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Capítulo XIV
La aventura de los libros felizmente terminada

Mandó el marqués llamar a Glanville y le dijo que iba a exterminar, quemándolos, todos los libros de Arabela.

—Para vengarte –añadió riéndose– del mal que te han causado es menester que presidas a la ejecución.

—Muy indispuesto estoy ciertamente contra Estatira, pero pido su perdón: ruégoos que, por consideración a mí, conservéis lo que ama mi prima y permitid que yo me haga de ello un mérito con la ofendida.

—Está bien, sobrino mío, pero mira que dejas subsistente el mal que conviene destruir.

Se apoderó Glanville de los libros temiendo que su tío no mudase de resolución y, dándose la enhorabuena de haber hallado el medio de hacer sus paces, corrió a toda priesa a la habitación de Arabela, donde entró a pesar de Lucía; en ella lloraba, de todo corazón, la pérdida de sus heroínas. Sin embargo, de la ridiculez de semejante dolor, se esforzó Glanville a mostrarse sobremanera triste. Dio disculpas sobre la irregularidad de su visita y restituyó el tesoro. Una sonrisa agradable animó la fisionomía de Arabela, volvió los ojos complacida hacia los tomazos de a folio y dio a Glanville una ojeada de aprobación.

—Esperáis, ya lo veo, que esta acción generosa ahuyente mi sentimiento; no soy ingrata y quiero perdonaros: dejadme sola, Glanville, que necesito de reposo.

Con una profunda reverencia se despidió Glanville y se dirigió a dar parte a su tío del éxito de su diligencia.