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Capítulo XXVI
Memorias secretas históricas de cuya verdad es permitido que se dude

Así que hubo estado Arabela suficiente tiempo en la sala de bombas para examinarlo todo, mostró deseo de volverse a casa. Encamináronse a ella Glanville, Arabela, Carlota y dos caballeros conocidos suyos, y con mucha curiosidad de examinar a nuestra heroína sin velo. Carlota sufrió por algunos momentos la mortificación de ver a sus acompañantes embelesados con el rostro de su prima e indiferentes con el suyo. La seriedad de Arabela no agradó al más mozo de los dos, llamado Tíncel, que tenía fama de petrimetre, de chistoso, de alegre, de divertido y de entonado. Volviose a Carlota y entabló con ella una conversación a su modo. Silven (así se llamaba el otro) era de distinto temple: se tenía por sabio y no desperdiciaba ocasión alguna de emplear su creída erudición; algunas citas de fechas y la narración de varios pasajes antiguos lo graduaron, entre los ignorantes, por un prodigio de ciencia y de memoria; si se hablaba de la historia antigua, hacía como que calculaba y decía: «Eso sucedió el año segundo de la Olimpiada décima-cuarta»*; y esta puntualidad le producía casi siempre elogios. Aún no se le había presentado la ocasión de lucir, cuando Arabela habló del manantial que se halla al pie de las Termópilas y buscó la analogía que podía tener con las aguas de Bath119. Silven no conocía las de las Termópilas y, avergonzadísimo de verse cogido en un hecho histórico, se vengó en negarlo.

—Permitidme, señora –dijo–, el creer que os engañáis, porque seguramente no hay aguas minerales al pie de las Termópilas.

—Noto, caballero, que no habéis estudiado mucho la historia –dijo Arabela–, porque sabríais que Pisístrato tuvo una aventura en las mismas aguas de que hablo, la cual originó la ruina del gobierno de Atenas.

Más sobrecogido Silven al oír esto, replicó, en tono muy propio para dar a entender la buena opinión que tenia de sí mismo:

—Sé, señora, perfectísimamente cuanto concierne a la república de Atenas y no ignoro los medios con que Pisístrato llegó a la soberanía; no se ha usado de astucia más fina –añadió mirando a Glanville–, que de la de herirse a sí propio para que le señalaran una guardia. p. 181

—Volvéis a engañaros, caballero: lo hirió Licurgo o Teócrito, competidores suyos, quienes, creyéndolo prendado de la beldad de Cerinta, formaron el proyecto de asesinarlo; tampoco es cierto que la ambición sola animase a Pisístrato para esclavizar a su patria: si algunos autores se atrevieron a publicar este hecho, fue porque no conocieron los motivos de su manejo; el amor que tuvo a Cerinta, en los baños de las Termópilas, le hizo tirano de Atenas120.

—Os protesto, señora –repuso Silven confusísimo–, que se me han escapado todas esas particularidades. No me acuerdo de haberlas leído ni en Plutarco ni en los historiadores que hablaron de la Grecia.

—Así será, caballero, pero podréis verlo, cuando quisiereis, en Magdalena Scudery.

—¡Magdalena Scudery! No conozco tal historiador.

—¡No! Pues digo que vuestras lecturas han sido limitadísimas.

—Me parece que tengo alguna idea –prosiguió Silven, sonrojado–. Creo que la citan a menudo Herodoto, Tucídides y Plutarco.

—Es muy de extrañar –dijo Glanville riéndose– que no conozcáis a un historiador tan citado por Plutarco, Tucídides y Herodoto.

—Confieso que es vergonzoso; empecé a ojearlo, pero os digo, de buena fe, que me desagradó su latín: no se escribía en su siglo como en el de Cicerón.

—Os engañáis groseramente, caballero –dijo Arabela–. Magdalena Scudery es un autor moderno y francés, que solo ha escrito en su lengua.

—¡Autor moderno y francés! Entonces no es de maravillar que yo no lo conozca, porque no leo más que los historiadores antiguos… Señora –continuó satisfechísimo de su saber–, abomino de los modernos, porque su estilo dista mucho del que me gusta.

—Pero, con todo –añadió maliciosamente Glanville–, es preciso que Magdalena Escudery sea más antiguo autor que Herodoto y Tucídides, porque, de otro modo, ¿cómo hubieran podido citarlo?

Quedó desairado Silven, fuera de sí, sin saber qué decirse y sufriendo los sarcasmos de su sabiondo amigo, quien, haciendo monadas con Carlota, había oído algo de la conversación.

i Así en el original.

119 El topónimo Termópilas significa, etimológicamente, ‘fuentes calientes’, dada la abundancia de aguas termales de la zona. Más allá de que se pudiera referir a un manantial en concreto de acuerdo con la mención a Pisístrato de más abajo, acaso la referencia pueda entenderse de una manera más general: Termópilas como lugar por antonomasia de fuentes termales para poner en relación con los baños de Bath.

120 La historia de Pisístrato, junto con sus rivales Licurgo y Teócrito y la hermosa Cerinta, que aparecen unas líneas más abajo, se relata en Artémene IX.3 (Dalziel 406).