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Capítulo XVI
Incidentes extraordinarios

Impaciente estaba Glanville aguardando a Roberto. Habíase ya puesto el sol. Una de sus ventanas daba al parque y en ella contaba los momentos y empezaba a inquietarse sobre lo que podría haber sucedido a Arabela, cuando le pareció que la divisaba en uno de los paseos, cubierta con su velo. Un instante después salió Belmur de entre unos árboles y se la echó a los pies. Arrebatado por la cólera Glanville, tomó su espada y corrió al paraje donde estaban. La tapada con el velo fue quien primero lo alcanzó a ver, pidió auxilio y se pasó al mismo paraje de donde había salido Belmur. Glanville, sin consideración al lugar ni a la presencia de su prima, dijo a Belmur que se defendiera y, arrojándose a él, lo pasó de una estocada.

Disipose la cólera de Glanville al ver a su competidor herido; tiró la espada, lo sostuvo y le suministró cuantos socorros pudo. La que había huido vino a ellos y se halló, con pasmo de Glanville, que era Carlota. Penetrado de doloroso arrepentimiento, miró a su hermana y la hizo vivísimas reconvenciones. Jorge Belmur tenía aun bastantes fuerzas y no miró con indiferencia lo que pasaba a su inmediación, y así, pesaroso de la inquietud de Glanville y agradecido al generoso cuidado con que lo trataba, le dijo:

—Querido Glanville, sois sobradamente bueno: he obrado mal con vos y merecido morir a vuestra mano; si vivo lo preciso para destruir las consecuencias del golpe que os he dado, nada se me dará de no vivir. p. 231

Desmayose entre los brazos de Glanville. Carlota no estaba capaz de socorrerlo y crecieron sus gritos y lágrimas cuando vio a su amante sin conocimiento. Iba Glanville a buscar a un cirujano a tiempo que se encontró con Roberto, quien le notició que la vida de Arabela estaba en el mayor peligro, que la habían llevado a su casa sin sentido y que continuaba en el mismo mal estado. Aunque se alteró hasta lo sumo Glanville, no por eso desatendió a Belmur: reveló a Roberto lo que acababa de pasar, le dio órdenes convenientes y voló a la habitación de Arabela. Acababan de acostarla sus mujeres. Arrimose Glanville a ella y la encontró con una calentura formidable. Envió a buscar médicos a Londres y dio parte a su padre del peligro que la amenazaba. Cumplió fielmente Roberto con las órdenes de Glanville y le advirtió que los cirujanos no graduaban de mortal la herida de Belmur, pero como el corazón de aquel hombre amable estaba tan combatido, no pudo entregarse a la alegría. Quedose en la antecámara de Arabela, aguardando con impaciencia suma la llegada de su padre y de los médicos. Llegaron. Glanville los acompañó a la alcoba de su prima y juzgó, por sus gesticulaciones y palabras ambiguas, que la deshauciaban. No obstante, le dieron algunas flojas esperanzas y aconsejaron que la dejasen sola, porque necesitaba de reposo. Mientras los médicos estaban ocupados con Arabela, contó Roberto al barón el desafío de su hijo. El pobre viejo, acometido de dos acaecimientos tan fulminantes, no podía volver en sí, pero se esforzó a consolar a su hijo con tiernas expresiones y, después, pasó a casa de Belmur, donde vio a su hija llorosa y consternada. Esta, poco cuidadosa de su prima, solo la había acompañado el tiempo preciso que se tardó en curar las heridas a su amante. Belmur, asombrado con la cercanía de la muerte, le tomó una mano al barón, hizo una confesión sincera de sus faltas y le aseguró de que si deseaba vivir era solo para que le dispensase la honra de ser su yerno. Deseaba mucho el barón saber el origen de la querella, pero, por justo miramiento, no hizo pregunta alguna. Hecha, pues, una corta visita, dejó a Belmur descansar e hizo una seña a su hija para que lo siguiera.

Sin duda que el lector no caerá fácilmente en cómo Belmur y Carlota se encontraron juntos en el parque, y por qué accidente cayó Arabela tan inesperadamente enferma. Esto es lo que se aclarará en el capítulo siguiente.