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Capítulo XI
Aventura maravillosísima

Carlota, cuya imaginación se había risueñamente exaltado con la vista de los chapiteles de Londres, hizo a su prima el catálogo de las diversiones que iba a disfrutar, pero con tan gran volubilidad de lengua que su padre, fastidiado, la impuso silencio. Llegaron a la plaza de San Jacobo, donde tenía su casa el barón; este había mandado que se preparase para su sobrina la habitación que sirvió a su difunta esposa153. Inmediatamente la ocupó Arabela y lo primero que hizo fue arreglar su pequeña biblioteca portátil, que nunca separaba de ella. Carlota despachó un ciento de esquelas154, noticiando a las amigas suyas su llegada y, después, pasó al cuarto de Arabela, en donde, bebiendo el té, dispuso todas las diversiones de una semana, las que fueron tantas que Arabela, admirada, preguntó si podría verificarse aquello en un año.

—¡Un año! Esto es cosa de pocos días.

—Pues siendo así, el modo de vivir de Londres me parece muy extraordinario.

—Eres tan seria, prima mía, que es bien difícil divertirte, pero no tendrás precisión de ir a los espectáculos que no te gustaren y, a lo más, si te parece, recibirás algunas visitas155.

—Ciertamente que sí, y como, entre las damas que yo vea, haya algunas tan amables como la condesa de *** tendré mucha complacencia de estrechar con ellas amistad.

—La condesa de *** no es despreciable, pero me disgusta sin saber por qué: tiene unas rarezas que todo el mundo nota, como, por ejemplo, las de abominar del juego y hablar de modo que molesta a las gentes de fina sociedad. Pocos días antes de que fuese a verte estuve con ella en una concurrencia e hizo bostezar a los más que la componían. p. 219

Arabela, allá en lo interior de su alma, ni gustaba del carácter de su prima ni de sus opiniones y, aunque quedó mortificada de oír hablar mal de una persona que la arrebataba la admiración, respondió, no obstante, sin acritud, que la condesa ocupaba el primer lugar en su estimación, hasta encontrar otra dama de mérito superior al suyo. Educó a Arabela su padre entre preocupaciones contra la corte. Propúsola Glanville el ir a un gran baile que se daba en ella, pero no quiso ir sino incógnita. Sus lecturas la habían de tal manera familiarizado con la grandeza y el brillo, que de nada se admiró y notó sencillamente que no había hombre alguno que correspondiese a la idea que tenía formada de Artabano, de Orondates y de Juba, ni mujer alguna semejante a Elisa, Mandana o Estatira; pero sin decir cosa que pudiese hacerla reparable. Glanville quedó pagado de su manejo, la inclinó a que fuese a ver lo más notable de la capital y sufrió la mortificación de hallarse engañado en su concepto, porque Arabela continuó en sus quimeras por todas partes. Preguntó al alcaide de la Torre los nombres de los caballeros a quienes pertenecían las corazas que vio en la sala de armas y se admiró de ver los escudos sin divisas, y los morriones sin penachos; notó que el león que mató Lisimaco era más corpulento y fiero que el que la enseñaron; sostuvo que la iglesia de San Pablo no era tan magnífica como el templo en que Ciro oyó a Mandana dar gracias al cielo por su muerte; se informó de si era estilo de corte el ir a pasearse por las orillas del Támesis, como Augusto por las del Tíber, y también de cuáles eran los días en que se celebraban los juegos y los torneos en la plaza de San Jacobo. La estación de Vaux-Hall, o sala de concurrencia general, aún no había pasado y quiso ver aquel jardín magnífico que, según se lo había ella figurado, debía parecerse al de Lúculo156. Lo extraño del vestido de Arabela le atrajo muchas miradas y llegó hasta verse oprimida de la multitud, de modo que quiso volverse a su casa, pero, en aquel instante mismo, paró su atención una aventura singularísima. Cierto oficial de distinción había acompañado a su querida disfrazada de hombre. La moza, algo tomada del vino, se comportó de manera que descubrió su sexo; un pisaverde, que quiso hacer reír a los espectadores, armó con ella quimera por un leve motivo e intentó precisarla a admitir desafío. La vista de una espada desnuda asustó a la amazona; protestó que era mujer y buscó a su protector, mas este se había quedado dormido y no estaba para defenderla. Carlota, curiosísima de averiguar qué era aquello, se entró por la muchedumbre, arrastró consigo a Arabela y se informó de la causa de la popular conmoción. Dijéronla que un joven había sacado la espada contra una mujer disfrazada de hombre.

—¡Ah, cielos! –exclamó Arabela–. Apuesto a que van a descubrirse circunstancias semejantes a las de Aspasia… ¿No podré ver a esa infeliz?

Procuró Glanville contenerla, mas viéndolo imposible, se determinó a seguirla. Hendió Arabela por entre la gente157, se quitó el velo y mostró una cara tan hermosa que todos la abrieron paso; de lo que sí se admiraban era de verla seria, cuando todos reían. Estaba la trémula amazona sentada sobre un banco de piedra y a sus pies su antagonista, dándola chistosas disculpas. Habíasela caído el sombrero y su pelo suelto y esparcido la presentó a tan buena luz, que Arabela se aficionó instantáneamente a su persona.

—Desconocida encantadora –la dijo–, ignoro vuestro nombre, mas no dudo que sois bien nacida; me obligáis a que os estime y os ofrezco, de corazón, cuantos socorros pendan de mi arbitrio. p. 220

Estaba Glanville confundido y mortificado de ver a su prima representar un papel tan ridículo en una escena tan pública y aguantaba dolorosamente las hablillas y bufonadas que le llegaban a los oídos. Agarró de la mano a su prima y procuró apartarla de aquel sitio, pero ella lo miró con severidad, desatendió a Carlota, que la suplicaba que no se expusiera, y reiteró sus ofertas a la desconocida. Aquella moza, algo repuesta de su temor, clavó los ojos en Arabela y, movida a veneración al aspecto de una bienhechora de aquella especie, la dio gracias humildísimas.

—Dejemos este sitio –la dijo nuestra heroína tomándola por la mano–, porque sin duda es necesario que se ignore quién sois: conozco a un hombre, igualmente generoso que valiente, sobre quien tengo tanto imperio que puedo persuadirme a que, por mi recomendación, os libertará de vuestros perseguidores.

El pisaverde, arrodillado todavía y haciendo mil monadas, le tomó la otra mano a la amazona y juró que no habían de quitársela hasta hacer con ella las paces. Desesperado ya Glanville, se esforzó de nuevo a llevarse a su prima.

—Es una extravagancia –la dijo al oído– tomar la defensa de una prostituida... No miráis, prima, que todos se burlan de vos… os estáis dando en espectáculo… por amor de Dios que nos vayamos.

—¡Cómo! –replicó Arabela encolerizada–. ¡Seriáis tan bajo que dejaseis a esa desgraciada entre las manos de un raptor, llevando al lado una arma que!...

—¡Hola… hola! –gritó el oficial amante de la moza, así que despertó–. ¿De qué tratamos? ¿Dónde está mi Lucía? ¿Es con ella con quien las han? ¡Cuánta gente hay aquí junta!... Amigo –dijo al calavera, que tenía asida la mano de su moza–, ¿qué queréis hacer de mi Lucía?...

Dijo algunas cosas más en estilo soldadesco, tiró de su espada y, en breve rato, desembarazó el puesto de curiosos. Arabela asió a Carlota por la mano y, huyendo como iba, encomendó a Glanville el cuidado de la desdichada. Algunos instantes después fue Glanville a reunirse con su prima y la dijo, para sosegarla, que el adorado amante de aquella dama acababa de arrancarla de las manos de sus perseguidores y que se había adquirido mucha gloria.

—¿Estáis bien seguro de ello, Glanville? Ya sabéis que Candaza, reina de Etiopía, fue robada mientras se la estaban disputando otros dos raptores.

—Os aseguro, prima mía, que ha seguido a su amante gustosísima… con que así, no estéis más inquieta.

—Temo alguna equivocación: Candaza, por ejemplo…

—Candaza es una… En fin, repítoos que os tranquilicéis.

—Vuestro estilo enojado, Glanville, me hace creer que tenéis alguna parte en esta aventura… ¿Sabéis su historia?

—Sí, y os la contaré en tomando el coche.

Arabela, muerta de curiosidad, mostró deseo de dejar a Vaux-Hall y Glanville se aprovechó de aquel momento para volverla a casa de su padre. p. 221

Así que entraron en el coche, apremió Arabela a Glanville para que la cumpliera lo prometido; iba este de mal humor y respondió secamente que nada tenía que ver con personas de la especie de aquella por quien se interesaba tanto.

—¡Pues cómo! … ¿No me habéis ofrecido la narración de sus aventuras?... Queréis darme a entender ahora que no la conocéis.

—Por cierto que no... Solamente sé que es indigna de los miramientos que con ella habéis usado.

—Difícil es que sea más indiscreta que Hermiona, a quien, sin embargo, no se la puede negar un alma grande158.

—Ni a mí una paciencia bien probada –repuso Glanville.

—Voy, pues, a contaros lo que la sucedió… Bien sabéis el acaso que la proporcionó el conocimiento de la princesa Deidamia…

—No, en verdad, no lo sé.

—Pues bien, os lo referiré... pero es sobradamente largo de contar: mañana satisfaré vuestro curioso deseo.

Glanville, sin responder una palabra, hizo un movimiento de cabeza y llegó, pocos instantes después, a casa de su padre, bien determinado a nunca más llevar a su prima a paraje alguno público. Carlota no faltó a contar a su padre todo lo acaecido; tenía este anciano violentísimas sospechas de que su sobrina estaba loca y examinó detenidamente si le convendría, o no, hacerla su nuera. Comunicó a su hijo este pensamiento y le preguntó si podría tolerar en su mujer lo que lo avergonzaba en su querida. Glanville, aunque enamoradísimo, sintió toda la fuerza de aquel razonamiento y se convino a no casarse con Arabela, mientras estuviese tan locamente encaprichada con su heroísmo.

—Desespero –dijo con mucho dolor– de corregirla; todo cuanto ve lo refiere a sus ideas y todo, por la acalorada viveza de su imaginación, la afirma en sus errores.

153 St. James Square, en el distrito de St. James en Londres, es una plaza de estilo georgiano y neogeorgiano que incluye un jardín privado en el centro. Fue lugar muy de moda desde su construcción hasta el primer tercio del siglo xix.

154 ‘despachó un ciento de cartas’; una esquela es un «papel breve o pequeño que se escribe a alguna persona» (Terreros y Pando, NTLLE).

155 ‘no tendrás obligación’.

156 Se reúnen en este pasaje tres lugares característicos de la ciudad: la Torre de Londres, castillo medieval situado en la ribera norte del río Támesis utilizado como prisión durante siglos; la catedral de San Pablo, en la parte más alta de aquella, de estilo barroco inglés y construida entre 1676 y 1710 según los planos diseñados por sir Christopher Wren. Los jardines de Vauxhall, originalmente conocidos como New Spring Gardens, en Kennington, en la orilla sur del Támesis, constituían una amplia zona de recreo con numerosos árboles, plantas y paseos, que sirvieron de lugar de concurrencia a la población londinense. Mantuvieron su atractivo hasta mediados del siglo xix en que su solar se utilizó para la construcción. Los jardines de Vauxhall se comparan al de la villa romana de Lucio Licinio Lúculo (118–56 a.C.), que fue definido por Plutarco en los siguientes términos: «como los jardines de Lúculo se cuentan entre los más magníficos de los emperadores» (Lúculo XXXIX). La referencia al león que mató a Lisimaco aparece en Cassandre II.2 (Dalziel 413).

157 ‘Atravesó Arabela entre la gente’.

158 Las historias de Hermiona y Deidamia, a la que se menciona unas líneas más abajo, aparecen en Cassandre III.3 y V.1 (Dalziel 413).