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Capítulo XII
Discurso de Orondates, que contiene un ejemplo admirable del verdadero patético y la aventura de los libros

Advertida por Arabela la mudanza de conducta en su primo, lo vía* con familiaridad; se paseaba horas enteras apoyada sobre su brazo y lo deleitaba siempre con naturalidad, con su entendimiento y aún más con su instrucción. Érale a Glanville oneroso el callar, mas era preciso y además lo tenía detenido la continuada asistencia de Lucía. El marqués, creído en que tenían bastante tiempo libre para hablar libremente, llegaba a interrumpirlos a cada instante y contribuía a atormentarlos. Ya empezaba Glanville a cansarse de tantos inconvenientes, cuando Arabela entabló la conversación que sigue:

—Comparando –le dijo riéndose– el modo familiar con que ahora vivimos, al con que vivíamos algunos días ha, no concibo como ha sido posible reunirnos porque, al fin, no me habéis dado señal ninguna de arrepentimiento.

—Me he corregido, prima mía, de los defectos que me reprochabais. ¿Podía probaros mejor mi arrepentimiento?

—No siempre se está corregido cuando se aparenta estarlo. La historia menciona algunos amantes que se pusieron la máscara del arrepentimiento para ocultar mejor la gana que conservaban de reiterar sus faltas; el arrepentimiento verdadero tiene señales tan visibles que no se le puede desconocer. Mazares, arrepentido de su pasión criminal a la divina Mandana, se condenó a seguir la fortuna de su competidor, a obedecerle, a pelear bajo sus banderas, a auxiliarlo contra los mismos intereses de su corazón, y a ganar la gracia de la que él adoraba26. Orondates, para castigarse la temeridad que tuvo de declarar a Estatira que la amaba, quería morir y seguramente hubiera realizado aquella determinación horrorosa si su adorable señora no le hubiera mandado que viviese: estos son rasgos de arrepentimiento sobre que no puede caber engaño27.

—Y decidme, os ruego, prima mía, ¿todos esos señores tuvieron, finalmente, la dicha de casarse?

—Sin duda alguna, pero después de innumerables contratiempos, de servicios hechos, de peligrosas aventuras y, por último, de pruebas reiteradas de fidelidad y de constancia.

—Estoy muy gozoso de que las damas de que me habláis con tantos elogios hayan sido sensibles; con eso puedo esperar que no seréis siempre inexorable.

—Si encuentro un amante como Orondates, ciertamente no seré ingrata, pero como no tengo el mérito de Estatira, no puedo aspirar a sus satisfacciones. p. 67

—Yo quisiera conocer las acciones sublimes de ese amante dichoso, para modelarme por él y tener la esperanza de agradar; vos sois indubitablemente más digna de mis sacrificios que Estatira de los de su amante.

—¡Pero cómo! ¡Ignoráis la historia de Orondates! ¡No habéis leído aquellos libros preciosos que nos narran los más bellos ejemplos de generosidad, de valor, de amor, y de virtud! ¡Ejemplos que deben arreglar nuestra conducta, formar nuestras costumbres y elevar nuestras almas! ¿En qué, pues, habéis empleado vuestro tiempo? Mas, sea como fuere, nunca es tarde para instruirse: os prestaré algunas obras de esta naturaleza que os darán a conocer vuestras faltas y os las harán evitar en lo venidero.

—Yo... las leeré ciertamente, si... lo mandáis; pero, ¿no valdría más que os tomaseis el trabajo de instruirme? Confieso que este medio me parece más seguro.

Mandó Arabela a una de sus criadas que fuese a su biblioteca a traer a Cleopatra, a Casandra, a Clelia y al gran Ciro.

Apenas vió Glanville volver a la pobre moza agobiada con el peso de aquellos librotes voluminosos, tembló de que su prima no se los mandase leer y se arrepintió de una oferta que lo exponía a hacer uno de los trabajos de Hércules28. Mandó Arabela poner los libros sobre una mesa delante de ella y fue abriendo unos después de otros con un placer que se le pintaba en los ojos...

—He escogido –dijo– estos pocos volúmenes entre muchísimos y, cuando los hayáis leído, espero que empezaréis a ser otro.

—¿No podré, prima mía, regenerarme a menos costa? Porque estos libros sin duda contienen montones de instrucción.

Recorriendo a Casandra, dio, por casualidad, con el monólogo de Orondates después que Estatira hubo pronunciado su sentencia:

Ay, cruel (decía este desgraciado amante), ¿qué hice para enojaros hasta tal punto? Dignaos de examinar mi delito y veréis que no tengo tanta culpa que no pueda expiarse con la muerte... ¿Durará vuestro aborrecimiento más que mi vida? ¿Es posible que abominéis de un alma que, por obedeceros, deja el cuerpo a que está unida? No, vos no aborrecéis así, el sacrificio que voy a haceros os moverá y, dejando de ser, dejará de pareceros odioso...29

—A fe mía, prima –dijo Glanville haciendo esfuerzos para no reírse– que yo no opino bien de esa dama, cuya crueldad hace gemir a este amante quejumbroso... ¡Bueno es eso! ¿Conque da su vida y no está seguro de que baste? Vaya, que es cosa tremenda.

—Condenáis muy ligeramente a princesa tan ilustre –replicó Arabela–, fuera de que ella no era cristiana y, de consiguiente, no estaba sujeta a las máximas de caridad que manda el cristianismo; con todo eso, no quería la muerte de Orondates: leed el párrafo siguiente y veréis que se explica con la mayor humanidad. ¡Pero cuidado que no vayáis a criticar su facilidad demasiada!... Es esencial que conozcáis sólidamente los motivos que la inclinaron a la clemencia... Leed el encadenamiento de la aventura... Esperad, que aquí empieza. p. 68

Pasó Arabela algunas hojas y señaló el paraje*. Glanville, disgustado con tan enorme tarea, suplicó a su prima que le contase el hecho, pero fuele preciso obedecer. Separose Arabela para que leyese con más atención y se puso a una ventana al otro lado de la sala. Contó Glanville las hojas muchas veces y quedó tan asombrado de su número que no pudo resolverse a recorrerlas y, en vez de leer, maldecía con toda la acritud que causa el tedio, los malditos libros que le originaban tantas incomodidades.

Así que Glanville empleó el tiempo necesario para leer velozmente la historia de Orondates, se llegó a su prima y la propuso salir a pasear, en vez de entretenerse con los rigores de Estatira. Arabela se mostró resentida de su indiferencia en cosas de tal importancia; encendiósela el color y, desdeñándose de reprocharle su ligereza, no le respondió cosa alguna. Conoció Glanville su falta y, al instante, empezó a tratar de la inexorable Estatira sin saber qué decirse.

—He previsto –le dijo Arabela– que condenaríais igualmente a la princesa de sus rigores y de su sobrada bondad, pero es menester considerar que lo que hizo por Orondates se debió a la generosidad de Artajerjes.

Detúvose para saber la opinión de Glanville quien, embarazadísimo, respondió a tientas:

—Es verdad que ese Artajerjes era un competidor muy peligroso.

—¡Artajerjes competidor de Orondates! ¿Habéis perdido el juicio? Era hermano de Estatira y a su solicitud debió Orondates, o Orontes, su felicidad.

—Digo que fue cosa muy noble en Artajerjes, hermano de Estatira, el interceder por aquel amante infeliz y no es dudoso que Orondates y Orontes fueron muy agradecidos.

—Orontes le debió más que Orondates, replicó Arabela, porque era de una clase muy inferior.

—Decidme, prima mía, cuál de estos dos amantes fue dichoso.

Esta pregunta inoportuna dio a conocer a Arabela que su primo la burlaba, pues si hubiera leído la primera página hubiera visto que Orondates y Orontes eran una persona misma y que el nombre de Orontes era prestado para disfrazar la calidad de Orondates. La confusión de Arabela fue tanta que no halló expresiones bastante fuertes para expresar su indignación: aseguró a Glanville de que nunca más trataría con ella, le echó de su cuarto y prometió arrostrar los enojos de su padre más bien que sufrir la presencia de un hombre que merecía su desprecio y su odio.

Desterrado segunda vez el pobre Glanville, intentó ablandarla y, no pudiendo conseguirlo, dejó exhalar aquellos instantes de arrebatamiento y se retiró maldiciendo mil veces a Estatira, a Orondates y a Orontes, y acumulando sobre los autores de los infolio cuantas imprecaciones puede sugerir la cólera30.

i vía] forma contraída de veía.

ii paraje] Quizás puede ser errata por pasaje, que parecería adecuarse mejor a ese contexto, forma recogida en Aut como passage, «cláusula, o porción corta de algún libro, escrito, o discurso». Pero el mismo diccionario explica paraje como «lugar».

26 Mazares, tal como se narra en Artamène V.2 (Dalziel 391), secuestró a Mandana para después arrepentirse y servir a las órdenes de Ciro.

27 El comportamiento de Orondates aquí descrito remite a Cassandre I.2 (Dalziel 391).

28 Los «librotes voluminosos» de ahora se corresponden con los «libros preciosos» de un poco más arriba; unos y otros se refieren a los textos citados entre ambas menciones (Cleopatra, Casandra, Clelia, Ciro: los dos primeros de Madeleine de Scudéry, los dos segundos de Gauthier de Costes, señor de la Calprenède). La relación con los «cien cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados» de la biblioteca de Alonso Quijano (DQ I.6 83) se hace evidente.

29 La cita remite, en efecto, a Cassandre I.2 (Dalziel 391).

30 ‘libros grandes’. El folio es el tamaño más grande de las hojas de un libro, equivalente a medio pliego. Infolio o en folio significa ‘libro con hojas de medio pliego’ (Aut). En la actualidad podría acercarse al tamaño A3 (297 x 420 mm).