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Capítulo III
En el que no se verán más que equivocaciones

Después de haber corrido algún tiempo el barón, no vio rastro alguno de sangre, sino a unos segadores que estaban en conversación; llegose a ellos y supo que dos caballeros habían empezado a reñir; pero que tuvieron la fortuna de llegar bastante a tiempo para impedir que no se mataran.

Mucho celebró la noticia el barón; recompensolos generosamente y corrió a decir a su sobrina que su hijo no estaba herido.

—No puede ser eso –replicó Arabela– porque veo desde aquí a muchos de sus enemigos; la regla no permite perdonar a ninguno.

—Reponte, sobrina mía, porque me parece que tienes el ánimo perturbado: los que tomas por enemigos son unos honrados segadores a quienes debemos mucho; pero dime el motivo de esta quimera.

—Nadie como yo lo sabe, pues soy la causa. Lo que puedo deciros es que han hecho a mi primo una malísima obra en no dejarlo pelear: muerto su enemigo, todo estaba acabado; en vez de que ahora es de toda necesidad que lo busque, aunque estuviese en lo más remoto del mundo.

Maravillado el barón de ver en su sobrina un alma sanguinaria, la expresó cuanto sentía ver olvidada en ella la dulzura característica de su sexo, hasta el grado de provocar a unos jóvenes a que viniesen por ella a las manos.

—Te ruego –añadió– que me ahorres en lo sucesivo inquietudes sobre la vida de mi hijo: si tú no haces caso de ella, conoce, a lo menos, que yo hago muchísimo.

Ofendiose Arabela del principio del discurso de tu tío, pero luego creyó que solo se hablaba de sus rigores. Contestó, con amenidad, que la vida de su primo no la era indiferente, que no lo aborrecía y que aun sentiría su pérdida si tuviese la desgracia de ser vencido o muerto.

—Pues cómo sobrina mía, no más que...

—Suplícoos que no aumentéis mi confusión. Si hablé demasiado, agradeced a mi corazón el esfuerzo que hizo y no pidáis interpretaciones.

—Te explicas, en mi dictamen, harto claramente: confieso que si te hubiera juzgado capaz de tales sentimientos no te hubiera proporcionado la ocasión de descubrirlos. p. 128

—En verdad –replicó Arabela en tono de picada– que creí que fueseis la única persona del mundo de quien no pudiera yo prometerme tal reprehensión, pero pues habéis tenido a bien mostrarme mis faltas, os ofrezco ser en lo venidero más circunspecta, a pesar de que no creo haber traspasado los límites de la decencia y pudiera citaros ejemplos célebres de situaciones parecidas a la mía, si me quisiera cansar en justificarme.

Pesaroso el barón de haber humillado a su sobrina, la dijo, apretándola la mano, que en ella consistía destruir todas las sospechas. Al oír esto nuestra heroína, miró a su tío con altivez y se mostró resentidísima.

Propúsola el tío volver a la quinta y procuró determinarla con la esperanza de encontrar allí a su hijo.

—No lo encontraremos ciertamente –dijo Arabela volviéndose a mirar al caballero Jorge.

—Espero, señora –dijo este–, que el castigo, debido al temerario que persigue, quedará reservado a una persona, acaso menos afortunada, pero con igual interés en vuestra conservación.

Arabela comprendió muy bien a Jorge; no le respondió nada y cedió a las reiteradas instancias que la hizo su tío de volver a casa.

Sentido Jorge de no haber hallado ocasión de hablarla a solas, la dijo, apretándola la mano para que desmontara, que iba a buscar a su perseguidor para reñir con él y que pronto tendría noticias, o de su muerte o de su triunfo. Dicha esta baladronada, hizo una reverencia profunda y se despidió de ella. El barón observó a su sobrina, mientras Jorge la hablaba; vio que se la encendió el color y preguntó por qué.

—Pues que mi rostro me ha vendido, no puedo negar que el caballero me ha faltado dos veces hoy al respeto que me debe.

El barón graduó de indigno el procedimiento, se enardeció y dijo, en voz alta, que no se acostaría sin explicarse con él. Arabela, preocupada de falsas ideas, graduó de celos el enardecimiento de su tío y respondió secamente que mejor convendría a su edad un poco más de moderación. Carlota llegó a la sazón y su padre dejó la conversación para preguntar por su hijo. Todos ignoraban su paradero y la inquietud se iba haciendo general cuando lo vieron llegar a la quinta.