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Capítulo IV
Comentario muy extraño sobre un hecho naturalísimo y acto de humanidad de parte de una dama

Hervey entendía poco de estilo epistolar y no sabía cómo hacerlo para escribir a una señorita de la clase de Arabela, pero imaginándose que no eran necesarias muchas precauciones, ni gran talento para hacer declaración de amor a una persona criada en el campo, que no podía menos de aplaudir las empresas de un mozo como él, se resolvió a decirla claritamente que la adoraba y que la pedía le proporcionase ocasión de rendirla sus obsequios.

Recibió Lucía la carta con más repugnancia que las dos guineas; ofreció entregarla al instante y no cumplió su palabra. Pero se la entregó a su ama al cabo de algunos días, diciéndola, con grandísima cortedad y empacho, que era de aquel señor que había visto en la iglesia.

Una alegría oculta sonroseó involuntariamente a Arabela, pero, queriéndose portar con método, riñó severamente a su criada el haberse encargado de semejante comisión.

—¡Devuelve esa carta –la dijo– al atrevido mortal que la escribió y sepa que su insolencia me ha ofendido!

Miraba Arabela la carta con ojos deseosos de leerla; Lucía lo conoció y se estuvo quieta, esperanzada en que su ama mudaría de resolución.

Estuvo, a la verdad, indecisa y recapituló infinitas situaciones novelescas para compararlas a la suya, mas, como no hallase ejemplos de que una heroína hubiese abierto la carta de un amante incógnito, reiteró su mandato, con tono tan seco y positivo, que la pobre Lucía, creyendo a su señora verdaderamente enojada, prometió temblando reparar al instante su falta.

Hallábase Hervey inquieto con el silencio de Arabela y se puso a mirar al espejo, porque su suficiencia no le permitía ni aun el imaginar que una carta escrita por su mano pudiese ser mal recibida. Por fin, vio llegar a Lucía, saliola al encuentro con el alborozo de un amante feliz, recibió su propia carta creyéndola respuesta, la besó muchas veces y rompió la nema precipitadamente4. Al mirar su letra quedáronsele los ojos fijos en ella y su confusión, su embarazo y los gestos involuntarios que hizo compusieron una pantomima original, pero, después de bien reflexionado, tomó el partido de chancearse sobre aquella aventura con Lucía5, la cual solo aguardaba para reír el poderlo hacer con libertad. p. 47

Pero finalizó la escena la curiosidad de saber si se había entregado la carta y por qué acaso volvía a su mano. Lucía le contó con puntualidad cuanto había pasado. El desagradable principio no desanimó a Hervey; determinose a segunda tentativa y se volvió a casa del pariente para buscar nuevos medios.

Arabela creyó que la devolución de la carta iba a producir efectos maravillosos y aguardaba con impaciencia a Lucía para que la contara el resultado; y como notase que no se apresuraba mucho a darla cuenta de su mensaje, la preguntó si se habían ejecutado sus órdenes. Y obtuvo un muy seco por respuesta.

—¿Cómo ha recibido la carta? ¿Con despecho, sin duda?

—No, señora; creyó que era una respuesta vuestra y la besó mil veces fuera de sí.

—¡Extravagante! ¿Y puedes imaginar que haya tenido la audacia de creer que yo respondía a su carta? La besó porque supuso que había estado en mis manos y no dudo de que mi desprecio lo conduzca a una desesperación.

Arabela estaba muy persuadida de que su nuevo amante se hallaba en un estado cruelísimo y Lucía trabajaba cuanto era dable para consolarla.

—Nada hay que temer, ama mía, porque ambos hemos reído a más no poder.

—¿Lo viste reír?

—¿Pues no? Sí, señora.

—¡Ah! Ya caigo... Tenía perturbado el juicio: ¡amante desgraciado! Sobradamente castigado estás de tu osadía... No, no añadiré el resentimiento al menosprecio... Puedes decirle, Lucía, que no soy tan cruel que me muestre insensible a su pena, y que le mando que viva, si puede, sin esperanza.

4 ‘rompió el lacre, cerradura o sello de la carta’.

5 ‘divertirse’ con Lucía.