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Capítulo XXI
Su principal mérito está en acabar con una excelente sentencia

Llegado el día de las carreras (o de los juegos, como Arabela los llamaba), pasó Carlota cuatro horas en su tocador e hizo cuanto la fue posible para superar a su prima en buen parecer, ya que el luto no la permitía más que una compostura ligera y sencilla, y así que el espejo la dijo que nada tenía que añadir a su adorno, corrió al cuarto de Arabela, que todavía estaba con su vestido casero.

—¡Cómo es esto! ¿Aún no estás vestida, prima mía? Mi hermano dice que ya es tiempo de marchar y ¿aún no has empezado a vestirte?

—Sosiégate –la contestó Arabela, quitándose su cofia dormilona–. No te haré esperar.

Carlota se la sentó al lado para tener motivo de criticarla, pero vio con mortificación suya que el arte la era inútil y que estaba linda, sin poner de su parte para parecerlo. Carlota confiaba, a lo menos, en oír ridiculizar el vestido de Arabela y en ver a las damas reírse de un velo que, aunque, a la verdad, la sentaba bien, no estaba aprobado por la moda.

Vestida ya Arabela, tomaron el coche, con apariencias de buen humor de una y otra parte, y marcharon.

Llegaron cuando iban a empezarse las carreras. Arabela, que vio a los corredores vestidos con chupas de raso de diferentes colores, creyó que eran personas de distinción y se interesó por el que tenía mejor figura, pero de tal manera en sus primeras ventajas que Carlota la dijo secamente que notarían su complacencia y creerían que el postillón no la era indiferente53.

Sentido Glanville de la proposición, se mordió los labios; pero Arabela no la llevó a mal.

—Te aseguro –la respondió sonriéndose– que me muestro parcial por este a causa de tener mejor traza y de ser más diestro que los otros... Acaso imaginas que es alguno de mis ocultos amantes, pero te protesto que no es por mí por quien aspira a la gloria.

—¡Ay, Dios mío! Prima, ¿qué es lo que hablas? Todos te gradúan de hermosa, pero no son tan poderosos tus atractivos que alcancen a seducir a gentes de esta especie... p. 87

Arabela, ocupada en la observación de sus héroes, prestó poca atención a este sarcasmo y Glanville se aprovechó del momento en que asomó la cabeza por la portezuela del coche para reprender a su hermana. Un caballerito llamado Jorge Belmur, movido por la curiosidad de ver más de cerca la bella figura de nuestra heroína, iba a informarse de quién era cuando vio a Glanville; se acercó respetuosamente al coche, saludó a las damas y dio la mano a su antiguo amigo.

Sintió mucho Glanville aquel encuentro, pero se dominó lo necesario para que no lo conocieran. Carlota, regocijadísima de haber dado con alguno que la dijera lisonjas, se dirigió al caballero Jorge:

—Es verdad que llegáis oportunamente para alegrar nuestra conversación: los parientes entre sí forman una sociedad muy triste; un cuarto de hora ha que no hacemos otra cosa que enviarnos de rechazo tres o cuatro palabras, como si nuestros entendimientos jugaran al volante54.

—Mi prima –dijo Arabela– tiene un genio tan jovial que gradúa de perdidos todos los instantes en que no ríe. Yo estoy enteramente embebida en el espectáculo y mi curiosidad de saber a quién la fortuna concederá la victoria es tal que ni aun se distrae mi atención con lo festivo de su carácter...

Atento Glanville a las impresiones que recibía su amigo, le habló de caballos, de corredores, de apuestas, etc., pero Arabela los interrumpió con esta pregunta:

—Decidme, señores, ¿se sabe quién es el galán escudero que ha ganado el primer premio?

Jorge, maravillado de aquel modo de explicarse, respondió:

—Os protesto, señora, que no me he informado de su nombre.

Mientras hablaban, ganó otro premio el mismo corredor y Arabela no pudo ocultar su gozo:

—Mucho temo –dijo– que no tengamos la satisfacción de saber quién sea; acaso desaparecerá como Hortensio en los juegos olímpicos55.

Las monadas seductoras de Carlota hicieron que Jorge Belmur no atendiese a dicha singular expresión y Glanville opinó por volverse a la quinta. Carlota, que no quiso soltar a Belmur, lo obligó a que entregara el caballo a uno de sus criados y a que se metiera en el coche. Mientras el camino, Arabela continuó hablando de los juegos y Glanville haciendo cuanto podía para desvanecer la conversación. El joven, embobado con la hermosura de su nuevo conocimiento, la escuchaba con una admiración que no podía disimular. Prolongó su visita esperando ocasión de decir alguna cosa lisonjera, pero Carlota usó de tanto arte que solo paró su consideración en ella. Partió, en fin, sin haber insinuado a Arabela nada de su inclinación (osadía que lo hubiera desterrado para siempre de su presencia) y estuvo tan preocupado que se disgustó mucho de ello. ¡Tan incapaces son los pobres humanos de conocer y de juzgar las cosas que les convienen!

53 ‘Arabela se excedía en sus expresiones hacia el postillón de manera que podría pecar de indiscreta’; de ahí la indicación de Carlota.

54 El volante era un juego parecido al bádminton moderno. Véase: https://janeausten.co.uk/es/blogs/games-to-play/battledore-and-shuttlecock.

55 De acuerdo con Dalziel (394), Arabela equivoca el nombre: no se trataría de Hortensio, sino de Atalo (Clélie, histoire romaine IV.1).