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Capítulo XXVIII
Descripción de un vestido de baile

La indiferencia con que Tíncel miraba a Arabela convenció a Carlota de que las prendas de su prima no eran tan peligrosas como se lo había creído y por eso no tuvo celos de verla hacer sus preparativos para el baile. Arabela había comprado una pieza de tela riquísima, envió a llamar a una modista y la mandó hacer un vestido como el de la princesa Julia. La modista, que creyó perder su buen concepto si confesaba que no entendía lo que era un vestido a la Julia, dijo, con seguridad, que ya no era de moda, pero que había llegado una nuevamente de París, ventajosísima para las damas123.

—No me persuadiréis a que pueda haber vestido más airoso que el de la princesa Julia, nadie supo sacar mejor partido que ella de sus perfecciones personales; bien es cierto que desde dos mil años acá puede estar olvidada dicha moda.

—¡Dos mil años, señora! –exclamó pasmada la modista–. Entendí que hablabais de la de este mes pasado, de que ya nadie se acuerda.

—Sean las modas las que fueren, yo me quiero vestir como la hija de Augusto.

—No he logrado el honor de ver a esa señora y, así, suplícoos que me digáis el género de vestido que usaba.

—La descripción sería algo larga… Acaso ignoráis que la princesa Julia era hija de un emperador.

—Verdad es, señora, que lo ignoraba y que… p. 185

Arabela pagó generosamente a la modista el tiempo que había perdido y resolvió que sus criadas la hicieran el vestido. Carlota quedó sorprendida, por la tarde, de ver entrar a su prima con un traje extraordinario: estaba abierto por el pecho y seguía exactamente todas las proporciones del cuerpo; un encaje de plata riquísimo y unos lazos de perlas, colocados con mucho arte, servían de guarnición; las mangas eran cortas, anchas y abiertas, en términos de dejar ver, casi del todo, un brazo torneado y hermoso; el peinado no era menos visible, porque una lindísima melena, repartida en rizos sueltos, acompañaba hermosamente al busto angelical de Arabela, ondeando sobre su seno, y unos nudos de diamantes separaban los rizos y daban al tocado mucho realce y gracia; finalmente, en su total era extraño el vestido, pero no podía ser más a propósito para dar valor a las facciones, al talle y a las gracias de nuestra heroína. Aunque Carlota estaba contentísima de lo que se ridiculizaba su prima, la causaba celos el efecto que producía; pero la tranquilizaba la esperanza de oírla criticar universalmente. Llegó la hora del baile y Arabela fue a él en compañía de su prima, de Glanville, de Silven y de Tíncel. Así que se presentó en la sala se oyó repetir de boca en boca:«Hela allí, hela allí la princesa Julia». Glanville se quedó parado, como que ignoraba el suceso de la modista; esta había divulgado por todas partes que la dama recién llegada la acababa de despedir porque ignoraba cómo iba vestida la princesa Julia, hija de Augusto. Hízose pública la cosa y motivó infinitas chuladas, e hizo aguardar a Arabela con impaciencia. Después que la preocupación hubo hecho su efecto124, empezaron los ojos a mirar como debían. El porte noble de Arabela, la hermosura de su cara, algo de majestuoso en su aire, una gracia natural de que participaban todos sus movimientos y una sonrisa amable trocaron el tumulto en silencio y la crítica en admiración, de manera que nadie reparó ya más en su vestido. Carlota, que oyó con gusto las sátiras, vio con pesar los miramientos y las atenciones. Para vengarse, tomó el pretexto de mostrarse admirada del recibimiento que la habían hecho y preguntó irónicamente: «¿Por qué la llamaban la princesa Julia?».

—Tan admirada estoy como tú –replicó Arabela–; he observado que todos me miraban y creí que aguardaban a alguna dama llamada Julia o que me hacían el favor de hallar alguna relación de semejanza entre mi rostro y el de la hija de Augusto.

—En todo caso –dijo Silven, siempre ansioso de mostrar su erudición– la comparación no os es favorable, porque sois tan superior a aquella princesa licenciosa en las prendas del cuerpo cuanto en las del alma.

—Caballero –repuso Arabela– me parecéis atrevido en vuestros epítetos; la hija de Augusto amaba ciertamente los obsequios y permitía que la tuviesen amor, pero, en mi dictamen, no se la pueden reprochar más que indiscreciones.

—¡Qué es lo que decís, señora! –repuso Silven–. Julia era hija de un gran emperador, pero, perdonadme la expresión, está pintada por todos los historiadores como una prostituta indigna de su nacimiento: sus manejos ocultos son conocidos y no necesito más que citar el que tuvo con Ovidio: seguramente no ignoráis que fue causa del destierro de este poeta125.

123 La princesa Julia, como se ha indicado en una nota anterior, es un personaje de la Cléopâtre, donde figura como la hija de Augusto, tal y como se dice en el propio texto unas líneas más abajo; debe entenderse que Arabela lleva un vestido al estilo de los de las nobles romanas de la época de aquel emperador, imaginables a partir de los testimonios artísticos de aquel tiempo.

124 ‘Después de que la primera impresión hiciera su efecto’.

125 El destierro del poeta de las Metamorfosis se explica aquí como consecuencia de la acción de Julia, la hija del emperador Augusto, siguiendo a La Calprenède, Cléopâtre (VII.3). Las causas parecen más complejas y no están del todo aclaradas; vid. Esteban Bérchez Castaño, El destierro de Ovidio en Temis: realidad y ficción (Institució Alfons el Magnànim, 2016).