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Capítulo XXXI
La heroína, sospechada de insensible

Mientras esto pasaba en la quinta, meditaba el caballero Jorge en los medios de hacerse agradable a los ojos de Arabela, cuyos inmensos bienes lo habían seducido. Había descubierto el temple de su espíritu y conocía bien todas las grandes novelas. Y aun la literatura le debía una obra crítica, en la que había manifestado los plagios de Driden y probado que su Almanzor era una copia de Artabano; que su carácter de Melanton era el de Beriso en el Gran Ciro, y que la historia de Osmín y de Bensayda, en su Conquista de Granada, era extraída poco felizmente de Sesostris y de Timerilla72. Como más ambicioso que delicado, graduaba las debilidades de Arabela de medios felices para obsequiarla y conseguir sus fines. Conoció Jorge la necesidad de vivir amigablemente con Glanville y Carlota, y se resolvió a lisonjear el amor propio de la una y a persuadir al otro que sus visitas no eran por Arabela. Fuéronse haciendo frecuentes y tuvo habilidad para engañar a todos. Cayó enfermo Glanville; no se apartaba dél su hermana, pero Arabela se contentó con informarse a menudo de su salud: habíasele puesto en la cabeza que aquella enfermedad era efecto del amor y aguardaba que la suplicasen que fuera a ver al enfermo. Una heroína no debe dar estos pasos hasta que su presencia es absolutamente necesaria. Carlota, enojada con ella, quiso sacar partido de aquella circunstancia para echarla del corazón de su hermano, pero Glanville, que la conocía mejor, vio en su conducta alguna de sus delicadezas heroicas. Agravose la enfermedad de Glanville. Arabela, sentidísima de que no se implorase su socorro, fingió tanta frialdad que la tibieza de Carlota casi degeneró en aversión. Una mañana que Arabela se informó de la salud de Glanville notó los ojos de su prima bañados en llanto.

—¡Ay, cielos! –exclamó–. ¡Muy malo debe estar mi primo!

—Lo está tanto, que no puede retardarse el enviar por mi padre y aun temo que expire sin tener la satisfacción de verlo.

—¡Expirar dices!... No, no... la piedad de Arabela parará el fatal golpe. ¡Vamos, prima mía, sin diferirlo; vamos a consolar a ese infeliz! Un respeto llevado al exceso le ha impedido, sin duda, exigir mi presencia, pero yo le concedo este favor de mi movimiento propio.

—¡Conque es un favor, según tú, el ir a ver, dentro de tu misma casa, a un pariente enfermo que te ama y a quien has tratado siempre con la mayor inhumanidad!... ¡Ay, Dios! ¡Cuánto me arrepiento de haberte venido a ver! p. 113

—No perdamos, pues, el tiempo en vanos reproches; sabe que las cosas están en su orden y que era imposible que Glanville fuese dichoso sin haber llamado a las puertas del sepulcro; tranquilízate, que hay medios seguros para volverlo a la vida. Artamenes fue arrancado de los brazos de la muerte por la presencia de Mandana; un solo renglón que escribió Parisatis dio la vida a Lisímaco y…73

Carlota, fastidiada de las citas, la dejó con la palabra en la boca y corrió al cuarto de su hermano. Arabela atribuyó su viveza al peligro de Glanville y la siguió.

72 Desde finales del siglo xvii (Dalziel 398-399) se ha venido señalando que la Conquista de Granada (1670), de John Dryden (1631-1700), escritor inglés de gran importancia en la época de la Restauración (1660-1700), hasta el extremo de ser denominada en ocasiones «Época de Dryden», y algunos de los personajes allí incluidos (Almanzor, Melanton, Osmín y Bensayda) bebían directamente de obras y personajes de Scudéry, como aquí rotundamente se defiende, esencialmente de Artamène ou Le Grand Cyrus y Almahide (1660). Timerilla debe ser la Timareta que aparece en la primera de estas obras de Scudéry (VI.2) junto con Sesostris («l’histoire de Sesostris et Timareta»).

73 Lo acontecido con Artamenes remite a la novela de igual nombre (I.2), mientras que lo referido a Lisímaco se hallará en Cassandre (II.2), de acuerdo con la información proporcionada por Dalziel (399). En el primer caso, todo parece indicar que Artamenes ya estaba fuera de peligro de las heridas recibidas en batalla cuando Mandana va a visitarlo de la mano de su padre; en el segundo, Lisímaco, hecho prisionero por Alejandro tras haberse enfrentado con Hefestión por haber sido elegido este último como prometido de Parisatis, decide suicidarse. Una carta de Parisatis ordenándole que siga vivo evita la muerte de Lisímaco.