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Capítulo XXII
Confianzas curiosísimas

Notando Arabela la familiaridad con que su prima trataba con aquel joven se persuadió a que era su amante correspondido y la entró curiosidad de saber su historia (porque en todo suponía algo de extraordinario y maravilloso). Paseándose, al día siguiente, con su prima, la dijo que era extraño que dos parientas que debieran estar estrechamente unidas observasen entre sí una reserva fatigosa.

—No cabe, prima mía, que, siendo tan muchacha y tan amable como eres, no hayas tenido infinitas aventuras. ¿Tendrás tan mala idea de mi prudencia que temas participármelas?...

—¡Yo aventuras, Arabela!

—Nadie como tú ha estado más en el caso de ser admirada y no es dudable que habrás tenido un gran número de obsequiadores.

—Por lo que hace a obsequiadores no me han faltado; pero aventuras, te aseguro que nunca las he tenido.

—¡Calla! ¿Me hablas sinceramente?

—En verdad que sí y no comprendo por qué piensas de otro modo.

—Dichosísima eres, porque creo que las más de las mujeres hermosas las han tenido y, con frecuencia, muy fatales.

—Si conocieras mejor el mundo, prima mía, no creerías tan fácilmente que las señoritas jóvenes se exponen a aventuras: las educadas en las ciudades son difíciles de seducir y esta suerte de despropósitos indican siempre una educación de campo.

—Pero puede una mujer ser robada con violencia, porque hay hombres de pasiones tan desenfrenadas... ¿Te acuerdas de cuántos raptores tuvo Mandana?

—No, por cierto; no conozco a esa mujer: ¿es alguna judía?

—No lo fue, pero favoreció a esta secta y proporcionó la libertad a muchos judíos que Ciro había esclavizado56.

—Parece como que nada rehusaba a ese señor Ciro y que... p. 89

—No lo creas, prima: lo hizo penar muchísimo tiempo por una banda que solicitaba de ella puesto a sus pies57.

—Y tuvo razón: ¿para qué la pedía una cosa que ella tenía gusto de poseer? Lo mismo haría yo en igual caso.

—Pues Mandana, tan rigorosamente virtuosa como tú, se mantuvo inexorable; pero creo que hubiera podido templar algo su extremo rigor en favor de un amante como Ciro.

—Y dime: ¿a qué cuento viene el mezclarme con ese Ciro y esa Mandana? ¿Qué es lo que quieres decir con eso? Vamos...

—Nada, sino que eres rigorosísima.

—¡Rigorosísima!

—Sí, porque hay casos en que pueden concederse favores.

—Pues, prima mía, sabe que yo no concedo favores a nadie.

—Y cuando lo hicieras, sabe que los hay tales que no comprometen la opinión ni la gloria.

—Espero no deber a nadie tanta gratitud que solo pueda pagarla con favores.

—Me traes a la memoria, Carlota, a la bellísima y rígida Antonia, que se dio por ofendida de que uno de sus amantes ocultos la confesase que se había atrevido a amarla58.

No imaginando Carlota que Arabela pudiese hablar seriamente, creyó que todas sus reflexiones eran meras chanzas, pero punzantes y satíricas, y, como no pudiese satisfacerlas, corrieron de sus ojos las lágrimas que arranca la cólera y el despecho. Arabela, cuyo corazón era bondosísimo, la pidió perdón y, para desvanecerla su sospecha, la ofreció justificar lo dicho con el libro en la mano.

—Tú me hablas de Ciro, de virtud, de rigidez, de Antonia y de favores, y, seguramente, estas cosas encierran alusiones que no concibo... solo, sí he concedido algunas miradas tiernas y eso con mucha dificultad.

—Te aseguro, Carlota, que mi imaginación no llegaba a tanto ni te creía tan ligera como tú misma... ¡Conque miradas tiernas*!

—He aquí, pues, el objeto de tus proposiciones obscuras y capciosas –repuso Carlota–. Apruebas los favores bajo el nombre de Mandana para arrancarme una* especie de confesión y adquirir el derecho de corregirme.

—Los favores de que yo hablaba, prima, son de otra especie, como, por ejemplo, una banda, un bracelete* o cosas semejantes, que es lo que puede merecer un amador que ha suspirado secretamente años enteros. Cuando sostuvistes que Mandana hizo bien en haber rehusado la banda al gran Ciro, confieso que me engañé y te comparé entonces a la severa Antonia, pero ahora te juzgo tan indiscreta como Julia59. p. 90

Mientras Arabela hablaba, tuvo tiempo Carlota para enjugarse las lágrimas. De mala fe ya con su prima, titubeaba en si dejaría prontamente la quinta o en si fingiría reconciliarse para lograr mejor su venganza. Su carácter petulante la inclinaba al primer medio, pero la costaba mucho renunciar al gusto de ver a Belmur, a quien amaba, y determinarse a dejar abandonada a los hechizos de su prima conquista semejante. Tomó el partido de disimular e hizo como que escuchaba atentamente una larga disertación sobre cómo había de manejarse con los amantes indiscretos; todo conforme a las reglas más severas del heroísmo. Dada esta lección, Arabela abrazó a su prima, asegurándola de que, si había dicho algo que pudiera desagradarla, solo había sido por lo que la importaba su gloria. En tal estado se hallaban las cosas, cuando entró Glanville a convidar a Arabela, de parte de Jorge, a pasar el día en su casa...

—Verisímilmente no iréis, prima, a causa de vuestro luto, y mi hermana y yo tampoco aceptaremos el convite.

—No me parece –interrumpió Carlota– que mi prima gastará con nosotros ceremonias y que, no pudiendo salir, quiera también tenernos encerrados.

—No, ciertamente –dijo Arabela–. El caballero Jorge os prepara un festín y es justo que asistáis a él; ruégoos que admitáis su convite.

Contentísimo Glanville de que su prima se rehusara, intentó persuadir a su hermana que la acompañase, pero mostró tanta displicencia que no se atrevió a insistir. Fueron los dos hermanos a vestirse y Arabela a buscar sus novelotas en folio60. Carlota, después de empleado todo el arte imaginable para parecer hermosa a los ojos de Jorge, fue a ver un instante a su prima, esperanzada en darla celos; pero Arabela alabó sobremanera su tez, sus facciones y su persona.

—No dudo –la dijo– que encadenarás hoy a tu carro más de un corazón, pero cuidado con que no expongas tu libertad propia cautivando la ajena.

Carlota, que no comprendía cómo podía una mujer alabar a otra sinceramente, puso los ojos en el espejo para asegurarse de si faltaba algo a su compostura. Avisó Glanville que el coche estaba pronto, se despidió respetuosamente de su prima y acompañó a su hermana al coche. El caballero Jorge, mortificadísimo de no ver a Arabela, dio la mano a Carlota con tan melancólica tibieza que ella le dio quejas, pero como observó los muchos gastos de tocador que se habían hecho para él, se portó como galán cortesano.

i ¡Conque miradas tiernas] ¡Con qué, miradas tiernas!

ii una] uma.

iii Mantengo la forma original frente a la forma castellana brazalete (Aut: «adornos en las muñecas»), pues pudiera ser una contaminación del inglés o del francés, dado que en ambas lenguas la forma es idéntica: bracelet.

56 Arabela recuerda aquí, equivocadamente, el episodio relatado en Artamène ou le Grand Cyrus VIII.2, donde el protagonista principal, con el nombre de Ciro, libera a los judíos cautivos en Babilonia el 538 a.C., pero no a instancias de Mandana (Dalziel 395).

57 ‘cinta o faja de color’; el episodio remite a Artamène I.2, con el añadido inventado de «puesto a sus pies» (Dalziel 395).

58 De acuerdo con Dalziel (395), Antonia, que remite a Cléopâtre (IX.2), es descrita como un personaje con aversión a todo tipo de galantería y, si no contraria, sí muy poco inclinada al amor.

59 Julia es la princesa hija de Augusto, como se menciona más adelante en II.1. Su historia se relata en Cléopâtre II.1 y 3, V.3 y VII.3 (Dalziel 395).

60 Las «novelotas en folio», con sufijo despectivo y referencia al tamaño, se corresponden con expresiones similares ya registradas, todas ellas en relación directa con los infolios caballerescos de Alonso Quijano.