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Capítulo V
Conversación anunciada al concluirse el precedente capítulo

Carlota, que estaba gozosísima de las extravagancias de su prima, no quedó poco admirada de ver que no habían producido efecto alguno en los ánimos de su padre y hermano. En vez de oírlos hablar de sus absurdos, repetían ambos sus observaciones y convenían en que era mujer de talento. Cansada de oír aquellos elogios, no pudo más consigo misma y tomó parte en la conversación.

—Verdad es –dijo– que suelen escapársela algunas cosas buenas, pero es lástima que sus intervalos de razón no sean largos.

—¡Intervalos de razón! ¿Qué quieres dar a entender con eso, hermana mía?

—Que la cabeza de mi pobre prima se va a pájaros muy a menudo139.

Enfureciose Glanville, se levantó, dio algunos paseos por la sala y, luego, mirando a su hermana con airados ojos, la dijo:

—Carlota, si menudeas proposiciones semejantes, te creeré celosa de la superioridad que tu prima tiene sobre ti por todos respetos140.

—¡Celosa yo, y celosa de mi prima! Sospecha es que no esperaba yo de ti, mas te protesto, hermano, que la superioridad que mi prima tiene sobre mí por todos respetos nunca me ha dado celos y sí frecuentemente lástima.

—Basta ya, hermana… –replicó Glanville con sequedad–, no sé qué precio habrás puesto a mi amistad… pero, en fin…, no hablemos más del asunto…

—Pero, hijo mío –repuso buenamente el barón–, no puedes menos de confesar que tiene ideas extraordinarias… Por ejemplo, ¿de dónde sacó la de que Tíncel quería robarla? Porque, a la verdad, solo puede afeársele el haber entrado en su antecámara sin permiso; es, ciertamente, una culpa que ha bastado para prohibirle la entrada en casa, mas…

—No puede darse cosa de mayor majestad que el modo con que pintó la gloria y la virtud –añadió Carlota– y…

—Créeme, hermana, no repitas las expresiones de tu prima, porque te faltan muchas cosas para darlas gracia. p. 206

—Convengo en que esa es una de sus superioridades.

—Sí, Carlota, y aún tiene la ventaja de serte tan superior por las prendas del alma, como por las de su persona.

—Vamos, vamos, hijo mío –interrumpió el anciano–, basta de ofensas: mi sobrina (lo confieso) es una de las mujeres más bellas que pueden presentarse, pero Carlota tiene su mérito y no te abono el que la humilles así141.

Más picada Carlota del elogio de su padre que de la acritud de su hermano, no pudo contener las lágrimas y dio en cara a este con que no la amaba desde que estaba enamorado de su prima. Enternecido, Glanville sacrificó algunas expresiones lisonjeras a su vanidad y restableció la calma en su espíritu. En aquellos mismos instantes se presentó Arabela más hermosa que nunca y justificó el ciego amor de Glanville.

139 ‘se distrae con frecuencia’.

140 ‘con todo el respeto’.

141 ‘no apruebo que la humilles así’.