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Capítulo IV
Continuación de las equivocaciones

Glanville evitó la concurrencia para que no conocieran su desabrimiento, así que se presentó, se retiraron las dos primas: la una para dejarlo en libertad y la otra para informarse de lo que Jorge había dicho y hecho mientras la caza.

Luego que Arabela se vio sola, su imaginación la representó todo lo sucedido. ¡Cuántos sucesos en un solo día!: peligro de ser robada por un pérfido raptor, libertarse felizmente de serlo; una declaración inesperada y el descubrimiento de que Glanville tenía un competidor en su padre. No hubo heroína que se viese nunca en tan singulares circunstancias. Pero, por más descabelladas que fuesen sus ideas, Arabela halló modo de compararlas.

—¿Por qué mi mérito –decía ella– no podría producir el mismo efecto que el de Olimpia, princesa de Francia? ¿No promovió la divina Clelia una violenta pasión a Maherbal, quien no dejó de amarla, aun sabiendo que era su hermano? ¿No amó a la hermosa Alciona su tío y no intentó que le correspondiera84? ¡Ay! Sobradamente cierta es mi desgracia pero, ya que mi funesta beldad encendió tan delincuente llama, debo extinguirla y desterrar un respeto, que puede perjudicar a mi gloria.

Recapituló seguidamente cuanto la había dicho el caballero Jorge y encontró en sus expresiones tanta relación con las de Orondates que quedó su vanidad satisfecha; la regla exigía que no fuese bien recibida una declaración tan pronta, pero era absolutamente preciso admitirlo como amante, siempre que, más dichoso que Glanville, triunfase de su robador. Era una situación aquella embarazosísima. Preguntado Glanville por su padre, imaginó una querella de que hizo una sucinta relación.

—Pretendes alucinarme, hijo mío –le dijo su padre–. Tu prima lo ha revelado todo.

Mortificadísimo Glanville de que lo hubiese ridiculizado Arabela, se dejó de averiguaciones y pasó al cuarto de su prima, a saber de ella misma lo que había dicho de él.

Arabela lo cumplimentó mucho sobre su valor y le dio gracias majestuosamente de lo bien que la había servido. Glanville, después de haber intentado persuadirla a que se había asustado sin motivo, se informó de lo sucedido desde que se separó de él y tuvo la mortificación de saber que no tan solo se había dado en espectáculo ella, sino que también había sido él mismo actor en la escena extravagante que había representado; pero Arabela dio tanta importancia a la narración de sus temores, de sus inquietudes, de su dolor y, en fin, del desmayo cuya causa había él sido, que, en vez de darla quejas, hubo de mostrarla mucha gratitud. Diole Arabela una tierna ojeada y no pudo contener un suspiro. p. 130

—Es necesario, querida prima mía, que yo sepa por qué suspiráis –la dijo apretándola la mano.

—Sed tan prudente, que no me violentéis a revelaros un secreto: los hay de calidad que nunca deben descubrirse, fuera de que sobradamente presto lo sabréis.

—Aumentáis mi curiosidad siendo yo el objeto, como parece; por Dios, prima mía, que no prolonguéis mi inquietud.

—No, Glanville, no quiero ser la primera que os noticie lo que debierais eternamente ignorar.

Como Glanville conocía el carácter de su prima no se le dio mucho de aquella desgracia anunciada, pero fingió hallarse muy consternado al despedirse de la amable visionaria.

84 La historia de Olimpia se hallará en Cléopâtre VI.1. La de Maherbal está en Clélie II.2, aunque Arabela es traicionada por su memoria: Malherbal corteja a Clelia en Cartago por un corto espacio de tiempo, pero es Adherbal, pírincipe de Numidia, el que resulta ser su hermano; y el tío de Alciona, Bagistones, lo es en realidad de su marido (Cassandre II.2). [Dalziel 401-402.]