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Capítulo VIII
Equivocación rectificada sobre un punto de ceremonia

Arabela no se acordaba ya de su héroe disfrazado. Participola su padre una novedad de que iban a originarse infinitos accidentes: un sobrino suyo, recién llegado de sus viajes por Europa, se hallaba en camino para visitarlo. Al mismo tiempo que la anunció esta visita, la significó que era el marido que la destinaba. Una confianza tan sin preparación ofendió la delicadeza de Arabela. Según sus máximas, era necesario que su amante comprase su corazón con muchos años de constancia y de importantes servicios. Recibir amante de las manos de un padre no era conforme a las reglas: ¿qué heroína tuvo nunca por esposo a un hombre elegido por sus padres? Los cargos, en casos semejantes, se llaman persecuciones; la obstinación, constancia y la inclinación a odiar a la persona elegida se llama fuerza de espíritu.

Determinada Arabela, con ejemplos heroicos, a no amar al que se le proponía, respondió a su padre, con un tono muy enfático, que le obedecería siempre en las cosas justas y razonables; que la había dado tantas pruebas de ternura que no lo juzgaba capaz de forzar su inclinación, que haría siempre cuanto pendiese de ella para no tener ninguna que pudiera desagradarle y que recibiría a su primo con la cortesía debida a un pariente cercano honrado con su estimación. Admiró el marqués la elocuencia de su hija, sin penetrar el doble sentido de su respuesta, creyendo que aprobaba modestamente su elección.

Dando y tomando Arabela sobre esta conversación, se metió en lo más retirado del jardín, adonde Lucía fue a avisarla que había llegado su primo. Casi al mismo tiempo se le presentaron este y el marqués, y, aunque Arabela estaba preocupada contra Glanville (así se llamaba el primo), quedó sorprendida de la nobleza gallarda de su persona.

—Confieso –dijo a Lucía sonriéndose– que el amante que mi padre me ofrece no es indigno de mi atención, pero, bajo este título, lo miro con repugnancia.

El marqués se llegó a su hija, la presentó a Glanville y este la abrazó y dio un ósculo con la familiaridad de pariente11. Arabela se dio por ofendida y manifestó su enojo; Glanville no reparó en que su prima lo recibía mal y atribuyó aquella bronquedad a efecto de una educación de campo12.

Pesaroso el marqués de la frialdad de su hija, creyó que padecía su modestia y que era necesario dejarla en libertad.

—Hija mía –la dijo–, tu primo no ha hecho más que lo que el uso permite en la primera visita. p. 56

—Pues que el mundo ha degenerado tanto –replicó Arabela mirando desdeñosamente a Glanville–, me felicito de vivir en una soledad para no verme frecuentemente expuesta a estilos que desapruebo.

—Prima mía –replicó Glanville con ingeniosa viveza–, decidme lo que he de hacer para agradaros, pues lo que más codicio es vuestro aprecio.

—Temo no encontrar en vos la necesaria docilidad para recibir mis lecciones.

—Decidme, a lo menos, para no ofenderos en adelante, cómo queréis que se os salude13.

—Mi advertencia sería inútil, no siendo necesaria la repetición del ceremonial. Quisiera, no obstante, saber si todos los caballeros son tan familiares como vos y si a la primera vista de una parienta no está recibido generalmente el uso de contentarse con un honesto abrazo.

—¡Oh, prima mía, decís bien: un abrazo amistoso y honesto es ciertamente preferible a un ósculo dado con tanta frialdad!... ¡Cuánto diera yo por que mi tío me presentase segunda vez y me valiese la complacencia de verme estrechado en vuestros brazos!

La viveza con que se explicó Glanville desagradó de tal modo a Arabela que se apartó de él ásperamente y, así que estuvo a cierta distancia, envió a Lucía para decirle que no la siguiera. Glanville, como no acostumbrado todavía a una exacta obediencia, iba a buscarla a pesar del mensaje, pero el marqués, que se había separado a efecto de dejar juntos a los jóvenes, como vio a Glanville solo, lo llamó y ahorró por entonces a su hija la mortificación de verse desobedecida.

11 ‘dio un beso’.

12 Bronquedad: «aspereza» (Aut).

13 ‘al menos’; forma recogida en Aut.