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Capítulo XXVI
Conferencia majestuosa

No tuvo Arabela cosa más en memoria, luego que estuvo vestida, que el enviar a llamar a Glanville y a su hermana para tratar del negocio importante de que había hablado. Carlota encontró al paso un tocador abierto, olvidó el objeto de su visita, examinó las joyas, los dijes, los ingredientes, etc. y proporcionó a su hermano, sin pensarlo, una conversación particular66. Érale durísimo a Glanville el plegarse a unas ridiculeces como las de Arabela, pero o romper para siempre o ceder a la necesidad.

—Estoy sentidísimo, prima mía –la dijo–, de haberos desagradado: he hecho examen escrupuloso de mi corazón, de mis proposiciones y de mis obras, y os confieso que no he sacado conocimiento alguno de cuales sean mis culpas: dignaos de instruirme de ellas.

Arabela, que no encontraba, a la verdad, razones para haberse indignado contra él, se mostró perpleja y, como necesitó un pretexto, se agarró de la sospecha de que fuese cómplice de Eduardo. Encrespado Glanville de que su prima insistiese en un error tan extraño, se sonrió irónicamente, pero, notando que lo observaban, volvió a su seriedad y preguntó sobre qué fundamento padecía la desgracia de ser mirado bajo un aspecto tan aborrecible.

—No pretendo –dijo Arabela ruborizándose– estudiar el corazón de los hombres ni disertar sobre los motivos de sus operaciones, pero los juzgo por sus procederes.

—Me parece que no respondéis a mi pregunta, prima: si pudiera sospechárseme de intentar alguna violencia, creo que debería, a lo menos, proporcionarme algunas ventajas; mis sentimientos no han mudado, por más que me habéis prohibido explicároslos, y resultaría que si yo sirviese a Eduardo o a cualquiera otro obraría contra mis intereses propios.

—Por capcioso que parezca vuestro razonar, no puedo dispensarme de deciros que es inoportuno traerme a la memoria un delito que generosamente he perdonado.

—Vos misma me forzáis a ello, prima mía, pues se trata de destruir unas sospechas injustas... Difícilmente puedo concebir cómo habéis podido imaginar que un infeliz empleado en vuestra casa en las funciones más viles haya formado el proyecto de robaros con violencia: ¿qué relación hay entre vos y ese desdichado? Y, en fin, ¿cuál podía ser su objeto?

—Al oíros, parece que ignoráis las intenciones y la calidad de ese temerario: ¿no habéis estado a pique de pelear por su causa? ¿Puedo renunciar al testimonio de mis sentidos? p. 103

—No cabe, señora, manifestar más desasosiego durante vuestra ausencia, más ardor en buscaros ni más anhelo de poneros en seguridad; y parece muy duro que nazcan vuestras sospechas de las circunstancias que habían de haberme granjeado algún mérito.

—Confieso que es muy sensible, si estáis inocente, pero el caso no carece de ejemplo. Coriolano, cuyo amor y fidelidad a la bella Cleopatra son bien sabidos, favoreció, sin saberlo, a los robadores de aquella princesa hermosa y peleó contra los que venían a su socorro67. Os trato como dicha gran reina trató al mencionado héroe, no creyéndoos culpado ni inocente y, queriendo la necesidad que yo os prohíba mi presencia, me serviré de sus propias expresiones: Andad, Glanville, y procurad justificaros; deseo que lo consigáis... Si mis ruegos pueden contribuir a obtener del cielo este favor no vacilaré en dirigírselos68.

66 Ingredientes: ‘alhajas’ (Terreros y Pando, NTLLE).

67 Las circunstancias que se evocan aquí de la relación amorosa entre Coriolano y Cleopatra se detallan en la novela de igual nombre de La Calprenède (IX.4; Dalziel 397).

68 Esta cita procede de Cléopâtre (I.4), pero dirigida a Coriolano, no a Glanville (Dalziel 397).