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Capítulo XXX
Género satírico

A la vuelta de Arabela, la dijo el barón:

—Ya tienes ahora, sobrina mía, alguna idea del mundo y de sus diversiones: ¿se te* puede preguntar si te agradan?

—Os confieso –respondió sonriéndose– que no deseo renovar la función de hoy. Si son estos los grandes placeres que he oído elogiar, me parece que pronto echaré de menos la soledad y los libros de que acabo de separarme.

—Pero, prima –repuso Carlota–, ¿qué otra especie de diversión aguardabas, pues? No hay paraje en Inglaterra, excepto Londres, donde haya tan buena sociedad como en Bath: el baile era lucido, te han celebrado y admirado mucho, y me pareció que todos se divertían... Fuera de que aquí es imposible fastidiarse128: por la mañana se tiene la sala de las bombas y por la noche la de ostentación y sociedad, donde todo el mundo se reúne, y si a esto añades las partidas de campo de las sociedades particulares, tendrás con que ocupar deliciosamente todas las horas del día.

—Me parece –satisfizo Arabela– que el tiempo es harto precioso para merecer que se emplee con más utilidad; creo que los que solo gustan de los placeres que has referido existen penosamente… ¿Qué pensaríamos de una mujer (cuya historia se hubiese escrito) que hubiera pasado su vida en el tocador, en el baile, en el paseo y que nunca hubiese tenido trato sino con personas tan frívolas como ella? No hay duda que la despreciaríamos. ¿Me convencerás de que esos hombres que hemos visto, con apariencias de mujeres, cuyas voces son tan melifluas y cuyos movimientos son tan acompasados, puedan nunca representar otro papel que el de desocupados? ¿Los juzgas propios para distinguirse en una batalla? ¿Imaginas que tengan idea de aquella especie de gloria que caracteriza a los hombres grandes?

—¡Vaya, prima mía, que no hablas más que de guerras y de choques! ¿Son las gentes amables a propósito para pelear? Ese es oficio de soldados.

—Pues si el heroísmo pertenece a estos, dime: ¿bajo qué título conoceremos a los que se adornan, se pasean y bailan continuamente, pues alguno han de tener?

—Nunca hubiera imaginado –interrumpió Tíncel– que un sujeto tan amable fuese acérrimo enemigo del placer. p. 189

—Os aseguro, caballero, que no lo aborrezco, pero sin duda que las nociones que yo tengo de él son diferentes de las vuestras. Permito a las mujeres que, hasta un cierto punto, se ocupen en los adornos de sus personas, pero estos cuidados me parecen indignos e impropios de un hombre, que ni ha de sacar de ellos su dignidad ni la consideración pública, pues son bienes que solo han de deberse a la elevación de su modo de pensar… Si es soldado, que derrame el oro sobre su coraza para que sean más notadas sus acciones y que ponga hermosas plumas sobre su morrión, pues allí están mejor que en un sombrero de máscara y un diamante en su lanza hará mejor efecto que en su dedo. No es mérito en un hombre hacer una cortesía con gracia, bullir en un paseo público o parlar sobre niñerías en una tertulia129.

—Ahora digo –saltó Carlota– que hay más malicia en tus reflexiones que en lo que Tíncel nos contó en el baile.

—Nada he dicho, sin embargo, que no sea relativo al modo con que dices que aquí se vive y me parece que es permitido hablar contra las cosas que llevan en sí mismas sus censuras.

FIN DEL TOMO SEGUNDO

i se te] te se.

128 ‘es imposible disgustarse, aburrirse’.

129 ‘hablar en demasía sobre niñerías’ (Aut).