Índice

Introducción
Bernardo María de Calzada, memoria de un traductor ilustrado

José Montero Reguera

1. Armas y letras en el cruce de dos siglos

La figura de Bernardo María de Calzada (1751–¿1814?) representa un perfil muy interesante a caballo entre los reinados de Carlos III y Carlos IV, en el que se unen el cultivo de las armas –militar de profesión– y el de las letras –escritor y, sobre todo, traductor–, el manejo del francés, su proximidad a las ideas ilustradas y las adversidades derivadas de estas. Hoy se le recuerda precisamente por lo segundo, de manera que no es difícil establecer una cierta similitud con la figura del coronel Cadalso –una generación anterior (1741–1782)–, del que apenas se recuerda su carrera militar iniciada en Madrid, como cadete en el Regimiento de Caballería de Borbón, en plena campaña de la guerra contra Portugal, en 1762; su ascenso al grado de capitán en 1764, después de servir como agregado al Estado Mayor del conde de Aranda y, tras seguir a su regimiento en varios destinos –Salamanca, Extremadura–, el de comandante de escuadrón en 1777. Pocos años después, en 1782, fue nombrado coronel ayudante de campo del general en jefe de las fuerzas españolas que sitiaban Gibraltar, donde murió el 26 de febrero de aquel mismo año, al ser alcanzado por una granada. También sufrió encontronazos con el gobierno que motivaron censuras y destierros. Mas hoy, como a Calzada, no le recordamos por esta trayectoria con su punto de heroísmo, sino por ser el autor de Eruditos a la violeta (1772), Ocios de juventud (1773), las póstumas Noches lúgubres (1798) y, sobre todo, por Cartas marruecas, libro que, a imitación de las Lettres persanes de Montesquieu (1717), manifiesta, como en la obra que ahora se edita, una devoción cervantina, sobre todo quijotesca, digna de recordar:

En esta nación hay un libro muy aplaudido por todas las demás. Lo he leído, y me ha gustado sin duda; pero no deja de mortificarme la sospecha de que el sentido literal es uno y el verdadero es otro muy diferente. Ninguna obra necesita más que esta el diccionario de Nuño. Lo que se lee es una serie de extravagancias de un loco, que cree que hay gigantes, encantadores, etcétera, algunas sentencias en boca de un necio y muchas escenas de la vida bien criticada; pero lo que hay debajo de la apariencia es, en mi concepto, un conjunto de materias profundas e importantes. (Cadalso 146)

Las aportaciones de Freire y Cobos y Vallejo ofrecen los datos esenciales para reconstruir la vida de Bernardo María de Calzada y Barrios, extremeño, que vio la luz en Almendralejo, en abril de 1751 (consta su fecha de bautizo: 28 de abril). Su expediente, conservado en el Archivo General Militar de Segovia, permite recorrer su carrera militar, iniciada en 1762 como cadete del Regimiento de Caballería de Alcántara, donde fue también alférez (1771) y teniente (1782). El ascenso a capitán llegaría un lustro después, al que seguirían el de teniente coronel (1789) y capitán del Regimiento de Dragones de Granada (1809). Es interesante recuperar ahora una parte del expediente, que concreta algunos de sus destinos y su heroica participación en la guerra contra Francia:p. 25

Sirvió además dos años y medio en los Ingenieros de Marina. Fue elegido para Maestro de los cadetes que quedaban en el colegio que se formó para la Caballería. De allí pasó a servir el encargo de Secretario de la Inspección General de esta Arma, a las órdenes del Capitán General D. Antonio Ricardos. El mismo encargo desempeñó a las órdenes del General Príncipe de Castelfranco, que obtuvo después otra Inspección. Seguidamente fue nombrado Secretario de la Dirección del Real cuerpo de Guardias Walonas, cuando este cuerpo se puso al mando del mencionado Príncipe. A causa de sus males consiguió agregarse al estado Mayor de la Plaza de Madrid; pero no obstante sirvió 14 meses en la anterior Guerra contra la Francia, mandando un cuerpo de mil paisanos con los que hizo todo género de servicios de riesgo y de confianza, mas a satisfacción del General del Ejército de Castilla la Vieja. Restablecido de sus achaques salió nuevamente al servicio activo de Capitán de su antiguo Regimiento de la Reyna. Volvió a enfermar y también a continuar su agregación a la Plaza de Madrid, de la que fue nombrado Sargento Mayor, cuyo empleo ejerció hasta que fue Madrid invadido por los franceses; y entonces sacrificó al Rey y la Patria cuantos intereses poseía y hasta sus mismos hijos, lo abandonó todo, por seguir el Partido de la Razón. Pasó a Sevilla, pidió a la Suprema Junta que lo emplease, diole esta a escoger Ejército en que servir y eligió el del Centro, cuyas vicisitudes ha seguido puntualmente hasta ahora desde 1º. de Enero de 1809, desempeñando también la Comisión de Vocal en el Consejo de Guerra permanente que se instaló, en cuyo ímprobo trabajo acreditó que deseaba ser útil; así como siempre lo ha hecho en las importantes comisiones de toda especie que en varias épocas ha puesto el Gobierno a su cuidado. Viéndose sin destino fijo suplicó a S.M. que se lo concediese, y tuvo la bondad de reemplazarlo en la misma clase en el Regimiento que actualmente sirve, para que continuase su mérito y le proporcionase los respectivos ascensos. (Cobos y Vallejo 826-827)

2. Una obra original reducida y muchas traducciones

Pero hoy, en efecto, como a Cadalso, no se le recuerda por esta trayectoria militar sino, acaso, por la obra que ahora nos convoca, Don Quijote con faldas, o perjuicios morales de las disparatadas novelas, sin duda la más conocida de una larga labor como traductor que incluye textos de todo tipo, pero siempre a partir de sus originales franceses o de traducciones al francés de obras en otros idiomas, como la que aquí se edita o A Sentimental Journey through France and Italy (1768), la obra de Laurence Sterne, que Calzada tradujo en 1791 bajo el título de El viajador sensible, o mi paseo a Yverdún. El estudio de Pérez Rodríguez no deja lugar a dudas sobre esa dependencia del idioma galo, extensible a cuantas otras obras tradujo Calzada de textos no franceses.

Autor de una muy pequeña obra original en la que no faltan los textos de carácter militar (Pensamientos militares que da a luz por si fuesen útiles el teniente coronel don Bernardo María de Calzada, 1814) o histórico-biográfico (La verdadera historia de Inés de Castro, 1791; vid. Freire, «Calzada»), el grueso de su producción se centra en traducciones que no siempre fueron bien recibidas por la censura o la Inquisición, lo que motivó su destierro de Madrid. Así describe Juan Antonio Llorente, coetáneo de Calzada, su arresto inquisitorial (además de proporcionar algunas otras noticias sobre la vida de aquel):p. 26

Don Bernardo María de Calzada, coronel de infantería, cuñado del marqués de Manca, me causó gran compasión cuando le prendió el duque de Medinaceli, alguacil mayor del Santo Oficio, acompañándole yo como secretario, por indisposición del de secuestros. Era padre de muchos hijos que quedaban en la indigencia; y mi alma sensible padeció extraordinariamente al ver la triste situación de la madre, la cual me parece habrá conservado siempre agradable memoria de mí por el modo con que me conduje aquella desgraciada noche y otra visita que le hice al día inmediato. El infeliz Calzada, no bastándole su sueldo de oficial de la secretaría del ministerio de la guerra para mantener su dilatada familia, se había dedicado a traducir obras francesas, y componer otra de cuentos y chistes, con la fatalidad de adquirirse por enemigas ciertas personas fanáticas y unos frailes, que aparentando celo de moral rígida y severa, son intolerantes de todo lo que no confronta con sus ideas; y arruinaron con sus delaciones una familia, pues después de algún tiempo de prisión, abjuró de levi, que equivale casi a ser absuelto en los puntos de fe; y sin embargo, se le desterró de la Corte, con cuya providencia perdió su destino y esperanzas de ascensos. (VII.43. 255)

Los numerosos expedientes referidos a las publicaciones de Calzada que conserva el Archivo Histórico Nacional (en adelante AHN) –accesibles a través del portal PARES– muestran la intensa actividad editorial de aquel1. También es testigo de sus dificultades con la censura Gaspar Melchor de Jovellanos, quien el 25 de septiembre de 1784 firma una crítica negativa que impide la impresión de Alzira o los americanos, de Voltaire (signatura: Consejos, 5549, exp. 21); incide en el posible antiespañolismo de la obra:

[…] lisonjea la opinión que han formado los extranjeros de los conquistadores del nuevo mundo […] La crueldad [de los españoles] se supone tan general en la tragedia, se realza con tanta afectación y se pinta con colores tan negros y terribles, que no pueden dejar de ofender aun a los españoles más imparciales y menos amantes de la gloria de su país. (Freire, «Bernardo de Calzada» 146)

No obstante, cuatro años después, sí se conseguirá e imprimirá la obra en la Imprenta Real (noticia en el periódico dieciochesco Memorial literario, 13, 1788, 602–603 con largo resumen de contenido). Circunstancia semejante acontecerá con Viaje por mis faldriqueras, denegada el 13 de mayo de 1801 (Consejos, 5564, exp. 26), pero aprobada años después, el 20 de febrero de 1805 (Consejos, 5566, exp. 90), lo que permitió su publicación en ese mismo año. Entre una y otra, la Inquisición prohíbe en 1802 el Viaje de Antenor por Grecia y Asia; se conserva el expediente del proceso –muy extenso, AHN, signatura: Inquisición, 4474, exp. 16– donde «el que lo instruye lamenta la “poca fortuna del traductor español, que en un mismo edicto del Santo Tribunal en 1792 tuvo que ver prohibidas” otras dos obras suyas. Calzada es ya un traductor conocido y sospechoso» (Freire, «Bernardo de Calzada» 151).

En consecuencia, parece razonable sostener que, al menos en parte, su labor como traductor va unida a una necesidad económica cuyo origen se haya en la obligación de mantener a una extensa familia; sea esta la única razón u otras de carácter más altruista o ideológico, lo cierto es que a Calzada se debe un nutrido volumen de traducciones de diversos idiomas, pero siempre a partir de un texto francés no en todos los casos identificado expresamente por aquel. p. 27

Al menos una cuarentena de obras figura en el catálogo de la Biblioteca Nacional de España, de corte, género, cauce expresivo y autores muy distintos. Si se acude, por ejemplo, a textos del idioma que dominaba, el francés, se hallarán relatos de tipo moral o instructivo como Adela y Teodoro o Cartas sobre la educación (Madrid 1785), obra original de Caroline-Stéphanie-Félicité Du Crest, condesa de Genlis; poemas morales, como La religión (1786), original de Louis Racine, que dio lugar a un serio enfrentamiento con el helenista Antonio Ranz Romanillos (vid. Álvarez Barrientos 210; Lafarga 238): ambos tradujeron el texto en el mismo año y en la misma imprenta; Ranz Romanillos atacó a Calzada por medio de un Desengaño de malos traductores (1786) y este replicó con un Desengaño de malos engañadores (1787); comedias de Diderot (El hijo natural o Pruebas de la virtud, 1787), fábulas de La Fontaine (Fábulas morales escogidas de Juan La Fontaine en verso castellano, 1787); tragedias de Voltaire como Alzire, bajo el título El triunfo de la moral cristiana o los americanos (1788; vid. Lafarga 260); textos filosóficos (Lógica o los primeros elementos del arte de pensar, de Condillac, 1784); tratados de educación cortesana (Ensayo sobre la educación de la nobleza, de Ch. F. O. Rosette, Chevalier de Brucourt, 1792), etc.

También tradujo obras de otras lenguas, pero siempre a partir de un texto francés; así unas pocas alemanas: Vida de Federico II de Prusia (1788–1789); Herman de Unna: rasgo historial de Alemania (1807; original de Benedikte Naubert, traducción de Jean-Nicolas-Étienne de Bock); La subordinación, tragicomedia en cinco actos (1785, original alemán de Heinrich Ferdinand Möller y traducción francesa de Jean-Henri Eberts). No faltan textos desde el italiano (Motezuma, de Vittorio Amedeo Cigna, 1784) y de otros idiomas más extraños, siguiendo una corriente muy de época de cercanía a lo oriental: Memorias de Typoo-Zaib, sultán de Masur o vicisitudes de la India en el siglo XVIII (1800); Viaje de Antenor por Grecia y Asia con nociones sobre Egipto, original de Etienne François de Lantier (1802). Deben añadirse también obras misceláneas y diccionarios: Diccionario manual de hechos y dichos memorables de la Historia antigua, de François La Croix (1794); Nueva floresta o colección de chistes, agudezas, pasages graciosos sacados de varios autores e idiomas… (1794).

Procedentes de originales en lengua inglesa Calzada publicó tres textos: Catón en Utica. Tragedia inglesa, de Joseph Addison (1787); El viajador sensible, o mi paseo a Yverdún, de Laurence Sterne (1791) y Don Quijote con faldas, o perjuicios morales de las disparatadas novelas, original de Charlotte Lennox (1808). Aunque en ninguno de los casos hay mención a la traducción que utiliza (y solo en el primero mención explícita al autor), no hay dudas de esa dependencia de la versión francesa, al menos, rotundamente, en los casos de Sterne y Lennox: en el primero a partir de la traducción de François Vernes-de-Luze, Le voyageur sentimental (1786); en el segundo, pese a las afirmaciones de García Calderón, a partir de la traducción francesa de Isaac-Mathieu Crommelin, Arabella ou le Don Quichotte femelle (1801); queda descartada la posibilidad, de acuerdo con la argumentación de Jaffe (121), de la dependencia de la primera edición de la traducción de Crommelin, Don Quichote femelle, publicada en 1773.

3. El «inevitable» traductor que «Dios perdone»

Tal fue el volumen de traducciones realizadas por Calzada en los últimos veinte años del siglo xviii que ya recoge su labor Sempere y Guarinos en 1789 (231); al número hay que añadir la continuidad: muy pocos de aquellos años no registran alguna traducción suya y, por el contrario, son varios los casos en que, en el mismo año, publica hasta tres: 1784, 1787, 1788, 1791 y 1792. Todo ello explica el adjetivo que le aplica Fernández Montesinos (22) –«inevitable»–, inspirado en una afirmación de Leandro Fernández de Moratín (en «Carta a Juan Antonio Melón» fechada el 30/05/1795) muy poco favorable a la labor del militar:

p. 28

Dexaremos el proyecto de imprimir y corregir como se debía El Viejo y la Niña para más adelante. Si tienes tiempo y gusto de encargarte de esto, hazlo. Años pasados se imprimió en casa de Ibarra una comedia intitulada, si mal no me acuerdo, La subordinación militar [1785], traducción hecha por aquel eterno traductor que Dios perdone, Calzada. (192)

Recoge Moratín una opinión extendida que es rastreable en alguna otra publicación de aquel tiempo; es la misma que motiva el libro ya mencionado de Ranz Romanillos, en el que late una evidente rivalidad entre traductores que invita a adoptar cierta distancia frente a estas afirmaciones:

[…] pues, para que se vea hasta dónde ha llegado el arrojo en estos días, y que ni aun a las poesías ha perdonado, quiero entreteneros, si es que pueden divertiros los errores, con los que ha cometido un militar, y traductor por destino, y capaz de inundar de malas versiones el orbe literario, si no hay una buena alma que lo desengañe, en la que acaba de publicar de uno de los mejores poemas didácticos, que hasta ahora se han escrito.

Con el motivo de habérseme encargado la censura de las versiones poéticas, hace muy pocos días que me presentaron una del Poema de la Religión de Racine, hecha por un capitán de caballos, socio de mérito de las Reales Sociedades Bascongada [sic] y Aragonesa y como el original es una obra tan aplaudida y celebrada de todos los sabios, apenas la recibí empecé a leerla con la mayor ansia, creyendo que, pues era la segunda, debería reunir excelentes calidades, y haber en ella cuando menos igualado a Racine su traductor. Pero no puedo ponderar el enfado y enojo, que de mí se apoderaron, cuando desde muy a los principios noté que allí no había poesía ni lenguaje, y que los pensamientos, o no estaban expresados, o lo estaban muy de otro modo que debieran. ¿Qué muy a los principios? ¿Puede darse cosa más infeliz, más baja, y que menos por consiguiente se parezca a la Poesía, que la misma proposición? (40–41)

También la expresada por el anónimo autor de la «Advertencia sobre esta traducción» que se publica al comienzo de la edición bordelesa de Viajes de Antenor por Grecia y Asia, con nociones sobre Egipto (1823), la misma obra que Calzada había traducido y publicado en 1802 a partir del original francés, lo que no hace descartable que esté orientada por el deseo de poner en valor la nueva traducción frente a la de Calzada y justificar así su oportunidad:

Los Viajes de Antenor se imprimieron en Madrid en 1802, traducidos por el teniente-coronel don Bernardo María de Calzada, mas tan mutilados, y por decirlo todo tan mal traducidos, que estábamos muy lejos de poder decir que la España poseía esta obra. Noticias históricas, noticias biográficas, pinturas de costumbres, cuadros interesantes de la vida privada, discursos filosóficos, escenas tiernas, que, al mismo tiempo que amenizan la obra, sostienen y avivan la atención del lector: de todo esto la traducción de Calzada había robado al público una porción tan considerable, que no será exageración decir que le había privado de una cuarta parte del original.

Cuando se leen algunos de los pasajes mutilados, se cree que este ultraje ha debido ser obra del espíritu monacal que dirigía a los censores españoles, curas y frailes casi todos en aquella época; mas hay muchos otros tan indiferentes a las costumbres, a la religión y a la política, que no se acierta a encontrar la causa de su expulsión: y no hallando razones para atribuirla a la censura, el lector se ve forzado a pedir cuenta al traductor de este atentado literario.

Sea de esto lo que quiera, la mutilación existía, y con ella se había defraudado a los españoles de una parte, bajo todos respetos importantísima, de esta obra.

p. 29

Mas no es este el solo defecto de la traducción de Calzada, contiene otro muy grave, que es estar mal desempeñada. Calzada, aunque se preconiza miembro de varios cuerpos literarios, se puede decir, sin temor de cometer una grande injusticia, que carecía de la aptitud necesaria para traducir los viajes de Antenor. Comete errores groseros de geografía, los comete gramaticales; y no pocas veces intérprete infiel, hace decir al original lo contrario de lo que ofrece su texto.

La presente traducción repara todas estas faltas. El público español poseerá en ella la obra de los Viajes de Antenor completa, la poseerá purgada de todos los vicios que abundan en la de Calzada, y se apropiará así una producción tan interesante como instructiva. (xviixviii)

No todos opinaban de igual modo en aquel tiempo; el censor que aprobó la traducción de la Lógica de Condillac afirma que «está bien hecha» (AHN, signatura: Consejos, 5548, exp. 50; Freire, «Bernardo de Calzada» 147); estudiosos más recientes profundizan en esta afirmación destacando su fidelidad al original, aun con supresiones, así como su llamativa superioridad a la posterior de Valentín de Foronda (1794), quien «copió descaradamente» la del militar (Sánchez García 185). Con respecto a la traducción de Sterne, cabe afirmar algo similar: la literalidad de la traducción al tiempo que la abundancia de supresiones, sobre todo de pasajes que incluyen «menciones a la heterodoxia filosófica o religiosa que campaba por Europa y que tanto aterrorizaba a los ministros de Carlos III y Carlos IV» (Pérez Rodríguez 118) y de autores representativos de aquella, como Rousseau, generalmente ocultado bajo la denominación «un filósofo». «Fiable», «asequible» y «utilizable» son los adjetivos que emplea Ozaeta (351) para referirse a la traducción de La Fontaine, que tiende al coloquialismo y pintoresquismo (ibidem 340). Quizás el juicio de Sempere y Guarinos en 1789 sintetiza bien la aportación de Calzada en cuanto que traductor:

La mayor parte de los traductores de lenguas vulgares han afeado nuestro idioma con voces y frases nuevas, y con cierta languidez muy ajena al carácter y genio de los españoles. Mas por otra parte la han enriquecido de ideas y aun en cuanto al estilo han contribuido a purgar este de ciertos vicios que se habían hecho generales en nuestros libros y ahora no lo son ya tanto, cual es el de la hinchazón, sutileza, cadencia, hipérboles y metáforas de que antes estaban empedradas las obras de los más sabios escritores. Algunos pensarán de diverso modo, mas yo creo que no se debe menor gloria a los señores Clavijo y Ortega por sus traducciones de las obras del conde de Buffon, Mr. Duhamel y demás que se han hecho, que por las originales. Y que los señores D. Miguel Jerónimo Suárez, D. Bernardo María de Calzada y otros son también dignos de elogios por las suyas. (230–231).

4. Razones y motivos de una traducción

Medio siglo cumplido había transcurrido desde la aparición del libro de Lennox en Inglaterra y, aunque en Francia sí había sido recibido con atención –prueba de ello es que se inicia el siglo xix con dos traducciones del texto–, España lo desconocía por completo. En un momento, además, en que las admiraciones procedentes de las Islas se centraban en Young, Pope y Thomson (Fernández Montesinos 15), ¿qué llevó a Calzada a decidirse por la novela de Lennox?

p. 30

Por una parte, sería el resultado de un traductor atento a las novedades que se publicaban en el país vecino y en la lengua que dominaba; la traducción que conoció se había publicado muy pocos años antes (1801): otras publicaciones de Calzada en esos mismos años (Memorias de Typoo Zaib, 1800, y Suplemento a las memorias de Typpoo-Zaib, 1804) y las dificultades que atraviesa el país en fechas muy cercanas a la invasión napoleónica quizás pudieran explicar la distancia cronológica entre la versión francesa y la de Calzada, que no es mucho mayor que la habida en otras traducciones suyas. No figura el nombre de la autora inglesa ni en la portada del volumen original ni en la traducción francesa y no parece que Calzada estuviera atento a la literatura inglesa: seguramente lo que conoció de esta procedía de traducciones al francés, de manera que es posible que no supiera de la existencia de Charlotte Lennox o, por lo menos, de que fuera la autora del volumen que iba a traducir. Acaso pensara incluso que estaba traduciendo un libro de publicación cercana, cuando en realidad había pasado ya medio siglo desde su publicación en 1752.

Por otra parte, tiene razón Jaffe (120) al señalar cómo a la altura de finales del siglo xviii la novela, esto es, las «novelas inglesas» asociadas al género sentimental, había alcanzado un éxito importante pero también un rechazo grande entre censores y moralistas, lo que llevó a su prohibición por el Consejo de Castilla el 27 de mayo de 1799 (Álvarez Barrientos 213–221). En ello jugó un papel relevante el hecho de que una parte sustancial de los lectores de aquellas era en realidad femenina, de tal manera que «the censors considered the novel a dangerous genre dedicated to the imagination and to the passions» (Jaffe 121; Lorenzo-Modia 107). En este contexto, la traducción de Calzada tendría mejor explicación, por un lado, al reforzar esta visión normativa de los perniciosos efectos de la lectura de novelas en las mujeres y, por otro, al buscar un posible público lector más amplio (novela con mujer como protagonista que podría ser más atractiva para un público esencialmente femenino), al que se le añade por medio del subtítulo (Perjuicios morales de las disparatadas novelas), una coletilla de índole moral en consonancia con la censura que recibió este género en aquellos tiempos, más aún si se tiene en cuenta que las novelas que admiraba Arabela –las de Mme. Scudéry– inventaron el «pays du tendre» (Romero Tobar 173), inspirado en un mapa alegórico de las distintas fases de la vida amorosa en el que la mujer tenía un papel principal.p. 31

También habría que añadir el factor quijotesco y la reinterpretación que del libro cervantino se estaba realizando en aquel tiempo, de procedencia inglesa y culminación española en la edición académica del Quijote de 1780. En efecto, muy poco antes del libro de Lennox habían sido publicados dos volúmenes decisivos en la historia editorial e interpretativa del Quijote: si Henry Fielding mencionaba expresamente su deuda con aquel en la portada de Joseph Andrews («written in imitation of the manner of Cervantes, author of Don Quixote», 1742) y abría el camino a la consideración del libro cervantino como la primera novela moderna, muy poco antes los hermanos Tonson daban a la imprenta la primera edición de lujo del texto cervantino (Vida y hechos del ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha, en Londres, por J. y R. Tonson, 1738, 4 tomos). Como es conocido, esta edición se debe a iniciativa de Lord Carteret, quien inició el proyecto al menos quince años antes, con el propósito de ofrecer una edición culta y neoclásica del libro en la que se cuidaron todos los detalles: la tipografía, el papel, el tamaño (cuarto mayor), la impresión, la revisión y un programa iconográfico muy extenso (67 estampas) coordinado por John Oldfield, pero realizado casi en su totalidad por el pintor John Vanderbank y grabado por Gerard Vandergucht. Este aspecto de la edición es singularmente destacable, pues da comienzo al modelo iconográfico inglés, de modo que la interpretación del texto como entretenimiento y diversión habitual hasta entonces será remplazada por la que lo conduce por el camino de la sátira moral, de decisiva influencia en otras propuestas interpretativas posteriores. Este eslabón previo explica la edición académica española de 1780 (y, ulteriormente, la traducción de Calzada): El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra (Madrid: Joaquín Ibarra, a costa de la Real Academia Española, 1780, 4 vols. en folio) se concibe en relación dialéctica tanto con la edición londinense de 1738, como con la de La Haya de 1744 (también edición en cuatro volúmenes, en español y con dos docenas de ilustraciones a partir de los dibujos de Charles Antoine Coypel), a las que se reconoce su «cuidado y exactitud», pero también una serie de errores cuya corrección se hace imprescindible:

Sin embargo se ha conservado en ellas el título de la obra adulterado como en las antecedentes, y además de los errores de ortografía, de que abundan, tienen también otros muy sustanciales, por haberse corregido en ellas algunos lugares, creyendo con equivocación que estaban viciados, y haberse dejado sin corrección otros, que la necesitaban por estar conocidamente errado el texto. (I. II)

Se intentó, además, por medio de un extenso comentario de Vicente de los Ríos, ofrecer una nueva interpretación del libro, ahora ya sí considerado como la gran aportación de la literatura en lengua española a la cultura occidental, que en consonancia con los nuevos tiempos dejara atrás la lectura previa de texto para entretener y divertir, y, siguiendo el camino abierto por el modelo interpretativo e iconográfico inglés, como iniciador de un nuevo género, el de las fábulas burlescas, que conduce directamente a su consideración de sátira moral:

Lo cierto es que el principal fin de Cervantes no fue divertir y entretener a sus lectores como vulgarmente se cree. Valiose de este medio como de un lenitivo para templar la delicada sátira que hizo de las costumbres de su tiempo: sátira viva y animada, pero sin hiel ni amargura; sátira suave y halagüeña, pero llena de avisos discretos y oportunos, dignos de la ingeniosa destreza de Sócrates, y tan distantes de la demasiada indulgencia, como de la austeridad nimia. Por este útil y divertido camino conduce Cervantes a sus lectores, enseñándolos e ilustrándolos desde el principio hasta el fin de las fábulas.

[...] no me parece que se puede dudar de que la Moral del Quixote es comparable a la de los más famosos filósofos. (I. c y cxxxvi)

p. 32

De esta manera se explica la cita de Forner (1786):

Habíanos venido de Francia el inepto gusto a los libros de caballerías [...] Clama Vives contra el abuso; escúchalo Cervantes, intenta la destrucción de tal peste, publica el Quijote y ahuyenta, como a las tinieblas la luz al despuntar el sol, aquella insípida e insensata caterva de caballeros despedazadores de gigantes y conquistadores de reinos nunca vistos (Fernández Montesinos 36).

Cámbiese libros de caballerías por novelas sentimentales o galantes y se entenderá mejor la traducción de Calzada. Y todo ello venía de Inglaterra, pues en España la influencia de Cervantes en torno a 1800 es poco significativa por su escasa calidad y queda reducida a la «imitación de giros y frases familiares [... y] alguna parodia por el estilo de las que, originales o traducidas, publicaban Trigueros o Calzada» (Fernández Montesinos 107). El tiempo de Galdós y sus contemporáneos aún quedaba lejos.

Creo que a la luz de este contexto y de las aportaciones bibliográficas dieciochescas reseñadas se iluminan las razones de la traducción de Calzada, quien omite cualquier referencia explícita a cualquiera de los textos previos, ni la traducción francesa ni el original inglés; tampoco a sus autores. Aunque recuerda su condición de traductor («escrito en inglés, sin nombre de autor; y en castellano por Don Bernardo María»), parece querer hacer creer que traduce desde este último idioma, pues no hay ninguna referencia al libro francés de 1801: se trata de un gesto de apropiación que sigue una costumbre bastante habitual en aquel tiempo (Álvarez Barrientos 203; Cavaillon 252), no ajena a las de nuestro traductor: en 1805 publica Viaje por mis faldriqueras (1805); la traducción, muy fiel, nunca explicita que se trata del libro anónimo Voyage dans mes poches (1799), escrito a raíz de la publicación un libro de Xavier de Maistre: Voyage autour de ma chambre (1794).

5. Original inglés, pero traducción desde el francés

Aunque se ha defendido que Calzada trabajó directamente desde el original inglés, no hay argumentos de peso: los aportados por García Calderón (117–118) pueden justificarse plenamente a partir de la traducción francesa. Los tres casos con los que ejemplifica las adiciones de Calzada (7 y 8), tanto la referencia a las novelas de Scudéry como las dos supuestas reflexiones del traductor español, son traducción literal del texto francés. Con respecto a las supresiones alegadas, creo que la primera se explica a partir de la traducción francesa y no del original inglés. Si bien la reducción del párrafo inicial del capítulo I es drástica con respecto a los dos textos previos y podría explicarse a partir de cualquiera de los dos, pues la traducción francesa sigue muy fielmente en esta ocasión al original inglés, hay un detalle recogido en aquella que no aparece en este y que Calzada reproduce literalmente: «the first and most distinguished Favorite at Court» se traduce por «le premier et le plus distingué des favoris du roi d’Angleterre», que conduce directamente a «El marqués de... fue, por mucho tiempo, privado del rey de Inglaterra». Del mismo modo, la supuesta omisión del final del primer capítulo se debe también a la fidelidad a la traducción francesa, donde tampoco aparece, que no a trabajo directo sobre el original inglés. Finalmente, el caso de alteración propuesto en el que Calzada «altera, amplifica, modula y omite a la vez» (García Calderón 118), esto es, el final del capítulo primero, no debe considerarse como tal: procede directamente de la traducción francesa, de la que Calzada solo se separa para modificar un adjetivo («froid» se convierte en «flemático») y la construcción de una frase: con comas en la versión española, con punto y seguido en la francesa, pero sin alterar palabras ni el significado de conjunto.

p. 33

La fidelidad de la traducción de Calzada al texto francés es tan grande que en los poquísimos casos en que el texto español es ilegible o no se acaba de entender bien, la traducción francesa permite recuperar o comprender estos momentos (véase nota al capítulo I, p. 30). Solo de dos maneras se separa de la traducción francesa.

En primer lugar, añade información en muy pocas ocasiones; así en la modificación del título, donde se podría haber acudido a la literalidad francesa que sigue de cerca al original inglés (The Female Quixote; or, the Adventures of Arabella > Arabella ou le Quichotte femelle > ‘Arabela o el Quijote femenino’), pero prefirió eliminar el nombre de la protagonista y resaltar el vínculo cervantino, al que se añade un sintagma preposicional que, por medio de la metonimia, se refiere a la protagonista femenina, pero incorporando otros matices (más allá seguramente del hecho de que sea una mujer el personaje principal) y un subtítulo –inexistente en los textos francés e inglés– que sugiere una determinada interpretación del texto: Don Quijote con faldas, o perjuicios morales de las disparatadas novelas.

En segundo lugar, por medio del añadido de un párrafo de su propia cosecha al final del prólogo, para incidir precisamente en la vinculación quijotesca del texto:

Como a nuestra heroína se la trastornó su buen juicio con la lectura de los mencionados libros heroicos, (cuyas ideas gigantescas e impracticables se propuso adoptar, a imitación de nuestro Don Quijote famosísimo), no parece que la sienta mal llamarla Don Quijote con Faldas, título con que se anuncia al público esta obra. (1)

Además, Calzada también añade algunas consideraciones de carácter moral, en consonancia con las presumibles razones que he esgrimido para explicar esta traducción. Estas consideraciones proceden en su mayoría del texto francés, pero no todas, como se verá en el apéndice correspondiente.

Sin embargo, lo más habitual es el proceso contrario: Calzada, siguiendo a Crommelin, no suprime párrafos ni información general, pero sí reduce los detalles en un proceso de síntesis muy reiterado en el que no se pierde lo esencial de la información y, por tanto, de la trama o el universo diegético representado. Por ello, mantiene el número total de capítulos (84), pero distribuidos de otro modo: frente a la numeración corrida en dos tomos en el original francés (primer tomo, 42 capítulos; segundo tomo, idéntico número; s. 84 en total), el texto español se secuencia en tres libros (34 + 30 + 20 = 84). El texto de Lennox se organizaba en dos volúmenes de cuatro y cinco libros respectivamente, con un total de 92 capítulos repartidos de la siguiente manera: 13 + 11 + 8 + 9 y 6 + 11 + 14 + 8 + 12.

6. Un final en penumbra

Completan este perfil de Calzada su pertenencia a la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, seguramente consecuencia de las traducciones publicadas (Freire, «Bernardo de Calzada» 151), y a la aragonesa («Socio de mérito» en ambas, como indica en la portada de Vida de Federico II, rey de Prusia, 1788); también sus colaboraciones en El corresponsal del Censor, publicación periódica dirigida por Manuel Rubín de Celis, entre las que destaca una sátira en verso firmada con seudónimo, Lázaro Cadebar de Miranda (Urzainqui 214), contra Juan Pablo Forner (vol. XL, 1788), a raíz de su Oración apologética por la España y su mérito literario publicada por la Imprenta Real en 1788. En esta sátira se ha querido encontrar las razones de algunos de los desencuentros del traductor con la Inquisición y censura, dado que Forner era escritor protegido por el conde de Floridablanca, a la sazón, el político más influyente y decisorio en el gobierno de Carlos III (Pérez Rodríguez 130).

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Desaparece el rastro del militar en 1814; no tenemos constancia exacta de la fecha de su fallecimiento, acaso como consecuencia de la guerra contra los franceses. El paso del tiempo ha difuminado esta figura a la que debemos la incorporación de los Quijotes femeninos en España –de larga descendencia: Clarín, Galdós…– y muy representativa de un tiempo en el que se cruzan ideas modernas venidas del norte con intolerancias propias de la España de finales del siglo xviii, donde las traducciones realizadas –entre ellas las de este «eterno traductor»– tuvieron un papel determinante como introductoras de ideas nuevas.

Bibliografía citada

Obras de Bernardo María de Calzada

Adela y Teodoro o Cartas sobre la educación, que contienen todos los principios relativos a ella, con los que corresponde para perfeccionar la de un Príncipe. Madrid: Joaquín Ibarra, 1785.

Catón en Utica. Tragedia inglesa. Madrid: Imprenta Real, 1787.

Desengaño de malos engañadores. Madrid: Imprenta Real, 1787.

Diccionario manual de hechos y dichos memorables de la Historia antigua. Madrid: Imprenta Real, 1794.

Don Quijote con faldas, o perjuicios morales de las disparatadas novelas. Madrid: Fuentenebro, 1808. 3 vols.

El hijo natural o Pruebas de la virtud. Madrid: Imprenta Real, 1787.

El triunfo de la moral cristiana o los americanos. Madrid: Imprenta Real. 1788

El viajador sensible, o mi paseo a Yverdún. Madrid: Imprenta Real, 1791.

Ensayo sobre la educación de la nobleza. Madrid: Imprenta Real, 1792. 2 vols.

Fábulas morales escogidas de Juan La Fontaine en verso castellano. Madrid: Imprenta Real, 1787. 2 vols.

Herman de Unna: rasgo historial de Alemania. Madrid: Imprenta Real, 1807.

La religión. Madrid: Imprenta Real, 1786.

La subordinación, tragicomedia en cinco actos. Madrid: Joaquín Ibarra, 1785.

La verdadera historia de Inés de Castro, suceso portugués. Madrid: Oficina de don Gerónimo Ortega e hijos de Ibarra, 1791.

Lógica o los primeros elementos del arte de pensar. Madrid: Joaquín Ibarra, 1784.

Memorias de Typoo-Zaib, sultán de Masur o vicisitudes de la India en el siglo XVIII. Madrid: s. i., 1800.

Motezuma. Madrid: Joaquín Ibarra, 1784.

Nueva floresta o colección de chistes, agudezas, pasages graciosos sacados de varios autores e idiomas. Madrid: Imprenta González, 1794. 2 vols.

p. 35

Pensamientos militares que da a luz por si fuesen útiles el teniente coronel don Bernardo María de Calzada, capitán del regimiento de dragones de Granada. Madrid: Imprenta de Villalpando, 1814.

Suplemento a las memorias de Typpoo-Zaib ó causas que aceleraron la ruina del imperio del Masur, sitio de Seringapatam por los ingleses, y muerte del famoso sultán. Madrid: Imprenta Real, 1804.

Viaje de Antenor por Grecia y Asia con nociones sobre Egipto. Madrid: Imprenta de P. Sanz, 1802.

Viaje por mis faldriqueras. De autor anónimo. Trasladado a la lengua española por E. T. C. D. Bernardo María de Calzada. Madrid: Imprenta Real, 1805.

Vida de Federico II, Rey de Prusia, enriquecida con un gran número de notas, piezas justificativas y memorias secretas, cuya mayor parte no se ha publicado todavía, traducida por D. María Bernardo de Calzada. Madrid: Imprenta Real, 1788–1789, 4 vols.

Otras obras

Álvarez Barrientos, Joaquín. La novela del siglo xviii. Ediciones Júcar, 1991.

Cadalso, José. Cartas Marruecas. Ed. Emilio Martínez Mata, estudio preliminar de Nigel Glendinning, Crítica, 2000.

Canavaggio, Jean. Don Quijote. Del libro al mito. Espasa, 2006.

Cavaillon, Giorni. L’édition sous Charles IV: Les annonces de librairie des journaux madrilènes. 1789–1808. Presses Universitaires de Provence, 2019.

Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. Ed. Francisco Rico, Real Academia Española, 2015, 2 vols.

Close, Anthony J. La concepción romántica del «Quijote». Crítica, 2005.

Cobos Bueno, José Miguel y José Ramón Vallejo Villalobos. «Bernardo María de Calzada y la traducción de la lógica de Condillac en España». Ciencia y técnica entre la paz y la guerra. 1714, 1814, 1914. Sociedad Española de Historia de las Ciencias y de las Técnicas, 2015, vol. 2, pp. 825–832.

Fernández de Moratín, Leandro. Epistolario. Ed. René Andioc, Castalia, 1973.

Fernández Montesinos, José. Introducción a una historia de la novela en España en el siglo XIX. Seguida del esbozo de una bibliografía española de traducciones de novelas (1800–1850). 3.ª ed., Castalia, 1972.

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Ranz Romanillos, Antonio. Desengaño de malos traductores. Obra crítica en que se censura la nueva versión del poema de la Religión de Luis Racine, y se intenta contener a los que se arrojan a traducir sin los debidos conocimientos. Por Arnoldo Filonoo, vecino de esta Corte. Madrid: Pantaleón Aznar, 1786.

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1 Hay casi una veintena de expedientes, cuyo registro se puede encontrar en esta dirección electrónica: http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/find?nm=&texto=Bernardo+Calzada. Acceso 24 marzo 2022.