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Capítulo XXV
Rarezas de la heroína

Acabó la disertación al entrar nuestros viajeros en Bath. Lo primero que hizo Carlota fue informarse de si había mucha gente y supo que la concurrencia era numerosa y lucida. Al día siguiente fueron a pasearse, vestidos sin ceremonia, a la sala de las máquinas hidráulicas o bombas117.

Carlota, como celosa de la hermosura de su prima, se alegró mucho de que se pusiera el velo; Glanville, poco enterado en las modas, no reparó en ello. Dio el brazo a Arabela para acompañarla al paseo general, donde había multitud de gentes; todos a una pusieron la vista en Arabela. Los extranjeros en Bath son severamente críticos, esto es, que todo objeto nuevo les suministra materia de larga conversación. Las damas rodearon a nuestra heroína y se oyó por todas partes, en voces bajas:

—¿Quién es? Por cierto, rara criatura. p. 179

Los semisabios, ignorantes de que Clelia andaba siempre cubierta con un velo, la comparaban al sol obscurecido con una nube y los currutacos petimetres maldecían una innovación que podría hacerse moda118. Unos la tuvieron por portuguesa, otros por natural de Flandes y algunos, que presumían de más astutos, sospecharon que era alguna monja escapada de su convento. Arabela, que no creía haber hecho sensación alguna, examinaba sosegadamente las máquinas y disertaba con Glanville sobre las propiedades de las aguas. Carlota se metió entre las gentes y encontró muchas personas conocidas, quienes, antes de cumplimentarla, la preguntaron cómo se llamaba la dama extraordinaria. Carlota les informó de que era la hija del famoso marqués de… El apellido y la clase de Arabela pasaron al instante de boca en boca; los hombres la admiraron, las mujeres, deslumbradas con su título ya no la graduaron de rara o, por lo menos, procuraron justificarla. Se acordaron entonces de que tal señora llevaba los vuelos al revés, que la vizcondesa de… quiso que la presentaran en la corte como viuda, en vida de su marido; que la duquesa de… montaba a caballo como los hombres; que una mercadera, recién casada con un caballero distinguidísimo, pretendía que sus criados la diesen alteza; que unas petrimetras, señoras de poco ha, cortejadas por militares desocupados, se figuraron que los cueros empleados antes en su familia para delantales eran preciosos pergaminos de sus ilustres ascendientes y fingieron, con impropiedad, el porte descarado de la nobleza moderna; que unos marqueses ridículos después de haber usurpado este título con los medios que son comunes a cuantos tienen la manía de enmarquesar, se creyeron sujetos de importancia, haciendo como que despreciaban a todos; que cierta condesa orgullosa no iba a las iglesias en que no la tributaban los primeros honores y no viajaba con mujeres sin título, por más amables que fuesen, para no comprometer su risible dignidad; que una marquesa no conocía en la calle a los plebeyos, a quienes acababa de hacer en su casa mil agasajos, como no fuesen de aquellos a quienes podía decirles:«Contad conmigo, que yo os protejo»; que otra marquesa (pues las marquesas suelen ser ridículas) protegía a un pícaro contra un hombre de bien, porque el pícaro la era útil; y que ciertos individuos, votados por su ministerio a la sencillez y a la moderación, tenían la flaqueza, sin faltarles entendimiento, de no conocer el mérito sino en los ricos y la felicidad sino en los poderosos. Finalmente, pasaron revista general a todas las sandeces antiguas y modernas para disminuir la ridiculez de Arabela.

117 Se refiere a la famosa Pump-Room de las termas de Bath, que no era tanto una sala de máquinas hidráulicas o bombas, como traduce de manera literal Crommelin y Calzada a partir de él, sino una sala en la que se podía beber el agua que hizo famosos los baños de Bath, que era bombeada para llevarla hasta allí (de ahí la referencia a las «máquinas» que había en la sala, unas líneas más abajo). Se trata, por tanto, de un lugar de reunión social al que se iba a ver y ser visto, reconvertido hoy en día en salón de té y restaurante.

118 Nótese la reiteración intensificadora y despectiva para referirse a personas excesivamente preocupadas por la manera de vestir pues currutaco es «el […] muy afectado en el uso riguroso de las modas» (Diccionario académico de 1817, NTLLE); y petimetre es «el joven que cuida demasiadamente de su compostura y de seguir las modas» (Aut).