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Capítulo XIII
Historia de la Princesa de las Galias

—Mi nombre, señora, es Cinecia y mi nacimiento bastante ilustre: yo era hija de un soberano, cuyos ascendientes poseyeron la antigua Galia.

—¡Qué decís! –exclamó Arabela–. ¡Princesa sois!

—Sí, señora, y muy afortunada hasta el momento en que envenenó mi existencia la perfidia de Ariamenes.

—Ruégoos, hermosa princesa, que perdonéis mi familiaridad: debí leer lo que erais en los lineamentos de vuestra cara. p. 225

—¡Ah, cuán funesta me ha sido esta poca hermosura de que estoy dotada!..., pero ya ha desaparecido… La pena ha carcomido mis facciones hasta el punto de no ser conocidas. Fui educada en la corte de mi padre con cuanto cuidado y amor cabe en lo posible. Aún no había cumplido los diez y seis años, y ya estaba rodeada de amantes, que ocultaban cuidadosamente su temeraria pasión. De esta manera viví dos años, hasta que un suceso, que voy a contaros, alteró mi sosiego. –Aquí la princesa suspiró, se detuvo algunos minutos y continuó después–. Paseábame a menudo con una de mis criadas por un bosque contiguo a uno de los palacios de mi padre. Un día advertí que estaba un hombre tendido en tierra; la curiosidad me arrimó a él y vi que estaba desmayado y vertiendo mucha sangre. Sus vestidos eran tan ricos que no me dejaron duda en que era sujeto de alta clase. Al examinarlo, le noté un no sé qué de grandeza que me habló en favor suyo. Mandé a mis mujeres que lo socorrieran, le aplicaron pañuelos sobre sus heridas, le dieron a respirar esencias y, en fin, lo volvieron a la vida. Abrió sus caídos ojos, los fijó en mí; se levantó con dificultad y manifestó en sus miradas y movimientos el agradecimiento que albergaba en su alma. Su extremada flaqueza lo precisó a apoyarse contra un árbol. Acerqueme a él, le enteré de la situación en que lo había encontrado y le pedí que me dijese las circunstancias de su accidente. «Me llamo Ariamenes», así me contestó. «Muchos años ha que viajo y regreso a mi país nativo. Al atravesar por ese bosque me dio gana de descansar; até mi caballo a un árbol y ya empezaba a adormecerme cuando oí ruido a mi alrededor, presté atención y oí la horrorosa conjuración que se tramaba contra la princesa que habita en ese cercano palacio. Trataban nada menos que de robarla». Interrumpí al viajero –continuó Cinecia, con una exclamación dolorosa–. Él conoció entonces que era yo la princesa y me dio mil disculpas de su indiscreción involuntaria. Preguntele si sabía el nombre de mis prevenidos raptores y me respondió que uno de ellos se llamaba Taxandro. (Era uno de los favorecidos de mi padre, que me obsequiaba mucho tiempo había.) Díjome, además, Ariamenes que, indignado contra aquellos viles, se había declarado mi protector y desafiádolos; que Taxandro, sin responderle, se arrojó a él y cometió la bajeza de pedir auxilio a su compañero, que los desarmó a ambos, pero que viéndose herido no pudo montar a caballo y, falto de fuerzas, cayó en tierra, sin sentido. Mientras así hablaba, llegó el coche que había yo enviado a buscar; dile las gracias, que merecía, y sentí que se disponía mi corazón a los afectuosos sentimientos que causaron mi desventura. Y para no molestaros más, señora, omitiré infinitas menudas circunstancias. Bastará deciros que mi padre recibió a Ariamenes con señales nada equívocas de su estimación; que su herida se curó pronto, que se dedicó a mi servicio, que le permití que me amara y que le di un corazón…, un corazón ¡ay! que todavía tiene bajo su dominio. Antes de mucho sospecharon los amigos de Taxandro el amor de Ariamenes. Corrompieron a una de mis criadas, se aseguraron por este medio de nuestro secreto y fueron tan inicuos que lo revelaron. ¡Qué de males no produjo este fatal descubrimiento! Enojado mi padre, me desterró a la última habitación de su palacio y mandó a Ariamenes que saliese de sus estados antes de tres días... Ahorradme, señora, la narración de lo que pasó en nuestra última vista: no me fuera posible pintaros el estado en que nos vimos, sus lágrimas, sus promesas, sus seguridades de fidelidad y, en fin, los desmayos que precedieron a nuestra separación. Mi padre guerreaba, a la sazón, con algunos de sus vecinos. Ariamenes me juró mil veces que pelearía por él y que lo forzaría, por sus hazañas, a que nos uniera. Aguardé la verificación de aquellas ofertas, pero ¡ay de mí! se han pasado dos años sin haber oído hablar de aquel infiel. Mi padre ya no vive y su sucesor (mi hermano) quiso casarme con un príncipe, a quien yo aborrecía. Salí sigilosamente de su corte, acompañada de algunos criados y de la única criada que es esta que veis. Recorrí una parte del mundo y vine a este país, que me han asegurado ser el nativo de Ariamenes. Polenor, el criado más hábil que tengo, ha emprendido el dar con él, pero hasta ahora han sido inútiles sus investigaciones. El nombre que ahora tiene no es Ariamenes. Fatigada de mis correrías, he resuelto retirarme a un sitio desierto para llorar libremente mis desdichas y aguardar la muerte que ha de ponerlas fin. He encontrado un lugarcito nombrado Twickenham bastante cerca de aquí y vengo con frecuencia a gemir junto a este bosquecillo161.

Al concluir Cinecia su historia, se enjugó mucho los ojos, Arabela la dijo cosas de mucho consuelo, la rogó que aceptase un asilo en su casa y la aseguró de que sería tratada con todo el respeto que su nacimiento merecía. No aceptó Cinecia estos ofrecimientos, pero mostró deseos vivos de estrechar amistad con nuestra heroína, quien por su parte protestó con energía que también lo deseaba. La noche separó a las dos heroínas, prometiéndose mutuamente hallarse en aquel mismo puesto la mañana siguiente. Cinecia exigió un secreto inviolable y obligó Arabela a no participar aquella aventura a nadie. Deseó no obstante mucho comunicárselo a Glanville, para probarle el poco fundamento con que la condesa sostenía no haber princesas errantes, pero era discreta y prudente, y se resistió a este placer.

161 Twickenham es una localidad residencial situada en el suroeste de Londres, cercana a Richmond, que ha sufrido el mismo proceso de absorción suburbana como parte del Greater London.