razones y en estas, y no en aquellos, estriba la verdad del conocimiento (tomo II, p. 219, nota 1).

165 Vagar: ‘tener tiempo, estar ocioso’.

166 Argumento cornuto es ‘dilema’ (DRAE), pero véase nota 102.

167 Dar de barato algo: «Aceptarlo como válido o verdadero, aunque no se tenga certeza de ello» (DRAE).

168 Espaldón es aquí término militar: «valla artificial, de altura y cuerpo correspondientes, para resistir y detener el impulso de un tiro o rechazo» (DRAE).

169 Averiguarse: «Avenirse con alguien, sujetarlo o reducirlo a la razón» (DRAE).

170 Literalmente, ‘el médico canta, pero no como médico sino como músico’.

171 Tirsis (desde Virgilio) y Clori representan, respectivamente, modelos masculinos y femeninos en la literatura bucólica. Además de este uso genérico, Tirsis suele encarnar la angustia por falta de correspondencia amorosa, que, en algún caso, linda con el suicidio; en la égloga «Tirsi, pastor del más famoso río», atribuida unas veces a Pedro Laínez y otras a Francisco de Figueroa, Tirsi, que no corresponde a Clori, desespera por el amor de Dafne… Entra dentro de lo posible que, dada la antipatía de Centeno por El Divino (véase introducción, nota 38), nuestro autor esté aludiendo a su poema.

172 A la altura de Isaac Newton (1642–1727), cuyas aportaciones científicas no pueden resumirse aquí (la formulación de la gravitación universal, su teoría de la luz o el desarrollo del cálculo matemático), coloca Centeno al inquieto navegante, reformador de la armada española y científico emprendedor (con La Condamine midió un meridiano terrestre…) Jorge Juan y Santacilia (1713–1773).

173 Este gran reseñador de anotaciones que es nuestro Centeno, y la Summa Philosophica está bien atiborrada de ellas, se ceba ahora con sobrada razón en questio XIII, art. 4, p. 312 y nota.

174 Calamo currente: ‘a vuela pluma, sin reflexión’.

175 Éaco, Minos y Radamantis son, en la mitología griega, jueces del Érebo, ámbito de las sombras o inframundo.

176 Por la extremosidad de su ironía y de su sátira, Centeno no anda nada lejos de la literatura del disparate, que creo que es lo que tenemos aquí. Si se puede conseguir una licencia para establecer en el portal, ya sea en sentido real o figurado, tales artefactos («máquina de gatos», animales o mecánicos; «de sombras», acaso emparentada con artilugios como la linterna mágica; «de sebo simpático», esto es, de grasa de parte del sistema nervioso), mucho más, dirá a continuación, obtenerla para una cátedra y una fábrica como las que pretende el poeta.

177 ‘Un amigo es otro yo’.

178 «Hablen cartas y callen barbas. Refrán que enseña ser ocioso gastar palabras cuando por instrumentos fidedignos consta lo que se dice, porque más crédito se debe dar a lo escrito que a lo hablado» (Autoridades, s.v. barba).

179 Véase la nota 16.

180 «Dice festivamente villancieres, por poetas de villancicos, como se decía al uso de Borgoña, panetier, salsier, grefier, etc.» (Luis Vélez de Guevara, El diablo cojuelo, ed. de Francisco Rodríguez Marín, Espasa-Calpe, 1922, n. 598).

181 «Persona que realiza saltos y ejercicios acrobáticos, generalmente en espectáculos al aire libre» (DRAE). Y véase Autoridades, s.v. saltabancos.

182 Con el pseudónimo de N. Philoaletheias, un seguidor de las corrientes enciclopedistas, afrancesado o francés, publicó en 1787 y en la imprenta madrileña de la Viuda de Ibarra estas Reflexiones, que ocupaban solamente 41 páginas. La obrita recibió severas críticas del Diario de Madrid, del Memorial literario, de Alberto Lista (El imperio de la estupidez, p. 383), de Forner y, en un tono contundente y burlón, del único poeta español alabado por Filoaletheias, Nicasio Álvarez de Cienfuegos. Los versos en cuestión, en efecto, pertenecían al joven Cienfuegos, quien se tomó el elogio como un ultraje: «Hombre descomunal, ¿quién le metió en publicar lo que no es suyo contra la voluntad de su dueño? ¿No le dije antes que imprimiese sus Reflexiones que no quería que en ellas hablara de mí bueno ni malo?». Tomo estas informaciones de José Luis Cano, ed., “Una poética desconocida del XVIII. Las Reflexiones sobre la poesía de N. Philoaletheias (1787)», Bulletin hispanique, vol. 63, n.º 1-2, 1961, pp. 62-87; para la carta de Cienfuegos, esp. pp. 66-69. José Luis Cano indica que los dos versos elogiados por Philoaletheias no aparecen entre los poemas conservados de Cienfuegos; en cualquier caso, me parece obvio que Pedro Centeno manipula esos versos en el inicio de la composición del poeta con la intención de ridiculizar tanto una nueva poética emocional (la de Cienfuegos y otros) como la vieja altisonante (la del poeta), y que lo hace por el conocido procedimiento de ponerlas en contraste, rebajándolas, con lo ordinario y práctico. Centeno, por cierto, cita literalmente los versos alabados por Philoaletheias pero no el comentario que registra en la nota; el original dice: «Ve aquí el cuadro más bello que he visto en nuestros poetas castellanos».

183 ‘Mandarlo todo a hacer puñetas’.

184 ‘Escudo redondo y delgado que, embrazado en el brazo izquierdo, cubría el pecho al que se servía de él peleando con espada’ (DRAE).

185 Joseph Aignan Sigaud Lafond (1730–1810) escribió numerosos ensayos y tratados científicos. Centeno se refiere a Elementos de física teórica y experimental de M. Sigaud de la Fond, traducido por D. Tadeo Lope (Madrid: Imprenta Real, 1787), pues la obra se incluye en el peculiar «potaje» literario que prepara Centeno en el número XIII del Apologista Universal, citando el prospecto en nota, p. 230. Aunque antaño atribuida erróneamente a Cadalso, Optica del cortejo. Espejo claro en que con demostraciones prácticas del entendimiento se manifiesta lo insubstancial de semejante empleo, es obra satírica contra esta práctica dieciochesca de Manuel Antonio Ramírez y Góngora.

186 El primer tomo de la Colección de novelas escogidas compuestas por los mejores ingenios españoles había aparecido en Madrid, en la Imprenta de González, en 1787. Cfr. David González Ramírez, «El rescate de los minori en la Colección de novelas escogidas, compuestas por los mejores ingenios españoles (¿1785–1791?)», Estudios sobre la recepción y el canon de la literatura española, coord. José Lara Garrido y Belén Molina Huete, vol. I: La literatura del Siglo de Oro en el siglo de la Ilustración, Visor Libros, 2013, pp. 153-180

187 De manteo, «capa larga con cuello…» (DRAE).

188 La batalla libresca era un tópico de la sátira literaria (aparece ya en El viaje del Parnaso de Miguel de Cervantes y se repite en nuestro XVIII, por ejemplo, en La derrota de los pedantes, de Leandro Fernández de Moratín), motivo privilegiado para arrojar como meros proyectiles (no sirven para otra cosa) los librotes que los autores de la sátira particularmente detestan.

189 Manuel Rosell y Viciano, La educación conforme a los principios de la religión cristiana, leyes y costumbres de la nación española, en tres libros, dirigidos a los padres de familia, Madrid: Imprenta Real, 1786, 2 vols.

190 Como en otras ocasiones, Centeno es puntilloso en sus referencias: ed. cit., t. II, libro III, cap. III, pp. 16-17.

191 En el citado tomo y libro, cap. XXXIII, p. 261.

192 Parece difícil, de ahí probablemente la pulla de Centeno, atacar las modas y no ir contra el gusto común, la propia moda.

193 Los Desengaños filosóficos son obra de Vicente Fernández Valcarce (1723–1798) y constituyen otro de los pilares de la reacción escolástica contra las Luces; se publicaron en Madrid: Blas Román, t. I (1787), t. II (1788), t. III (1790) y t. IV (1797). Una vez más Centeno, que forzosamente se refiere solo al primero o a los dos primeros tomos, es picajoso y preciso en su reseña, como detallará a continuación: los Desengaños son obra extensísima, antecedida en cada tomo y en especial el primero, de todo tipo de aclaraciones y prevenciones por parte de Valcarce (son, en efecto, 21 «números» previos a la disertación primera). En esta se percibe un tibio intento de planificación: en sendos capítulos se ocupa de los cuatro «reformadores» principales de la metafísica, Descartes, Malebranche, Locke y Leibniz, para seguir en lo sucesivo con un auténtico batiburrillo de consideraciones.

194 Todo ello en Desengaños, t. I. Para el jesuita Joseph Gumilla, quien exploró la cuenca del Orinoco y recogió sus observaciones en El Orinoco ilustrado: historia natural, civil y geográfica de este gran río y de sus caudalosas vertientes (Madrid: Manuel Fernández, 1741), pp. 492-493. Para Perneti, p. 498. Y sobre Pegú, p. 273; Pegú, en el impreso del Escolástico; Pegu en los Desengaños.

195 Antonio Valladares de Sotomayor (1737–1820), además de autor prolífico, publicó el Semanario erudito que comprehende varias obras inéditas, críticas, morales, instructivas, políticas, históricas, satíricas, y jocosas de nuestros mejores autores antiguos y modernos, dadas a luz, colección en 34 volúmenes (Madrid: Blas Román, 1787-1791). Melchor de Macanaz (1670–1760), aparte de los textos atribuidos, es autor de una extensa obra, en la que prevalecen las creaciones de temática gubernamental y eclesiástica. En los tomos VII, VIII y IX del Semanario (1788) publicó Antonio Valladares distintas obras de Macanaz, precedidas de su biografía, entre ellas la Defensa crítica de la Inquisición.

196 El autor de La Leandra incluyó la Confesión de Macanaz en el t. VIII del Semanario (a partir de la p. 161), la cita en cuestión apafrece en p. 166.

197 Entiendo que Centeno recrea el texto primitivo de La Vulgata (Eclesiastés I. 15): «stultorum infinitus est numerus» (‘el número de necios es infinito’), muy extendido como adagio.

198 El escocés William Cullen (1710–1790) escribió varios tratados de medicina vitalista de considerable difusión en la Europa de la época. Partiendo, como era frecuente, de traducciones intermedias francesas, Bartolomé Piñera y Siles elaboró, con bastante libertad, la suya, en Elementos de Medicina Práctica del doctor William Cullen (Madrid: Benito Cano, 1788–1791, en 4 vols.). Se ocupó asimismo de versionar el Tratado de Materia Médica (Madrid: Benito Cano, 1789–91, en 4 vols.). Tomo estas notas acerca de las traducciones médicas de Juan Riera Palmero, «Nuestro siglo XVIII: libros, médicos y traductores», Anales de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Valladolid, vol, 50, 2013, pp. 215–243, esp. pp. 231–233. D.A.M. aparece, en efecto, como autor del Examen crítico ó influencia de la filosofía sobre las letras (Madrid: Imprenta de González, 1788). Para Filoatleyas véase la nota b.