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Capítulo XV
Incidente naturalísimo

Cada día iba ganando más Glanville en la estimación de Arabela. El marqués lo advertía con gusto y deseaba apresurar su unión, pero las reflexiones le aconsejaron que no era tiempo todavía. Fueron las cosas siguiendo naturalmente su curso y se pasaron algunos meses con el mayor sosiego. Cayó enfermo el marqués y, por los primeros síntomas, se graduó su enfermedad de peligrosa35. La ternura que manifestó Arabela con aquel motivo, sus inquietudes y la atención con que servía a su padre, fueron nuevos atractivos que obraron sobre el corazón de Glanville. A proporción de cómo la enfermedad progresaba crecía el dolor, el interés, el cuidado y la asistencia continua de Arabela. A nadie permitía que velara a su padre, sufrió su humor impertinente con admirable paciencia y solo dormía en un sillón de brazos cuando la fatiga la precisaba a tomar algunos momentos de descanso.

Después de haber luchado el marqués con la enfermedad quince días, murió en los brazos de su hija, tiernamente clavados en ella los ojos. Arrodillado Glanville delante de la cama, tenía entre las suyas una de las manos de su tío, que mojaba con lágrimas. Un desmayo que sobrevino a Arabela le quitó de aquella postura. Socorriola inmediatamente y empleó, en vano, por mucho tiempo cuantos medios fueron posibles para que volviera en sí. Como estaba privada de sentimiento y de respiración y pálida y desfigurada, concibió Glanville por algunos instantes la idea horrorosa de que había expirado. Abrió Arabela los ojos, pero seguidamente los volvió a cerrar. Lleváronla a su cama y los médicos la graduaron de muy de riesgo. Las disposiciones funerarias para el entierro del marqués no tocaban a otro que a Glanville. ¡Qué situación tan triste! Suministráronle fuerzas la necesidad y la obligación. Su primera atención fue enviar a buscar a su padre, nombrado curador de su prima36. Tuvo el consuelo de que llegara prontamente y se desembarazó de las lúgubres ocupaciones del entierro.

No estuvo Arabela peligrosamente enferma más que algunos días. Así que Glanville la juzgó convaleciente, la hizo saber que Carlos, su padre, había llegado y que deseaba verla. Este caballero, que no sabía ni una palabra de la etiqueta de las heroínas, no aguardó respuesta y pasó al cuarto de su sobrina. Esta dormitaba a la sazón y, mientras Glanville hacía en la antecámara la enumeración de sus admirables prendas, con el entusiasmo de un enamorado verdadero, le interrumpió la voz de Arabela.

35 ‘se calificó’.

36 ‘cuidador’ y, con más precisión, en este caso se trata de la persona que tiene «a su cargo, por nombramiento de Juez, el cuidado de la hacienda, y la defensa de las causas o pleitos de alguno, que por ser menor de edad, o falto de juicio, no puede defenderse por sí» (Aut).