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Capítulo XVII
Acaecimientos ordinarios expuestos a nueva luz

Bastante restablecida ya Arabela para salir de su cuarto, tuvo tantas ocasiones de gustar a su tío por medio de la conversación (siempre agradable en no tratándose de novelas) que se aficionó mucho a ella y mostró que le incomodaba el verse precisado a dejarla. Persuadiola mucho a que fuese con él a Londres, pero, determinada a pasar el año de su luto en el retiro, se resistió a la curiosidad de ver la capital. Leyéronla el testamento de su padre; celebró mucho el artículo que hablaba de* Glanville y le dio la enhorabuena en un estilo finísimo. Glanville suspiró y no se atrevió a mirarla al darla gracias. El barón, que penetró lo que pasaba en el alma de su hijo, dijo a su sobrina que su enhorabuena podía tomarse por un agüero desventajoso, porque su hijo no podía gozar de los beneficios de su tío sino a expensas de su felicidad.

Conoció Arabela el objeto de aquella proposición, encendiéronsela los colores y eludió la respuesta con algunas preguntas sobre el manejo de su casa. Mandó distribuir las mandas que su padre había hecho a los criados y deseó que a los que le habían asistido durante su enfermedad se les continuase el salario41. Además, dejó enteramente al cuidado de su tío la distribución de sus bienes y se refirió a él para fijar sus gastos hasta salir de la tutela, para lo que no la faltaban más que tres años.

Todo ordenado ya, se dispuso el barón a partir. Glanville deseaba quedarse, pero Arabela representó que su compañía podría perjudicar a su reputación y añadió reflexiones tan prudentes y sólidas que su tío no se atrevió a interceder por Glanville. Todo lo que este pudo conseguir fue el permiso de venir a verla con tal de que Carlota, su hermana, lo acompañase.

Llegado el día de la marcha se despidió el tío de la sobrina dándola los más señalados testimonios de su afecto. Glanville tenía los ojos arrasados de lágrimas. Arabela lo advirtió y se despidió de él de manera que lo dejó consolado. p. 78

Sola ya Arabela, la fueron pareciendo más largos los días. La imagen de su padre la melancolizaba cruelmente; viéndose privada de distracción y de sociedad, acordábase de las conversaciones divertidas que había tenido con su primo y se veía precisada a hacerle justicia. Sus libros, pues, fueron todo su recurso. Pero Arabela comenzaba ya a fastidiarse cuando la casualidad la proporcionó un conocimiento que la ocupó por algunos días. Se encontró, a la puerta de la iglesia, con una dama de pocos años acompañada de una mujer de algunos más que parecía una criada de confianza. Lo bien ajustado de su vestido, su porte noble, su majestuoso talle y la hermosura de sus facciones avivaron en nuestra heroína la idea de la bella Candaza*, tal cual la pinta Magdalena Escudery42. Arabela la observó mucho, figurose que notaba en sus ojos la expresión del pesar y se imaginó una serie novelesca de desventuras. Al salir de la iglesia, se hizo encontradiza con la hermosa extranjera43, la ofreció dos asientos en su coche y la suplicó que pasase a hacerla compañía en su quinta; aceptose el ofrecimiento. La elocuencia sencilla de Arabela, su candor y un no sé qué de benevolencia y de finura de que participaba cuanto decía eran cosas nuevas para aquella dama que trabajosamente pudo gustar de una conversación en que no entraban a la parte la maledicencia y la historia de las modas. Pero Arabela, creyendo que el carácter sombrío de su nueva compañera fuese efecto de sus penas, la propuso, por distraerla, ir a pasearse, no dudando que la vista de las grutas, de los bosquecillos y arroyuelos la determinarían a franquear su corazón. La dama no dejó, a la verdad, de despedir algunos suspiros, pero habló solo de cosas indiferentes y no se explicó como una heroína afligida. Después de haber observado mil cosas de poca importancia, dijo, en fin, que aquellos jardines se parecían mucho a los de su suegro el duque de… Arabela, familiarizada con la grandeza por su nacimiento y por sus lecturas, no respondió cosa alguna. La extranjera se formalizó y dio muestras de querer volverse a su casa, pero Arabela la instó tanto para que se quedara que, al fin, se esforzó a complacerla. Su misma reserva iba empeñando más y más la curiosidad de nuestra heroína y abrazó el partido de hacer hablar a la criada. A la mañana siguiente, la llamó a su cuarto y la pidió, con su natural sencillez, que la contase la historia de su ama. Moris, así se llamaba esta mujer, vaciló primeramente, pero era habladora, poco leal y, además, esperaba que se la pagase muy bien su cuento. Estos motivos, y particularmente el último, la resolvieron a descubrir lo que la mandaba callar su obligación.

—Creída estoy –la dijo Arabela– en que vuestra linda señora tiene razones particulares para venir a refugiarse a este desierto y a ocultar aquí su nombre; aseguraos de que la protegeré en cuanto dependiere de mí, podéis hablar sin reparo.

Poquísimo gustosa Moris con semejante oferta, arrugó el ceño; pero Arabela a efecto de inspirarla confianza añadió:

—Os dispenso de que empecéis por los sucesos de su infancia, pasad rápidamente a las cosas importantes, dadme el gusto de pintarme bien los afectos de su alma en los instantes críticos para que pueda yo apreciar las cosas y juzgar mejor de vuestra ama.

i Corrijo el original «con», que carece de sentido aquí.

ii Candaza] Condaza.

41 ‘distribuir las órdenes de su padre’.

42 La historia de Candaza, reina de Etiopía, y sus amores por Cesarión constituye una parte importante del libro Cléopâtre, de La Calprenède y no de Scudéry (Dalziel 393).

43 ‘extraña’, seguramente por influencia del témino original inglés stranger. De otro modo, el lector moderno puede confundirse, dado que se la califica de «inglesa» en el título del capítulo siguiente. Este significado ya queda recogido en el diccionario de Terreros y Pando (1787) (NTLLE).