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Capítulo XX
Conclusión de las aventuras de Arabela

Sumamente alborozado Glanville de ver a su amada Arabela curada de su heroica locura, ansiaba el hablar y tratar con ella; quiso irla a visitar al instante, pero la reflexión le dio a conocer que era necesario dejarla meditar sola e introducir después a Jorge Belmur para ponerla en estado de apreciar ella misma sus extravagancias. Arabela ignoraba cuanto había pasado entre Belmur y Glanville. Presentose, pues, aquél pálido, confundido, taciturno y, finalmente, muy diverso de lo que era. Tenía que cumplir lo prometido y le costaba repugnancia. Precisado, pues, a hacer a su palabra un sacrificio de su amor propio, recurrió a su ingenio para dar alguna gracia a su humillación. Confesó todos sus artificios; convino, de buena fe, en que le había animado a ellos la facilidad con que Arabela acogía las aventuras extrañas y novelescas, y explicó muy extensamente la historia de la fingida princesa de las Galias. Arabela, no teniendo que contestarle, deseó que la dejaran sola y estuvo dos horas absorbida en meditaciones desagradables sobre su pasada conducta y, así que se hubo repuesto y asegurado un poco, envió a llamar a Glanville y al barón, y los pidió perdón de cuantas penas les había causado.

—Por lo que mira a vos, mi primo querido –le dijo con una ternura que tiraba a encubrir su modestia–, conozco intensamente los favores de que os soy deudora y el valor intrínseco de cuanto por mí habéis hecho. No me atrevo a ofreceros mi mano con mi ignorancia y mis imperfecciones, pero si, no obstante, no tenéis repugnancia en aceptarla, emplearé por obligación, por cariño y por agradecimiento, cuantos medios pudieren hacerme digna de un hombre de mérito.

La respuesta de Glanville fue tomarla la mano y besársela mil veces. El barón la dio afectuosísimas gracias y explicó su alegría de un modo muy tierno.

Jorge Belmur, cogido en sus propias redes, se vio obligado a cumplir la palabra dada a Carlota y a su padre, y ambos matrimonios se celebraron en breve.

Observamos que Belmur y Carlota se casaron según la acepción común del término, esto es, que unieron sus títulos, sus armas, sus equipajes y sus gastos, pero Glanville y Arabela añadieron a todo esto la virtud, la estimación y el amor.

FIN DEL TOMO TERCERO